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ESCATOLOGÍA – EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO


1.- EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Introducción

Cuando el hombre experimenta el dolor y el sufrimiento, sobre todo cuando éste


es producido por cataclismos naturales, por la guerra y el hambre, la enfermedad y la
muerte de los niños, acontecimientos y situaciones que flagelan no solo a quien enferma
sino a los que conviven con el enfermo, lleva continuamente al hombre a preguntarse el
por qué o el para qué de este sufrimiento, ¿cuál es el sentido de todo este sufrimiento?
Esta pregunta que está en íntima relación con el sentido del mal en el mundo, debemos
admitir que son preguntas difíciles de responder sobre todo cuando las hacemos de
hombre a hombre, pero más aun cuando las preguntamos a Dios, pues ante una falta de
respuesta convincente lleva al hombre en no pocos casos no solo a conflictos y
frustraciones en su relación con Dios, sino incluso a la negación misma del Creador.
En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la
existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento
parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de
tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena.

1.1.-) Antecedentes

Podemos decir que en el Antiguo Testamento existe una identificación entre mal
y sufrimiento. Sin embargo, esto es debido a que el lenguaje hebreo no tiene otros
elementos para expresar lo que el hombre padece, por ello en las versiones griegas y en
el NT nos encontramos que no todo mal es sufrimiento o que no todo sufrimiento tiene
como origen el mal.
Así vemos algunos textos del Antiguo Testamento relacionados con el sufrimiento:
 El peligro de muerte como lo probó Ezequias (Cf. Is 38, 1-3)
 La muerte de los propios hijos (Cf. Gén 15-16; 37, 33-35) (Cf. 2Sam 19,1)
 La muerte del hijo primogénito y único como temía la madre de Tobías (Cf. Tob
10, 1-7).
 La falta de la prole en el caso de Abraham (Gén 15,12)
 La nostalgia de la patria como el lamento de los exiliados en Babilonia (Cf, Sal
137).

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 La persecución y hostilidad del ambiente, sufridas por el salmista (Cf. Sal.22,


17-21) o por Jeremías (Cf. Jer 18,18).
 El sarcasmo y la mofa a quien sufre (Cf. Jer 20,7), del siervo doliente (Cf. Is,
53,3)
 La soledad y el abandono por lo que tuvieron que sufrir muchos salmistas (Cf.
Sal 22, 2-3; 31, 13; 38, 12) y Jeremías ( 15,17)1

1.2.-) El sentido del sufrimiento en el libro de Job

En el Antiguo Testamento tenemos un referente importante en el tema del


sufrimiento y es el libro de Job. En este personaje, Job la pregunta acerca del
sufrimiento ha encontrado su expresión más viva.
En la búsqueda de respuesta adecuada, el pueblo de Dios reflexiona sobre el
dolor, y la enfermedad, la cual años había vinculado al mal: El sufrimiento,
y la enfermedad son el castigo que Dios manda por haber cometido una falta grave
contra el Creador. Sin embargo, el libro de Job, nos muestra que no es así. En su
desarrollo nos presenta a tres amigos de Job, quien ha perdido todo: sus hijos, sus
ganados, e incluso la misma salud, quienes buscan convencerlo de que todos estos
males solo pueden tener como origen la infidelidad de Job. Para ellos, “El sufrimiento
aparece, como un mal justificado. La convicción de quienes explican el sufrimiento
como castigo del pecado, halla su apoyo en el orden de la justicia, y corresponde con la
opinión expresada por uno de los amigos de Job: "Por lo que siempre vi, los que aran la
iniquidad y siembran la desventura, la cosechan" (Job. 4,8.) Si embargo, Dios irrumpe
en la escena para hacerles ver que el dolor y el sufrimiento no es un castigo que Dios
manda sobre los hombres y el cual debe ser aceptado como un misterio que el hombre
no puede comprender a fondo con su inteligencia.
Yendo más allá, y basados precisamente en el aspecto moral, el sufrimiento nos
lleva a comprender que el mal que se padece, aunque no está directamente vinculado
con el mal moral, presenta la oportunidad de llevarnos a la conversión. De esta manera
el mal sufrido, que se convierte en dolor, va adquiriendo sentido en cuanto que nos
empuja a la conversión. Por ello: El sufrimiento debe servir PARA LA CONVERSION,
es decir, PARA LA RECONSTRUCCION DEL BIEN en el sujeto, que puede
reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene
como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y

