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TEORÍA Y PRÁCTICA DE LA REFORMA:

VIDA Y OBRA DE MELCHOR OCAMPO

En el hermoso valle de Maravatío, en la parte nordeste de Michoacán, por donde


Huye el río Lerma y recibe las aguas de muchas corrientes tributarias, se encuentra la
que fue hacienda de Pateo, cuyo casco dista unos dos kilómetros de la actual estación
que lleva ese mismo nombre, sobre la vía del ferrocarril de Toluca y Acámbaro, que
ahora llega a Morelia, Uruapan, Apatzingán y Lázaro Cárdenas. Al estallar la revolución
de independencia y, más concretamente, cuando las huestes de Hidalgo pasaron por
Maravatío y Pateo, en la segunda quincena de octubre de 1810, se unieron a ese ejército
muchos habitantes de la región, siendo el más connotado entre ellos Ignacio López
Rayón. A partir de entonces, los habitantes del valle de Maravatío participaron
activamente en la insurgencia, lo mismo que los vecinos de las regiones colindantes de
Tlalpujahua y Zitácuaro. Entre los muchos simpatizantes y colaboradores eficaces de la
independencia se encontraba Francisca Xaviera Tapia, propietaria de Pateo, en cuya
finca se albergaron algunas ocasiones soldados insurgentes y de quien recibieron
provisiones y otras muchas ayudas. Pateo se convirtió en un centro de comunicación y
reunión, sirviendo no pocas veces como lugar de refugio para los combatientes y otros
participantes del movimiento insurgente.
En ese ambiente agitado y fervoroso, el 6 de enero de 1813 nació en Pateo un niño al
que pusieron por nombre, según se acostumbraba entonces, el de uno de los santos del
día, Melchor, acompañado de otro, Telésforo, que pronto dejó de usar. Sobre el origen de
su apellido, Ocampo, no se sabe nada, tal como sucede con el que llevó lean Le Rond
d'Alembert. Acerca de su padre solamente se han podido hacer algunas conjeturas,
aunque sí se puede considerar como muy probable que haya sido uno de los muchos
insurgentes que frecuentaban Pateo. Con respecto a su madre se tienen indicios muy
poderosos de que lo fue la propietaria de la hacienda. Lo cierto es que la señora Tapia lo
cuidó amorosamente desde su nacimiento, atendió maternalmente las necesidades de su
niñez, le procuró la mejor educación y, al morir, lo designó heredero universal de sus
bienes, no obstante que tenía varios parientes cercanos. A partir de los 6 años de edad el
niño Melchor hizo sus estudios primarios en Tlalpujahua y Maravatío, terminándolos en
1823. Al año siguiente viajó a la Ciudad de México, acompañado de su madrina, la
señora Tapia, con la intención de seguir estudiando; pero su carácter chocó con el
ambiente escolar y, por esa razón, consiguió volver a Pateo. Poco antes, en agosto de
1823, apenas formado el gobierno republicano, se había aprobado el establecimiento de
las cátedras de derecho en el Seminario Tridentino y Conciliar de Valladolid, la actual
Morelia. En esas condiciones, el adolescente Melchor se inscribe en el Seminario, el 18
de octubre de 1824, para seguir el bachillerato en derecho. En marzo de 1829, durante
el curso de sus estudios, el Congreso del estado de Michoacán faculta al Presidente del
Supremo Tribunal de Justicia para conferir el grado de Bachiller en Derecho, conforme a
los estatutos de la Universidad de México. Para 1830, Ocampo ha terminado el
bachillerato, corno consta en un certificado de sus estudios sobresalientes, expedido en
agosto de ese año. A principios de 1831 enferma gravemente la señora Tapia,
trasladándose a la capital de la república, acompañada por el joven Melchor.
Desgraciadamente el mal empeora y, el 29 de marzo, muere la recia e inteligente mujer
de quien recibiera Ocampo amorosa ternura, cuidados delicados, orientación ideológica,
disciplina para el trabajo y firmeza de carácter. Francisca Xaviera Tapia siguió
protegiendo a Ocampo para el resto de su vida, al heredarle la propiedad de todos sus
bienes.
Agobiado por el dolor, Ocampo debe haber recordado con mucho cariño, y
repetitivamente, los acontecimientos de los años pasados en compañía de quien fue
realmente su madre, independientemente de que lo haya parido o adoptado.
