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Anzuelos para el mar

¿Qué explicación más tortuosa que la de uno mismo? Intuimos entre espejismos que
jamás llegamos a aprehender quienes somos. Aunque a lo largo de nuestra existencia
siempre se nos juzgará en relación a otros,tan o más desconocidos que nuestra
propia sombra.

Para esta confesión sincera se me podría conocer cómo ladrón, porque solamente se
puede dar éste nombre con certeza al hombre que reconoce cómo ley tal arte,
aunque permitidme dudar de tal título, ya que no está claro a quién robo pues a los
que despojó de sus más preciados bienes ya que abandonaron todas las bondades del
mundo muchos años antes de la llegada de Nuestro Señor Jesucristo. .¿Cuántos de
vosotros podéis realmente , con la voz cargada de orgullo decir ¡Yo me gano el
sustento con aquello que me gusta!
Pues yo puedo levantar mi voz, con una pasión que crece y se ensancha , profunda
cómo el salitre en lo más hondo de mi corazón. La autoridad me permite llamar a
mis clientes personas entregadas a esa excitación, que consigue inflamar las velas del
alma con los más cálidos vientos y que profesan un culto al conocimiento de los
grandes secretos. Bordean los misteriosos caminos de lo intuido, con devoción de
estetas y con los brazos abiertos a los tiempos que fueron ,con la sabiduría de
encontrarse en su cresta más espumosa.
Cómo Schliemann desenterró capa a capa su gran sueño en Troya y las lágrimas
humedecieron 2500 años de oscuridad sobre los frescos del palacio de Minos o
cuando Botta entrevió en calcinadas colinas los zigurats de Nínive, guiado por una
intuición primitiva, tal es mi mi manera de trabajar.

Los vaivenes económicos y mi formación autodidacta , no me permiten hornear el


sillón de algún mohoso departamento de arqueología , aunque en honor a la verdad
mi falta de paciencia y disciplina se revelan como las únicas culpables y así se me
tilda de expoliador.
Y realmente, ¡sí!, me regocija abastecer de piezas exquisitas las infinitas colecciones
particulares de aquellos que adoran, entienden y se regocijan con tales obras. Cálidos
collares de ámbar traídos desde el lejano norte, figurines broncíneos de dioses
olvidados rematados en lapislázuli, negros cuencos esmaltados con paciencia en los
estuarios del Danubio. La maravilla de éstos objetos reside en poder tocarlos,
sentirlos sobre el cuello, manosearlos con delicadeza tal si fuese la piel nacarada de
una amante.

Conozco bien los museos, con su visión árida y sus infulas pedagógicas, archivando
en cajones que nadie ve todo aquello que fue amado y deseado en tiempos remotos.
Avaros ocultando a la gente nuestro pasado, mancillando todo con códigos,
escondiéndolos de las miradas o simplemente robándolos para que acaben en manos
de algún funcionario arribista cuyo único interés es el valor pecuniario de la pieza,
aquella en la que no solamente se depositó la forma sino toda una mística del mundo.
Cualquier escultor os dirá que las estatuas son para palparlas,acariciarlas con
delicadeza, sentir la vida que recorre como torrentes subterráneos bajo el mármol o el
bronce.

Siempre fui bueno encontrando cosas, siendo ésta una mis mayores y escasas
virtudes , así que cómo ya sabéis la rueda de la fortuna arrastra a los hombres , los
enfrenta unos con otros, un amigo de un amigo, yo conozco a, qué os voy a contar,
uno va conociendo y enebrando amistades. Con el tiempo acabe viajando a parajes
que jamás tuvieron cabida en mis sueños infantiles, a explorar y excavar en desiertos
desalmados pero serenos, a escuchar ancianos desmembrar de los recovecos
laberínticos de su memoria ladrillos de maravillas que nadie quería escuchar y a
compartir chimenea, comidas y paseos con ellos,¿ Quién posee el tiempo hoy en día
para estas delicias?, y a mi me llaman ladrón!

