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Naar Ladsa Bomba’. Toes Senge Gaonagy : Eden Aabds Ral, ae. El arbol* A Nina Anguita, gran artista, ma~ gica amiga que supo dar vida y reali- dad @ mi drbo! imaginado; dedico ef cuento que, sin saber. escribi para ella ‘mucho antes de conocerta i El pianista se sienta, tose por prejuicio y se concentra un instante, Las luces en racimo que alumbran ta sala declinan Ientamente hasta detenerse en un resplandor mortecino de brasa, al tiempo que una frase musical comienza a subir en el silencio. a desenvolverse, clara, esirecha y juiciosamente caprichosa. ‘Mozart, tal vez” -piensa Brigida. Como de costum- bre se-ha olvidado de pedir el programa. "Mozart, tal vez. 0 Scarl Sabia tan poci musical Y no era porque no tuviese ofdo ni aficion, De nina fue ella quien reclamé lecciones de piano: nadie necesité impo- nérselas, como a sus hermanas. Sus hermanas. sin em- bargo, tocaban ahora correctamente y descifraban a primera vista, en tanto que ella... Ells habia abandona- | do los estudios al ato de iniciarlos. La raz6n de su ! Publicado por primer vez. en la revista Sir: NP 60, 8 bore, 1939. pp. 20-30, -ptien 205 otkas cCOMPLETAS inconsecuencia era tan sencilla como vergonzosa: jam habia conseguido aprender la tlave de Fa, jams. “No comprendo, no me alcanza la memoria mas que para la lave de Sol”. jLa indignacion de su padre! “;A cualquie- ra Te doy esta carga de un infeliz viudo con varias hijas que educar! Pobre Carmen! Segurameate habria suftido por Brigida, Es retardada esta criatura Brigida era a menor de seis nitas, todas diferentes de caricter. Cuando el padre liegaba por fin a su sexta hija. lo hacia tan perplejo v agotado por las cinco pri- meras que preferia simplificarse el dia declarindola re- tardada, “No voy a luchar més, es inutil, Déjenla. Si no quiere estudiar, que no estudie. Si le gusta pasarse en la cocina, oyendo cuentos de dnimas, alld ella. Si le gustan las munecas a los diecséis anos, que juegue’. Y Brigida habia conservado sus mufiecas y permanecido total- mente ignorante. iQué agracable es ser ignorante! {No saber exacta- mente quién fue Mozart; desconocer sus origenes, sus influencias, las particularidades de su técnica! Dejarse solamente llevar por él de la mano. como ahora ‘Y Mozart la lleva, en efecto, Ja lleva por un_puente suspendida sobre_un-agua cristalina que.core ep sin lecho de arena rosids. Ella esta vestida de blanco, con un“qunasol “de “encaje, complicado_y fino, cio. tina telantiia. abiei6"Sobre sF hombro. ~-=Estis Gada dia mis joven, Brigida. Ayer encontré a tu marido, atu ex marido, quiero decis. Tiene todo el pelo blanco, Pero ella no contesta, no se detiene. sigue cruzan- do el puente que Mozart le ba tendido hacia el jardin de sus aitos juveniles Altos sustidores en los que el agua canta, Sus die- ciocho aitos, sus trenzas castanas que desatadas le Ue- 206 gaban hasta los tobillos. su tez dorada, sus ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequefta boca de labios camosos, una sonrisa dulce y el cuerpo mis liviano y gracioso del mundo. :£n qué pensaba, sentada al borde de la fuente? En nada. “Es tan tonta como linda” decfan. Pero a ella nunca le import6 ser tonta ni planchar” en los bailes. Una auna iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella no la pedia nadie, iMozart! Ahora le brind una escalera de marmol azul por donde ella baja entre una doble fila de lirios de hielo. Y ahora le abre una verja de barrotes con puntas doradas para que ella pueda echarse al cuello