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REVISTA PSIQUE Y SOCIEDAD


Revista Electrónica del Campo Psi y Social ISSN 2011-8511

PRINCIPAL SUMARIOS COMITES COLABORADORES CONTACTOS VINCULOS

Revista Electrónica del Campo Psi y Social

LA UNIVERSIDAD ANTE EL RETO DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA POSTMODERNIDAD

Jairo Báez (1)

RESUMEN

La reflexión sobre la Universidad en países en vías de desarrollo, en tiempos actuales marcados por un supuesto
postmodernismo, sigue siendo fundamento cuando de pensar la sociedad y el sujeto se trata. La realidad y la utopía son los
derroteros de acercamiento a este problema y, Colombia, el ejemplo. Hay un inconsciente a develar en lo colectivo, pero no
propiamente a la manera como lo plantea Jung, si no en la gravedad de Otro que no existe y que, sin embargo, hace sujeto.

Palabras claves: universidad, utopía, postmodernismo, estado, globalización

No se puede hablar de Globalización sin desentramar el postulado postmodernista. El postmodernismo, en primer lugar, ha
renunciado a la razón, pues la asume agotada, incapaz de llevar al hombre a través del camino hacia el progreso y más allá,
deshumanizadora; en segundo lugar, renuncia a la objetividad, pues ésta sólo puede ser manifiesta a partir del lenguaje y éste, a
su vez, se muestra incapaz de reflejar la realidad; y en tercer lugar renuncia a la ubicación de los sujetos, por supuesto, con la
muerte inminente del yo, y a cambio centra sus esperanzas en las relaciones (Lipovetsky, 1995); esta última renuncia deja
traslucir la suprema extravagancia e incomprensión del postmoderno, pues nunca antes se había hecho tanto elogio al narcisismo
e individualismo. Precisamente, con el postmodernismo se da muerte a la expresión máxima del modernismo, donde la
autonomía y la autodeterminación eran garantes de progreso y libertad, siendo desechada con visos de atavismos retrógrados y
anquilosantes. Con el postmodernismo no habrá más un lugar para la razón positiva y con ello queda proscrita la búsqueda de la
esencia de las cosas. Hoy, la orden del día impone la prohibición de cualquier mención al Ser y a cambio se alecciona la
aceptación del Tener. Hoy son más importantes las Relaciones que se puedan entablar con el otro (igualmente inexistente), que
cualquier intención de identidad; el Individuo y el Estado desaparecieron, con su implicación de trascendencia y ubicación en un
tiempo y un espacio; hoy se da lugar al presente eterno, pero efímero, de las relaciones entre objetos que desaparecen en la
medida que no son necesarios o se hacen caducos ante una nueva expectativa devenida aparentemente de la nada. La
sentencia de Antonio Machado (2001) sintetiza con clara aproximación la realidad de la Globalización:

Todo pasa y todo queda,


pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

El postulado hegeliano de la conciencia en sí y para sí (1994), tan necesario para hablar de riqueza social y humana, descansa
en paz en cualquier anaquel polvoriento que ya nadie se atreverá a mirar. Hoy la autonomía y la autodeterminación de los
Estados y los Individuos son relativas, y con estos argumentos se desarrollan guerras preventivas; e invasiones militares a países
subdesarrollados, bajo el sofisma de convenios de asesoría y ayuda al mantenimiento de débiles e incipientes democracias; se
promueven pactos de comercio entre naciones pobres y ricas, curiosamente suscitados por los llamados países desarrollados.
Ese mismo rechazo de la identidad, la autonomía y la autodeterminación, ocasiona en el Individuo la escisión discursiva y la
fragmentación en su deseo de comprensión íntegra y holística; hoy se quiere, y se tiene una solución para cada problema,
especialmente para aquellos del momento, para los más apremiantes; no importa, ni se cuestiona, si aquello que soluciona lo uno
pueda ser motivo de mayor problematización en lo otro. Hoy, el intelectual pasa fácilmente de los cristales al psicoanálisis, y del
psicoanálisis a la santería; hoy la coherencia conceptual no ampara las acciones. El presente se extendió en un horizonte donde
no hay futuro ni existió pasado.

