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En los textos breves, el autor está obligado a ajustar su voz a la extensión narrada y
en consecuencia su voz y estilo suelen diluirse. Sin embargo, en el caso de los
relatos de Lugar, se aprecia lo transversal de su estilo característico de frases largas
y coordinadas, descriptivas, envolventes, donde el espacio y el tiempo se aquilatan
perfectamente y los recursos sintácticos se usan con acierto y diversidad. ¿Esta
técnica puede incluirse en una determinada tradición literaria? O dicho de otra
manera, ¿con qué mimbres literarios está hecho el cesto de su obra?
Habría que definir qué es la tradición para un escritor. La tradición para un
escritor no son los escritores que le gustan, sino los que le incitan a escribir. Hay
escritores que nos disuaden de escribir, nos hacen pensar que la literatura es una
aventura que no vale la pena ser vivida. También hay otros que admiramos mucho,
pero que no nos incitan a escribir. Simplemente están ahí como alguien a quien
admiras. Y existen otros que admiramos y, al mismo tiempo, nos hacen sentir que lo
único que se puede hacer es escribir porque vale la pena. Escribir es aquello que
realmente nos permite existir plenamente. Hay algunos escritores que producen ese
efecto en mí; aunque no los relea, lo han producido. Cada vez que sentía que no
valía la pena seguir trabajando —porque no hay que creer que uno escribe en la
omnipotencia, sino que lo hace la mayor parte del tiempo en la incertidumbre y el
desaliento; y tiene que superar muchas cosas para escribir—, la existencia de esos
escritores era ya un estímulo para volver a trabajar. Eso, a mí me parece, es la
tradición de un escritor. Y, al mismo tiempo, son esos escritores donde uno aprende
a escribir. Porque uno aprende leyendo a escritores, no aprende de los libros, en los
manuales. Y aprende también a escribir alejándose de esos modelos. Esa es la cosa
más difícil y, casi diría, dolorosa. En todo escritor hay un parricida, en la medida en
que aquellos escritores que más admiramos son a los que tendemos a parecernos, y
nuncase logra, aunque siempre hay un influjo de ellos muy fuerte. Eso crea también
una tradición. Faulkner y Conrad pertenecen a una misma tradición. Faulkner, según
decía él, hereda la tradición de James Joyce, Joseph Conrad y Thomas Mann. Todos
los narradores que cuentan en el siglo xx han heredado la tradición de Flaubert y
Dostoievski. En ese sentido, esa es la idea que tengo de tradición. Puedo dar muchos
más nombres: Goethe, Pavese, Onetti..., pero no vale la pena.
Su obra se podía señalar como realista y ello implica un cierto compromiso con la
realidad. En su caso, ese compromiso con la realidad política y social de su país ya lo
ha expresado en Lo imborrable y Glosa, donde habla de la dictadura y el horror que
la sostiene. ¿La actual situación de terrible crisis económica que sufre Argentina
influirá en sus textos?
Supongamos que a un amigo, Kafka le decía que iba a escribir una historia de un
hombre que se convierte en cucaracha. El tipo le hubiera dicho: "¡Porfavor, Frank,
pensá en otra cosa!". Se puede hacer literatura, si uno tiene talento, con todo.
Incluso se puede decir que hubo una literatura de la depresión económica en los
Estados Unidos. Todos los escritores de la Generación Perdida trabajaron ese tema.
Particularmente Steinbeck, John Dos Passos y James T. Farrell. Y en la literatura
argentina, posiblemente en la española también, ha habido escritores sociales que
han sido importantes. No es mi vena, no es mi manera de ver las cosas, pero me
merece respeto. Ahora bien, en este momento estamos viviendo en medio de una
situación de la realidad cotidiana que me gustaría poder comprender mejor para
ayudar a cambiarla. Pero no veo por ahora una relación con mi literatura. Por ahora.
Porque voy incorporando cosas, pero siempre más tarde.
En su obra se repite un elemento importante, que está siempre muy presente, que
es el río. Pero a diferencia de Conrad, donde el río es un destino, una dirección, en
usted es un límite, una frontera. Da la impresión de que cuando sellega al río ya no
hay nada más.
Sí, el río malayo de Lord Jim. Aunque Conrad sólo estuvo allí diez días en toda su
vida, escribió como cinco o seis libros al respecto. Uno de ellos es maravilloso. No me
acuerdo ahora como se llama exactamente... Trata de un capitán ciego que disimula
la ceguera y disimula dirigir su barco, pero quien lo hace es su segundo, un
indígena... Es maravilloso el libro... Esto es para decir que el río, para mí, es un
elemento empírico, pero también en sí mismo es un símbolo universal.
¿Se podría considerar sus novelas como fronterizas, ese lugar donde el mestizaje y
el azar son posibles, en el sentido de que el río es un límite y, al mismo tiempo, un
lugar de confluencia?
Eso está muy bien observado. Nunca lo había pensado. Todas las ciudades
que se extienden al borde del Paraná —y sobre todo Santa Fe— terminan
abruptamente sobre el río. Al otro lado está el campo. No hay ninguna ciudad
enfrente de Montevideo o Buenos Aires. Están separadas una más debajo de la otra.
