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Grufién es un cavernicola del periodo Glacial, bajito, feo, estrafalario, y muy grufién. Los demas cavemicolas se rien de el, y el pobre Grundn decide marcharse a vivir solo en una caverna. Se divierte gstande bromas a Jonds, un mamut peludo que vive cerca de su cueva. En més de una ocasién esas diveridas bromas son tan peli- r0sas para el cavernicola, que e propio mamut tiene que salvare la vida. DEREK SAMPSON ha publicado en esta misma coleccidn Mas avén- turas de Grunén y el mamut peludo. A partir de 7 afios y el mamut peludo Derek Sampson ‘ Ms Slag cS ys NY Coleccién dirigida por Marinella Terzi Primera edicién: mayo 1987 ‘Segunda edicion: noviembre 1987 Tercera edicién: mayo 1988 Cuarta edicion: julio 1989 Quinta ediewin: agosto 1990 Sexta edicion: octubre 1991 ‘Séptima edicién: septiembre 1992 Traduccién del inglés: Blanca Aguirre Titulo original: Grup and che hairy mammoth Publicado por Methuen Children’s Books Ltd © Texto: Derek Sampson, 1971 © Hustraciones: Simon Stern, 1971 © Ediciones SM, 1987 Joaquin Turina, 39 - 28044 Madrid Comercializa: CESMA, SA - Aguacate, 25 - 28044 Madrid ISBN: 84-348.2017-2 Deposito legal: M-29043-1992 Fotocomposicion: Graflia, SL Impreso en Espafa/Printed in Spain Imprenta SM - Joaquin Turina, 39 - 28044 Madrid No esté permitida Ia reproduccién total o parcial de este libro, nj su tratamiento informatico, ni la transmisién de ninguna forma 0 por cualquier medio, ya sea electrénico, mecanico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright, 1 Primer encuentro con Gruitén —éPor qué seré tan feo? Grufién suspiré y dio una patada a una piedra con el pie descalzo. En el largo pe- riodo Glaciar, hace muchisimos miles de afios, la vida resultaba dificil para el hombre de las cavernas. No se puede de- cir que los hombres del periodo Glaciar fuesen guapos, pero Grunén era el mas feo y extranio de todos. Tenia tal cantidad de arrugas en la frente que parecia una sdbana retorcida, y la nariz vuelta hacia arriba como si estuviese oliendo algo ho- rrible. Los demas cavernicolas se diver- tian riéndose de lo feo que era. —Bueno, pues si no quieren saber nada de mi, yo tampoco de ellos —refunfuié Grufién. Miré con rabia a los hombres 5 que estaban charlando a la tenue luz del sol—. Puedo arreglar- melas muy bien solo. Era verdad. Un buen dia, Grufon se harté de que se rieran de él, y aprendié a vi- vir solitario. Escogié para vivir una cueva que tenia goteras y en la que hacia mu- cho frio, lejos del resto de la tribu. Desde entonces, comia solo, paseaba solo y ha- blaba consigo mismo. Pero sobre todo gruiia. Por eso le llamaban Grunén. —Qué puedo hacer esta mafiana? No tengo que buscar comida. Todavia me queda un poco de la deliciosa fruta de ayer. ¢Qué puedo hacer? Eso era lo peor de vivir en el perfodo Glaciar. Resultaba muy aburrido. Y luego estaban todos aquellos glaciares que se derretian y goteaban y volvian loco a Grufién. —Tengo que encontrar algo que hacer —grufifa Grufién, mientras trepaba con dificultad por la cuesta que habia por en- 6 cima de su cueva. Iba pensando en hacer alguna travesura, y no tardé mucho en encontrar el motivo. De repente divisd algo debajo del acantilado. Se asomé al borde para mirar. —jQué sorpresa! —dijo riendo entre dientes—. Pero si es el viejo colmillos pe- ludos, dando una cabezadita como siempre. De un claro de sol al pie del acantilado Megaban unos ronquidos. Procedian de una criatura enorme, que dormitaba al sol. Grunién se retir6 rapidamente cuando el animal se movid. —jQué suerte tiene! —se dijo—. Lo nico que hace es comer y dormir. Nadie se mete nunca con un mamut. Porque aquel animal que estaba dormi- tando era un mamut: un inmenso mamut peludo. Se Iamaba Jonds y era la criatura mas feliz del mundo. Quiz4 por eso Gru- n tenia envidia de él. No le parecia justo que alguien pudiese estar tan con- tento. j{Qué vida tan cémoda llevaba Jonas, comparandola con la de él! Si que- Tia comer, no tenia que escarbar para co- ger raices ni esperar en cuclillas cuando hacia frio para cazar algtin conejo. Lo tinico que hacia era mordisquear alegre- mente las copas de los arboles y dormir calentito y abrigado en su propio abrigo de piel. —Se cree que lo tiene todo, gno? —se quejaba Grufién—. Se siente muy satisfe- cho de si mismo. Si pudiera bajarle un poco los humos... Pero como? Seria indtil tirar piedras a la cabeza de Jonas. El mamut apenas lo notaria, Grufién tenia que hacer algo dife- rente. De repente se puso a dar patadas en el suelo. —jYa esta! —se dijo muy contento—. Cavaré un agujero muy profundo para ca- zar mamuts. ;Vamos a ver qué le parece esto! Grufién se dio la vuelta y salié co- rriendo colina abajo hasta acercarse a Jonas, pero sin que éste pudiera verlo. Enseguida se puso manos a la obra, ca- vando afanosamente. jPum! jPam! ;Pum! jPam! Jonas levant6 la cabeza medio adormilado. {Qué era aquel ruido tan cercano? ¢Qué pasaba? No veia nada. ;Espera! Algo que se pare- cia a un saco viejo de papel, rematado por un nabo, venia saltando de roca en roca hacia él. La figura le era familiar. Grufién volvia a las andadas. Jonas cerré los ojos e hizo como que seguia dur- miendo. Grufién estaba nervioso. Habia cavado un agujero y lo habia cubierto con hele- chos gigantes y ramas secas. Ahora tenia que obligar a Jonas a que lo persiguiera para que cayese en la trampa. Pero no sa- bia como obligarlo. Se estremecié y se arrastré6 a gatas en direccién al animal, que roncaba. Después, el mamut levanté una de las orejas que le tapaba la cara como un alerén peludo. —jViejo mamut tonto! —le grité—. jTu madre era una alfombra y tu padre un perchero peludo! Grufién salié corriendo inmediatamente, aterrorizado por lo que habia hecho. Pero Jonas no rechisté. Ni un movimiento, ni una sacudida. De repente, a Grufién se le ocurrié una idea. jEstaria Jonas enfermo? gLe sucederia algo? ;Y precisamente ahora que el cavernicola habia trabajado tanto cavando una trampa estupenda! Era mas de lo que se podia soportar. Dio un grito de rabia y salté sobre el lomo de Jonas y empezé a tirarle del pelo. —(Despiértate, cabezota! ;Despiértate