de Luis. el amigo intimo de su padre. Desde muy nifia cuando todos la abandonaban, corria hacia Luis. El la alzaba y ella le rodeaba el cuello con los brazos, entre risas que eran como pequenos gorjeos y besos que le disparaba aturdidameate sobre los ojos, la frente y el pelo ya entonces canoso Ges que nunca habia sido joven?) como una Ihivia desordenada. "Eres un collar —le decia Luis-. Fres como un collar de pajaros’ Por eso se habia casado con él, Porque al lado de aquel hombre solemne y taciturno no se sentia culpable de ser tal cual era: tonta. juguetona y perezosa. Si ahora que han pasado tantos anos comprende que no se habia casado con Luis por amor: sin embargo, no atina a comprender por qué. por qué se marcho ella un dia, de pronto. Pero he aqui que Mozast la toma nerviosamente de la mano y, arrastrndola en un ritmo segundo a segun- do mis apremiante, la obliga a cruzar el jardin en sentido inverso, a retcmar el puente en una carrera que es casi una huida. Y luego de haberla despojado del quitasol y de la falda transparente, le cierra Ia puerta de su pasado con un acorde dulce y firme a In vez. y la 207 BR coMPLETAS deja en una sala de conciertos, vestida de negro, aplau- diendo maquinalmente en tanto crece la llama de las luces artificiales. De nuevo la penumbra y de nuevo el silencio precursor. Y ahora Beethoven) empieza a remover el oleaje tibio de sus notas Bajo una luna de primavera. ;Qué lejos se ha retirado el mar! Brigida se interna playa adentro hacia el mar contraido alld lejos, refulgente y manso, pero entonces el mar se levanta, crece tranqui- lo, viene a su encuentro, la envuelve, y con suaves olas la va empujando, empujando por la espalda hasta hacerle recostar la mejilla sobre el cuerpo de un hom- bre. Y se aleja, defindola olvidada sobre el pecho de Luis -No tienes coraz6n, no tienes coraz6n -solia decir- le a Luis. Latia tan adentro el coraz6n de su marido que no pudo oitlo sino rara vez y de modo inesperado-. Nunca estis conmigo cuando estés a mi lado ~protesta- ba en Ia alcoba, cuando antes de dormirse él abria ritualmente los periddicos de la tarde. Por qué te has casado conmigo? ~Porque tienes ojos de venadito asustado ~contes- taba él y la besaba. ¥ ella, subitamente alegre, recibia orgullosa sobre su hombro el peso de su cabeza cana. Oh, ese pelo plateado y brillante de Luis! =Luis, nunca me hes contado de qué color era exactamente tu pelo cuando eras chico, y nunca me has contado tampoco lo que dijo tu madre cuando te empe- zaron a salir canas a los quince afos. Qué dijo? :Se rie? dloro? ZY th estabas orgulloso o tenias vergiienza? Y en cl colegio, tus compafteros, qué decian? Cuéntame, Luis, cuentame. “Marana te contaré. Tengo sueio, Brigida, estoy nsado. Apaga la luz. Inconscientemente él se apartaba de ella para dor- mir, y ella inconscientemente, durante la noche entera, perseguin el hombro de su marido, buscaba su aliento, trataba de vivir bajo su aliento, como una planta ence- trada y sedienta que alarga sus ramas en busca de un clima propicio. Por las mafianas, cuando la mucama abria las per- sianas, Luis ya no estaba a su lado. Se habfa levantado sigiloso y sin darle los tuenos dias, por temor al collar de pajaros que se obstinaba en retenerlo fuertemente por los hombros. “Cinco minutos, cinco minutos nada mds. Tu estudio no va a desaparecer porque te quedes cinco minutos mas conmigo, Luis”. Sus despertares. jAh, qué tristes sus despertares! Pero ~era curioso- apenas pasaba a su cuarto de vestir, su tristeza se disipaba como por encanto. Un