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-Menos mal que no son como los del otro día; unos muchachos
disfrazados de estudiantes que los agarraron por ahí… pa mi que eran
espías, espías de la CIA-
-Vente para acá, vamos- Sin chistar, cosa que no es muy común en
mí, lo seguí.
No le discutí nada. Me dolían los pies, decidí que era hora de irme a
casa. Se nos ocurrió llegar hasta el Teatro Municipal y seguir por la calle
hasta la estación del metro, cosa que fue especialmente complicada
porque la mayoría de las calles estaban cerradas incluso para los
peatones, debido a que pronto se haría el acto (otro acto) de lo del
bicentenario.
-¡Agárrenlo, agárrenlo!-
Enfurecida le grité:
Nadie más decía nada, la gente sólo murmuraba entre ellos mismos.
Parecía casi un duelo entre el tipo y yo, en el que los jueces eran los
Guardias. Entonces revisaron el bolso del tipo y estaba vacío salvo por
una especie de bufanda negra. Al ver el bolso vacío me entró un
doloroso vértigo, un desconsuelo sin dimensiones. Comenzaba a dudar
de todo; de él, de mí, de los Guardias. Sentí de pronto que todo era
irreal. Nada tenía sentido. De pronto una voz, que fue como una luz, dijo:
-El carajo tiró algo por allá-, mientras la mano del cuerpo que
había hablado y que yo no alcanzaba a ver, señalaba hacia el fondo del
estacionamiento.
-Cabrón, ¿tú crees que porque soy una jeva que anda sola me vas
a venir a joder?, ¿tú crees que no tengo piernas para correr, ni voz para
gritar? Esto es para que aprendas que las mujeres no somos pendejas,
no joda-
Cada vez me enfurecía más. Cada vez parecía más un duelo de honor
que un atraco frustrado. El delincuente ni me miraba, entonces le grité
que me mirara, que aprendiera que no siempre va a joder a la gente, y
le repetía que las mujeres no somos pendejas. Uno de los Guardias me
preguntó, señalándome la rodilla izquierda:
-¿Eso también te lo hizo él?-
No sabía a qué se refería así que bajé la vista. Cuando mis ojos se
encontraron con la rodilla izquierda, vi mi pantalón –nuevo, por cierto-
roto y manchado de sangre. Con los dedos como pinzas alcé la tela y vi
una herida pequeña pero profunda. Ahí volví a la furia. Hice que el
ladrón viera la herida mientras le gritaba:
-¡Así mismo es! Las mujeres estamos cansadas de que nos anden
jodiendo así, nada más por mujeres-
El Guardia prosiguió:
-Pero lo único es que va a perder la cámara…-
-Si tengo que elegir entre mi cámara y él, elijo mi cámara porque
pa eso hice todo esto. ¿O ustedes creen que, qué? Esa vaina ni es
mía, yo no tengo real pa comprarme una y entonces logro
recuperarla y me van a salir con lo de la custodia… Además, todas
las fotos que hice. No panita, ese es mi trabajo. No, no. Ustedes
verán qué hacen con el carajo. Si lo van a soltar por lo menos
denme chance de llegar a mi casa pa que no me joda de nuevo en
el camino…-
-Ay, Maribel-
Yo sólo le dije:
Pobre. Otro más que casi se infarta. Mi tía Clara –mi otra mamá-, mis
primos, mi hermana Masiola, Fernando, Arturo, Rocío y demás amigos
y familiares me llamaron y estuvieron pendientes de mí. A ellos las
gracias totales, toda la vida.