y persigueme! Fue un grave error por parte de Gru- n. En cuanto estuvo sobre el lomo de Jonas, el mamut se puso en pie. Con un grito de triunfo, Jonas empezé a correr. Al principo despacio, pero fue cogiendo cada vez thas y mas ve- 7 locidad. No queria ha- raat cerle dafio, claro esta. Para él se trataba sola- mente de un juego. Pero Gruién iba aterrorizado. Jonas corria por encima de las rocas. Cruzaba los RG 10 rios. Pasaba como una flecha por medio de las manadas de dinosaurios que dormi- taban. Se deslizaba por los glaciares. Re- corria con paso torpén el irregular te- rreno. Pero, finalmente, hasta él mismo empez6 a encontrarse cansado. Se enca- miné de vuelta hacia su punto de partida: Entonces fue cuando vio el agujero de Grufién. Era un agujero muy bien hecho, pro- fundo, de paredes rectas y muy bien disi- mulado con los helechos. Pero Jonas no se dejé engafiar. Justamente cuando parecia que iba a caer, se detuvo. Gruiién salié despedido por los aires, dando vueltas como un acrébata, y fue a aterrizar en- cima de los helechos. Alli permanecié du- rante unos segundos, después los helechos cedieron y desaparecié dando un grito de desesperacion. —jAy! jAy! jQue me hago trizas! —Gruiién siguié quejandose mientras se ponia de pie. Se palpé con cuidado. Pare- cia no haberse roto ningin hueso. Le- vanté la vista y vio que Jonas le miraba con interés desde el borde del agujero. —No presumas tanto, orejazas —le gri- té Gruiion, amenazAndole con el pufio—. i¥a verds cuando salga de aqui! El problema era cémo salir de alli. El agujero era profundo, muy profundo, tan enorme como para que cupiese el mamut mas grande. C6émo lograria escapar de alli el pequefio cavernicola? No habia nada donde agarrarse, excepto unas pocas ramas rotas y unos helechos marchitos. Grufién dio un grufido y se senté. Estaba conven- cido de que Jonds tenia la culpa de todo. —Mira que hacerle esto a una persona tan inofensiva y tan buena como yo —se 12 decia—. Me gustaria coger esos helechos y atarselos alrededor de la trompa, y... Se interrumpié y se le pusieron los ojos como platos. Si pudiera atar algo a esos viejos helechos secos... cogeria esas ramas rotas... Dio un grufido, se incorporé de un salto y puso manos a la obra. Jonas, mientras tanto, se habia retirado para echar una cabezada cerca de alli y vigilar el agujero. Después de todo, no queria que a Grufén le pasase nada malo. La vida seria muy aburrida si no fuera por el pequefio cavernicola que ale- graba las cosas un poco. Jonds no reti- raba la mirada del agujero. Al cabo de un rato empez6 a moverse algo. Dos ramas se asomaron lenta- mente por el agu- jero. Se agitaron y se tambalearon un momento y se apoyaron contra la pared del agu- jero. Después se oyé un grufido “= y aparecié la ca- 13, ra de Grufién. El cavernicola miré a su alrededor como un conejo desconfia- do, pero no vio a Jonds. Finalmente, tre- po hasta la superficie y se dio la vuelta para tirar de las ramas. Estas estaban unidas unas con otras mediante cuer- das hechas con helechos trenzados. Grunén se quedé mirandolas con orgullo. —jQué cavernicola tan listo soy! —se dijo—. Hace falta ser inteligente para que a alguien se le ocurra algo como esto. ¢Cémo puedo Ilamarlo? Vamos a ver... cy si lo llamo escalera? Grufén tenia motivos para estar satis- fecho. Con aquella escalera podia hacer muchas cosas: subirse a los Arboles altos, coger huevos de los salientes mas altos, encontrar una cueva tan alta que ningdn animal pudiera atraparlo... —Hasta puedo esconderme de ese ma- nojo de pelos de Jonas —se decia Grufién sonriendo—. No es que le tenga miedo. Si ahora se encontrase aqui, le haria un nudo en la trompa. Grufién no deberia haber dicho eso. En aquel momento, Jonds lanzé un bramido tal que a Grufién le zumbaron los oidos. l4 No esperé a escuchar el siguiente. Aga- rré la escalera y salié corriendo a tal velo- cidad que apenas se le podian distinguir las piernas. Los mamuts no se rien con frecuencia; sin embargo, cualquiera que estuviese ob- servando a Jonas habria dicho que eso era exactamente lo que estaba haciendo. Sacudia sus poderosas paletillas y balan- ceaba la trompa de un lado a otro como un péndulo. Se qued6é mirando a Grudn hasta que desaparecié de su vista. Des- pués, sacudiendo por ultima vez la trom- pa, se dispuso a dormitar al sol. 15 2 El bano de Grufén éPor qué la toman siempre con- mike —murmuraba Grufién mientras se inclinaba sobre su caiia de pescar en la orilla del lago helado. Miré con atencién su cara reflejada en el agua. Tenia un as- pecto més triste que de costumbre. Los demas hombres del periodo Glaciar le habian echado de los mejores sitios de pesca que habia a la orilla del lago, y no habia pescado nada en toda la manana. Y lo que ain era peor, estaba oyendo un zumbido espantoso que no paraba. ZELLER Lo ofa a sus espaldas, por la parte en que los Arboles Ilegaban hasta la orilla del lago. 16 ~. “hee y << Grufién se dio la vuelta y, de repente, se sintié peor que nunca. —jEs él! jEs él otra vez, como si no me hubiese dado ya suficientes problemas! Era Jonds, el mamut, que se acercaba trotando alegremente en aquella manana soleada. Canturreaba para si desafinada- mente, pero aquél no era el ruido que atormentaba a Grufén. El ruido parecia venir de una nubecilla negra que revolo- teaba alrededor de la cabeza de Jonas. Grufén fruncié el cefio y miré fija- mente. 7 —Se trata de una trampa —mur- muré—. Ese monstruo apolillado quiere ponerme en ridiculo otra vez. En cualquier otra ocasién Grufén ha- bria hecho como que ignoraba al mamut. Siempre que se habia encontrado con Jonas, el cavernicola habia salido per- diendo. jPero esto era demasiado! Alargé la mano para coger una piedra que tenia cerca. —jToma eso, saco de huesos, cobarde! —y le lanz6 la piedra con todas sus fuerzas. La piedra reboté en la dura cabeza de Jonas y no le hizo mas dafto del que le haria un globo. Jonas le contest6é con una mirada de suave reproche. —jLargate! jLargate! jVete a afilar tus colmillos © te tiraré otra piedra! Gruiién estaba de pie, gritaba y gesti- culaba con las manos, bastante asustado de lo que habia hecho. Con gran asom- bro, Jonas sacudié la trompa una o dos veces y después se dio la vuelta en direc- cién a los Arboles. —jEso le ensefiara! —y, satisfecho, Gruiién volvié a su pesca. 