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Teoría y Análisis Literarios y Culturales I

Unidad 1.
Introducción
La teoría literaria es un modo de reflexionar sobre la literatura. Para comprender y
situar adecuadamente de qué se ocupa, es conveniente compararla y relacionarla con otras
modalidades que ha tomado esa reflexión a través del tiempo y hasta el día de hoy. Estos
apuntes se ocupan de este tema, enfocando en particular los conceptos de crítica literaria,
teoría literaria y análisis literario e incluyen asimismo una breve presentación de algunas
aproximaciones a la literatura que antecedieron al desarrollo de lo que hoy conocemos
propiamente como teoría literaria.
La reflexión sobre la literatura
Hay, por cierto, muchos modos de reflexionar sobre la literatura. Podríamos
distinguir, por ejemplo, los siguientes, sobre la base de los objetivos que se persiguen en cada
caso:
1) Clasificación: Se busca distribuir los textos literarios, o los autores, en
varios grupos, teniendo en cuenta los rasgos comunes que presentan y que
los diferencian de textos o autores ubicados en otros grupos (e.g. los
géneros literarios).
2) Valoración: se intenta apreciar qué tan bueno o malo es un texto literario, o
un conjunto de textos.
3) Interpretación: se aspira a esclarecer el significado de un texto literario.
4) Historia: podemos incluir aquí no sólo los intentos de ordenar en el tiempo
la información referida a la producción o recepción de un texto, sino
también a la biografía de los autores, o incluso a distintos aspectos del
contexto social en que los textos se produjeron.
5) Ciencia: El objetivo de esta modalidad de reflexión es explicar las
condiciones en que se produce la literatura, en cualquiera de sus niveles,
desde la experiencia individual de un lector frente a un texto hasta las
determinaciones generales (sociales, semióticas) de todo un conjunto de
textos.
Por supuesto, estas distintas modalidades pueden entrecruzarse de diversas maneras:
• La periodización literaria es al mismo tiempo historia y clasificación.
-Un juicio de valor suele estar implícito en la selección de los textos que se incluyen
en una historia literaria, ya que se supone que son los mejores.
-Una interpretación puede fundarse sobre una teoría que intenta explicar la
producción del sentido literario.
-...
Se podría hacer una larga lista con las muchas combinaciones posibles. Sin embargo,
es muy común encontrar trabajos que ponen el énfasis en una u otra de estas modalidades de
reflexión, y, por otra parte, el distinguirlas nos resultará útil para ubicarnos en las
complejidades de la historia de los estudios literarios y culturales. Lo que llamamos teoría
literaria, en efecto, surgió, a comienzos del siglo XX, como un esfuerzo por alcanzar un nivel
científico en la reflexión de la literatura y superar lo que se entendía como limitaciones de las
reflexiones dominantes en ese momento, a las que a menudo se las reúne hoy bajo el nombre
general de “crítica impresionista”, que ponían énfasis en la valoración y que además carecían
de una fundamentación general consistente y con algún grado de objetividad. Para aclarar
esto, y situar históricamente a la teoría, conviene comenzar por revisar el concepto de
“crítica”.
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Crítica y teoría literarias


En este apartado, intentaremos caracterizar los sentidos, en principio opuestos, de los
términos “crítica literaria”, por un lado, y “teoría literaria”, por el otro. Veremos también
algunas de las relaciones que se establecen entre ambas prácticas y ciertas confusiones a que
han dado lugar algunas de estas relaciones.
Criticar quiere decir originalmente “juzgar”. En este sentido no quiere decir
solamente encontrar defectos (como en el uso generalizado de la palabra fuera de los ámbitos
académicos), sino también virtudes. Criticar es, así, asignar valores, es decir tratar de
establecer, con cierto fundamento, qué tan bueno o malo es algo: una costumbre, una doctrina,
un texto, etc. La expresión “crítica literaria” se generalizó durante el siglo XIX, en referencia
sobre todo a los comentarios periodísticos, antes de pasar a designar una actividad académica.
Sin embargo, la actitud crítica, es decir la valoración como modo de reflexión sobre lo que
hoy conocemos como literatura, se encuentra a todo lo largo de la historia de las ideas, por los
menos desde los clásicos griegos en adelante.
