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Wolfgang Giegerich
Matanzas. El platonismo de la psicología
y el eslabón perdido con la realidad
(Publicado en Spring 54, 1993, ps. 5-18)
Esta ponencia fue expuesta en el Festival de Psicología Arquetipal en la Universidad Notre Dame en
Julio de 1992, y se basa en material tomado del extenso libro “Killings. Violence from the Soul:
An essay on the origin and history of consciousness” (Matanzas. Violencia desde el Alma: Un
ensayo sobre el origen y la historia de la consciencia) .
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Wolfgang Giegerich es un destacado psicólogo analítico cuya obra ha sido considerada por David L.
Miller como un avance radical en el pensamiento junguiano, más aún, como "pensamiento junguiano
de tercera ola", comparando la obra de Giegerich con la de Jung mismo y con la "segunda ola", la
psicología arquetipal asociada con James Hillman.
El apodo de John Knox, el severo reformador de la Iglesia Escocesa, era “Kill Joy”
(aguafiestas). Podría parecer que soy un nuevo aspirante a este título, habiendo escogido
deliberadamente hablar sobre matanzas en un Festival de Psicología Arquetipal. ¿Acaso las
imágenes de la crueldad y de la violencia no aplastarían el humor festivo de la comunidad?
La impresión de esta actitud “aguafiestas” se vuelve más profunda cuando, en el comienzo
mismo de este Festival, propongo la pregunta de si existe algo, si realmente tenemos algo
que celebrar. ¿Qué puede celebrar un festival de psicología arquetipal?
Por supuesto, en la idea tipo Disneylandia de festival, el sentido mismo de las festividades es
ser totalmente sin sentido. Sólo si uno no celebra nada, si celebra sólo para divertirse -el
festival por el festival mismo- se puede garantizar el valor de total despreocupación y de
pura diversión exigido por el espíritu de Hollywood. Pero el sello distintivo de la psicología
arquetipal es que se concibe como una psicología con fundamento y substancia, una
psicología "con Dioses”. Y desde una perspectiva arquetipal un festival ha de tener un Dios
en su núcleo, puesto que esto es lo que hace que un festival sea un festival en su verdadero
sentido. El o Ella es la sustancia celebrada por el alma en sus festivales. Celebrar la
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psicología arquetipal por sí misma sería no sólo autocomplaciente, sino autoengañoso. Una
psicología “con Dioses”, en cambio, ya puede estar preparada para un verdadero festival y
tener autoridad para la celebración. Puesto que entonces tiene una sustancia autenticándola
y dándole profundidad.
¿Pero es realmente la psicología arquetipal una psicología con Dioses? ¿O toda la charla
cerca de los Dioses en la psicología arquetipal es meramente un tipo de jerga fascinante,
alejada fundamentalmente de aquella realidad a la que en un tiempo se aludía con la
palabra “Dioses”? Lo que quiero decir está acaso mejor ilustrado por la anécdota acerca de
Walter F. Otto, el notable autor de “Los Dioses Homéricos”, que creía en los Dioses Griegos
como realidades y creía que podía contemplarlos incluso en nuestro mundo moderno.
Parece que otro famoso clasicista, Karl Reinhard, le preguntó a Otto en una ocasión: "¿De
modo que Ud. está convencido de la realidad de Zeus?”. Otto respondió: "Sí". Reinhard le
preguntó: “¿Le reza Ud. a Zeus?” y la respuesta fue nuevamente: “Sí”. Entonces Reinhard
dijo: "Pero entonces, también debe Ud. sacrificarle toros a Zeus” (1)
El propósito de Reinhard está aquí bien señalado. No queda mucho de Zeus si se le priva de
los sacrificios. No se pueden abandonar los sacrificios de toros y sin embargo pensar que
Zeus permanece siendo Zeus. En aquellos tiempos que se sabía acerca de los Dioses, no
podía haber un festival en honor a un Dios sin que el clímax del festival fuera un sacrificio
sangriento. Pues esta matanza sacrificial era ante todo lo que constituía el propósito que el
festival debía tener y lo que provocaba la presencia divina, que hacía que el día se volviera
un día festivo o sagrado en primer lugar.
Es obvio que nosotros los modernos ya no podemos ofrecer sacrificios sangrientos a los
Dioses y que por lo tanto ya no podemos probablemente celebrar más un verdadero festival.
