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Pena de Muerte
Pena de Muerte
En representación del Congreso del Estado de Coahuila, donde se aprobó una iniciativa
para aplica la pena capital, el diputado Fernando Donato de las Fuentes Rodríguez,
demandó no convertir la abolición de la pena de muerte en “un tabú”.
Quien rechazó tajante la reinstauración de la pena de muerte fue Javier Arriaga Sánchez,
consejero adjunto de Legislación y Estudios Normativos de la Consejería Jurídica de la
Presidencia de la República, él se pronunció porque se apruebe la iniciativa enviada por el
Ejecutivo Federal, en la que propone prisión vitalicia a secuestradores que asesinen o
mutilen a sus víctimas.
El vocero de la iniciativa del Partido Verde, Xavier López Adame, aclaró que la propuesta
de su organización para reinstaurar la pena de muerte, no va en contra de los derechos
humanos.
“Por supuesto que no, queremos que se defiendan todas las garantías procesales,
individuales de los procesados, no renunciamos y nunca declinaremos a proteger los
derechos humanos”.
Señaló que si un criminal que no tiene el menor remordimiento para cometer un secuestro,
en el que se violenta, se mutila, se asesina a una persona o a un inocente, tampoco puede
solicitar que se le garantice el derecho a la vida, pues renunció a él por su forma de actuar.
López Adame apeló a la sensibilidad de los legisladores para con las víctimas, a la vez que
lamentó las condiciones de marginación y de faltas de oportunidades que causan la creación
de delincuentes.
Tras esto anunció que impulsarán un Fondo Nacional Antisecuestros, que se nutra con
recursos públicos y privados, “pero que no éste a cargo del Poder Ejecutivo ni del Judicial,
ni de un Consejo Ciudadano”, señaló.
Cabe señalar que los foros de debate “Catálogo de Delitos Graves, Cadena Perpetua y Pena
de Muerte”, fue una propuesta del Partido Verde, para implementar esas penas en contra de
secuestradores y funcionarios públicos que actúen en complicidad con ellos.
Los foros tienen como principal objetivo: analizar, investigar para plantear nuevos sistemas
que permitan enfrentar las severas crisis que se viven en toda la República, por ello, uno de
los temas más importantes al que hizo referencia el legislador Duarte Jáquez es la
participación del Ejército en las acciones anticrimen y los programas a víctimas del delito.
En medio del pánico indescriptible en el interior del autobús, descienden los militares, se
pierden en las callejuelas, aparentemente alguno herido, y no se vuelve a saber de ellos.
¿Llegaron a sus cuarteles e informaron a sus superiores; desertaron? Lo más posible es esto
último, ante su incertidumbre sobre su responsabilidad y un sentimiento de incomprensión
de sus mandos, de desprotección que se torna para ellos en amenaza. Vale meditar su
significado profundo.
¿Actuaron bien los militares? ¿estaban autorizados a portar armas? y si no hubieran actuado
ante el flagrante delito, en defensa propia y de la sociedad, ¿qué hubiera pasado, qué se les
esperaría de presentarse a sus mandos e informar, y si se han dado a la fuga, qué les espera?
Este incidente es un caso de estudio, que a primera vista genera varias consideraciones, de
las que naturalmente surge la primera: la terrible inseguridad que priva en cualquier
circunstancia, y segunda, su posible resultado a corto plazo: la sociedad ha empezado a
actuar en su autodefensa y lo hará con su propia mano en todo lo que crea que es justicia,
aumentando así el desastre que vive el estado de derecho.
El caso Tecámac resultó noticiosamente intrascendente, pero merece que se le vea desde la
perspectiva de la situación actual y su desarrollo en el futuro. ¿Qué pasa si, como nos ha
enseñado la historia, la sociedad acaba por sublevarse ante la miseria, corrupción e
impericia y, sobre todo, la inseguridad y la injusticia? En Grecia bastó un error policiaco
para crear la sublevación nacional que estamos viendo. ¿Cuáles han sido los precedentes de
cualquier eclosión social?
Si no hay actos correctivos suficientemente perspicaces y eficaces, quizá más tarde que
temprano la erupción social acabará por manifestarse. En lo individual, en lo grupal, como
es el caso Tecámac, y ojalá nunca se dé el caso, como un estallido generalizado que
empieza a manifestarse como anarquía.
Hoy ya la mitad de territorio no es regida por el gobierno que se supone, ya sea éste el
federal, estatal o municipal. Está regida, y con esto debe entenderse gobernada, por el
terror, júzguese como miedo extremo; por la corrupción principalmente política, policiaca y
judicial, y por el crimen. Esta proporción del territorio se manifiesta, y ojalá se me corrija,
en Baja California, Baja California Sur, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila, Nuevo
León, Tamaulipas, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, para no ir más allá. Ahí no gobierna la
autoridad electa: priva de facto la violencia, el derecho del más fuerte y la ilegalidad.
De no darse, seguiremos en este proceso sordo que, además de los efectos aparatosos y
estridentes, está llevando sutilmente al país a una posición de creciente desprestigio e
inviabilidad como la nación deseable que ha costado décadas construir. No olvidemos que,
sin promoverlo, fuimos llamados “el hermano mayor de América Latina”. ¿Cuál es la
condición de respeto que se nos tiene hoy?
Una fuerza que se ha salido de sus cauces multiplica su explosividad. Someterla y
rencauzarla demanda de dudas, tiempos, riesgos y recursos exorbitantes que demandan de
gran talento y energía para su formulación y conducción, que hoy no se intuyen. En esto
radica lo paradigmático de Tecámac.