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Pensar el trabajo social en nuestra América de siglo XXI


AUTOR: César A. Barrantes A.

Pensar el trabajo social en la perspectiva de la constitución de un nuevo paradigma tiene varios


requisitos y muchas implicaciones, tanto en el plano personal como en el propio del trabajo social
concebido éste como campo problemático y problematizante de específicas prácticas sociales de
sujetos singular-colectivos que luchan por la democracia, la hegemonía, la sobrevivencia y el
redespliegue de la vida en sociedad.
Pensar: bien, pero más aún cómo pensar con perspectiva societal, no es una tarea fácil, aunque sí
pletórica de encrucijadas y entreveramientos que nos obligan a mantener la mirada vigilante a
todo evento que luzca, imperceptible o impredecible, cercano o lejano, probable o improbable,
normal o caótico.
Si entendemos el término paradigma en el sentido de Kuhn (1971:269), como la completa
constelación integrada de creencias, valores, procedimientos y técnicas que denotan un
determinado caudal de enigmas y soluciones que son compartidas por los miembros de una
comunidad científica, entonces pensamos que la construcción de un nuevo paradigma presupone
que hay uno ausente y, por ello, está por ser inventado; asimismo, significa que el paradigma
existente ya no es satisfactorio y, por ello, va dejando de ser creíble y, por lo tanto, legítimo.
Como consecuencia, su sustitución adquiere sentido de necesidad histórica. Y si es histórica es
política y, más específicamente, sociopolítica porque nos remite a las relaciones de poder
mediante las cuales los actores sociales del campo disciplinario, profesional, científico o


Conferencia de cierre del V Congreso de la Federación Mexicana de Estudiantes y Egresados de Trabajo Social,
celebrado en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México, del 7 al 9
de noviembre de 2004. Mi agradecimiento a Carlos Arteaga y a Carmen Jonás, Director y Coordinadora
Académica de la ENTS-UNAM por la invitación que me permitió compartir fragmentos de mis conocimientos
escasos, de mis experiencias, añoranzas y esperanzas que he construido a lo largo del camino recorrido como
trabajador social en esta nuestra América, así como enriquecer mis reflexiones con la comunidad académica de
la ENTS-UNAM, que forman parte de una investigación más amplia financiada por el Consejo de Desarrollo
Científico y Humanístico de la Universidad Central de Venezuela. En Revista Margen, 2005, en línea:
www.margen.org