Pero como contribución mía a este encuentro, quiero intentar, a modo de aproximación lo
más cercana que me es posible a la cosa real, restablecer al menos algún sentido de lo que se
trataba en las matanzas sacrificiales, algún sentido de ellas como el primordial hacer-alma.
Hago ésto, consciente del hecho de que la psicología junguiana comenzó propiamente con el
capítulo de Jung sobre “El Sacrificio” en su libro ulteriormente llamado “Símbolos de
Transformación”. Pues como dijo el mismo Jung, se daba perfecta cuenta del hecho de que
escribir ese capítulo sobre el significado del sacrificio equivalía a sacrificar su amistad con
Freud y por ello a la separación de caminos del psicoanálisis freudiano y la psicología
analítica junguiana.
Los sacrificios, y esto quiere decir las matanzas sacrificiales, era un fenómenos extendido
por doquier en la mayoría de las civilizaciones a lo largo del mundo. A lo largo del año, y año
tras año, se practicaban regularmente en todo tipo de ocasiones. No sólo tenían su lugar en
la vida religiosa privada, sino que eran elementos constitutivos de la vida del estado. La
política no podía pensarse aparte de los sacrificios sangrientos. La principal tarea de los
emperadores y los reyes era supervisar la realización correcta de los sacrificios. No había
guerra, juramento, tratado, contrato, matrimonio, cruce de fronteras, construcción de hogar
-y por supuesto, festival- sin inmolación. Así ha sido en Europa hasta la antigüedad tardía, y
en el resto del mundo hasta recientemente.
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Los sacrificios no sólo se extienden en el presente, sino que retroceden hasta eras
paleolíticas. Sobre la base de descubrimientos prehistóricos pudo Herbert Kuhn proponer la
tesis de que “el sacrificio es la forma más antigua de acto religioso” (3) Müller-Karpe ha
representado matanzas rituales de humanos como un fenómeno atan antiguo como el
Paleolítico (4) Pero sobre todo tenemos que advertir que la caza -la caza de grandes presas-
originalmente era un acto sacrificial, y la caza puede datarse tan atrás como acaso dos
millones de años. Eliade dice: “La matanza del animal cazado equivale a un sacrificio” (5).
En 1946, Karl Meuli pudo demostrar sorprendentes paralelos entre casos particulares de
ritos sacrificiales griegos y las prácticas de cazadores y pastores así como las prácticas de
caza del mesopaleolítico. (6) En un artículo extraordinariamente iluminador sobre “La
naturaleza de la lanza”, Heino Gehrts (7) puso en claro desde dentro el significado sacrificial
y el carácter sacrificial de la caza primordial, y Burkert muestra que los ritos sacrificiales son
una continuación de las prácticas antiguas de caza y la experiencia de caza en un tiempo en
que la humanidad había procedido de una civilización cazadora a una agricultural. Burkert
también señala que la transición a la caza es acaso el cambio ecológico decisivo que
contrasta al hombre respecto de los demás primates y que el tiempo de las sociedades
cazadoras abarca la mayor parte de la historia humana de lejos, un 95 a 99 por ciento.
Tan solo imaginad: del 95 al 99 por ciento de la historia humana estuvo determinada por la
caza, es decir, por las matanzas, y no sólo como una forma incidental de adquirir comida,
sino como el centro a partir del cual adquirió su sentido la existencia humana. Y de los
10.000 años restantes desde la invención de la agricultura, durante al menos 8000 años el
ser social, político, cultural y religioso de la humanidad es fundaba y derivaba de la matanza
sacrificial y de la sangre de los sacrificios. Casa casa se fundaba literalmente sobre un
sacrificio, sobre un animal o un humano matado ritualmente durante la ceremonia de
construcción, y emparedado en los cimientos.
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("hombre que mata”) como título de su libro, el mismo Burkert da a la matanza su sitio en la
definición misma del hombre.
