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GIANFRANCO POGGI pO LL DESARROLLO DEL CORO | Pt Ot Una introducci6n sociologica Capitulo 1 Introduccién: la tarea de gobernar Es posible que la mejor forma de ver el estado moderno sea considerar- Jo un conjunto complejo de dispositivos institucionales para gobernar, que opera a través de las actividades continuas y reguladas de viduos que actiian como ocupantes de cargos. El estado, como la su- ma total de dichos cargos, se reserva a s{ mismo la tarea de gobernar una sociedad territorialmente limitada; monopoliza, de derecho y en la mayor medida posible de hecho, todas las facultades e instrumen- tos correspondientes a esa tarea. Y en principio se consagra exclusi- vamente a esa misma empresa, segtin la percibe a la luz de sus propios intereses y reglas de conducta. Pero, jcusl es la tarea de gobernar? {El estado modemno es un con- junto de dispositivos institucionales para hacer qué? Esas preguntas son la preocupacién de este capitulo. En su titulo utilicé la expresién “gobernar” {rule}, como lo haré a lo largo del libro (aunque pocas ve- ces en este capitulo), porque transmite apropiadamente la naturaleza asimétrica de las relaciones sociales a las que se refiere, y apunta al hecho de dar y obedecer érdenes de mando como la sustancia cotidia- ‘na de esas relaciones. Una formulacién alternativa y més frecuente de nuestras preguntas emplea las expresiones “la politica” o “politico”. De tal modo, podriamos preguntar: jcual es la naturaleza de la politi- ca? O bien, quizas: jde qué se trata toda la actividad politica? En este capitulo consideraremos dos definiciones significativas, y significativamente diferentes, de la naturaleza de la politica. Una se a origina en una discusién del problema planteada en los afios cincuen- ta por el cientifico politico estadounidense David Easton. La otra fue formulada en la década de 1920 por el temible te6rico legal e ideslo- g0 politico derechista aleman Carl Schmite.! La politica como distribuciém Para comenzar, las dos formulaciones difieren en la imagen de la vida social que les sirve como telén de fondo. El anilisis de Easton? pro- yecta una visién del proceso social como un flujo continuo de diver- sas actividades mediante las cuales un ntimero limitado de objetos valiosos se transfieren a y de individuos interactuantes, cuyo interés primordial consiste en aduefiarse y disfrutar de ellos. Los abjetos pue- den ser desde bienes materiales hasta abstracciones como el poder y el derecho a la deferencia. Ademés, el proceso de distribucisn no es aza- 1080. Si la vida social ha de tener algtin patsén y continuidad, el pro- ceso, en una medida considerable, debe estar institucionalizado. Debe producir o dar valides a la asignacién de ciertos objetos, tanto con va- lor como sin él, a ciertos individuos. Consideremos tres modos basicos de estructurar este proceso de dis- tribucién, de hacerlo relativamente predecible y estable. Uno es la costumbre: una nocién universal o ampliamente compartida de acuer- do con la cual-las cosas valoradas 0 desvaloradas corresponden justifi- "BL lector interesado tal ver desee complementar mi eleccién con la considera ign de tratamientos contemporéneos de la naturaleza de la politica, tales como J. Freund, L’Essence du poiique (Pars, 1965); B. de Jouvenel, The Pure Theory of Pol- tics (Cambridge, Ing., 1963) La teoria pura dela poltica, Madrid, Revista de Oeciden- te, 1965]; ]. Y. Calves, Invoduetion ala vie politique (Paris, 1970) [Inroduecién ala vida polfica, Barcelona, Estela, 1965]; y H. P. Plats, Vom Wesen der politschen Macht (Bonn, 1971). 2D, Easton, The Political System (Nueva York, 1953), cap. 5. 2 cadamente a ciertas personas posiciones. (“Un cartel en la puerta te indica donde estas parado.”) Otro es el intercambio: una transaccién por la cual una parte entrega un objeto valorado a otra a cambio de al- sin otto objeto valorado. (“Elija, el que pone el dinero es usted.") El tercero es el mando: un mecanismo por el cual los objetos valorados se distribuyen por el arbitrio de alguien. (“El que manda aqui soy yo.") Easton interpreta que todo el reino de la politica esta relacionado con esta tiltima modalidad: la distribucién por el mando. En su opi- nién, dentro de un contexto de interaccién dado hay “politica” en la ‘medida en que se producen al menos algunas asignaciones de valor por vias distintas de las de la costumbre y el intercambio. Tipicamen- te, las distribuciones consuetudinarias reflejan un consenso entre to- dos los participantes, no la sumisién a la voluntad de alguien También es caracteristico que las partes que realizan un intercambio sean iguales; mas que someterse una a otra, acuerdan entre sf. Las dis- tribuciones politicas, en contraste, implican necesariamente la sumi- sin de una parte