Profesor investigador de grado y posgrado, asociado a la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central de
Venezuela. Presidente de la Red Latinoiberoamericana y Caribeña de Trabajadores Sociales (RELATS).
Representante por Venezuela ante la Asociación Latinoamericana de Enseñanza e Investigación en Trabajo
Social (ALAEITS); cbarran@reacciun.ve; www.relats.org; cesarbarrantes2021@gmail.com;
http://listas.reacciun.ve/mailman/listinfo/relats-l; http://reconceptualizacion.googlepages.com/cesaraugusto-
barrantesalvarado;
praxiológico de que se trate, procuran convencerse, dominarse o hegemonizarse unos a otros en
referencia a los asuntos que son de su interés singular-colectivo.
Para algunos autores, las revoluciones científicas al estilo kuhniano no son verdaderas
revoluciones porque reiteran, repiten, reproducen la lógica de la represión que caracteriza a todo
régimen, a toda organización, civilización o cultura. Algunos nombres acuden a mi mente entre la
plétora de actores y autoras que, en cada circunstancia histórica, fueron encarnación de valentía y
se levantaron contra la instauración de algún paradigma y contra toda represión en sus
respectivos ámbitos de saber y actuación: me refiero indiferentemente a Jesús de Nazaret,
Giordano Bruno, Carlos Marx, Sigmund Freud, Iván Illich, Paul Feyerabend, y A. S. Neill por
sus experiencias sicopedagógicas en Summer Hill, Londres; asimismo, me refiero a Wilhelm
Reich (alumno de Freud y fundador del freudomarximo) y al filósofo Herbert Marcuse (también
freudomarxista y crítico subversivo de la sociedad industrial opresiva e insigne inspirador de los
movimientos estudiantiles de fines de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado en
todo el mundo). Finalmente, debo agregar a Antonio Gramsci, filólogo y político marxista crítico,
cuya obra sólo puede ser comprensible a través de su propia biografía, y a Jacques Lacan, médico
pero también filólogo y esencialmente sicoanalista, ambos de intensa influencia en las
denominadas ciencias técnicas sociales, políticas y humanísticas.
Menciono a estos actores por azar aunque en verdad no tanto; más bien lo hago como
agradecimiento tardío, porque fue a través de sus obras que comencé –hace ya muchas lunas- la
tarea siempre inconclusa de construir mi ideal del yo social, mi imaginario liberador y
contestatario.
Desde entonces soy sujeto inefable de esta no siempre bienamada práctica societal que
denominamos orgullosamente trabajo social; ello a pesar de que en algunos países –más por
persistencia que por pertinencia- continúan denominándola servicio social, de la misma manera
que a sus agentes se les denomina asistentes sociales.
Hablando de liberación no represiva, les cuento que hace unos días me preguntaba -a través de la
Red Latinoiberoamericana de Trabajadores Sociales (RELATS)- si sería posible que llegara a
existir un trabajo social de la liberación así como existe una sicología social de la liberación, una
teología de la liberación y una filosofía de la liberación. Si mi pregunta tiene sentido, pareciera
que su respuesta significaría la posibilidad de apuntar hacia un nuevo paradigma o, al contrario, a
la desparadigmatización del actual trabajo social.
Liberación versus represión; bloqueo versus desbloqueo histórico singular-colectivo. He aquí la
cuestión no resuelta de las relaciones de condicionamiento pero también de sobre e
indeterminación que la sociedad, la cultura y la civilización imponen a los sujetos sociales. Es la
razón por la cual creo que el escrito de Freud, titulado El Malestar en la Cultura (1930) sigue
teniendo vigencia, aunque algunos de sus postulados ya no la tengan, no obstante que sigue
siendo denigrado y relegado al baúl de los supuestos olvidos que, no importa el tiempo que hayan
estado en el desván, afloran en algún momento como verdades que son habladas como ecos de
nuevos discursos, siempre liberadores. Es por ello que no me resulta casual que en estos tiempos
de imperio, posmodernidad, globalización, sociedad del conocimiento, de la información y del
espectáculo, y de pensamiento único neoliberal, hayan salido a la luz pública y con buen suceso
editorial, dos libros: El Malestar en la Globalización, de Joseph Stiglitz, quien evoca, sin
proponérselo, El Malestar en la Cultura, de Freud; asimismo, El Malestar en la Barbarie
(entendiendo por barbarie la globalización), de Fernando Mires, quien realiza un estudio crítico
del escrito de Freud.