La multiculturalidad, - expresión de la falta de medios de comunicación eficientes y efectivos, para la transmisión del
conocimiento-, es hoy en día, paradójicamente, uno de los pilares de la postmodernidad. Paradoja innegable; pues nunca antes
había contado la humanidad con tan excelsos medios para trasmitir el saber, que finalmente redundará en la hegemonía cultural.
Y la Universidad se halla en el foco de la paradoja: quiere y aboga por el respeto a la diversidad de saberes, a la aceptación de
las diferentes culturas; pero, así mismo, se enfrasca en el deseo de homogenizar el saber, partiendo del supuesto de que al abrir
las fronteras de su campo de referencia estatal, logrará depurarse y efectivizarse.

Una paradoja más. A comienzos de la enciclopedia, cuando los medios de comunicación eran precarios, fue una alternativa el
hacer grandes travesías en busca del saber. En América era bien visto, incluso heroico, el emprender el largo viaje en barco
hasta Europa para poder obtener un conocimiento que luego serviría para brindar las soluciones a los grandes problemas de
estos territorios recientemente liberados del dominio español. De esta manera, Antonio Nariño nos dio a conocer los derechos del
hombre, y Simón Bolívar nos enseñó la importancia de la autonomía y la autodeterminación de los pueblos. No obstante, en la
actualidad, cuando ha sucedido cualquier cantidad de revoluciones en las formas de comunicación, aún se sigue privilegiando las
grandes Odiseas en busca del vellocino de oro, capaz de sacar a estos pueblos de la ignorancia y el subdesarrollo. Aún es
normal que nuestros estudiantes exhiban con orgullo, su tiquete hacia alejados países en procura de títulos universitarios que
luego portarán como estandarte y utilizarán en el concierto de la demanda y oferta laboral profesional del sector público y el
privado. Rarezas como estas ya no deberían suceder, y las cuales deberían haber sido superadas hace años, en la primera
revolución de las comunicaciones ocasionada por Gutenberg con la cotidianización de la imprenta, y luego con la aparición de la
radio, la televisión y, finalmente, con el gran zarpazo de la Internet y la proliferación de mundos virtuales. ¿Qué sentido tiene ir
tan lejos por el conocimiento cuando éste viene al sujeto cognoscente de la manera más fácil e instantánea? Las grandes
travesías se justificaban en la media en que el sabio no tenía los medios para transmitir su saber a ignorantes deseosos de
nutrirse de su sapiencia, y los Estados, incrustados en la vorágine de territorios sin mayores medios de comunicación, añoraban

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nutrirse de su sapiencia, y los Estados, incrustados en la vorágine de territorios sin mayores medios de comunicación, añoraban
los visionarios y acaudillados próceres, capaces de sacar de la indigencia a la nacientes sociedades.

