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LA INTIMIDAD José Luis Pardo PRE-TEXTOS comunicaci6n. publica o transformaci6n titulares, salvo excep- Espafiol de Derechos Reprograficos) fragmento de esta obra 9 70 / 93 272 04 47) forma de reproducciOn, distribuci6n, de esta obra solo puede ser realizada jase a CEDRO (Centro cién prevista por la ley. Diti si necesita fotocopiat © escanear algun (www.conlicencia.coms 9: Primera edicion: diciembre de 1996 Primera rei enero de 2004 Segunda reimpresiOn: noviembre de 2013 1 702 1 Disefio cubierta: Pre-Textos (S. G. E) © José Luis Pardo Tori, 1996 © de la presente edici6n: 1, LA LENGUA DE LA INTIMIDap FRAGMENTOS DE UNA TEORIA DE LA Pasion sie COMUNICATHY TVA «Te miras y te dices que sin duda eres al; del espejo eres ti. Y eres ti. Pero no hay Buien, que ése nadie. MIGUEL Mossy ecfa Leibniz, el filésofo-cuentagotas que no s6lo querfa saber cudntas gotas de agua tiene el mar sino ademés el nomb io de cada una de ellas, que lo fundamental del més tal de los saberes (@ saber: la metafisica) se encierra en esta sola pregunta: re es el tinico corriente hacer de este criterio aristotélico, se su i6n que es mas cifico del hombre es la racionalidad apa que lo es- alabra argumentada para discurrir acerca de lo ao de la to 0 lo adecuado y lo inadecuado, mientras i i. ¥ to injus- del hombre (el hecho de tener voz para ee gritos O gemidos el placer o el dolor, el gusto o el pe mediante algo compartido indistintamente por todos los ad seria No es ocioso recordar que Arist6teles hace esta afirmacion en un texto que llamamos Politica, y que cumple alli la fun- cién de aflanzar la tesis de la naturaleza social 0, mas estricta- mente, civil del hombre. Dados todos estos ingredientes, cae por su propio peso que quienes entienden de este modo la peculiaridad de lo humano resaltan —al llamar la atencion sobre el discurso «politico que esta palabra argumentada es esen- cialmente publica y s6lo encuentra su posibilidad en el Esta- do (asi como s6lo adquiere realidad plena en el Estado de Derecho), es decir, alli donde los ciudadanos intercambian in- formacion y toman decisiones gracias a la existencia de signifi- caciones convencionalmente establecidas y explicitables para las palabras que utilizan, significaciones que siempre pueden ser sometidas a redefinicion y que gozan de publicidad, per- mitiendo asi (por consenso, coyuntural y contractualmente) de- terminar la verdad 0 la falsedad de lo que cada uno dice; en el bien entendido de que, aqui y ahora, «verdad» y -falsedad no pueden aceptarse en un sentido absoluto 0 «metafisico», sino que pueden tan solo significar la justicia 0 la injusticia, Ja con- o la inconveniencia, la aceptabilidad o inaceptabili- id (para la ciudad) de una opinion concreta en un momento do: la obtencién de aquiescencia © adhesin por parte de los 33 } demas, en virtud de argumentos razonados y ach aia ke inico que puede hacer a mi palabra justa o injusta, verdadera ¢ falsa, recta o incorrecta. Asi pues, lo humanamente distintivo seria la posesi6n de esta palabra que se somete al significado publicamente acorda- do en libre asamblea (incluso para intentar cuestionarlo) y cuya aspiraci6n a la verdad es pretensi6n de coincidencia, POsibj- litada (nunca garantizada de antemano) precisamente Porque las leyes que la gobiernan son, como las de la ciudad, ptiblicas y universalmente accesibles a todos los que se sometan volun- tariamente a ellas, o sea, en definitiva, a todos los que dicen Do. Cotrora llamados «animales racionales»). Es innecesario afiadir que esta palabra es hija del Estado (de la polis), y que lo bien fundado del criterio en cuesti6n radica en que el Estado (es igualmente innecesario demostrarlo a estas alturas) es algo pro- pio y exclusivo de los hombres, como lo subraya el mismo Aris- tételes, increpando al que vive fuera de la ciudad con la fér- mula de Homero: «Sin tribu, sin ley, sin hogar», y tildAndolo de ser humano sdlo en un sentido equivoco y accidental Cya que esencialmente se trataria de una bestia o de un dios). Sin embargo, lo intachable de esta definici6n de la especi- ficidad humana, planteada en estos términos, choca condos clases de objeciones. La primera es que ha habido —y quizas hay atin, aunque la determinaci6n de este «haber sea empiri- camente conflictiva— hombres que han habitado la tierra, no al ¢margen de la condici6n social (no se trata, pues, dé las leyen- das de los ninos-lobo), sino fuera de la condicién civil, hom- bres salvajes no por asociales, sino por pertenecer a-sociedades sin Estado» ;Habria entonces que negar a estos especimenes su pertenencia a la condici6n humana? (Se trata, a pesar de su apariencia arcaica, de un problema de urgente actualidad ara las democracias occidentales). ;No Seria esto P humana con el rasero excluyente d. jcion i oe por muy esencial que ella fuera? cl ; medir jg con- © una de sus Concre- Habra quien diga, desde una perspectiva este es uN falso problema (nacido de la m; eindlogos fantasiosos que repiten a contra, fi entalidad colonizadora), ya que la civilizacion seria la e j otencial de toda forma de sociedad (aunque ae sae hayan Ilegado a constituirse formalmente como Seco Derecho). Por eso, puede plantearse un segundo tipo de obj le cion, de mas hondo calado aunque de apariencia mas eae ticada. Y es que, incluso aceptando que la tacionalidad line giifstico-civil fuera lo distintivo del hombre en el continuum de la animalidad (cosa que, como se vera mas adelante, es una falacia), esta el hecho de que, si bien esa palabra Publica po- dria bastar para diferenciar al hombre de los animales, seria probablemente poco satisfactoria como tasgo capaz de distin- guir al hombre de las mdquinas parlantes (0 de las maquinas suministradoras de signos sobre la base de un cAlculo racional en general). Porque, dando por indiscutible que sélo el hombre habla, resulta que lo que distingue ese hablar especificamente humano de la mera proferencia de palabras emanadas de —por ejemplo— una maquina expendedora de cigarrillos no es su ca- racter ptiblico (al contrario, es precisamente porque los signos mec4nicamente emitidos tienen un significado publico y acep- tado por lo que podemos entender lo que dicen las maquinas), sino el hecho de que quien habla auténticamente, se oye a si mismo, sabe lo que dice y sabe que es él quien lo dice por- que le sabe a él, le suena a si mismo. €volucionista que ala conciencia de rio los vicios de 1 El -yos que yo digo cuando digo -yo» sdlo es efectivamen- 'e dicho porque me oigo decirlo, porque resuena en mi inte- , 35 ie rior ademas de propagarse hacia fuera (en el bien entendido de que sin esta propagacion externa tampoco llegaria a ser en rigor habla, sino mera alucinaci6n acustica), porque me suena a mi mismo, porque me sabe a mi mismo. Y sdélo por- que esto es asi soy auténticamente yo quien habla (quien dice lo que yo digo), porque me reconozco en lo que digo y, por tanto, puedo responder (ante otros) de ello y responder (a otros) sobre ello. De modo que, aceptando el hablar como caracter distintivo y especifico del modo de ser del hombre, cosa que no hay modo de refutar, la resonancia interior del habla —lo que llamaremos la intimidad de la lengua— seria al menos tan esencial a la palabra Cy por tanto al hombre) como la tan celebrada publicidad de su significaci6n. 1.1. LAS CUATRO FALACIAS DE LA INTIMIDAD Lo anterior no debe, pues, interpretarse como desdén o menosprecio hacia el aspecto ptiblico, social o civil del lengua- je, cuyas virtudes es imposible sobrevalorar, sino tan s6lo como llamada de atenci6n sobre otro aspecto mds raramente nota- do. Es innegable que al atender a este «otro aspecto» apun- tamos hacia factores que tienen que ver con la voz Cel grito, el gemido, el sollozo o el susurro) y que, en la habitual simpleza clasificatoria, caerian del lado de la irracionalidad y de la ani- mialidad; factores