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¿De tiendas…?

Era la hora del ocaso, cuando entré en aquella sala…

Las paredes y suelos estaban casi completamente suprimidos por trastos


de metal, trastos que ignoro para qué servían; pero aparentemente, no eran
para un uso útil.

Recuerdo esas paredes grises, repletas de relojes. Sí, relojes, circulares,


cuadrados, ovalados, rectangulares… con forma de animales, de todos los
colores que os podáis imaginar, marrones los más comunes, pues la
mayoría eran de madera cascada, muy antiguos… también tenían diferentes
estampados; pero tenían una peculiaridad propia; todos los relojes tenían
manecillas de plata, y números de oro. Todos, menos uno, que no tenía
manecillas ni números; El Reloj De Sol. Ese estaba en el suelo, en medio de
la sala, iluminado por el sol del atardecer de Londres, que se hallaba sobre
el río Támesis.

Tres mil relojes y más de seis mil manecillas… Tres mil segunderos
haciendo a la vez “tic, tac.” Eso era un sitio para volverse loca…

- Hola, jovencita, ¿podría ayudarle en algo? - dijo una peculiar anciana.

- Eh… no, gracias. Ahora mismo estoy… examinando estos… estos


peculiares relojes.

- Oh, sí, claro. ¿Son fantásticos, no crees?

- ¡Sí, por supuesto! – en realidad odio los relojes, me parecen objetos


abominables construidos para ser conscientes del paso del tiempo, para
saber con exactitud que envejecemos cada segundo… pero, no le iba a decir
que aquello me parecía una sala satánica de tortura –. Son preciosos.

- Bueno, tómate tu tiempo, yo tengo todo el del mundo para esperar.

- Genial…

Se marchó, como una sombra espectral, deslizándose con tal sutileza y


dulzura que parecía que estaba levitando de camino al sótano.
Era una anciana… muy curiosa. Tenía grandes gafas, grandes como platos,
qué digo como platos, ¡cómo ruedas de camión!

A pesar de ser anciana y tener las típicas arrugas (las de alrededor de la


boca, los ojos y la frente) no parecía muy mayor en cuanto a la piel. Llevaba
un camisón que parecía de los cincuenta (igual que aquel lugar), sandalias
que dejaban entrever sus pies, arrugados como pasas, y llenos de lunares
(aunque creo que eran hongos).

En fin, después de que la anciana consiguiera desconcentrarme un poco


de esos angustiantes y rítmicos segunderos, pasé a la siguiente sala. Ésta
estaba repleta de jaulas, grandes y pequeñas, largas y estrechas, finas y
gordas…

Había cualquier utensilio que sirviera para domesticar y enjaular


animales, desde látigos, hasta juguetes caninos o aperitivos que se suelen
dar como premio a una acrobacia.

- Curiosa tienda, ¿no crees? – dijo una voz desde la esquina.

- ¿Quién habla? – al decir esta frase, me sentí como la protagonista de


una película americana…

- Yo, el dependiente de esta sección – y acto seguido salió de la sombra,


y un haz de luz se reflejó en su placa, en la que ponía “Fredo”. ¿Qué clase de
nombre era Fredo? Si no es el hermano de un elfo con un anillo mágico, no
tiene sentido.

- Ah, vale. He hablado antes con la dueña; tan sólo he venido a mirar.

- Bueno, me parece bien, nunca hay nadie merodeando por aquí…

- ¡Qué raro! – se me escapó, con cierta ironía -. Eh, quiero decir… Qué
raro, ¿no? - empezó a soltar carcajadas.

- No hace falta que lo ocultes; esta tienda es… peculiar. Y supongo que
no está hecha como un centro comercial, para que haya gente cada dos por
tres…

- O para que no haya gente, directamente. Me da la sensación de que la


anciana…
- Greely.

- De que Greely es feliz con esta tienda, pero… no es precisamente una


persona sociable.

- Oh, bueno, claro, con desconocidos no… - empezó a silbar, y


desapareció dando saltitos hacia el sótano. De pronto se escuchó un gran
estrépito, algo así como “PIMPAMBUMBAAM”, y la tienda estalló, haciendo
aparecer una gran neblina verde, con miles de centelleantes estelas de
colores, y…

“Riiing, riiiing, riiiing…”

- ¿Diga? – todo había sido un sueño… ¿Qué cené yo anoche?

- Hola, ¿Luca? – dijo la voz del teléfono. Era mi amiga Ruldia.

- Sí…

- Jope, ¿estabas dormida?

- Sí; profundamente. Pero da igual, para eso está el teléfono, para


cuando el despertador no tiene pilas.

- ¡Lo siento! Oye, estoy aburrida, ¿te parece ir al Támesis… sobre las
cinco?

- Perfecto. ¿Qué hora es?

- Las cuatro y media.

- ¡Me visto y voy hacia allí!

- Vale, adiós… - yo ya había colgado.

Me iba a vestir, cuando me di cuenta de que no estaba en pijama… “Qué


raro… bueno, una cosa menos”, pensé. Me dirigía hacia el Támesis, cuando
vi un gran reloj de sol, en el lugar donde debía estar aquella señora…
¿Greely? ¿Por qué nunca antes había visto ese reloj?...

- ¡Hey! - era Ruldia, gritando… Fui corriendo hacia ella, por el paso de
cebras, cuando… “Fredo.” ¿Qué hace la placa de Fredo aquí?... Esto
empezaba a ser MUY raro.
- Hola, Ruldia – saludé.

- Hola, Luca. Hemos quedado aquí para que pueda enseñarte una cosa…
- dijo, señalando con ilusión un puestecillo al otro lado del puente –. Es una
tienda de antigüedades, ¡tiene cosas interesantes!

- No tendrá relojes, ¿no?

- No, claro que no. ¿Por qué?

- ¡Por nada, vámonos!

La tienda (a pesar de lo que yo creía) era totalmente diferente; muy


llamativa y luminosa.

- Hola, jovencitas, ¿podría ayudarles en algo…? - dijo una voz a mis


espaldas. Me giré automáticamente.

- ¿Gree… Greely?

- Sí, ¿cómo sabes mi nombre…?

Por todas esas veces que uno sueña algo tan real que no es consciente
de que ha sido un sueño hasta que se despierta, por todas esas veces que
uno vive y parece un sueño…

Por todas las confusiones…

Claudia León Ríos, 1ºB.

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