a la voluntad de otra. ‘No obstante, como los objetos en cuestién tienen valor y son esca- 0s, las asignaciones politicas no pueden basarse exclusivamente en la voluntad de alguien. Las distribuciones efectivas sélo pueden produ- cirse cuando los mandatos son vinculantes: esto es, cuando mi sumi- sién a uno de ellos no depende de mi buena voluntad o indiferencia esponténea sino que es exigible pese a mi oposickin, El dador de la or- den debe estar en condiciones de respaldar su autoridad con sancio- nes, tipicamente castigos por el incumplimiento m4s que recompensas por el cumplimiento. La politica, entonces, se ocupa de la distribucién y el manejo de un recurso (Ia aptitud de emitir Grdenes exigibles y sancionadas) que a su ver puede usarse para hacer més distribuciones de otros objetas valo- rados. En caso de que la politica se entienda ast, se deduce que se tra- ta de una actividad mundana y poco fascinante, que Ileva a cabo sus asignaciones de a poco y por doquier. Sin embargo, intuitivamente sentimos que, al contrario, se trata de un orden significative y vital de B la actividad social, que involucra a grandes actores y tiene lugar en el centro mismo de la sociedad. Easton emprende la tarea de conciliar estos puntos de vista estableciendo que no cualquier distribucién ba- sada en una orden puede considerarse politica, sino tnicamente las que se producen dentro de contextos sociales relativamente amplios y perdurables con auditorios definidos en términos generals. Las drde- nes de un padre, las resoluciones del presidente de un club e incluso las decisiones del directorio de una corporacién no son verdadera- mente politicas. La pertenencia a agrupamientos locales es muy a me- nudo voluntaria; y, voluntaria 0 no, con frecuencia un miembro desafecto puede renunciar a ella sin experimentar serias pérdidas. Pe- ro dichos agrupamientos forman a su vez parte de uno mucho més amplio, a cuya pertenencia no puede renunciarse ni es posible pres- cindir de ella con facilidad, Llamemos “sociedad” a este agrupamiento general, que por lo co- miin esté limitado territorialmente. Easton, entonces, aplicaria el tér- mino “politico” s6lo a las distribuciones basadas en Grdenes cuyos efectos son directa o indirectamente vélidos para la sociedad en su conjunto. Asi entendida, la empresa politica implica relaciones parti- cularmente visibles, multifacéticas y exigentes de superioridad-infe- rioridad, y en general utiliza como sancién tiltima la singularmente apremiante de la coercién fisica. En cualquier caso, en la perspectiva de Easton la politica tiene lugar esencialmente dentro de contextos de interaccién limitados, que desde luego pueden considerarse como existentes lado a lado con otros contextos semejantes. Por otra parte, como hemos visto, la politica se ocupa de un problema funcional (asignar valores entre unidades interactuantes) que en principio pue- de abordarse de por lo menos otras dos manetas institucionales: me- diante la costumbre y el intercambio. Dadas estas alternativas tedricas, hay razones para pensar que algunas asignaciones de valor deben estar basadas en érdenes? O bien, para reformular la pregunta, jes la politica un rasgo necesario e inte- grante de la vida social? La respuesta es, sin duda, que sf, excepto tal 4 vez en los contextos interaccionales més simples. Es manifiestamente evidente que ni la costumbre ni el intercambio, y tampoco ambos juntos, pueden realizar todas las distribuciones que hay que hacer. Es inevitable que haya contingencias que no puedan enfrentarse excepto mediance asignaciones basadas en el mando. {Por qué? Porque un cuerpo generalizado y rigido de costumbres, que distribuya minuciosamente valores, no puede, por su naturaleza misma, permitir la movilizacién de recursos, la superacién de rutinas, la exploracién de nuevas lineas de accién, que de vez en cuando se tornan necesarias si una sociedad ha de persists, preservar su caudal de valores y vigilar y mantener sus Ifmites con la naturaleza y otras so- ciedades. Una sociedad completamente controlada por la costumbre sdlo puede perdurar frente a nuevas contingencias si sus costumbres autorizan a algunos miembros a movilizar a otros en respuesta a ellas, a idear nuevas rutinas, a escoger entre pautas de accién alternativas y a hacer que sus decisiones sean aceptadas. Pero esto, por supuesto, es aceptar la necesidad del mando.? En cuanto al intercambio, Durk- heim mostré hace mucho que aun el sistemna més sofisticado y exible presupone la existencia de normas exigibles y supervisables.