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Muchos pensamientos para una sola cosa

Todas las mañanas son iguales: lindas, novedosas y especiales. Me levanto, abro la canilla y
descubro que el agua todavía no volvió. Ya son dos semanas, el barrio, encima del calor, tiene un
tufo a chivo y huevos terrible y yo no soy la excepción. Nuevamente no me afeito, no vaya a ser
cosa que, por no ablandar mi piel con el calor del agua caliente, me corte como un pelotudo con la
gillete.
Levanto la tapa del inodoro: un terrible olor a baño de estación amenaza con voltearme, así que
cierro y me digo que ya orinaré en el trabajo.
Me pongo la camisa con menos arrugas y menos olor, sudo bajando los ocho pisos, y salgo al sol
de las nueve de la mañana que a esta altura ya te recalienta la cabeza con treinta y cuatro grados. En
el asfalto están los restos de las fogatas de basura que encendieron los vecinos por la noche
protestando por la falta de luz. De agua, dos semanas; de luz, un día sí, cuatro no.
Camino hasta la parada del colectivo. Me subo, pago, levanto el brazo para agarrarme y una vieja
me pone mala cara por quedar bajo mi axila.
Después de un montón de vueltas, bajo en el microcentro y me meto dentro del laburo. El
supervisor me mira mal.
Mientras se enciende la PC, voy al baño, me lavo los dientes, me enjabono las axilas y los huevos.
Me acomodo un poco los pelos, también.
Al salir, mi compañero Morales, me informa que el gerente me llama. Voy y me pega una
levantada en peso por mi aspecto. Me dice que soy un hombre desprolijo, por qué en la apariencia
no me fijo, que así no puedo ser. Mientras el tipo habla yo pienso que no cambia nada estar un poco
sucio si mi cabeza es eficaz. Se lo manifiesto y el trompa niega, no, no, no, y me echa de su oficina,
tirando Glade detrás de mí.
Vuelvo a mi escritorio, me siento delante de la PC. Mi compañero me pregunta qué quería él
gerente. Resignado, le contesto:
- Siguen reprochandome, Morales.

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