Está en la página 1de 2

950805509

Su cabeza gacha termina de escudriñar en mi ingle, para darme cuenta que todo es demasiado
perfecto; una chica totalmente voluble a mis condiciones, un departamento en algún cerro de
esta ciudad, un premio y reconocimiento por mi mejor obra de teatro: “Corazón, Hamlet y
Salomé”, las leves consecuencias de una resaca, algo de marihuana y películas de Stanley
Kubrick. Termina de hacerme el fellatio, y mientras ella se ducha, escucho la banda sonora de
Cowboy Bebop. Después de un rato sale de la ducha, se acomoda en nuestro sofá-cama;
empezamos a “lanzar” en la pipa de zanahoria —que un amigo “meque” me enseñó alguna vez
a hacer—. Después de hablar reír y actuar como cetáceos, sacamos los chocolates, galletas de
agua y lo necesario de ron para la sed. En el televisor se aprecian las escenas de “La Familia
Dinosaurio”, con el bebe gritando: “¡No la mama!”. Hasta que un apagón reduce todo una
tranquilidad reflexiva, no como antes del apagón: una tranquilidad estúpida.
Ella empieza a hablar y me explica que no entiende el momento en el que se enamoró de mí, y
menos recuerda el momento en el cual me conoció. Yo le digo que me enamoré de ella a los
trece años, pero a los veinticuatro recién la vi en persona y conocí realmente. «No entiendo,
explícame» menciona. Le doy a entender que a los trece años vi un cassette porno, en el cual
se apreciaba a una actriz que realmente se parecía a ella; claro, obviando la raza caucásica de
la actriz. Quedé impresionado por la voz y actuación de esa mujer, que uno de mis sueños era
ir a la República Checa, pero más tarde, pensándolo bien, esa actriz sería muy vieja y yo muy
pobre e imbécil para hacerla mi mujer; hasta que la conocí a ella, la que tengo frente mío,
ahora mismo. Se ríe con un poco de ironía para luego decirme: «Entonces… ¿Me vez con pinta
de puta? ». Me niego a decir que “si”, solo le digo que ella alguna vez fue el amor platónico de
un mocoso de trece años, que ahora es la mujer de un tipo de veinticuatro. «Ósea me enamore
de un preadolescente». Trato de explicarle que ese amor nació en un preadolescente, pero el
que la conquistó fue el escritor en plena juventud. «¿Ahora quién eres? ¿El joven escritor ó el
púber pajero? ». Le digo que en ese preciso momento soy el escritor, pero quizás más tarde
cuando regrese la electricidad hablé como un púber pajero. «¿Entonces debo desconfiar de
ti?». Reafirmo mi respuesta con un doble “Claro”. Le advierto que los pintores, escritores,
filósofos, artistas y sui generis, son personas realmente inestables, como todos, pero en grados
desorbitados, le pongo el ejemplo de la noticia del niño que desde los cuatro años vivió
encerrado una celda, a causa de un experimento de sus padres psicólogos, con el paso del
tiempo su imaginación fue el as que lo convirtió en un autodidacta, para así no morir de
soledad, hasta que se convirtió en adulto, y su padre ya muy anciano para criarlo lo dejó libre;
la ansia junto a su deseo sexual fueron tan oprimidos y deseosos de liberarse, que le hizo el
amor a la primera dama que vio después de saltar la cerca de un jardín, para luego terminar
asesinándola gloriosamente.
Ella sirve algo de ron y termino de detallarle la historia; le aseguro que la mujer violada y
muerta, no le dio lugar al temor en pleno acto sexual, porque el sujeto lo hacía muy bien, y que
además dejó que el “loco ese” actuara como una máquina de sexo y amor, un artista del
orgasmo, pero la mujer no supo que después del coito, el amante se convirtió en un asesino
medroso-protector, así el “loco ese” llorando trató de recuperar lo que perdió en el momento
de tirarse a la fulana; amar y odiar, lo que hacemos todos, pero ese sujeto era un extremo,
pero no sabemos hasta dónde llega el extremo, hasta que alguien viene y lo estira más.
Se ríe de mí, comprendo que le falta entrenar su sentido común, que tiende a actuar con la
moral, pero también sé que eso es para los débiles, en tanto me distrae el labial que se coloca,
pero antes de que voltease me anticipo y le masajeo lo pechos, se excita y me contornea su
cintura, sus caderas y sus nalgas pegándolas a mí, sigo el movimiento, me hipnotiza, sus manos
se aventuran en mis calzoncillos, ella está caliente, al igual que yo. Se voltea sin sacar la manos
de ahí adentro, y yo sin tratar de separar las mías de sus pechos; empieza a besarme, como
también yo a juguetear con sus pezones que me dan ganas de besar, y compararlos con sus
labios, al quitarle el polo y besárselos, me doy cuenta que no hay duda; son parecidos. Se
separa de mí, se sienta cruzando las piernas, mientras me quito lo calzoncillos me dice: «Tienes
mucha suerte». Simultáneamente abre sus piernas con lentitud, y repite frases como: “haz
poemas sobre mis pezones”, “relata mis orgasmos”. No sé porque pero su ombligo me llama la
atención; le cojo la cintura, mientras mis pulgares bajan hasta donde yo quiero, y trato de no
mirarle el rostro; sólo ubico mi cabeza a la altura de su vientre. Pareciera que mi respiración
sola pudiese quitarle estas bragas, lo hago; se da vuelta, me levanto rápidamente, le sujeto el
cuello y pelo. Soy débil de carne. Yo empalmado empiezo a penetrarla, ella siente el mismo
ritmo de mi taquicardia con los movimientos que la empujan hasta un rincón del sofá o cama,
ella gime y no grita, entiende que al gritar mi parte no durará mucho, pero impredeciblemente
empieza a gritar y hacer círculos con su trasero en mi abdomen, pero yo me conozco y sé que
puedo construir la torre de babel. Ella no hace posible esto; hace que le retribuya todo lo mío,
dejándome algo desmoronado.
Pasaron seis minutos después para que regrese la electricidad, prendo el televisor y me relajo,
saco la pipa, quiero invocar a los cetáceos, pero no puedo, me percato que está llorando
silenciosamente, entonces recuerdo a una novia mencionado que el sexo para ellas es algo
especial, esa antigua novia me explicó que él primer hombre con el que se acuesta una mujer,
le quita cierta moralidad, así comprendo que por ello son tan recelosas al guardar su
virginidad, como también me entero que las putas son las más valientes. Claro, si cada hombre
tuviese que llorar cada vez le confiesa algo a una mujer, entonces ahora mismo tendría que
asesinar a esta zorra.

También podría gustarte