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Rosales

− ¿Dónde está Carlitos?


− Salió con los niños
− ¿Y el niño Jairo?
− Todos salieron Antonia, todos fueron a misa de
doce, no se preocupe por ellos, están bien.
− ¿Dónde puso el saco? Póngase un saco que está
haciendo frío
− Pero si es medio día mujer y estamos en verano;
no se preocupe por mí, vieja, más bien termínese
el jugo antes de que se tibie y le parezca feo.
− ¿Dónde estaba, por qué no vino a comer anoche?
− Vieja, ¿no se acuerda?... A mi me llevaron para
Bogotá hace dos años, por lo de la operación, y
ya no puedo volver a caminar sino es con
muletas. En Bogotá hace mucho frío, y las
mañanas son muy ruidosas... en eso de las cuatro
de la mañana pasa un camión que me despierta
siempre y desde esa hora escucho perros, motos,
voces de gente y hasta aviones... Pero cuénteme
cómo la tratan aquí, ¿está comiendo bien?, vea
que si no come no la llevan al parque. Matilde
me dijo que está de terca y no quiere recibir
nada.
− Acá hace mucho ruido, el niño Julián llora por
la mañana y no me deja dormir... Matilde se va y
se demora y me da miedo...
− Miedo de qué, Antonia, si todos están en la casa
y le llevan comida y la sacan al patio... tómese
el jugo antes de que ellos lleguen, para que no
la molesten por eso.
− Ayer me llevaron hasta Rosales...
− ¿Y cómo está?... Debe estar lleno de pasto hasta
la cerca, eso sí no está uno dejan que se caiga
el rancho... Ojala me lleven hasta allá, así sea
solo para verlo desde la carretera.
− Vámonos para la casa m'hijo, acá solo ponemos
pereque y allá está Doña Matilde y Don Juan para
que nos ayuden.
− Ay señora Antonia, ya no estamos para eso, ya
estamos viejos y nos pesa hasta la sombra... ya
levantamos a seis hijos, y son todos unos
señores con esposa y hasta nietos... Tómese el
jugo que lo va a regar...
Ahora hacemos estorbo, ahora ya no hay lugar
para nosotros, todos tienen tantas cosas que
hacer, tantos niños a los que hay que ponerles
atención, tantas tareas, tantos problemas con el
horario, con el vecino, con el próximo mes y las
cuentas que no dan espera... Señora Antonia...
Señora Antonia, ¿si me esta escuchando? Señora
Antonia.
− Si niño José...
− Yo lo que no quiero es que tumben los árboles
que yo sembré... Tienen más de cincuenta años y
son los que traen el agüita... Mientras esté
vivo no tienen derecho a tumbar el ranchito;
después de que me muera si hagan lo que
quieran... Vendan si es lo que quieren, o
vuélvanlo un potrero.
Ay vieja, ya no nos quedan fuerzas, ni
memoria... a veces me despierto y me parece ver
la luz en el borde de la puerta de mi rancho.
Ese rancho que se nos quemó tres veces y tuvimos
que volver a levantarlo con los vecinos, ¿se
acuerda?... yo quiero volver a verlo, y ver si
ya floreció el aguacate; por estos días es que
los árboles empiezan a echar brote y para
diciembre están los árboles que se caen de
pepas...
− Ayer me comí un aguacate, me lo trajo la señora
Isabel, y casi no me lo dejan probar... Por la
dieta.
− ¿Si se está tomando la medicina con juicio?
− No me gusta, me da mareo.
− Pero tiene que tomársela, es por su bien, y verá
que se va a reponer y la van a llevar al parque
y a la iglesia.
− No me gusta...
− No demoran en llegar, vieja... Nuestros hijos y
los nietos que no sé ni como se llaman, pero los
recuerdo a todos... Qué rápido nos llegó la
vejez, Señora Antonia, qué fácil nos fuimos
despidiendo de todos los amigos y los tíos que
tanto nos quisieron; qué frágiles nos volvimos y
tan silenciosos... Señora Antonia, no demoran en
llegar y en separarnos otra vez; y en llenar
esta casa de ruidos jóvenes y música... Señora
Antonia, tómese el jugo... Señora Antonia...
− Si niño José.

John Alejandro Benito ©

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