Sería un error considerar la caza primordial como herencia animal del hombre. Esto es
justamente lo que no es. Primero de todo, la caza es una adquisición nueva y de ningún
modo evidente con respecto a los demás primates. El hombre no está equipado
naturalmente con un aparato instintivo que le posibilita depredar. Sólo tomo la conducta de
la bestia depredadora en el curso de su humanización. Es algo artificial para él, que requiere
tremendos esfuerzos anti-naturales para vencer los temores e inhibiciones naturales
característicos de la especie. En segundo lugar la tradición a la caza no puede explicarse por
la necesidad práctica. Se ha establecido que no fue la falta de comida o el hambre lo que
impulsó la invención de la caza. La carroña y los animales pequeños hubieran bastado para
los requerimientos alimenticios del hombre, como lo habían sido para las especies pre-
humanas del Australopithecus y Homo Habilis, que aún no cazaban pero sin embargo
resultaron exitosas. Además en las sociedades cazadoras, los cazadores generalmente no
contribuían más que al veinte por ciento de la dieta (9). Así la matanza del cazador es desde
el comienzo mismo fundamentalmente diferente de la conducta biológica de caza de las
bestias depredadoras. La matanza humana desde el inicio es un emprendimiento cuyo
origen está en el alma y la mente, no en la biología y la naturaleza. Surge de necesidades
psicológicas y espirituales, la necesidad de significado. La matanza del cazador antiguo es
genuinamente humana.
Sabemos por las antiguas pinturas en las cuevas así como de las culturas cazadoras recientes
que la caza no ocurre como un hecho biológico inmediato, sino que es un ritual. Era una
acción sagrada que ocurría en un espacio sagrado. Este espacio se separaba de la esfera de la
vida diaria mediante varios rites d'entrée, mediante la abstención sexual y el secuestro de
los posteriores miembros del grupo de caza, y más tarde nuevamente mediante ritos
desacralizadores que llevaban de nuevo al mundo ordinario. Gehrts ha mostrado que la
lanza de caza de Lehringen, de 150.000 años de antigüedad, la más antigua conocida, no es
sólo un instrumento práctico sino sobre todo un utensilio ceremonial y portador de
significado. En la lanza el macho tenía su yo (¡por tanto no estaba dentro de él mismo!). De
modo semejante, el derramamiento de sangre en la caza no era meramente el jugo biológico
de la vida. Al contrario, la sangre del animal sacrificial era reunido en un cesto por las
mujeres (en el cual ellas tenían sus yos) y se lo llevaba a su pueblo, para que a partir de ello
los habitantes pudieran “compartir la plenitud de poder, compartir la ganancia sacrificial”.
También sabemos que para el cazador antiguo el animal cazado era su pariente cercano, su
“hermano” o “padre” o “Dios”, no sólo una provisión de alimento. ¿Qué significa esto? En el
animal cazado o inmolado el hombre se conoce a sí mismo. Mediante su su matanza del
animal (o de un humano, en el caso de sacrificios humanos) el hombre obtuvo su auto-
conocimiento inicial, su primera consciencia de sí mismo, que más tarde se articularía en
sus imágenes e historias de Dioses.
La matanza fue así el principal acto en el cual acaece la primera negación del entorno del
animal e ipso facto la apertura primordial de de lo que llamamos el mundo del hombre. Es
el eje que se pone, mediado desde el comienzo, entre la vida inmediata, natural de la
criatura viviente y la existencia cultural del hombre. Con el terrorífico impulso asesino de la
lanza del cazador antiguo, con golpe sacudidor del hacha del sacrificio, el hombre no
atacaba meramente un Otro indiferente, y por tanto algo sin ningún interés más allá de su
valor como alimento, tal como lo hacía la bestia depredadora. El hombre golpeada y mataba
a su propio Otro, y por tanto a sí mismo. Con esto no se destrozaba literalmente a sí mismo
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como criatura viviente, sólo se mataba lógicamente e tanto que criatura meramente
biológica. Aquél que moría como ser meramente biológico surgía simultáneamente como
humano consciente, mental, y hacía así su primera entrada en el estado de ser en tanto que
alma. La transición del recolector al cazador de grandes piezas no tenía el propósito
evolutivo de aportar nuevas fuentes de alimentación para un especie particular de animal,
Homo erectus u Homo sapiens, contribuyendo así a su supervivencia. Tenía el propósito
mucho más radical de efectuar la ruptura hacia una dimensión cualitativamente nueva,
aquella de la mente y del alma, de la consciencia. El hombre no llega al mundo mediante el
nacimiento o el aprendizaje, ni por el desarrollo natural, la evolución o el crecimiento. El
hombre debe provocar él mismo su llegada al mundo y su llegada a la consciencia mediante
sus propios actos y sufrimientos incisivos -inicialmente y siempre de nuevo.
