Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Comunidad Organizada
La Comunidad Organizada
Señores Congresales:
Alejandro, el más grande general, tuvo por maestro a Aristóteles. Siempre he pensado
entonces que mi oficio tenía algo que ver con la filosofía.
El destino me ha convertido en hombre público. En este nuevo oficio, agradezco
cuanto nos ha sido posible incursionar en el campo de la filosofía.
Nuestra acción de gobierno no representa un partido político, sino un gran
movimiento nacional, con una doctrina propia, nueva en el campo político mundial.
He querido entonces ofrecer a los señores que nos honran con su visita, una idea
sintética de base filosófica, sobre lo que representa sociológicamente nuestra tercera
posición.
No tendría jamás la pretensión de hacer filosofía pura, frente a los maestros del
mundo en tal disciplina científica. Pero, cuanto he de afirmar, se encuentra en la
República en plena realización. La dificultad del hombre de Estado responsable,
consiste casualmente en que está obligado a realizar cuanto afirma.
Por eso, señores, en mi disertación no ataco a otros sistemas, señalo solamente
opiniones propias hoy compartidas por una inmensa mayoría de nuestro pueblo e
incorporadas a la Constitución de la Nación Argentina.
El movimiento nacional argentino, que llamamos justicialismo en su concepción
integral, tiene una doctrina nacional que encarna los grandes principios teóricos de
que os hablaré enseguida y constituye a la vez la escala de realizaciones, hoy ya
felizmente cumplidas en la comunidad argentina.
He querido exponer personalmente ante los señores congresales tales concepciones,
en la seguridad de que las interpretarán como un esfuerzo personal de contribución a
este Congreso, y en el deseo de expresar personalmente también a nuestros gratos
huéspedes toda nuestra consideración y todo nuestro afecto.
EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD SE ENFRENTAN CON LA MÁS PROFUNDA
CRISIS DE VALORES QUE REGISTRA SU EVOLUCIÓN
Está en nuestro ánimo la absoluta conciencia del momento trascendental que vivimos.
Si la Historia de la humanidad es una ilimitada serie de instantes decisivos, no cabe
duda de que, gran parte de lo que en el futuro se decida a ser, dependerá de los hechos
que estamos, presenciando. No puede existir a este respecto divorcio alguno entre el
pensamiento y la acción, mientras la sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de
valores más profunda acaso de cuantas su evolución ha registrado.
Las conclusiones de los congresos últimamente celebrados en el mundo prueban en
cierto modo la universalidad de esta persuasión. El Congreso Internacional de Roma de
1946, el III Congreso de las Sociedades de Filosofía de Lengua Francesa de Bruselas en
1947, el de Edimburgo de 1948 y el de Amsterdam, evidencian que la inquietud
intelectual ha llegado a un momento activo.
Es posible que la acción del pensamiento haya perdido en los últimos tiempos contacto
directo con las realidades de la vida de los pueblos. También es posible que el cultivo de
las grandes verdades, la persecución infatigable de las razones últimas, hayan
convertido a una ciencia abstracta y docente por su naturaleza en un virtuosismo
técnico, con el consiguiente distanciamiento de las perspectivas en que el hombre suele
desenvolverse.
Acaso sobre el gran fondo filosófico que es la verdad, haya prevalecido una cuestión de
tendencias, ajenas al ansia de conocimiento a cuya satisfacción debería consagrarse toda
fuerza creadora. En ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia
debida, surgen las pequeñas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto.