Está en la página 1de 5

Diario de abordo

Escritor: JUAN PABLO VÁSQUEZ


(Autor de Cabeza de Ángel, 2008;
Editorial Cambridge Brickhouse, Boston, MA)

I
Ojos vacios me iluminan en la oscuridad, los miro a través del espejo y
descubro con sorpresa que son los míos. Después de un breve instante -en el
que no sé si pasó hace mucho o aún lo estoy viviendo- concluyo resignado:
«después de todo de quién más podrían ser.»

El sol dentro de poco tocará mi piel desnuda expulsada del tibio vientre;
mientras tanto todo permanece quieto. Desde una nube apenas perceptible por
la pronto volátil noche caen racimos de poemas, desconozco el contenido pero
no la letra, es la mía. Curioso atisbo la nube y me descubro a mí mismo en uno
de sus vértices. Ya no estoy viendo a través de la ventana la nube, sino que
desde la nube estoy viendo a un niño asomarse hacia la ventana.

Me asalta una duda: no sé si ese de abajo soy yo u otro a punto de nacer. Entro
en una especie de desesperación; el último poema ha caído, de inmediato la
nube se desfigura, los racimos de poemas se vuelven bellas palomas y caigo
hacia la eterna luz que hiere todo a su paso.

En el precipitado descenso veo los macizos cuerpos de Dédalo e Ícaro en fugaz


escape del reino de Minos, voy directo a las fauces del minotauro, es un
espectáculo tan grandioso como desolador, pero en vez de ejecutar la gravital
acción y terminar en sus mandíbulas, salgo hacia el exterior teñido de placenta
y sudor.
Un comodín llanto rompe mi silencio noveno. Advierto que no soy más que un
conglomerado de inseguridades y deseos condenado a padecer éste frío primero
esté donde esté, haga lo que haga, esté con quién esté.

II

Lo último que pude recordar de este del antes antes del antes, del prologo
de un libro que a la vez sirve de epílogo de otro que acaba de terminar, era que
estaba en una habitación.

En el cuarto vecino una octogenaria sietemesina dormía con sus tiernos ojos
de teta saciada, por entre las rendijas de sus sueños pude escucharla decir:

«Apenas distingo, ¿la traslúcida soy yo o es el mundo al que aspiro ir?


Sueño, pero soy tan inmaterial que apenas sueño con flores transparente; por
desgracia no soy siquiera una esperanza, un proyecto futuro, dependo del
contacto corporal de mis padres que aún se desconocen. ¿Cuándo me
convertiré en una realidad de mónitas indefensas, de trasero rosarino?»

Desconcertado caminé hasta su puerta y nació en mí una extraña sensación


de pertenencia hacia ese pequeño extracto de ternura, pero a pesar de ser
abatido por ese sentimiento nunca antes ni después experimentado, igual a un
soldado inexperto por una bala enemiga, olvido todo, incluso la eterna
promesa que me hice de buscarla y sentir lo que es estar de nuevo en su
presencia.

III
Entonces sufro la primera de tantas pesadillas. Durante la infancia un niño
ojos azuldesal con una daga en la mano, que desconoce mis soledades y las
suyas por venir, salta sobre mi y dice:

«Alístate, voy a ver a través de tus pupilas, pero recuerda, no me mires,


hicimos un trato, ibas a estar muerto.»

No sé qué decir, cómo actuar. Quisiera darle un golpe, herirlo de cualquier


forma pero el miedo me petrifica. Entonces ríe desafiante, y con la punta de la
daga entre la yema de los dedos me hiere el rostro. Después corre hasta donde
están otros niños que juegan a la guerra. Piensan que es divertido, que son
superiores, pero alguien se divierte aún más mientras lo mira practicar sus
muertes.

IV

¡Sorpresa de mil demonios, carajo! lex eterna. Maldición heredada de


generación en generación, de (de)generación en (de)generación. Así cómo
todos los día dan con su fin, crepúsculo tras crepúsculo, atardecer que no
necesita de los celajes para morir, antes de mi tuvo que haber, by the Lord, un
acoplador, y ese enésimo - 1 acoplador tuvo también su predecesor, y así ad
infinitum, hijos edénicos, Caín y Abel, natos inconformes. Primera duda o
primera esperanza. Un niño cambiado por otro en la infancia. Pero eso no
cambia nada ¿o sí? ¿Quién sabe? Al final todos terminamos siendo parte de
algo.

V
¡Cuán rápido acontece todo! ¡La vida es un instante! Ayer, la primera
infancia estaba repleta de palabras, pasos, golpes en la rodilla; luego el diario
convivir con tutores, familiares y otros niños de distintas edades.

Apenas logro recordar la vergüenza de mis padres por mis torpezas de


aquella época; no es que fuera un niño de desarrollo lento, era mi reacción
natural ante el vacilante orden del bien y del mal.

Como medio de conservación me hice una promesa: no importa con cuantos


indiscretos, insolentes, envidiosos, insociables, en suma ignorantes que trataran
de enseñarme algo, sólo velaría por formar mi propio principio rector, y lo
cuidaría cual si fueran las raíces de un árbol que sobrevive a la inclemencia de
un incendio devastador.

VI

A esa corta edad (cualquier edad es corta), estaba tan orgulloso por lo poco
que había logrado que la vanidad me impedía ver lo mucho que me faltaba.
Mis ideas independientes portaban su fallo adverso desde su origen,
antagonismo constante y diametral.

Por supuesto los fracasos no se hicieron esperar. No solo me sentía una


nulidad, sirio la otredad de todo lo que me rodeaba. Aquel sentimiento
desencajado me enemistó con mis padre, hermanos, amigos, incluso emprendí
contra la lluvia, el sol, el frío, el calor, las doce menos cuarto, la mermelada en
el pan, el vuelto del autobús y una serie infinita de situaciones que me
consumían en mi propia bilis.

Cansado de actuar de manera encubierta, en una dirección equivocada, y


después de tantas cavilaciones y oraciones dirigidas al cielo, un día desperté,
despreocupado, espontáneo, menos rígido, y por fin pude descubrir la belleza
de las cosas imperfectas y su presencia en todas las esquinas.

VII

Me sentía extraño sin mi embestidura de bestia, tocaba mis brazos, piernas,


tronco y rostro y por fin sentí la tersura de mi piel. Ahora sí podía llorar como
me lo había permitido del niño; ahora sí podía arriesgar en grande porque no
tenía miedo de perder todo y empezar de nuevo, ahora sí podía darme el lujo de
amar a alguien. Antes de continuar, di un vistazo hacia atrás y miré la estéril
aridez que había dejado a mi paso.

Entonces observé más allá de donde mi miopía lo permite, y vi cientos de


hectáreas de fértil tierra que esperaban por mi cuido. Fui sensato, tampoco
todo lo que había probado el rigor de mi paso había sido un desperdicio, sino
más bien la necesaria preparación para este momento. Todo lo bueno y lo malo
tiene una razón, y su razón es vivir.
San José, C.R.
22/04/1995

También podría gustarte