Un juicio de valor es relativo a la escala de valores que se aplica, consciente o
inconscientemente. Lo que pudo parecer bello en cierto momento histórico, puede no ser
considerado bello en otro momento, y lo que se entiende como hermoso en cierto contexto
cultural puede no ser entendido de igual manera en otro contexto. Por otra parte, no siempre
se entendió que el valor literario se reduce al valor de lo bello. Así, por ejemplo, la retórica
clásica ponía el acento en la capacidad de persuasión: un texto era tanto mejor cuanto más
capaz era de convencer a los oyentes de la verdad o justicia de lo que se defendía. La belleza
en la forma, en todo caso, era un recurso para esa persuasión, pero no un fin en sí mismo.
Durante el período medieval, en cambio, predominó una actitud didáctica: se entendía que los
textos escritos debían no sólo entretener, sino sobre todo dejar una enseñanza edificante y se
los juzgaba en términos de esa función que se les asignaba. Durante el siglo XX, muchas
concepciones estéticas se concentran en el concepto general de la experiencia de la forma por
la forma misma más que en la del valor de lo bello en sentido estricto.
La actitud científica, que busca fundamentar sus apreciaciones objetivamente, intenta
evitar los juicios de valor, precisamente porque son relativos y tienden, por lo tanto, a
depender de la subjetividad de quien los emite. Aunque pueden reconocerse esfuerzos
anteriores, la actitud científica, con la que se vincula la palabra teoría literaria, comenzó a
generalizarse a comienzos del siglo XX. Aunque esta actitud científica fue cobrando un peso
cada vez más importante desde entonces en la actividad académica, eso no quiere decir que la
actitud crítica haya dejado de ocupar un lugar dentro de ella. En efecto, los juicios de valor y
sus fundamentos siguen siendo parte de lo que se enseña en las universidades y en las
escuelas. Hay estudiosos hoy en día influyentes que siguen sosteniendo que el valor estético
es una propiedad inherente de los textos. Harold Bloom, por ejemplo, en su libro El canon
occidental, sostiene que los textos literarios que persisten en la aceptación a través del tiempo
es porque se imponen por su valía a todos los otros. Este autor llega a proponer una lista
ordenada jerárquicamente de los mejores escritores de todos los tiempos. Esa lista (un canon
literario, palabra mediante la cual se designa los textos que se entiende que merecen mayor
atención y estudio) propuesta por Bloom ha sido discutida por otros estudiosos, que
encuentran que en ella se ponen de manifiesto no sólo las propiedades inherentes de los
textos, sino también los gustos personales del autor y su historia personal en relación con la
literatura.
De todos modos, hay que tener en cuenta que muchos esfuerzos que sí aspiran a ser
aceptados como científicos –y, por lo tanto, de teoría literaria- implican, consciente o
inconscientemente, juicios de valor. Decidir qué textos merecen el nombre de “literatura” o
dentro de lo que se reconoce bajo ese nombre, cuáles son los que merecen atención y estudio,
a menudo implica juicios de valor, que no siempre se hacen explícitos. De esta manera, uno
puede estar haciendo teoría sobre la literatura, tratando de adoptar una actitud lo más objetiva
posible, pero la selección de los textos sobre los que reflexiona ha implicado una selección
basada en algún juicio de valor, es decir se sustenta en una actitud crítica.
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Quizá porque la actitud crítica había sido tan predominante y, como vemos, siguió
siendo importante aunque no siempre visible, la modalidad científica de reflexión sobre los
estudios literarios se conoció durante mucho tiempo con el nombre de “crítica”,
denominación que, aunque puede conducir a equívocos, se alternaba con la de “teoría
literaria” o “ciencia de la literatura” y que todavía podemos encontrar hoy en día.1
El valor literario, o el valor estético en general, implica en sí mismo varios problemas
teóricos: ¿de dónde surge?, ¿hasta qué punto, entre quiénes y por qué es legítimo?, son
preguntas que se han intentado responder desde una actitud científica. Cuando se encaran
estas preguntas, se adopta la actitud científica para tratar de disminuir los índices de
subjetividad y relativismo de la reflexión propiamente crítica, dándole sustento teórico
(científico) a los juicios de valor, o intentado explicarlos por qué alguien puede valorar los
textos de una u otra manera.