oleaje bulle, bulle muy lejano, murmura como un mar de hojas. :Fs Beethoven? No. Es el arbol pegado a la ventana del cuarto de vestir. Le bastaba entrar para que sintiese circular en ella una gran sensacion bienhechora. ;Qué calor hacia siempre en el dormitorio por las mananas! ;Y qué luz cruda! Aqui, en cambio, en el cuarto de vestir, hasta la Vista descansaba, se refrescaba. Las cretonas desvaidas, el arbol que desenvolvia sombras como de agua agitada y fria por las paredes, los espejos que doblaban el follaje y se ahuecaban en un bosque infinito y verde. iQué agracable era ese cuarto! Parecia un mundo sumi- do en un acuario. ;C6mo parloteaha ese inmenso gome- ro! Todos los pajaros del barrio venfan a refugiarse en muy 209 coaRas coMPuEras al, Era el Gnico arbol de aquella estrecha calle en pen- diente que. desde un costado de la ciudad, se despena- ba directamente al rio. -Estoy ocupado. No puedo acompanarte... Tengo mucho que hacer. no aleanzo a llegar para el almuer- zo... Hola, si estoy en el club. Un compromiso. Come y acuéstate... No. No sé. Mas vale que no me esperes, Brigida, ~iSi tuviera amigas! -suspiraba ella. Pero todo el mundo se aburria con ella. ;Si tratara de ser un poco ‘menos tonta! ;Pero como ganar de un tiron tanto terre- no perdido? Para ser inteligente hay que empezar desde chica, ¢no es verdad? A sus hermanas. sin embargo. los maridos las le- vaban a todas partes. pero Luis -2por qué no habia de confesirselo a si misma? se avergonzaba de ella, de su ignorancia, de su timide7 y hasta de sus dieciocho anos. &Xo le habia pedido acaso que dijera que ten menos veintiuno. como si su extrema juventud fue ellos una tara secreta? Y de noche jqué cansido se acostaba siempre! Nunca a escuchaba del todo. Le sonreia, €s0 si, le sonreia con una sontisa que ella sabix maquinal. La colmaba de caricias de las que él estaba ausente. Por qué se habia casado con ella? Para continuar una cos- tumbre, tal vez para estrechar la vieja relacién de amis- tad con su padre. Tal vez la vida consistia para los hombres en una serie de costumbres consentidas y continuas. Si alguna legaba a quebrarse, probablemente se producia el des- barajuste, el fracaso. Y los hombres empezaban enton- ces a errar por las calles de ta cividad, a sentarse en los bancos de las plazas. cad dia peor vestidos y con la barba mas crecida. La vida de Luis. por lo tanto, consis: 210 tia en Ilenar con una ocupacién cada minuto del dia. ;Como no haberlo comprendido antes! Su padre tenia raz6n al declararla reterdada “Me gustaria ver nevar alguna vez. Luis. -Esie verano te ‘levaré a Europa y como alli es invierno podras ver nevar Ya sé que es invierno en Europa cuando aqui es verano. ‘Tan ignorante no soy! A veces. como para despertarlo al arrebato del verdadero amor. ella se echaba sobre su marido y lo cubria de besos, llorardo, lamsndolo: Luis, Luis, Luis. ~iQué? 2Queé te pasa? ;Qué quieres? Nada -iPor qué me llamas de ese modo, entonces? —Por nada, por lamarte. Me gusta llamarte. Y él sonreia, acogiendo con benevolencia aquel nuevo jucgo. ‘lego el verano, su primer verano de casada, Nue~ vas ‘ocupiciones impidieron a Luis ofrecerle el viaje prometido. —Brigida. el calor va a ser tremendo este verano en Buenos Aires. Por quéno te vas a la estancia con tu padre? ~iSola? -Yo iria a verte todas las semanas, de sibado a lunes Ella se habia sentado en Ia cama. dispuesta a insul- tar. Pero en vano busc6 palabras hirientes que gritarle No sabia nada, nada. Ni siquiera insultar ~iQué te pasa? En qué piensas, Brigida? Por