Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Baltasar Gracián).
1
Mientras rebañaba los posos de cacao que se habían demorado en el fondo del tazón, se
recreó en la imagen según la cual el valle, con el pueblo al fondo, sería un cáliz de esmeralda
recogiendo las primicias del sol y su casa estaría situada en los bordes. Depositó al fin la
jícara en el otro extremo de la mesa y alargó perezosamente la estilizada mano hacia los
engolfado en su cuerpo como una racha de aire fresco. La brisa, de hecho, olía a césped recién
cortado. A su padre le gustaba cortarlo así, a ras. Y como hacía tiempo que no llovía, en
algunas partes se veían ronchas amarillas que presagiaban, a su manera, el verano. Algunas
briznas, sin embargo, brillaban con sus cascabeles de aljófar. Aparte de eso, los pájaros
primavera.
Forzándose un poco, casi sería capaz de admitir que resulta un acto grato estudiar así
economía de la empresa y hasta ventas, al aire libre, envuelto su cuerpo por ese cálido cendal
que deja caer el sol sobre la piel recién despertada de un apacible sueño. Grato o ingrato, lo
cierto es que no tenía más remedio que hacerlo, pues las notas en su conjunto mantenían un
equilibrio harto complicado. Así es que lo hizo. No solamente lo hizo, sino que perseveró
hasta las once y media justas, que es cuando debía tomar la ducha.
Todos los miércoles era así, el paraíso hasta las once y media de la mañana. El tedio hasta
las seis de la tarde. Y todo por culpa de las lenguas. Alemán a primera hora, e inglés a última,
Está bien que tenga que estudiar venta y economía de la empresa, pues con ello habrá de
ganarse los garbanzos a partir del año siguiente. Pero bastantes lenguas ha tenido ya en el
período del instituto, aunque de nada sirve hacerse lenguas de ello si no es para auto
flagelarse.
2
Nada, no hay sino recoger el recado de escribir, los grimorios de la finanza internacional, el
móvil, claro, y dar la espalda a los inmensos castaños en flor, al césped cortado al rape, a los
demenciales pájaros, a la brisa, a la caricia del sol de mayo y al copón del valle, verde, claro.
Como todos los miércoles del año, haciéndose lenguas de ello, pero sin flagelarse. Y sin
perder tiempo, porque tras la ducha hay que comer en familia, escuchar la recomendación del
padre para que no deje por nada del mundo de estudiar a fondo, ya que la están esperando
como agua de mayo y que cierto personal de la empresa tiene que hacer horas extraordinarias
por un tubo sólo por no contratar y, con todo, no llegar mucho más tarde de la una y media a
la clase de alemán.
Dejó en el cesto de la ropa sucia su perezosa si bien entrañable indumentaria de andar por
casa. De repente se quedó frente a frente con su imagen en el espejo de cuerpo entero. La
consideró con detenimiento, por delante, por detrás, de perfil. Se aprobó con mención muy
puesto de acuerdo para levantar esta mano, la suya no habría sido la izquierda sino la derecha.
Jamás podremos ponernos de acuerdo con nadie, excepto con nosotros mismos.
Tomó asiento al tiempo que depositaba la hogaza encima del tablero. La dichosa madre
podría trabajar sin desmerecer en la cocina de un restaurante cinco estrellas. Lástima que ella
no pueda honrar, como se merecen, sus desvelos. En los tres grupos que constituyen el
3
-Justo. Sabe que se acercan los exámenes finales y quiere saber cómo lo llevas.
-Caroline.....
-Compréndelo. Te espera como los judíos al Mesías. Sus empleados llevan un año
-Bueno, pues dile por enésima vez que todo está bajo control. Dentro de un mes ya me tiene
allí.
La comida no duró mucho más pues la ración de Caroline fue variada aunque exigua.
-¿Por qué habrían de hablar inglés y alemán los demonios y no, por ejemplo, español o
latín? Bien pensado, me inclino por el latín, pues deben entenderse bien con los curas, que son
-Anda, vete ya. Que las lenguas son de una importancia capital, hoy en día.
Los dientes bien cepillados, eso sí. Y el último toque de maquillaje, faltaría más. Pero
enseguida baja como un ángel vengador, dorada la melena ondeando al viento, o como un
cazabombardero, por la escalera. Maldita sea y todo esto por las dichosas lenguas. Si por lo
menos se tratara de las matemáticas o de la economía de empresa como los otros días....
