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El pollito cantor

En la granja de don Pedro, vivía mamá gallina, papá gallo y sus


tres hijos: Pollo, Pollito y Pollín.
Al salir el sol, Pollo y Pollito pasaban el día siempre jugando, pero
Pollín se dedicaba a cantar una canción.
Se subia a un viejo árbol y cantaba: Pí, pí, pí, pío pío, pío.
Pollín no estaba contento con su melodía, pues escuchaba el
cantar hermoso de los otros pájaros, pero se esforzaba entonando:
Pí, pí, pí, pío pío, pío.

Un día, al amanecer, sin saber por qué Pollín salio del gallinero y
entonó: Ki, ki, ri, ki, ki, ri, ki.
Sorprendido volvió a cantar y dijo: Ki, ki, ri, ki, ki, ri, ki, como
diciendo: ¡A levantarse todos, es hora de trabajar soñar con lo que
será cuando sea grande!

Bondi

Bondi era un elefante que se pasaba el día solo, muy aburrido.


Era muy torpe, pues pesaba más de 600 kilos, no podía jugar ni
esconderse como los otros animalitos.
Un día un par de mapaches lo invitó a jugar, pero el no quiso, no
quería que se burlaran de él.

Un día el cielo se nubló y comenzó a llover muy fuerte. Todos los


animalitos corrieron a esconderse muy asustados. Como la piel de
Bondi era gruesa y fuerte, la lluvia no le hacía nada.
El agua inundaba todas las casas de los animales. Cuando Bondi
vio esto, caminó, estiró su trompa y todos los animalitos fueron
cruzando para ponerse a salvo.
Cuando la lluvia paró, todo volvió a ser como antes y Bondi estaba
solo de nuevo.
De pronto se escucharon cantos y voces, los animalitos traían una
hermosa corona de sauce, entre risas y aplausos, los animalitos le
dieron las gracias a Bondi por ayudarlos.
La ardilla leyó un discurso, donde decía que era un gran amigo,
valiente y bondadoso.
Bondi se sintió muy feliz, sobretodo cuando vio un cartel que
decía: BONDI, TODOS TE QUEREMOS.
Fiesta en el álamo

En un álamo, dos chinitas enamoradas iban a casarse. Todos los


animales colaboraban en el evento.
Las arañas tejieron el velo de la novia.
Seis chanchitos limpiaban el lugar.
Cuatro langostas cortaban hojas para adornar el lugar.
Las hormigas iban y venían, llenas de deliciosos platos.
La torta también la hicieron las hormigas, con la exquisita miel de
las abejas.
Dos pololos preparaban el altar.
Los grillos ensayaban la canción del coro.
Estando todo listo apareció la pareja de chinitas, ella con un traje
de rayas anaranjadas y su hermoso velo. Él con un traje negro de
manchas anaranjadas y una humita.
Avanzaron de la mano muy sonrientes. El gusano rojizo estaba en
el altar como maestro de ceremonia.
Al final de la fiesta los novios se despidieron, iban a casa a
inaugurar su nuevo hogar.
Los invitados regresaron a sus casas felices, pues con la ayuda de
todos fue una gran y hermosa fiesta.

El ratón Manuelito

Manuel era un ratón de color gris. Era muy simpático y


entretenido.
Siempre estaba cantando. Durante el día, atravesaba el pelado
potrero con sus pequeñas patititas, dando saltos y silbando.
Manuel no iba jamás a ninguna parte.

Cuando se cansaba de saltar, se detenía a mirar las hojas


amarillas y alguna gorda lagartija. Esperaba atento y se lanzaba
contra ella. Una vez que la atrapaba, comía y comía sin descanso.
Luego, se acostaba a dormir.