Parodiando los títulos mencionados, pregunto si existe –en la perspectiva de un trabajo social de
la liberación, liberalógico o liberanómico- un malestar como experiencia de las trabajadoras
sociales y los trabajadores sociales; y si la respuesta fuera afirmativa como espero que sea,
podremos parafrasear a Mieres (1998:253), con quien coincido sólo en este punto mas no en su
apología del capitalismo imperial, diciendo que esta fuerza, si bien histórica fundamentalmente
trans y supra histórica, que es el malestar en tanto miedo y deseo al mismo tiempo, tenemos los
trabajadores sociales y las trabajadoras sociales que asumirla como punto cotidiano de partida en
cada instante del proceso inagotable de (re)inserción societal.
Reinserción que implica la famosa relación sujeto-objeto. Algo así como la no menos
impresionante relación capital-mercancía-dinero-más capital (el plus de goce, la sonrisa
avariciosa y hedonista del capitalista en términos lacanianos: Lacan 1960) que nos puede llevar a
una debacle del sistema mundial.
Los sujetos-agentes-actores sociales de la transición del siglo diecinueve al veinte ya no son los
de la sociedad de masas de la posguerra mundial y éstos no lo son los del siglo veintiuno. En
consecuencia, vale la pregunta de si el trabajo social que fue concebido en referencia a procesos
propios de los occidentalísimos países yanquieurocéntricos es válido para nuestra América del
siglo veintiuno.
Los pobres las masas, los humildes, el lumpen, el populacho, las muchedumbres anónimas de
signo dieciochesco, hoy han sido reconstituidas en etnias, clases, naciones y estados en cuyo
nombre se persiste en legitimar el quehacer de los trabajadores sociales y las trabajadoras
sociales; asimismo, alimentar dicho malestar con la pasión subversiva de saber que somos
hablados por la historicidad de nuestra existencia pero también por la transhitoricidad en tanto
sujetos del inconciente. Sólo así podremos estar en condiciones de darle rienda suelta a nuestros
poderes creadores y asumir –cada uno de los trabajadores sociales al nivel que les corresponde y
de acuerdo a sus propias circunstancias- la misión de contribuir a cambiar el curso de las cosas
que tanto nos molesta.
Y creo que esta misión comienza con el debate, fraterno pero sin concesiones, tanto de los
supuestos básicos constitutivos de la especificidad del trabajo social como de los supuestos
generales constitutivos de su universalidad.
He aquí algunas preguntas generadoras que pudieran contribuir a dicho debate: ¿Cuáles son las
respuestas que está dando el trabajo social o, mejor dicho, qué tipos de respuestas estamos
produciendo los trabajadores sociales ante los cambios de nuestras respectivas realidades y,
específicamente, de los objetos y sujetos sociales respecto de los cuales el trabajo social se
constituyó en la específica práctica que es?, ¿estamos los trabajadores sociales rearticulando el
campo del trabajo social internamente, o las respuestas que estamos dando están referidas sólo al
contexto societal inmediato?, ¿en qué sentido las respuestas que estamos dando los trabajadores
sociales pueden considerarse respuestas modificadoras, transformadoras y resignificadoras tanto
del campo del trabajo social como de la realidad de cada país?, ¿los cambios producidos en el
trabajo social atañen a su propia naturaleza o sólo están referidos a la naturaleza de las
transformaciones societales que se están produciendo tanto en los ámbitos nacionales como en el
internacional?
Son preguntas cruciales que además de dinamizar debates pendientes, procuran no delimitar al
trabajo social por su capacidad para ejercer una mirada “trabajosocialógica", al estilo de las
clásicas miradas sociológica, antropológica, politológica y sicológica que procuran demarcar o
delimitar territorios o esferas de influencia que excluyen la mirada del otro. Reproducir una
mirada de este tipo, pudiera resultar demasiado daltónica y miope no obstante que bien pudiera
tener sentido –y de hecho lo tiene sin duda alguna- como criterio ya no de demarcación
excluyente, sino, de abarcación de múltiples miradas a partir de la posicionalidad simbólica desde
donde los trabajadores sociales realizamos nuestras heterogéneas inserciones en la trama societal.
En fin, de lo que se trata es de encarnar una mirada ya no disciplinarista y, por lo tanto defensiva
y conservadora de un área de coto, sino, de intentar poner en marcha una nueva visión de mundo