que deslucen el brillante escudo de la palabra argumentada y civilizada como esencia del hombre y que os- curecen el rostro del animal racional con la sombra de algo que aparentemente no se puede compartir o publicar, que per manece desagradablemente oculto para ese discurso que aspi- fa a explicitar y convencionalizar todo significado. Pero lo im- portante es notar que esos «otros factores» asociados a !4 intimidad no serian, como tradicionalmente se ha creido, ¢x- 36 ternos al lenguaje y ajenos al uso de la palabra, como si dor mitasen en un més all4 que nada tuviese que ver con el habla sino propios y distintivos de ella. Digamos de entrada jo que juego sera objeto de ulterior tratamiento; tan propios del ha bla que constituyen la fuente inagotable de donde proceden todos los aspectos tacitos, implicitos, alusivos (autoalusivos) retOricos y suprasegmentarios del lenguaje. Y un lenguaje que careciese de tales aspectos sdlo lo seria, como el hombre asocial de Arist6teles, en un sentido equivoco y falseado, es decir, no seria y no es lenguaje humano. E! habla humana se caracteriza por un doblez (sentido/significado, animalidad/ra cionalidad) irreductible, y es esta arruga la que constituye la de Ja intimidad. Digdmoslo, pues, de modo mas contundente: lo propio del hombre es que se tiene a si mismo. Y por ello es alguien y no més bien nadie, por ello no es cualquier cosa. Dicho esto, con- _ yiene inmediatamente cerrar el paso a dos equivocos que _ eonstituyen los dos pilares mas s6lidos de aquella «ruina del _eoncepto de intimidad» que describiamos en nuestra intro i . El primero de ellos consiste en considerar que la ex- «| hombre se tiene a si mismo significa que el ser hu 10 tiene una identidad o una naturaleza (atin mejor: que una identidad natural o que es una naturaleza idéntica). 4 confusi6n de Ja intimidad con la identidad (0 con la »na- waleza humana») llamaremos la primera falacia de la intim\- 0 falacia de la identidad: sus consecuencias mAs nefastas y intes son los intentos de derivar, a partir de esa presunta 0 «identidad- del hombre en general o de tal hom- ar, una serie de leyes que deberian estar obliga- todos los que tienen esa identidad 0 esa natu- consecuencias son nefastas es, ante todo, 1 Ja ruina de la intimidad al convertirla en 37 : imiento, ya que cualquiery ) de obligado cump’ qenne inmediatamente to. - es dad. La expresion lingiiistica de esta imera falacia - a toda palabra. toda frase tleng primera nice ‘itl io, natural, recto, y que ps tan. siempre AS = ibles significados divergentes son desviaciones » ees los pats "asf pues, el vicio que produce esta falacig le esa ‘ley EB Aiea ‘9 metafisica) en una identidad natural de ee o en un significado originario de las expre. siones lingiiisticas. ley (publica. da posibilidad El segundo equivoco que a este sonpente amenaza al con- cepto de intimidad se derivaria de interpretar la formula vel hombre se tiene a si mismo» como si el «si mismo» fuese el atri- buto de un sujeto 0, dicho mas brevemente, la propiedad privada de un individuo. Lo que en este caso se produce es la ya avistada confusi6n de la intimidad con la privacidad, y a es- to Ilamaremos la segunda falacia de la intimidad o falacia de la privacidad. Si en el caso de la primera falacia las conse- Guencias nefastas se derivaban de concebir la intimidad como fuente de derecho ptiblico, como fundamento de leyes gene- rales, en este otro caso la intimidad se arruina precisamente al considerarla como fuente de derechos (y, por lo tanto, de de- beres) privados. Porque tan ruinoso para nuestro concepto resulta querer extraer privacidad de la intimidad (querer derivar derechos y deberes a partir de una relacién intima, como cuan- do uno se cree con derecho a abusar de otro porque es su amigo © a maltratar a alguien porque es su amante) como que- jabras. porque la privacidad depende siempre de la Publicidad (pues el derecho a la privacidad esta garantizado por el Esta- do), la expresion lingiiistica de esta falacia consiste €n concebir el sentido intimo de las palabras u oraciones (la intimidad de la Jengua) como si se tratase de un significado tan explicito como el puiblico pero secreto, es decir, opaco a la mirada de los demds, como si la intimidad fuese un cédigo Privado a cuya clave sOlo tienen acceso determinados individuos (claro esta que existen c6digos y agrupaciones de esta clase, pero son corporaciones privadas, no intimas). De modo que el vicio que da origen a esta segunda falacia es la consideracién de la inti- midad como una propiedad privada —constituida por creen- cias, convicciones, principios o fundamentos— que seria patri- monio de los individuos que fueran sus duefios, para quienes estaria siempre disponible, y para cuya conservaci6n tendrian que guardarla celosamente de las miradas ajenas como si se tratase de una identidad o una naturaleza de cardcter priva- do que debe mantenerse a salvo de su corrupci6n en la vida puiblica. De estas dos primeras falacias de la intimidad se derivan todas las demas. Por ejemplo, de la confusi6n de la intimidad con la identidad «natural del yo, confusi6n que convierte el sentido intimo de las palabras en regla de su significacion piiblica, se sigue la tercera falacia de la intimidad o falacia dela limpieza étnica o de la inefabilidad, ésa que sostiene que la intimidad és lingiifsticamente inexpresable (el hueso de la teorfa frutal): si mi intimidad es mi identidad profunda y natural, que excluye las dems identidades diferentes de la mia, mi tinica relacién posible con los «otros (los que son de otra naturaleza que yo) es la violencia y la guerra, no puedo lar con ellos porque, si no sienten lo que yo siento cuan- digo “yor, jamas podremos entendernos. Y, asimismo, de 39 -omporta la confusion de la intimidag ia, que oe a carne jugosa de la teoria fry. i ie va sentido intimo del habla ep Cate para usO privado o Pe ‘sue cet ee ae »mbaucadores . hia > Ja 26 wane o falacia del solipsismo, oe soni - sdlo se exil la intimidad es radicalmente cones Scie i : inamente en la m&s absoluta solecac y enue] par ae vida social: si mi intimidad son esas con- eae mantengo en secreto y en Be eS basa mi éxito social (mi personalidad), si las compartiese cod alguien perderia mi riqueza personal, como quien dilapida su fortuna en placeres mundanos olvidando la necesidad de ahorrar, y dejaria de ser socialmente valorado. la segunda falac! con una propied tal), confusion que ecretamente regla secretame ia rl del Estado, se sig Aunque la refutacion de esas falacias es la tarea negativa del presente libro, para evitar recaer en ellas desde el primer » momento procede poner cuanto antes en evidencia que el «te- nerse» del «tenerse a si mismo» no indica identidad, naturaleza, _ Posesi6n ni propiedad sinojtensién) desequilibrio € inquietud:\ el hombre se sostiene a si mismo, camina erguido, tensado. Y en ello no radica su fuerza sino mas bien su debilidad, su ne- cesidad de hacer esfuerzos: el hombre se tiene a si mismo, se _ en pie, camina con la cabeza alta, pero no lo hace sin = onc io or Pot se tiene que tener, y se fuerzos por tenerse; por caminar F ree ae aes |S aT g erguido; se eae. Asi pues, este ee On que permite una primera aproximacién al — Pto de intimidad en general no significa s ; ni rigidez inflexib ENE eO. ustento firme : ce al contrario, de- Seria lo mismo decir que el iaimente le corresponde la - No se tiene a si mismo como una estatua 0 somo el Empire State Building (bi 3 un edificio se sostienen ee we ee una escultura tienen ningun «si mismo- que les inquiete) a si mismos, no mount borracho»que evita por algin tiempo la © mas bien co- final apoyandose sobre sus propios tropiezos inevitable caida quras Y desequilibrios metaestables, casi inver na aaa tuindo el siltimo traspiés a 1o largo de una seri are que bordean el desafio a la gravedad (pero ie pene eae son el modo en que al hombre se