Cómo todo aquello que supone los pilares de nuestra biografía surge de un
momento inesperado para volver a instalarnos en el presente de dónde nunca debimos
salir , en espacios dónde se espera que nada nos turbe.
.
Con el café de la mañana todavía en el fuego el teléfono con sus urgencias me
reclamaba. Mi colaborador y amigo Mario Kenternen, arqueólogo municipal ( como
buen funcionario obtenía un sobresueldo para el colegio de los niños compartiendo
indiscreciones conmigo) urgiendome con susurros a que fuese a Traua
inmediatamente, a poco más de una hora de mi casa . Ya que en el transcurso de unas
obras en las afueras de la ciudad los operarios habían roto lo que parecían unas losas
de piedra caliza perfectamente cinceladas y ensambladas. Mi compañero con gran
olfato para las oportunidades y acercándose peligrosamente las navidades , con
cualquier excusa sobre seguridad laboral desvió el trabajo a otros menesteres pero
pese a su autoridad no podría mantener el trabajo parado mucho tiempo. El hecho de
que el otoño , con sus atardeceres fulminantes, arañase sus últimos compases de
melancolía ayudo mucho en nuestra tarea., Mientras los obreros ansiaban llegar a
casa, especialmente en un día en que se dilucidaba una vibrante eliminatoria
futbolística, nada mejor para un poco de tranquilidad en nuestros quehaceres.

Aprecio a las personas concisas, de ahí mi respetuoso cariño por Mario , en el


tiempo de un café me puso al corriente de los sucedido sin pausa. En el transcurso de
los trabajos de reforma de un aparcamiento, en uno más de los cientos de
hipermercados de extrarradio dónde moribundos ciudadanos vagabundean en busca
de una oferta con la que llevar doble ración de pienso a sus madrigueras, parte del
suelo colapsó , abriendo una boca de un metro y medio que exhalaba bocanadas de
ese aroma húmedo y punzante que durante años fermentaba sin prisas en los
recovecos de la tierra. Se apreciaba con las linternas un pasillo excavado en piedra
,de suerte que mi amigo se encontraba en las inmediaciones dio pronta orden de
paralizar las obras, todavía quedan personas con criterio en ésta profesión. Cuando
hubo mandado a todos a casa ya tenía entre mis manos los utensilios de trabajo. Botas
de pescador para lidiar con el limo que se forma por la pausada filtración de agua
deslizándose poro a poro sin prisas por la bien encajada piedra, un gambero para
recolectar los frutos de ese limo, casco con linterna ,faro de mi supervivencia, cuerda
de palma artesana cordón umbilical con mi tiempo, ligeras alforjas de cuero y
resistentes a las más persistentes humedades , todo tipo de cinceles, martillos, guantes
y bolsas.

Me deslice por la cuerda y pude comprobar que se trataba de un hipogeo


probablemente de mediados de la edad de Bronce de unos doce metros de largo.
Avanzaba con dificultades por el fango , la luz espesa de partículas en suspensión,
me permitió admirar el final del corredor con dos tumbas guardando cada lado de la
pared y un pequeño altar empotrado sobre el ábside del corredor.

El abrasador centelleo de la excitación unido a la extrema humedad y el aire viscoso