Una vez, no podía quedarse dormido, los más raros pensamientos


venían a su cabecita. Se levantó y se dijo: Eres un holgazán, un
vago sin destino. No tienes nada, ni una casa, ni un techo donde
dormir y abrigarte cuando estés enfermo.
¡Jamás tendré una familia!
Pasado un momento dijo: ¡pero no es tarde! Soy inteligente y
valeroso.
Caminó sin rumbo algunas horas.
Se encontró con unas ardillas y les preguntó si podía trabajar con
ellas, pero las ardillitas ya tenían todas sus despensas llenas.
Luego encontró a una familia de topos, quería cavar un túnel para
ellos, pero también tenían listo su túnel.
Manuel pensaba que mientras el estaba jugando, todos los
animalitos trabajaban.
Al llegar la noche, miró las estrellas y prometió que sería la última
noche a la intemperie.
Al amanecer, se levantó, limpió su carita y se puso a caminar.
En el campo encontró un enorme bototo. Estaba en el barro, sucio
y deshabitado.
Lo arrastró cerca de un árbol, lo limpió y lo convirtió en su nuevo
hogar.
Así se levantaba cada día para limpiarlo, llenar la despensa y tapar
las rendijas para que no entrara la lluvia.
Así Manuel era feliz, un ratón muy honesto y trabajador.
¡Se había convertido en un ratoncito responsable!

La caja de juguetes (esta historia la cuenta una abuelita)

Ese día llovía mucho y todos se fueron a la cama a estudiar o


dormir.
De repente se escucharon unos pasitos desde el primer piso.
Ahí, se encontró en el living con una gran caja colorida. Era la caja
de juguetes de sus nietos.
Ahí los juguetes estaban conversando entre ellos: un globo
morado, la pequeña Lulú y nos soldaditos.
Así los jueguetes se quejaban de la falta de espacio dentro de la
caja. Estaba muy incómodos y no podían dormir después del largo
día de trabajo entreteniendo a los niños.
Un palitroque dijo: salgamos todos de la caja y nos ordenamos
para poder descansar mejor.
Una vez que todos estaban afuera, el palitroque comenzó a
organizar todo. Primero irían los juguetes más grandes, los
peluches harían más blandas las horas de sueño.
Todos obedecieron las indicaciones del palitroque. Cuando el orden
terminó, todos cerraron sus ojos y el silencio fue total.
Al otro día los niños se llevaron una gran sorpresa al ver los
juguetes ordenados.
Así comprendieron, que los juguetes debían cuidarse y ordenarse
mejor.
Desde ese día, antes de irse a la cama, ordenaban
cuidadosamente los juguetes.
El orden conseguido con amor era el mejor de todos.

El día que se durmió el sol

Eran las siete de la mañana y ningún gallo había anunciado la


salida del sol.
Los relojes despertadores sonaban y los ciudadanos se
preguntaban que había pasado con el amanecer. A esa hora
todavía era de noche.
¡Parece que el sol se había quedado dormido!
Los campesinos iniciaban asustados sus labores en la oscuridad.
En la cuidad, los científicos investigaban que estaba ocurriendo,
pues al otro lado del mundo, la noche había caído con total
normalidad.
Los más felices eran los Japoneses, quienes celebraban el Festival
de los Volantines, donde en una playa muy grande el cielo se
llenaba de colores.

¡Asomado hasta altas horas estaba el sol! Se había quedado en


Japón en la fiesta de los Volantines.
Cuando por fin asomó sus rayos, tenía un hermoso color rojizo,
como cuando a nosotros nos da vergüenza, sobretodo cuando
llegamos atrasados.
El encanto de la entretención le había hecho olvidar su
responsabilidad.

La chinita Naty, una historia verdadera.

En California, Estados Unidos, vino una catástrofe en los campos.


Una plaga de insectos atacó a los naranjos, perjudicando
considerablemente la producción de este exquisito alimento.
Los científicos investigaban soluciones al problema, buscando
algún insecto que se alimentara de los insectos de la plaga.
Así llegaron a Australia, en busca de Naty la chinita. Cuando
escuchó la propuesta, reunió a toda su familia, para formar un
gran grupo.
Como era chinitas muy interesadas en conocer el mundo, pensaron
en lo bueno que sería viajar a un país desarrollado. Pero lo que
más las motivaba, era la solidaridad. Era una importante misión.
Prepararon un equipaje liviano y de prepararon para volar.
Tras un vuelo de varias horas y dos escalas, estuvieron en los
oleados y olorosos naranjales de California.
Les costó un poco ubicarse, pero con la ayuda de los vecinos, se
instalaron en las viviendas.
Así en poco tiempo la plaga desapareció. Fue una gran idea.