* En sus términos, los contratos reales dependen de la existencia de la institu- cidn del contrato, que en sf misma no puede ser contractual sino que debe ser establecida e impuesta obligatoriamente. Volvemos aqui a la necesidad del mando. El argumento de que algunas distribuciones deben producirse me- diante el mando (en términos de Easton, la necesidad de la politica) deja abierta la cuestién de la mezcla entre los tres modos de distribu- cin, una mezcla que evidentemente variard en diferentes circunstan- cias. Lo que importa aqui es simplemente que, més alla de cierto nivel 5 Véase M. S, Olmstead, The Small Group (Nueva York, 1959), pp. 62 y siguientes (El pequero grupo, Buenos Aies, Pods, 1981] E, Durkheim, Dela division du ravail socal (9 edicin, Paris, 1967), Libro 1, cap. 1 Ia divsién del trabajo social, Medtid, Akal, 1982) 25 de complejidad, duracién y tamafio, los contextos interaccionales de- ben tener un mecanismo de asignacién de por lo menos algunos valo- res sobre la base del mando. Y de ello se deduce que la sociedad debe tomar algunas disposiciones permanentes para recuttir, aunque sea in- termitentemente, a ese mecanismo, La politica como nosotros contra el otro Por més plausible que pueda parecer I2 posicién de Easton, sigue siendo cuestionable que la politica deba definirse exclusiva o aun primordialmente con referencia a repartos de valor dentro de con- textos interaccionales. Algunos argumentos de peso en contra de ello son propuestos por Schmitt en su provocativo libro El concepto de lo politico.> En 1927, cuando éste se publicé por primera vez, Sch- mitt era un representante respetado aunque polémico de “la teotta del estado”, una rama del saber juridico alemén que limitaba con las, ciencias politicas. Su libro pretendfa impugnar lo que él consideraba como la definicién enloquecedoramente circular que sus colegas da- ban del estado como una entidad politica, y de la politica como la esfera del estado. Schmitt sostenfa que para definir la naturaleza de la politica era necesario identificar un ambito distintivo de decisiones al cual pu- diera aplicarse legitimamente el término “politico”. Segdin su pers- pectiva, esto exigia encontrar dos términos contrapuestos que limitaran ese émbito de la misma manera que el reino de las decisio- nes éticas lo est por “bien/mal”, el de las decisiones econémicas por Una edicisn reciente de este texto es C. Schmitt, Der Begriff des poltschen (Ber- lin, £963) [El concepto de lo poltico, Madrid, Alianza, 1991]. Un breve pasaje de esta obra esté traducido en S. N. Eisenstadt (comp.), Political Sociology (Nueva York, 1971), pp. 459-460. 26 “lucrativo/no lucrativo” o el de las decisiones juridicas por “legal/ile- gal”. Todavia no se habia encontrado ningin par semejante de tér- minos pard la politica, acusaba Schmitt, porque los prejuicios liberales y humanitarios de sus colegas les impedfan ver la verdadera naturaleza del problema Aqui debemos detenernos un instante para comparar la imagen bi- sica de Schmitt sobre la vida social con la de Easton. Este, como he- mos visto, consideraba una serie de contextos de interaecién limitados, cada uno de ellos con ciertos conjuntos vigentes de procesos de distribucién relativamente ordenados, de los cuales algunos, si bien, funcionalmente equivalentes a los demés, se caracterizaban mejor co- mo politicos. Para Schmitt, en contraste, la vida social es intrinseca- mente desordenada y amenazante. Las interacciones relativamente cordenadas s6lo pueden mantenerse dentro de contextos o sociedades separadas, cada una de las cuales debe primero y principalmente man- tener a raya la amenaza de desorden y desastre permanentemente planteada por otras sociedades exteriores que son enemigas de sus inte- reses y propensas a expandirse a sus expensas. Las experiencias legales, religiosas, econdmicas, cientificas y otras son potencialidades perma- nentes de la existencia humana; pero slo pueden realizarse con la condicién de que la actividad politica preserve los fragiles limites (fré- giles por ser hist6ricamente producidos) que separan a una sociedad de Ja otra. Aunque actividades ocasionales involucran a participantes de mis de una sociedad, en términos generales la vida social ordenada se desarrolla dentro de sociedades individuales, ninguna de las cuales es coextensa con la humanidad. Consecuentemente, la politica se consa- gra al establecimiento y mantenimiento de los limites entre colectivi- dades, y en particular a la proteccién de la identidad cultural de cada tuna de éstas contra las amenazas exteriores. De manera correspondiente, Schmitt considera que su reino poli- tico se define por la distincién “amigo/enemigo”. La funcién politi- ca quintaesencial de una colectividad es decidir qué otras colectividades son sus amigas y cuéles sus enemigas. En la confton- 7 tacién entre Nosotros y el Otro,® definimos como amigas a las co- lectividades cuya propia definicién de todas las demas, incluida la nuestra, como amigas o enemigas, parece compatible en las circuns- tancias dadas con nuestra preservacién como sociedad auténoma ¢ integral; definimos como enemigas a aquellas cuya existencia o acti- vidad politica amenazan nuestra integridad o autonomia. Estas son preocupaciones capitales; puesto que sdlo si las preservamos pode- ‘mos llevar a cabo otras actividades que sean apropiadas al espiritu de nuestra colectividad. Pero si esto es asi, algunos enfoques ampliamente aceptados de la empresa politica (y de la “teorfa del estado”) son insostenibles, en especial la equiparacién de la actividad politica y el derecho como la pregonan los defensores del Rechtsstaat.’ En la perspectiva de Schmitt, las decisiones politicas propiamente dichas no mantienen ningdin tipo de relacién con las normas legales o la distincién “legal/ ilegal”. Puesto que el derecho sélo puede ocuparse de las decisiones que estén o pueden ser normadas; y las determinaciones de amigos y enemigos ~resultantes como lo son de la confrontacién entre colec- tividades independientes y autosuficientes que actdan al margen de todo sistema incluyente de gobierno~ son demasiado vitales, dema- siado impredecibles, demasiado abiertas para ser somé mas. Cada decisién propiamente politica, entonces, es de manera inhe- tente una decisién sobre una emergencia, una situacién inestable y prefiada de consecuencias en la que una necesidad y una convenien- cia rapidamente aprehendidas dictan la accién. Lo que cuenta es la efectividad, no la legalidad. Si algo puede decirse de la politica, es idas a nor- La significacin de la “otredad” también es resaltada por Jouvenel y,siguiendo a ste, por Calvezen las obras citadas antes en la nota 1. 7Veéase, por ejemplo, H. Ryffel, Grandprobleme der Reckes~ und Staats philosophic (Neuwied, 1969), pp. 228 y siguientes y 371 y siguientes. 28 que ¢s anterior al derecho y no a la inversa, y la teorfa legal debe re- conocer la prioridad intrinseca de la emergencia sobre la rutina de la existencia social.® Tampoco debemos permitir que la manipulacién conceptual o la discusién ideolégica confundan las decisiones politicas con otros ém- bitos de decisién. Un enemigo puede o no ser también una colectivi- dad con la que no podemos entablar transacciones econémicas fructiferas, 0 una que sea moralmente mala: no importa. La determi- nacién de amigos y enemigos es distintiva y dominante. Para enfren- tarla adecuadamente, quien toma las decisiones politicas debe apartar de su mente todas las consideraciones secundarias (juridicas, morales, econémicas, etcétera), por més significativas que puedan ser dentro de sus respectivos ambitos no politicos. La decisién politica tltima es existencial, no normativa: una respuesta a una condicién impuesta a Nosotros por el Otro. Si el Otro nos define como enemigos y actia como tal frente a No- sotros ~no importa por qué lo haga-, lo nico que podemos hacer es contestarle de la misma manera. Y nuestra respuesta debe entrafiar forzosamente, si no la realidad, si al menos la posibilidad de un con- flicto armado: Cuando todo se ha dicho y hecho, el verdadero sentido del concepto de enemigo, de conflicto politico, etcétera, ha de encontrarse en la posibilidad del ejercicio real de la violencia fisica, que culmine en la aniquilacién fisica del enemigo. [..] La guerra no es sino la realizacién consecuente del cardcter de enemigo. {..] La guerra no es el conteni- do, el fin o el medio exclusivo de la politica, sino una condicién cuya posibilidad real ésta presupone. El “elemento politico” no radica en la guerra misma, que tiene técnicas propias, sino en la conducta relacio- Una interesante discusiSn en inglés sobre las ideas de Schmitt ~G. Schwab, The Challenge of the Exception (Berlin, 1970) se concentra en la relacién entre emergen- cia y rutina en la actividad politica 29 nada con su posibildad real, en el reconocimiento de la situacién que crea para la colectividad? De tal modo, la politica implica una preparacién continua para el po- sible conflicto con los Otros enemigos. Ademés, aunque es soto una de muchas formas distintivas y mutuamente irreductibles de la activi- dad humana, es intrinsecamente superior a todas las demas porque su preocupacién central es la preservacién de la colectividad sin cuya existencia todas las otras actividades verdaderamente no podrian te- net lugar. Las decisiones politicas se ocupan de la naturaleza intrinse- camente desordenada y por lo tanto prefiada de amenazas de las relaciones entre colectividades. Ninguna otra decisién se les compara en importancia, Lo que Easton ve como politica Schmitt lo considerarfa a lo sumo como una variedad derivada y de baja calidad de la experiencia politi- ca. No hay duda de que mientras se enfrenta a otras colectividades como amigas 0 enemigas, una sociedad se topard necesariamente con algunos problemas distributivos internos. Alguien tendré que dicta- minar, por ejemplo, qué