Agüimes, 04/01/04 Por amor. Cuando veo a alguien actuar por amor, por amor hacia el sujeto de su actuación, puedo creer en esa persona., en sus buenas intenciones. Si el acto en sí viene motivado por un sentido del deber, por la obligación impuesta por ciertas reglas sociales, entonces, eso es un trabajo, o un sacrificio, algo que se hace a cambio de algo: Para ganar el cielo, un honor, la fama, o una recompensa. Sufrir en espera de una recompensa no tiene mérito, se salda con el premio esperado. Quien ama, y actúa por su amor, no sufre, disfruta, al poder hacer algo por el ser amado. El amor es el fluido que eleva a alturas supremas cualquier hecho, que hubiera podido ser considerado cotidiano. En cambio, el deber no levanta el nivel del espíritu, lo aplana, lo achata. No se puede ser grande, sólo por cumplir una obligación. Cuando el cerebro sustituye al corazón, se está realizando cualquier cosa, menos un acto de amor. El paraíso se alcanza amando. No sufriendo o haciendo sufrir. Y menos, matando. No puede amar a un pueblo, quien lo precipita en el sufrimiento. Los líderes carismáticos, convertidos en dictadores, que piden cada día más sacrificios a su pueblo, para mantenerse ellos en el poder, no pueden amar a su pueblo. Lo que se ama, no se sacrifica. Sadam Hussein admiraba a grandes hombres del pasado: Ciro, Alejandro, Suleimán, Napoleón, eran sus ídolos. Se puso los límites muy altos. Sobre todo porque era un destructor, no un creador. Convirtiendo en armas y municiones todas las inmensas riquezas que producían los yacimientos petrolíferos irakíes, se hubiera podido transfigurar en un gigante peligroso para toda la Humanidad, pero le falló su capacidad política. Resultó ser un rico enano político, que utilizó la riqueza no para hacer feliz a su pueblo, sino para construir monumentos en su honor y corromper voluntades. Usando su poderío para aplastar con su odio a quienes se opusieron a su voluntad totalitaria. Quien odia lo suficiente como para mutar todo lo que toca en una máquina de exterminio, no merece seguir vivo en la memoria de su pueblo. La lucha del mundo contra los dictadores, debe ser en defensa de la vida de los pueblos. Por amor a los vivos, por su felicidad, luchar contra los mensajeros de la muerte, aplastadores de libertades. Quien hace infeliz a un pueblo, destruyéndolo, no puede amarlo. Emilio del Barco,, DNI 27.968.889,, tel./928 78 09 67 ,, Gran Canaria 35259,, DELBARCO@teleline.es