primera vez Luis habia vuelto sobre sus pasos y se inclinaba sobre ella, inquieto, dejando pasar la hora de llegada a su despacho. Tengo suefo... habia replicado Brigida pueril- mente, mientris escondia la cara en las almohadas. Por primera vez él la habia llamado desde el club a la hora del almuerzo, Pero ella habia rehusado salir al teléfono, esgrimiendo rabiosamente el arma aquella que habia encontrado sin pensirlo: el silencio. Esa misma noche comia frente a su marido sin levantar la vista. contraidos todos sus nervios. ATodavia est’ enojach, Brigida? Pero ella no quebro el silencio. Bien sabes que te quiero. collar de pajaras. Pero no puedo estar contigo a toda hora. Soy un hombre muy ocupado. Se llega a mi edad hecho un esclavo de mil compromisos, ;Quieres que salgamos esta noche?. -iNo quieres? Paciencia. Dime, llamé Roberto des- de Montevideo? ~;Qué lindo traje! g's nuevo? ~{Es nuevo. Brigida? Contesta, contéstame, Pero ella tampoco esta vez quebr6 el silencio. Y en seguida lo inesperado, lo asombroso, lo ab- surdo. Luis que se levanta de st asiento, tira violenta- mente [1 servilleta sobre la mesa y se va de la casa dando portazos. Fil se habia levantado a su vez. at6nita, temblando de indignacién por tanta injusticia. “Y yo, y yo -murmura- ba desorientada-. yo que durante casi un ato... cuando por primera vez me permito un reproche... ;Ah, me Voy, me ‘voy esta misma noche! No volveré a pisar Ss esta casa...” Y abria con furia los armarios to de vestir, iraba desatinadamente la ropa al cursos Fue entonces cuando alguien 0 algo golpeé en los cristales de la ventana. =o Habia corrido, no supo como ni con qué insélita- valentia. hacia la ventana La habia abierto. Era el Arbol. el gomero que un gran soplo de viento agitaba él que golpeaba con sus ramas los vidrios. el que la requeria dese afvera como para que lo viera retorverse hecho tuna impetuosa llamarada negra bajo el cielo encendido de aquella noche de verano. Un pesado aguacero no tardaria en rebotar contra sus frias hojas. (Qué delicia! Durante toda la noche, ella podria oir Ia Iuvia azoter, escurrirse por las hojas del gomero como’ por los cznales de mil goteras fantasio: sas. Durante toda la noche oiria crujir y gemir el viejo tronco del gomero contandole de la intemperie. mien- tras ella se acurrucaria, voluntariamente friolenta, entre las sabanas del amplio lecho, muy cerca de Luis. Puiados de perlas que llueven a chorros sobre un techo de plata. Chopin: Estudios de Federico Chopin, Durante cudntas senanas se desperté de pronto. muy temprano, apenas sentia que su. marido, ahora también él obstinadamerte callado, se habia escurrido del lecho? El cuarto de vestir: la ventana abierta de par en par, un olor a tio y a pasto flotando en aquel cuarto. bienhechor, y los espejos velados por un halo de ne- blina. Chopin y la Iuvia que resbals por.las hojas del gomero con ruido de cascada secreta, y parece emp: par hasta las rosas de las cretonas, se entremezclan en su agitada nostalgia. “Qué hacer en verano cuando Ilueve tanto? ;Que- darse el dia entero en el cuarto fingiendo una convale- cencia 0 una tristeza? Luis habia entrado timidamente 73 ‘ouRas cOMPLETAS una tarde. Se hal cio. sentado muy ties. Hubo un silen- —Brigida, gentonces es cierto? Za no me quieres? Fila se habia alegrado de golpe, estipidamente. Puede que hubiera gritado: “No, no; te quiero, Luis, te quiero”, si él le hubiera dado tiempo. si no’ hubiese agregado, casi de inmediato, con su calma habitual: =En todo caso, no creo que nos convenga