érganos se encargardn de qué decisiones, cud- les serdn sus facultades, quién las atenderé y cémo afectarén la distribucién de qué valores sociales entre individuos y grupos. Pero ay de la colectividad que reduce su politica exclusivamente a estos pro- blemas. Puesto que, jc6mo va a decidir normativamente una colec vvidad asi quién es su enemigo, o a enfrentarlo con ia invocacién de reglas? Independientemente de lo que pueda ocurrir dentro de !as co- lectividades, las relaciones entre ellas se producen en un vacfo nor- mativo; la celeridad lo es todo. En opinién de Schmitt, el hecho de que el mundo esté constituido de manera pluralista, en el sentido de que esta formado por més de una entidad politica, hace imperativo que ninguna colectividad per- Schmitt, op cit, pp. 33,34, 37 30 mita ningtin pluralismo politico interno, ninguna multiplicacién 0 dispersién de los centros de decisién politica. Dentro de cada colecti- vidad, sélo un centro puede tener derecho a tomar esas decisiones, y ese derecho debe ser celosamente guardado. A decir verdad, quien tiene que tomar en tiltima instancia las'decisiones propiamente poll ticas es un solo individuo, dado que slo una tinica mente puede so- pesar efectivamente las contingencias vitales que implica zanjar la ccuestién capital de quignes son los amigos de la colectividad y quié- ines sus enemigos. Las consideraciones normativas, por mds caras que sean a la mentalidad liberal, son intrinsecamente irrelevantes para la desesperada empresa en cuestion: La guerra, la disposicién de los combatientes para mori la aniquilae ida fisica de otros hombres del bando enemigo: todo esto no tiene significacién normativa, sino puramente existenclal; y ésta radica en la realidad de la verdadera lucha, no en ningin ideal, programa 0 norma. No hay meta tan racional, norma tan correcta, programa tan ejemplar, ideal social tan atractivo, legitimidad o legalidad tan exi- gentes para justficar que los hombres se maten unos a otrs.[..] Una guerra no tiene sentido en virtud de librarse por ideales o con respec- toa derechos, sino en razén de librarse contra un enemigo real.!° Schmite, desde luego, esté decididamente dispuesto a ir mas allé de una mera dureza de carécter, hasta desarvollar una franca mentalidad sanguinaria, Pero antes de que imputemos esta disposicién exclusiva- mente a su innegable irracionalismo fascista, debemos admitir que la historia moderna no ofrece absolutamente ningtin ejemplo en que la aplicacién de criterios morales, ideolégicos o juridicos a la condue- cign de los asuntos intemacionales haya refrenado efectivamente las tensiones entre las naciones o moderado la ferocidad de los conflictos militares "Oid., pp. 49 y siguientes. a Contraposicién de los dos puntos de vista ‘Consideremas ahora algunos contrastes importantes entre las perspecti- as de Easton y Schmitt sobre la tarea de gobemnar. En primer lugar, la |visidn de Easton se dirige hacta adentro, y se preocupa sobre todo por los intereses internos de la onganisacién politica. La de Schmitt es exte- tior, y se concentra en los intereses externos. Segundo, el aspecto tilti- mo de la condicién humana para Easton es la escasez; para Schmitt, el peligro. Tercero, Easton expone lo que podrfamos llamar una perspecti- va economicista de la politica: los procesos politicos, segtin él los inter- Preta, se ocupan de asignar a los individuos cosas que étos pueden disfrutar en su carécter privado. En opinién de Schmitt, la tinica fun- cin de la politica, preservar la seguridad e integridad de la colectivi- dad, s6lo puede ser de importancia para los individuos en la medida en que compartan la pertenencia a la colectividad. La politica de Easton se sintetiza en las deliberaciones de una asamblea le cciones de un juec: simbélicas, discursivas, civiles. En la visién de Sch- mitt, tales aspectos de la politica son secundarios con respecto al hecho objetivo de la fuerza armada como fundamento iltimo de la aptitud de la colectividad de montar o contrarrestar una amenaza militar, Finalmente, estas dos concepciones representan un eco en el siglo xx de un largo debate intelectual europeo sobre la naturaleza de la po- Iitica."" El punto de vista de Easton, que hace eco al de Tomés Moro en Utopia, responde a la experiencia politica distintiva de la Inglate- tra posnormanda. En un pats protegido por el mar de la amenaza di- recta y constante de vecinos agresivos, el pensamiento y la praxis politica naturalmente se vuelven hacia adentro, adoptando como norma el bienestar de la comunidad [commonwealth] (la misma expre- sién “comunidad” es significativa) y la configuracién de jerarquias in- ternas de honor y ventaja. Aqui, la controversia publica, la ¥ Agu sigo a G. Ritter, Die Damonie der Macht (Munich, 1948). 