La máquina del tren, de aquellas de los años 20, posee una furia de leña y
carbón y dos que le administran . Esa noche, soltaba un humo negro y turbio.
Detrás colgaban un largo carguero, duros vagones de metal, oxidado y recio. Al
ser petrolero, a ambos lados había un pasillo . La noche era fría, pendiente de
la ceniza y el bosque de su contorno. En esa masa verde se abría sin más una
vía dejada allí hace un siglo por los inglese s. Cuando la riqueza del país
construyo en la selva y en el llano , un musculo que reventó en el Reino Unido
con la crisis de laBaringBrothers. Desde hacían 100 años no le habían
renovado. Su ruido indolente entraba por el centro de la Republica hasta dar en
Bolivia. Si me dormía el suelo que corría debajo, amenazaba devorarme. Si
seguía despierto el hollín lavaba mi cara. Aquella escena, daba un aire
dantesco al permiso paterno esquivado desde hace unos días.
El viento y el sol empujaron con fuerza el resto de la jornada, llegue al sitio por
la noche. El tren se detuvo. Una nueva Republica de cuerdas, aceites o monjas
aburridas quizá esperaba. Decidí apostar por el fetiche, fui directo al convento.
En esas casas de rezo, de plegarias, no hay infierno, pero alguna vez he sido
capaz de encontrar una alterada compañía, que ya no reza, ni come, ni sueña,
prisionera de un enjambre de culpas y deseos.