Descripción y normativa
La noción de que los valores pueden ser relativos es, en consecuencia, bastante
reciente. Hasta entrado el siglo XX, las reflexiones sobre la literatura suponían que incluso la
belleza (o por lo menos el valor estético) es una propiedad objetiva de los textos y no que
depende de los gustos de cada época ni que, en cada época, incluso, puede variar entre los
distintos sectores y grupos sociales. Por este motivo, la actitud crítica se presentaba a menudo
de maneras similares a la de la actitud científica: se pretendía “describir” objetivamente la
belleza (dar cuenta de las cualidades comunes a todos los textos considerados bellos) y, sobre
la base de esas descripciones, explicitar las “instrucciones” para producirlos. Esto se ve muy
claro en las poéticas, el género discursivo más próximo a las concepciones actuales de la
reflexión sobre la literatura.
El verbo “poieo”, en griego, significa “crear” y Aristóteles (384-322 A.C.) lo empleó
para darle nombre a su clasificación y descripción de ciertos textos que presentaban
originalidad y belleza y que no habían sido producidos con el oficio de quien se limita a
reproducir objetos de uso práctico. A partir de su muy influyente Arte poética, el nombre se
generalizó para designar aquellos textos que tomaban como objeto de descripción o normativa
los textos verbales de pretensiones artísticas. Aunque incluye comentarios relacionados con la
belleza y la enseñanza, la Poética de Aristóteles tiene en general el tono de una enumeración
detallada de los rasgos propios de estos textos (sobre todo de la tragedia). Distinto es el caso
de la Epístola a los Pisones, una poética escrita por el poeta latino Horacio (65-8 A.C.), que
se presenta abiertamente como recomendaciones de un autor maduro y experimentado:
“Enseñaré cómo se escribe; diré la misión y las reglas del poeta, el manantial donde ha de
beber, lo que el buen gusto permite y lo que no...” Una tercera poética representativa es la de
Boileau, publicada en 1674. Como la de Horacio, esta Art Poetique, escrita en verso, ofrece
un conjunto de reglas rigurosas para la producción artística, propias de la mentalidad
racionalista del neoclasicismo.2
Crítica impresionista y filología
A comienzos del siglo XIX, la palabra “literatura” comienza a usarse en el sentido en
que la conocemos hoy, para referirse a textos escritos que tienen voluntad artística. Esto
coincide con el momento histórico en que comienzan a darse las condiciones que permiten lo
que se conoce como la profesionalización de los escritores. En efecto, una de las
consecuencias de la consolidación de los estados liberales es el crecimiento de la educación
pública y, con ella, un aumento de la población alfabetizada. En este contexto, un escritor
cuenta con un público cada vez más amplio, al que puede llegar a través del libro o a través de

1
La palabra “crítica” ha adquirido otro sentido en los estudios literarios y culturales durante el
siglo XX, que será examinado en la unidad 3.
2
En el marco del estructuralismo, del que hablaremos en la unidad 2, la palabra “poética” fue
nuevamente adoptada, aunque se le dio un sentido diferente al que estamos examinando aquí.
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una diversidad de publicaciones periódicas de alcance masivo. En consecuencia, ya no


depende del poder político o religioso para desarrollar su labor e incluso vivir de ella, sino
que está en condiciones de difundir los productos de su creación de una manera más
independiente para un mercado cuyos componentes sociales se han diversificado.
La reflexión sobre la literatura, que por supuesto había sido practicada siempre de
alguna manera por escritores y lectores constantes y educados, encuentra también su cauce en
las publicaciones periodísticas, en la forma que empieza entonces a conocerse como “crítica”.
Esta crítica periodística se basaba fundamentalmente en la autoridad que se le acordaba al
crítico, quien se suponía que contaba con un amplio conocimiento de la literatura, un don para
la interpretación correcta, y, sobre todo, una capacidad de valorar adecuadamente la calidad
literaria, en virtud de su “buen gusto”, expresión mediante la cual se hace referencia a los
criterios de valoración, aunque no subrayando su relatividad, sino, por el contrario,
entendiéndolos como una sensibilidad particular de la que algunos individuos gozan y que les
permite, precisamente, “orientar” a la masa de lectores. Por cierto, esta crítica periodística no
está exenta de polémicas, en las cuales a menudo se hace necesario explicitar algunos de esos
criterios. Sin embargo, esto no se realiza con afán de precisión ni de revisión profunda de los
fundamentos. Más adelante, cuando la actitud científica comience a cobrar cuerpo, esta forma
de crítica, difundida sobre todo a través de los periódicos, pero que también llega al libro y la
cátedra universitaria, será llamada “crítica impresionista”,3 para referirse al hecho de que el
fundamento de sus apreciaciones se basa en la impresión personal que el crítico tiene y no en
ningún conjunto de principios independientes y objetivos razonados y explicitados con algún
grado de sistematicidad.