18 En ese momento algo le golpeé en la nuca, un objeto grande y pegajoso que casi lo tira al lago rodando. —jSocorro, que me apedrean! —Gru- én gated como una arafia enloquecida para esconderse detrés de una piedra. Fi- nalmente, asomé la cabeza y vio a Jonas que se alejaba entre los Arboles. —jQué jugada tan sucia, golpearme por la espaida! ;Tramposo! ;Vuelve aqui y te haré un nudo en la trompa! Envalentonandose ahora que Jonas se alejaba, el pequefio cavernicola se puso de pie otra vez, gritando y agitando el objeto amarillo y pegajoso que el mamut le ha- bia arrojado. Finalmente se sent6 y se miré las manos. Estaban cubiertas de una pasta pegajosa y amarilla. Se chupé los dedos con precaucién. Se quedé asombrado. Volvié a chuparse los dedos, esta vez con avidez. Jamas en la vida habia probado nada tan dulce, tan sabroso. Y siguié chupando la pasta ama- rilla y pegajosa con entusiasmo. —jMmm, es delicioso! ;Mmm, es mara- villoso! —exclamaba—. Demasiado bueno 19 para un pobre mamut vi descubrir de dénde lo saca. Asi que donde quiera que fuera Jonds a lo largo del dia siguiente, Ilevaba a Gru- fién pegado a los talones, escurriéndose de roca en roca y de arbol en Arbol. —jQué cosa mas tonta, que no sabe ni distinguir un dinosaurio bailando! —gru- hia Grufén mientras le seguia silenciosa- mente—. En cuanto encuentre un poco mas de esa deliciosa pasta amarilla, se la quitaré. Pero Gruiién empezé a cansarse de se- guir a Jonas. El mamut iba de un lado para otro sin rumbo fijo. Caminaba por las sendas m4s espinosas y mas enchar- cadas, acompaiiado todo el rato de aque- lla nube zumbona. . Tengo que iZezzzezeeeee! Grujidén se estaba volviendo loco. Sola- mente el recuerdo de aquella deliciosa pasta amarilla le hacia seguir hacia ade- lante. —Qué va a hacer ahora? —Grufién se detuvo con desconfianza cuando Jonas se paré al pie de un Arbol. 20 De repente, el zumbido de la nubecilla que revoloteaba alrededor de la cabeza de Jonas se hizo més insoportable. Jonas me- tié la trompa en el interior de un nudo del 4rbol y buscé a tientas. Pronto un hi- lillo del Kiquido amarillo empezé a resba- larle por la trompa. —jEso es! jAhi es donde esconde la pasta! Lleno de gozo, el pequefio cavernicola se precipité hacia adelante. Por una vez, debido a su ansiedad, se olvidé del mie- do que tenia al animalote. Agarré un pa- lo largo y obligd al mamut a que se ale- jase. —Le esta bien empleado por tratar de quedarse con todo —murmuraba Grufién mientras trepaba Arbol arriba—. Ademas, le estoy haciendo un favor. Esto lo tnico que hace es ponerle el pelo pegajoso. Mientras hablaba, encontr6é un agujero grande en el rbol; alli estaba la pasta amarilla. Metié la mano dentro. Entonces fue cuando comprendié lo que significaba la nube zumbona que revoloteaba alrede- dor de Jonas. —jOh! jGuu! jAy! —Grufién dejé esca- 21 par un grito de dolor y bajé del Arbol de un salto, Ahora Ievaba su propia nube alrededor de la cabeza. Una nube de abejas grandes, rabiosas y decididas a castigar al intruso. A diferencia de Jonds, el pobre Grufién no tenia una piel dura que le protegiese de los aguijones de las abejas. Bailaba, daba manotazos en el aire, gritaba, pero no le servia de nada. 22 —jOh! ;Estaos quietas! jAy! De repente noté que le cogian por la espalda de su chaqueta de piel de conejo y le levantaban del suelo. Le transporta- ban a través del bosque sacudiéndole como si fuera un saco. Las abejas seguian clavandole el aguijén todavia, pero estaba demasiado asustado como para preoc parse de eso ahora. Aquello que le suje- aga Wy en " \ taba era largo y gris, y se parecfa mucho a la trompa de un mamut. jJonas le habia capturado! —jBajame! ;Por favor, bdjame, y pue- des quedarte con tu asquerosa pasta ama- rilla! —le suplicaba Grufién. Todavia seguia chillando cuando llega- ron al lago. Jonas miré a su alrededor con ansiedad. Sabia lo mal que se iba a poner Grufién si las abejas seguian picdndole mas tiempo. Grufién se merecia todo lo que le estaba pasando, pero Jonas tenia buen corazén. Pondria a Grufién en buen sitio, a salvo de las abejas. El mamut se dirigis trotando pesadamente hacia la ori- Hla del lago. —iNo, ahi no! Por favor, no... —mien- tras chillaba, la boca de Gruaén se Ilend de agua. El mamut lo dejé caer dentro del lago. —jSocorro, que alguien me_ salve! —balbuceaba Grufién mientras Jonas le sacaba para que cogiese aire—. Esta in- tentando ahogarme. ;Socorro! Abajo de nuevo, sacudiendo los pies y los brazos. Arriba y abajo, arriba y abajo, como si fuese un manojo de trapos mo- 24 jados. Por fin a la quinta intentona dio un tirén a la desesperada, consiguié soltarse de la trompa de Jonds y se alej6 nadando. Hasta después de un rato no se dio cuenta de que estaba a flote. —jEh! jMiradme! jEstoy flotando! —gritaba—. jNo me hundo como siempre me pasaba! Miraba asombrado a su alrededor mientras chapoteaba con los brazos y las piernas, alejandose de la orilla donde es- taba Jonas. —Te he engafiado, eh? —le gritaba al mamut con aire triunfal—. Estoy... ¢cémo puedo llamar a esto? Si, jestoy nadando! Gruién dejé de tener miedo al agua. Ni siquiera le importaba que estuviera fria. Estaba como loco de alegria por po- der mantenerse a flote y avanzar. Pronto se sintié lo suficientemente valiente como para zambullir la cabeza y mirar a los peces que se deslizaban por su propio mundo gris. iPeces! De repente, Gruiién penso en la sorpresa que se Ilevarian los demas hom- bres del perfodo Glaciar si le viesen na- dar. Tal seria la sorpresa, que saldrian 25 corriendo y abandonarian la pesca que habian conseguido en la orilla del lago. —jEsta noche cenaré pescado! —se dijo riéndose entre dientes—. jMontones de rico pescado! —se dio la vuelta y empez6 a cruzar el lago nadando en direccién a donde estaban pescando los demas hom- bres. Y Jonas, que le observaba desde la ori- Ila, oy6 un ruido, un ruido poco corriente. Era la risa de Grufién. El mamut se qued6 alli durante un rato hasta que el hombrecillo desaparecié de su vista. Después, levantando la trompa como si hiciese un gesto de despedida, se dio la vuelta y se dirigié hacia el bosque. 