le agi la pao! Ja vida, su cadencia hacia el grado cero de See de quien sabe que, para mantenerse en pie, debe dein a oe en la direccion de su caida e intentar alli, en el lugar en di composici6n inestable. El hombre no ino en la ebriedad, se tiene porque en su inquietud y en su flexibilidad. Cuando el hombre lo hace, como suele decirse, porque haya «perdido el sino, mas bien al contrario, porque-ha ido | Q € ha-conver al desplomarse sobre la tie- tlamente equilibrado, en una naturaleza el «si mismo» del -tenerse a si mismo- no es toque estuviera contenido en el in- un Ta al que diese esperar una dad de toda la imagi- de acuerdo consi- 41 1s AXIOMAS 1.2. LA INTIMIDAD, EN SEIS AXIOMA bableme! sulte incomprensible A robe , ’ Pero Pp’ er alguien consiste en que a UNO No |e arece innegable que fies I a lo mismo todo, en que hay cosas que a uno le imp* : n mis e le gustan O le disgustan, en que el mundo es preciso aqui, como en y menos, cosas qu : ' S ife in embargo, no le es indiferente. Sin em : entre la forma y el contenido de estas otros lugares, distinguir f ee preferencias. El contenido material y empirico de ertbs Bustos y disgustos es, evidentemente, particular, Es decir: privado, Cada cual tiene sus preferencias. Por tanto, €sO no‘ €s la in. timidad sino la privacidad. Es decir: una identidad. La identidad privada. La intimidad no es la suma de las preferencias par- ticulares sino su forma, es decir, su-condici6n de posibilidad. Aquello por lo que me inclino es de mi particular y privada incumbencia, pero el tener alguna inclinacion, el estar incli- nado no es particular sino universal, Este podria ser un axioma o-una-primera-definicion de la intimidad: ser alguien es estar _inclinado. No «estat inclinado» a esto o a lo otro (pues eso es lo que hace de mi Fulano o Mengano, lo que constituye mi identidad de individuo privado), sino estar inclinado a la incli- nacién misma, inclinarse hacia las inclinaciones. Esto —estar in- clinado a tener inclinaciones, antes de determinar cuales sean los objetos empiricos de tales inclinaciones-—, la capacidad de inclinarse o la metainclinaci6n, es la intimidad. Una capacidad ~que-consstituye mi modo de sentir la vida y de la que no puedo desprenderme sin desprenderme de mi mismo. Es cierto que, expresado esto en los términos superficialmente aristotélicos antes mencionados, esta curvatura 0 inclinacién caeria del lado pit gritos de dolor o de placer, que son mi voz mas que ™i ue a. es ren el valor de un segundo , que la intimidad es la animalidad espe cif dad es la _ efficamente humana; pues, en contra de la opinién corrient®: nte esta paradoja re 42 la animalidad del hombre nada tiene que ver con I de los animales», sino que le es tan propia al seh de racionalidad. El hombre no es animal porque ex, a ciones de forma directa, inmediata o brutal Game sus emo- que lo hacen los animales cuando los iia ras), ni tampoco porque las encauce por canales een fie- establecidos por patrones genéticos o instintivos ( akan ponemos que lo hacen los animales cuando los imagina su- como maquinas). El hombre siente sus emociones, es dese oye sonar en ese doblez interior en que se alberga a si ens (no olvidemos que «oir es una de las acepciones de chica siente el doblez o la curvatura por la que su «caminar erguido. esta siempre en equilibrio inestable. “el resto como su A través, pues, de mis inclinaciones, de mis alegrias y desdichas —no importa cudles sean-, me siento vivir, experi- mento la vida como vivida precisamente por mi en ese grito que en la palabra publica y civil parece extinguido 0 borrado, cuando menos reprimido (tal es la norma de la buena educa- cion: no mostrar pUblicamente el dolor o el placer tal como intimamente los sentimos, reprimir el sollozo y el grito), me siento ser alguien (yo mismo). Por tanto, mis placeres y mis dolores, mis inclinaciones, mis vinculos con la vida, al deter- minarme como alguien (ese yo que precisamente yo me siento ser), me hacen experimentar mis limites, los limites de lo que yo soy, los limites de lo que puedo sentir. Hay cosas (y so- bre todo personas) que no me pueden gustar, como las hay "que no pueden no gustarme. Esas cosas (y sobre todo perso- nas) definen mis limites provisionales e inestables porque yo--- ‘me muero (es decir, vivo) por ellas. Slo los mortales que a serlo (que saborean el gusto de la muerte al gozar de : y a quienes, por tanto, es¢ gusto mortal no les a a vida) tienen inclinaciones. Los inmortales (o quienes s 43 fmites ni, por ende, inclinaciones: g, conducta es siempre recta, no se tambalean porque su vida no hace frontera con la muerte, porque Be tienen que dar rodeos para esquivarla, porque ellos son nadie, no tienen gustos p; disgustos propiamente dichos, a ellos, en el fondo, ae les da igual, carecen de intimidad. Ser mortal es estar vivo. Saberse mortal es sentirse (oirse a s{ mismo) vivo. creen tales) no tienen 1 Tal seria, pues, un modo al menos provisional de respon- der a la pregunta con la que comenzdbamos: soy alguien por- que estoy inclinado... a la muerte (es decir, a la vida). Porque soy mortal y lo sé. Y por ello tengo inclinaciones: habitos, pa- siones, costumbres, afectos, sensaciones, sentimientos (cuando decimos de alguien que «no tiene sentimientos», estamos de- nunciando su carencia de intimidad), emociones, sensualidad y sexualidad. Paraddjicamente, mi inclinacion a la muerte, mi 4n- gulo de decadencia es también mi ligaz6n a la vida. Si ser algo es una complicaci6n innecesaria 0 inexplicable, ser alguien es una complicaci6én de la complicaci6n, una rareza suplemen- taria. Mis inclinaciones son los poros por los que la nada pe- netra en mi ser y la muerte en mi vida, pero esos son los poros por los que yo respiro. Cuando yo haya caido ya no ten dré inclinacién alguna, retornaré a la quietud horizontal. Pero mientras tanto, mientras caigo, me sostengo, siempre en el li- mite del desequilibrio, me tengo a mi mismo, tengo intimidad. Mis inclinaciones me arrastran a la pendiente por la que me deslizo hacia la muerte (ellas son mi ruina, mi perdicion, ™ locura, raz6n por la cual tengo constantemente que conic nerlas, medirlas, templarlas) y, por eso mismo, me mantienen con vida, me permiten disfrutar de la vida, experimentar dolor ee etene vivir porque me estoy muriendo por aquello alo que estoy inclinado, porque a ello tengo entregada mi vida, porque tengo algo (eso por lo que me muero) por lo que 42! ; 4“ Ja vida, algo que me hace gritar de placer o d, sino me hace vivir, hace que vivir me merez, a dolor, algo que, de morit, de estarme muriendo, de saberm, ca la pena (a pena . € mortal), Y entonces, si soy alguien ue no todo me da lo dats Setegde arr inclinaciones, personas) por las que me merece la oid cosas (y sobre E oros equivale a tenerme a mi aaa pone siel 3a ecclesia. intimidad quceiierg O significa ndome en mis inclinaciones: ellas no son sélo ere i £ eran, ‘sino también lo que me hace tenerme a ee | is entrafas y, por tanto, lo que hace que haya eee 4 personas) que me sean entrafiables y que a ce 1 entrafable a alguien. Mis gustos y sinsabores mets Ja vida (en el mismo sentido en que se dice de alguien que a de comer a otro o que lo mantiene) porque me hacen sentir pierdo, que se me escapa sin que yo pueda hacer nada : esos gritos sdlo pueden ser mios, son las nes inconfesables que —cuarto a. joma— me revelan de mi mortalidad, la verdad acerca de mi propia srdad acerca de mi propia muerte. ene! nos da ocasi6n para ‘rechazar mds pormenoriza- falacia de la identidad: es. usual pensar que la in- ¢ como la esencia © la naturaleza del yo. la de una verdad fu wiental y el firme cimiento idad, que luego se veria prostituido y falseado en Nada menos cierto. La intimidad, la referencia 4 igido, estable y recto “sostenerse (y Ui ee jemplo, Por ne ese fae hee al contrario, do en falso, siempre 4 punto de pre. joble fondo _(¥: nto, no tene vacio, tener