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JUAN PABLO II, Carta Apostólica Salvifici Dolores, p. 11

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consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo,
con Dios”.
Conclusión: En otras palabras, podemos decir que el hombre al experimentar su
fragilidad, es llevado a profundizar en el fin último de su vida, el cual, ante el
desmoronamiento de su existencia, es llevado a la esperanza de la vida futura, en la cual
ya no hay llanto ni dolor, pero la cual no se obtiene sin una vida en comunión con Dios.

2.- EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN EL NUEVO TESTAMENTO

San Pablo nos dice: “Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, porque
completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su
Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Estas palabras tienen un gran valor libertador,
acompañado de la alegría.
La alegría se deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento. El
sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre y es inseparable de su
existencia terrena. Suscita compasión, respeto, y, a su manera atemoriza, llegando a
tocar, en el hombre, la más profunda necesidad del corazón y también el profundo
imperativo de la fe2.

2.1.-) Jesucristo: el sufrimiento vencido por el amor

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo para que todo el que cree en
Él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16). Estas palabras, nos introducen en el
centro mismo de la acción salvífica de Dios. Nos encontramos con una dimensión
totalmente nueva, que encierra, en cierto sentido, el significado del sufrimiento dentro
de los límites de la justicia.
El hombre “muere” cuando pierde la “vida eterna”. El Hijo del hombre, en su
misión salvadora, llega a tocar el mal en sus raíces trascendentales, fijadas en el pecado
y la muerte. El sufrimiento está relacionado con el pecado que lleva a la muerte.
Cristo vence el pecado con su obediencia hasta la muerte y vence la muerte con
su resurrección. Sin embargo, la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, no
suprime los sufrimientos temporales de la vida humana ni libera del sufrimiento, pero
proyecta una luz nueva, la luz del Evangelio, que es la salvación.
En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó sin cesar al
mundo del sufrimiento humano tanto al del cuerpo como al del alma, poniendo como
2
J. PABLO II, Salvifici doloris, Carta apostólica sobre el sentido del sufrimiento humano, Roma, 1984,
pp. 3-7.

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ejemplo las bienaventuranzas: “los que tienen alma de pobres, los afligidos...” Su
cercanía al pobre y al sufrido fue por el mismo hecho de experimentar, en sí mismo, el
sufrimiento en todas sus formas, al extremo de alcanzar la salvación por su muerte y
resurrección en la cruz3.
Por eso reprende severamente a Pedro cuando quiere impedirle el sufrimiento y
la muerte en la cruz (cf. Mt 16,23). Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento,
consciente de su fuerza salvífica, va obediente hacia la cruz, unido al Padre en el amor,
con el cual ha creado al hombre y al mundo. Por eso Pablo escribe de Cristo: “Me amó
y se entrego por mí” (Gal 2,20).
El sufrimiento humano ha alcanzado su punto culminante con la entrega de
Cristo. Y, a su vez, ha entrado en una dimensión completamente nueva: su pasión está
unida al amor. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan
manantiales de agua viva. En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el
sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a ese interrogante4.

2.2.-) Somos partícipes de los sufrimientos de Cristo

El poema del Servidor Sufriente5 nos conduce hacia el sentido cristológico del
sufrimiento, que fundamenta la entrega de Cristo en la cruz. Puede afirmarse que, junto
con la pasión de Cristo, todo sufrimiento humano se encuentra en una situación nueva.
En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino
que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido.
Cristo, sin culpa alguna propia, cargó sobre sí “el mal total del pecado”. Por
tanto, todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado
también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la
redención. Con esto, Cristo ha elevado el sufrimiento humano a nivel de redención. Por
lo tanto, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del
sufrimiento redentor de Cristo6.
El hombre, al descubrir por la fe el sufrimiento redentor de Cristo, descubre al
mismo tiempo en él sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe y los enriquece
con un nuevo contenido y significado. La cruz de Cristo arroja una luz salvífica sobre la
vida del hombre y sobre su sufrimiento. A quienes participan de los sufrimientos de

