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LA PERCEPCION DEL TIEMPO, LA VIDA Y

LA MUERTE EN EL CHILE COLONIAL (Extracto)


Sergio Vergara Quiroz
Universidad de Playa Ancha
El presente texto relata como las personas del período colonial comprendían el mundo que los rodeaba.
Tanto como el tiempo, la vida y la muerte tenían significados e importancias diferentes a las que se tienen
hoy de estos temas.
Esta forma de hacer historia se denomina “HISTORIA DE LAS MENTALIDADES”. El período estudiado
corresponde al de mediados del siglo XVI (desde la fundación de Santiago y comienzo de la Guerra de
Arauco hasta el inicio del proceso de independencia)
El concepto mentalidad se puede asociar a la idea de pensamiento colectivo, o sea, conjunto de
características mentales de un pueblo y en especial a la compresión de los rasgos característicos y
repetidos que ayudan a entender conductas grupales.

PERCEPCION DEL TIEMPO


La percepción del tiempo parte con “un qué fue” que representaría la permanente revisión de lo que se es
en el presente en relación al pasado, y a partir del cual se percibe “un qué será”.
El ser humano, las instituciones, los problemas que la historia atiende, se sitúan en el pasado, por lo tanto
están relacionadas con “un qué fue”. A pesar que cada ser humano vive su propio tiempo y que los
hechos son propios de él, es inevitable preguntar ¿cómo percibían el tiempo los seres humanos de otras
épocas? Esa pregunta se quiere responder con esta investigación, y así comprender como los seres
humanos tienen diferencias apreciaciones de un mismo tema. Entonces, la percepción del tiempo es
totalmente distinta en un humano de la época colonial como en una persona que vive en el siglo XXI.
A partir de esa percepción también se puede descifrar la apreciación de la vida y la muerte, ya que el
tiempo está directamente relacionado con estas etapas de la existencia humana.