4
En el recibidor recogió bolso y cartera, despidiéndose desde allí mismo. Unos segundos
después ya estaba acelerando más de la cuenta el coche. Menos mal que a estas horas no hay
El alemán todavía era un mal menor. La hora y media que había que esperar jugando con los
ordenadores o revisando las materias importantes, también. Pero los noventa minutos de
inglés a última hora, ella se los había tomado cual si fueran una cuestión personal. Como si no
tuviéramos una verdadera vida al lado, para malgastar lamentablemente nuestro tiempo de
esta manera. Por añadidura, las clases eran soporíferas, cada una la imagen exacta de la
anterior, siempre documentos escritos, la batería de ejercicios variada, si cabe, pero a la larga
todo venía a ser lo mismo, cada vez idéntica sucesión de un reducido catálogo que se repite.
Sabiendo, además, que el tipo no preparaba sus clases sino que las compraba por internet y se
presentaba, sin el menor reparo, con la hoja impresa de las correcciones. En tanto sus alumnos
realizaban los ejercicios, él se ocupaba leyendo otras cosas. Las malas lenguas aseguran que
estudia latín y griego. Claro que, dado que era nativo, ya podían hacerle preguntas que él las
respondía todas y hasta los más dotados habían renunciado a inquietarle. Sólo que eran muy
pocos los que todavía trabajaban en su clase. Pero eso a él parecía traerle sin cuidado.
Puntualmente venía cada miércoles, daba su texto, sus ejercicios; con toda la flema de que
puede ser capaz un inglés, leía el documento, acordaba diez minutos para el primer ejercicio y
sacaba sus apuntes de economía de la empresa y se ponía a estudiarlos con una suerte de afán
de revancha.
-No te quejes tanto, por lo menos éste, aunque trabaje poco, nos alegra la vista.
5
-Ésta sí que es buena. A ver si ahora resulta que por las noches te metes el mango del cepillo
del pelo hasta las cerdas pensando en este carcamal. No, si ya sabía yo que no estabas muy
bien acabada.
-Pues no soy la única. Mira a tu alrededor y verás las posturas que adoptan algunas con la
-De acuerdo. Pero eso no prueba en absoluto que lo hagan pensando precisamente en él.
-¿Cómo lo voy a ver en alemán si es la primera vez que noto ese comportamiento
ciertamente peculiar?
-Mi vecina está pensando en la sopa de remolacha que se va a tomar en cuanto llegue a casa.
-¿Sí, eh? Vamos a ver, Suzy, ¿qué serías capaz de hacerle a este inglés para que te diera dos
-No estaría menos de dos horas chupándole el caramelo para que me hiciera eso.
-Y yo que estaba convencida de que esto era un anexo de la universidad. Y resulta que es un
hospital psiquiátrico. ¿Pero habéis visto? Si casi todo lo que tiene en la cabeza son canas. Eso
6
-Claro, como tú te curas en salud, siempre que te apetece, con el palo de santo de que debe
-¿Sabéis qué os digo? Que os den morcilla a las dos. Estáis más grilladas que un garbanzo
de puchero.
-A ver, usted, señorita, que tantas ganas de hablar parece tener. Denos la respuesta al
ejercicio.
-No lo he terminado.
El horroroso súbdito de su Graciosa Majestad se acercó con dos zancadas a la mesa que ella
ocupaba.
-Ni corre el riesgo de terminarlo, ocupada como está con sus comadreos y sus apuntes de
economía de la empresa. La nota que le corresponde es cero, por supuesto. Ah, y el próximo
miércoles nos tocará hacer el último examen del año. Hasta entonces, que lo pasen bien.
El estruendo de las sillas retirándose al unísono ahogó las risas de sus dos compañeras.
7
Esa noche, durante la cena, apenas habló. Y, con la excusa de los exámenes finales, se retiró
pronto a su habitación. Con el bombero habló lo justo, a través del messenger, para advertirle
que estaba agotada por la mencionada razón y que se iba de cabeza a la cama. Cosa que llevó
a efecto de inmediato. Pero no para dormir. Sabía pertinentemente que no podría hacerlo. No
al menos en breve.
Ese cero, aunque tuviera un bajo coeficiente, acabaría por hundir la nota media que, ya de
por sí, no esperaba demasiado boyante. Siempre había experimentado dificultades en inglés.
Lo suyo no eran las lenguas, eso por descontado. Sin embargo, hasta el año pasado, había
suplido tal deficiencia con un esfuerzo bastante riguroso, a decir verdad. Pero ese año no
había podido mantenerlo, por dos razones esencialmente. Primero por la falta de simpatía
hacia su profesor, la cual fue incapaz de disimular. Demasiado tarde, desde luego, para
lamentar todas las veces que le había contestado con ironía y hasta con desprecio, o le había
8
obsequiado con una sonrisa burlona, como la que se dirige al más lamentable de los payasos.