un doble for Gy, r ta tene; al vacio, po arse ioma es que la on alguno), uD. doblez: nuestro quinio” wer ; e na Ler. a ni vida es SU falsedad (su doblez), €s ir, a mi mismo, Pero No soy dad intima de.” i ‘dad (yo me tengo falsedad de mi identidad S ah ede natuaslcas nm cosas como que «€nsefga yo mismo, no soy identico 2 eit I i r su intimidad se CH o ee que -confiesa sus a aoe mis flaquezas concretas Y singulares, todas las debi idac les, reas tropiezos, traspiés, vilezas, locuras O° verguenzas incot esables que he cometido a lo largo de mi vida, todas mis friv olidades alla de su evaluaci6n_mo- fuente y su condici6n de ligerezas fragilidades secretas, mas ral, encuentran su razon de ser, Su su posibilidad en aquella debilidad esencial de mi vida (una debi- le calificacion moral alguna) que u vacuidad, y que encierra lo debilidades, estar apoy? lidad que no es susceptible d es su falta de fundamento, _S) que yo auténticamente soy? mada,(porque estoy peligrosamente inclinado a la nada) 0, mejor dicho, nadie (porque estoy Pe ligrosamente inclinado a la muerte). Mi flaqueza es el manan- tial de donde extraigo las fuerzas para seguir viviendo 0, como decfa Spinoza (aquel fildsofo limpia-cristales que no slo queria aclarar con demostraciones las manchas que enturbian los ojos del alma sino convertir los razonamientos en turbulencias infinitas) con un término cuya versién castellana lo reduce a sus justas dimensiones, mi couatus essendi/mi conato de ser. Cona- to: esfuerzo a la postre siempre frustrado por tenerse en pie, “por sostenerse a si mismo, porque siempre termino por no set _¥, lo que es peor, siempre termino no siendo idéntico a mi Se cuando intento ser yo mismo (de abi, a Ae ae anes de las increpaciones a una auten- _veces lo soy todo», nares ie pe ce emis muchas arenes “0s ee oom os Handke, «pero ante otros teng° SORT SY. nada». Hf oA. Soy alguien porque me distingo a Cy, pe e) mi mismo, Esta distinciOn es lo que oo ae también tico @ mi mismo, mi toque de distinei6n coe \a Para ser idén. te, quien est inclinado est4 tocado», herido °- efectivamen- ima jnclinaciOn por la que me diferencio de = ea la mi- aiguien. Sov.algulen pore Do soy Sitdiev"in-c way ae: verdad intima e inconlesable no es, pues, lo ¢ Fa he /falsea ta tidad: mi identidad se encuentra minada inne ee os desde el interior por mi intimidad; lo que rape ee =tima €5, al contrario, todo lo que me obliga a aj a Aoi = J : estable, conducta recta y rigida Sonor a “pflexible, Jo que falsea mi intimidad es toda sdisacainaes sider. y de leza como la que se exige en Ij dace = er re- iblicos que-determinan mi personalidad cilia de mi identidad social, Eso ~presentarme como ‘die smo, sin debilidades, sin fisuras ni flaquezas na la verdad de mi vida (de mi muer- , falsifica su fra- idez las sefias es contrarioala | /— slo que-nos | Asi un sexto axioma: fener ‘ntimo_termblo turbada y avergonzada (ruborizarse) social de identidad. Es por ello que sentimos ¥ va en realidad, vergiienza ajena- cuando | > / médico o el funcionario nos piden que}— sita de otra cosa para existir): yo ara existif —para te. aquello por no, lo que no nece: no puedo existir por mii mismo, nerme a mi mismo- mis ae aay Bee oo : ae ae acai inclinado, todo lo que me aaa lo sostenerme sobre mi falta de pee sobre mi hambre y mi sed, sobre mis temblores y mis ‘ fuera una sustancia seria algo; pero pierdo mi sus- tancia, me pierdo a mi mismo por todos mis poros, 3 por eso -porque «en el fondo» no soy nadie, porque no tengo fondo al- guno- soy alguien. Mis inclinaciones no son una lista de pre- ferencias que llevase apuntadas en un diario secreto que sdlo yo mismo o mis intimos podrian leer. No tengo unas incli- naciones como quien tiene un traje o una colecci6n de discos sdlo puedo saber de ellas inclinandome y sdlo cuando me inclinan, cuando hacen declinar mi identidad sustantiva o per- turban mi presunta «naturaleza». necesito Pp’ nes, preciso todo Ja, todo lo que me dg por si mist sdlo pued gritos. Si A este respecto, es importante no considerar el uso del tér- mino «inclinaci6n» como_una | mera met4fora; ser alguien es estar inclinado, si, pero, cual es en el caso de la subjetividad humana la referencia o la «linea recta», la identidad con res- pecto a la cual puede hablarse de inclinaciones? No puedo re- mitirme a un «grado cero de inclinacién» o punto de equilibrio metafisico o natural ya que nunca he estado en equilibrio siempre he tenido que tenerme a mi mismo porque nunca he - snip Kopel st embargo, el no ser idéntico cion me sea indiferente ots BR ee ae peaiauiec ee Oo precisamente todo lo contrario. Suede medir 1 mis inclinaciones y calcular-mis_desviaciones (¢s tag nage que hacerlo para no caer). Mido mis inclinaciones mando como referencia el minimo grado de inclinaci6n, !4 desviaci cién mas pequefia; pero sabiendo que la curvatura ce! 48 es imposible y que, por tanto, esa inclinaci6 fica en absoluto algo plano, recto o pro ‘od natural y sustantiva, sino solamente one quena que pasa desapercibida. Y pasa a mente porque se ha tornado habitual, por ‘i se ha banalizado (que es lo que sucede aa ie ee de mis habitos o de mis gustos adquiridos ies : ace privadas o individuales). Pero el hecho de rine Seinen da inclinaci6n se haya convertido en usual por Pee 3 (y que, en ese sentido, pueda tomarse como afi sens con respecto a la cual medir las nuevas desviaciones) es sate re en absoluto decir que constituya una identidad ach ae una naturaleza: calculo mis inclinaciones con respecto tate naciones anteriores que hacen el papel de «identidad recta» s6- lo a efectos de ese cAlculo, Asi pues, en cada nueva inclinacién ‘me invento a mi mismo, no en términos absolutos sino en té- minos relativos-Crelativos a mis i inclinaciones habitualizadas): ~cada niieva inclinacion (identidad aes lene sentidg ‘d eee dderamos una regién lo sae En cuanto pacio vital, la presunta normalidad sufre exe aes ot es curvatura variable (no uniforme sino a se xorablemente una dulaciones), y esta curvatura es la nantly ns Mareas u on- subjetividad. Es decir, que /a desviacion, sata Ofiginaria de la suma, la intimidad, es la referencia PAR ee cual se determina la «dentidad» (relativa) del suj formulaci6n atin mas fuerte: toda identidad Be Z fan ore porque, si el ser del sujeto es curvo, és imposibl estes ec cee le trazar en é] No tengo intimidad porque yo sepa quién soy, sino porque soy aquel para quien nunca se agota el sentido de la pregunta @Quién soy?>, la pregunta menos fundamental del menos fun! de los saberes (nadie se atreveria a Ila- marlo ciencia), el saber de si mismo, el saber acerca de la falta) y de saber, acerca de la falta de fundamento de la propia exis: tencia, el saber (el sabor) de la intimidad’. : 1.3. La INTIMIDAD DE LA LENGUA Resulta de todo esto una curiosa consecuencia: aunque €s innegable que el | je tiene una dimension publica (que suele acaparar todo el contenido racional o logico del habla), s ficado social y transparente que lo hace luminosamen- e a todos sus usuarios, no puede ser efectivamente rivalidad en pos de la losofia, existe ae en jos humanistas (n0 n estos tiempos, en fil del ercaisicato (el perdedor gana), eae ‘ 51 Con respecto a lal ~~ 4 _en ello: escrito) sin-segregatuna dimen, del lenguaje sobre si mismo, a la que ~suelen relegar los contenidos —O quiza continentes— emocig, nales), un sentido opaco y singular inaccesible para todo, salvo para quien lo habla desde dentro. Si pudiésemos habla, : el lenguaje desde fuera (0, como también se dice, «por eng, | ma»), entonces realizariamos su universalidad potencial, el di. curso seria cristalino (didfanamente. logico) y la argument, — ci6n, como sofiaba el mismo eibniz, una simple cuestion dp ra acceder al lenguaje, te. calculo racional. El caso es q' ¢e-incluyo. sion intima (la accion ee sé si es preciso afiadir -anti-heideggerianos- o si la virtud €s consustancial a 9 