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Las manos

En casi todas las culturas, en sucesivas etapas de cada civilización, las sociedades inventaron tintes,
aceites y sombras para destacar la belleza de sus mujeres. Hay rastros de aretes, collares, peinetas y
pulseras en las tribus más primitivas.
Exquisita la hermosura de las mozas. Si hay una anécdota inolvidable de la sabiduría griega es aquella
que cuenta el juicio a la impía Friné. Los ancianos jueces podían condenarla, hasta que el escultor
amante le desnudó el seno opulento. Al ver esa perfección, el jurado acordó el perdón.
Sin embargo, desde hace años- en ascenso desde el final de la Segunda Guerra Mundial- los dones
femeninos han sido transformados en mercancías, cada vez más caras y más imprescindibles. En las
crisis económicas, bajan las solicitudes de créditos, los pagos de las deudas, las compras de pan o de
zanahorias, pero jamás los vendedores de perfumes y maquillajes lamentan cuentas rojas.
En los países con regímenes socialistas, es triste reconocerlo, las quejas de las ciudadanas eran
repetidas: ansiaban poder adquirir aromas deliciosos, tinturas para las canas o el lápiz labial del rojo
intenso.
El negocio se aceleró con ofertas multiplicadas, a crédito, con premios incluidos, estuches especiales
por las navidades, el día de las madres, la fecha de la amistad. Un discurso unido a un bombardeo
televisivo sobre la relación de belleza con éxito y felicidad. Belleza de cuerpos flacos, casi sin curvas, de
cabellos lacios, de mejillas enmagrecidas. Modelos externos a las tierras cálidas, mas por todas
imitados. En pueblos donde falta el bocado cotidiano y hay niños que se acuestan con hambre, las
bellas se muerden la boca antes de mascar una fritura prohibida y toman todo tipo de mates y pastillas
para seguir magníficas.
En la última década, los extremos llegan a la falsificación, cada vez mayor. Toda parte del cuerpo es
posible alterar. Unas se rellenan los pechos con silicona y hay muchachas que entregan sus primeros
sueldos para hacer creer que natura les otorgó el don de senos abultados. Otras se ponen agua en las
nalgas o también glúteos postizos que se pueden sacar cada noche en la casa. Viejas, adultas, jóvenes
y ahora las niñas y también los hombres están contagiados de esa propaganda. No importa cómo
consigues pagar tu maquillaje o tu operación estética, todo vale en el mundo de las máscaras vivientes.
Tiesos pómulos que ya no sonríen, ojos alargados y bocas infladas, casi monstruosas. Mujeres que
conocimos lindas, hoy nos parecen caricaturas. Unas se suben las cejas, otras se bajan las ojeras y las
más se jalan la piel. El resultado suele ser perverso porque aún con todas las mañas es difícil
reemplazar la naturaleza con el artificio. La moda llegó a políticas, a dirigentes, a periodistas.
Sólo las manos se mantienen invictas. Y me alegra. Las manos siguen como el lugar visible de los
cuerpos que nos cuentan las historias que ahora ocultan las arrugas estiradas. Manos callosas, manos
de mantequilla, manos manchadas de viejas brujas, manos como garras, manos venosas. Miro a las
que quieren parecer divas o artistas, sus manos las delatan y delata su vejez, pero sin sabiduría de
quien festeja sus años con alegría.

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