Igualmente, cuando la psicología y las ciencias sociales tienen, en el momento, suficientes argumentos para señalar la
importancia de la experiencia y de la historia, en procura de una cultura deseada, sigue campeando la idea de que el
conocimiento es algo extraño a la práctica. Se sigue validando la idea de que el conocimiento foráneo es lo mejor y lo que
necesitan estos pueblos subdesarrollados. A cambio de crear nichos de conocimiento y transmisión de una cultura autóctona, se
sigue en el delirio de querer entronizar al otro, alejado de la realidad vivida, como modelo del bien común esperado y deseado. El
devenir dialéctico que permite un conocimiento a partir de la experiencia, y el conocimiento que permite nuevas prácticas no
están contemplados, en esa ilusión de ser mejores ciudadanos con conocimientos extraños a la realidad que nos corresponde
vivir. Existe una diferencia entre ser un cosmopolita y ser un provinciano; pero, también, existe diferencia en ser provinciano de
su propia provincia y ser provinciano de una provincia ajena.
La humanidad más que nunca, hoy padece de males sociales endémicos; males globales que se extienden por todos continentes,
arrasando con viejos conceptos que señalaban el desarrollo y el subdesarrollo, o los primeros, terceros y cuartos mundos. Hoy la
injusticia social es mucho más prevalente, el residuo social es cada vez mayor; la división entre recursos vitales y personas
necesitadas deja cada vez más insatisfechos. Insatisfacción que emerge en problemáticas específicas como el hacinamiento, el
desempleo, el hambre, la delincuencia, las adicciones, el maltrato en las relaciones interpersonales, la inconformidad ante las
instituciones y la falta de proyectos anclados en una calidad de vida. Los países y sus instituciones no fueron capaces de
contrarrestar el fenómeno egocentrista de la acumulación de los recursos; la brutalidad humana se patenta en el deseo e ideal de
la persona de tener tanto que necesitaría mil vidas para poderlo gastar, y en los postulados de reverencia a la pobreza como
camino expedito para lograr la felicidad en otras vidas. Es tan nefasto e inconcebible formar académica e intelectualmente a
personajes para ser inmensamente ricos, tanto como ocasionar multitud de hombres pobres mediante la falta de oportunidades
de acceso a la educación. Y la Universidad actual no se ha alejado de este concepto: alecciona a una élite para que acumule
recursos y pregone a la masa un himno de equidad social y frugalidad en la satisfacción de sus necesidades.

Al faltar el Estado, como ente mediador entre las individualidades, el camino a la jungla es una realidad. Un Estado, como simple
pantomima de lo que en sus comienzos le dio lugar, abre las puertas del regreso a la violencia y a la imposición ciega del más
fuerte. A modo de Freud, el narcisismo, en su reinado, se hace patente y desolador. No se podrá hablar de sociedad, a cambio sí
de individuos omnipotentes, o a lo más, de castas en ilusorias pretensiones de indestronabilidad. Y si la Universidad era el último
reducto para la utopía del Estado y de construcción de una sociedad equitativa y justa, con la Globalización y la Postmodernidad,
se da la estocada final a siglos de cultura y confianza en la razón. El statu quo de la diferencia y la inconsciencia, soportado en la
ideología de la Globalidad, da muerte al Estado y muerte a la Universidad.

El que sale ganando de la Globalización es quien tenga claro el sentido del porqué la asume y quien tenga conocimiento de
cuáles son los intereses que lo mueven a participar de un mundo sin límites. También sale ganando quién tome la delantera en
los proyectos que se emprendan en ese bacanal de ofertas y demandas superficiales; y gana quien se mantenga a la vanguardia
de satisfacer necesidades a corto plazo; gana quien logre descollar en la creatividad y la novedad, al plantear nuevos proyectos
en un mundo ávido de satisfacciones efímeras y triviales; gana quien pueda mantener una ideología cuya base sea el consumo
de bienes tangibles e intangibles. No obstante, el mundo global no va a cambiar el panorama existente de la noche a la mañana,
quien lleva la delantera en este momento, seguirá llevándola en un mundo globalizado; solamente que éste dispondrá de nuevos
mercados, y por supuesto de más ganancias. Seguirá perdiendo quien hasta hora lo ha hecho, y la brecha entre ricos y pobres se
hará mucho más evidente; ya no será tan clara la diferencia entre países pobres y países ricos, pero sí la diferencia será clara
entre hombres ricos y hombres pobres, pues estos serán mucho más conspicuos en los países, (más nunca Estados) donde
siempre detentaron un ya marcado statu quo.