Al mismo tiempo, en los ámbitos más restringidos de los estudios literarios, sobre
todo universitarios, cobra cuerpo otro modo de aproximación a los fenómenos literarios, que
adopta el nombre de filología. Este término, que quiere decir etimológicamente “amor a la
palabra”, comenzó a usarse para referirse a la disciplina que se dedicaba al estudio de los
textos clásicos y se vinculó especialmente con las técnicas necesarias para la recuperación,
mantenimiento y, sobre todo, desciframiento preciso y riguroso de los textos de la antigüedad
y, luego, también del período medieval. Este tipo de trabajo implicaba mucha minuciosidad y
un conocimiento técnico relativamente sofisticado, lo cual quizá explica que, sobre todo en la
segunda mitad del siglo XIX, con el desarrollo de la valoración del detallismo empírico que
caracterizó al positivismo, la filología comenzara a considerarse una forma científica de
aproximación a la literatura. Sobre la base de los resultados de sus exámenes de los textos
antiguos, los filólogos producían no sólo la recuperación de los textos, sino que además los
interpretaban e intentaban trazar su historia, actividades que también quedaban encuadradas
dentro de su disciplina y que, consecuentemente, alcanzaban también un cierto halo de
cientificidad. Hasta el día de hoy, en muchas universidades, la palabra “filología” sigue
usándose como nombre general para el estudio de las lenguas y las literaturas.
La estilística
La voluntad científica de la filología, originalmente, se concentraba en la
recuperación de los textos clásicos originales y la acumulación de datos en relación con ellos.
Dentro de esos datos, por cierto, se encontraban los que se referían a la interpretación de los
textos, ya que, al fin de cuentas, el objetivo final de la recuperación de los textos era el de
comprenderlos mejor. Aunque la virtud más deseable en los filólogos era su erudición, es
decir el conocimiento de una multitud de datos y el establecimiento de relaciones de diversa
índole entre ellos, así como la capacidad de compararlos entre sí, parece bastante explicable
que con el transcurso de esta práctica disciplinaria, comenzaran a suscitarse reflexiones que
intentaran superar esa pasión positivista por el dato empírico y dar un fundamento a la
actividad interpretativa misma. Es en este contexto que, bajo la influencia de algunas

3
No hay que confundir este uso de la palabra “impresionismo” con el del movimiento
estético, sobre todo en pintura, que se dio a fines del siglo XIX, y que se emplea también a veces para
ciertos aspectos estéticos en literatura.
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aproximaciones filosóficas idealistas (particularmente de Croce, Humboldt y Vossler), se


desarrolló la estilística, una aproximación que aunaba la lingüística y la estética con el fin de
dar las pautas para la interpretación de los textos. La estilística se distinguió de la filología
clásica no sólo por su antipositivismo sino también porque no redujo su campo de acción ya al
estudio de los textos clásicos, sino que abarcó también, y luego preferentemente, textos
modernos e incluso contemporáneos a los de los propios estudiosos (a los que se siguió
llamando “críticos”).
La figura más influyente en el desarrollo y difusión de la estilística fue Leo Spitzer
(1887-1960). En esta concepción, se supone que el escritor, en tanto que artista, expresa a
través de su obra, de una manera única y singular, una concepción particular del mundo (en
alemán, Weltanschauung), la cual puede recuperarse si se examina atentamente su estilo,
entendido como un modo particular de uso del lenguaje. El estudio de los textos consiste, en
consecuencia, en encontrar esos rasgos particulares, en distintos niveles del uso del lenguaje
del autor, para sustentar sobre la base de ellos la reconstrucción de la Weltanschauung que les
da su sentido. De este modo, la lingüística proporciona los medios para dar cuenta del logro
estético (la expresión artística de una visión del mundo). En el marco de la lingüística de
Saussure,4 Charles Bally desarrolló los principios de una estilística entendida como una
“lingüística del habla” (complementado la “lingüística de la lengua” que había desarrollado
Saussure en sus trabajos). Esta línea de trabajo fue aprovechada por la crítica literaria
estilística, que adoptó algunos de los conceptos saussurianos.
