Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Eljunco
Eljunco
Oh bordado de mónadas!
Encaje
que no puede prescindir
de un vidrioso y permanente espionaje
de ventanas.
¡Oh rumor engendrado por el colmenar entero
y no por la abeja ilusión de ser el canto
para nombre de pila y clavicordio
de uno mismo!
¡Oh puntos que se cansan de luchar,
claudican de sus músculos y son enterrados
en la enlutada indistinción de la línea!
¡Átomos que se hallan en la primera persona del plural
para intercambiar jirones de sí mismos
bajo el techo o la raya aritmética
de su denominador común!
Ni modo.
A veces me gusta
saborear durante horas
mi mismidad,
mis descaros,
mis desvergüenzas,
mi ser una excepción
a las patadas con su regla.
La Torre de Babel
Sin embargo,
a pesar de las devastaciones que el reloj
ha fraguado en sus dominios,
su renombre,
su experiencia
y una audacia que sabe arrinconar a los recelos,
le permiten aún algunos triunfos.
¿Quién iba a decir que la chiquilla de quince abriles
que hablaba el amargoso lenguaje del desdén,
le abriría de par en par los huecos
de la entrega?
¿O que la joven esposa,
que urdía ya en su vientre sus mendrugos de niño,
consintiera en calzarse,
sin culpas de por medio,
su mal paso?
En la línea fronteriza
con que mi identidad pinta su raya,
te hallabas tú,
encabezando la lista
de mis prohibiciones,
el catálogo cruel y puntilloso
de la moral madrastra.
Supe entonces
que la fuente de mi inspiración
-tomarle el pulso a los árboles,
quedarme sin ojos tras el vuelo de las aves,
cantar desgañitadamente y al unísono con los vientos-
de no sé qué manera se fundía
con tus piernas, tus senos, tus caderas,
con todo ese puñado de morbideces
que mantiene con la palma de mi mano
un aire de familia insoslayable.
II
III
Mas la soledad
se tendía entre nosotros
con presunciones de frontera,
quemazón de salvoconductos,
deslinde de amorosas confusiones.
Le podaba las rosas
a nuestra fantasía,
enmarañaba la ilusión
de escapar finalmente
del mareo laberíntico,
al transformarla
en laberinto de hilo,
y dejaba en libertad los alacranes
jugosos de veneno.
Ahí estábamos.
Respirándonos mutuamente los alientos.
Dándonos uno al otro el golpe
a sus suspiros.
Era preciso dar el paso.
Mirar sobre los hombros del desdén
las convenciones,
las consecuencias
o el sismo de principios y preceptos.
Había que darlo.
Y lo dimos.
El caso es que,
después de estar por un poco de tiempo
en los andenes de la doncellez,
increpó a los resquemores,
negoció con su consentimiento,
puso a sus dubitaciones en cuarentena,
apostó un corazón a la esperanza,
halló en su lecho la tierra prometida,
se abrió de ternuras
y encarnó la postura de la entrega
-con la sospecha de que todo el firmamento
se le viniera encima-
y miró cómo una niña abandonaba el tálamo,
cohibida y despeinada,
dejando en su lugar a la mujer en que se había
convertido.
Mas de pronto
-cuando estalla con, el de repente,
el acorde de lo inesperado-
nuestra mujer percibe
que, no obstante que su marido continúe con vida
(y aunque nunca ,
en un inventario de sus enemigos,
ha encontrado el menor rastro
de la muerte),
se le enferma,
se le vuelve accesorio,
se le quiebra en pedazos
de marido,
como un rompecabezas inarmable,
se le deshace entre los dedos
y los ánimos.
Se le muere.
Le deja en las manos el último suspiro.
Y ella se queda viuda,
con todos y cada uno de sus poros
enlutados,
con un espectro en peregrinación constante
por todas las instalaciones
de su miedo.
Se queda viuda,
sin hallar las palabras para darse
el pésame a sí misma,
con una epidermis tan sorda como muda,
dedicada a jugar el solitario
de su monólogo.
La mente se desanda,
camina a contrapelo del gerundio,
reconstruye la carne desde el molde
de las huellas,
busca el olor a vida
en la carroña de la remembranza,
le tuerce el brazo a Cronos
para tender la mano a los cadáveres,
recuerda.
Recuerda, y al momento,
volviéndose, viviéndose
fe de erratas del destino,
rememora un firmamento de pájaros inmóviles,
con alas mentirosas;
un tiempo con futuros arrumbados
en los sótanos del presente;
rememora,
y ve cómo el espejo,
con su espía de azogue,
recupera, pujando, las imágenes
que le fueron escamoteadas por la amnesia;
pasa lista a un tropel de rostros,
adioses fracasados,
gritos,
promesas
que no dieron con el modo,
el instante
o el vientre embarazado
para pasar a ser.