Esta es una "Historia y Origen de la Consciencia” muy diferente de la que aportó Erich
Neumann, que estaba contenido en una fantasía arquetipal ahistórica tal como mostré en mi
“Crítica Fundamental” (10) hace ya diecisiete años, sin que en ese tiempo yo expusiera una
teoría propia.
Cuando el hombre entró en la historia, desde el comienzo estaba equipado con todos sus
órganos corporales, tales como corazón, hígado y riñones. Pero no estaba equipado con una
consciencia en tanto que producto acabado, con un alma naturalmente dada, que además de
su existencia- por cualquiera razón- hubiera estado llena de terribles agresiones, explotando
por momentos en actos de violencia. Esto por la sencilla razón de que el alma no pertenece a
la categoría de órganos ónticos -entidades. El alma no es. El alma no puede pensarse en
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No fue el pariente del primate quien logró la matanza de los animales con la caza. Era el
alma que en este pariente del primate, y en oposición a todas sus ansiedades y resistencias
naturales, forzó esta matanza, de modo que matando al animal fuera el alma se heriría y se
mataría a sí misma (alma aún inmersa en la existencia de primate). Así vería la luz como
alma humana y como consciencia. Por esta razón el cazador primordial e inmolador puede
decir lo que decía el sacerdote sacrificial babilonio: “Este hecho (la matanza sacrificial) -
todos los Dioses lo realizaron; no lo realicé yo” (11) El sacrificio no es una acción del ego. Es
la autorreflexión del alma, mediante la cual se genera a sí misma, y no en el medio espiritual
del pensamiento sino el medio material de la acción.
De acuerdo con Daniel 8:11, el crimen de Antíocos Epifanes contra Jerusalén era que “por él
se quitaba el sacrificio diario” a Jehová. Todos los Dioses necesitan sacrificios. ¿Por qué?
Porque tienen su existencia, su realidad, sólo en el golpe y en la sangre sacrificial. Nuestra
idea es que Dios o los Dioses son entidades existentes (si es que aceptamos la noción de
Dios). Pero en los tiempos antiguos los Dioses no eran otra cosa que el temblor del alma
ante el golpe con el hacha, un temblor que como la vibración de una cuerda musical se
desvanece en el tiempo y por tanto necesita ser renovada. El hombre podría aún deslizarse
fácilmente por grados hacia la torpeza de la existencia meramente biológica, perdiendo el
derecho al despejamiento generado por la inmolación.
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Pero es una débil resonancia y no más que una resonancia. Puesto que los Dioses ya no
tienen una base en la realidad de la experiencia del alma mediante la sangre y el sacrificio
real -desde que Zaratustra, Isaías, el Salmista, los Órficos y los Pitagóricos criticaron los
sacrificios de sangre- las imágenes se han vuelto más débiles, los Dioses más abstractos y
subjetivos, y cada vez más difícil de hallar un significado convincente para la vida. Puesto
que sin sangre los Dioses que imparten significado no pueden sobrevivir. Necesitan
sacrificios diarios como alimento, pues los Dioses no son entidades existentes. Son
resultados de la actuación del alma, pero no por ello son menos reales. En verdad, son la
única realidad que es realmente real. El derramamiento de sangre junto con la sensualidad y
efectividad de la experiencia proporcionaba a los dioses indudable realidad. Uno no tenía
que creer en ese Zeus a quien ahora mismo se le había sacrificado un toro ante los propios
ojos, un toro cuyo sabor uno acababa de disfrutar comunitariamente, el olor de cuya sangre
ardiente uno aún tenía en la nariz. Y uno no podía no creer en él. Puesto que se había
presenciado su generación renovada en la matanza sacrificial. Uno lo sentía aún en los
propios huesos.
Al explicar por qué ya no iba a los sacrificios, se supone que Plotino dijo; "Ellos (los Dioses)
deben venir a mí, no yo a ellos”. Esta anécdota revela hermosamente la falacia platónica, la
reducción del hacer alma a su mitad pasiva, la de recibir, la de la visión, imaginación. Su
mitad activa, la de nuestro hacer, la del acto sacrificial y el hecho, ha sido descartada.