26 3 Gruhén, artista —jLo consegui! ;Lo consegui! Los ojos de Grufién brillaban de entu- siasmo al tiempo que se ponia en cuclillas en el centro de su cueva. Reflejaban la luz de algo que danzaba y parpadeaba de- lante de él. Se trataba de una hoguera que ardia alegremente. El cavernicola nunca se habia sentido tan orgulloso de si mismo. —Todos decian que no podia hacerlo, geh? Se refan de mi, gno? No es que Grufién hubiese encendido el fuego él solo. En aquella época ningtin ca- vernicola sabia hacer fuego. Pero el ve- rano habia sido seco. Un rayo habia al- canzado un Arbol en el bosque y lo habia incendiado. De todos los hombres de las 27 cavernas, tnicamente a Grufién se le ha- bia ocurrido coger un palo ardiendo del fuego. Los demas se habijan burlado de él, pero ahora tenia una pequefia hoguera para él solito. —iY es estupendo, maravilloso! —decia riéndose entre dientes—. Todos me ten- dran envidia cuando llegue el frio. El problema era que todavia hacia ca- lor, y la cueva de Grufién estaba tan Ilena de humo que apenas podia respirar. No pudo aguantar més tiempo. —Saldré un rato a respirar un poco de aire fresco. Ademas, necesito mas lefia para mi maravillosa hoguera. Salié dando grandes zancadas. Por alli no habia ningun cavernicola. Todos esta- ban descansando en las hamedas cuevas 0 pescando a la orilla del lago, Grufién dejé escapar una risita. —Creo que daré una vuelta hasta el Iago para contarles mi nueva invencién —se dijo—, para darles envidia sola- mente. Grufién se sentia mas contento que de costumbre mientras caminaba hacia el lago. Recogia lefia por el camino. Se iba 28 imaginando un invierno maravilloso, ca- lentito, con una hoguera encendida en su cueva. Quizd hasta dejase que los demas cavernicolas se calentasen en su_ho- guera... si dejaban de reirse de él. —Después de todo —se decia—, soy un cavernicola bastante listo. Bueno, quiza no mucho... De repente dejo de hablar y se detuvo. Habjia Ilegado a la orilla del lago y ante su vista apareci6 un espectaculo intere- sante. Jonas estaba en el agua, intentando refrescarse. En la superficie sdlo se le veia la trompa. Pero Grufién vio su peluda piel esponjada bajo el agua; parecia un globo inmenso. Grufién se puso a reir. —Hoy hasta me siento amigo de ese gran globo peludo —se dijo—. Estara pa- sando mucho calor. Me pregunto si po- dria ayudarle. A Grunén no se le ocurrian muchas veces estas buenas ideas; pero en aquella ocasién se encaramé a un glaciar cercano y partié el pedazo de hielo mds grande que pudo. Cuando lo arrastré hasta el lago, se sintié bastante cansado. Se secé el sudor de la frente y miré hacia el agua. Jonas seguia alli todavia, con los ojos ce- rrados. —Le voy a dar una sorpresa —se dijo Grufién—. Se va a poner muy contento cuando le deje a gusto y fresquito. Se metié en el agua. Después, empu- jando el trozo de hielo delante de él por la superficie del agua, nadé en direccién a Jonas. El mamut no se movia. Se encon- traba demasiado a gusto disfrutando del frescor del agua como para prestar aten- cién a Grufién. Fue una ldstima que abriese la boca para dar un bostezo en el mismo momento en que el pequefio caver- nicola nadaba hacia él. Gruiién se quedé sorprendido. De re- pente, el trozo de hielo desaparecié de su vista y se metié en la boca de Jonas, Jonas también se quedé sorprendido, muy sorprendido. Tuvo la sensacién de estar 30 tragandose el helado mds grande que ha- bia visto. Era una sensacién espantosa. Abrié los ojos y se encontré de frente con Grufién. —No —Grufién tartamudeaba_inten- tando explicar—, no lo entiendes. Sélo trataba de ayudarte. jNo era una broma, de verdad! No se qued6 a dar explicaciones. El brillo de los ojos de Jonas le indicaba que corria peligro si lo hacia. Empezé a nadar hacia la orilla. Jonas le seguia muy de cerca, y no en actitud amistosa precisa- mente. Grufién tuvo suerte de que Jonas estu- viese metido en el lago. Lo tnico que im- pidié que el mamut cogiese al cavernicola en los primeros momentos fue su piel em- papada. El mamut tenia que pararse para sacudirse como un perro gigante. Pronto la parte del bosque que quedaba a su al- rededor estuvo tan empapada como si hu- biese llovido. Aun asi, Grufién consiguié ponerse fuera de su alcance cuando se encontré en su cueva. Se deslizé hacia el interior y se escondié en una grieta donde el mamut 31 no pudiera alcanzarle. Jonds ni se molest6 en hacerlo. Ya habfa decidido cémo iba a castigar al pequefio cavernicola por lo que consideraba una mala jugada. Se quedé esperando con la boca lena de agua y la trompa estirada como una manguera. Cuando Gruiién sacé Ja ca- beza de su escondite, Jonas soplé con todas sus fuerzas. E] chorro de agua casi derribé a Grufon. Se agarré a la roca, castafeteandole los dientes, hasta que se acabé el chaparrén, Después volvid a aso- marse cautelosamente. Jonds se alejaba de la cueva con paso torpén. 32 --;Bah! jEsta es la altima vez que te hago un favor! —se lamenté Grufin. Grufién amenaz6 a Jonas con el puto mojado. El mamut se detuvo y miré hacia atras. Se habia divertido mientras perse- guia al cavernicola y nunca podia guardar rencor a nadie durante mucho tiempo. Saludé con la trompa y continué su ca- mino hacia el Jago. Necesitaba refrescarse de nuevo. Gruién distaba mucho de estar con- tento. Cuando regresé a la cueva, se en- contré con una escena horrible. La ho- guera que antes ardia alegremente habia desaparecido. En su lugar solamente que- daban unos cuantos palos empapados. jLa manguera de Jonds habia funcionado demasiado bien! —j{Mi hoguera! jHa apagado mi mara- villosa hoguera! —gimoteaba Grufién, y se arrodillé al lado de las cenizas hime- das—. jNunca le perdonaré esto! Sopl6 e imploré, pero no sirvié de nada. Su maravillosa hoguera se habia apagado para siempre. —Y nunca conseguiré otra, a menos que haya otro incendio en el bosque. jOh, lo que seria capaz de hacerle a ese ma- mut! Arrojé los palos chamuscados lejos de él. Al caer, uno de ellos araiié la pared y dejé