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Diario de Ana Frank

Publicado en 1947.

7-3-1944: “El que tiene valor y fe nunca estará sumido en la desgracia”


25-3-1944: “No soy hermosa, ni inteligente, ni lista.., soy feliz por naturaleza, quiero a
las personas...”

Las cartas que


conforman este Diario fueron
escritas en Ámsterdam
(Holanda), ciudad ocupada por
las tropas alemanas durante la
Segunda Guerra Mundial, entre
el 12 de junio de 1942 y el 1 de
agosto de 1944; y configuran el
relato estremecedor de las
vivencias y los sentimientos de
una niña en toda su complejidad
humana, inmersa en terribles
acontecimientos para ella y su
familia, padeciendo un encierro
de más de dos años, tan
problemático como esperanzado.
Un Diario escrito con una
asombrosa naturalidad, sencillez y sinceridad, que reúne cartas duras, cariñosas,
divertidas, históricas —algunas ofrecen noticias de primera mano sobre la guerra que
los escondidos oyen a través de la BBC y Radio Orange, y las referencias del exterior de
quienes les ayudan y cuidan en el refugio-.
Los Frank proceden de la ciudad alemana de Frankfor [su origen familiar: carta
del 8-5-1944]. Se ven obligados a refugiarse en Amsterdam y a comenzar una nueva
vida, marcados por los nazis como judíos [sobre el antisemitismo en Europa y las
delaciones bajo tortura, 22-5-1944], intentando seguir sus ocupaciones habituales. Son
cuatro en la familia: el padre, Otto, llamado cariñosamente “Pim” por Ana; la madre,
prácticamente ignorada; la hermana mayor, Margot, de dieciséis años, deseosa de
marchar a Palestina; y nuestra pequeña escritora.
Ana recibe el Diario, en blanco, como regalo de su decimotercer cumpleaños. Lo
tratará como si fuera una amiga a la que se hacen confidencias (“espero confiártelo
todo”), y le dará un nombre, “Kitty”. El estreno de las páginas son sencillas impresiones
sobre la vida cotidiana previa al refugio: el colegio, los compañeros de clase, los
obstáculos de los judíos en la calle, quienes ni siquiera podían ir en bicicleta... Hasta
que el 9 de julio de 1942, tras una citación de las “SS” a su padre, los Frank se trasladan
discretamente —aunque el padre llevaba un mes preparándolo todo, percibiendo la
amenaza dell peligro- al edificio en el que Otto trabajaba: un almacén en cuya parte
superior, y tras una puerta oculta, se encuentra una vivienda con dos plantas, la que se
convertirá para Ana en su nuevo hogar oculto: “la Casa de atrás”.

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Arranca entonces una terrible y angustiosa clandestinidad para los Frank y
también para otros cuatro refugiados más: el matrimonio Van Daan junto a su hijo
Peter, algo mayor que Ana, y un dentista llamado Dussel [que ocultan otras identidades
en el Diario de Ana]. Los ocho reciben apoyo desde el exterior gracias a unos
compañeros de trabajo de Otto: buenos holandeses —como dice Ana, Holanda, está
llena siempre de buenos cristianos-, gente valiente que arriesga su propia vida para
llevarles comida mientras la presión de la “GESTAPO” es constante, y las noticias
sobre exilios forzados, los campos de concentración y los genocidios, son aterradores.
Sin embargo, el Diario es mucho más que la memoria de unos tiempos
convulsos: conserva también la sinceridad, las reflexiones, la personalidad de una joven
de inmenso carácter. Y da igualmente noticia de una compleja convivencia llena de
penurias y de miedos. Muestra, por último, una soberbia humanidad, una entereza
sobrecogedora y una esperanza optimista y confiada en el futuro, en la siempre presente
e “inminente” liberación —confianza aniquilada por la suerte histórica final de los
Frank-.
El escondite es el refugio de vivencias íntimas, convivencias familiares, espacio
sobre el que Ana describe el carácter de sus acompañantes: alaba constantemente a su
padre, Otto, un buen hombre, recto organizador, prudente y muy entregado a los demás,
un ídolo y modelo para su hija Ana. Mientras tanto, por su madre sólo muestra malas
caras, desencuentros, rechazo, desprecio e incluso odio [2-1-1944], pasiones propias de
una niña de trece años que se cree incomprendida e ignorada. La señora Van Daan, por
su parte, es descrita como demasiado coqueta ante los hombres y una mujer bastante
protestona. Dussel, en cambio, apenas si queda en un hombre introvertido. Todos
aguantan el carácter adolescente e inconformista de Ana; y ella misma tiene que
medirse y soportarse.
Ana nos habla sobre la persecución [9-10-1942 y 13-1-1943], sobre la guerra [3-
5-1944], las pequeñas fiestas que celebran en la casa (por ejemplo, la coincidencia del
Januká judío con el San Nicolás navideño), sobre los sustos por la entrada de ladrones.
Comparten los escondidos la falta de intimidad en el descanso, en la limpieza
personal, haciendo sus necesidades en un cubo. Nunca salen a la calle, nunca abren una
ventana para no levantar sospechas, intentan apagar cualquier ruido, les cuesta conciliar
el sueño, ocupar el tiempo. Viven una angustia permanente.
Ana escribe incluso [carta del 17-11-1942] un “Prospecto y Guía de la casa de
atrás” y más tarde los “Intereses de la familia de escondidos en la Casa de atrás”.
La niña trata de ser atenta, comprensiva, educada y solidaria con todos, pero le
cuesta mucho. Están cambiando cuerpo y su espíritu. Sigue con inmensa esperanza y
alegría los avances de los aliados [noticias de la capitulación de Italia y otras
informaciones escuchadas en la radio que renuevan sus ánimos: por ejemplo, el 29-3-
1944 un conocido ministro holandés afirma que al final de la guerra se atenderán y
publicarán las experiencias y testimonios escritos sobre la ocupación alemana. Además,
el exterior de la casa también es víctima de los cada vez más frecuentes bombardeos
ingleses..] ¿Cuándo llegarán los aliados, la libertad?
Lee cuanto tiene a mano, pues le angustia llegara a ser una ignorante. ¡Cómo
echa en falta el colegio! Escribe algunos cuentos, le encantan la mitología clásica,
coleccionar fotos de estrellas de cine y hacer genealogías de las casas reales.
[Pasatiempos y estudios: 6-4-1944 y 27-4-1944]. Ana empieza a aprender latín, sigue