El sacrificio como institución ha sido abolido al menos desde hace dos milo años. No hay
camino de regreso, y por supuesto no podemos ni desear regresar, a pesar de la pérdida
cultural y de alma ocurrida por esta abolición. Para nosotros los modernos, el acto empírico
de matar ya no puede ser en sí mismo un acto lógico. Para nosotros es puro y simple
asesinato. La historia, el desarrollo de la consciencia, nos ha alejado de ese lugar donde los
hechos literales podían llevar verdaderamente significado-logos para nosotros y así podría
en realidad transformar la lógica de nuestra existencia. Anteriormente el golpe sacrificial
realizaba el milagro de llevar efectivamente el logos no-existente o alma hacia la actualidad
encarnada. Daba por tanto cuerpo a logos o el alma incorpórea, haciéndolos reales. El
terrible golpe que cortaba a través del cuerpo intacto del animal o el humano viviente,
desposaba, de hecho soldaba el logos irreal o el alma a la realidad encarnada. La biología era
depuesta como la base primaria de la existencia humana y se instalaba la mente o la psique.
Ahora para mejor o para peor, el hombre vive en un mundo invertido, es decir en la mente o
el alma, y tiene su cuerpo así como el llamado mundo exterior sólo entro de ellos.
En una carta Jung advirtió con sorpresa que la consciencia apenas si recibe alguna
información directa acerca de los procesos internos del cuerpo, y que el inconsciente (los
sueños, etc.) tampoco casi nunca se refiere al cuerpo. Habló de "el extraño bache entre alma
y cuerpo” y dijo: “Uno tendría que esperar que el alma recibiera información inmediata y
comprensiva acerca de cada cambio en el interior del cuerpo animado por ella. Que esto no
sea el caso necesita una explicación” (12) Pero esta expectativa sólo es la expectativa de una
“consciencia natural”, que se imagina la consciencia y el alma como un tipo de extensión
natural o desarrollo ulterior del organismo. El alma y la consciencia, empero, no son
naturales. Son contra naturam. Deben su exigencia a una revolución, a la negación lógica
de la vida, a la intrusión de la muerte desbaratando violentamente la continuidad y la
ingenuidad de la esfera de la vida biológica. Para que la muerte verdaderamente se
impusiera y sacudiera la vida de “la inocencia del devenir” (Nietzsche) y originara la
consciencia, no podía ser la muerte inocente que es un acontecimiento natural de la vida.
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Tenía que ser el acto innatural, ultrajante de la matanza. Hillman acentúa la relación
especial del alma con la muerte y el submundo. Añadimos que esta relación se debe al
origen del alma en el acto intencional de la matanza que viola la inocencia de la vida, y en la
afirmación consciente, incluso celebración, de esta grave ofensa como el nuevo fundamento
de la existencia: existencia humana.
El motivo del sacrificio por tanto sólo ha sido entendido como simbólico. Se ha prestado
mucha atención a las historias de desmembramiento, historias de Osiris, Dionisos, Zósimo, y
a su importancia para la transformación del alma. Pero se ha esquivado la intuición obvia de
que reflejan matanzas efectivas, desmembramientos y restituciones en tanto que prácticas
sacrificiales y de caza antiguas. De modo seguro e inofensivo, se definen como símbolos o
metáforas, y no como reales. Joseph Campbell incluso ha tratado de postular para ellas “una
lógica de la creencia”, el “como-si” (13). Incluso Hillman, que después de todo introdujo el
término hacer-alma y la idea de patologizar como hacer-alma, en los primeros días de la
psicología arquetipal pensó que las afirmaciones en los mitos acerca de las matanzas o
desmembramientos “tienen un significado, no en el nivel positivista del hecho histórico, sino
en el nivel imaginal. Son expresiones simbólicas... El propósito psicológico en estas
discusiones no es “el hecho”... sino que esas imágenes horribles y repulsivas, esto es, las
fantasías psicopatológicas espontáneas, desempeñan un papel central en el misterio de
transformación de la psique” (14). Pero si el desmembramiento es sólo una metáfora, la
transformación que ha de provocar es también sólo metafórica. Lo que se requiere es
transformación real. El propósito psicológico, me parece, es el “hecho”, después de todo.