una raya de lo més interesante. Gru- On fruncié el entrecejo y se acercé a la pared. —jQué curioso! Es una sefal alargada y en espiral. Se parece a la trompa de Jonas. ;Cémo se ha hecho? Cogié el palo y deslizé la punta que- mada por toda la pared. Aparecié otra raya negra. Volvié a intentarlo. Y apare- cié otra raya. Todas juntas eran como la 34 trompa de un mamut. De repente, Gru- én se encontré temblando de emocién. —jQué invento tan estupendo! —gri- taba—. Mucho mejor que cualquier ho- guera maloliente. jDe esta manera puedo pintar todo lo que se me ocurra! Era ya bastante tarde cuando Jonas re- gres6 a la cueva de Grufén. Estaba preo- cupado por. el cavernicola. Quiz4 habia sido un poco cruel con él. Se detuvo en la puerta de la cueva y se quedé asombrado. No quedaba ningiin espacio de la cueva de Grufién que no apareciese cubierto de dibujos, grandes dibujos, de todas las es- pecies de animales imaginables. Y Gru- hn todavia pintaba afanosamente. Jonas miré atentamente. Grufién estaba pintando un animal muy extraiio, Era grande, estaba cubierto de pelo y tenia una trompa muy larga con un colmillo a cada lado. Jonas sacudié la cabeza. Fl nunca habia visto un animal como aquél. iQué ocurrencia la de Grudn imaginarse una cosa asi! Jonds enrollé la trompa y se rascé los colmillos con aire pensativo. Después se dio la vuelta y se alejé de nuevo hacia el lago a paso lento, para darse un chapu- z6n antes de que anocheciese. 4 Gnitén, a punto de hervir —Como no encuentre pronto algo que comer, me..., jme comeré mi chaqueta! Grunén grufia y miraba la chaqueta de piel de conejo que llevaba siempre puesta. Era una chaqueta muy ligera y de aspecto lamentable, pero Grufén era delgado y aquella manana estaba triste. Sélo habia desayunado unas pocas raices correosas. No quedaba nada més por los alrededores de su cueva. —iQué porquerfa! Ni siquiera serviria para alimentar a un anciano —suspiro—. Lo que me hace falta es una buena co- mida. Grufién habia andado mucho para bus- car comida. Se encontraba en una parte desconocida del territorio. Del suelo bro- 37 taban manantiales de agua caliente. Unos lagos de lodo caliente burbujeaban a la luz del sol. Hasta habia algunos Arboles que tenian unas bayas redondas y rojas. A Gruiién se le iluminaron los ojo: —jEstupendo! Eso ser4 una comida for- midable para mi. Trepo a un arbol y se metié un pufiado de bayas en la boca. Rapidamente las es- cupié. Estaban muy amargas. —;Qué cosa ms repugnante! —refun- fuiié Grufién—. No tienen derecho a estar aqui si no valen para nada. Estaba a punto de bajarse del Arbol cuando vio algo que le llamé la atencién. En la punta de una rama habia un nido grande. En él habia cuatro huevos. —jComida! —grité Grufién—. Huevos frescos es exactamente lo que yo necesito. Gated con impaciencia en direccién al nido, y cuando Iegé se quedé mirando su presa. Eran unos huevos inmensos. Sufi- cientemente grandes como para acabar con el apetito de Grufién. Rompié uno y se lo comié. Hizo una mueca. Estaba crudo y tenia un gusto horrible; pero como todavia nadie habia aprendido a uisar, frecuentemente la comida de Gru- non tenia un gusto espantoso. —Bueno, es lo mejor que puedo conse- guir —se dijo. Se guardé los demas huevos en los bolsillos de la chaqueta y se dio la vuelta para bajar del arbol. De nuevo algo atrajo su atencién. Estaba alli abajo, lejos de él, en el lago de lodo. —No puedo creerlo..., no puede ser..., pero jsi es él! ¢Qué estara tramando ahora ese mamut chiflado? En el centro del lago cenagoso habia una masa grande y parda, y de ella salia un zumbido. Era Jonas, que tomaba un 39 baiio de lodo. Tenia la piel manchada de lodo, y de vez en cuando echaba con la trompa lodo al aire por encima de su ca- beza. Estaba muy contento. —jQué bobo es! e dijo Gruién—. Qué se creer que est4 haciendo? Gruiién se senté en el Arbol, fascinado, mientras Jonas se revolcaba en el barro. Por fin, el mamut se puso en pie y se acercé caminando al lugar donde caia una cascada de agua fria desde lo alto de un acantilado. Se enjuag6. Después, tras sacudir la cabeza y dejar escapar un agudo berrido, volvié a su baiio de lodo. ‘A Grufén le brillaron los ojos. Se ol- vidé de que tenia hambre. No se le pre- sentaba a menudo una oportunidad como ésta. Se desliz6 rapidamente del Arbol y se subié corriendo a un monticulo. Pronto se encontr6 en el lugar donde saltaba la cascada del acantilado. Se quedé miran- dola pensativamente. —No hay agua suficiente para bafiar a un ratén famélico. Lo que un mamut ne- cesita es un buen chorro de agua, todo de golpe. ; Se puso a arrastrar un tronco caido 40 para colocarlo atravesado en la estrecha brecha del acantilado a través de la cual caia el agua. Jonas, mientras tanto, seguia tumbado en el lodo tan a gusto, haciendo pompas de vez en cuando. Finalmente, se puso en pie dando un suspiro y avanz6 con dificultad hacia la cascada para en- juagarse por tiltima vez. ;Pero la cascada habia desaparecido! Del acantilado no caja ni una sola gota de agua. Jonas mird hacia arriba con asombro. Grufién habia esperado aquel mo- mento. Era la sefial para retirar el tronco. Detras de éste habia quedado retenida gran cantidad de agua. Ahora se abalan- zaba por encima del acantilado cayendo de golpe sobre Jonas con gran estruendo. El mamut no pudo remediarlo. Aunque era muy grande, se vio arrastrado de nuevo al lago de lodo. Alli se quedé tum- bado sin aliento, lanzando grandes cho- rros de agua por la trompa. Grufién es- taba encantado. —Esto le ensefiaré —se dijo, y bajé tranquilamente del monticulo. Se detuvo a la orilla del cenagoso charco donde es- taba Jonds—. ¢Qué estas haciendo ahi, 41 cabeza hueca? —le grito—. jMira que ju- gar en el barro a tu edad! Eso era mas de lo que Jonas podia so- portar. Se puso de pie y dio un bramido que retumbé por todas las montahas. Y Grufién se encontré con una montafia de lodo que se dirigia hacia él con gran es- truendo. Se dio la vuelta y corrié a toda la velocidad que le permitian sus cortas piernas. Pero, por desgracia para Grufién, no habia ningun sitio adonde ir. Los arboles eran demasiado bajos para esconderse en ellos, y no