Seguramente tuvo momentos de profunda desesperación, en los cuales sentía ahogarse
sin vislumbrar una salida. Pero, finalmente, debe haber acabado por triunfar la serenidad
en su ánimo. Entonces debe haberse propuesto seguir fielmente el ejemplo mirífico de su
madre, aunque está claro que en otras condiciones, apoyado en convicciones más
avanzadas y mejor fundamentadas, disponiéndose a superarla, para honrarla de manera
relevante. En esa tesitura, la primera tarea que se propuso Ocampo fue la de terminar sus
estudios. Así, a fines de julio de 1831 se inscribe en la Universidad de México, para
completar su aprendizaje del derecho. Al igual que antes, es un alumno aprovechado. En
octubre de 1833, al ser suprimida la Universidad, pasa como alumno del Establecimiento
de Jurisprudencia, creado por el gobierno liberal de Gómez Farías, y, al finalizar ese año,
comienza su práctica como abogado, después de haber presentado el examen general
previo al de recepción. Pero en 1834, cuando estaba a punto de obtener el título
universitario, sufre una crisis decisiva que lo hace renunciar a la carrera. Por una parte,
el Establecimiento de Jurisprudencia fue suspendido, junto con los otros cinco erigidos
el año anterior, para hacer volver a la Universidad a la situación que tenía. Otra de las
causas que desencadenan esa crisis en Ocampo es la decepción que le produce el
ejercicio de la abogacía, por las tretas y vicios que conlleva. Al mismo tiempo, también
obran en Ocampo su gran vocación por las ciencias naturales, su poderosa inclinación
hacia la agricultura y otras inquietudes que entonces lo apremian y lo apasionan. Como
consecuencia, Ocampo se retira a Pateo y, durante los seis años siguientes, se dedica
intensivamente al estudio de varias disciplinas científicas, a dirigir las faenas de su
hacienda, a beneficiar a los campesinos de la finca y de otras haciendas vecinas y, con
regocijo, a vivir plenamente.
La tranquilidad de esa época, única en su vida de adulto, solamente es interrumpida
por su alistamiento voluntario cuando Francia suscita la Guerra de los Pasteles en 1838,
que termina antes de que Ocampo empuñe las armas, y por un viaje de estudio que hace
a Puebla, Veracruz y algunas poblaciones de Oaxaca, en 1839. En Pateo, una buena parte
de su tiempo la pasa leyendo y reflexionando. Atiende diariamente las labores del campo
y se desempeña en las actividades de la administración. Escucha con atención a los
campesinos y procura ayudarlos de manera eficaz, sin importarle las mermas que así
infiere a su patrimonio. Excursiona frecuentemente por los alrededores, observando con
curiosidad científica la naturaleza y reflectando una multitud de vegetales,
particularmente yerbas, con las cuales realiza experimentos para determinar sus virtudes
y otras propiedades. Las convulsiones políticas de esos años, incluyendo la separación
de Tejas y la guerra subsecuente, deben haber afectado hondamente la conciencia de
Ocampo, incitándolo a pensar con agudeza en los problemas del país y a tratar de
encontrar soluciones racionales para algunos de ellos. En las noches despejadas era muy
afecto a contemplar el cielo, aprendiendo a distinguir las estrellas y las constelaciones en
la serenidad de su movimiento. Sin embargo ni aun entonces podía desentenderse de los
sucesos terrestres, de las muchas necesidades de sus compatriotas y de las iniquidades y
abusos a que se encontraban sometidos. También en esa época, Melchor Ocampo se
enamora. La persona a quien entrega su cariño es su nana, Ana María Escobar, la cual le
corresponde con un amor, una admiración y un afecto entrañables que duran hasta que
ella muere. Esos amores deben haberle producido a Ocampo muchas alegrías y
satisfacciones, aunque al principio no dejaron de producirle turbaciones y hasta
conflictos interiores, por lo desusado que era el tener relaciones maritales con su ama.
Sus preocupaciones se intensificaron cuando nació la primera de sus hijas, Josefa, a
mediados de 1836. Sin embargo, cinco años después, consiguió superar por completo
sus tribulaciones, particularmente cuando obtiene de manera explícita la comprensión de
su tutor, el licenciado Ignacio Alas, la cual era muy importante para Ocampo. Ya en esas
condiciones, en adelante pudo gozar tranquilamente de sus amores con la mujer de su
vida, de quien tuvo otras tres hijas: Petra, Julia y Lucila, nacida esta última en 1850.