Un payaso está bien en un circo, pero resulta inadmisible en la tarima de una universidad. La
segunda razón era que, hasta el momento, había conseguido hacer algo de trampa. Alguien
había logrado comprar los temas que usaba ese desperdicio, y dado que el examen era el
mismo para los tres grupos, hasta ahí alcanzaba su desidia y su comodidad, los móviles se
ponían enseguida a parpadear con el texto que había caído. Claro que no bastaba con tener la
corrección de las respuestas, aún había que redactarlas de modo que pareciera natural. Pero
sus amigas la ayudaban en ello. El inglés, por su parte, podía haberla corregido con especial
El miércoles siguiente entró en el baño a las once en punto. Ante el espejo de cuerpo entero
se probó unos pendientes dorados de aro grande. Se miró de perfil. La larga melena le llegaba
hasta las nalgas. Liberó los senos que se estaba protegiendo con los brazos y éstos se
mostraron, turgentes, casi erectos, con un ligero temblor. Si fuera un hombre quien estuviera
frente a mí, no levantaría ni el brazo derecho ni el izquierdo, sino el miembro que posee en el
centro geométrico de su cuerpo. Lo cual nos permitiría sin duda llegar a un acuerdo. Pues lo
que él tendría de lleno, yo lo tendría de vacío y escrito está, lo lleno busca lo vacío y lo vacío
lo lleno.
Con sumo cuidado, se recogió el pelo. Contempló su boca pulposa, grande, frutal, dotada de
una suerte de avidez en la que jamás había reparado. Soñadora, entró al fin en la ducha.
chaquetas y pantalones. Una pequeña parte, sin embargo, datando de un período anterior al
del bombero, contenía unos cuantos vestidos cortos. Algunos bastante atrevidos, por lo que
tuvo que desecharlos enseguida. Sin embargo, uno de ellos podía pasar. Se lo probó. Comparó
lo que estaba viendo a lo que solían llevar muchas de sus compañeras. No notó gran
9
diferencia. Antes bien, recordó que, en ciertas ocasiones, se había llevado allí algo más
-Caramba. No sé lo que será, pero presumo que las clases de lenguas han perdido parte de
su monotonía.
Nadie más se atrevió a hacer el menor comentario. Mientras aceleraba, consideró cuán
Las compañeras más allegadas la felicitaron. Los chicos, un tanto sorprendidos, la silbaron
y, durante unos minutos, se deshicieron en piropos. Pero casi enseguida las aguas volvieron a
su cauce. En realidad, allí todo el mundo estaba habituado a ese grado de seducción, incluidos
los profesores, por supuesto. En cualquier caso, el flemático inglés no levantó ni una ceja.
Más bien arrugó ambas cuando vio que se sentaba al lado de Marie, una de las mejores de la
clase y con un tono más bien glacial le ordenó que se separara de ella.
Éste viene a por mí. Pero no en el sentido que yo quisiera. Al final se ha decidido a gustar el
sabor de la venganza.
La siguiente sorpresa fue que no les puso el mismo examen que a los dos grupos anteriores.
Según fuentes fidedignas, nunca antes se había producido tal eventualidad. No solamente no
era el mismo, sino que a ellos, para humillarles más, sabiendo que muy pocos eran los que
habían trabajado, les puso un documento ya visto en clase. Todos habían venido con un
examen prefabricado que habría que tirar a la papelera. Y todos a una se inclinaban con pavor
ante un enunciado que se les antojaba escrito en una suerte de dialecto caldeo.
A decir verdad, la falda corta no debía ser utilizada sino como último recurso, sólo si ocurría
lo peor, si fallaba todo lo demás. Y eso era con toda exactitud lo que estaba sucediendo.
Entregó el examen de las últimas, dejando adrede que sus amigas más allegadas desfilaran
antes. Notó con cierta inquietud que únicamente quedaban en la sala representantes del sexo
10
femenino, todas ellas vestidas con bastante coquetería, por emplear términos dotados todavía
¿Acaso albergarían el mismo propósito? El mismo propósito tal vez, pero difícilmente
Durante el largo intermedio de ese miércoles había conseguido eclipsarle un momento sin
que nadie lo notara para comprobar si el coche del inglés se hallaba donde solía.
Las malas zorras, si pudieran se lo tirarían aquí mismo, con todas las puertas y ventanas
abiertas. No tuvo más remedio que abandonarles provisionalmente en campo. Salió, pero fue
delante de la comitiva, con lo que debía asegurarse que sus ojos quedaran sujetos al contoneo
discreto, aunque apoyado, de sus volúmenes, que ella sabía dotados de un atractivo más que
Llegada a su propio vehículo, abrió el maletero para depositar su maletín y fingió buscar
algún objeto en el fondo, consciente de que la perspectiva en ángulo recto que ofrecía era
capaz de dar vértigo a cualquier hombre normalmente constituido. Luego entró en el coche,
Aguardó, agarrada al volante como fuera a utilizarlo como punto de apoyo para saltar. Las
malas putas estaban empleando todos los recursos y melindres que sabían y más para
retenerlo. Pero tenían una desventaja: ellas eran tres. Y el número, en tales circunstancias, no
suele aportar favor. A menos que una de ellas superara con creces a las demás en
desvergüenza. Afortunadamente ello no sucedió. Las tres cedieron al mismo tiempo, con lo
que se produjo la ansiada despedida. Ellas siguieron adelante, mientras que él tomó, como era
de esperar, la calle de la derecha. No era probable que se volvieran, pues no tenían la menor
esperanza de verle.
