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Desde el “lunes negro” de enero para las Bolsas de todo el mundo, ya ningún experto

niega la crisis. Es crisis. Otra cosa es su alcance, sobre el que deberemos seguir la pista.
Desde el 21 de enero, ya no valen eufemismos para describir una situación que se
arrastra desde hace meses y que nos había tenido engañados con unas subidas que no
respondían al ciclo que se había detectado ya durante el verano del pasado año. Era
como luchar contra el destino ya escrito en los ciclos bursátiles que los economistas no
han dejado de estudiar desde que existen los mercados de valores. Era irremediable que
sucediera. Esta es la confesión que estábamos esperando, la constatación de esa especie
de profecía económica que nos decía que ya tocaba, como consecuencia de todo el
proceso que siguió al estallido de la burbuja tecnológica en el inicio del milenio.

De este modo ya se le ha puesto nombre a la actual crisis, es la crisis “subprime”, las


hipotecas basura que han llevado a una situación límite, insostenible, a muchas
financieras, bancos e inmobiliarias en Estados Unidos. La ficha de Wall Street cedió, y
el efecto dominó recorrió el mundo, de Asia a Europa, bajo la sombra de la
incertidumbre.

No hay acuerdo, sin embargo, cuando se trata de poner apellido a esta crisis
internacional. La podríamos calificar de crisis bursátil, o bien de crisis financiera, con
efectos limitados. Si realizamos un repaso a los análisis de urgencia que han realizado
los expertos, podremos convenir en que no estamos ante un “crack”, ni ante un “crash”,
aunque existan componentes de esta crisis que coincidan con la de 1987 (la más
parecida, dicho sea de paso, al “crack” del 29). Las diferencias, en cualquier caso, con la
sufrida hace dos décadas, son sustanciales, en lo que respecta a los tipos de interés y a la
inflación.

"Cabe esperar que el nuevo Gobierno, sea del color que sea, sepa poner freno a la
preocupante caída del empleo"

Una vez acotado el problema, la cuestión que nos debe preocupar es cuánto va a durar
esta crisis, si dos meses o dos años, y cómo va a afectar a la economía real. Quizás la
medida nos la puedan dar los primeros resultados trimestrales de las empresas, este mes
de abril. El temor es que después de que en Estados Unidos el propio presidente de la
Reserva Federal haya utilizado abiertamente la palabra “recesión” y a pesar de la
inyección de los 150.000 millones de dólares que la Administración norteamericana va
a colocar en el sistema económico, casi nadie se atreve a pronosticar que la economía
mundial pueda salvarse esta vez de un nuevo parón.

En una economía globalizada, los Gobiernos tienen cada vez menos capacidad de
maniobra y acción para reconducir este tipo de situaciones y lo único que pueden hacer
es realizar llamamientos a la calma, que ya es mucho, dadas las circunstancias, porque
también en la economía real la confianza es un factor determinante que, en última
instancia, sirve para tomar decisiones que afectan al futuro de las empresas en cuanto a
inversiones y creación de empleo. Los Gobiernos no pueden, por sí mismos e
individualmente, controlar las crisis, pero sí atenuar sus consecuencias con políticas
fiscales y sociales adecuadas.

Queda por ver, en España, cómo afecta la campaña de las elecciones del 9 de marzo en
la toma de decisiones de los partidos, que tienen forzosamente en el primer punto de su
agenda electoral las cuestiones económicas. Cabe esperar que, además de estas medidas
de “choque” electoral, el nuevo Gobierno, sea del color que sea, sepa poner freno a la
preocupante caída del empleo, porque esos indicadores son mezcla explosiva con los
que nos llegan de los parqués.

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