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No debía ser yo.

Pero la evidencia actual me condena a creer que sí, y como dice la canción, es
una dulce condena. El lapso impulsivo fue tal que no recuerdo nada en absoluto de los hechos.
Lo importante es lo de ahora.

Estoy tirado en el pasto verde y suave. Mirando el cielo celeste. Con alguna nube que se
entromete en el cuadro y un sol lo necesariamente brillante como para disfrutarlo sin tener
que fruncir exageradamente el ceño. Es acá donde quiero estar ¡En mi vida puse una semilla en
la tierra! Pero ahora sí. Y los brotes son fantásticos. Genero mi propio alimento: las comidas y
los postres. Verduras, frutas, huevos…incluso algún que otro cerdo de vez en cuando. No soy
yo. No puede ser que sea yo. Pero sí, lo soy. Soy yo, salvo que ya no soy el yo de antes: el
materialista, el que sufría todos y cada uno de los karmas de un joven de 25 años en una
metrópolis convulsionada, viciado de todos los males de las más variadas industrias culturales.

Finalmente no tengo más nada de qué preocuparme. No hay más trabajo y compañeros de
oficinas. Ya no obedezco más que a mis instintos y a mis creencias celestiales. Ningún otro ser
humano me impone condiciones: como mucho, ahora me preocupa seriamente cuidar por el
bienestar emocional de mi compañera. Con ella me fugué. Con ella empecé esta nueva vida. La
que me tiene con los ojos perdidos en el cielo celeste, con algunas nubes metiches, recostado
sobre el pasto verde y suave. Y si fruño el ceño es porque ella se desvive por verme con ese
gesto.

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