11
Caroline abrió con firmeza la portezuela de su coche y avanzó apresuradamente, casi
corriendo, hasta doblar ella también la esquina. Entonces aminoró el paso. Por un instante
acusó una cierta flaqueza de ánimo. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Pero se recobró
encontraba. Él le llevaba tan sólo una veintena de metros y avanzaba sin mucha decisión. Se
diría que intuía algo. Sea como fuere, abordarle no era el paso más grave. Ni siquiera era
decisivo. Y al fin y al cabo, ella era mayor de edad. Lo peor no estaba en abrírsele de piernas,
si la dejaba entrar en el coche. Aún así, metió la mano en el bolso y puso en funcionamiento la
Hecho esto, hizo sonar los tacones, con tal firmeza, que él no pudo sino volverse, como si
Al quedar cara a cara, Caroline se detuvo a su vez. A él se le notaba que hacía un esfuerzo
considerable por mirarla a los ojos y no bajar la vista hacia otras simas más inquietantes aún,
pero también se le notaba que había perdido una parte de su aplomo. Ello no pudo sino
-Sé perfectamente que lo que voy a hacer no contribuirá sino a agravar mi caso, porque
sino parecer, en el mejor de los casos, hipócrita e interesado. A pesar de todo, he querido
hacerlo. Le ruego que me disculpe por la actitud que he mantenido a lo largo del año entero y
-Y yo sostengo que, a pesar de las apariencias, mi opinión es que tal actitud la honra.
-Créame que no tiene la menor importancia. Ahora soy yo quien le ruega que lo olvide.
12
-Bueno, dicho esto. Le deseo que pase una agradable velada.
-Adelante. La escucho.
más...confortable?
Al tomar asiento en el coche, Caroline no consagró el menor gesto a bajarse la falda, que se
le había subido considerablemente. Tanto que, durante una fracción de segundo, sus muslos
-No le voy a hacer perder en exceso su precioso tiempo. Voy a ir al grano. En mi opinión
sólo resta poner en palabras la transacción en la que ambos estamos pensando. Por lo que a mí
respecta, ya lo sabe, mediante los esfuerzos conjugados del cero obtenido el miércoles pasado
y la pésima nota que me valdrá el examen de hoy, mi media global corre el riesgo de ser
francamente insuficiente. A decir verdad, ni siquiera cabe hablar de riesgo. Sin embargo, por
razones a las que no merece la pena aludir, necesito licenciarme este mismo año. He aquí mi
carencia. Ahora le ruego se digne examinar mis triunfos. Sé pertinentemente que mi cuerpo
no puede dejar indiferente a ningún hombre y me consta que usted no es una excepción, a
pesar de toda la flema inglesa de la que hace gala. Si tras esa máscara todavía le queda un
poco de honradez, convendrá en ello. Quiero que me mire, de arriba abajo, lentamente, y que
13
-Pues bien, yo le prometo ofrecerle todo ello, sin escatimar nada, con una sabiduría y una
entrega que usted no puede ni siquiera imaginar. Ningún fantasma que haya podido soñar
quedará sin materialización. A cambio de una nota honesta en inglés. Esto, lo quiera usted
creer o no, no invalida en absoluto la excusa proferida anteriormente, que es en todo punto
sincera.
