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La perinola

El México errante
Álex Ramírez-Arballo

Somos once o doce millones los que vivimos de este lado, según lo afirma la gente enterada.
Somos muchos y seguimos creciendo, nos movemos por la geografía norteamericana según se
nos presente la puya de la crisis económica o la discriminación racial. Tenemos presencia en los
medios, en la vida pública y privada, en lo cotidiano y en las crónicas de nuestro tiempo.
Estamos ligados a perpetuidad con los Estados Unidos y ellos -muchos de ellos- mal disimulan
el gesto agrio de quien tiene que tolerar la presencia de ese familiar deforme al que hay que
esconder cuando vienen las visitas.

México -resulta tan claro verlo en estas regiones- no es un acta de nacimiento o un pasaporte,
sino una forma de ser y estar, de exponerse y actuar en el mundo. La mexicanidad se me presenta
primero en los colores y las formas; es ésta una condición cultural muy propia y que nos
identifica prontamente ante los demás. Quizás sólo los chinos se nos asemejen en este poder de
construir iconos (¡Cuánto se parece Chinatown en Nueva York a nuestros mercados!). Lo
mexicano, pues, entra por los ojos en una corriente de matices muy vivos; pero no sólo es este
sentido el que se involucra, también habrá de percibirse la presencia de la cultura mexicana en
los aromas, en la proxémica, en el escándalo como destino de todo un pueblo.

La idea decimonónica de una nación como una entidad cerrada no tiene ya más vigencia. La
patria está en sus personas y no en su geografía, y eso queda claro en países como el nuestro, que
exporta, además de una infinidad de productos, mano de obra. Con la fuerza laboral viene
también la persona; con los brazos viene un corazón, un alma, y es esta parte la que no consignan
jamás las estadísticas de las ciencias económicas. Carlos Fuentes en su ya clásico El espejo
enterrado nos habla de una tercera hispanidad en formación, producto de la migración de
hispanoamericanos a los Estados Unidos. Aquí conviene un recordatorio a los conservadores
radicales de Norteamérica: no ha existido jamás en la historia del mundo, ni un muro, ni una
severa ley de extanjería capaz de detener una marea migratoria.

Hay, pues, un México que camina, que se desenvuelve no sólo en la historia sino también en las
geografías; esto, curiosamente, no sólo implica el cruce de fronteras internacionales sino que
entraña también el desplazamiento de población al interior de un país: observe la diversidad de
orígenes regionales en ciudades como Tijuana y Ciudad Juárez. Resulta claro que en un futuro
los historiadores, quienes jamás habrán de renunciar a la tentación de las taxonomías, hablarán
de gran la diáspora mexicana.

P.S. Observo con preocupación cómo es que en México se repite en los cafés y en los foros
virtuales que "los problemas de los mexicanos nos competen sólo a los mexicanos", asumiendo
que mexicano es alguien que ha nacido y vive en el interior de los perímetros nacionales. Cuando
la maldita SB-1070 fue promulgada, muchas expresiones de gente ordinaria insistieron en que
los Estados Unidos tenían derecho a promulgar cualquier ley y que en su país, palabras más,
palabras menos, podían hacer lo que se les pegara la gana. Esta falta de conciencia de la realidad
de nuestro tiempo trabaja en nuestra contra. Quienes andan batallando en otros países,
particularmente en los Estados Unidos, poseen un vínculo indisoluble con su cultura madre y a la
discriminación infligida por grupos de supremacistas raciales deben añadir el olvido o la
indiferencia de sus propios compatriotas. Así de cruel, así de injusto es todo esto.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como
profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo
electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com Además puede establecer contacto con
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