Debemos sopesar que ante este panorama, la Universidad amplía, a cambio de reducir la brecha social de la inequidad. El
concepto del pobre que accediera a la educación superior con ánimos de subir en la escala socioeconómica desaparece, y no
porque quiera, sino porque no tendrá las más mínimas posibilidades, en un contexto donde la Universidad desea utilidades
económicas y el Estado no subvenciona al necesitado. Asumir modalidades educativas de "preste ahora y pague después", como
alternativa, no tienen mayor futuro ante la perspectiva donde la inestabilidad laboral se destaca. Pocos van a querer endeudarse
cuando no se tiene claridad de cómo pagar y qué utilidades ulteriores esperar. Lo mismo, pocos querrán prestar para la inversión
en educación superior si no ven la posibilidad de asegurar que le será pago lo adeudado. Más aún, serán pocos los clientes de
las Universidades cuando se descubran las estadísticas de egresados, en diferentes disciplinas profesionales superiores, que
aumentan la tasa de desempleados, o subutilizados en oficios de poca exigencia calificada. La Universidad como estructura
democrática con la Globalización pierde su sentido. La Universidad en la apertura de fronteras y emancipada de su deber de
representar un Estado no deja de ser más que una empresa que invierte recursos para ganar utilidades; no obstante, utilidades
no ya para el bien común, como se sospechaba antaño, si no para los inversores particulares. Lo que no ha pensado la
Universidad en la Globalización, es que pronto la farsa se hará evidente. Ya el consumidor habitual, se dará cuenta de que su
inversión en educación superior es demasiado arriesgada y optará por otras alternativas de plusvalía. Lo mismo, el buró
administrativo del país comprenderá que en su misión no está el capacitar ciudadanos y restringirá, y seguirá restringiendo, toda
inversión o subvención de la educación superior. No debemos olvidar que con la Globalización el Estado ha quedado reducido a
la función de administrar los impuestos.

La Universidad, como alternativa real de solución a los problemas globales de la humanidad, debe cuestionarse en sus cimientos,
pues de otra manera no será más que la mantenedora de la ideología de la inequidad y asentamiento de las élites ocasionadas
en el libre comercio. La Universidad en la Globalidad tiene posibilidades muy claras, entre otras, se asume única, elitista,
defensora del statu quo neoliberal, manda a los necesitados a los institutos y escuelas de formación en oficios concretos, o se
escinde y se presenta en variedad de manifestaciones ideológicas, preparada para defender diferentes grupos sociales y
manifestaciones culturales. En este orden de ideas, podríamos pensar la Universidad de los pobres, la Universidad de los ricos, la
Universidad de los negros, la Universidad de los... Etc. La Universidad, apta para dar solución a los grandes problemas de la
humanidad en su Globalización, parece ser una utopía que encuentra grandes dificultades en su realización. Si la Universidad no
pudo solucionar problemas regionales, propios de un Estado, y terminó sirviéndole al mejor postor (el libre comercio); ahora,
cuando las fronteras se amplían, le va a ser mucho más difícil, por solo complejidad y extensión de los mismos problemas. Si
desconocemos la infinidad de variables y la extensión en el marco de referencia al querer solucionar problemas, las condiciones
en que se mueve la Universidad en la Globalidad son las mismas de la modernidad: un amo a quien servir, una falsa
autodeterminación y de espaldas a los verdaderos problemas sociales.

La Universidad ha entrado en la paradoja del esclavo que se queda sin amo cuando, por antonomasia, no puede existir sin él
porque dejaría de ser esclavo, a menos que consiga otro amo; si existe una razón de ser de la Universidad es en cuanto se erige
como máxima expresión de un Estado, pero al desaparecer éste, su único camino es el de la independencia. No obstante, la
pregunta que debe responder con mayor ahínco es, ser independiente para qué. De aquí sobreviene que las Universidades se
conviertan en pequeños Estados con políticas administrativas fundadas en intereses muy particulares y a la postre fácilmente
ubicados en la idea neoliberal del libre mercado, que favorece a pequeños grupos o a lo sumo, a la rentabilidad del capital puesto

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ubicados en la idea neoliberal del libre mercado, que favorece a pequeños grupos o a lo sumo, a la rentabilidad del capital puesto
en el negocio de la educación.