Caroline se detuvo para observar el efecto de sus palabras. No pudo sino sonreír al
comprobar que éste había sido exactamente demoledor. El inglés parecía fuera de combate,
Diciendo esto, se estiró como una gata perezosa y dejó que su mano se posara sobre la
piedra de él con un aleteo de paloma. La encontró dura y caliente. Una suerte de soplo, una
columna de aire ardiente, la envolvió y su irradiación penetró todo su cuerpo hasta la médula
espinal, de tal modo que ella misma se sintió desconcertada por semejante impresión, tan
Él, a su vez, quedó sacudido por un estremecimiento brutal que le recorrió todo el cuerpo y,
durante unos instantes, permaneció absolutamente anonadado. Después apretó los dientes y
con un esfuerzo que se hallaba, con toda evidencia, al límite mismo de sus fuerzas, tomó con
dolorosamente arrancando de su propia carne. Eso fue lo más difícil. Luego la depositó con
Camille sentía que le quemaba la mano, como si la hubiera puesto entre un manto de
14
-Siento mucho tener que anunciarle que rechazo su oferta. No se sienta despechada, se lo
ruego, pues ya ha visto el trabajo que me ha costado hacerlo. Si esto hubiera ocurrido tan sólo
cinco años antes, habría sido sencillamente imposible para mí ofrecer la menor resistencia
Sin embargo, ahora, a mis cincuenta y un años de edad, si bien no soy en modo alguno
inmune a sus temibles efectos, como ha podido comprobar, sí me es dado, en cambio, luchar
Caroline abrió la portezuela del coche y echó a andar, esperando que él se arrepintiera, que
detuviera el vehículo a su vera y le rogara volviera a entrar. Pero ello no sucedió. Ni siquiera
15
Tendida en su cama, con los auriculares puestos, escuchaba una y otra vez la grabación. Esa
renunciación, viril y sincera, que había en su voz la estaba impresionando más de lo que ella
estaba dispuesta a admitir. En contraposición a esa fanfarronería juvenil que tantas veces
había oído resumida en la boca de sus compañeros con el socorrido piropo que reza como
sigue: “los siete primeros polvos te los echaría sin sacarla”, este hombre provecto, maduro, no
virilidad. Ello sonaba en sus palabras con un acento que le daba una honestidad solemne ante
la que era bien difícil permanecer insensible. Casi contra su voluntad, se estaba viendo
obligada a cambiar de opinión respecto a aquel hombre. Se sentía, además, como el cazador
cazado, había ido a poner una trampa y cada vez era más evidente que ella misma había caído
o estaba cayendo en una emboscada. Por supuesto que tenía la intención de darle un anticipo,
16
un minuto o dos de felación, una penetración fugaz, poco más que entrar y salir; el resto, una
promesa de plenitud. Su argumento principal tenía que ser la grabación, cuando ésta estuviera
a buen recaudo, reproducida en varias copias. No servirse de ellas a cambio de una nota
En lugar de eso, tenía en su poder una grabación absolutamente inoperante, más aún,
aparece un hombre que lucha, cierto, contra una tentación culpable, pero que al final sale
triunfar allí donde muchos, quizá no entre los peores, habrían sucumbido. Absolutamente
inutilizable.
Y, por si fuera poco, le había quedado asimismo esa mano candente, ese prurito interno,
como una fiebre, que le producía una desazón ante la cual no sabía muy bien cómo
defenderse. Porque, aunque él no podía preverlo, lo que había presentado, con una franqueza
admirable, como una insuficiencia, se revelaba, de repente, como una virtud sencillamente
que nadie dudaba en atribuir a su pareja, no era tan natural y evidente como a todos les
demasiado pronto. Se habían visto en la orilla de una cama algo temprano. La primera vez,
cuando ella quiso darse cuenta de que lo tenía dentro, el bombero ya había terminado y se
estaba retirando con la conciencia absolutamente tranquila del deber cumplido. No lo hacía
con mala intención, desde luego. Antes al contrario, podía vanagloriarse de que le gustaba
pensaba nada más que en empujar con su ariete. Cosa que hacía con una furia bestial.
Afortunadamente ella no tenía problemas de lubrificación. Pero claro, a los dos o tres
empellones, él ya se había venido dentro de ella y enseguida comenzaba a retirarse. Tan sólo
al cabo de un año, quizá por efecto de la rutina, a ella le iba dando tiempo de sentir algo, sólo
17
el principio. Sin embargo, también incidió en ella la rutina, pero en su caso con efectos mucho
más devastadores. El polvo de los sábados por la noche con el bombero, tan envidiado por sus
Pensándolo bien, con el inglés las cosas sucederían de modo muy distinto. Con toda
evidencia, no había problemas de erección. Únicamente se trataba, según sus palabras, de una
sensibilidad ligeramente menor a la que había experimentado antaño, una sensualidad algo
atenuada, a la que podía sobreponerse hoy, pero quién sabe a cambio de qué fenomenal
esfuerzo. Sea como fuere, lo que parecía evidente es que él tampoco había quedado intacto,
algún plomo llevaba sin duda en el ala. Si las cosas en su conjunto se miran sabiamente, una
dos o cuarenta y tres como mucho. Aparte de que sus palabras tendenciosas eran portadoras
entrepierna, cuya quemazón conserva aún en la mano. Estaba sola en su habitación. Nadie
podía oírla. ¿Por qué no admitirlo de una vez? ¿Por qué no reconocer que ese fugaz contacto
De repente, la poca ropa que llevaba encima le sobraba. Sólo quería el contacto de su piel
ardiente con la frescura de las sábanas. Se incorporó, echó la combinación íntima sobre el
parqué. La mano, no sabía qué hacer con ella. Estaba en ebullición. La puso sobre la cara
anterior de su muslo y el incendio la ganó hasta los pies. Por un momento la acercó hasta su
involuntario la había dejado con las rodillas en alto, dobladas, con las piernas en ángulo recto.