conseguía el efecto de que cada segundo se elongase en un estado de extrema
consciencia. A pesar del punzante nerviosismo pude entrever unas costillas cómo
mástiles, asomando de los bordes de las tumbas por encima de un peto dorado .Esta
vez la suerte estaba de nuestra parte, cómo pude fui avanzando, cada paso me
extenuaba, los músculos querían imponer su voluntad a mi pensamiento. Un cuerpo a
cada lado y ofrendas cubiertas de barbas de algas se asomaban observando por
encima de un cuenco de ofrendas, rebosante de agua turbia. Intenté centrar mi
atención, paso a paso, un hombre y una mujer, jirones de una falda y trenzas sobre la
piedra, únicos vestigios de humanidad. Enfoqué los despojos y todo el pasillo se
cubrió de vetas rojizas, chispas de verde absenta y dorados resplandores encuadraban
las sonrisas desde unos ojos vacíos. Instintivamente fui despojando los huesos de
anillos, collares, brazaletes, cetros de cristal de roca tallados con espirales y líneas
geométricas. Uno de los esqueletos portaba una tiara cónica mientras que a la mujer
se le había caído una corona que yacía semiescondida en la penumbra de una
esquina, cubierta de polvo junto a un espejo de cobre.
Retirando los huesos y con mis dedos hurgando con conocimiento los despojos me
hice con el peto, pasadores de ropa engarzados de rubís y un cinturón metálico del
que colgaban decenas de serpientes que parecían querer salir a la luz. Bajo las
calaveras dos collares idénticos de una sola pieza de bronce cuyos extremos eran
cabezas de serpiente también. Sin muchos escrúpulos metí las manos en el cuenco de
agua pútrida del que saque extraños amuletos y lo que supuse elementos de culto ya
que jamás había visto nada parecido. Entre ellos lo más reconocible fue una figurita
votiva de lo que parecía el dios Baal, vasos en forma de cabeza de toro, dos dagas de
bronce en mal estado, platos metálicos cubiertos de barro que fui metiendo en la
alforja junto a todo aquello que no podía apreciar en su belleza ya que empezaba a
perder el control , embriagado en un mundo subterráneo que parecía querer retenerme
.Cargue todo a mis espaldas junto a varios alfileres de loto y pendientes en espiral
que descansaban en mis bolsillos .Me costó encontrar la salida pese a ser un pasillo
recto , mis pensamientos huían hacia un punto de fuga más allá de la lógica, no podía
quedarme a ver dónde llegaban.
Mario había introducido una valla que me sirvió de improvisada escalera, fuera
comenzaba a lloviznar.
Salí disparado hacia al coche, preso de una voluptuosa inquietud.
-Estás navidades podrás llevar a tus hijos a disney world si quieres Mario.
Fue lo único que se me ocurrió decir con una gran sonrisa, en sus ojos leía las
preguntas que se agolpaban por detrás de sus gafas de diseño al ver mi estado.
Colocamos las sacas en el maletero mientras intentaba de la manera más insulsa
posible detallarle los pormenores de mi visita a lo que me parecía una sucursal del
inframundo.
Hable y hable para evitar sospechosos silencios, mientras las luces de la ciudad
reflejadas sobre el asfalto mojado recordaban mi fugaz visita, hipnotizándome.

Una vez en mi estudio, dónde yo mismo solía restaurar muchas de las piezas, con
mucho cuidado y ante la mirada desconcertada de Mario colocamos nuestro pequeño
tesoro sobre una tela de lino dónde limpiamos e hicimos recuento del botín. Su mente
creaba arabescos de posibilidades y combinaciones sobre cómo gastar el dinero, sabía
que en unos días recibiría su cheque, puntualmente cómo siempre. Arrancarlo de sus
ensoñaciones requirió un esfuerzo extra para desclavar sus pies del entarimado. Un
estado de duermevela se cernía sobre mi conciencia dónde vaporosas fantasías se
colaban por rendijas empañandolo todo con su vaho, necesitaba un descanso.
Pasaron unos días de fugaces visitas, llamadas y reuniones en los que cada pieza fue
encontrando morada a través de la red tejida con reputación de hombre de palabra.
El trabajo me mantuvo ocupado y centrado hasta que todo estuvo listo.

Dentro de 2 días sale mi avión con destino a las Islas Salomón en pleno verano
melanésico, un merecido asueto para años de arduo trabajo y planificación, con lo
acumulado en mis razzias
y unas inversiones bien aconsejadas podría retirarme a disfrutar tras flamigeras
murallas de hibiscus bajo un sol salino. Tenía alquilada una casa cerca de Honiara
por espacio de tres meses, allí conseguiría lo más imprescindible para mi
supervivencia: una caña de pescar, una tabla de surf y montañas de camisas de estilo
hawaiano.