Durante su prolongada estancia en Pateo no dejó de hacer cortos viajes a la Ciudad de
México, en donde asistía a las diversiones que había y conversaba asiduamente con sus
antiguos compañeros y otros amigos, tanto sobre cuestiones científicas que lo
entusiasmaban como acerca de los problemas políticos y económicos del país que lo
preocupaban. En uno de esos viajes, hecho a principios de 1840, sintiéndose agobiado
por sus problemas sentimentales y por la situación nada boyante en que se encontraba su
hacienda, debido principalmente a la compra de libros y las muchas dádivas que hacía a
los necesitados, decide marcharse a Europa. Por supuesto, el viaje mismo debe haberlo
apasionado desde tiempo atrás. Como todavía era inmaduro y creyendo que de otra
manera disgustaría a su tutor, inventa un cuento truculento y se embarca en Veracruz el 6
de marzo de 1840. Llega a París el 10 de mayo, prácticamente sin dinero, por lo que se
pone a realizar trabajos ocasionales para mantenerse precariamente; se sabe que varias
veces tuvo que contentarse solamente con frutas para comer. Desde un principio atrae
poderosamente su atención el Jardín de Plantas, en donde asiste a los cursos de
agricultura práctica y de industrias agrícolas, pensando desde entonces en las maneras de
adaptar algunos cultivos y de iniciar ciertos aprovechamientos técnicos de los productos
vegetales y animales en México. Asiste regularmente a las sesiones de la Academia de
Ciencias y de otras sociedades científicas cuando se tratan temas que le interesan.
También va con frecuencia a los espectáculos, especialmente a los teatros, las
ceremonias civiles y religiosas y las exposiciones de nuevos inventos. La cocina
francesa lo conquista definitivamente y, en la medida de sus posibilidades, se regala con
ella. Camina diariamente por las calles y callejuelas de París, todavía no provisto de las
grandes perspectivas que le dan los bulevares construidos años después por Haussmann.
En sus andanzas cotidianas se detiene en cada sitio que llama su atención y revisa
pacientemente las numerosas librerías, en las cuales siempre encuentra obras que le
interesan y que acaba por adquirir. Por último, su tutor le procura el nombramiento de
agregado a la Legación Mexicana en París, cuyo sueldo le permite vivir con cierta
holgura, lo mismo que viajar y, sobre todo, comprar muchos más libros.
Un día, Ocampo visita en París a José María Luis Mora, exiliado a raíz de la caída del
gobierno de Gómez Farías, de quien fuera principal consejero. La conversación con el
gran liberal y coautor del primer intento de reforma en México resulta bastante
impresionante para Ocampo. Una diferencia de 20 años de edad, los estragos causados
por la tuberculosis que padecía desde la juventud, la pobreza en que vivía, el abandono
en que lo tenían sus amigos y correligionarios, el fracaso de sus planes editoriales, la
creciente amargura que lo iba dominando a medida que se enteraba de los sucesos de su
amado país y la perspectiva de no poder regresar nunca (cosa que se cumplió, ya que
murió desterrado en 1850) hacían que Mora se mostrara más inflexible que antes y
mucho más aferrado a las conclusiones de sus propias reflexiones. En cambio, Ocampo,
a sus 27 años, debe haber tenido un torbellino de ideas en la cabeza y alentado grandes
esperanzas de poder intervenir en la transformación social, económica y cultural de
México. El resultado de la conversación no produjo simpatía. En una carta alusiva,
Ocampo dice de Mora que es "sentencioso como un Tácito, parcial como un reformista y
presumido como un escolástico; pero habla con una facilidad y elegancia extraordi-
narias, manifiesta sin esfuerzo una gran literatura, y clasifica y metodiza sus ideas con
una precisión sorprendente. Me ha recibido muy bien, de lo que estoy muy contento;
pero no lo frecuenté, sin embargo, porque me parece un apóstol demasiado ardiente para
creerlo desinteresado en sus doctrinas, y un partidario tan exclusivo no ha de hacer
largas migas, sino con quien, en todas sus conversaciones, se sujete a no tener opinión
propia". A lo anterior, debemos agregar las diferencias de pensamiento que los
separaban, siendo el de Ocampo más avanzado y teniendo, ya desde entonces, la
convicción profunda de que la teoría es una interpretación de la práctica para cambiarla
y de que, por lo tanto, es en la práctica en donde se realiza la teoría. No obstante,
Ocampo estudió acuciosamente las obras de Mora, especialmente México y sus
Revoluciones, que siempre estuvo en su biblioteca de Pateo. Al finalizar el año de 1840
viaja a Roma, en donde visita bibliotecas y museos, asiste a ceremonias y admira los
monumentos. Después recorre una gran parte de Italia a pie, visita Suiza y, en marzo de
1841, vuelve a París, en donde reanuda su vida de estudio, diversión y ocio reflexivo.