32 salvaguardia de los derechos y la creacin e imposicién de las leyes aparecen como la esencia misma de la empresa politica. Schmitt, en contraste, reafirma una concepcién caracterfsticamente continental, ‘enunciada por primera vez y de la manera més aguda por Maquiavelo en el siglo XVI como eédigo operativo de los estados soberanos emer- gentes de Europa accidental y central. Aqui, el hecho primordial de la experiencia politica es la amenaza constante, potencial o real, que cada pais plantea a los limites de su vecino y la resultante lucha per- manente en busca de un equilibrio aceptable para todos los paises en- vueltos. En estas condiciones, el pensamiento y la praxis politica necesariamente se vuelven hacia afuera, y conceden la més alta prio- ridad a la diplomacia y la guerra. Sean cuales fueren las imperfecciones de las perspectivas de Easton y Schmitt, dudo de que haya en este nivel conceptual alguna otra concepcién de la politica moderna que merezca igual consideracin. En particular, el punto de vista marxista, centrado en el uso de una coerciGn organizada y de alcance social generalizado para asegurar (0 poner fin a) el predominio de una clase propietaria de los medios de produccién, probablemente pueda verse como una variante de la perspectiva de Easton. Aunque la marxista, con su énfasis en la coer- cin y el conflict de clases, tiene una duresa de caricter que falta en Ja de Easton, ambas comparten una referencia primordial a los proce- 0s distributivos que se producen dentro de una colectividad, entendi- dos en primera instancia como una divisién del trabajo. Conciliacién de los dos puntos de vista El contraste extremo entre las concepciones de Easton y Schmitt ha- ce mucho més sorprendente su acuerdo en un rasgo estructural bisico de la empresa politica, a saber, que cualquiera sea la agencia responsa- ble de esa empresa, debe tener un acceso privilegiado a los instrumen- tos de la coerci6n fisica. Sin duda, Easton insiste menos que Schmitt 3 cen que ese acceso debe ser exclusivo, y considera que lo caracterfstico es que el ejercicio de la coercién se produzca mas interna que exter- namente. Peto su énfasis comtin en la necesidad de coercién sugiere que en cierto modo ambos puntos de vista pueden conciliarse: que, en. rigor de verdad, tal vez puede estimarse que cada uno de ellos afirma un aspecto de la politica en ver de ser una concepcién autosuficiente e integral de la totalidad. En principio, podria parecer razonable conciliar las dos perspecti- vvas aceptando simplemente la de Schmitt y otorgando a la de Easton tuna especie de validez de segunda Iinea. Después de todo, la preocu- pacién directa por preservar la integridad territorial y cultural y la continwidad histérica de una colectividad asume, al parecer, una pre- cedencia tanto légica como cronolégica sobre la mera distribucisn in- terna de los valores producidos por sus miembros. Parece casi absurdo, cen contraposici6n, subordinar la concepcién de Schmitt a la de Eas- ton: deducir el mamenimiento mismo de la existencia independiente de la colectividad de la tarea de distribucién interna de valores. Pero las cosas no son tan simples. Aun si hacemos totalmente a un lado sus repulsivos matices morales, la perspectiva de Schmitt padece de demasiadas inadecuaciones serias para servir como un punto de partida conveniente. Su principal error es tomar la colectividad de re- ferencia (Nosotros) como un dato, en el que se basa para destacar su fragilidad, las amenazas que lo acechan y su carécter condicional. Pe- ro consttuir la colectividad, concederle la distintividad o el sentido de un destino comiin que la politica, segtin la entiende Schmitt, tiene el designio de salvaguardar, todo esto es, con seguridad, una empresa po- litica del orden més elevado. La colectividad no es un dato. En si mis- ma ¢s producto de la politica, que primero debe crearla y s6lo después defenderla. ¥ al crear ante todo la colectividad, es dificil que la politi- ca pueda prescindir precisamente de los procesos piblicos simbélicos que Easton pone de relieve y Schmitt desdefia Donde Easton, por su parte, se equivoca, es al ver esos procesos co- ‘mo equivalentes a la politica solo en la medida en que se refieren a las 34 distribuciones de valores. Como hemos visto, éstos deben ser genera ddos antes de poder distribuirlos; y es muy posible que la generacién sea més importante que la distribucién. Por otra parte, algunos de los valores asf creados por ejemplo una plaza publica, el derecho al vo- to- no pueden asignarse a individuos, sino que sélo pueden poseerse y disfrutarse colectivamente, i hay algo de brutal y demoniaco en el concepto de lo politico de Schmitt, hay algo de mezquine y filisteo en el de Easton. La politica es sin duda algo mas que un proceso de reparto de objetos valorados lle- vado a cabo ante miradas avidas por las manos