3
Idem. 27-31
4
Idem. 35-42.
5
Ver Is 53,10-12
6
J. PABLO II, Salvifici doloris, p. 45.

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Cristo, sus palabras “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”7, se imponen
con la fuerza de un ejemplo supremo. Así como nos dice San Pablo: “Es mejor padecer
el mal que hacerlo”.
El sufrimiento es también una llamada a manifestar la grandeza moral del
hombre, su madurez espiritual. De esto, han dado prueba, a través de diversas
generaciones, los mártires y los confesores de Cristo: “No teman a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). El sufrimiento, en efecto, es
siempre una prueba, a la que es sometida la humanidad. Contiene una particular llamada
a la virtud, que el hombre debe ejercitar.
De este modo, con la apertura al sufrimiento humano, Cristo ha obrado la
redención del mundo. Al mismo tiempo vive y se desarrolla en su Cuerpo místico, que
es la Iglesia y, en esta dimensión cada sufrimiento humano, en virtud de su unión en el
amor con Cristo, completa su sufrimiento8.

2.3.-) María y los discípulos: siervos sufridores con Cristo

Es ante todo consolador notar que al lado de Cristo, en primerísimo y en


destacado lugar, está siempre su Madre. Su subida al Calvario, su “estar” a los pies de la
cruz junto con el discípulo amado, fueron una participación del todo especial en la
muerte redentora del Hijo (Jn 19,26).
Aunque no comprendía todo el dolor que sus ojos observaban en Jesús, sabía
esperar y guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (cf. Lc 2,51). Es la
primera discípula de Jesús, forjada en el sufrimiento y en la fe esperanzada de que algún
día se le revelaría lo que en primera instancia se le hacía tan obscuro y doloroso.
Cristo no escondía a sus discípulos la necesidad del sufrimiento. Decía “el que
quiera venir detrás de mí...cargue con su cruz cada día” (Lc 9,23). Sus discípulos
tampoco estaban exentos del sufrimiento y encontrarían múltiples persecuciones a lo
largo del camino (Lc 9,23; Mt 7,13-14; Lc 21,12-19; Jn 15,18-21; Jn 16,33). De esta
manera, constituye una llamada especial al valor y a la fortaleza, sostenida por la alegría
de la resurrección. Si el Maestro sufrió, desde un sentido profundo en la voluntad del
Padre, cuánto más sus discípulos debían padecer.

Conclusión

7
Cf. Lc 23,34
8
J. PABLO II, Salvifici doloris, p. 47.

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El Concilio Vaticano II ha expresado: En realidad, el misterio del hombre sólo


se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque... Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el
hombre al hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (GS. 22).

Una lección que debemos aprender en la vida es aceptar el sufrimiento, que es


parte integrante de nuestra existencia, para aprender a amar. Dice la doctora Kübler-
Ross9:

“Todo sufrimiento genera crecimiento. Sufrir es como forjar el


hierro candente, es la ocasión que nos es dada para crecer, que es la única
razón de nuestra existencia”.

El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No podemos escaparnos de


él, aunque lo intentemos. Tarde o temprano, tocará a la puerta de nuestra vida. Por eso,
hay que recibirlo como amigo y no rechazarlo como enemigo. Se ha dicho que el
hombre que no ha sufrido no tiene madurez suficiente para amar de verdad. Quien no
sabe de dolores, no sabe de amores.

Por supuesto que hay que buscar la manera de aliviar el dolor o de superarlo,
pero, si eso no es posible, hay que saber ofrecérselo a Dios con amor. Desde que Cristo
murió en la cruz, el dolor no es algo absurdo y sin sentido, sino algo que puede
ayudarnos a crecer en el amor.

