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Chanclas

-Soy yo, mamá-, dice mamá. Yo abro allí está ella con bolsas, grandes cajas y la
ropa nueva. Además trajo las medias, un fondo que tiene una rosita y un vestido
de rayas blancas con rosa. -¿Y los zapatos?- Los olvidé. -Ya es muy tarde. Estoy
cansada-. ¡Uf! ¡Uf, híjole!

Son ya las seis y media, el bautizo de mi primito terminó.

Todo el día esperando, la puerta cerrada, -no le abras a nadie-, y yo -no- hasta
que mamá regresa compra todo, excepto los zapatos.

Ahora el tío Nacho llega en su carro, tenemos que apurarnos a llegar a la Iglesia
de la Preciosa Sangre rápido, porque allí es la fiesta del bautizo, en el sótano
rentado este día para bailar, tamales y los escuincles de todos, corriendo de un
lado a otro.

Mamá baila, está feliz. De pronto ella se enferma, abanico su cara acalorada con
un plato de cartón. -Demasiados tamales-, pero tío Nacho dice: -demasiado de
esto- mientras se empina el pulgar entre los labios.

Todos ríen menos yo, porque estoy estrenando el vestido de rayas blancas con
rosa, nueva ropa interior, nuevos calcetines pero con los viejos zapatos café con
blanco que llevo a la escuela. Como los que me entregan cada septiembre porque
duran mucho,- y sí duran-. Mis pies desgastados y redondos, los tacones bien
chuecos que se ven estúpidos con este vestido, así que nomás permanezco aquí
sentada.

Mientras tanto ese muchacho que es mi primo de primera comunión o de algo,


me pide que baile y no puedo. Únicamente escondo mis zapatos bajo la silla
plegadiza de metal que dice: Preciosa Sangre, mientras despego un chicle café
que está pegado debajo del asiento. Sacudo mi cabeza: No. Mis pies van
haciéndose grandes y más grandes.

Entonces el tío Nacho jala y jala mi brazo, no importa qué tan nuevo es el vestido
que mamá me compró, porque mis pies están feos, hasta que mi tío que es un
mentiroso dice: tú eres la más bonita de todas aquí, vas a bailar. Yo le creo y sí,
estamos bailando, aunque al principio no quiero. Mis pies se hinchan como
chupones pero yo los arrastro hasta el centro del piso de linóleo donde mi tío
quiere presumir el baile que aprendimos. Mi tío hace que gire, mis brazos flacos
se doblan como él me enseñó, mi madre mira al igual que mis primitos, así como
el muchacho que es mi primo de primera comunión, todo mundo dice: ¡guau!
¿Quiénes son esos que bailan como en el cine?, hasta olvido que traigo zapatos de
diario café con blanco de los que compra mi mamá cada año para la escuela.
Todo lo que oigo son los aplausos cuando la música se detiene. Mi tío y yo
hacemos una reverencia, él me acompaña con mis gruesos zapatos a mi madre,
que se siente orgullosa de ser mi madre. Toda la noche el muchacho que ya es un
hombre me mira bailar. Me miró bailar.

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