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Cuenta con 30 artículos que regulan las obligaciones y de los derechos de los que,
embarcados, ejercen la profesión sanitaria. Ya desde 1791 se unificó medicina y cirugía
en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz, tras la aprobación de la Ordenanza del mismo
año.
Con los reinados de Carlos III y Carlos IV, la potente Armada naval existente al servicio
del Monarca contaba con 200 buques, de los cuales 77 eran los que se contabilizaron a
mediados de siglo XVIII. A esta ideal coyuntura se le añadió la necesidad de disponer
de buenos y abundantes cirujanos para el Cuerpo de la Armada.
Tanto las cajas de instrumentos como las de medicinas eran provistas por la Hacienda
Real pero controladas por el Cirujano Mayor. Estaban bajo la protección del Segundo
Cirujano o del Boticario Inspector, teniendo prioridad este último. Asimismo, el
Cirujano Mayor debía llevar un cuaderno de anotaciones de todo lo que tenían y todo lo
que les hacía falta obtener cuando desembarcaran.
Con esta jerarquía, las disputas entre ellos debían ser arregladas por el comandante del
navío.
En 1748 nació el Real Colegio de Cirugía de Cádiz. Este centro trastocó toda la
dinámica de acceso, admisión y exámenes de ingreso al Cuerpo de Cirujanos, así como
la posterior formación continuada de los ya aprobados.
En 1751, Pedro Virgili, cirujano, tomó el control de los cirujanos embarcados en los
navíos mercantes. Dos años más tarde, se aumentó el número de colegiales a 80. Esta
eficacia se solidificó con la facultad de expedición del grado de “Bachiller en Filosofía”,
requisito primordial para acceder a los exámenes del Protomedicato.
Un año más tarde salió elegido protomédico de la Armada Juan Sánchez Bernal. La
aparición de un Lacomba plenipotenciario hizo recurrir al protomédico con el objetivo
de recuperar una parcela del poder que siempre habían tenido.