Está en la página 1de 3

El Centenario en la memoria (suplemento especial

-Diario clarín)
Para evocar la Semana de Mayo, Buenos Aires se convirtió en un
gran escenario, con avenidas iluminadas, espléndidos edificios
públicos, grandes tiendas y palacios. Y llegaron visitantes ilustres.

María Inés Rodríguez Aguilar. HISTORIADORA. DIRECTORA DEL


MUSEO ROCA.

La ciudad parecía un gran escenario, con sus avenidas


iluminadas, espléndidos edificios públicos, grandes tiendas y
palacios que impresionaron a distinguidos viajeros que —con
magníficas páginas— escudriñaron a los argentinos y sus
contradictorios paisajes. Fue en 1910, al cumplirse cien años de la
Revolución, durante los festejos conmemorativos de la Semana de
Mayo.

Con ansias de representar una tradición nacional y una identidad


ciudadana, la celebración unió el modelo visionario de la elite
gobernante desde 1880 y la obra colectiva de una comunidad
argentinizada desde sus múltiples orígenes.

Buenos Aires, la París de América del Sur, pasó de 178.000


habitantes en 1869 a 1.576.000 en 1914. Y se promovió la
apoteosis de una sociedad moderna y progresista, cuya génesis se
imaginaba en la Revolución de Mayo.

Se desarrolló desde la madrugada del 19 de mayo —decían las


crónicas de la época— "una festividad magnífica que trae más
pavorosa cola que el cometa Halley", que brilló por la competencia
en los despliegues de representaciones diplomáticas, económicas,
culturales y étnicas, preferentemente de las colectividades
española, italiana y francesa.

Estas presencias se configuraron en una amplia gama de


significaciones en monumentos y exposiciones, perdurando en el
imaginario la ritualidad ceremonial española de la visita de la infanta
Isabel de Borbón, quien —describía la prensa— "reinó en el Plata
con su riquísimo traje de seda gris recamado en oro, con enormes
perlas en cinco largas hileras y una diadema de soberbios
brillantes".

Con amables o ácidos comentarios, leeremos a visitantes


célebres, los siempre inagotables Clemenceau, Anatole France,
Huret, Blasco Ibáñez, Bevione y Ferri.

En un privilegiado mercado intelectual, congresos y plenarios


representaron el ritual de la cultura del progreso indefinido y la fe en
la ciencia. Ocuparon los debates del Congreso Científico
Internacional, el Interamericano, el Feminista Internacional y el
Americanista.

Criollos de pura cepa e hijos de inmigrantes compartieron el espacio


editorial en un horizonte ideológico de infinitos pliegues. Hubo
un un primer nacionalismo nutrido de hispanismo que cuestionó la
hegemonía de los valores políticos y culturales del liberalismo.
Abundaron obras de González, Rojas, Juan B. Justo, Ingenieros y
Bunge, que ahondaron en nuestra evolución histórica y evaluaron
los resultados de la inmigración, cuestionándola.

En los cafés reinaban la bohemia y el debate propuesto por las


ediciones de la Biblioteca Nacional (Groussac), la Revista de
América (Rubén Darío), El Sol (Ghiraldo), Ideas (Olivera y Gálvez),
Nosotros (Giusti y Bianchi). Se codiciaron los números
extraordinarios de homenaje de Caras y Caretas y PBT, donde la
publicidad entrecruzó la divulgación de figuras históricas y el
consumo moderno.

Con la estética modernista cantó Rubén Darío al Centenario, y


Lugones, con sus Odas Seculares, celebró el sistema político
vigente. Otras voces sonaron en Carriego con amor al barrio
porteño, en Almafuerte con su ética y en Gálvez con su relato
autobiográfico de sintesis nacionalista El diario de Gabriel
Quiroga. La plástica entregó obras como La fundación de Buenos
Aires (Moreno Carbonero), la Primera misa en Buenos Aires
(Bouchet), Cabildo del 22 y Mariano Moreno en su mesa de
trabajo (Subercaseaux), que aspiraron desde colores y formas a
promover un sentido histórico nacional.

Esta sociedad con claroscuros y tensiones, elegía al radicalismo y


al socialismo como su legítima alternativa al régimen conservador.
Se buscaba la inclusión en prácticas ciudadanas democráticas,
concretadas en la Ley Sáenz Peña de 1912.

Anarquismo y socialismo, junto al sindicalismo revolucionario,


representaron las tendencias ideológicas de un gran sector del
mundo laboral, expresadas en periódicos como La Protesta y La
Vanguardia. Estos sectores, "ordenados" por la Ley de Residencia
de 1902, la Ley de Defensa Social de junio de 1910 y el estado de
sitio, fueron reprimidos, deportados o apresados. Su prensa fue
silenciada y sus locales, clausurados, al ser calificados en esos
tiempos del Centenario como un peligro para la nacionalidad.

Bajo las luces del Centenario estallaron viejas y nuevas


aspiraciones de sectores tradicionales y emergentes. Y se
ampliaron en renovadas ideas y políticas. Queda para la Argentina
del 2010, la que recibirá el Bicentenario de la Revolución de Mayo,
explorar y restaurar los términos de una nueva utopía
integradora.

También podría gustarte