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LUNES 2 DE NOVIEMBRE:

Las personas llegan al panteón desde muy temprano, algunas llegan en


camionetas, otras llegan caminando tras una larga subida cargando las
ofrendas para sus seres queridos. En los morrales de tela que la noche anterior
habían estado en los altares, llevan la fruta, tamales, dulces y panes que, al
llegar, colocarán sobre la tumba junto con las bebidas, canastitas, pañuelos y
demás objetos que, en vida, fueron de valor para el difunto.
A lo lejos se escucha el vago sonido de cientos de cohetes que son arrojados
por los niños, mezclado con una música festiva. Conforme se va aproximando
a las puertas del panteón, se puede ver a los vendedores que apretados entre
las camionetas de los visitantes, ofrecen a los acalorados visitantes nieves y
paletas, dulces, refrescos, coronas con imágenes de santos, cohetes, etc. El
olor de la pólvora es más intenso, y los estallidos de petardos y buscapiés son
interminables, recordándole a los muertos que han venido a verlos, llamándolos
para darles la despedida, y haciéndoles ver que, al menos, su recuerdo no ha
muerto.
Una vez que se cruza el umbral, se llega a un mundo completamente distinto,
el ambiente está impregnado de júbilo y tranquilidad; la música de las
diferentes bandas se confunde y se acompasa con los cohetes creando una
especie de caos sonoro, que al parecer, es el que llena el ambiente de tanta
alegría.
Las tumbas que están regadas por el terreno irregular están rodeadas por los
familiares que no han tardado en llenarlas de flores, les han vuelto a hacer un
arco y las rodean de hojas cempasúchil. Las lápidas han quedado convertidas
en mesas, en donde se sirve un festín adornado con velas de colores que
cargan alegres burritos de barro, así como de incensarios que emanan el dulce
olor del copal.
La familia rodea la tumba, algunas se sientan a la sombra de un árbol, otras
sobre piedras o la lápida, muchas llevan sillas y las que no tienen techo, cubren
el sitio con lonas para protegerse del calor. Ésta escena es más parecida a una
fiesta que una visita al panteón. Algunas tumbas, la mayor parte de ellas,
montones de tierra, se encuentran solas, sin embargo no significa que estén
olvidadas; las han rodeado con una débil línea de flores de muerto, y en el
centro una pequeña pila de frutas acompañada de una velita enterrada en el
piso, a algunas les han dejado un refresco y dos tamales junto con un morralito.
Son las tumbas de aquellos que no han reunido suficiente dinero para
festejarlos en grande, tal vez, es la razón por la cual no han querido
permanecer en la celebración.
Alrededor del medio día comienzan a comer lo que han traído, algunos, más
alegres beben el contenido de los cartones de cerveza que han llevado, otros
intercambian comida con otras familias, lo cual es muy importante para ellos,
ven la fiesta de despedida como algo que refuerza los lazos de la comunidad y
les da un sentido de pertenencia; otros más reservados, se limitan a
contemplar el resto de las escena tranquilamente junto a su muerto. Raras son
las personas tristes, solamente algunas viudas lloran consolándose abrazando
la fría piedra de la lápida.
Como a las dos de la tarde, entre gritos de alegría, cohetazos y música, entra
una alegre comitiva: una última banda, varios niños disfrazados que arrojan
ratones y buscapiés a diestra y siniestra y la comunidad travestí de la región.
Se distribuyen por el panteón y se unen a la celebración participando en las
comilonas y en los bailes.
Algunos solo van de paso, otros se quedan hasta la comida, pero la mayoría,
principalmente los jóvenes se quedan hasta entrada la noche, el festejo pasa a
segundo plano y ellos disfrutan de la música y la bebida. Una vez que se
cierran las puertas, se continúa la fiesta en los pórticos de las casas, se vuelve
a servir chocolate, tamales y pan, en donde las personas aprovechan las
últimas horas de la fiesta, manifestando un deseo de que no termine,
despidiéndose de sus difuntos, conviviendo entre ellos con mucha alegría, pues
pasará un año antes de que una celebración de tal magnitud se vuelva a
repetir.

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