habia ninguna cueva. Sola- mente habia lagos de lodo burbujeante o de agua que echaba humo. La trompa de Jonas roz6 el hombro de Grufién. —iNo, no lo hagas! —grité Gruiién—. jNo me toques! Dando un salto enorme, se lanzé al charco mas préximo. Afortunadamente, el agua estaba caliente, pero no hirviendo. Por suerte, también, Jonas no sabia nadar. Gruiion se encontré pronto chapoteando en medio del lago mientras que Jonas se que- daba en la parte poco profunda. —jHas fallado otra vez! —le grité Gru- 42 hén con aire de triunfo—. Tenjas la in- tencién de darme un baiio de lodo, geh? A decir verdad, Jonas no sabia 1o que habia intentado hacerle al cavernicola. De todas maneras, estaba otra vez de buen humor. No le parecia que valiese la pena cazar a Grufién. E] mamut se instal6 cé- modamente en el agua caliente. Para Jonds resultaba muy agradable, ya que tenfa la piel peluda y gruesa. Para Grunién era distinto. Al cabo de un rato el agua resultaba realmente demasiado caliente. Le zumbaba la cabeza y, cada vez mas, se sentia como una patata asada. Pero no se atrevia a salir del lago mientras Jonas estuviese cerca. Aquel dia Jonas se dio un bajo deli- cioso. No tenia ninguna prisa. Hasta casi se habia olvidado de Grunén cuando salié por fin del lago y se marché. Incluso en- tonces Gruiién esperé un rato antes de sa- lir. Por fin, reuni6 el valor suficiente y sa- Né a la orilla, chorreando. «Ya podras, grandullén! —se dijo Gru- fén en tono de queja—. jTenerme tanto rato en el agua! Nunca he estado tan lim- pio. jEs horrible!» 43 Se metié la mano en la chaqueta y sacé uno de los huevos. —Y ahora es demasiado tarde para ca- zar, y sdlo tengo estos huevos asquerosos para comer. jNo puedo soportarlos! Arrojé el huevo con asco contra una roca, pero rebot6. Grufién se detuvo sor- prendido. —jQué extrafio! Deberfa haberse roto. Qué pasaré? ‘Se agaché para recoger el huevo. Es- taba caliente, y por la parte en que se ha- bia roto la cascara vio una cosa blanca en el interior. Gru- fién se meti6 un trocito en la boca. Estaba _ delicioso, suave, duro y muy sabroso. Y por dentro estaba la yema bien cocida. Grufién no podia creer en la suerte que tenia. —Qué ha pa- sado? ¢Cémo_ha- bran cambiado? 44 Se volvié para mirar al humeante lago. —EI agua de ahi debe de haber hecho algo. Los ha..., los ha cocido. ;Ya no tengo que volver a comer huevos crudos nunca mas! Grufién se quedé unos minutos mi- rando con asombro el lago caliente. Des- pués inicid el regreso hacia su cueva. Mientras caminaba, iba comiendo los huevos y, entre mordisco y mordisco, can- taba para sus adentros. Después de todo, la vida no era tan mala. 45 JD Gnuitén ataca de nuevo jPanpita de chiflados! —resopla- ba Grufén mientras los observaba desde la linde del bosque—. jPandilla de chi- flados! ;Qué se creeran que parecen? Unos ruidos extrafios flotaban en el aire. Delante de él, en un claro del bos- que, los demas carvernicolas celebraban el baile de todos los meses. Aunque no deberia Ilamarse baile a aquello. No ha- bia misica. En su lugar, los hombres se movian dando vueltas formando un gran circulo, gimiendo tristemente. Cada uno levaba puesto un extrafio sombrero hecho con plumas de distintas aves. Tenian un aspecto muy curioso. Si se creen que me voy a unir a 46 ellos... No soy tan tonto. Grufién no de- cia la verdad. El también se habia hecho un som- brero. Y se habia presentado con él en el baile. Pero habia pasado lo de siempre. Los demas hombres no le ha- bian dejado. A Grufén se le arrugé la nariz al recordarlo. —Bueno, _ pue- den quedarse con su baile =—mur- muré—. Me voy a dar una vuelta. Se dirigié hacia el interior del bos- que. Las plumas de su sombrero se balanceaban triste- mente sobre su ca- AT beza. El pobre Grufién deseaba hacerse amigo de los demas hombres. Sin em- bargo, ahi estaba, paseando solo en medio del silencio de la noche. Silencio? En aquel momento ya estaba lejos del lugar del baile; sin embargo, to- davia le parecia estar escuchando delante de él el horrible gemido de los dems ca- vernicolas. Fruncié el entrecejo. —Debo de haber estado andando en circulo. A no ser que... si... jYo he ofdo esa voz antes! Dejé escapar un grufido de jibilo y avanz6 sigilosamente. Pronto se encontré en el limite de otro claro y se le pusieron los ojos tan grandes como platos. —jEs él! jEs el mamut chiflado otra vez! ¢Qué estar haciendo ahora? En un claro del bosque, debajo de las enredaderas trepadoras que colgaban de los arboles, estaba Jonas. Daba vueltas en circulo, arrastrando los pies cuidadosa- mente uno detrds de otro y canturreando zumbonamente como una abeja enloquecida. Grufén lo observé durante un rato, después dejé escapar una risita tonta. —jEsté bailando! —exclamé Grufién—. 48 Nos ha visto bailar y esta imitandonos. jDe todos los animales chiflados tenia que ser él precisamente! Grufién volvié a observarlo. Era como ver una casa peluda dando saltitos. Des- pués, el cavernicola se deslizé entre los Arboles sin hacer ruido con una expresién traviesa en su rostro. En cualquier otro momento, Jonas ha~ bria estado alerta, pero aquella noche es- taba concentrado en el baile. La primera noticia que tuvo fue cuando una enredadera cay en forma de lazo al- rededor de sus patas. Mirdé hacia arriba. Grufién le sonrefa burlonamente desde lo alto de un Arbol, y dejaba caer ya otra enredadera alrededor de las patas de Jonas. —iYa te tengo! —le grité Grufién con aire de triunfo. No sirvié de nada que Jonas gritase y tratase de defenderse. En un segundo, Gruiion le até las enredaderas y se las apreto con todas sus fuerzas. Jonas se tambaleé y, finalmente, cayé al suelo con gran estruendo. —Ahora te he pillado, orejotas —le 49 grité Grufién, dando saltos alrededor del mamut caido. Pero, curiosamente, no daba la sensa- cién de que Jonds estuviese enfadado lo mas minimo. Los ojos le brillaban de risa. El cavernicola lo miré con desconfianza. Jonas, a pesar de ser un animal bastante tosco, era muy astuto. Seria mejor com- probar que aquellas enredaderas estaban apretadas. Jonas no estaba preocupado. Estaba alli tumbado placidamente, _ preguntdndose qué iba a hacer el cavernicola