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del chalet donde ella se había propuesto pasar la tarde sin nada que hacer,
intensa actividad.
sentir un valor que debía aprovechar, antes de que volviesen del largo viaje. Había
cumplir con el propio dictado de su imaginación, acorde con sus propósitos que la
No le apetecía otra cosa que estar sola, pensar, indagar entre un recuerdo que
la había ayudado en su desarrollo como persona; la que había sugerido qué hacer
Sin embargo, tanta soledad le causaba indecisión sobre el sendero que debía tomar
para hacer pasar un presente, para progresar en su virtud paralela al tiempo que
Poco a poco, a través del amplio pasillo llegó al zaguán desde el que ascendía una
los años, durante los que tantas veces había cumplido la función de comunicar el
mucho más modesta y vetusta que había servido para lo mismo hasta el día en que
A medida que los escalones se repetían, observaba los cuadros que colgaban de la
ecuestre, que según sus congéneres era familiar, antepasado suyo, del que le
por último, encontró un bodegón, aquel viejo cuadro pintado por ella misma
durante años escolares con el esmero de un niño ante la manipulación de las cosas.
sobre la misma mesa camilla, una caja de fósforos, un cenicero y fotos de sus
amigos y familiares.
Decidió que podía encender uno de aquellos que la habían cautivado desde su
adolescencia, uno de los pocos errores por los que se había condenado a sí misma,
estirpe.
Cogió ambas cajetillas y se precipitó con fiereza a la puerta del fondo, tras la que
se ocultaba la buhardilla, que le parecía haber estado cerrada durante varios años.
Dejó de llover y el cielo clareó. Por la ventana, entraba la frecuente luz crepuscular
del frío invierno. Hubo de hacer un esfuerzo para ponerlo todo justo como cuando
era niña, mientras transcurrían los días más inclementes para el paseo.
Tomó uno de los cojines que había sobre el viejo tresillo y se sentó en el suelo, justo
Con melancolía, casi tristeza por un tiempo pasado, observaba con detenimiento
las estrellas que en aquella tarde comenzaron a llenar el cielo sobre el resplandor
Cuando hubo llegado la noche, dio un paseo visual desde los Siete Bueyes hasta la
que, en seguida, pudo sentir la envidia de un niño ante unos ojos tan azules, ante
Se dispuso a encender el cigarro con las cerillas bajo el cuarto creciente de la luna
cuya luz alumbraba sus dilatadas pupilas, húmedas como el agua clara del torrente
De pronto, una chispa producida por el frotamiento cuajó la llama que encendió el
cigarro. Su luz brilló con la fuerza de un regimiento dispuesto para hacer la guerra
Tan sólo sus ansias de soledad disfrutando de aquel placer en que se había
convertido el acto de fumar, brillaban más que el extremo del cigarro. Sin
embargo, la oscuridad empezaba a agobiarla, conque encendió la bombilla que
La buhardilla estaba repleta de los títulos que con tanto afán había conseguido
prestigiosa universidad del país, en los cursillos de verano que tanto la habían
Dio entonces una chupada a ese cigarro. Al atravesar el sensual gaznate, el humo
del cigarrillo produjo en ella un cálido susurro que parecía querer decir algo a
Nuevamente, juntó los labios con el cigarrillo dispuesta a absorber hasta saciar su
La tercera vez, el humo había llenado toda su bóveda, tras lo que salía una
reconociendo la estancia por enésima vez, palpando cada rincón de la. mandorla
mística en que se había convertido aquella habitación, tras haber sido envuelta por
el mismo ser de ese hilo perlado. La lucha por escapar de la buhardilla a toda costa
amigos más queridos entre los que estaba su novio, a quien no veía desde hacía más
de tres semanas. Supuso que estaría preparando las oposiciones que tenía al día
siguiente para acceder a aquel puesto que le era necesario para terminar de pagar
Mientras tanto, el cigarro se consumía dejando tras de sí una estela que hechizaba
bimembración que ocurría cada vez que se fumaba alguno de aquellos “rubios”, en
los que ponía todo su empeño, a la par que la imagen de la joven se iba
No hubo tiempo a que ella, —lo que quedaba de ella—y hubiese terminado aquel
pitillo, cuando su propia luz espectral vino a desvanecerse por completo. Había
pasado a ser algo liviano sin peso. Sobre el cenicero azulado quedaban las pavesas
del cigarrillo y una atmósfera cargada de su aroma, que colmé la habitación con