separar- nos, Brigida. Hay que pensarlo mucho. En ella los impulsos se abatieron tan bruscamente como se habian precipitado. ;A qué exaltarse inttilmen- te! Luis la queria con ternura y medida; si alguna vez Hlegara a odiarla, la odiaria con justicia y prudencia. Y 50 era la vida. Se acerco a la ventana, apoyé la frente contra el vidrio glacial, Alli estaba el gomero recibiendo serenamente la lluvia que le golpeaba, tranquilo y regu- lar. El cuarto se inmovilizaba en la penumbra, ordenado y silencioso. Todo parecia detenerse. eterno y muy no- ble. Eso era la vida, Y habia cierta grandeza en aceptar- la asi, mediocre, comid. algo definitivo, imemediable ‘Wightfas' del fondo de las cosas parecia brotar y subir una melodia de palabras graves y lentas que ella se quedé escuchando: “Siempre”. "Nunca f Y asi pasan las horas, los dias y los aos. ;Siempre! » :Nunea! jLa vida, la vida! Al recobrarse cayO en cuenta que su. marido se habia escurrido del cuanto. iSiempre! jNunecal... ¥ la luvia, secreta e igual, atin continuaba susurrando en Chopin. Ola 9 verano deshojaba n paginas Tuminosas-y-enceguecedoras como espadas de 24 custo oro, y paginas de una humedad malsana como el alien- to de los pantanos; caian paginas de furiosa y breve tormenta. y paginas de viento caluroso, del viento que trae el “clavel del aire” y lo cuelgs del inmenso gomero. Algunos nifios solian jugar al escondite entre las enormes raices convulsas que levantaban las baldosas de la acera, y el Arbol se ilenaba de risas y de cuchi- cheos. Entonces ella se ascmaba 2 la ventana y golpea- ba las manos; los nifos se dispersaban asustados. sin reparar en su sonrisa de nifta que a su vez desea parti- cipar en el juego. Solitaria, permanecia largo rato acodada en la ven- tana mirando el oscilar del follaje ~siempre corria algu- ra brisa en aquella calle que se despenaba directamente hasta el rio y era como hundir la mirada en un agua movediza o en el fuego inquieto de una chimenea. Una podia pasarse asi las horas muertas de todo pen- samiento, atontada de bienestar. Apenas el cuarto empezaba a lenarse del humo del crepiisculo ella encendia la primera kimpara. y la primera limpara resplandecia en los espejos. se multi- plicaba como una luciémega deseosa de precipitar la noche. Y¥ noche « noche dormitaba junto 4 su marido, suftiendo por rachas. Pero cuando su dolor se conden- saba hasta herirla como un puntazo, cuando la asedi un deseo demasiado imperioso de despertar a Luis para pegarle 0 acariciarlo, se escurria de puntillas hacia el cuarto de vestir y abria la ventana. El cuarto se llenaba instanténeamente de discretos ruidos y discretas presen- cias, de pisadas misteriosas. de aleteos, de sutiles cha quidos vegetales. del dulce gemido de un geilio escondido bajo la corteza del gomero sumido en las estrellas de una calurosa noche estival. 25 onras conPtrtas Su fiebre decaia a medida que sus pies desnudos se iban helando poco a poco sobre la estera. No sabia por qué le era tan facil su'tir en aquel cuarto. Melancolia de Chopia engranando un estudio tras otro, engranando una melancolia tras otra, imperturba- ble. a™~ Y vino el otofio,) Las hojas secas revoloteaban un instante antes Ge7Gdar sobre el césped del estrecho jardin, sobre la acera de le calle en pendiente. Las hojas se desprendian y caian... La cima del gomero permane- cia verde, pero por debajo el arbol enrojecia, se ensom- brecia como el forro gastado de’ una suntuosa capa de baile. Y el cuarto parecia hora sumido en una copa de oro triste. Echada sobre el