La aproximación estilística a los fenómenos literarios se desarrolló originalmente en
Alemania, pero luego tuvo importantes difusores en España, tales como Dámaso Alonso y
Amado Alonso. La influencia de este último, radicado en Argentina luego del triunfo del
franquismo en España, y del mexicano Alfonso Reyes, explican quizá en parte que la
estilística se constituyera en un modelo predominante de aproximación a los textos literarios
en Argentina, como en otros países hispanoamericanos, por lo menos hasta la llegada del
estructuralismo francés, durante los 1960.
La estilística se basa en el supuesto de que el espíritu privilegiado del artista, que lo
distingue de los seres humanos comunes, es la fuente de su logro artístico. Sobre la base de
este supuesto, la estilística aspira a desarrollar métodos que permitan recuperar esa
singularidad espiritual expresada en sus creaciones. Hoy en día, estas presuposiciones
filosóficamente idealistas son difíciles de sostener. Se entiende más bien que la
individualidad del escritor está siempre condicionada por el contexto social en el que se ha
formado y los códigos vigentes en ese contexto. Su talento se expresa en los términos de esos
condicionamientos y no en virtud de una inspiración superior a la que sólo él y algunas otras
almas selectas tienen acceso. Por este motivo, la estilística ha dejado su lugar a otras líneas de
pensamiento. Sin embargo, introdujo en la práctica de los estudios literarios el análisis de
detalles del uso del lenguaje, cuya utilidad sigue siendo reconocida. Por otra parte, al haber
sido la escuela predominante hasta hace menos de cuarenta años, no es extraño que
encontremos sus huellas en nuestro ámbito hasta el día de hoy.
Aunque los estilísticos siguieron llamándose “críticos”, podría ya considerárselos
también “teóricos”, puesto que propusieron un modelo general mediante el cual explicaban el
funcionamiento de la literatura. El hecho de que ese modelo sea hoy cuestionado no los hace
menos “teóricos”. En efecto, lo relevante para hablar de “teoría” es esa voluntad de explicar,
en contraste con la de simplemente describir o dictar normas. Compartiendo ese esfuerzo por
explicar, sin embargo, y como veremos a lo largo del curso, las distintas teorías literarias
están en permanente polémica unas con otras. Es conveniente conocerlas y comprenderlas no

4
La obra de Ferdinand de Saussure (1857-1913), sobre todo a partir de la publicación de su
Curso de Lingüística General (1916), transformó los estudios lingüísticos, y, más adelante, fue tomada
como guía fundamental en otras disciplinas humanísticas y ciencias sociales. Su influencia sobre el
estructuralismo francés fue tan importante que nos detendremos en algunas de sus propuestas en la
unidad 2.
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para aplicarlas a todas, sino para poder fijar una posición propia y coherente en relación con
los diversos problemas que ellas enfocan. Así, el que hoy se pongan en tela de juicio los
presupuestos de la estilística, no quiere decir que ya no podamos aprender nada de ellos. En
primer lugar, es importante entender, por supuesto, las razones por las que se pueden dejar
hoy de lado sus postulados. Esto, a su vez, nos permite distinguir cuáles de sus propuestas, sin
embargo, pueden considerarse todavía factibles. Por otro lado, la propia discusión enriquece
nuestra consideración de los problemas literarios en general y, en el caso de la estilística en
particular, nos permite tomar conciencia de modos de trabajar con la literatura que estuvieron
muy vigentes en nuestro contexto y que, como señalamos arriba, pueden estar influyendo
todavía en alguna medida.
Teoría y análisis literarios
La estilística nos proporciona también un primer buen ejemplo de cómo la teoría se
vincula con el análisis literario. Por “análisis” se entiende, en efecto, el estudio de las
propiedades particulares de un texto concreto (o, eventualmente, de un conjunto de textos, o,
incluso de todo el contexto en que esos textos han sido producidos) con el fin de hallar, a
través de ese estudio, respuestas a ciertas preguntas sobre ese texto. Ahora bien, para poder
realizar un análisis debemos entonces decidir primero cuáles son las preguntas que queremos
contestar y, luego, de qué manera el texto puede contestarlas (es decir, en qué propiedades del
texto tenemos que fijar nuestra atención para poder encontrar la respuesta). Tomar esas
decisiones implica adoptar una teoría. En cierto sentido, la reflexión teórica no es sino la
reflexión sobre cuáles son las preguntas que debemos hacer a los textos literarios y cómo es
que ellos pueden contestarlas.
