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Marcelo Villa Navarrete.

mvillanav@yahoo.com
(1 Sin título III)
Si la sangre no anega el desierto, si no hierve la saliva al cruzar el laberinto, si por la
hojarasca no ruedan los ojos, entonces no.

(2 Atalaya)
Surco de neón, río invisible que brama y no cesa; cantar de cerezos, efluvio de seda
y alabastro; sol siamés que germina e incendia un bosque.

(3 Sin título XI)


No este cuerpo que extravió la lluvia, no estas manos invisibles desgarrando la
sangre, no estos gritos que lamen los talones, no este hedor a mañana de agujas
recobradas, no este nombre, no esta prisa, no el silencio.

(4 Legión)
Este y otros rostros. El bufido de cada peldaño al rozar el acantilado. Una sola
mortaja de pétalos hilvanada con vinagre y rocío. Embarcaciones con velas de hielo.
Este y otros pasos. Los sauces se recuestan en la espesura. Silencio.

(5 Sí pero no)
Quién ha deslizado sus dedos en orquídeas de invisibles pétalos, quién ha tensado el
arco y dispuesto la flecha para horadar la pulpa, quién era miel y hundió su lengua
en miel.

(6 El fin)
En mis manos usted devenía en pluma, en camelia, en bolsa de té. De cada beso
usted huía mas quedaba su sonrisa. Y una vez, la última, usted entró, buscó refugio
en mis costillas. Corrí aullando entre campanarios y bocinas de automóviles: la
sangre hervía y ya era tarde, siempre fue tarde: usted bebió silencio y no resbaló de
mí.

(7 Sin título VI)


Estas sábanas de soterrados pinceles, este azufre sobre lámparas, este vórtice
desecho, yo.

(8 Asunción)
Mírame: no pedí ese árbol desangrado (¿era sangre del árbol o de mis ojos?), pero
como tantas veces subí, ebrio de sal y pétalos, y procuré no escuchar el latir del
viento. En realidad fue solo un estribillo, cada vez más nítido y vacío, y el hambre de
caer, apagarse, ser mis escombros, y decir: mírame.

(9 Retrato hablado)
Ni el ardor o el hielo de sus cejas, ni el páramo de su pecho, ni el eclipse surcado en
su ombligo. Sí sus pies y sus manos de hostia, sí la leche de sus labios, sí el trigo
derramado en su cintura.

(10 Jueves 23h30)


Cae fría, ciega, exhausta, la luna, sobre estos cuerpos que solo saben inflamarse,
reconocerse a oscuras, subir al dolor.

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