a continua- cién. A causa de las plumas del sombrero de Grufién, Jonas cambié de actitud. Cuando Gruiién se agachaba rozaban al mamut exactamente debajo de la trompa. A Jonas nunca le habian hecho cosquillas antes y le molestaba. Protestaba y force- jeaba para incorporarse. — 82 contré devolviéndoselos, y Jonas se los re- cogia con la misma facilidad. De repente se convirtié en un juego, un juego agota- dor. Al cabo de diez minutos los dos se encontraban muy cansados. Grufién cogié algo para beber. No, ti no, lanzahuevos peludo —le dijo, mientras Jonas miraba la bebida con esperanza de que le diera algo—. El zumo de frutas no es para los mamuts. am O™ tu a i a y fi o wt woop “yf i) nue 83 Grufién bebja, pero sintiendo todo el rato la mirada de Jonas sobre él. Por fin no pudo resistirlo mas tiempo. Se dio la vuelta. —Si quieres beber, ahi podras hacerlo —le dijo—. La Iluvia se filtra a través del techo y cae por un agujero. Le sefialé hacia un lado de Ja cueva. Jonas, obedientemente, fue a beber alli. Grufién le observé y fruncié el ceo con aire pensativo. —Animal chiflado. ;Quién iba a pensar que se divertiria jugando a la pelota? Me pregunto si también le gustara el tambor. Grufién cogié el tambor. Miré a Jonas y empez6 a tocarlo. Las patas de] mamut se movieron. Volvié a golpear el tambor una vez mas, y las inmensas patas del mamut se arrastraron bailando al com~ pas. Grufién se eché a refr. —iVenga, botazas! —le ordend—. No te quedes ahi parado. ;Baila! Y Jonas bailé, Sus patas aporreaban arriba y abajo, balanceando Ja cabezota, mientras que Grufién tocaba cada vez mas fuerte. ;Plam! ;Plam! ;Plam! ;Rata- plam! ;Rataplam! Jon4s daba vueltas y 8t iN ( \ y et pin més vueltas con paso torpén, mas y mas rapido, hasta que se sintié bastante ma- reado. ;Plam! ;Plam! ;Plam! ;Rataplam! De repente, Grufién descubrié que se estaba divirtiendo. Se alegré de que el 85 aguacero hubiese traido a Jonas a su cueva. E] mamut también estaba con- tento. Cerré los ojos complacido. Eso fue un error. Su trompa, que daba vueltas como un molinete, golpeé a Gruiién de- tras de la oreja y le tiré al suelo. Gruiién se puso de pie como pudo, con aire amenazador. —Ten cuidado con lo que haces, ca- beza hueca. No esta bien ir dando trom- pazos a la gente. No lo hiciste a props sito, -verdad? Miré a Jonas con desconfianza. —A lo mejor si. Ese es el problema que tengo contigo, que nunca sé a qué ate- nerme. ‘Jonds sacudié el tambor con la trompa con aire esperanzado, y movié las patas de un lado para otro, pero no sirvid de nada. El hechizo se habia roto. Grufién nego con la cabeza. —Se acabaron los juegos por hoy —le dijo—. De todas maneras, ha dejado de llover. Tenfa razén. Ahora brillaba el sol y la tierra desprendia vapor. Jonas se quedé mirando el tambor con desilusién durante 86 un momento, después se dio la vuelta para marcharse. Grufi6n le siguié hasta la puerta. Era extrafio. El cavernicola estaba se- guro de que Jonds no le caja bien; sin em- bargo, algo le decia por dentro que hi- ciese volver al mamut. No lo hizo. Por el contrario, se quedé observando cémo se alejaba el inmenso animal. Sdlo en el ultimo momento le Ilamé, pero entonces era ya demasiado tarde. Jonas le vio con la mano levantada, pero no oyé su Ila- mada. El mamut saludé con la cabeza, y por un momento dio la sensacién de que sonrefa. Después desaparecié detras de un cerro. —jMenudo alivio! —grufié Gruién. Pero no era verdad. Su rostro tenia una expresién triste al regresar dentro de la cueva. Entonces fue cuando oyé un grito y tisas de nifios. Se volvi6 para mirar afuera una vez mas. Los nifios venian co- rriendo por el campo en direccién a su cueva. jLos invitados de su fiesta estaban legando! Grunén se eché a reir. A pesar de todo, iba a celebrarse su fiesta. 87 9 Gruitin y el tigre —j Liarcate, zoquete! ;No ves que estamos ocupados? El grupo de cavernicolas se quedé mi- rando a Grufén airadamente, mientras hablaban entre ellos delante de las cuevas. A diferencia de los chiquillos, que ya eran amigos de Grufién, los demas hombres todavia le ignoraban. —No es justo —se quejaba—. Simple- mente porque estan de mal humor, la to- man conmigo. Y todo por ese ruido estiipido que se oye por la noche. Mientras iba andando por la linde del bosque, a Grufin se le cerraban los ojos de cansancio. Tenia mucho suefio. Ese era el problema. Todo el mundo tenia sueno. Noche tras noche, a lo largo de va- 88 rias semanas, no habian podido conciliar el suefio a causa de unos rugidos espan- tosos que sonaban fuera de las cuevas, unos rugidos y gemidos que no cesaban nunca. Grufién se estremecié. —No es que eso me preocupe —se dijo para sus adentros dandoselas de va- liente—. Yo no creo en fantasmas. —jGrrrrrrrr! El ruido se oyé por la derecha a Ia es- palda de Grufién. Et cavernicola, con un grito de terror, dio un salto y se escondié entre los arboles. Se asomé, temblando, y la célera hizo que se le agrandaran los ojos. Era Jonas. —jOtra vez él! ;Por qué ese cabeza hueca tiene que estar siempre gastando bromas? La verdad es que Jonds no podia haber elegido otro dia mejor para gastarle una broma a Grufién. Pero no tenia ni idea de cémo le asustaban al pequefio cavernicola los ruidos extrafios en ese momento. Ha- bia creido que un ruidito en la oreja le animaria. Pero no fue asi. Grufién se mostraba mas deprimido que nunca. —Queria refrse de mi, geh? —murmu- 89 raba Grufién—. Bueno, pues los dos po- demos jugar a lo mismo. Fue siguiendo a Jonas sin hacer ruido a través del bosque. E] mamut no Ilevaba prisa. Iba olfateando alegremente las gi- gantescas flores. Desperté con sus torpes patazas grises a una o dos tortugas dor- midas, dando grufiditos de alegria vida era tan estupenda! Pero por fin se sintié un poco cansado y buscé un sitio fresco para dormir. Vio una cueva de- sierta en la falda de la colina y se metid a ver cémo era. La oportunidad de Grufién habia Iegado. —Un buen susto se paga con otro —dijo Grufién, riéndose entre dientes. Las cosas no podian presentarsele me- jor. En la falda de la colina habia una roca gigantesca encima de la entrada de la cueva. Habria que cavar un poco y la roca