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esforzándose con el inglés, odia el álgebra e inicia taquigrafia. De mayor le encantaría
ser escritora y periodista.
A comienzos de 1944 empieza a interesarse por el hasta entonces ignorado Peter
Van Daan, en quien encontrará un apoyo, un confidente de su intimidad [23-3-1944], el
primer amor al que se espera una eternidad en cada día para un reencuentro furtivo en el
desván [23-2- 1944] y un primer beso: la felicidad absoluta.
En la casa se asienta también la idea de que la invasión aliada está muy próxima,
aunque buena parte de los holandeses miran con recelo a los ingleses.
Ana muestra en todo
momento una inmensa fortaleza
anímica, creyéndose, sabiéndose
enormemente venturosa por la
situación que vive si la compara —
cosa que hace en todo momento- con
el desastre de los demás judíos en
Europa. Confía en la suerte de su
pueblo con la protección de Dios. Y
en su hermana Margot, en su padre,
que le aconsejan y previenen.
Por fin llega el 6 de junio de
1944, el “D-day” de la invasión
aliada que avanzará hasta Caen y
Cherburgo, al tiempo que los rusos
triunfan desde el este. Ana espera
volver al colegio en unos meses. Día
que pasa, día que aumenta la
profundidad de sus propias
reflexiones, pues apenas queda ya nada exterior que describir [carta del 15-7-1944]. El
21 de julio contará el atentado de algunos oficiales contra Hitler.
“Tengo fama de ser un manojo de contradicciones”. Ana ve en sí misma a varias
Anas: la rebelde, al callada, la discreta... (termina el Diario).
En la mañana del 4 de agosto de 1944, los ocho habitantes de la casa fueron
detenidos por los alemanes y luego dispersados en varios campos de concentración: Ana
y Margot sufrieron juntas en Auschwitz y murieron de tifus en Bergen-Belsen a finales
de febrero o principios de marzo de 1945... Sus cuerpos, seguramente, yacen en la fosa
común.
De los ocho refugiados sólo sobrevivió Otto tras la liberación del campo polaco
de exterminio. Vivió en Basilea (Suiza) y dedicó su vida a difundir la memoria y obra
de su hija.

Textos

 Lunes, 28 de septiembre de 1942.


