precisamente cuando el otoño toma el testigo, nace, provoca la primera lágrima ocre; ésta, no podré olvidarla, ha cambiado la expresión de mi boca.
Esta tarde, de paisaje
recién inaugurado, sustituyo tu ausencia por el brutal diálogo de las paredes. A ellas muestro, con los ojos destilando rojos afluentes, cómo se posa mi sombra en ángulo recto, recostada sobre cuatro tueros.
Es tan triste esta tarde,
ésta, que va cubriendo el cielo de ceniza; ésta, que borraría y que, sin embargo, es un tatuaje en la memoria. Esta tarde oigo el canto del cisne, calla el mirlo.
Llevaos mis recuerdos,
quemad mis secretos, en el anonimato queden mis manos extendidas, tu azahar, la fatal profecía; y si esta tarde volviera y por mí os preguntase, guardad en el olvido mis poesías. Guardadlas todas, a por mí no viene. Cortina ondeando el aliento del crepúsculo, mantente coqueta en la proa de este refugio, plagia la magnitud del exterior y entrégamelo en dosis pequeñas, una vez esta tarde agote aquellas.