propia impenitencia) de sustentarse sobre la mayor debilidad y fragilidad posi. ble: la de la palabra racional-civil como contexto de argumentaci6n siempre _ sometido a revisi6n e incapaz, por tanto, de superar la categoria de opinién — (aunque fuera recta). Y, naturalmente, echan en cara a los antihumanistas -hei. i deggerianos (tampoco estoy seguro de que el adjetivo sea necesario, pero lo pongo porque ellos lo hacen) el que critiquen la fragilidad de la opinién | ptblica en nombre de un supuesto origen firme € inamovible cuya verdad (vergonzantemente étnica si se rebusca en su inmundo fondo) estaria por encima de toda opinién. Sin estar del todo seguro, planteada la polémica en — estos términos, de ser humanista o antihumanista, heideggeriano o antiheideg: | geriano (sin duda por falta de vida publica, civil o social, si lo estoy en cam- — bio de que la opinion publica es hoy lo menos fragil y débil que existe, lo més avasallador y lo més inflexible después de los fusiles y los misiles (lo que y2 es, sin duda, una virtud, o sea una debilidad, aunque no demasiado notable, ya que los humanistas reclaman que la opini6n publica sea realzada y sosten da por los obuses por ella legitimados), y de que toda critica de la opinién publica o de la publicidad, si se pretende bien fundada, no ira contra su pre sunta (y, como ya he dicho, mas que dudosa) fragilidad sino contra su eviden te rigidez. En lo que concierne a la intimidad, creo haber dado en lo anteriot estar apelando a la firmeza de una naturaleza intima ublicidad sino, mas bien al co™ dad de preservar Ia flaw fenomenoldgicas d¢ a dentidad de la omnivor nemos que hablar una lengua (la ~o las. en principio) y hablarla desde dentro coh (manifestando nuestros dolores y pieced nuestra propia voz nuestra propia lengua. Y ello hace que | €s con ella) y con un residuo en la punta de la lengua, iaaeneeee nos dejen boca (dulce amargo, bueno o m: da a pea d alo), lo que ellas nos hace n 1) de nosotros mismos y que es (nos tro: ui Z nadie ma nosotros Pp me saber, porque nadie mds puede més que con nuestra lengua y con nuestra boca, por saborearlas pueden sonarle como a nosotros nos eke a nadie més materna/, /S, al menos De modo que la intimidad, ma egndiei6n del lengu fed iiiatiens ee eainane como una efecto tan necesario que su falta bec uAents ae Pero un guaje deje de ser una lengua efectivamente Rea saree humanos. Ahora bien, ese fondo (o més bien doble fondo) de pe cuya sombra se afiade a la superficie brillante del = es de las palabras, ese doblez del lenguaje, eee hace posible hablar con otros, es sin em- bargo lo tinico que hace que hablar con otros nos merezca la pena o, dicho de otro modo, nos guste. Porque s6lo cuando el yo adquiere el espesor 0 la densidad (saber y sabor) que pro- ceden del hecho de saberse acompafiado de si mismo, alcan- la seguridad de no ser meramente una mascara expuesta 4 demas periféricamente, una caricatura pintada en Ja super- € coloreada y exteriormente sensible de la carne, la segu- d de sentirse ser, de sentirse habitado (0, como también > decirse, de «tener algo dentro»). Y aunque podriamos sin hablar con maquinas 0 con caricaturas —que serian capa- le decir «yo» sin que les sonase 4 nada ni a nadie, que S& oes transparentes, planos y perfectos, ideales, univer- tractos y vacios sin manchas ni pliegues, ciudadanos s-, perderiamos todo interés (0 sea, todo gusto) POF 53 la conversaci6n si supiésemos que «detras» de la mAscarg : dentro» de la maquina no habia nadie. Repitamoslo: la intiny, dad no hace posible el lenguaje —para eso esta la ciudad. pero lo hace real, le confiere ser. Sin intimidad podria habe, lenguaje, pero nadie podria (ademas de que nadie querria) ha blarlo. La curiosa consecuencia consiste en que, siendo este des. doblamiento del significado publico en la resonancia del sent. do intimo lo que sostiene la realidad del lenguaje (lo que hace que el lenguaje sea algo y no mas bien nada), no parece po. sible decirlo lingiiisticamente. Tal es, como se recordar, el ar. gumento de la falacia de la inefabilidad. Yo sé lo que digo (es decir, saboreo el gusto que dejan en mi boca las palabras que enuncio), pero no puedo decir lo que sé, no puedo decir a qué me sabe lo que digo, no puedo-dar-aOtros a saber ese sa- bor que siempre se me queda en la punta de la lengua; claro esta que puedo sollozar, susurrar, suspirar, gritar, pero... ¢qué significa eso? gcOmo interpretar mi llanto o mi gemido? Yo no puedo «simplemente hablar» porque respiro, suspiro cuando hablo (y la mano me tiembla cuando escribo), no puedo «imi- tarme a hablar porque dejaria de respirar. Pero mientras que todos._saben_lo-que-significan mis palabras_nadie sabe lo que quieren decir mis suspir mblores. Todos sabéis lo que si; érminos que utilizo-ty;-er caso de duda, siempre podéis acudir al diccionario), pero sdlo yo sé lo que quiero decir al decirlos. Y eso —lo que quiero decir, el querer que habita el decir desde su interior, y no el significado de las palabras-, eso es lo que hace que atin haya personas que quie- ran hablar conmigo: creen que yo quiero decir algo, que teng? algo que decir (de no ser asi, en lugar de conversar unos con otros estudiariamos el diccionario, que contiene el significado de las palabras pero no dice cémo suenan ni a qué saben): 4 54 _imtimidad aparece en el lenguaje como ‘puede (sino que quiere) decir:. O sea, cc fenguaje sobre si mismo, su propio espe: lo que el lenguaje na MO la-resonancia del sor lingual, su ser ' Es, pues, hora de encararnos definitivamente con este in sistente escollo que ha llevado a una buena parte de las cle cias humanas (y quiz4 también a una buena parte de k . s pios hombres) a perder de vista la intimidad; por muc nc afirmemos su existencia en el coraz6n impenetrable del aa aguacate, si no se puede decir ni se puede hablar de ella (no porque esté prohibido, sino porque no hay palabras para hacerlo, ya que la intimidad «trascenderia» toda palabra), en tonces carece de la consistencia suficiente como para conver tirse en objeto de discurso alguno y est4 condenada, bien a permanecer en lo que un célebre juez espafiol, en un no me nos célebre auto —por cierto, rigurosamente confideneial y, por tanto, publicado literal e integramente en la prensa el mismo dia de su ejecucién-, llamaba sel areano-del.sujetor, 0 bien a ser confundida con la privacidad (de la que si puede hablarse -hay montones de palabras para ello-, aunque esté prohibido hacerlo y lo dicho haya de quedar -con parecida seguridad a la del escrito judicial recién citado- en el terreno estricto de la 2 Aprovechando una sutil observacién de uno de sus alumnos, Enrique Gil Calvo me hace en privado una sugerente pregunta: si la intimidad es la resonancia interna del lenguaje, ;c6mo seria la intimidad del sordo, que en incipio no puede estar hecha de palabras, ya que ¢l aprende las palabras mejor de los casos- mucho después y por otra via que el resto de sus Espero que el lector que me haya seguido hasta aqui pueda con si mismo a esta cuestin: la intimidad no est4 hecha de sonidos decimos sino por lo que , no tenemos intimidad por lo que ya pha i ttslad es lo que callamos cuando hablamos, Al sordo faltarle el poder de fonacién, pero no le falta en absoluto el 55 ia privada). Este escollo (cuy4 irrealidad intentaremg, cof i 5 ria flaca de Inline étnica, no sOlo ha tenido consecuencias ane para la ing, midad (las falacias repetidamente aludidas), sino ante todo py. ra el lenguaje: /4 idea e la intimidad nada tiene que te, | conel lenguaje no ha producido solamente la desdichada ily. | sion de una fi “5 ) ee .5. DE COMO LA/ VERDAD SE CONVIRTIO EN UTILIDAD, ox Pero, aunque ya estuviese decidido el reparto segtin el cual s légicos» se quedarian con la parte mas codiciada del bo un verdad-, dejando la parte magra la intimid. gua, de cuyo territorio ya habia sido, pues, expul lad de la len- dad- 2 Jas aves