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Uno nunca sabe

¿Soy acaso el guardián de mi hermano?


Génesis 4:9

Margot respira profundo y, abriendo mucho los ojos,


extasiada, oye atentamente la explicación del catecismo
vaticano.
Es inquieta pero, en casos como este en los que escucha
cosas que le interesan, puede permanecer quieta mucho
tiempo respirando apenas, respirando suavemente para, de
pronto, respirar profundo, satisfecha, cruzar los dedos emo-
cionada y seguir escuchando. Ahora está atenta a las ven-
tajas que reporta portarse bien. Atiende sin parpadear las
pasiones de los santos, la existencia agreste de Adán y Eva,
las defecciones apostólicas cuando de pronto pronuncia la
pregunta que tiene guardada desde hace largo rato:
–¿Y qué pasa con los niños cuando se mueren?
–Se van al cielo, hija.
–¿Y qué hacen ahí?
–Se convierten en ángeles.
–¿Y cuando yo muera seré un ángel?
–Claro, Margot. Será un ángel porque eres una niña
buena.
–¿Y mi hermanita?
– Tu hermana Ágata también, Margot.
–¿Por qué?
–Porque se porta bien igual que tú.
–Pero mamá dice que se porta mal...
–Bueno... quizá... algo que...
–...es que mi mamá le dice que no tire la comida en la
mesa y ella no hace caso.
–Bueno... ¿Ágata tira siempre la comida en la mesa?
–Siempre, señorita Laura; y el agua, y no avisa cuando
quiere hacer popó.
–Mira: lo que pasa es que Ágata está muy chica...
–Pero si ya tiene tres años...
–Quiero decir que poco a poco irá aprendiendo a...
–Señorita Laura: pero si se muere cuando...
–Escúchame Margot: –dice aburrida la señorita Laura–,
el día en que tu hermanita se porte bien se va a ir al cielo, ¿de
acuerdo?
–De acuerdo, señorita Laura.
Después Margot estuvo todavía más preocupada por el
futuro de su hermana. Siempre la había querido mucho pero
se enfurecía cuando tiraba la sopa sobre la mesa, cuando vol-
caba la leche en el mantel y cuando se manchaba de mer-
melada desde la punta de la nariz a los tobillos. El martes
siguiente le expuso las ventajas de ser buena:
–Si te portas bien irás al cielo. Me lo ha dicho la seño-
rita Laura: las niñas buenas no deben tirar su sopa, ni meter
la mano en el agua de limón, ni debe revolver la comida y
deben avisar cuando quieren hacer popó. Yo no quiero que

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por eso te vaya a comer el diablo ¿me entiendes? Desde hoy
te voy a ayudar a ser una niña buena como yo.
Margot no estaba segura de que su hermanita hubiese
comprendido. La iba a encaminar por el sendero bueno y si
después Ágata se apartaba de él, se iba a sentir sin culpa. Al
mediodía, en el comedor, ocuparon los puestos de costum-
bre. Margot estaba bañada y peinada como siempre y había
bañado y peinado a su hermanita. Comieron lentamente y, a
cada minuto transcurrido Margot se iba sorprendiendo del
cambio que observaba en Ágata: nada de sopa tirada, nin-
guna mezcla de guisos, el mantel personal limpio. Sus padres
habían invitado a la señorita Laura y observaban sorprendi-
dos a Ágata. Le agradecían la paciencia que había tenido.
Le daban las gracias por sus analogías y explicaciones. Al
terminar de comer, impecables como al principio, Margot le
preguntó a la señorita Laura:
–¿Verdad que ahora es buena?
–Claro– le respondió.
Convencida, Margot tomó a su hermanita de la mano
como para jugar después de la comida y la llevó a la cocina.
Tomó el cuchillo y sin que nadie las viera condujo a su her-
mana hasta el patio. Ágata se dejaba llevar quizá un poco
seria, pero cuando Margot levantó el cuchillo contra el sol
presintió que no iban a jugar después del almuerzo. Sólo
atinó a dibujar una vaga sonrisa como queriendo simpati-
zarle mientras Margot la atacaba descargando el brazo en
un violento movimiento circular.
Se oyó de pronto el grito hasta el comedor. Los padres y
Laura corrieron espantados después de un instante de duda
en el que les pareció escuchar una mezcla de balido y car-
cajada. Vieron al fondo del patio que Margot, sangrienta,
atacaba de nuevo y levantaba la vista para explicar:

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–Mamá: yo quiero que sea un ángel... –dijo preocupada.
Giró un poco la cabeza y encaró a Laura:
–Señorita, tenía que morir hoy que se portó bien si es que
quería ganar el cielo. Porque quizá después hubiese seguido
tirando la sopa en el mantel...
Añadió convencida:
–...uno nunca sabe.

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