Para ilustrar estas definiciones, veamos el ejemplo de la estilística. En este caso, el
objetivo es la interpretación del texto, o, muy a menudo, del conjunto de textos de un mismo
autor. Su teoría sostiene que el sentido del texto es el resultado de la voluntad de expresión de
la Weltanschauung del autor, una visión del mundo coherente y orgánica que se manifiesta en
el uso particular del lenguaje de ese autor. En consecuencia, el análisis estilístico consiste en
buscar en el texto los modos particulares en que el autor usa el lenguaje (desvíos con respecto
a la norma, figuras que se reiteran a lo largo de la obra, etc.), porque, según el modelo teórico,
esos signos son la marca de la Weltanschauung. Es importante observar que para la estilística,
es la Weltanschauung la que da sentido a esos signos, son la expresión de una intuición
trascendental (términos tomados del pensamiento estético de Benedetto Croce) que guía la
obra del artista. Para considerar un ejemplo, tomemos el concepto de enumeración caótica,
mediante el cual Spitzer describía un rasgo predominante del estilo del poeta norteamericano
Walt Whitman y que consistía en ordenar enumerativamente elementos muy disímiles de la
realidad (el movimiento de los planetas y una brizna de hierba, por ejemplo). Para Spitzer,
este recurso (un rasgo que se reitera una y otra vez a lo largo de la obra de un autor) le
permitía a Whitman dar cuenta de su intuición panteísta, de un universo que constituía una
profunda unidad subyacente a su aparente diversidad. Años después, Amado Alonso apeló
nuevamente a la “enumeración caótica” para referirse al estilo del poeta chileno Pablo Neruda
en su libro Residencia en la tierra. Y, sin embargo, en este caso, la Weltanschauung era
diferente: para Alonso, la intuición fundamental de Neruda era la de un mundo en permanente
disgregación. El sentido de los rasgos de estilo, de esta manera, se deriva, en cada caso, de la
Weltanschauung que se expresa a través de ellos, y que es la que debe desentrañar y poner al
descubierto el estudioso de la literatura, según la concepción de la estilística.
Así, el principio y los modos de hacer el análisis se deriva coherentemente de la
teoría. Un modelo teórico diferente llamará la atención sobre otros aspectos del texto. Puede
ser que a ese otro modelo teórico también le interese la interpretación, pero entienda que el
sentido se produce de otra manera. Por ejemplo, por las relaciones entre las palabras mismas,
como parte de un código, y no en virtud de la expresión de una concepción orgánica del
mundo que emana del autor. El análisis que se derivará de esta teoría, entonces, no buscará
rasgos reiterados que den la señal de un estilo individual, sino que pondrá atención a distintos
tipos de relaciones entre los signos presentes en el texto. O puede ser incluso que a otra teoría
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no le interese la interpretación, sino otros aspectos del texto, como su valor estético, o su
forma, o su articulación social, etc. Los análisis, en cada caso, diferirán entre sí, porque
buscarán en el texto los elementos que según la correspondiente teoría son los significativos.
A lo largo del curso, revisaremos varias teorías influyentes y promisorias y comprobaremos
que, en efecto, cada una implica modos diferentes de análisis. Algunas pueden
complementarse entre sí, otras son abiertamente contradictorias.
No está de más insistir en la importancia de la relación entre teoría y análisis. Si uno
no tiene en cuenta que un análisis literario implica siempre una teoría explícita o implícita, se
corre el riesgo de limitarse a encontrar rasgos aislados que no conducen a ninguna parte.
Siguiendo con el ejemplo de la estilística, no es raro encontrar trabajos (e incluso, métodos de
enseñanza de la literatura) que caen en este error y se limitan a enumerar “rasgos estilísticos”
de un texto o de un autor, sin conexión entre sí ni mucho menos con la unidad orgánica que,
según la teoría, les daba sentido. El conocimiento de las distintas teorías y sus fundamentos
nos permitirá, precisamente, elegir fundadamente entre aquellas propuestas que mejor cuadran
con lo que nosotros mismos creemos relevante en los fenómenos literarios, y sobre esa base
desarrollar nuestras propias aproximaciones.

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