Se revolvió de inmediato, colocándose boca abajo, la mano en el regazo, como si fuera una
mano extraña, como si fuera la mano de él. No la podía controlar esa mano, era más fuerte
18
que ella. De repente la sintió caer como un ave rapaz sobre el clítoris. Pero recordó su fuerza
Había que ponerle obstáculos a esa mano de fuego. Recurrió a la almohada. Se la colocó
entre las piernas, se abrazó a ella. Pero la almohada se convirtió en el albo inglés y lo tenía
incrustado en el cuerpo. Se apretó contra él, lo cabalgó, con la pelvis parecía querer hundirlo
dentro del colchón y saltó de la cama en el último instante, para evitar el orgasmo. Aquello
era como un contagio, como una enfermedad, como una locura. Y en esta última no hay
aire con toda la boca abierta. Le faltaba la respiración. No quería volverse porque sabía que
allí estaba el inglés, con su piedra tallada en lava, dispuesto a abrasarle las entrañas.
Tan mayúsculo era el sofoco que hasta consideró la posibilidad de hablarlo con su madre y
hacer intervenir de urgencia o bien al médico o bien a la guardia republicana. Aquello era de
órdago. Jamás se las había visto con una subida tan avasalladora de la libido. Ni siquiera
hubiera creído que ese tipo de cosas pudiera suceder realmente. En suma, no pudo conciliar el
Al día siguiente, cuando se levantó de la cama, después de haberla dejado hecha un guiñapo
de arrugada y deshecha, pensó que estaría agotada, que ese día no sólo se le iba a hacer cuesta
arriba sino que sería un auténtico risco que habría que escalar. Nada de eso, tras una ducha, se
encontró más fresca que una rosa. Mientras desayunaba en familia ya no pensó en absoluto en
confidencias, ni siquiera a solas con la madre, antes bien, sentía un poco de vergüenza, pues
aquello se pasaba en verdad de castaño oscuro. También sentía algo de miedo de salir en ese
estado a la calle.
19
En efecto, llegó a clase y a todos los chicos les encontraba una variedad particular de
atractivo. Su cabeza se puso a imaginar una historia con cada uno de ellos, juntos y por
separado. Semejante situación era insostenible, en todo caso para ella, que ni se consideraba
ni era considerada como una zorra, no como otras, que poseían una merecida reputación
sulfurosa, más bien al contrario, habían dejado de hacerle la corte porque la habían catalogado
ya como absolutamente fiel al bombero de marras, con quien acudía a todas las fiestas, y si
todavía le dedicaban piropos, en ocasiones sicalípticos, tan sólo era para darle gusto a la
lengua. Pero en ese momento ella únicamente deseaba que la violaran en los aseos. Si alguien,
quien quiera que fuese, se lo hubiera propuesto, o lo hubiera intentado, lejos de resistirse,
necesario que consiguiera guardar la compostura. Trató de seguir el hilo de la explicación que
se estaba produciendo, de tomar algún apunte, pero le resultó imposible concentrarse en ello.
Rendida ante la evidencia, se llevó el índice y el pulgar a los ojos y se los frotó con ellos.
Sin embargo, nadie pareció notar nada extraño, excepto la compañera que tenía al lado,
Alice.
Pero donde se halla el veneno, se halla el antídoto. Ese inglés cae, vaya que si cae, aunque
sea lo último que tenga que hacer en esta vida, pues necesito que me muerda de veras esa
víbora que le colea en la entrepierna. No veo otra manera de recuperar un poco mi serenidad
y, con ella, la posibilidad de salvar al menos los muebles de este curso crucial que se está
incluso en la ropa interior. Se alegró de que no hubiera nadie en casa, porque no le gustaba la
20
idea de que la vieran desembarcar con ese auténtico arsenal de seducción. Ya bastante tenía la
Se detuvo en la cocina a beber un vaso de agua fresca antes de subir a su habitación para
probarse todo una vez más. Al levantar el vaso, tuvo que alzar la vista, lanzando
involuntariamente una mirada a través de la ventana. Un destello fugaz salió de la negra torre
de la iglesia. Se detuvo a contemplarla. Era como un barco calafateado de pez negra que
surcaba un cielo excesivamente azul. Algo raro había en ello. Nada en realidad, pero le llegó
una vaga sospecha. Alguna vez había considerado que ese campanario era un excelente
En efecto, únicamente un telescopio podía distinguir aquel hombre joven vestido de negro,
rodeado de negro, otear con unos prismáticos negros. Probablemente, de haber hecho ese
prudencia, a una discreción mayor en el vestir, dentro de su propia casa. Pero en el estado en
comprenderle. Lo compadeció. Tal vez incluso conocía sus costumbres y a saber desde
cuándo había tomado el hábito de contemplarla. Trató de rememorar si algún día había hecho
algo excesivo con las cortinas descorridas. Acaso alguna vez se hubiera desnudado. No
consiguió arrepentirse.
