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por eso te vaya a comer el diablo ¿me entiendes? Desde hoy
te voy a ayudar a ser una niña buena como yo.
Margot no estaba segura de que su hermanita hubiese
comprendido. La iba a encaminar por el sendero bueno y si
después Ágata se apartaba de él, se iba a sentir sin culpa. Al
mediodía, en el comedor, ocuparon los puestos de costum-
bre. Margot estaba bañada y peinada como siempre y había
bañado y peinado a su hermanita. Comieron lentamente y, a
cada minuto transcurrido Margot se iba sorprendiendo del
cambio que observaba en Ágata: nada de sopa tirada, nin-
guna mezcla de guisos, el mantel personal limpio. Sus padres
habían invitado a la señorita Laura y observaban sorprendi-
dos a Ágata. Le agradecían la paciencia que había tenido.
Le daban las gracias por sus analogías y explicaciones. Al
terminar de comer, impecables como al principio, Margot le
preguntó a la señorita Laura:
–¿Verdad que ahora es buena?
–Claro– le respondió.
Convencida, Margot tomó a su hermanita de la mano
como para jugar después de la comida y la llevó a la cocina.
Tomó el cuchillo y sin que nadie las viera condujo a su her-
mana hasta el patio. Ágata se dejaba llevar quizá un poco
seria, pero cuando Margot levantó el cuchillo contra el sol
presintió que no iban a jugar después del almuerzo. Sólo
atinó a dibujar una vaga sonrisa como queriendo simpati-
zarle mientras Margot la atacaba descargando el brazo en
un violento movimiento circular.
Se oyó de pronto el grito hasta el comedor. Los padres y
Laura corrieron espantados después de un instante de duda
en el que les pareció escuchar una mezcla de balido y car-
cajada. Vieron al fondo del patio que Margot, sangrienta,
atacaba de nuevo y levantaba la vista para explicar:
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–Mamá: yo quiero que sea un ángel... –dijo preocupada.
Giró un poco la cabeza y encaró a Laura:
–Señorita, tenía que morir hoy que se portó bien si es que
quería ganar el cielo. Porque quizá después hubiese seguido
tirando la sopa en el mantel...
Añadió convencida:
–...uno nunca sabe.