codiciosas de una mul- titud de “colaboradores antagénicos”. Catlin se acerca més cuando define la politica como “interesada en las relaciones de los hombres, en asociacién y competencia, sumisiOn y control, en la medida en que procuran, no la produccién y consumo de algiin art{culo, sino encon- trar su lugar en la convivencia con sus semejantes”.! No obstante, es dificil ver de qué manera, como no sea a través de los procesos desta- cados por Easton la ereacién y sancién de decisiones colectivamente vinculantes, el modelado explicito de la interaccién, la conquista y el mantenimiento del orden interno-, pueden las colectividades alcanzar alguna ver la identidad distintiva que Schmitt considera su esencia, Tal vez en cierto sentido éste tenga raz6n al sefialar que las colecti- vidades s6lo pueden definir su identidad negando a otros lo que juz- gan como suyo. Pero cémo puede una colectividad discriminar entre amigo y enemigo si no es por referencia a una concepcin que nos converte en Nosottos? {Y eémo puede generarse tal concepcién, co- mo no sea ordenando de alguna manera distintiva su vida interna? Pero si esto es asf, :por qué negar el término “politico” a los procesos mediante los cuales esa concepcién se produce y se mantiene contra la amenaza de desorden intemo? 2G. EC. Catlin, Science and Method of Polcs (Nueva York, 1927), p. 262 [La teovia de la poltica, Madrid, Instituto de Estudios Politics, 1962} 35 En suma, si despojamos a la concepcién introspectiva de Easton de su énfasis excesivo en la distribucién y la extendemos hasta abarcar valores centrales para la colectividad que sus miembros slo pueden poseer en conjunto y no individualmente, obtenemos una perspectiva que apunta con tanta seguridad como la de Schmitt a un aspecto pri- mordial, distintivo y esencial de la politica. En sustancia, las dos con- cepciones son complementarias. Por més que uno pueda desechar la de Schmitt como demoniaca o fascista,’} la historia la confirmé repe- tidamente. Una vez que se reconocen el peligro y el desorden tiltimo de la vida social, sus implicaciones siguen siendo completamente amorales y -hoy ms que nunca~ absolutamente aterradoras. Pese a todos los adelantos de los dos iltimos siglos, tenemos hoy tantas razo- nes como Adam Smith para esperar, y tan pacas para creer, que “los habitantes de todas las diferences regiones del mundo puedan llegar a sa igualdad de coraje y fuerza que, al inspirar un temor mutuo, seré la Unica que pueda imponer a la injusticia de las naciones independien- tes alguna clase de respeto por sus derechos reciprocos”.!# La wera de la diferenciacién instieucional Hasta ahora hemos procurado identificar algunos requerimientos bési- cos de la existencia social que implica actividades que puede tenet sentido calificar de “politicas”. No hemos examinado cémo se presta atencién a esos requerimientos y c6mo se modelan esas actividades, excepto al sefialar que la autoridad siempre entrafia una disposicién mas © menos exclusiva de los medios de coercidn. Estas son cuestiones que ocupardn el resto del libro. A la luz del concepto general discutido en este capitulo, nuestra tarea consistiré en examinar el desarrollo a lo 2 Véase K. Lowith, Gesammele Abhandurgen (Seuttgatt, 1960), pp. 93 y siguientes. **Citado en el Times Higher Education Supplement, 27 de agosto de 1976, p. 13. 36 largo del tiempo de los rasgos estructurales distintivos de un sistema de gobierno, el estado moderno. Como corresponde a la naturaleza misma del estado moderno que haya muchos estados, y como éstos exhibieron histéricamente una enorme variedad de dispositivos institucionales, esta claro que se ha- bla del estado mademo como un sistema de gobierno sélo en un ele- vado nivel de abstraccién. En ese nivel, a algunos socidlogos les parece apropiado considerar su formacién como un ejemplo de “dife- renciacidn institucional”, el proceso mediante el cual los grandes pro- blemas funcionales de una sociedad dan origen en el transcurso del tiempo a varios conjuntos de dispositivos institucionales cada vez més elaborados y distintivos. En esta perspectiva, la formacién del estado ‘moderno es paralela a y complementa varios procesos similares de di- ferenciacién institucional que afectan, digamos, la economia, la fami- lia y la religion. Este enfoque tiene ilustres defensores, tanto entre los grandes so- cislogos del pasado, que lo utilizaron para obtener un dominio con- ceptual de la naturaleza de la sociedad moderna, como entre sus epigonos contemporsneos.'* También tiene vinculos atractivos con otras disciplinas que abordan el cambio evolutivo. Y se lo puede apli- car en varios niveles. De tal modo, uno podria decir que el fenomeno clave en el desarrollo del estado moderno fue la institucionalizacién, dentro de las sociedades occidentales “modernizadoras”, de la distin- 'S Entre los sociSlogos clésicos, los partidatios més influyentes y explicitos de este enfoque teérico son tal vez Spencer y Durkheim. (Por alguna raz6n, la contribucién de Simmel seseRala con menos frecuencis.