Fue en el invernadero dónde recordé que mi trofeo de caza debiera estar ya listo, con
tanto ajetreo todavía estaba desoxidándose sobre una de las mesas de mi atelier, cruce
por entre los irises y las enredaderas que en un descuido podían tapar la bóveda del
invernadero, condenando sin remisión a las tinieblas a mis amadas pequeñas.
Como costumbre procuro llevarme un recuerdo de mis trabajos a manera de pequeño
diario, en éste caso guarde para mi la tiara de bronce porque me recordaba a la torre
de Babel. Recuerdo de pequeño como se alzaba majestuosa y orgullosa entre las
ilustraciones de la Biblia intentando alcanzar los cielos, entre castigos y milagros de
una crueldad que me retorcían por dentro gracias a la maldad de un Dios siempre
vengativo y rencoroso. Pobres babilonios castigados por un orgullo mucho mayor,
creo que desde entonces odio la falsa modestia como uno de los pecados más viles.
La cogí entre mis manos arrastrándola conmigo de vuelta al invernadero para
contemplarla mejor, con un gin tonic entre manos los engaños desaparecen y los
objetos se muestran como son.
Achatada y un poco redondeada en la punta descendía curvándose amablemente
para proporcionarle una calidez ausente en las formas matemáticas puras. Bellísima
en su sencillez, la levante hacia los rayos de sol que atravesaban perezosos el polvo,
un latigazo y yacía sobre mis rodillas. Algo me estremeció, no se que me pasa,
realmente tal vez si que necesite descansar. Sorprendido y divertido di un sorbo al gin
tonic y me apresuré a recoger la tiara de mi regazo, un brote de desconfianza
germinaba en mi cabeza.
No pude más que reírme y en un solemne movimiento me corone entre las
amapolas...

Desperté en el suelo, mientras el atardecer estiraba los rojos sobre el cielo, debía
llevar un par de horas así,
Me sentía claro y alegre, mis pensamientos desenredados, ahora recuerdo...al
ponerme la tiara me tumbé en la hamaca y como la marea que sube inexorable y sin
que nos demos casi cuenta , el jardín al completo comenzó a vibrar, primero con
suavidad, lo cual achaque a la ginebra, el ritmo aumentaba cómo tambores
acercándose en la jungla, cuando quise reaccionar, la realidad, aquello en lo que todos
mis sentidos trabajan se resquebrajó literalmente y sus fragmentos se agrietaron cómo
un espejo y empezaron a caer. Cada fragmento encerraba una miriada de
posibilidades, con nuevas dimensiones que podía sentir pero jamás comprender. Por
detrás de estos cuchillos de cristal se extendía un magma vibratorio, rojos y naranjas
se entremezclaban cómo acuarelas cubriéndolo todo. Quise dar un paso hacia adentro
pero no existía ya nada en lo que apoyarse ni nada que mover.
La consciencia de que alguna vez hubo un tiempo en el que transitar ni siquiera era
imaginable lo cual me arrastró a una espiral de vacío que me absorbía en su interior.
Más bien proyectaba
mis sensaciones cómo una flecha a través de un túnel de eternidad sin principio ni
fin...

Intentaba engañarme pero sabía a ciencia cierta que no había sido un sueño, tan
sencillo era comprobarlo, aunque las certezas a veces son aterradoras porque ya no
podemos esconderlas en los archivos secretos de nuestro corazón y su brillo no puede
volverse a apagar. Dude, pero una vez que echamos a andar hay que seguir adelante.
Me preguntaba si el resto de objetos de la tumba tendrían efectos similares sobre sus
nuevos dueños, si servían para controlar estos sucesos, pasaban cómo trenes
imágenes de gente tumbada en el salón de su casa desconcertados antes nuevas
visiones del mundo, quería saber cómo se sentía aquella pareja hace casi tres
milenios, cómo usaban éste conocimiento,
Sus explicaciones alrededor de hogueras en la noche de los tiempos. Perdía el tiempo
en éstas divagaciones para evitar volver a ponerme la tiara, relegando el momento
unos minutos más mientras me servía un vaso de ginebra caliente.
Existía la posibilidad de llamar a un amigo y hacer la prueba pero exigiría un sinfín
de explicaciones y necesitaba un cierto tiempo para pensar y no preocuparme de
terceros. Así que me volví a acomodar en la hamaca y ya con menos seguridad
observé una y otra vez el cono, lo palpe en busca de alguna pista, ningún relieve ni
forma que aclarase nada. Días atrás cuando me llamo una de las restauradoras que a
veces me ayudan, no me supo decir a que cultura pertenecían, son cosas con las que a
veces nos encontramos en el trabajo, y sobretodo a medida que retrocedemos en el
tiempo las fuentes se hacen más juguetonas e intentamos sondear las profundidades
de nuestro paso por la tierra con jirones de anécdotas que ya en su época eran vistas
cómo tiempos ancestrales, transmitidas palabra por palabra, coma por coma sabiendo
de la importancia de una distorsión ya que podía tergiversar unos conocimientos tan
importantes, la experiencia perpetuada.