Para ir comprendiendo el contexto de la época colonial hay que saber que el Chile de ese tiempo era
pequeño y rural, del 1600 hasta el primer tercio del siglo XIX, sólo sobrevivieron dos o tres ciudades,
Santiago, La Serena y Concepción, mientras que la cantidad de población nacional fue desde cien mil
hasta bordear el millón de personas.
En este período la capital a pesar que tenia sus edificios públicos y su trafico tenía calles polvorientas y
disparejas, cruzada por acequias, sin veredas, rodeadas por casas de un piso y con huertos cuyos follajes
sobresalían por sobre las gruesas tapias de adobes. Estas características mostraban una vida urbana en
reposo y desde el atardecer, de completa oscuridad. Fuera de Santiago, las villas (muchas de ellas
fundadas en el siglo XVII) eran aún más tranquilas. En las haciendas estaban las casas patronales, en
cuyo terreno también se encontraban la capilla, los galpones y los humildes ranchos donde vivían los
campesinos.
La HACIENDA, entonces, era el centro de la vida para la gran mayoría. Allí se realizaban las faenas que
marcaban el paso del año: La siembra en invierno, el rodeo en primavera, la trilla en verano y la matanza
en otoño.
En esta sociedad eminentemente agraria, se reconocían dos sectores muy diferentes entre si (sociedad
jerarquizada) Los hacendados por una parte, que conformaban el grupo dirigente, poseedores de la tierra,
cuyo origen (ascendencia) se remontaba a la llegada de los primeros conquistadores españoles al país, y
por sobre todo se mostraban orgullosos y celosos de sus privilegios. En este grupo se daban formas
católicas (y legales) de organización familiar: Matrimonio consagrado, familia patriarcal extensiva (línea
masculina) y lazos de parentesco legal, sanguíneo o espiritual, como el que unía a los padrinos con sus
ahijados. Estas relaciones permitían que este grupo mantuviese su importancia en la sociedad colonial.
Por otro lado estaban los CAMPESINOS, peones, inquilinos, arrendatarios y pequeños arrendatarios. Eran la
fuerza de trabajo, tenían mayor cuota de sangre indígena o negra, estaban acostumbrados a obedecer.
Como fueron adoctrinados por sacerdotes y misioneros, fueron incorporando las formas populares
cristianas y un uso progresivo de la organización familiar cristiana, en especial bautizo y matrimonios. En
este grupo se hará cada vez más importante el parentesco espiritual.
En este breve resumen de la sociedad colonial, hay que referirse a la fuerte influencia de la Iglesia Católica
en la vida de las personas. Ésta no sólo instruía en la fe sino que también tutelaba la sociedad, ya que
imponía el tono de la vida y marcaba el paso del tiempo. No existía distinción entre lo civil y lo
eclesiástico, lo profano (mundano) y lo religioso.
Para comprender la percepción del tiempo hay que saber que la sociedad de la colonia estaba marcada
por valores comunitarios, es decir, por la familia, la religión, la tradición, la amistad; por ello era de suma
importancia el grupo al cual se pertenecía (familia, grupo religioso, estamento o clase social)
El tiempo además se comprendía según la actividad que se realizara, trabajo que siempre era familiar y
hereditario, y estaba ligado principalmente a la actividad agrícola (mundo rural) “TIEMPO DE VERANO”,
“TIEMPO DE INVIERNO”, tiempo de cosecha o tiempo de sequía.
La vida individual tenía una valoración de utilidad social; la mejor edad era la adulta pues las personas de
ese grupo podían desempeñarse en provecho de la comunidad, ya fuera trabajando en la tierra,
desempeñándose como soldado o siendo gobernante (mientras fueran saludables y capaces sería adultos)
Entonces, se entiende que la percepción del tiempo no era individual sino que colectiva o social,
comprendiendo que se basaba en la experiencia más que por la abstracción (noción de algo) La
conceptualización del tiempo también dependía de la forma en que se registraba, y en este período era
vaga e imprecisa, ya que no existían instrumentos para ello.
Los relojes solo comenzaron a ser colocados en los campanarios a mediados del siglo XVIII incluso en el
silgo XIX, como el de la torre de la Intendencia de Santiago, frente a la Plaza de Armas. Además no
existían observatorios astronómicos, ni periódicos y otros indicadores del transcurrir del tiempo. Eso daba
como consecuencia que el tiempo se cargaba de experiencia repetida, es decir, día y noche, verano e
invierno, nacimiento y muerte. Cuando un gran fenómeno rompía esa cadena (una peste, un terremoto,