divin, ella esperaba pucientemen- te Ia hora de la cena, la llegada improbable de Luis Habia vuelto a hablarle. habia vuelio a ser su mujer. sin entusiasmo y sin ira. Ya no lo queria. Pero ya.no sufria Por el contrario, Se hal jerado de ella una inespe- rada sensacion de plenitud, de placidez. Ya nadie ni nada podria heritla. Puede qué la verdadera felicidad esté en la conviccin de que se ha perdido irremedia- blemente Ia felicidad. Entonces empezamos a movernos por la vida sin esperanza ni miedos, capaces de gozar por fin todos los pequeftos goces. que son los mas perdurables, Un estruendo feroz, luego una Iamarada blanca que la echa hacia atras toca temblorosa. Bs el entreacto? No. Es el gomero, ella lo sabe. Le _habian abatido de_un_solohachazo. Ella no pido oir los trabajos que empezaron muy de maiana. 216 Las raices levantaban las baldosas de la acera y enton- ces, naturalmente, la comision de vecinos.. Encandilada se ha Levado las manos a los ojos. Cuando recobra la vista se incorpora y mira a su alrede- dor. Qué mira? dla sala de concierto bruscamente iluminada, la gente que se dispetsa? No. Ha quedado aprisionada en las redes de su pasado, no puede salir del cuarto de vestir. De su cuarto de vestir invadido por una luz blanca atesradora. Era como si hubieran arrancado el techo de cuajo; una luz cruda entraba por todos lados, se le metia por los poros, la quemaba de frio. Y todo lo vei esa fria luz: Luis. su cara arrugada, sus manos que surcan gruesas venas destenidas, y las cretonas de colo- res chillones. Despavorida ha corrido hacia la ventana. La venta- na abre ahora directamente sobre una calle estrecha, tan estrecha que su cuarto se estrella, casi contra la fachada de un rascacielos deslumbrante. En la planta baja, vidrieras y mds vidseras lenas de frascos. Er la esquina de la calle. una hilera de automoviles alincados frente a una estacion de servicio pintada de rojo. Algu nos muchachos, en mangas de camisa. patean una pe- Jota en medio de la calzada Y toda aquella fealdad habia entrado en sus espe- jos. Dentro_de sus espejos habia ahora baléones de nid y trapos Colgados'y jaulas con can: Le habian quitado Sv intimidad, su" contraba desnuda en medio de la calle, desnuda junto a un marido viejo que le volvia la espalda para dormir, que no le habia dado hijos. No comprende como hasta entonces no habia deseado tener hijos. como habii llegado a conformarse a la idea de que iba a vivir sin a la luz de © oes conmuetas hijos toda su vida. No comprende como pudo soporar durante un afio esa risa de Luis, esa risa demasiado jovial, esa risa postiza de hombre que se ha adiestrado en la risa porque es necesario reir en determinadas ‘ocasiones ;Mentiral Eran mentiras su resignacion y su sereni- dad; queria amor. si, amor. y viajes y locuras. y amor, amor. Pero, Brigida, gpor qué te vas?, gpor qué te queda- bas? -habia preguntado Luis Ahora habria sabido coatestarle: “Fl arbol, Luis. el Arbol! Han derribado el gomero, 218 Trenzas* mismo de la tierra. Porque la cabellya de la mujey/arranca desde lo desenvuelve, lucha y cre das fuerzas. hasta la super hasta las frentes privilegiady muchas y enmaraia- de lo vegetal. del aire y ue ella eligiera, nzas de Isolde, prince- sa de Trlanda, no absoyéieron atgso esa primera burbu- ja en tanto sus labios ebieran la\primera gota de aquel filtro encantado? WNo fue acagé a lo largo de egs trenzas que las * Publicado por primera ver en la revista Saber Vivir, NE Buenos Aires, 1940, pp. 36537. ag

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