Devolvió el telescopio a su lugar. Regresó. Descorrió por completo las cortinas del ventanal.
Bien, ya que no podemos hacer nada más por él, por lo menos le alegraremos la vista. Eligió
un punto que le permitiera contemplarse en el espejo y dejarse ver. Enseguida notó que ese
juego de espejos, el suyo de cuerpo entero y los múltiples que escondían los prismáticos, los
cuales iban a transmitirse unos a otros su imagen al derecho y al revés e iban a depositarla
21
ante esos ojos negros, ávidos. La respiración, profunda, le levantaba la camisa al tiempo que
sus largos dedos se la iban desabrochando con una lentitud y una sensualidad que le
y confusos. No les había dado tiempo a reaccionar. Por primera vez se había ausentado a clase
de alemán, llegando en el último segundo antes de que el propio británico cerrara la puerta de
cercó, enroscándose a ella como una serpiente caliente. De pronto temió que unos compañeros
demasiado ansiosos le frustraran sus designios. Así que concibió algunas mejoras en su plan.
Nada más terminó la clase, pretextando una urgencia, abandonó de inmediato la sala en
dirección a los servicios. Nadie pudo reaccionar con la suficiente presteza. Miró atrás para
comprobar que no era seguida. Entonces se dirigió hacia una puerta lateral con objeto de
refugiarse en otro edificio. Desde allí vio cómo sus compañeros salían. Algunos grupos de
chicos, sin embargo, se demoraban más de la cuenta. Pero al cabo desalojaron el campo.
Aguardó a que desapareciera de su vista. Entonces corrió a tomar un atajo que la conducía
Casi llegan a la par. Sus pisadas se podían escuchar bastante cerca. Esa vez iba solo.
Probablemente no quedaba nadie en ninguno de los edificios, en cualquier caso el patio estaba
desierto. Al diablo el recato, se puso a andar como una modelo de pasarela. Si se contoneaba
en exceso o no, ello iba a ser anecdótico en comparación a lo que estaba por llegar.
En su coche repitió el número de la vez anterior. Él pasó de largo sin decir esta boca es mía,
fingiendo, muy mal, no haberla visto. Cerró la portezuela, pero dentro del habitáculo sólo
22
quedó su maletín. Pisaba fuerte, procurando que él la oyera. Tuvo que apretar el paso para
sostenerle el ritmo.
-¿Qué quieres?
-Quiero que me folles viva. Quiero que me pases por tu piedra. Quiero que me pidas que te
-Mira, tu nota puedes metértela donde te quepa. Pero tu verga quiero que me la hundas hasta
la empuñadura.
-Lo siento.
-Estás loca.
-Estoy loca por ti. Aunque no te quiero. Sólo espero que me des candela, castigo de vara,
-Eres más viejo que mi padre. Pero vas a tener que transigir o te armo la de San Quintín. Y
no será más que el comienzo. Todo lo demás me da igual. Estoy dispuesta a cualquier cosa.
El inglés trató de avanzar hacia el coche. Afortunadamente era una calle residencial y no
venía nadie. Si había alguien mirando desde alguna ventana, eso nadie lo podía saber. Con un
23
movimiento fulgurante, Caroline se sacó el vestido. Ya lo tenía en el cuello, cuando sintió que
-Bájalo enseguida.
Caroline obedeció.
-¿Dónde me llevas?
-Donde tú quieras.
-Calle arriba hay un bosque, justo ahí delante, a unos doscientos metros.
Subieron al coche. Dieron la vuelta a la manzana y enfilaron por donde había indicado
Caroline.
-A mano derecha hay un camino de tierra, pero puede entrar el coche. Tómalo.
24
Los árboles estaban ya cubiertos de follaje. Cuando habían entrado lo suficiente en la
espesura, el inglés dio la vuelta y puso el coche hacia la salida. Hecho esto, cortó el contacto
del motor. Caroline le metió la mano entre las piernas y el asiento salió disparado hacia atrás.
Entonces se quitó definitivamente el vestido. La combinación íntima que llevaba debajo era
incendiaria.