Querida Kitty:

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Cuando todavía faltaba mucho para terminar mi carta de ayer, tuve que
interrumpir la escritura. No puedo reprimir las ganas de informarte sobre otra disputa,
pero antes de empezar debo contarte otra cosa: me parece muy curioso que los
adultos se peleen tan fácilmente y por cosas pequeñas. Hasta ahora siempre he
pensado que reñir era cosa de niños, y
que con los años se pasaba. Claro que
a veces hay motivo para pelearse en
serio, pero las rencillas de aquí no son
más que riñas de poca monta. Como
están a la orden del día, en realidad ya
debería estar acostumbrada a ellas.
Pero no es el caso, y no lo será nunca,
mientras sigan hablando de mí en casi
todas las discusiones (esta es la
palabra que usan en lugar de riña, lo
que por supuesto no está mal, pero la
confusión es por el alemán). Nada, pero
absolutamente nada de lo que hago yo
les cae bien: mi comportamiento, mi
carácter, mis modales, todos y cada
uno de mis actos son objeto de un
tremendo chismorreo y de continuas
habladurías, y las duras palabras y
gritos que me sueltan, dos cosas a las
que no estaba acostumbrada, me los
tengo que tragar alegremente, según
me ha recomendado una autoridad en
la materia. Pero ¡yo no puedo! Ni pienso
permitir que me insulten de esta
manera. Ya les enseñaré que Ana
Frank no es ninguna tonta, se quedarán
muy sorprendidos y deberán cerrar sus bocazas cuando les haga ver que antes de
ocuparse tanto de mi educación, deberían ocuparse de la suya propia. Pero ¡qué se
han creído! ¡Vaya unos zafios!... ¿Es que realmente soy tan maleducada, tan terca,
tan caprichosa, tan poco modesta, tan tonta, tan haragana, etcétera, etcétera, como
dicen los de arriba? Claro que no. Ya sé que tengo muchos defectos y que hago
muchas cosas mal, pero ¡tampoco hay que exagerar tanto! Si supieras, Kitty, cómo a
veces me hierve la sangre cuando todos se ponen a gritar y a insultar de ese modo.
Te aseguro que no falta mucho para que toda mí rabia contenida estalle...

 Miércoles, 3 de mayo de 1944.


Querida Kitty:
Primero las noticias de la semana. La política está de vacaciones; no hay nada,
lo que se dice nada que contar. Poco a poco yo también estoy empezando a creer que
se acerca la invasión. No pueden dejar que los rusos hagan solos todo el trabajo, que
por cierto tampoco están haciendo nada de momento. Como te podrás imaginar, aquí
vivimos diciendo y repitiendo con desesperación: “Para qué, ¡ay!, para qué diablos
sirve la guerra, por qué los hombres no pueden vivir pacíficamente, por qué tienen que
destruirlo todo...”.
La pregunta es comprensible, pero hasta el momento nadie ha sabido formular
una respuesta satisfactoria. De verdad, ¿por qué en Inglaterra construyen aviones
cada vez más grandes, bombas cada vez más potentes y, por otro lado, casas

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normalizadas para la reconstrucción del país? ¿Por qué se destinan a diario miles de
millones a la guerra y no se reserva ni un céntimo para la medicina, los artistas y los
pobres? ¿Por qué la gente tiene que pasar hambre, cuando en otras partes del mundo
hay comida en abundancia, pudriéndose? ¡Dios mío!, ¿por qué el hombre es tan
estúpido? Yo no creo que la guerra sólo sea cosa de grandes hombres, gobernantes y
capitalistas. ¡Nada de eso! Al hombre pequeño también le gusta; si no, los pueblos ya
se habrían levantado contra ella. Es que hay en el hombre un afán de destruir, un afán
de matar, de asesinar y ser una fiera, mientras toda la humanidad, sin excepción, no
haya sufrido una metamorfosis, la guerra seguirá haciendo estragos, y todo lo que se
ha construido, cultivado y desarrollado hasta ahora quedará truncado y destruido, para
luego volver a empezar.
Muchas veces he estado decaída, pero nunca he desesperado; este período
de estar escondidos me parece una aventura peligrosa, romántica e interesante. En mi
diario considero cada una de nuestras privaciones como una diversión. ¿Acaso no me
había propuesto llevar una vida distinta de las otras chicas, y más tarde también
distinta de las amas de casa corrientes? Este es un buen comienzo de esa vida
interesante y por eso, solo por eso, me da la risa en los momentos más peligrosos, por
lo cómico de la situación.
Soy joven y aún poseo muchas cualidades ocultas; soy joven y fuerte y vivo
esa gran aventura, estoy aún en medio de ella y no puedo pasarme el día quejándome
de que no tengo con qué divertirme. Muchas cosas me han sido dadas al nacer un
carácter feliz, mucha alegría y fuerza. Cada día me siento crecer por dentro, siento
cómo se acerca la liberación, lo bella que es la naturaleza, lo buenos que son quienes
me rodean, lo interesante y divertida que es esta aventura. ¿Por qué habría de
desesperar?

Barcelona, Debolsillo, 2003


www.annefrank.org

Literatura universal

Juan Manuel Ojembarrena


jojem@irabia.org

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