No es como aquí. Como en París que hay rive gauche y rive droite. Allí el río es,
efectivamente, un límite. No sé si recuerda uno de los poemas de Los cuatro
cuartetos de Eliot: "Al principio admitido como un límite", dice del río. Y
efectivamente. Al mismo tiempo la frontera es de lo imaginario. Es una frontera
cultural, un encuentro de muchas coordenadas culturales diferentes. El río las ha
sintetizado en un momento de la historia. La Pampa en el siglo XIX estaba vacía y
prácticamente todas las comunicaciones eran fluviales. En el siglo XIX la Argentina
del litoral vivía mucho más sobre el río. Con la aparición del ferrocarril y los caminos,
el río desapareció como zona de comercio y centro, y quedó como una especie de
lugar salvaje. Luego fue puerto de ultramar con la expansión del trigo, pero cuando
terminó ese apogeo, volvió al estado salvaje nuevamente. Podríamos decirlo, aunque
no es tan así, pero digamos que tuvo una especie de regresión al estado salvaje y de
frontera no sólo física, sino también cultural.
Pero debe de ser difícil mantener esa argentinidad en Francia, dónde forzosamente
tiene que hablar y convivir con otro idioma.
Por supuesto. Yo antes tenía más experiencia del inglés que del francés. Luego,
poco a poco fui abandonando el inglés: porque mi objetivo principal es concentrar
todo en la escritura. Y aquello que pudiera traer problemas al trabajo de escritura lo
iba abandonando. Llegó un momento en que la cosa sevolvió monótona. Incluso
empobrecedora, pero me parece que vale la pena si lo que uno quiere hacer es
escribir.
Personalmente yo no lo aprecio.
Yo tampoco. Hay algunos escritores franceses a los que quiero mucho. Pero los
dos que más me han impresionado son Flaubert y Proust. Son los que más he
releído. Particularmente Flaubert. Era un extraordinario técnico. Proust es un
maravilloso escritor, en cierto sentido más grande que Flaubert, pero creo que
domina menos su materia. Flaubert era un hombre que dominaba el texto desde el
principio hasta el final. Y eso ha sido un ejemplo muy grande para todos los
narradores del siglo XX. Hay algunos escritores delNouveau Roman que me inspiran
mucho respeto. Creo que es el último gran movimiento de la literatura
narrativa. Por ejemplo, Nathalie Sarraute, Robbe-Grillet... Las primeras novelas de
Michel Butor; después, desgraciadamente, dejó de escribir novelas. L'Emploi du
temps y La modification son novelas muy interesantes. Claude Ollier tiene una novela
que se llama La mise en scène.Es excelente. Robert Pinget escribió una novela que
es la menos conocida, pero me parece que la mejor de él. Se titula L'Inquisitoire.
Muy interesante...
Uno de los rasgos más sobresalientes de su obra es cómo dota a sus personajes de
un calado psicológico —que fundamenta su personalidad y carácter ético— sin caer
en tópicos.
Está bien utilizar la psicología cuando se trata de seres humanos, pero hay que
saber qué psicología se utiliza. Yo la pongo con cuentagotas.
En La pesquisa, por ejemplo, se hace patente esa mesura. Hay un interesante juego
psicológico con el lector con posibles desenlaces de la trama, aunque desde el
principio da la impresión de que vamos a adivinar quién es el asesino.
Cuando terminé La pesquisa y todavía no había sido editada en Francia, le dejé
una copia a mi editora francesa porque la quería leer. Entonces me fui a Santa Fe y
una semana más tarde hablé por teléfono con mi mujer y me dice: "Ché, sabés que
fulana me ha dicho que tengás cuidado que se nota enseguida que el asesino es
Morvan". Yo dije, me parece bárbaro, mordió el anzuelo.
Usted fue en la Universidad Nacional de Litoral profesor de Historia del cine y Crítica
literaria. Ese conocimiento del cine y su técnica se aprecia en determinadas
secuencias de sus novelas:la forma de detallar ciertos lugares recuerdan al encuadre
cinematográfico. Es una escritura muy visual. ¿Cómo logra que esos componentes
cinematográficos queden bien insertados en loliterario sin que el texto se simplifique
y reduzca, como es habitual en muchos de los actuales escritores, a un mero guión
de cine?
La manera de eludir lo cinematográfico, en mi caso, es reducir los diálogos al
mínimo. La parte descriptiva y narrativa me parece que son esenciales. Aunque en
algunas de mis novelas hay más o menos diálogo. Trato de modular el relato de
acuerdo con las necesidades. Es el relato mismo el que exige la utilización de tal o
cual procedimiento. Creo que el ojo, la visión actual, están siempre mediatizados.
Todos nuestros sentidos están mediatizados por nuestra cultura. El otro día hubo
una cosa que me llamó la atención y, al mismo tiempo, me disgustó. Viajamos a
Toledo y fuimos a ver El entierro del Conde de Orgaz. ¡Y le han puesto música de
réquiem! Y uno está allí como en un entierro. Todos salen cariacontecidos. Me fui un
poco furioso. Ese cuadro magnífico debe hablar por sí mismo. Decíamos con mi
mujer: ¿por qué no hacen que las figuritas se muevan, que las caras tengan
movimiento, les pongan unas leyendas o que haya diálogos?
O que pongan, como hizo Damien Hirst en una de sus instalaciones, un trozo de
carne para que los espectadores huelan el hedor de la descomposición. Porcierto,
como en La pesquisa, donde uno de los gemelos Garay, su alter ego, descubre un
trozo de carne en la casa de su hermano desaparecido. Esa secuencia es muy
inquietante. Aquilata perfectamente la lógica de los desaparecidos en la dictadura
argentina.
Eso lo podíamos llamar metonimia.