Así, la crisis de legitimidad de la Universidad (Santos, 1998), está decidida; en la Globalización no tiene que guardar apariencias
que la relacionen con un Estado. La Universidad debe ubicarse en su lugar, del lado del capital, del lado del neoliberalismo, del
lado de la postmodernidad, del lado del narcisismo. A rey muerto rey puesto; si la Universidad quiere seguir siendo un centro
atractivo para el descollar de ciertos individuos, debe ofrecerles nuevas cosas, nuevos saberes, menos estatales, menos
modernos, a cambio sí más globales y postmodernos. Esto es, más narcisismo y menos identidad; más culto al yo y menos
colectividad; más presente y menos futuro, más emociones y menos razón.

La Universidad como negocio, capaz de dar utilidades al inversor, tiene su lugar en la Globalización; pero, la Universidad como
propulsor y defensor de un Estado, desaparece en tanto que la Globalización acaba con el concepto de autonomía y
autodeterminación de los pueblos, más aún, de los pueblos que ven en el conocimiento su posibilidad de emancipación. Siendo
así, a la Universidad actual no le queda otra alternativa que ubicarse honestamente en el libre mercado y propender por
mantenerse a partir de las posibilidades tecnológicas que brinde a su clientela cada vez más especializada y exigente. La
Universidad debe darse cuenta que su amo cambió con la postmodernidad y la Globalización; si antes su amo era el Estado,
ahora su amo es libre mercado, o en palabras más claras, los grandes inversores de capital. La Universidad, en el mejor de los
casos, tendrá que terminar haciendo alianzas comerciales con las multinacionales que necesitan mantener su statu quo
dominante en el mercado; de esta manera, su rentabilidad no será ya por concepto de matrículas a estudiantes afanados por
acceder a un puesto en el buró estatal sino de empleados de las compañías y organizaciones propias de la multinacional
económica que hace requerimientos específicos. Pensar en que al futuro el estudiante pague por su educación, es olvidar la
especificidad del comercio y obligatoriedad de competir por nuevos mercados; pronto ninguna persona apostará a capacitarse en
determinado saber, si no ve con claridad la posibilidad de rentar de él con cierto viso de seguridad. Así las cosas, el futuro
estudiante universitario será por obligación el empleado de una multinacional. Pronto el estudiante, que ahora paga, creyendo
poder alcanzar una mejor calidad de vida en el futuro mediante su adiestramiento universitario, se dará cuenta que no es así; y
por supuesto la Universidad se quedará sin su clientela habitual; por tanto, está obligada a coquetear desde ya a los grandes
conglomerados económicos.

No obstante, haciendo parte de las instituciones universitarias existen algunos, menos viejos que los dinosaurios, que aún creen
en la premisa de Hegel, en la fundamentación de un Estado a partir del conocimiento. Estado necesario para contrarrestar la
crudeza de las pasiones e intereses presentistas y ególatras; Estado necesario para mediar en las diferencias y la búsqueda de
las concertaciones; en la creación de proyectos colectivos, bajo el supuesto del derecho la vida y en sí a los derechos humanos.
Los que aún creen que el sino de la humanidad está en el conocimiento, se arriesgan en la idea de crear sociedades justas y
éstas sólo podrán darse mediante el uso de la razón; y sostienen que esta razón sólo se depura en los centros especializados en
la obtención de nuevos conocimientos, transmisión de los conocimientos y formación de "socios", (no de utilitaristas). A estos
centros, en su máxima expresión, los representa la Universidad o institución que forma para el Estado; en ellos fincan las
esperanzas de dar una calidad de vida con posibilidad para todos los ciudadanos. En estos centros universitarios, aún existen
anquilosados modernistas que presuponen indispensable refrenar las pulsiones freudianas, desencadenantes de los grandes
descontentos sociales; y que esto sólo se logra mediante la razón y el conocimiento sobrevenido de ella. Pero más allá, cuando
se tiene un sentido claro de la utilidad de la una y de lo otro; ese sentido debe amparar y mantenerse en la Universidad.