El sufrimiento es un tesoro, que Dios pone en nuestras manos para crecer. Cristo
nos dio ejemplo, muriendo por nosotros. Y nos ha dicho que no hay mayor amor que
dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Por eso, la mejor acción que podemos hacer en
esta vida es dar la vida por Dios y por los demás10. Como diría el poeta Lope de Vega:

“Sin cruz no hay gloria ninguna,


ni con cruz eterno llanto.
Santidad y cruz es una,
no hay cruz que no tenga santo
ni santo sin cruz alguna”.

3.- APLICACIÓN A LA ACTUALIDAD


9
E. KÜBLER-ROSS, La muerte: un amanecer, Ed. Luciérnaga, Barcelona, 2006, p. 52.
10
M. SIMMA, Haznos salir de aquí, Ed. Segno, 1997, p. 186.

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El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni


siquiera en sus más avanzadas ramificaciones, aunque no es menos cierto que gran parte
del sufrimiento del hombre es por el padecimiento de alguna enfermedad. El
sufrimiento del hombre es algo todavía más amplio que la enfermedad y más complejo;
este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral,
este último mucho más ininteligible que el primero.
La Sagrada Escritura, como es sabido para aquellos que la conocen, y como ya
lo describimos precedentemente, es un gran libro sobre el sufrimiento. Y simplemente
para recordar, de los libros del Antiguo Testamento mencionaremos sólo algunos
ejemplos de situaciones que llevan el signo del sufrimiento, ante todo moral: el peligro
de muerte, la muerte de los propios hijos, y especialmente la muerte del hijo
primogénito y único. También la falta de prole, la nostalgia de la patria, la persecución
y hostilidad del ambiente, el escarnio y la irrisión hacia quien sufre, la soledad y el
abandono. Y otros más, como el remordimiento de conciencia, la dificultad en
comprender por qué los malos prosperan y los justos sufren, la infidelidad e ingratitud
por parte de amigos y vecinos, las desventuras de la propia nación.
Por lo tanto se puede decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier
mal, que podría decirse que comienza como algo personal, pero que asimismo puede
alcanzar magnitudes exorbitantes y desencadenarse en «sufrimiento del mundo»; del
mundo que ha sido transformado, como nunca antes, por el progreso realizado por el
hombre y que, a la vez, está en peligro más que nunca, a causa de los errores y culpas
del hombre, producto de no saber canalizar dicho progreso.
Dentro de cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo
profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por qué? Y
es una pregunta acerca de la causa, la razón; pero detrás de esta interrogante surge otra
ya con perspectiva cristiana, una pregunta acerca de la finalidad ¿para qué?; en
definitiva, acerca del sentido del sufrimiento.
No podemos reducirnos al mero sufrimiento sin más ni más, como aquel que se
manifiesta en los animales. Porque solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y
se pregunta el porqué; y sufre humanamente de manera aún más profunda, si no
encuentra una respuesta satisfactoria. Y es bien sabido que en la línea de esta pregunta
se llega no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con
Dios, sino que sucede incluso que se llega a la negación misma de Dios, como resultado
de un gran vacío que el hombre experimenta en su interior.

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Ciertamente el hombre entra en una angustia total, que le hace capaz de


