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La Mesa
La Mesa
Mas alla de aquellos pastizales, aparecen las doradas espigas del trigo
que
suben hacia las heladas cumbres buscando el cielo. Es un paisaje de
paramo
de elevados riscos , profundos farallones y magicas lagunas, en donde los
solitarios frailejones dialogan con el viento helado que viene de las alturas.
Las duras rocas, castigadas por la accion inclemente de los milenarios
glaciares, se elevan formando siluetas puntiagudas que se hunden en las blancas
nubes.
Cristobal contempla todo a su alrededor sentado en un banco al lado de
la iglesia. El casto silencio del pueblo, solo es interrumpido por los juegos
de
los ni~nos escondiendose entre los arboles de la plaza.
Que extra~no -piensa- este pueblo desconocido por mi hasta ayer, se me
presenta acogedor y familiar como si hubiese vivido toda mi vida aqu. Sus
pobladores son amables, de trato respetuoso, pero muy amigables. A pesar
de ser gente sencilla con muy poca instruccion, saben vivir en armona
unos
con otros. No he visto gente enferma, ni mendigos. Parece ser que todos
han
alcanzado un nivel ideal en sus condiciones de vida. No hay ricos, ni muy
pobres. Todas las casas parecen iguales, de la misma forma, con los mismos
muebles en su interior. Todo es tan transparente y claro como la luz de la
ma~nana.
Se levanta del banco y atraviesa la plaza para dirigirse a una casa grande
ubicada en la otra esquina, que sirve de escuela. All habla con la maestra
del pueblo. Ella se encarga de impartir los pocos conocimientos a los ni~nos
de La Mesa: leer, escribir, un poco de historia y las operaciones
aritmeticas.
Sobre un viejo estante a un lado de la mesa de la maestra, en un rincon,