-Estoy peor que una gata en celo, pero ahora verás tú lo que te ocurre por haberme puesto de
El inglés estaba realmente sofocado. No pudo replicar. Camille lo cabalgó antes incluso de
desnudarlo. Pero quería sentir de inmediato su piedra dura. Luego se hundió entre sus muslos,
asiento de atrás.
Caroline bajó la piel y dejó el glande enteramente al descubierto. Luego, con una voracidad
salvaje, se aplicó al masaje bucal. A poco se calmó para que el inglés no se le acabara de
golpe, con lo que le había costado. Pero pronto, como si no pudiera contenerse, volvió a la
furia inicial. Tan excitada estaba por verse haciendo ese acto, impensable con el bombero
porque no le habría durado ni cinco segundos, no hubiera llegado ni a ponerle los labios
encima de su cosa, que no se dio cuenta de que su espesa cabellera cubría su afán y sabía que
a los hombres les encanta ver eso, así que de vez en cuando se echaba la fabulosa melena
rubia a un lado.
25
Al final se decidió a montarlo, amazona terrible. Y lo hizo en el momento justo. El inglés
vio centellear sus grandes ojos verdes y pensó en alguna variedad de pantera. Ella, sin
El inglés los vio a través del espejo retrovisor. En dos filas ya, dispuestos a pasar por ambos
lados del coche, precedidos por las maestras. Echó el asiento hacia delante y arrancó
suavemente. Pero ellos iban completamente desnudos. El cristal poseía un ligero tinte, aun así
juzgó la situación de crítica. Salió a la carretera y puso el coche a bastante velocidad. Al cabo,
encontró otra carretera que se adentraba en el bosque. Se vistió. Caroline lo imitó, furiosa y
-¿Dónde me llevas?
-A un buen hotel.
A Caroline se le iluminó la cara con una inmensa sonrisa y se agarró con fuerza a su brazo.
palo la estaba aguardando y se lo hincó hasta la empuñadura, tal y como había prometido, esta
El inglés, por su parte, la degustó en todas las posturas imaginables. Si bien cada vez que
ella rozaba el momento cumbre, él se retiraba y le pedía que cambiara de posición, o que
chupara un poco más. Luego la ensartaba de otra manera y después de otra. Caroline rugía de
placer, apretaba los muslos, se retorcía. Suplicaba que entrara a matar con la espada de
verdad. Pero él no le hacía caso, la retiraba sin piedad en el momento justo. Caroline
obedecía. Y en cuanto la tenía dentro, se movía como una anguila, aunque con la potencia de
una yegua de la remonta. Su cuerpo era un horno de reverbero. Le ardían las mejillas.
26
-Agárrate fuerte a los brazos del sillón.
Con eso supo que había llegado al fin el momento decisivo. Ya el primer puyazo la dejó
toda temblando como un flan. Y a éste siguieron otros muchos empellones administrados con
terrible autoridad y eficacia. Quiso esperarle, pero no pudo. Cuando tomó conciencia de que
estaba literalmente aullando de placer, entonces sintió como si le inyectaran un chorro de lava
con una manguera incandescente y una llamarada de fuego invadiera todos sus miembros. De
El inglés sí que hizo realidad el piropo de tirársela cuatro veces prácticamente sin sacarla.
Más aún, lo tuvo que dejar ahí por pura necesidad, porque habían pasado más de dos horas
desde que estaban en el hotel y no sabía qué excusa inventar para acallar las previsibles
sospechas de su mujer. Pero no se fue sin asegurar que ni el propio Paris alcanzó a cepillarse a
una mujer con tantas campanillas como ella. Y Caroline le replicó que, hasta nueva orden,
tendría que repetir la proeza como mínimo todos los miércoles, pues no estaba dispuesta a
De hecho, hasta que él tuvo que ausentarse durante un mes para ir a pasar las vacaciones en
Inglaterra, nunca pasaron dos días sin que se produjera el tremebundo choque de los dos
vicio. Ninguno de los dos podía, ni se les pasó por la cabeza, apearse del tren. Y el tren corría
como la hoja de una alcotana, tirado por dos poderosas máquinas de vapor.
El día que recogió las papeletas con las notas, se las entregó seria, pero sin tristeza, a su
padre.
27
El padre iba a decir algo. Pero la mano de la madre se posó en su hombro y luego en el
cuello.
-Pero Maxime....
-Que le den por el saco a Maxime. Hay más cosas en este vasto mundo que Maxime y más
-Vaya. Yo me había hecho la ilusión. Porque últimamente iba los miércoles a las lenguas
Salió al jardín y dejó a sus padres conversando con voz suave. Casi como un susurro le
-Mírala, en pocos días se ha hecho mucho más mujer. Está ahora en plena sazón. Se la ve
fuerza de rojo. Y comenzó a soñar en cómo serían los miércoles del año siguiente.
28
29