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La portería

Por Fabián Gatti

Carlos no despertó de un coma después de veinte años. En realidad no le pasó nada


extraordinario, pero un día se levantó viendo todo diferente. Su abnegada esposa ahora
era una mina de cuarta, su suegra, algo peor que una rata de caño. Bueno, al menos algo
permanecía igual. Sin embargo el cambio más importante se produjo en la percepción
de su trabajo. Ocuparse de la portería de un edificio mediano significaba ser un esclavo
con cuarenta y dos amos. Eso había sido hasta hoy. Pero el esclavismo no le sentaba
bien al poseedor de esta nueva mirada. Después de la tercera inquilina que, de mala
gana ayudó a subir sus compras, se dijo: -Basta. ¡Esta noche me las garcho a todas!
Pasada la primera hora de su decisión, pensó que no le iba a dar el físico. Así que pasó a
hacer una selección. La del diez podría ser. Tenía cola de caballo. La del quince, que
hablaba atravesado, era una fija y por último el postre: la paqueta del penthouse.

En la tarde fue a la farmacia como todos los lunes. Le trajo remedios a la vieja del
cuatro. Se guardó los veinte pesos de la propina y subió a la azotea a realizar la
limpieza de los tanques de agua.

A las nueve y media fue por lo de cola de caballo. Se lo hizo al ritmo de los ronquidos
del marido , que estaba sentado frente a la tele. Pasaban “Gasalla”. Carlos se quedó a
mirarlo.
Después fue para el quince, pero los mariconasos se habían trancado con el pasador. No
se animó a llegar por el balcón porque le daba miedo dejar las bolas enganchadas en las
rejas.
Tomó el ascensor. Penthouse.
Lo primero que encontró al entrar fue un mordiscón. El perro puto no se había
dormido. Es cierto, tomaba leche. Ni té, ni café, ni mate. Leche tomaba el hijo de puta.
-Ma sí, otra vez será. La verdá es que la noche me salió para el culo. Gasté más en
somníferos que lo que cuestan tres putas.
- Bueno.- pensó.- No me caliento...Total, pagó la vieja del cuatro.

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