y de cómo hacer las cosas, poniendo de relieve nuestra capacidad de apertura hacia nuevos
escenarios de conocimiento, problematización y actuación interdisciplinaria y transdisciplinaria.
Desde el sur hacia el norte de nuestra América, me parece que amplios colectivos de trabajo
social muestran menor inclinación por los criterios de ampliación o apertura en favor de los de
demarcación esencialista, referidos estos al bienestar asistencial de individuos, grupos y
comunidades, considerando seguramente a esta reducción como una característica favorable a
una seguridad más o menos cómoda como la que nos ofrece el posicionamiento de lo que
consideramos como área de coto. Sin embargo, conocemos grupos de colegas que se muestran
insatisfechos con esta delimitación, porque consideran que tiene implicaciones aislacionistas
puesto que hay cosas que quedan por fuera, que se pierden. Pérdida que casi con un sentido de
desolación sicológica o de carencia, subyace a la queja genérica que pareciera estar a flor de piel
de amplios sectores de trabajadores sociales y trabajadoras sociales entre quienes fácilmente
escuchamos lamentaciones tales como “nos hace falta esto o aquello”, “no nos dan el valor que
merecemos”, “las condiciones de trabajo no nos permiten prestar servicios sociales de calidad”,
“el valor que nos reconocen no se traduce en buenos salarios”, etc.
Como ya hemos mencionado, los criterios estrechos, están más relacionados con la
representación social de estamento, disciplina o territorio enclaustrado, paradigmatizado.
Contrariamente, el término mismo de amplitud se vincula más con la representación de cause,
corriente, enfoque, movimiento o tendencia. Sin embargo, aún para colegas que se definen como
aperturistas o decididamente exogenistas, señalan que abrir el trabajo social hacia enfoques
multidisciplinarios o transdisciplinarios conlleva el riesgo de la dilución del campo del trabajo
social en un exagerado entramado de prácticas y discursos que pudieran resultar sesgadamente
sociologistas, politicistas, economicistas o ideologicistas.
Para ellos las definiciones amplias engloban más cosas que son acusadas de difusas, poco
sistemáticas o poco metódicas de forma tal que cualquier objeto o situación intersubjetiva
resultaría ser trabajosocialogizable, de la misma forma que para las demás disciplinas de sociales
y humanísticas todos los objetos sociales resultan ser antropologizables, sociologizables,
sicologizables, políticogizables, sicanalíticogizables, lingüísticogizables ...
Ahora bien, me parece que para que el trabajo social no se pierda en un entramado confuso de
objetivos, intereses, prácticas y discursos que aparentemente no nos pertenecen, tenemos que
desenredar nuestros propios nudos o bloqueos internos al mismo tiempo que asumimos la
realidad de los ovillos externos; entonces, recién empezaremos a replantearnos preguntas básicas
tales como qué es trabajo social o, mejor, qué es el ser del trabajo social y cuál es su concepción
de mundo, cuál es su misión y cuáles son sus desideratos en cada momento histórico, en cada
ámbito de la realidad. Asimismo, decidir críticamente qué vamos a hacer, por ejemplo, con el o
los métodos del trabajo social, con la metodología -que podemos creer que es exclusivamente
nuestra-, pregunta cuya respuesta sólo adquiere sentido de realidad si la producimos teniendo
como referente fundamental nuestro heterogéneo trabajo de campo, la ambigua práctica
académica así como a nuestra tenue y frágil empresa investigativa.
En todo caso, con estas preguntas sólo he querido señalar el énfasis que considero necesario: ni el
trabajo social ni ninguna disciplina o ciencia –así sean denominadas suaves o duras, abstractas o
empíricas, aplicadas o no- puede sobrevivir sólo y exclusivamente con teoría ni sólo ni
exclusivamente con práctica. Práctica que no se reflexiona, sistematiza ni teoriza alimenta la
queja de la carencia, de la repetición y de la incompetitividad. Teoría que no se instrumenta ni
operatiza alimenta el ilusionismo academicista y profesionista, así como el desplazamiento
dogmático para el cual el conocimiento es el reflejo objetivo de “la” verdad prexistente y no una
bitácora –valga la metáfora- contentiva de orientaciones y guías de pensamiento y acción.
El consumo ideologizante, mistificador, acrítico, descontextualizado y dogmático que algunos
sectores de trabajadores social hacen de teorías y tecnologías sociales, especialmente