El significante mismo de Universidad está en juego y tiende a desaparecer para dar lugar a escuelas especializadas en artes,
oficios, tecnologías y saberes conformes a una demanda especifica que ruega por un servicio, un bien, o similar. Los retos de una
Universidad utópica en la Globalidad conlleva el rescate mismo del Estado, como promotor de sociedad cohesionada y con
proyección de colectividad, que se ampara en el trabajo mancomunado de los asociados. De estos basamentos, la proyección a
la obtención de conocimientos que fortalezcan la sociedad, el colectivo, será su norte. Además, la presión constante sobre el buró
administrativo del país en torno a la necesidad de rescatar verdaderos centros de producción y acopio de saber general y
especializado, pero en últimas claramente útil para la Sociedad-Estado.

La Universidad utópica en la Globalidad, en su rigor, debe entenderse como la totalidad capaz de aglutinar todo el saber, que
será enseñado, aprendido y trasmitido; lo que a su vez vendrá a ser el referente de lo que en un momento dado se desea como
cultura y sociedad. Pero el único verso de la modernidad académica, tiene que ceder ante la evidencia de la multiplicidad versal
que se esconde en una realidad que empieza a despertar de su largo aislamiento, propio de un mundo ausente de medios de
comunicación. Las hegemonías devenidas de los dominantes imperialismos, propios de manifestaciones políticas diferentes a la
democracia, -máxima expresión de la concertación-, han dejado de ser la razón de la académica universitaria, para dar lugar a la
presentación de discursos dispares, pero a la postre pretendientes del saber universal. No obstante, ha de sopesarse que la
Universidad tiene una responsabilidad social incalculable, inaplazable, indelegable e indiscutible en el plano de lo social. Esta
responsabilidad, propia de quien adquiere el saber pero lo sabe insuficiente, si no tiene su repercusión en lo social y por
antonomasia en el Estado, sigue siendo exclusiva de la Universidad, al faltar la hegemonía cultural. Es la Universidad, más que
nunca, en el sentido de Jasper (Tomado de Santos, 1998), la que hoy deber ajustarse a los tres objetivos básicos: investigar, ser
un centro de cultura, y educar de forma integral.

Dentro de los retos que tiene la Universidad utópica en la Globalización, debe enfatizarse su misión de rescatar el concepto de
Estado en la dimensión de máxima expresión de la razón y de necesidad para la convivencia pacífica y trascendental de la
humanidad, o a lo sumo de una sociedad. La Universidad, ante el fracaso de las dos insignes instituciones que siempre han
acompañado al buró administrativo del Estado, la eclesiástica y la castrense, debe mostrarse lo suficientemente competente para
desarrollar el ideal de la razón: garantizar la justicia social y el no regreso al salvajismo, producto de la emoción, amparado en la
fuerza y la destrucción. La Universidad en la Globalización no debe olvidar los inicios de la democracia, en la antigua Grecia, y
rescatar las enseñanzas que vienen inscritas en las proezas relatadas por Homero en la Iliada. Cuando las Ciudades griegas se
unen para atacar a Troya, no lo hacen, aunque tiende a creerse, atrapados en la visceralidad de un hombre a quien le han robado
su objeto de amor. El ataque a Troya se justificaba en la medida que, era el mismo concepto de Estado el que estaba en peligro y
había sido desafiado por las pasiones de un hombre, a la postre favorecido por un padre sobreprotector. Y el desenlace victorioso
de los griegos, alecciona a repensar la necesidad de razonar y actuar en conjunto y bajo el imperio de la norma: Hecho el
acuerdo previamente, la utilidad se debe repartir equitativamente entre los asociados.