de rapina, hubo a quien ees sada toda ver- o en esto, como_en otras cosas, siempre esto le pareci6 ue lo quiere todo). Hubo quien pens6 qu aparece algu- o del tenguaje que quedaba en su cara Seat si aquel resi- significado ni verdad, habia que llevar las cosas a No contenia demostrar que en realidad no era nada, que el ee extremo y nia dos caras ni doblez alguno. Uno de los ejem, —- no te- ples de esta actitud es la distinci6n entre uso y oe mas no- tincion segun la cual no es lo mismo usar la baa dis- (evidentemente, para referirse a una mesa diciendo a es blanca, alta o cualquier otra cosa) que pcmcia referirse, en este Caso, & la propia palabra «mesa», eee ejemplo de ella que tiene cuatro letras). Aunque scout te el doblez se conserva (la distinci6n uso/menci6n parece cal- cada sobre las distinciones significado/sentido, denotacién/con- notacion, explicito/implicito, etc.), esta apariencia se disipara en seguida. OC! La eleccion del término «uso» (es decir, su bendita reso- nancia de utilidad ptiblica), que ya aparecia profusamente en el articulo de Frege, fue sin duda uno de los componentes del rotundo éxito alcanzado por esta distincién popularizada por Quine. Porque al fin se hacia explicito -aunque fuese implici- ‘amente— que la preferencia del significado (publico, explicito y denotativo) sobre el sentido Cintimo, implicito y connotativo) obedecia a una consideracion instrumental del lenguaje: las palabras son herramientas que usamos para referirnos a las CO- sas y hacer sobre ellas aseveraciones verdaderas © falsas (pr blicamente contrastables), como usamos, segun alguien dijo, martillo para clavar un clavo o unas tenazas pa . Las palabras que nO tienen significado, como a la basura..Es-mas: las palabras tienen pa,, nosotros valor de verdad (es decir, pueden ae Aaa ° falsas) porque tienen valor de uso (Oo sea, S18) sae a ren a algo y no mas bien a nada), pone Si A S. Somos obreros del lenguaje, demasiado empefiados Pe a ce ar nuestr, herramienta para saber la verdad acerca de las cosas como para pararnos en contemplaciones 0 menciones Ga quién : importa cudntas letras tenga la palabra «mesa» mientras nos seq Util para referirnos a las mesas, quién se para a pensar en esas minucias?). Claro est4 que, de esta manera, se mostraba cieng infidelidad al «espiritu de Frege», en cuyo articulo el sentido conservaba una dignidad mayor que la de una mera mencién Chonorifica). Porque el sentido do sentido) de un enunciado, lo que siente quien lo dice o quien lo oye decir, no se pue- de reducir a una auto-referencia explicita: las connotaciones que para mi tiene la palabra «vientre» no equivalen a su ni- mero de letras o a cualquier otro dato objetivable de su sin- taxis. mientas obsoletas, He aqui, pues, el genuino punto de arranque de la teoria elastica del lenguaje: la diferencia entre «uso» y «menci6n» no es mas que de grado, ya que lo que se llama «menci6n» no es en realidad sino una clase especial o sofisticada de «uso»; el len- guaje es todo él instrumento y su esencia se reduce al uso y se agota en el servicio que presta, sus rugosidades pueden siem- pre allanarse. Demostracion: el enunciado que afirma que da palabra “mesa” tiene cuatro letras» ~y que, por tanto, seria un ejemplo de «mencién— usa la expresi6n «mesa» para referirse 4 un objeto (a saber, la palabra «mesa»), del mismo modo que ¢! enunciado que afirma que a mesa es blanca» usa la palabra ae ee al objeto mesa. Ambos enunciados tiene? ie Porque tienen valor de uso, ambos pertenece® al dominio del significado y de la consid J iGnetl tal efraci6n instrumen! 62 del Jenguaje. Luego la menci6n_ no es mas tial de uso y el sentido nowesinaindeecan, ee clase espe- to que el andlisis l6gico puede descubrir. i. ificado encubier- jidad doblez alguno, quod erat demostrand |e Sigeinay ja impresion de que las mismas palabras ee Se genera asi temente usadas o mencionadas, de que se Dees ae diferencia de enfoque (una diferencia ortografi : una simple poner comillas) para una materia lingitistica ae on que se puede dar una u otra forma a gusto del oo. er Corolario: los mas afosos re 4 , idea no venia solo a traducir las ee Se acullante : % Igo oscuras de Frege, sino a divulgar otro celebradisimo descubrimiento (aun- que al lector esceptico le cueste trabajo creerlo, este des- cubrimiento se hizo merecedor de los mas altos honores en el mundo de los légicos por haber desvelado, tras siglos de de- nuedo filos6fico, en qué consistia el misterio de la verdad, y haberlo mostrado con este demoledor ejemplo que hizo rubo- tizarse en sus sepulcros a Aristételes y sus secuaces -y previ- siblemente a algunos mas, entre los que modestamente me cuento-: «La expresi6n “Nieva” es verdadera unicamente cuan- do nieva»); un descubrimiento que desembocaba en la no me- nos interesante distincion entre «lenguaje-objeto (que habla del mundo, que usa las palabras para referirse a las cosas) y «metalenguajey (que habla del lenguaje y us4 las palabras para teferirse a otras palabras), lo que abunda en la idea de que la diferencia entre uso y menci6n no es de naturaleza sino de grado (sdlo se trata de saber cual es el grado del metalen- guaje que hablamos, S21 nbr2, L-3... todo es cuesti6n de ran- 90). Probablemente hay que haber perdido Ia lengua, ta vou, la animalidad y, en suma, la intimidad, y haberlas perdido un modo muy dramatico y traumdtico, para creer eee que podemos hablar del lenguaje sin utilizar el lenguale . 63 usar la lengua, sin que nos suene a nada, y para hacerse |, ilusi6n de que tenemos algtin lenguaje (es decir, un meta. lenguaje, un lenguaje de rango superior al lenguaje) capaz d hacer eso. Pero como se trata precisamente de esa ilusi6n, ya dicho: a la hora de la verdad, da lo mismo decir abd que o -barriguita» (las diferencias entre estas exp siones son, una vez mds y de acuerdo con Quine, despre i bles), su valor de uso es idéntico. Asi hablan los des l a aquellos a quienes nada dicen las palabras que US -es decir, nosotros— a quienes las palabras no Sak aquellos que no saben hablar ni tienen gusto a conversaci6n. Se reconoce que el lenguaje tiene diferencia us0/menci6n), y avisa que, desde un p légico, no es posible usar y mencionar una pal tiempo: o bien se usa, bien se menciona, las vez es justamente lo que la distinci6n quiere € que esto es precisamente lo que sucede cada vez qi cosas; pero, para hacerlo, tenemos que pron bras (defecto éste inherente a nuestra mortali se pasa por alto «desde un punto de vista 16 operaciones ldgicas se suponen inmortale: 5 las estamos mencionando, las palabras se dobla mas y resuenan. Nos suenan. Adquieren ciones implicitas. De nada sirve intentar repo con parches ortograficos, por ejemplo sacrali las comillas para identificar las «menciones»: tinico que puede distinguir el uso de la men convencional como las comillas, es confesar es en si misma arbitraria. 