Agradecidos, los agricultores de California protegieron para


siempre a la chinita viajera y toda la descendencia de su especie.

Blanquita

En un valle vivía un anciano robusto de mejillas enrojecidas. Sus


hijos habían viajado para ir a la Universidad, sólo los veía de vez
en cuando.
Al morir su esposa, no le quedó más compañía que algunas
cabras, un perro San Bernardo, su perro fiel y sus palomas, a
quienes dedicaba su tiempo y cariño.
Sus palomas eran Blanquita y Plomito, una pareja de hábitos muy
ordenados.
Llegada la primavera, las palomas habían preparado su nido.
Blanquita puso dos huevos.
Ambos padres cuidaron con mucho esmero sus huevitos.
A los pocos meses nacieron dos pichoncitos.
Los dos se turnaban para ir a buscar alimentos, pues las crías no
podían alimentarse por si solas.
Un día Blanquita se alejó demasiado y descubrió un accidente de
un avión. Ahí estaba el piloto, gracias a Dios con vida pero algo
rasmillado.
Al ver a Blanquita pensó que había sido enviada por Dios para ser
su salvación.
Se acercó a Blanquita y escribió una nota de auxilio para ponerla
en su patita.
Don Enrico encontró la nota y la sorpresa. Allí corrió
inmediatamente al pueblo a dar cuenta del accidente aéreo.
Desde ese entonces, todos los pilotos viajaban con palomas
mensajeras, de ese modo podían enviar noticias a distancia.
Todavía en el palomar de don Enrico, vive la familia de palomos,
viendo el ir y venir de los aviones. Su mayor preocupación es
brindarse amor, con un suave y tierno arrullo.

El lápiz de Pepe

Soy el lápiz de Pepe, él me fue a comprar a la librería como a las


once.
Me sentí muy cómodo en la casa de Pepe. Cuando llegué me puso
encima de una mesa.
Su mamá le pidió que terminara pronto las tareas para almorzar.
Así Pepe tomó una hoja de afeitar, algo muy horroroso y feo para
un niño.
Quería sacarme punta, pero lo único que consiguió fue cortarse el
dedo y dejarme muy feo.
Así comenzó mi vida junto a Pepe, a veces me tira cuando las
cosas no resultan, pero me busca debajo de las sillas y muebles.
Cuando tiene prueba, me muerde… tratando de encontrar la
respuesta a todo lo que ignora por falta de estudio.
Hoy he estado pensando en escribirle a Pepe acerca de todas las
cosas que podríamos hacer aplicándose más, pues no estudia y
hace las tareas a última hora.
Quiero que seas responsable. Si te gusta dibujar cuando grande,
podrás conocer a toda mi familia: los primos de cera, los tíos de
pasta y de tinta y hasta mis más sofisticados parientes como con
los que trabajan los dibujantes técnicos, pintores, publicitas y
arquitectos.

El bien de la alegría

Existió en un lugar muy lejano un pueblo llamado “Pueblo de


Amargura”.
Las casas eran grises y nadie de preocupaba de los árboles ni la
limpieza. El cierlo era tan pálido que no tenía belleza.
La gente era muy callada y vestía ropas oscuras. Hasta las flores
han perdido sus colores.
Había una pequeña, se llamaba Anita. Era la única que deseaba la
alegría, belleza, el brillo de los astros y los bellos colores de la
naturaleza.
Cada noche pensaba en qué hacer para ayudar al pueblo.
Un día anita amaneció radiante, todos creían que estaba loca y no
la tomaron en cuenta. Anita había soñado con un anciano que le
dijo la forma de sacar al pueblo de la oscuridad.
Al principio Anita sintió miedo. Solo tenía 10 años.
Fue así como iba casa por casa enseñándole a la gente como
recuperar la alegría. Siguiendo sus instrucciones, cada habitante
salió a buscar una golondrina, la más blanca que encontrara.
Tenían que ponerla entre sus manos y contarles sus penas.
Así las golondrinas se ennegrecían y se llevaban las amarguras del
pueblo. Volaban y al regresar la próxima estación volvían de color
blanco para llevarse todas las amarguras nuevamente. En tres
migraciones seguidas, lograron llevarse todo el gris de la ciudad.
Cuando los habitantes cambiaron su actitud de amargura por
entusiasmo, la ciudad se llenó de color.
El pueblo de la Amargura, se llamaba ahora “Pueblo de la Alegría”