etc.) este servía de hito orientador del tiempo por generaciones.
Entonces la medición del tiempo también estaba cargada de subjetividad, desde la micro unidad quechua:
lo que demora en cocerse las papas, a la medición más pequeña de los españoles: el Credo, oración que
demoraba medio minuto. Un ejemplo de ello es que el Padre Alonso de Ovalle calculaba el calor de unas
aguas termales, según los credos que alcanzaba a rezar teniendo las manos dentro de ellas. Incluso se
calculó la duración del terremoto de 1647 de Santiago, en dos credos por un funcionario público (oidor)
miembro culto de la sociedad de aquellos años.
En Chile del siglo XVII los únicos instrumentos que podían medir el tiempo eran los relojes de arena (su
origen esta en la navegación) y los relojes de sol, del cual se tiene registro en un testamento de 1636. En
cuanto a los relojes de bolsillo, aunque aparecieron en Europa en el siglo XV no existe testimonio de su
presencia en Chile antes del silgo XVIII, sin embargo un procurador (delegado) de la Orden de los
Dominicos, al parecer trajo un reloj para tocas los campanarios con precisión. Así, se entiende que el
tiempo pasaba lento y despacioso (lánguido)
El tiempo también era SAGRADO, más de Dios que de los hombres, la iglesia ordena la vida humana:
recibiendo los recién nacidos, certificando su mayoría de edad: hacia los 14 pasaba la categoría de ser de
sola confesión a la comunión; casándolo cuando eran adultos y por fin, en cualquier instante “puesto que
la vida es breve”, recibiéndoles en la muerte.
También la iglesia marcaba el transcurso del día colonial, desde el “toque del Ángelus” o tercias en la
madrugada, seguida por la “sexta” que marcaba el mediodía, mientras que el “toque de ánimas”,
anunciaba que había que retirarse a la casa ya que comenzaba la noche, para concluir con los “maitines”
que indicaban la medianoche, momento en que las monjas capuchinas rezaban por las almas de la
comunidad, laicos y cleros que integraban la iglesia y al mismo tiempo la sociedad. Además indicaba el
paso del tiempo señalando las fiestas religiosas, en especial la Navidad y la semana Santa.
La medición del tiempo (precisión) también estaba como necesidad en este tiempo, ya que las personas
debían ordenar la vida y los deberes de los fieles, de los súbditos y los clientes. Con relojes y calendarios
se ordenan las responsabilidades y obligaciones ya sea para cumplir con los sacramento o para que el
estado, a través de sus funcionarios, pudiera exigir con mas precisión los deberes militares o pecuniarios
(monetarios) de sus súbditos, para todo los comerciantes para quienes “el tiempo es oro”, porque así
podían saber cuando se debían exigir los intereses, las devoluciones o simplemente, realizar los negocios
especulativos.
El reloj significó la posibilidad de dominio sobre el tiempo, este fue clasificado, dividido, sometido al
hombre, independizó a éste de la observación de la naturaleza, estableciendo un cambio, un registro
constante del paso del tiempo, al margen de los cambos climáticos o de la creencia supersticiosa del
hombre (muchas veces avalada por la sociedad pero sin base científica) Esto explica porque los primeros
relojes que llegaron a Chile fueron colocados en edificios públicos cuyos primeros artífices (creador)
fueran artesanos y sacerdotes.
A mediado el siglo XVIII la medición del tiempo se va haciendo mas exacta, no solo los relojes de las torres
se generalizan sino que también aparecen en el uso diario (ejemplo de ellos e que una carta escrita por
una dama santiaguina, en 1751, cuenta que la duración del terremoto de ese año había sido de 6 minutos.
A pesar de existir nuevos instrumentos, y de la masificación de estos, el tiempo tradicional y tiempo
moderno coexistieron por mucho tiempo. El grupo social mas acomodado estaba ligado a la percepción
moderna del tiempo ya que disponían de relojes para el uso persona (ellos ejercen el poder político y
económico) mientras que el bajo pueblo, campesinos en especial, apegados a la vida rural, aun percibían
el tiempo de manera tradicional, un tiempo sagrado, marcado por la experiencia anímica y la naturaleza.
Aún hoy, encontramos e el lenguaje diario, entre las personas, estas percepciones personales del tiempo;
cuantas veces se data según un acontecimiento determinado, o se es incapaz de precisar el tiempo
transcurrido entre dos hechos de la vida o la duración precisa de una acontecimiento.