Suena ridículo hablar de Estado y de los objetivos del Estado, pues ya bastante tinta y papel ha consumido este razonamiento; no
obstante, es el fundamento básico para poder justificar la Universidad en la Globalización. Si existe un Estado, se necesita
conocimiento y la tecnología derivada de él para su mantenimiento, y este conocimiento sólo se puede dar allí donde están los
capacitados en el ejercicio de producir intelectualmente, la Universidad. Siendo así, a pesar de la Globalización, la Universidad no
debe obviar su obligación de crear y defender el Estado. Después de lograr esta gran proeza, la Universidad está abocada a
colocar todo su potencial en procura del mantenimiento del Estado. Nada de lo que pueda producir una Universidad tiene sentido
si no nace del principio y obligatoriedad del ente mediador de la pasión y la fuerza: El Estado. Legitimar las instituciones y
desmitificar la importancia del libre albedrío del ser humano, es fundamental para una Universidad utópica, en un ambiente tan
enrarecido como el que propone la Globalización y el Postmodernismo.

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enrarecido como el que propone la Globalización y el Postmodernismo.

La Universidad utópica debe convocar hacia la identidad, a la búsqueda de un objetivo común que sea válido para todos los
asociados. La Universidad debe brindar claridad en este marasmo de la Globalización, que fragmenta y diluye identidades; La
Universidad debe ser categórica en la posición de no confundir la participación de los Estados en el concierto de las relaciones
globales, con la pulverización de la identidad de un Estado y una Sociedad. Pero sobretodo, debe velar por una identidad
competitiva, y no de aquellas en donde, de entrada al concierto mundial, se muestra la pobreza y minusvalía en todas sus
dimensiones. La identidad que debe fomentar la Universidad utópica no debe ser la lastimera y plañidera con la que los países
desarrollados acostumbran ubicar a los países en vías desarrollo. Seguir haciendo apología de la grandeza de una Universidad
para pobres, que adiestre para ejecutar oficios sin la menor necesidad de pensar o crear, no es propiamente lo que se espera de
devenir intelectual con criterios de Identidad competitiva. La Universidad que se necesita para participar como Estado en el
ámbito de la Globalización debe propender por profesionales capaces de pensar el hacer, diseñar el hacer y ejecutar el hacer; de
lo contrario la diferencia entre Estados desvalidos y Estados capaces seguirá campeando.

La Universidad, convencida de la necesidad de un Estado en la Globalización, está obligada a crear conocimiento y buscar las
maneras más efectivas de aplicar dicho conocimiento. Una Universidad que se asume en estas circunstancias no se queda en la
importación de conocimientos, la transmisión y aplicación de los mismos; sin embargo, tampoco entra en una iatrogenia
cognoscitiva, cerrándose a la posibilidad de conocer y contrastar sus conocimientos con los venidos de otras latitudes. Así, la
Universidad promoverá la adquisición y promoción de conocimientos propios que puedan entrar a competir en el concierto Global;
y más que salir a traer conocimientos, lo hará para llevar conocimientos que por su calidad e impacto serán altamente valorados
por otros países menos conscientes de la necesidad de un Estado. Este reto lleva a la Universidad a cambiar la dirección actual
del camino del conocimiento y la tecnología: si el Estado hoy es consumidor y demandante de conocimiento foráneo, mañana se
espera que oferte y venda conocimiento a otros Estados.