revelarse ante la sociedad y ante Dios, le produce el total alejamiento con Dios. Cuando,
al contrario, el sufrimiento debe servir para la conversión, es decir, para la
reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta
llamada a la penitencia. Y la penitencia obviamente tiene como finalidad superar el mal.
Para poder percibir la verdadera respuesta al ¿por qué? del sufrimiento, tenemos
que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente última del sentido de
todo lo existente. El amor es también la fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento,
que es siempre un misterio. Y solamente Cristo nos hace entrar en este misterio y nos
hace descubrir el por qué del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la
sublimidad del amor divino.
El Amor es fuente definitiva de todo lo que existe. El Amor es también la fuente
más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta
ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. La acción salvífica de Dios
manifestada concretamente en Jesucristo, manifiesta también la esencia misma de la
soteriología cristiana, es decir, de la Teología de la Salvación. Salvación significa
liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con el problema del sufrimiento.
La muerte si bien es cierto, muchas veces es esperada como una liberación de los
sufrimientos de esta vida. Sin embargo, al mismo tiempo, no es posible dejar de
reconocer que ella constituye casi una síntesis definitiva de la acción destructora tanto
en el organismo corpóreo como en la psique. Pero ante todo la muerte comporta la
disociación de toda la personalidad psicofísica del hombre, y eso es algo que no lo
podemos negar. El alma sobrevive y subsiste separada del cuerpo, mientras el cuerpo es
sometido a una gradual descomposición según las palabras del Señor: “Polvo eres, y al
polvo volverás” (Gen 3,19).
En su actividad mesiánica en medio del pueblo amado por Dios, Cristo se acercó
incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó haciendo bien», y este obrar
suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos, a los desprotegidos, a los marginados y a
quienes esperaban ayuda. Curaba enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los
hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del
demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos.
Jesús era sensible a todo sufrimiento humano, tanto del cuerpo como del alma.
De todos modos Cristo se acercó sobre todo al mundo del sufrimiento humano
por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. Y por medio de este

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sufrimiento suyo hace posible que él hombre no muera, sino que tenga la vida eterna.
Por medio de su cruz debe tocar las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y
en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la
salvación encomendada por su Padre.
Nos dice el papa Juan Pablo II: “Junto con la pasión de Cristo todo sufrimiento humano
se ha encontrado en una nueva situación”.
Nuestro Redentor ha sufrido en vez del hombre y por el hombre, y con Cristo
todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a
participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención. Está
llamado a participar en ese sufrimiento por medio del cual todo sufrimiento humano ha
sido también redimido.
Los textos del Nuevo Testamento, así como los del Antiguo, expresan en
muchos puntos este concepto. En la segunda carta a los Corintios, por ejemplo, escribe
el Apóstol: “En todo apremiados, pero no acosados; perplejos, pero no desconcertados;
perseguidos, pero no abandonados; abatidos, pero no aniquilados, llevando siempre en
el cuerpo la muerte de Cristo, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro tiempo.
Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús,
para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal (...) sabiendo
que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará...” (2Cor 4,7-13).
La dialéctica de la cruz y de la muerte es completada, no obstante, por la
elocuencia de la resurrección. El hombre halla en la resurrección una luz completamente
nueva, que lo ayuda a abrirse camino a través de la densa oscuridad de las
humillaciones, de las dudas, de la desesperación y de la persecución.
La cruz de Cristo, lejos de ser una maldición o un tormento, arroja de modo muy
penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento,
porque mediante la fe la alcanza junto con la resurrección. La esperanza de la gloria,
tiene su comienzo en la cruz de Cristo. El motivo del sufrimiento y de la gloria tiene
una característica estrictamente evangélica, que se aclara mediante la referencia a la
cruz y a la resurrección, única y definitiva.
Es por eso que en este tiempo hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo
de los mártires de la fe, que son innumerables, sino también de otros numerosos
hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por
una causa justa.

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Finalmente y como característica netamente cristiana, diremos que, del


sufrimiento tenido como un signo salvífico, emerge una inagotable fuerza que acerca
interiormente el hombre a Cristo, y a esto debe su profunda conversión muchos santos,
como por ejemplo San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola y otros. Fruto de esta
conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del
sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente
nuevo.
El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la
humanidad la fuerza de la Redención. Por lo tanto, el sentido del sufrimiento es,
verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el
misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano,
porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, encuentra su propia humanidad y su
propia dignidad.

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BIBLIOGRAFÍA:

• J. PABLO II, Salvifici doloris, Carta apostólica sobre el sentido del sufrimiento

humano, Roma, 1984.

• KÜBLER-ROSS Elisabeth, La muerte: un amanecer, Ed. Luciérnaga,

Barcelona, 2006.

• SIMMA María y NICKY Eltz, Haznos salir de aquí, Ed. Segno, 1997.

• LA BARRERA, Villarreal Ronald, Via Salutis, Jesús Sana a los

Enfermos, Editorial Jesús de la Misericordia, Quito-Ecuador, 2005

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