sociologistas y economicistas, cuando no gerencial-administrativistas y politicistas, buscando en
ellas respuestas tacticistas, operativistas e instrumentalistas que les permita solucionar, exitosa y
eficientemente, los problemas propios y, por lo tanto, exclusivos de la práctica, ha venido
marcando la conducta de amplios sectores de trabajadores sociales y trabajadoras sociales, tanto
profesionales de campo como de la academia, signando al trabajo social con una variedad de
sesgos especialmente activistas, pragmatistas, administrativistas, academicistas, tecnocratistas y
burocratistas, que se han venido traduciendo en prácticas de pensamiento de corte light, débil o
de baja intensidad, de bajo perfil y corto alcance, por lo demás más ajustado a la ideología de los
sistemas cerrados y a la realidad de las cosas dadas, evidentes, transparentes y, en consecuencia,
poco tolerante de las complejidades, turbulencias, incertidumbres y futuros abiertos y
metafronterizos.
De lo anterior se derivan al menos dos retos que tenemos por delante los trabajadores sociales y
trabajadoras sociales de nuestra América: por un lado, la construcción o, mejor, la encarnación de
un pensamiento y un lenguaje estratégico de corto, mediano y largo plazo nos permitirá
facultarnos para ejercer plenamente nuestra autonomía argumentativa frente a los dinamismos de
los poderes formales e informales, tanto del lado de la señora sociedad civil (tal como la
denominó en algún momento el Subcomandante Marcos) como del señor estado... Por otro lado,
dar la discusión pendiente entre nosotros a fin de comenzar a acabar con esas odiosas divisiones
entre académicos y profesionales, licenciados y técnicos, universitarios y preuniversitarios,
asistentes sociales y trabajadores sociales. Ello como paso necesario para poder salvar al trabajo
social de la agonía de una inacabable discusión –esterilizante por lo demás- de si el trabajo social
es técnica, ciencia, tecnología, ingeniería, arte, artesanía, oficio o estética social...
¿Qué importa lo que seamos: una u otro o todos juntos y algo más?
Por ejemplo, al sicoanálisis -al menos en la tradición de su fundador quien se preocupó por
mantenerlo fuera de los claustros eclesiales y universitarios, instituciones a las que, varias
décadas después de Freud, Lacan vinculó al afirmar que la universidad reproduce el pensamiento
dogmático de la iglesia católica- nunca le ha preocupado ser considerado ciencia ni técnica ni
sicoterapia y nunca lo ha sido, al menos en el sentido clásico o tradicional de la modernidad. El
sicoanálisis sigue siendo definido como una específica práctica social que tiene un sujeto: el
sujeto del inconciente, que no es tal sino en tanto histórica, transhistórica, metahistórica y
ahistóricamente sujetado al inconciente. De allí que el sujeto del trabajo social, mejor dicho
societal –y de las ciencias y tecnologías humanas y sociales- cuyo carácter societal (Barrantes
2006, 2007, 2008) hemos venido poniendo en la palestra de la discusión continental, no es ajeno
a los modos étnico-populares de demandar la satisfacción de carencia y potenciación de
aspiraciones singular-colectivas.
Ya no se trata del sujeto del inconciente que es objeto del sicoanálisis, sino, el sujeto social o,
mejor dicho societalmente constituido. Gracias a ello, los desarrollos más preclaros del
sicoanálisis se produjeron fuera de la universidad, del discurso de la universidad que, al decir de
Lacan, reproduce el pensamiento de las iglesias. La producción del saber sicoanalítico en los
planos metateórico, ético, ontológico, epistemológico, hermenéutico, dialéctico, subjetivo, etc.,
viene siendo un permanente e innegable aporte a las ciencias-técnicas sociales, políticas,
humanísticas y a los estudios culturales tecnológicos y económicos.
Más allá de si el trabajo social es ciencia, técnica, arte, oficio, artesanía o práctica social o lo que
sea, lo que importa, me parece, es que constituyamos a nuestra específica práctica social en un
proceso societal de producción de conocimientos y saberes que podamos difundir y revalorar en
el crisol de la crítica y la autocrítica, tanto entre los colegas entre sí como entre estos y otros
profesionales del norte y del sur, pero fundamentalmente con los sujetos de nuestras prácticas
profesionales y los saberes étnico-populares.
De acuerdo con mi propia experiencia, dichos conocimientos y saberes, me parece, están
especialmente referidos a lo siguiente (Barrantes 2001):

