Está en la página 1de 2

Termina el trabajo y es tiempo de ir a descansar.

Me propongo salir lo más


pronto posible ya que las calles a altas horas de la noche son un poco
inseguras. Al salir siento el frío que invade mi cuerpo y yo solo tiemblo de
forma brusca, para tener esa sensación agradable de quitarse el frió de
encima.

Veo unas cuantas personas caminando fuera de mi negocio y doy los primeros
pasos a mi destino. Al pasar por una tienda tengo el antojo de un cigarro. Me
dispongo a comprarlo y la señora que atiende, con una sonrisa muy
alentadora, me saluda. Después de una corta platica, me retiro.

Al seguir mi camino pienso en las labores que tengo al llegar a mi casa, y al


concretar un plan para realizarlas comienzo a observar a cada persona que
pasa frente a mí: ese momento es cuando me imagino qué pueden estar
pensando. En todos estos días de rutina, al salir del trabajo; observo cosas
nuevas, desde niños despreocupados jugando o cuestionando a sus padres
sobre cosas que apenas conocen, hasta personas con llanto en el rostro. Me
imagino que por cosas sentimentales, porque curiosamente siempre van
acompañadas de sus parejas, que los siguen con una mirada que demuestra la
culpa que hasta uno puede sentir.

No le tomo importancia ya que sólo es una manera de hacer mi recorrido


menos tedioso. Al continuar con mi juego hasta cierto punto absurdo, me
encuentro con ella: una persona hermosa, no como las pintan en las películas,
sino con una belleza natural que hace que las pequeñas imperfecciones que
hacen única a una persona sean ignoradas. Trato de imaginar sus
pensamientos pero curiosamente noté que ella me sonreía; desconozco si es
que mi imaginación está tomándome en broma o si de verdad esa sonrisa
coqueta fué con intención, Sin mirar más de lo necesario su rostro, paso de
largo y me doy cuenta que mi cigarro se había terminado; mi gusto por fumar
me indica que debo conseguir más delirante vicio, e ingreso a otra tienda para
comprar más y la pierdo de vista. Ahora toda una cajetilla podrá calmar mi
ansiedad. Sigo mi camino y ¡sorpresa! ahora voy detrás de ella; algo en mí
arma de valor mi corazón para dirigirle un saludo, pero mi miedo a parecer un
idiota acosador me impide hacerlo.

Sigo caminando y la sigo viendo, ella voltea en momentos pero no parece


preocupada; es como si ella me invitara a iniciar una conversación, pero mi
miedo es muy grande y mis dudas acerca de la actitud que pueda tomar
persisten, solo puedo ver su silueta y sé que no era algo especial, pero yo
podía ver esa sensualidad innata que ella mostraba en su andar. Me pongo a
pensar: “Si le hablara y ella respondiera ¿Qué más hago? ¿Sólo decir hola y
alejarme?” O pudiera ser que mis palabras fluyeran sin problema alguno. No
tengo la respuesta, pero aun así la curiosidad por saberla me animaba a seguir
lentamente sus pasos, bloqueando cada vez más mi hablar.
De pronto un estruendoso ruido de un carro al pasar me hace voltear la mirada
por instinto, y al voltear de nuevo a verla noto que ya no está, dio la vuelta en
la esquina de la cuadra y simplemente observo como se aleja paso a paso;
volteando la mirada hacia mí, como lamentando mi callar. Yo solamente sigo mi
camino y me trago mis palabras que con dificultad pude pensar.

Lamentablemente el miedo me venció y por eso mi andar se llenó de


decepción al pensar que el amor no se despertó.

También podría gustarte