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Tal como lo veo, ha habido un solo modo en toda la historia conocida por el cual el alma fue
verdaderamente capaz de acceder a o generar la realidad. Y era el sacrificio. En tales
culturas el hombre no necesitaba ideales, esperanzas, utopías que hubieran tenido que
ponerse en práctica. Tenía su práctica y su cumplimiento ante él, en el tiempo pasado, en el
acto sacrificial que acaba de realizarse. Vivía de un hecho cumplido, un hecho, empero, que
no era positivista sino en sí mismo lógico y que hacía alma. Era la verdadera metáfora,
transportando realmente lo que estaba más allá de los límites de la vida -la muerte- dentro
del centro de la vida, invirtiendo el orden del ser.
Por más de dos mil años el alma ha cerrado este acceso a la efectividad para sí misma, hasta
ahora su único acceso. Desde entonces la humanidad occidental ha vivido de sus reservas,
de los restos de los recursos de significado generados en eras anteriores. Al haber
abandonado el sacrificio, no tenemos modos de reponer aquellos recursos. A medida de que
estos recursos se agotan más y más, la humanidad inadvertidamente ha derivado hacia la
irrealidad y la abstracción. La irrealidad es absoluta en tanto aparece en el disfraz de su
opuesto: "la realidad positivista”. A menos que el alma halle algún modo distinto de la
matanza sacrificial para generar verdaderamente y alcanzar la realidad, no puedo ver cómo
pueda la vida volver a arraigarse en un significado real y no tan sólo en un sustituto falso;
cómo podría la humanidad verdaderamente volver al mundo y bajar a esta tierra,
transformando el mundo en un mundo humano.
Creo que hay ese acceso a la realidad fundamentalmente distinto, pero aún está ausente,
todavía yace en el futuro. Quizás se lo encuentre antes si estamos dispuestos a admitir que
es un eslabón perdido (ausente), y a sufrir sin compromisos la vaciedad, la falta de sentido y
la irrealidad que implica su ausencia.
Wolfgang Giegerich
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Notas
(1) Citado de Erika Simon, Die Götter Griechenlands (München: Hirmer, 1969), p. 11. Traducción del
autor
(2) Walter Burkert, Homo necans. Interpretationen altgriechischer Opferriten und Mythen (Berlin,
New York; de Gruyter, 1972), p. 9 f. Traducción del autor.
(3) Herbert Kuhn, “Das Problem des Urmonotheismus” (Abh. Mainz, 1950), pp. 22, 17. Citado de
Burkert, p. 21. Traducción del autor.
(4) H. Müller-Karpe, Handbuch der Vorgeschichte I: Altsteinzeit, München, 1966.
(5) Mircea Eliade, Geschichte der religiösen Ideen, vol. I (Freiburg et al.: Herder, 1985), p. 17
(6) K. Meuli, “Griechische Opferbräuche”, Phyllobolia (Basel: Festschrift Peter Von der Mühli, 1946),
pp. 185-288.
(7) H. Gehrts, “Von Wesen des Speeres”, Hestia 1984/85 (Bonn: Bouvier Verlag Herbert Grundmann,
1985), pp. 71-103
(8) René Girard, “Generative Scapegoating”, Violent Origins, ed. Hamerton-Kelly (Standord; Stanford
University Press, 1987), p. 120
(9) Georg Baudler, Erlösung von Stiergott (München: Kösel, Stuttgart; Calwer 1989), p. 103
(10) Wolfgang Giegerich, “Ontogeny = Phylogeny? A Fundamental Critique of E. Neumann's
Analytical Psychology”, Spring 1975 (Dallas: Spring Publications, 1975), pp. 110-129
(11) Ancient Near Esatern Texts (ANET), pp. 334-8, citado por Burkert p. 18 ss. Traducción del autor.
(12) 29 de Febrero de 1952, a John R. Smythies, Briefe II, p. 252. Traducción del autor.
(13) Joseph Campbell, The Masks of God, vol. 1 (New York; Viking, 1970), ps. 22-25.
(14) James Hillman, The Myth of Analysis (Evanston, Illinois: Northwestern University Press, 1972) p.
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276 ss.
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