LA VIDA HUMANA
Este tema esta estrechamente ligado con el tiempo, por lo mismo, las referencias vagas y sagradas de él
se pueden aplicar a la vida humana. Además de eso es posible clasificar a una persona según su edad.
Referencia a eso, Sebastián de Covarrubias, en su “Tesoro de la lengua castellana” se refiere a la vida del
hombre en tres estadios: “La edad verde, cuando va el hombre creciendo; la adulta que es un
varón perfecto, la que se va precipitando y disminuyendo, que es la vejez…” Además repite la
vieja adivinanza de la esfinge de la tragedia de Esquilo: ¿Cuál es el animal que en la mañana camina
en cuatro patas, a mediodía en dos y al atardecer en tres?

Un ejemplo de esta idea se presenta en una carta enviada por José de San Martín a Bernardo O’Higgins en
1821 desde Lima: “Mi juventud fue sacrificada en servicio de los españoles, mi edad media al de mi patria;
creo que tengo derecho legítimo de disponer de mi vejez”. Esta misiva fue escrita cuando el emisor tenía
44 años.
La percepción moderna de la vida es muy diferente a la que muestra el párrafo anterior, hoy, los grupos
etarios (edad) son diferentes, ya que las expectativas de vida han aumentado considerablemente en
comparación a la época en cuestión. En la colonia, la adultez resultaba ser la antesala de la muerte, y por
el otro lado, la niñez era una etapa de la vida humana que carecía de importancia. Cada de estadio de la
vida humana hoy tiene su propio valor.
La demografía (Es el estudio de la población humana, principalmente desde el punto de vista cuantitativo
(cantidad) Los Demógrafos son los especialistas en demografía) de la época muestra una población con
escaso crecimiento, al comenzar el siglo XVII la población indígena había disminuido, y en los años
siguientes la población había crecido un 1% señalando que cada familia tenía una muerte cada dos años
como promedio; la mortalidad infantil era de un infantes cada tres, y las expectativas de vida no
superaban los 26 años.
Durante este período, la vida humana estaba marcada por los grandes cambios biológicos que
experimentaban el cuerpo humano, y el efecto de estos en la participación social de las personas, en
especial en el culto religioso y en la actividad laboral. La edad precisa, entonces, no interesaba sino como
cada persona podía desempeñarse en el medio en que se desenvolvía. Un ejemplo que señala esa
realidad: “Por ello Francisco Rubio de Alfaro, nacido por 1515, declaro en 1555 contar con mas de treinta
y menos de sesenta años”.
La clasificación etaria de una persona era de vital importancia, ya que eso podía significarle la aceptación
o rechazo según lo que quisiese conseguir, por eso que generalmente las personas declaraban menos
edad de la que realmente tenían. Esto se generó principalmente porque no existían registros parroquiales
confiables por las constantes confrontaciones entre los españoles e indígenas (inestabilidad social)
Algunos importantes hombres de la época declararon tener menos edad por que deseaban ostentar el
poder en sus manos, es así como Hernando de Aguirre que teniendo 62 años declaro que tenía 50.

CICLO VITAL DURANTE LOS AÑOS DE LA COLONIA

La primera etapa era la de la “EDAD VERDE”, que comprendía desde el nacimiento hasta el comienzo de
los cambios biológicos y sicológicos de la pubertad, que abrían el paso a la edad media o a la edad adulta.
Los adultos tenían una mirada peyorativa hacia los individuos que pertenecían a este grupo, así es como
se les denominada de diferentes maneras: “muchacho” se aplicaba a los nacidos hasta la edad de 10 años
o más, también estaba en termino “mocho” que hacía referencia a quien no había crecido todo lo que
debía; o “mancebo”, el que no se había independizado de la tutela (protección) paterna; o “párvulo” o “de
sola confesión” aludiendo a su falta de participación en los actos de la Iglesia.

La juventud de los siglo XVI y XVII era una etapa en la cual el individuo debía ser conocido, además se
creía que era la mas adecuada para a la asociación del vigor y la experiencia, para así ejerce algún cargo
de importancia: “porque al mozo se le pierde el respeto y al viejo la fuerza” o como se afirmaba “No
toméis siquiera en consideración a quienes tengan menos de 25 años o mas de 50 para participar en
empresas de conquista”

La edad adulta correspondía a los capaces de valerse por sí mismos, era la edad del trabajo, del esfuerzo
físico, de la participación militar. En la empresa que organizó Pedro de Valdivia para conquistar Chile, a
los menores de 12 y a los viejos se les mando de vuelta a su lugar de origen. Mas adelante, durante el
período de emancipación (proceso de independencia) un bando patriota llama al servicio militar a todo
aquellos que tengas entre 14 y 50 años. Estos años son de plenitud, ya que se tenía conciencia que a los
14 años un rey podía ser coronado, los novicios ya profesaban en los conventos (se convertían en
sacerdotes), se ingresaba a la universidad o se iniciaba el aprendizaje de caballero. Los comienzos de esta
edad eran un poco atolondradas y siempre existía la posibilidad de llamar a un joven “mozos” y
“mocedades”.
Esta edad terminaba cuando el cuerpo y el espíritu ya estaban cansados, y eso podía significar que un
hombre de mayor edad, si se mantenía jovial, iba ser considerado apto para cualquier labor (hombre
activo) incluso, pasando los 60 años.

La última etapa era la ANCIANIDAD, y como la infancia, ésta carecía de valor, además siempre fue vista
como la antesala a la muerte. Un momento de reposo, de retiro, de reflexión, también de dependencia e
incapacidad para valerse por si mismo. Un registro de esta situación se dio en Concepción, 1554, cuando
se señala que de 80 hombres, sólo 10 podían pelear y los otros eran “viejos, mancos, enfermos y mal
armados”.