1. Los modos en que las sociedades alimentan recíprocamente la satisfacción de carencias y el


potenciamiento de aspiraciones de los diversos conglomerados sociales, con las necesidades
de redespliegue y humanización del conjunto de las relaciones sociales que le dan significado
la sociedad considerada en su conjunto más inclusivo.

1. La construcción de una cultura de paz, justicia, multietnicidad, pluriversalidad e integración


fraterna de los habitantes del país de que se trate entre sí y con todos los pueblos del mundo,
en especial entre los pueblos de nuestra América Latinoiberoindoafrocaribeña.

2. La producción de verdades, la creación de estados de derecho y de justicia social; asimismo,


la construcción de mundos de vida que se basen en el respeto al derecho ajeno, la tolerancia
de las diferencias, la potenciación de identidades y la práctica cotidiana de las normas
mínimas de la convivencia pacífica en sociedad.

3. La construcción de bienestares y plenitudes individuales y colectivas que se basen en el


ejercicio inalienable de la democracia y de la libertad de conciencia y de pensamiento.
Una vez definido el estatuto del trabajo social (este “una vez” no tiene sentido de después en
sentido cronológico o etapista, sino lógico o como momentos que se pueden realizar
concomitantemente), podremos hablar de otras cosas y, fundamentalmente, decidir en términos
político-organizacionales, político-estratégicos, táctico-operacionales o ético-geopolíticos, el
marco conceptual referencial básico, para entendernos entre la pluriversidad de colectivos de
trabajadores sociales y demás sujetos de conocimiento y de vida; asimismo, para poder
colocarnos en condiciones de constituirnos en una verdadera comunidad nacional e internacional
latinoiberoindoafrocaribeña de trabajadores sociales noseológica, económica y socialmente
productiva.
Ya para cerrar esta comunicación y abrir el periodo de preguntas y respuestas, quiero recapitular
diciendo que nuestra reflexión apunta a una perspectiva, a un enfoque no paradigmático. En este
sentido, nos interesamos por articular una reflexión de las relaciones entre los siguiente: trabajo
social y trabajador social, sujeto, agente y actor sociales, individuo y organización, entre
comunidad, sociedad, civilización y cultura, ideología, imaginario, simbólico y real, reflexión a
través de la cual el trabajo social –y con él a las denominadas ciencias duras (física, química,
matemáticas, etc.) y blandas (como las denominadas ciencias y tecnologías sociales y humanas)-
pueda ser confrontado, enriquecido y redimensionado por los cambios inéditos experimentados
en diversos países de nuestra América en donde se viene planteando la discusión denominada del
socialismo de siglo veintiuno y en donde se vienen encarnando procesos de reconstitución de
estados estadocráticos en estados sociocéntricos, es decir, enraizados en las configuraciones
societales a la que pertenecen, lo que está implicando reconstituir a las sociedades estadocráticos
y estadofóbicas en sociedades dispuestas a apropiarse del estado que les pertenece y, por ende, a
hacer de éste estados societales integrales e inclusivos, es decir, de derecho, de justicia y de
democracia participativa y protagónica.
Las respuestas quedan abiertas. Ustedes estudiantes y colegas tienen la palabra. Sin paradigmas,
pero no sin principios.

BIBLIOGRAFÍA
Lacan, Jacques (1960), Seminarios del 1 al 27 sin textos establecidos, Paidós, Buenos Aires, versión CDRoom.
Leclaire, Serge (1989), “La función ética del sicoanálisis”, en Varios (1989:44-54).
Varios (1989), Aspectos del malestar en la cultura. Sicoanálisis y prácticas sociales, Coloquio del CNRS, organizado
bajo la dirección de M. Zafiropoulos, Ediciones Manantial, Buenos Aires.
Mires, Fernando (1998), El Malestar en la Barbarie, Editorial Nueva Sociedad, Caracas.
Stiglitz; Joseph (2002), El Malestar en la Globalización, Santillana Ediciones Generales, Buenos Aires.
Freud, Sigmund (1975), El Malestar en la Cultura, Alianza Editorial, Madrid.
Kuhn, Thommas (1971), La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México.
Vattimo, Gianni (1990), La sociedad transparente, Editorial Paidós, Colección Pensamiento, Contemporáneo,
España.

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