} Notables entee la exposiciones contem- porineas son T. Parsons, Societies y The System of Mader Societies (Englewood Clif, Nj, 1966 y 1971) [La sociedad. Perspectvas evolutivas y comparaivas, México, Trilla, 1974; El sistema de lassocedades modemas, México, Teilas, 1974} N. Smelse, Essays in Sociological Explanation (Englewood Cis, \), 1968), Parte ti; yN. Luhmann, “Sys- temtheoretische Argumentationen”, en J. Habermas y N. Luhmann, Theorie der Ge- sellschaft oer Sovialechnologie (Francfort, 1971), en especial pp. 361 y siguientes 30 cin entre el Ambito privadofsocial y el ambito publicofpolitico, y que el mismo proceso se llevs luego més adelante dentro de cada dominio. En el ambito piblico, por ejemplo, la “division de poderes” asigns di- ferentes funciones de gobierno a diferentes drganos constitucionales; en el ambito privado, el sistema ocupacional se diferencié.atin més de, digamos, la esfera de la familia. ¥ asf sucesivamente. ‘Asi, un partidario de este enfoque tiene la considerable ventaja de aplicar un modelo tinico mas o menos elaborado del proceso de dife- renciacién, con las especificaciones y los ajustes oportunos, a una am- plia gama de sucesos, mostrando cémo opera en cada caso la misma “I6gica”. Y en efecto en varios puntos de este libro lo consideré fructi- fero, Pero en términos generales no lo adopté, por tres razones. Primero, por su afinidad (a menudo explicitamente declarada) con el evolucionismo biolégico, el enfoque parece pretender el estatus de una teorfa cientifica propiamente dicha, en especial la aptitud de ex- plicar los fenémenos que analiza. Sin embargo, y completamente al margen de la cuestién de si los socislogos pueden aspirar legitima- mente a una meta sémejante, nadie sefialé todavia mecanismos de evolucién social con al menos una parte de la capacidad explicativa de los elaborados por Darwin o Mendel para la evolucién natural.!6 Segundo, cualesquiera sean sus fortalezas o debilidades, la teorfa postula un proceso acumulativo e irreversible de diferenciaci6n. De tal modo, no puede arrojar luz, explicativa o de otra clase, sobre los fenmenos recientes que tienden a desplazar la distincién entre esta- do y sociedad, y que sugieren con ello no un proceso de diferencia- cidn sino de desdiferenciacién. Por Gltimo, cualquier intento de traducir la historia institucional del estado moderno puramente en términos de una teoria general del 6 Vease la aguda critica a las viejas y nuevas formas de “evolucionismo social” {que formulan B. Giesen y M, Schmid en “System und Evolution”, Soziale Welt, 26 (1975), pp. 385 y siguientes 38 ‘cambio social puede, a lo sumo, rastrear la difusién del estado como entidad existente desde su nticleo europeo hasta dreas remotas. Pero eso no es suficiente para nuestros objetivos en este libro. Una teoria general de ese tipo no puede incluir los origenes del estado. No puede identificar dentro de una sociedad dada las fuerzas e intereses distinti- vos (“materiales e ideales”, en los términos de Weber) de cuya interac- ccidn surgié ese nuevo sistema de gobierno. Tampoco puede comenzar a hacer justicia a componentes de tanto peso en el desarrollo del esta- do moderno como la concepcién griega del proceso politico, con su dualidad caracteristica de discusién pablica en un extremo y ley im- ponible en el otro;!? el individualismo y universalismo religiosos del cristianismo;!8 y el punto de vista germénico de que la usurpacién de los derechos puede resistirse legitimamente aun contra las personas de rango superior al nuestro. No puedo afirmar que el tratamiento tipol6gico intentado en los ca- pitulos siguientes da a tales factores toda la relevancia que merecen. Sélo espero que con el empleo de un esquema en que tienen su sitio, pueda llevar al lector més allé de la nocién relativamente superficial de la “diferenciacién institucional” y hacer que alcance una compren- sién mas profunda de la complejidad de los sucesos histsricos que par- ticiparon en la creacién del estado moderno. 17 Véase M. I Finley, Democracy Ancient end Moder (Londres, 1973) [Vieja y nue- ‘va democracia, Barcelona, Ariel, 1980). '8 Veanse las piginas iniciales de L. Ranke, The History of the Popes (Londres, 1847), vol |, pp. 1-16 [Historia de los popas en la época moderna, México, Fondo de Cul- tura Econémica, 1988]; también F. Ruffini, Rlazioni era stato e chiesa(Bolonia, 1976). 9 Vease O. Brunner, "Freiheitstechte in dr altstindischen Gesellschaft”, en E-W. Bockenfirde (comp.), Staat und Gesellschaft (Darmstadt, 1976), p. 30. 39)

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