Eso de prepararse para la muerte, significaba el comienzo de la verdadera vida, pero eso no significó que
alguna vez algún individuo viviera más años y pudiese cumplir con las labores correspondientes, como
sucedió con Pedro Osores de Ulloa que fue gobernador de Chile a los ochenta años. El proceso de
envejecimiento era (como lo es hoy) implacable, pues no se podía disminuir con tratamientos, ya que la
decrepitud (acabamiento) biológica de la visión, del oído o la huella de enfermedades y accidentes; como
lo muestra una misiva (carta) de la marquesa de Sevigné cuando le escribía a su hija: “ya veo, estoy en
ella (en la vejez) y quisiera a lo menos pararme y no adelantar tanto el camino de las enfermedades, de
los dolores, de la pérdida de memoria y de la fealdad…” Otro testimonio más concreto es el transmitido
por el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616, escritor y cronista peruano) al señalar la impresión de las
jóvenes españolas traídas para casarse con los conquistadores:” ¿con estos viejos podridos nos habríamos
de casar? parece que se escaparon del infierno según lo estropeados, unos cojos, otros mancos, otros sin
orejas, otros con un ojo, otros con media cara y el mejor librado la tiene cruzada una, dos o tres veces”. El
testimonio muestra como los protagonistas de esta época tuvieron muchas situaciones que transformaron
la vida en una verdadera osadía.

LA CONCEPCION DE LA MUERTE
Para el siglo XVI, la muerte era una situación cotidiana, constante, un hecho que podía suceder en
cualquier momento. En algunas oportunidades, esta se transformaba en algo heroico, como lo expresó
Pedro de Valdivia con la frase “La muerte menos temida, da más vida”, exaltando la muerte en combate,
como la forma mas heroica de terminar la vida, esto es propio del período de conquista: “Sobre la vida y
muerte se contiende, perdone Dios a aquel que allí cayere” dice Alonso de Ercilla en su Araucana.

Pero el momento de entregar la vida la religión jugaba un rol muy importante, ya que esta entregaba la
aceptación, la veía como el paso a una vida mucho mejor. En relación a los moribundos, se tenía la
certeza que ese estado era para preparar el alma para el desenlace final. La iglesia tenía el deber de
hacer cumplir sus preceptos, aunque el individuo en cuestión no tuviese la idoneidad necesaria, es así
como el gobernador Francisco de Aguirre que murió entregado a las prácticas de la más ardiente devoción
(teniendo relaciones sexuales con su amante) fue amortajado con hábito de franciscano, o en la otra
realidad, se muestra a un indígena como Don Alonso, un cacique de Quillota, que muere renegando la
religión que se le había impuesto, esto ante un grupo de españoles ilustres de la época; con eso se
demuestra que el catolicismo estaba muy presente en las personas, incluso en el momento de la muerte.

En cuanto al significado social de la muerte, un rasgo que se mantiene durante toda la colonia, es el
respeto y la preocupación por los restos mortales, los cuales debían ser sepultados honorablemente, ojala
en una Iglesia, donde estarían mas cerca de Dios y de sus deudos. Otra vieja idea religiosa fue que los
ritos funerarios ayudaban a salvar las almas. Un decreto del siglo XVII, extrema los actos litúrgicos, las
procesiones y los lujos relacionados con las exequias y funerales, a tal punto que en una Real Cédula de
1693 el rey Carlos II impuso limitaciones al tiempo de observación del duelo (velorio); a las
manifestaciones externas como el vestuario y ataúdes, y a las expresiones eclesiásticas y arbitrios
sociales (costumbres) a que el luto daba lugar.

Los testimonios visuales de funerales de la época muestran que se realizaban grandes procesiones de
multitudes enlutadas, que traen recuerdo a la muerte, la que se transforma en la noche de la vida., otro
aspecto impresionante era el uso de grandes carrozas fúnebres, también cirios (velas), uniformes militares
y hábitos religiosos; ahí se muestra la unión de lo mundano con los sagrado, y además, muestra a la
muerte como un hecho de alcance mixto, o sea, social y religioso.

