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Un excéntrico y metódico inglés, un mayordomo y una apuesta bastan a Julio Verne para
realizar un viaje alrededor del mundo en pleno siglo XIX.
Nos mostrará las costas de Arabia, las populosas ciudades de la India, las selvas, los
bulliciosos puertos de Asia, las llanuras y montañas de América, los peligros de los océanos,
exóticas ciudades de Oriente, paisajes de lejanas tierras, estos serán los escenarios de las
aventuras del señor Fogg y Picaporte. Viajaremos con ellos sabiendo que olvidaremos en
ocasiones el motivo de su viaje y nos dejaremos llevar por el paisaje y las emociones.
El móvil del viaje es trivial -una simple apuesta- pero el tema básico y general es: la
conquista y el dominio de la naturaleza por la industria, de la que el tren y el barco de vapor son
aquí los principales exponentes. Este tema se expresa a través de tres mediaciones: el viaje, la
sabiduría científico-técnica y la colonización. Tres formas convergentes de apropiación del
mundo.
De esas tres mediaciones es la del viaje la privilegiada en esta obra. Pero no se trata de
un viaje de exploración, sino de medición de la Tierra, en el que el metro utilizado es el tiempo y
el instrumento un reloj viviente: Phileas Fogg. Pues más allá de la anécdota argumental, de la
apuesta, el objetivo del viaje es la demostración de la abolición de la distancia (“la distancia no
existe”, había declarado Michel Ardan en De la Tierra a la Luna”), de la domesticación del
espacio, de la rendición de la geografía a la medida del hombre. Manifestación de poder que se
acompaña, como lo demuestra el desenlace de la aventura, de una victoria pírrica: en su lucha
contra el tiempo, el héroe consigue ganar... un tiempo ilusorio, un tiempo imaginario.
Verne halló la inspiración de esta obra, según Margueritte Allotte de la Füye, en un folleto
turístico de la Agencia Cook, que demostraba que, “gracias a la velocidad de los nuevos
medios de locomoción y a la concordancia de los horarios internacionales, un periplo completo
alrededor de nuestro esferoide no es más que una excursión de vacaciones, un simple paseo
de tres meses como máximo”.
Gracias a la horadación del istmo de Suez es posible ahora, partiendo de Paris, dar la vuelta al
mundo en menos de tres meses. El servicio para este viaje circular no ha de tardar en ser
organizado. He aquí el itinerario, cuya duración podría ser incluso más breve:
De París a Port-Said, cabecera del canal de Suez, por ferrocarril y barco de vapor, 6 días.
De San Francisco a Nueva York, por el ferrocarril del Pacífico, ya acabado, 7 días.
Total: 80 días.