Tuve la precaución de repartir unos cojines y mantas a mi alrededor, y volví a


enfundarme la tiara, ésta vez con toda mi atención puesta en los más leves cambios,
podía ver poco a poco cómo emanaba la vida a través de las hojas, translucidas
volutas se elevaban de los lirios, gusanos y raíces de filamentos surgían de la tierra
para volver a zambullirse entre la hojarasca, segundo a segundo la vibración
aumentaba llenándome de vida, iba hacia el paroxismo definitivo, mi cuerpo se
deshacía atravesado por tentáculos de luz, todo volvía a resquebrajarse dejando
entrever las llamaradas que sabía se escondían detrás...

Ya era de noche cuando desperté, la sensación de bienestar había aumentado, me di


cuenta que algunos de los cortes que me había hecho al bajar al hipogeo habían
cicatrizado, sentía la piel tirante y fresca, no era un sueño puedo dar fe.

Se imponía una profunda reflexión.


Debido a mi trabajo conozco mitos de punta a punta de los mares y fantásticas
aventuras de héroes y semidioses, así cómo el arte y la religión desde que morabamos
oscuras cuevas, he buceado en oscuros trabajos de fílosofia hermética y me he
apasionado con el mundo de los símbolos. Siendo incapaz de recordar nada que
hiciese referencia a tan misterioso suceso, sin un referente de ninguna clase dónde
agarrarme, la incertidumbre y la precaución se mostraban muy importantes. Las ideas
y tecnologias revolucionarias o transformadoras son siempre peligrosas , suelen
disolver el mundo anterior o lo van erosionando poco a poco hasta desfigurarlo, así se
me ocurrió la única manera de salvarme.
Fui a buscar una de las cajas herméticas con las que suelo transportar piezas delicadas
, una de esas obras bellas y funcionales cromada y fría en su exterior y aterciopelada
y acogedora en su interior. Me dirigí con resolución a la entrada del invernadero
dónde una caseta guarda las herramientas, tome una pala, observé el invernadero y
encontré el lugar perfecto, bajo un pequeño olivo.
Cave un agujero lo más profundo posible, introduje en la caja la tiara con mucho
cariño y respeto, bajando el arcón con unas cuerdas y lo cubrí todo de tierra.
Rompiendo un tiesto,sobre la húmeda tierra acomodé tres cactus globulosos con
espinas afiladas cómo punzones, tan densas que nadie osaría acercarse, a su alrededor
forme un círculo con pequeños guijarros de cuarzo.

No era tan tonto cómo para no darme cuenta de las implicaciones de ésta nueva, para
mí, experiencia.
Si lograba enraizar en mi alma me ofrecería tentaciones irresistibles, vanidades sin
límite, muchas sanguijuelas llamándome amigo crecerían como hiedra alrededor de
mi vida.
Amo a las personas pero desconfío de la humanidad, y tengo suficiente trecho
recorrido para conocerme a mi mismo. Sé que el poder de ésta tiara no reside en lo
que enseña sino en la posibilidad de destruirme o transformarme en profundidad. Lo
he visto cientos de veces, grandes hombres como Oppenheimer viendo como su gran
descubrimiento que debía traer nuevos horizontes segaba la vida de miles de
inocentes en Hiroshima, ciudadanos mediocres presos del amor cometiendo crímenes
sin nombre encendidos por una obsesión , buenos padres de familia, místicos
salvadores...todos destruidos,enloquecidos y consumidos por una obsesión. Existen
situaciones que nos arrastran al abismo si nos aferramos demasiado a ellas. Yo ya
tuve mis obsesiones y seguro que vosotros las vuestras, por eso conozco su efecto
devastador.
La decisión de renunciar a las posibilidades abiertas sean las que fueren, enterrando y
olvidándome de ellas, son mi elección de salvación.
Fundirnos en el anonimato es uno de los mayores placeres que nos quedan, la
creencia de que podemos dirigir nuestra nave por nosotros mismos en toda su falacia
es un placer.

En unos días sale mi avión y mi única preocupación será conseguir unos buenos
anzuelos y dejarme arrastrar por las olas, siempre las olas.

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