se vendria abajo tapando la entrada. Jonas se quedaria atrapado. —iY menudo trabajo para Jonds! Cava- ra durante todo el dia para poder salir. Gruiidn se puso a trabajar. Pronto sélo quedaban unos cuantos guijarros suje- tando la roca. 90, —No puedo llegar desde aqui —refun- fuiié—. Sera mejor que lo intente desde abajo con un palo largo. Asi fue como Grufién se encontré abajo, al lado de la entrada de la cueva, tanteando la roca con un palo largo. Iba a dar un Ultimo empujén con el palo cuando sintié un golpecito en el hombro. Se dio la vuelta. Jonds se encontraba a su lado, tenia la trompa levantada de nuevo para golpear a Grufon, pero esta vez en la cabe: Grufén no esperé. Salié corriendo... hacia el interior de la cueva. En ese mo- mento la roca se desprendié con gran es- trépito y la entrada de la cueva quedé ta- ponada. Gruiién se encontré a oscuras. —jQué truco mds sucio! jPedazo de bestia tramposa! —se quejaba—. jNunca saldré de aqui! Grufién no sabfa que afuera el mamut ya habia empezado a cavar para sacarle. Aterrorizado, se abri6 paso a tientas por la cueva en medio de la oscuridad para buscar otra salida. Su mano tropez6 con algo. Se detuvo. Su mano volvié a trope- zar con algo célido y suave que se movia 91 con lentitud. Grufién retrocedié asustado. No estaba solo en la cueva. Habia alguien mis con él, algo que estaba vivo. Y adn mas, habia empezado a hacer un ruido horripilante. —jGrerrrrr! Gruiién se tapé la cabeza con las manos. jLa fiera! La fiera que habia te- nido aterrorizados a todos por las noches con sus rugidos estaba alli, en la cueva. Se apreté contra la pared de roca y se qued6 mirando fijamente a la oscuridad. Donde estaba la fiera? ;Qué fiera era? En ese momento Jonas consiguié arran- car parte de la roca de la puerta. Un te- nue rayo de Juz penetré en la cueva. Gru- fién se qued6 horrorizado cuando distin- guid al animal. Se trataba de un tigre con colmillos como puiiales, que se dirigia di- rectamente hacia él. —jVete! jFuera! jLargate y déjame en paz! —le grits Grufion, agitando las manos a la desesperada. No sirvié de nada. El tigre se le acercd mas. Grufién dejé escapar un gemido y cerré los ojos. No tenia escapatoria posible. Pronto se iba a convertir en el aperitivo 92 del hambriento tigre. Este se le acercé to- davia mas. A Grurién se le pusieron los pelos de punta al oir el rugido aterrador. En ese momento el rugido ces6. Cuando por fin Grufién abrié los ojos se encontré con el tigre sentado delante de él. Los grandes ojos verdes del animal parecian suplicarle algo. El cavernicola retrocedié un paso con nerviosismo y fruncié el cefio con aire pensativo. —iQué raro! En mi vida he visto un ti- gre con tantos colmillos. . Gruién tenia raz6n. En el lugar donde 93 el tigre deberia tener dos colmillos brillantes, habia tres. Grufén miré fija- mente, y 1a explicacién era sencilla. El tigre tenfa un hueso pequefio clavado detras del largo diente delantero, y sobre- salia como si fuera un colmillo mas. —Te duele, gverdad? Por eso has es- tado gimiendo tanto noche tras noche. Quieres que te lo saque? Dio un paso hacia adelante muy ner- vioso. Si le sacaba aquel hueso, después podria convertirse en comida para el ti- gre. Pero tenfa que correr el riesgo. Inten- tando ser valiente, agarré el hueso y tiré de él. Se estremecié cuando el tigre rugid. Entonces, de repente, el hueso se desen- cajé y salid. El tigre miraba al hueso, después a Grujién, y de nuevo al hueso. A continua- cién se abalanzé sobre Grufién y lo tiré al suelo. El cavernicola apreté los ojos, con- vencido de que habia Ilegado su tltima hora. Pero el tigre no estaba comiéndo- selo. Le estaba lamiendo y hacia un ruido que se parecia mucho al ronroneo. Gru- fon permanecié alli tumbado lleno de asombro. 94 Atardecia cuando Jonas consiguié apar- tar, por fin, la roca de la entrada de la cueva. Se retird de la entrada y esper6 con an- siedad. Enseguida aparecié Grufién, hizo solemnemente un guifio al sol que se po- nia y se alejé lentamente. Jonas hizo un gesto de satisfaccién con la cabeza. Lo tinico que le importaba era que el pequefio cavernicola estuviera a salvo. No mucho después, los demas caverni- colas vieron que Gruiién se aproximaba hacia ellos. Empezaron a darse codazos unos a otros con regocijo. Nunca podian resistir la tentacién de meterse con él. —jQué tarde vienes, cara de roca! —le grité uno de ellos—. {Ten cuidado, no te pille el monstruo que ruge! —A él no! —grité otro—. Con esa ca- ra, el monstruo saldria corriendo asustado. Grufén los miré airadamente, pero no dijo nada. Generalmente dejaba que le gastasen bromas hasta que se hartaban y le dejaban en paz. Pero esta noche iba a ser diferente. 95, De repente, un rugido espantoso se dejd ofr en la noche. Los cavernicolas se que- daron paralizados por el miedo durante unos instantes; después se dieron la vuelta. Detras de ellos, con los pelos del lomo erizados y las mandibulas muy abiertas, estaba el tigre de los colmillos como pu- fiales. Dando gritos de terror, se tiraron de cabeza a esconderse detrés de unas rocas. Desde alli observaron con asombro cémo el tigre se acercaba a Grufién y daba vueltas a su alrededor, restregandose con- tra las piernas del cavernicola. Gruién no se movia. Puso las manos sobre la cabeza del tigre, dandole palmaditas audaz- mente, mientras miraba a los demas ca- vernicolas con expresién de triunfo. Durante mucho tiempo después, cuan- do los cavernicolas volvian a tener la ten- tacién de empezar a burlarse de Grufién otra vez, recordaban aquella noche. Por- que sucedié algo mas: ;Grufién sonreia! Sonrefa mientras miraba al tigre, y por un momento dejé de parecer un hombre- cillo tan feo. Después se dio la vuelta y, 96 Ievando al tigre a su lado y con Jonas siguiéndolos en la oscuridad, tomd el camino de regreso a su cueva con paso alegre. 97 CONUAGKRWNYN INDICE Primer encuentro con Gruité El bao de Gruiién Grutén, artista. Gruiién, a punto de hervir Gruién ataca de nuevo . Los pies frios de Gruitén . Grufién en el trineo La fiesta de Grain . Gruiién y el tigre... 16 27 37 46 57 68 78 88 99

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