Los funerales eran actos masivos de catarsis (eliminación del dolor) y lo impresionante es que muestra
que en estos ritos se percibía en sentido público de la muerte, presentándola como un espectáculo social.
Entonces, la muerte se presentaba llena de dolor, constituyendo a una sociedad doliente, con pestes y
epidemias, sequías y hambrunas, terremotos y temporales destructivos, corsarios agresivos e indígenas
peligrosos. Por todo ello la muerte siempre estaba presente, y aparecía como un fenómeno no sólo
personal, más que eso, social y colectivo.

En la infancia (existían altas tasas de mortalidad infantil, de cada 10 niños, 5 y hasta 6 podían morir), la
muerte era vista como un ahorro de una vida miserable, vida llena de sufrimientos y de tentaciones, y en
su reemplazo, una existencia cerca de Dios, así nace la concepción de los “angelitos”, idea que aun esta
presente en los campos chilenos. De eso también existen variados testimonios, como el de un abogado en
1660; “Podría este niño hacerme gloria de rogar a Dios por mí”. También se concluye el por qué los
velorios infantiles eran tan festivos, porque la esperanza predomina sobre el dolor de la perdida,
esperanza de un niño puro, “angelito”, ya que no se contaminó con el pecado.

Otra idea de la muerte era la presencia del espíritu del fallecido, ya que a pesar de la pérdida física, el
difunto seguía en las vidas de sus deudos, como una alma protectora de la familia. Esa sociedad era más
crédula de aparecidos y fantasmas, además, la figura del finado siempre estaba presente en la
conversaciones de sus familiares. Entonces, el que no existiera una separación entre los que vivían y los
que ya no, no se percibía como un problema, además que ambas realidades se reunían y relacionaban en
la iglesia, ya que ahí se oraba y se pasaba gran parte de la vida sobre los restos de los familiares y amigos
(que estaban sepultados en la iglesia) quienes estaban presente en las rogativas y en las misas de
recordación, situación que reforzaba la idea cristiana de la VIDA ETERNA, en la cual la muerte era el
umbral que separaba la vida de la existencia eterna.

Con el paso del tiempo, ya entrado el siglo XVIII, la percepción de la muerte va teniendo modificaciones
importantes, como por ejemplo que esta se va situando lentamente en el ambiente privado de las familias.
Otro punto que tiene transformaciones es la idea de que los difuntos se trasforma en un problema que
debe solucionar el estado en beneficio de la higiene publica o de los derechos de los herederos. Así como
comienza a legislarse sobre estos temas hasta entonces privado y sagrado, esto es, que sólo les
correspondía a la familia y a la Iglesia. De esta forma se crean varias disposiciones en que el estado tiene
amplio apoyo de la iglesia.

Una de las primeras fue la Real Cédula de 1789, sobre cementerios, en donde la higiene publica era
amenazaba con epidemias, ya que las iglesias contaban con excesos de entierros al interior de estas, y la
intención de esta regla era erradica (eliminar) esta costumbre: “Eran tantos los que se enterraban… que
apenas se podía pisar sin tocar sepulturas blandas y hediondas…”, “Como medio urgentísimo y
conveniente a la salud pública el establecimiento de un cementerio fuera del pueblo, en donde se
enterraran todo sin distinción alguna”, y no como hasta ese momento, que sólo los pobres y los indios
eran enterrados fuera de los templos.

Difícil fue eliminar la costumbre de los entierros “Intramuros”, a pesar de los decretos impuestos por la
corona en esta época. Otro decreto que tuvo como fin potenciar la cedula real, fue la que sostenía que
sólo la familia real, los obispos y altos prelados; comendadores (cargo militar, nombrado por el rey)
hombres ricos, y todo clérigo o laico que lo mereciera por santidad o buena vida y buenas obras. Un
delegado de Cauquenes (hoy séptima región del Maule) indica como importante para que el proyecto
tuviese éxito (el entierros extramuros) se debía “trazar las tumbas con distinción y respeto a la calidad de
las personas”. Al final, el decreto sólo comenzó a cumplirse con la ley del Gobierno de O’Higgins de 1820,
que creaba el Cementerio General de Santiago.