El momento culminante,
intransferible,
el hoyo de desagüe hacia el que corre
la colección entera de mis ímpetus,
irrumpirá, puntualidad en mano,
con gestos de destino,
cuando tenga ya el alma agujereada
por los desánimos incontables
de la memoria;
cuando el tiempo,
encogido al presente
(huérfano de premisas,
desheredado de conclusiones)
transforme sus fronteras en murallas,
sin un solo intersticio donde pueda
ejercitar sus vicios el espía;
cuando este ahora opaco,
ciego,
mudo,
se vuelva pordiosero
de todos sus tesoros extraviados,
cuando ya no me acuerde del olvido,
cuando, amnésico, olvide tercamente
de acordarme,
de salir a la ventana a ver pasar el viento
que sopla sin cesar desde el pasado,
o tan sólo repare en que ya todo,
todo,
todo
irremediablemente se me olvida
y pasa a la ultratumba del vacío,
cuando llegue, por último, la hora
de que sea de mí de quien me vea
obligado a olvidarme.
El junco
Un pájaro canta
va a morir.
Pierre Reverdy
Acercaos a contemplar
cómo los huracanes concentran
la deshilvanada furia de la atmósfera
para arrojarla al pavor,
a la perplejidad y al rezo que nace
con las alas rotas
y el cielo enflaquecido,
o contra las techumbres de paja
de chozas a donde apenas caben
mendrugos sólo de comodidades.
Las aguas de los ríos se insolentan,
arrojan tarascadas a lo sólido
que duda de sí mismo,
y vuelcan su coraje,
cual jauría de perros espumosos,
contra el mundo.
Allá ellos.
Estos hombres ven a Dios
como el señor de su esperanza.
Pero no como el fundamento del dolor
que exige esa esperanza.
Allá ellos.
Se me quedó mirando,
hipnotizada casi,
sin permitir que el aire
rectificara a ninguno de sus músculos,
fascinada al comprobar
que el borde de mis ojos
adelantaba la minúscula frontera
de su precipicio.
Ay, la concupiscencia y sus gozosas
infracciones, vividas
como el pecado lo hace cuando deja
al arrepentimiento hablando solo...
Ah, y entonces,
inesperadamente,
me echó encima su sonrisa.
Y un enjambre de ardores, que tan sólo
retiene de lo eterno lo obsesivo,
trazó sobre mi piel el mapamundi
de todos mis anhelos.
Supe entonces: inútil es el ímpetu
carcelero
que empuja a las arrugas
a volverse cadenas de la carne,
calabozos de manos donde están
todos los ademanes a pan y agua,
o el de este corazón encanecido
que acepta proferir únicamente
latidos en sordina,
palpitaciones casi desdiciéndose.
Inútil es, lo supe, la porfía
de ponerle mordaza a los impulsos
que supieron firmar
un convenio de sangre con la vida,
sellado por el beso enrojecido
que hallaron dos pulgares
o por la doble rúbrica
que convierte el papel en montepío
de su par de palabras empeñadas.
Quizás.
Quizás ya no hay en mí
la libido elocuente y seductora
que lograba, a la orilla de la cama,
persuadir a la duda femenina
de la incomodidad del mundo entero.
Quizás.
Quizás ya no es posible
oír, junto a mis uñas,
el quejido pianísimo del tacto.
Ante la pérdida de tantas
porciones de cerebro, se diría
que no sólo las bolsas de mi traje
están, agujereadas, padeciendo
constantes tarascadas de intemperie.
Cuántas cabelleras y rostros y perfumes
se perdieron en no sé qué recodo del cansancio.
Víctima de la edad, hasta mi lecho encuentra
importunos olvidos
en la almohada.
Pese a todo.
Al reloj que no acierta ya a mover
sino unas manecillas temblorosas.
A esta tercera edad que peina canas
en muchas de sus viejas y queridas
perversiones.
Pese a todo,
no puedo desistir
de ponerle celadas a una cita
y seducir no sólo a la mujer
sino también al tiempo.
El día,
el día en que me encuentre
llamando a cuentas a mi corazonada,
redactando las memorias de mi tacto
e imaginando a la mujer aquella
como carne ganada a lo imposible,
ella, puntual, hará
que vuelen en parvada sus nudillos,
hasta ser, dermandantes e imperiosos,
pájaros carpinteros empeñados
en devorar mi puerta.
páginas
La madriguera .......................................................... 3
La hermana ........................................................... 15
La viuda ........................................................... 21
El junco .......................................................... 31