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Cinco Minutos
Cinco Minutos
Sus dedos parecían lombrices ansiosas por despegarse de las manos y reptar
fuera de su alcance. Ella se encontraba sentada junto a la ventana, con la mirada perdida
en el infinito azul del cielo. Lo único que podía calmarle en esos momentos era no
que podía hacer era guardar las apariencias delante de su hija, y explicarle que papá a
ella la quería mucho, pero que con mamá no se llevaba bien y que por eso se habían
separado.
Sin embargo, sospechaba que su hija, pese a su corta edad, tenía alguna idea de lo que
había sucedido en aquella casa. A veces, cuando el portazo de la puerta de la calle ponía
bailes sin orquesta, la niña le dijo: “No sé qué decirte mamá. Por eso sólo te miro y te
abrazo”. En aquel momento ella supo que su hija no conocía de palabras que debiera
utilizar para consolarla, pero que aun así estaba dispuesta a ayudarla con aquello que sus
Había pasado un año desde que una sentencia había desestimado en su totalidad la
querella interpuesta por violencia machista. El juez creyó que las acusaciones hacia su
marido habían sido vertidas con motivo del procedimiento de divorcio en el que se
encontraban inmersos, para así poder hacerse con la custodia de la niña. Es decir, había
creído que todo era una farsa para quedarse con su hija. Ella había recurrido la
sentencia, pero para nada eso le hacía estar más tranquila. Todo lo contrario: era en su
tejado donde ahora estaba la pelota, y era ella quien ahora se sentía en la obligación de
demostrar el calvario sufrido y evitar una posterior querella por denuncia falsa. Y con
todo ello, tenía que soportar que aquel sujeto se acercara a su casa cada catorce días
flagelado. Desde que se dictó la sentencia, se había sentido más víctima de la justicia
que de su propio marido. Eran ellos lo que debían castigarle, y no lo habían hecho. Eran
ellos los que debían impedir que él tuviera el derecho de tocar tranquilamente al timbre
de su casa y añadir un “Dame a la niña” para después moldear una mueca sonriente,
Cada vez era más el tiempo diario que le ocupaba pensar en todo aquello. Eran sólo
cinco minutos cada dos semanas; cinco minutos en que ella tenía derecho a no mirarle, a
no cruzar una palabra con él. Pero aquellos cinco minutos no pertenecían a una franja
normal dentro de un reloj de aguja clásico. No. Aquéllos eran los cinco minutos. Los
cinco que permitían que su hija saliera de casa agarrada de la mano de un puto
monstruo tapado con la máscara del vecino ideal que siempre ha luchado por su familia.
Aquellos eran los cinco minutos en que sus uñas se convertían en zarpas que debía
Desde que su hija había bajado a prepararse la merienda, ella había estado
jugando al juego de las nubes. Hacia el centro, una gran nube representaba en el teatro
celestial a un sauce blanco, cuyas ramas bajaban hasta el mismo pie del árbol, y justo a
su derecha otra nube se había transformado en una especie de figura humana que, con la
ayuda del viento, iba acercándose cada vez más al sauce, hasta que ambas figuras se
desapareciendo ante un nubarrón, chocando contra un árbol una y otra vez, topándose
“¡Mamá!”, escuchó.
Dirigió su mirada hacia la puerta, y vio a su hija, con su maletita rosa, apoyando la
espalda en la pared. Se fijó en su rostro, y advirtió que sus labios se movían diciéndole
algo, pero ella ya no atendía a palabras. En aquel momento sólo era una nube, y las
nubes no hablan ni oyen: sólo vuelan y lloran. Poco a poco volvió a girar su cabeza
hacia la ventana, y advirtió que había algo abajo. Era la representación de los cinco
minutos. Era el fantasma del tiempo; la aguja del reloj ante ella. Era una niebla inmensa,
La vio desde abajo, pese a que ella se escondía tras las cortinas. Sus miradas se
abrirse la puerta de la calle, y a su hija correr para darle un abrazo. Era una niña muy
inteligente, pero era una niña, y él su padre. La cogió en brazos y la besó. Luego la
metió en el coche, y decidido a dar la estocada final, volvió a alzar la vista hacia la
ventana, y con una sonrisa que surcaba todo su rostro, levantó su mano izquierda y
Con el sonido del motor del coche, todo llegaba a su fin. Sin embargo, ya no sabía qué
angustia de las próximas dos semanas, donde de nuevo los futuros cinco minutos en que