64 sin duda, se pueden usar las palabrz si cosas sin necesidad de saber ee hate: vet las maquinas parlantes, algunos politicos, algunos lid on opinion publica, algunos técnicos de publicidad y es mi ; mir, todos los deslenguados), pero a quien sabe seed fo hablar le sabe a algo y no més bien a nada) no le da 4 aa decir «abdomen» que -barriguita»: sabe muy bien anise que emplear una palabra y cuando la otra, lo distingue io suena igual. A quien sabe hablar hay palabras que le nate bien y que le suenan mal, y por eso tiene cuidado al decirlas. Toca las palabras con la punta de la lengua y, por eso, tiene tacto (al usarlas). : Esto nos da ocasi6n para denunciar otro prejuicio que afec- ta a la intimidad: no es —como supone la opinion corriente— que en la intimidad tendamos a actuar brutal y descuidada- mente y que sdlo el contacto con los otros (Ja socializaci6n) nos obligue a refinarnos y a comportarnos con mis tacto; es, al contrario, porque tenemos intimidad —porque las palabras nos suenan bien o mal, porque estamos en contacto directo con ellas— por lo que podemos usarlas con tacto, con cuidado de que no nos hieran 0 de que no hieran a otros; no es —-como supone la doctrina socioldgica corriente- que el hombre pre- moderno tuviese la condicion de una fiera incivil y que so- lamente la lectura y la vigencia de los manuales de urbanidad y de buenas maneras consiguiesen frenar la violencia de la bestia y fabricarle una intimidad civilizada; es, al contrario, porque los firmantes del contrato social tienen intimidad (porque no todo les da lo mismo) por lo que €s posible que traten 4 sus e emplearia con un socio semejantes con mas tacto del que s comercial o con un rival en la arena ptiblica, por lo que sabe- mos tratar a nuestros semejantes ademas de tratar con ellos. Este saber es hijo de la intimidad y, en Jo que concieme al tac: 65 1 el hablar, de la intimidad de la lengua, esa duplicig a la faena a los deslenguados —a quiene, en el fondo repugna todo contacto real con las palabras qj. chas: ellos s6lo tratan con sus palabras redichas y attificiales_ , junta el sentido con el significado y el uso con la menci6n to er que siempre estrope TARSE 1.6. PRIMER DOGMA: TODO PUEDE EX! en este caso la faena fueron los se- los semidlogos, después. Los primeros se complacieron en mostrar que, puesto que la distinci6n entre uso y menci6n era ficticia, se podia prescindir absolutamente de toda distinci6n: la complejidad de toda expresién dicha podria siempre analizarse (incluso aunque s€ tratase, apelando a Freud, de un anialisis infinito, o, apelando a Gédel, de un andlisis incompleto). En resumen, que esa sombria espesura hasta entonces llamada «connotacién y relegada al terreno de lo emocional -sdlo transitable para psicdélogos abisales-, po- dria iluminarse cientificamente convirtiéndola en una suma de denotaciones que podrian hacerse explicitas. Asi pues, no hay que asustarse del hecho de que cualquier palabra tenga mas de un significado, porque de ello no se sigue que tenga otra cosa que significado (a saber, sentido, connotacién), sino que una misma palabra puede usarse para efectuar diferentes de- notaciones, igual que se puede hacer mds de una detonacion con la misma arma. Sea el caso de la palabra berrendo; supon- gamos que sus posibles significados pueden reducirse 2 tres: () «toro manchado», (2) «gusano enfermo», y (3) «rumiante me- xicano»; diremos entonces que, si alguien usa esta expresiOn | en un contexto taurino, la denotacién explicita (o significado ptiblicamente consensuado) sera la 1, mientras que los signi- ficados 2 y 3 permaneceran encubiertos 0 reprimidos forman- Quienes remataron mantdlogos, primero, y 66 do esa capa de espesor umbrio llamada «co ae acompafia a toda palabra pronunciada; y de casa que tatis mutandis, en los otros dos casos. Por sae ae cedimiento, la connotaci6n queda reducida eae ne implicita que siempre se puede explicitar y la len ee toda intimidad, todo sabor y toda resonancia, cot aie Lvectay connotacion se priva evidentemente de su essai Laan Como prueba de esta hipdtesis, correspondio a los id Jogos la tarea de traducir en términos explicitos las pie aaein implicito» que habian dominado hasta entonces con su foarte sion toda la zona alusiva del lenguaje “herbolarios de me disecadas» Ilamaba Heidegger a los viejos tratados de Retérica) al hacerlo -de nuevo una perplejidad: gpor qué el fenene mas adecuado para el expolio semiolégico de la retorica (que siempre se ha referido a la intimidad del lenguaje) fue la pu- blicidad comercial?— hicieron un descubrimiento atin mas im- portante. Los semantdlogos habian supuesto que, aunque se pudiera presentar un cédigo explicito que sacase 4 la luz todos Jos aspectos implicitos del lenguaje, siempre quedaria un resi- duo de «mensajes implicitos» fuera de todo codigo, a saber, los dieron cuenta de mensajes no-lingiiisticos. Los semidlogos se ticos» era una contradic- que la expresion «mensajes NO lingitis ci6én y, no contentos con explicitar todos los aspectos im- plicitos del lenguaje verbal, pasaron a demostrar que todo es lenguaje (la dieta, la vestimenta, los gestos, el trafico automo- vilistico, los conflictos armados y los frigorificos, etcétera): asi tomaron carta de naturaleza en la Orbita cultural -el lenguaje cinematografico», «el lenguaje arquitectonico”, .el lenguaje mu- sicale, «el lenguaje erdtico”, «el lenguaje futbolistico, «el lengua- je de los sentimientos», sel lenguaje de la economia», ¥ tantos y tantos otros casos en los que los parametros elaborador oe los lingiiistas ortodoxos Se aplicaban despiadadamente a Or 67 es considerados ingenuamente extraling sticos Fe aban lingtifsticamente allanados. Como la hipote, on un lenguaje todo significado debe Siem, Jicito, bastaba con mostrar el cddigo ee n todos esos casos presuntamente ang malos para demostrar que el imperio del lenguaje Cexplicito , codificado segun reglas publicas) no tiene limites. Sdlo que |g formula segtin la cual «todo puede siempre explicitarse. debe. ria completarse diciendo: «por el semidlogo», es decir, Por ¢| deslenguado que no habla lengua alguna y a quien las pala. nes ant ahora, qued: de partida era que € pre poder hacerse expi ductor de significados e bras no le suenan ni bien ni mal (no trata con ellas direc. | tamente —jfaltaria mas!-, s6lo con sus representantes sindicales en la empresa semioldégica, los fonemas, monemas, morfemas, sememas, semantemas y lexemas). ¢Es preciso recordar que no es esto lo que sucede cuando se habla auténticamente, cuando se tiene lengua? Es obvio que, en una conversaci6n real, las connotaciones de las palabras usadas no se pueden explicitar Cy en eso reside la gracia del hablar y el gusto de conversar), porque el hecho de que una palabra tenga connotaciones no se debe en ab- soluto a que tenga «varios significados» que puedan originar duda 0 vacilacion, sino a que quiere decir muchas cosas, mu- chas cosas no explicitables (por ejemplo, el sentido que habria que buscarle al hecho de que alguien utilice la palabra be rrendo en vez de bicolor). Lo implicito del lenguaje no es !o explicito reprimido o encubierto, sino algo de naturaleza sus tantivamente no explicitable ni traducible al lenguaje de la de- notaci6n, algo que, cuando se explicita» o se «traduce a deno- taci6n» se falsea, se aniquila, se echa a perder. pel mismo modo que afirmar que el yo tiene un «doble fondo» no indica que tenga dos fondos, sino que carece de fon: 68 fa lamento, de fundacié6n firme, d. do, d ces tienen eid oa do ptiblico y esta licito conven- a pesar de tener un significa miede hacer €xP He ean de- ficcionario o el que se Pi los semidlogo saute ; idlogo), al que dichas, de una een un a vez que son di ca n, se rodean, i venimos ta aqui V' ivale a ; ue equiv: ra de sentido q' ‘© naturaleza, decir NO equivale a SOste- Sino que ni Siquiera Y Se oscurece en esq ‘man connotaci6n cada lo que oan molesta ial ia» y que resulta espec «resonancia» s analistas del lenguaje- es I E A 1.7. LA PUBLICIDAD DE ! A LENC Pero de nuevo estamos obligados a detenernos uN ing para evitar recaer en alguna de las cuatro falacias que nazan a la intimidad en general y a la intimidad de la lengy, 1 evaluado hasta aqui e} particular. El modo en que hemos lisis del lenguaje», que comienza siendo l6gico y termina s semiolégico, no debe interpretarse como una “critica del Signg ficado» o de la dimension explicita del lenguaje da publici de la lengua), ya que tal dimensi6n es aboolutamente Necesary, para que el lenguaje exista como tal. S6lo es preciso procede, con cautela a la hora de determinar lo que entendemos Por «significado» lingilfstico. Nada me parece mas coherente en e. te sentido que la tesis mantenida por un célebre analista de lenguaje quien, siguiendo al segundo Wittgenstein, sostiene que el significado no es una propiedad objetiva de las pala. bras o de las frases, que las palabras no tienen significado por si mismas (a