Otro reto que debe afrontar la Universidad utópica en la Globalidad, en específico la perteneciente a los países en desarrollo, es
el acortamiento de las distancias en la producción de conocimientos de punta. Más allá de responder o cavilar sobre la factibilidad
de reducir las distancias en los logros cognoscitivos, está la obligación de acortar esas distancias. Los famosos atajos al deseado
conocimiento que planteara Antanas Mockus (2), (pero que nunca ha hecho explícitos), podrían ser el derrotero de la Universidad
anhelada. No obstante, un atajo ideal sería la investigación en campos y espacios de conocimiento poco explorados por otros
Estados; así mientras los Estados desarrollados se enfrascan en empresas de conquista de otros planetas, campos inexplorados
en nuestro propio hábitat están esperando de curiosos investigadores, los cuales podrían surgir de estas Universidades. Igual,
mientras aquellos tienen potenciales tecnologías que permiten un acercamiento a ciertos campos del conocimiento, nunca
pensable con nuestros primitivos instrumentos de abordaje, (ejemplo, microscopio electrónico) aún quedan espacios de obtención
de conocimientos valiosos, fácilmente captables con los sentidos naturales con los que ha sido dotado el ser humano. En este
orden de ideas, la profundización y afianzamiento de programas de investigación en lo social y ecológico pueden ser una
alternativa y un atajo hacia el logro de conocimientos que puedan competir en el concierto mundial. Otra posibilidad, para obtener
conocimientos competitivos y esperados en un marco Global, es sacar provecho a los problemas que aquejan a nuestra propia
sociedad; un país caracterizado por una historia de violencia y agresión como el nuestro, puede ser un buen laboratorio y campo
de observación para la obtención de conocimientos que apunten a soluciones, que en cualquier momentos otros Estados estarían
dispuestos a acoger y valorar.

Un reto más que tiene que asumir la Universidad ideal en la Globalización es poder deslindar el marco de referencia de los
conocimientos transmitidos y adquiridos, de otras modalidades de formación académica. Tendrá que desaparecer o evitarse a
toda costa la gravedad actual de la gran mayoría de Universidades de países en desarrollo, que ofrecen y titulan en el grado de
formación superior, pero que en la práctica, sus egresados, no responden más que a requerimientos técnicos u operarios, que
fácilmente otras instituciones de tipo técnico o tecnológico, estarían en mejor condición de ofrecer. Una Universidad no
competitiva en lo Estatal y en la Globalización, incapaz de desarrollar conocimientos altamente diferenciados de otras
modalidades de aprendizaje y formación, no es propiamente el ideal esperado cuando se desea cambiar la polaridad de las
fuerzas entre Estados ricos y Estados pobres. Esto implica, entre otras cosas, formas de evaluación de sus programas y sus
egresados que vayan más allá de su fuero interno; lo mismo que formas de evaluar distintas a las tradicionales pruebas y testeos
en base a la memoria a corto plazo y la utilización del lápiz y el papel. Con la Universidad anhelada se hace más que urgente
empezar a evaluar competencias; cosa que no se ha mostrado fácil en una cultura como la nuestra donde no existe el gusto por
ser evaluado por los logros sino por los esfuerzos. Además de la incapacidad y falta de inversión que muestra la Universidad
actual para encontrar en nuevas formas evaluativas que realmente midan la competencia de sus adiestrados. Esto lleva
realmente a implorar por una Universidad que cambie la cultura, y cree cultura en torno al logro y a la obtención de productos, y
menos a seguir promocionando los actos de fé mediante la aceptación de sabanas de notas que señalan un conocimiento que no
se vislumbra en el desempeño profesional de sus egresados.

NOTAS

(1) Psicólogo, Magister en Psicoanálisis, Candidato a Doctor en Teoría Crítica, Docente Universitario.
(2) Esta tesis se la escuché en las conferencias que impartía en la Universidad Nacional, mucho antes de ser Alcalde de
Bogotá.

REFERENCIAS

Santos, B de S. De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad. Siglo del Hombre: Bogotá. 1998.

Machado, A. Antología Poética. (Proverbios y Cantares). Optima: Barcelona. 2001.

Hegel, G. W. F. Lecciones sobre la filosofía de historia universal. Altaya: Barcelona. 1994

Lipovetsky, G. La era del vacío. Anagrama: Barcelona.1995

Freud, S. El malestar en la cultura. Alianza: Madrid. 1988

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