Otro detalle que también se quiso eliminar, fue el excesivo lujo utilizado en los ritos fúnebres (el que se
mostro en los funerales del Gobernador Don Ambrosio O’Higgins, cuyo ritual estuvo rodeado de lujos
innecesarios y alejados de la piedad), fue así que en 1793 se indicó el máximo de velas a utilizar, el
material de los ataúdes, limitaba al fierro el metal que debía usarse, prohibía la colocación en las calles
“cosas, luces y parámetros”, ordenó que ningún criado (empleado) vista luto por sus amos, al mismo
tiempo, que lo limita a seis meses para los parientes mas cercanos.

Con disposiciones tan detalladas, se muestra como realmente fue una ceremonia fúnebre. Esta idea se
extendió desde fines del siglo XVIII hasta el proceso de independencia, pero que en realidad comienza a
configurarse a fines del siglo XVII. Aquí un relato de cómo era el proceso: “a las pocas horas de su
muerte, el cadáver era amortajado con el hábito de la orden religiosa de su afección, se le colocaba en un
ataúd de madera, pintado de negro o forrado con género, se le adornaba con cintas o galones definitivos y
se difundía la noticia mediante un sacristán que provisto de una campanilla recorría las calles diciendo el
nombre del muerto, hora y lugar del entierro y pedía oraciones por su alma. Desde ese momento y hasta
después del funeral, que no debía ser mas allá de dos días, en aquella casa no se cocinaba, ni se hacía el
aseo, cubriendo las piezas principales, esto es, salón, comedor y dormitorio con cortinajes negros,
sacándole los adornos, cuadros y lienzos que pudieran haber decorando aquellos aposentos.
El cadáver se llevaba no después de 24 horas a la iglesia donde debía ser enterrado en medio de una
solemne procesión que encabezaba un sacerdote, el cual llevaba en alto una cruz. La ceremonia además
incluía salmos y campanadas de la Iglesia que tañían los clamores o dobles de los difuntos, situación que a
veces conducía a verdaderos abusos pues los funerales podían realizarse a cualquier hora del día”.

Cuando el difunto era un personaje principal o se trataba del fallecimiento del rey o de un miembro de su
familia, el ceremonial imponía la paralización de la vida publica normal, las exequias las presidía el propio
gobernador, a quien debían presentar sus pésames las instituciones y personas mas importantes de la
ciudad, como el Cabildo, la Universidad, la Iglesia y los Nobles. Los funcionarios debían vestir lutos
rigurosos para entregar las condolencias, y se recibían los pésames en una pieza oscura y sin adornos.

Otra llamativa disposición de la época corresponde al toque de campanas, reglamento que data de 1797,
comienza señalando que como las cosas se van desvirtuando en el tiempo, por el mal uso de la tradición,
incluso en la religión. Específicamente esta disposición indicaba que los toques de campanas debían
realizarse en los momentos que el Obispado asó lo ordenara, y la cantidad de campanadas según la
calidad del difunto: 200 en caso de fallecimiento del Rey, 150 en caso del Papa, al paso se prohíbe el
abuso en caso de simples particulares, las cuales quedan limitadas a tres campanadas.

Así se comprende entonces como se va modificando la actitud ante la muerte, en un principio era una
realidad que solo le correspondía al ámbito privados, pero lentamente esta cuestión pasa a ser centro de
interés publico, específicamente del Estado, y esto se muestra en las reales cédulas que se van creando
para evitar excesos en los velatorios y en las ceremonias relacionadas. Esta mirada distinta señala que la
sociedad se va concientizando que es un deber del estado el proveer bienestar ante ciertos temas de
incumbencia general. Además, queda de lado la visión mas espiritual de la muerte, reemplazándola por
una visión más terrenal, relacionada con las herencias y los gastos desproporcionados en estos rituales, es
así entonces que lentamente el estado va interviniendo en temas que antes solo estaba involucrada la
Iglesia.

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