diferencia de lo que sucede con el tridngulo es leno, que posee unas propiedades objetivas inseparables de su naturaleza de triangulo y de escaleno). El significado es algo que las palabras adquieren con el uso, cuando alguien las para decir algo (lo que equivale a nuestra insistencia en que no hay més palabra real que la palabra dicha). Pero esta tesis permaneceria como una idea excesive mente equivoca si se limitase a mantener que es el hablante quien confiere u otorga significado a las palabras que usa, Pus podria interpretarse como si estuviésemos afirmando que dl significado de una palabra depende de quien la usa en cada momento, lo que es evidentemente falso. Si sélo yo supiet™ lo que significan las palabras que uso, entonces mis palabras ae significarian absolutamente nada. Si, al contrario, tiene? gtin significado, es porque puedo utilizarlas para decir alg? “ 70 otros, ¥ el reconocimiento de ése significg otros eS lo que confiere a mi pretensién ae Por parte de los tal palabra tal significado el rango de re privada) de jabra tiene el significado que yo le cae (puiblica) ite de mis interlocutores se lo reconocen. Mas an a S6lo si el resto acuerdo con la célebre f6rmula del Hum, ae dicho: de carroll, «saber el significado de una alah ; umpty de Lewis manda»; es decir, que la palabra P tendra Afetitva sty quién nificado $ si y solo si yo detento el suficiente amine el sig- imponer a mis interlocutores el reconocimiento Bein te para forzarlos a reconocerlo explicitamente. En oe ie e nae significado de las palabras es el resultado de la ba ae 2 erzas entre los distintos interlocutores, mds 0 menos Bie ie ‘zado en un pacto explicito o explicitable. ens otorgar a Ahora bien, a este «resultado» puede llegarse de dos ma- neras muy diferentes: puede tratarse de un pacto entre des- iguales (dominadores y dominados) o de un pacto entre igua- les (libres). En el pacto entre desiguales, el acuerdo final (qué significado se reconoceré a tales o cuales palabras) no proce- dera de una libre discusion argumentada en la que todos ten- gan idénticas posibilidades de intervenir, sino de una discu- sion restringida en la que s6lo algunos (los que tienen derecho a la palabra, los dominadores) acuerdan una decisién que los demas (los dominados, los que no pueden hablar ni intervenir en la discusi6n) estan obligados 4 acatar (se trata del pacto que el vencedor impone a los vencidos, obligados por la de- rrota a firmar la paz en las condiciones impuestas por el 78 cedor), En este caso, lo que de hecho sucede es que iy s opinion privada se impone puiblicamente por la coaccion @ una fuerza extralingiiistica Y, por lo roi Taenos una Pat ance a ne patsimonio privado de te de ellos permanece en secreto, CO’ 1 los autores de la decisi6n, y quienes la acatan usan in labras sin saber lo que significan, utilizan el instrumento i otros han disefado sin saber lo que con él estan haciend, significado asi pactado est4, en consecuencia, mal anda. porque los dominados no dejan de resistirse a aceptar el nificado que los dominadores otorgan a las palabras, es deci, no dejan de sentirse ajenos al pacto a pesar de haberlo fir mado, pues no fueron libres de suscribirlo 0 no (hacen aj Po. der lingiifistico lo que Umberto Eco lamaba una «guerrilla a miolégica»). Al contrario, cuando el significado de las palabras dla pu. blicidad de la lengua) emana de un pacto entre iguales que han tenido libre acceso a la palabra para participar en la discusi6n de la que surge el contrato explicito, al modo de los didlogos socraticos 0 sofisticos, puesto que todos han tenido y tienen derecho a la palabra, todos tienen, una vez firmado el acuerdo, el mismo deber de respetar las reglas consensuadas. Sdlo en este caso puede hablarse de una opinion ptiblica que se impone a los individuos privados por la coaccion de una fuerza lingtiistico-argumental o racional, s6lo entonces el significado de las palabras esta bien fundado sobre la publicidad de la lengua. Era preciso recordar estas reglas elementales para eliminar un prejuicio frecuente contra la «opini6n ptiblica» y con el cual ya hemos chocado anteriormente. Precisamente por llamarse «opini6n» en lugar de «verdad» o «ciencia», la opinién publica se ve a menudo injuriada con el reproche de ser «ar- bitraria», reproche que es evidentemente injusto. Porque suce- de exactamente lo contrario: la existencia de una «opinién publica», es decir, de un pacto explicito y convencional acerca del significado de las palabras, es precisamente la Unica garan- tia posible contra la arbitrariedad (de no existir este pacto cada cual se sentiria con derecho a interpretar las palabras como 72 le conviniese). Y ello no implica que s la opinién Ptiblica ncontrovertible: al contrario, precis: : amente porque ee? explicitamente como convencional y no como natural oO! ie nutable, como opinion y no como verdad 0 como ciencia et bs mas fuerza que la de ser reconocida y Tespetada por no tie! jos firmantes del acuerdo y, en consecuencia, esta cons pi sometida a revision (cambio de convenciones) rant se re ‘Asi pues, la hipdtesis semiolégica que acabamos de dis oO representa una amenaza contra la intimidad de la len cutir 0 suponer al mismo tiempo una agresi6n a su dimensién a ‘undar el significado de las palabras sobre ica: pretender ; : pa Bie un «sistema de signos» (cédigo) que tendria un es eur ientifico (no arbitrario, no convencional) es sustituir el pens “a Ja sociedad de los hablantes da opini6n publica criterio Ce a voluntad es la nica fuente de normativi- oe oY ridad pretendidamente superior ica) por una autoridad p! Cc aaa BS ica). El semidlogo imita en esto un pa i 0) . . 2s 4 da ciencia ao Ec quiere ser para los hablantes lo mis mometentiico Ba ; iclistas; asi como el ciclista usa mo que el fisico es pal? oh ignora las leyes del mo- su vehiculo para desplazarse . as Getta amealabras vimiento que el fisico conoce, a es semanticas que Unica decir cosas ignorando ah Peta alizact6n del lenguaie i co conoce. Esta 4 1 pasa por alto mente el semidlog' no-natural) P2 (el olvido de su caracter cultural Pepa en el mismo grado a no sin CO- de la naturalez: fl sea la pres que las leyes scas: no importa cual s Pe aisonesle que las reglas semanticas: hablante para intentar it om lectiva que se ejerZza sobre un mpre podra negarse 4 aC ,Y H Antica, Sie! : das como...”)> ¥ una convenci6n semant alabras sean interpretaca® coe «me resisto a que mis P' jentras que Eee ontra ello, ™ ‘ leyes fisicas 4 ofrecer argumentos © a cumplir las ley eae usuario de la bicicleta negars¢ imiento vi convierten el esfuerzo cel pedalear en mov nia de la opinién publica sobre e] «;, nificado de las palabras es suplantada por un hipotético mo delo cientifico», que nos seduce al prometernos una legislacig;, semAntica no basada en la opinion (que siempre es fragil) sin, en la verdad cientifica inflexible, esta «dictadura de los sabig., se condena a situaciones grotescas al contrastarse con la expe riencia real de la lengua. Supongamos, por ejemplo, que el se. midlogo o el lingitista ha construido un modelo estandarizad, del cédigo de una lengua determinada, digamos el inglés 0 ¢ castellano. Cuando se encuentran con variantes «no estdndar. de esas lenguas (digamos el inglés hablado en los guetos ne. gros de Nueva York o el castellano de América), que generan problemas serios de entendimiento entre hablantes, se enfren. | tan a un dilema patético: o bien adoptan una actitud «conser. vadora» y concluyen que las variantes no-estandar son inco- rrectas, lo que significa en la practica que impondran por la fuerza (y no precisamente por la fuerza del mejor argumento) a los «anomalos» el modelo estandarizado de la lengua Gimposi- ci6én ptiblica de una opinion privada o pacto entre desiguales. falacia de la identidad), o bien adoptan una actitud «progresis- ta» y decretan que las

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