Un niño Solitario

Pablito era un niño de 9 años. Vivía en la cordillera en una fría


casa de piedra. Su madre era muy silenciosa.
Desde la mañana a la noche, el niño se dedicaba a cuidar ovejas y
cabras. Todos sus días eran iguales.
Un día Pablito descubrió la magia de las sombras. Movía sus
manos para crear fascinantes formas.
Ahí fue creando personajes con los que incluso podía conversar,
que le enseñaron muchas cosas.
Un gigante le enseñó que la fuerza física es útil cuando se trata de
hacer cosas buenas.
Un perro, le habló de la bondad de los animales, contándole del
silencioso buey, del caballo, las vacas y cómo estos ayudan al ser
humano.
Rojito el pájaro, le enseñó de la naturaleza y del amor del Creador
que todo lo hizo y cómo cada uno de los seres en la tierra tiene
una misión.
Cuac, el pato le enseñó de la vida submarina.
Monín le contó que el miedo es parte de la imaginación de
nosotros mismos.
Rurru, la paloma le enseñó de la ciudad. Del ruido de los autos y
del descuido para mantener el aire puro.
Pablo, un niño un poco más alto que él, tocaba la flauta le
conversó de sus sueños y del amor a su madre; donde ahí en su
casa, podía tener el silencio, los pajaritos, no pasar hambre y
disfrutar de la alegría de vivir.

El día de Educación física.

Don Mariano, el profesor de Educación Física, llegó como siempre


muy sonriente y lleno de energía a hacer su clase.
Le dijo a René que su buzo había quedado muy bonito, pues su
madre había tapado las roturas con parches. Así invitó a todos los
niños diciendo ¡Vengan a ver el buzo de René que es muy
moderno!
René sintió mucha vergüenza y pena, pero contuvo su llanto. Los
niños sin darse cuenta del daño que le hacían, se reían a
carcajadas.
Don Mariano tomó una bolsa de toallas y ordenó a todos quitarse
la ropa y cubrirse sólo con ellas.
Así les dijo: Mírense, si se quitan las toallas, todos estarán
absolutamente desnudos. Son todos iguales y lo que llevan las
personas encima no les hace cambiar en nada lo que llevan
dentro. Se pueden ver mejor o peor, pero eso no significa mucho.
La sencillez de las personas en su vestimenta es una señal que
merece todo nuestro respeto.
La clase ese día fue muy especial, todos rieron y se divirtieron. Lo
que había dicho Don René, les había llegado profundamente al
corazón.

El chanchito de greda

Cuando cumplí 8 años mi abuelita me regaló un chanchito de


greda. En mucho tiempo casi no lo tomé en cuenta.
En septiembre mi hermanita tuvo que ser hospitalizada y luego
pasar mucho tiempo en cama.
Cada vez que llegaba de la escuela iba a sentarme junto a ella a
jugar y conversar. Ahí mi hermanita me contó que lo que más
deseaba en el mundo era una muñeca que abriera y cerrara los
ojos. Mis padres no tenían mucho dinero para poder decírselo, así
que me acordé de mi chanchito de greda.
Cada vez que mis manos tuvieran una moneda, las pondría en mi
chanchito. Su sonido al caer, era una campanita de esperanza para
mi hermanita.
Muchas veces me costó, sobretodo con las monedas grandes, pero
pensaba en el sueño de mi hermanita.
Un día mí corazón saltó de alegría, mi chanchito estaba casi lleno y
aún faltaba para navidad.
Una noche soñé que rompía el chanchito y las monedad no me
alcanzaban ni para la mitad d la muñequita. Seguía con empeño
mis moneditas de ahorro. Algunas me las regalaban mis tías o una
vecina cuando le hacía unas compritas.
Cuando rompí el chanchito ocurrieron dos milagros: el primero es
que la suma era mucho mayor de lo que yo necesitaba para la
muñeca de mi hermana y mi chanchito, roto en pedazos se podía
reparar.
Todo lo que la abuelita me había dicho acerca del ahorro como
beneficio era cierto, pero ni ella pudo imaginar la dicha de los ojos
de mi hermanita al ver que la muñeca abría y cerraba los suyos.

El tesoro

La primera noticia que tuve del viaje, fue lo que oí a mi mamá


contarle a mi abuelita.
Yo partiría a la montaña a buscar un tesoro.
Papá y mamá hablaban mucho de eso. Había que preparar tantas
cosas para el viaje.
Un día mis abuelitos me llevaron unas calcetas de regalo y al
despedirse me desearon que desde el principio al fin mi dedicación
y esfuerzo fuesen los mismos y que disfrutara de todo descanso, el
juego y el deber.
Llegó el gran día. Una vez llegado al punto de partida, papá me dio
un abrazo y me dijo que yo era un niño saludable, si me
alimentaba bien y cumplía con mis trabajos, no tendría problemas.
Mamá me besó emocionada. Me dijo que me cuidara y que no me
fuera a dar un golpe feo, que obedeciera y fuera un buen niño.
Pregunté si en el bolso que llevaba cabría el tesoro que traería. Mi
papá me dijo que no ocuparía espacio y que fuera con confianza.
Así viví la experiencia del colegio internado, conocí a mucha gente,
hice muchas cosas. Participaba de cosas entretenidas. Aprendí a
tocar guitarra y flauta. En tardes de reposo conocí a Jesús, quien
nunca me abandonó en mi camino.
Han pasado años desde que llegué, pero aún me queda tesoro por
recoger. Mi papá tenía razón, el tesoro no ocuparía lugar en mi
equipaje. Estaba en la riqueza de mis amigos y profesores.
Empezar a ir al colegio es como ponerse al pie de la montaña,
cada día con esfuerzo, perseverancia y alegría se convierten en
una gran alegría.
Al final del camino cada uno evaluará su tesoro, ojalá ningún niño
se sienta con las manos vacías.

La biblioteca del pueblo

Sentado en la biblioteca del pueblo estaba don José, un viejito de


pelo blanco y ajado ropaje.
Él era muy conocido por su afecto y bondad. Pasaba varias horas
de la mañana en una mesa de roble leyendo.
Había leído tanto, que ¡cuánta historia habría en sus manos!,
conocía de historia, geografía e hidrografía. Sabía muchas cosas.
En las tardes los niños se acercaban a su casa para que les contara
de las maravillas que él conocía, el respondía a todas sus
preguntas.
Don José había intentado formar una biblioteca en el pueblo,
estaba dispuesto a donar todos sus libros, pero pasaban los años y
no se cumplía su sueño. Parecía que a nadie le importaba.
Don José era como una biblioteca pública, donde todos iban a
consultar. Él no entendía como no les molestaba su ignorancia y
no sentían la necesidad de saber más.
Algunos niños maravillados por su sabiduría, comenzaron a seguir
sus pasos. Don José les abrió las puertas de su casa maravillado.
Así los muchachos se convirtieron en profesionales. Acordándose
de lo que don José hizo por ellos, formaron una biblioteca. Don
José caminó despacito y entró a la ceremonia de inauguración.
Allí se veía una placa de bronce que decía Biblioteca José
Hermosilla Palma.

El primer volantín

Gabriel estaba muy agitado, sus pequeñas mejillas enrojecidas por


la emoción. Su abuelo mientras afirmaba los palillos que darían
forma al primer volantín del pequeño. ¿Falta mucho?- preguntaba.
Al fin el abuelito terminó el volantín, Gabriel estaba feliz.
Así se fueron al cerro a encumbrarlo. Gabriel se sentía muy seguro
y querido.
Su abuelito le explicó como debía volarlo y al tercer intento el
volantín comenzó a subir.
Gabriel estaba feliz y más aun cuando su abuelo le envió una nota
al volantín que decía: “amigo volantín, tu que estás más cerca del
cielo dile al buen Dios que cuide mucho a mis pequeños nietecitos.
La nota se puso en el hilo y como por arte de magia subió hasta la
cola.
A lo lejos se vieron regresar, tomados de la mano con el más
grande trofeo: la sonrisa del pequeño.

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