En julio de 1841, Ocampo decide regresar, para lo cual cede su nombramiento de
agregado y se embarca para México. El 20 de septiembre llega a Veracruz, ya como un
hombre maduro. Pone en orden sus asuntos financieros y vende la hacienda de Pateo,
reservándose la fracción llamada Rincón de Tafolla, a la que pone el nombre de Pomoca,
anagrama de su apellido, que evoca a Pomona, la deidad romana de las flores y los
jardines. Durante ocho meses se entrega a la vida familiar y campesina, reorganiza las
tareas de la finca, vuelve a las herborizaciones y prosigue sus lecturas. Ese periodo de
tranquilidad termina pronto, en junio de 1842, cuando comienza su actividad política, al
ser elegido diputado por Michoacán al Congreso Constituyente convocado por Santa
Ana. Participa entonces sensatamente en las discusiones que se suscitan mientras el
Congreso sesiona. Porque el 19 de diciembre, Santa Anna obliga al presidente sustituto
Nicolás Bravo a disolver el Constituyente. Los diputados lanzan un Manifiesto a la
Nación, antes de disgregarse y regresar a sus hogares. No sabemos hasta qué punto haya
podido influir Ocampo para que se redactara ese Manifestó, pero lo cierto es que desde
entonces adquirió la costumbre invariable de dar cuenta pública de sus actuaciones
políticas cada vez que las daba por terminadas.
De vuelta a Pomoca se reintegra a sus estudios, rodeado del cariño de su mujer y sus
hijas, de la estimación de los vecinos y del afecto de sus gañanes y otros trabajadores. El
4 de marzo de 1843 hace la observación precisa de la trayectoria de un cometa. Sigue en
correspondencia epistolar con sus amigos, particularmente con aquellos que comparten
sus inquietudes científicas y sus preocupaciones políticas. Se decide a publicar varias de
las cartas escritas en París, por considerarlas de interés, cosa que hace en El Museo
Mexicano. El 30 de noviembre de 1843 ingresa como miembro a la Sociedad Filoiátrica,
que se había fundado en 1841, leyendo un trabajo sobre las cactáceas. Al año siguiente
publica sus Idiotismos hispano-mexicanos, iniciados desde París, que lo acreditan como
lexicógrafo eminente. Experimenta con una planta, la trompetilla, Bouvardia
jaquiniana, como remedio contra la rabia, logrando curar con la aplicación de ella a dos
campesinos mordidos por un coyote rabioso. También empieza a publicar su Ensayo de
una carpología aplicada a la higiene y la terapéutica, que comprende la descripción
minuciosa de 44 frutos útiles, y su Bibliografía mexicana, que consta de 30 obras
escritas en muy diversas lenguas indígenas, anotadas y estudiadas por Ocampo. En enero
de 1845 observa el paso de otro cometa, publicando sus observaciones. El 24 de mayo es
nombrado director de la Escuela Nacional de Agricultura por Lucas Alamán, en su
carácter de Director General de la Industria Nacional. Sin embargo, la institución pro-
yectada no llegó a realizarse entonces. De esa manera, Ocampo continúa actuando hasta
después de mediar el año de 1846, alternando sus actividades científicas con los ensayos
de nuevos cultivos, la administración de la finca y la vida en familia.
El 5 de septiembre de 1845, el presidente de la república Mariano Salas designa a
Melchor Ocampo gobernador interino de Michoacán. Poco después, al verificarse las
elecciones, pasa a ocupar el cargo de gobernador constitucional, desde el 27 de
noviembre. Un mes más tarde, el 24 de diciembre, toman posesión de la presidencia y la
vicepresidencia de la república, también por elección, Antonio López de Santa Anna y
Valentín Gómez Farías, respectivamente. A los pocos días queda Gómez Farías
encargado de la presidencia. Para Ocampo comienzan a darse así las condiciones para
llevar a la práctica la Reforma. Desde luego, Gómez Farías vuelve a tratar de gobernar
con base en los principios y las experiencias de 1833. Sin embargo, la iniciación de la
invasión norteamericana y la rebelión de los "polkos" en la capital hacen que Santa Anna
le retire el poder a Gómez Farías en marzo de 1847. A pesar de todo, Melchor Ocampo,
como otros muchos de sus contemporáneos liberales, hace suyas las grandes expe-
riencias históricas de 1833 y procura basar en ellas los lineamientos de su gobierno. La
primera de esas experiencias era la de que en 1833 se conoció electivamente la
posibilidad de transformar las instituciones económicas, políticas y culturales de la
nación; la segunda había sido que entonces se comprobó indudablemente que los
principios pactar la paz. Pocos días después de firmarse el Tratado de Guadalupe, por
medio del cual la república mexicana perdió más de la mitad de su territorio, Melchor
Ocampo renuncia a la gubernatura de Michoacán, en marzo de 1848. En las elecciones
que se hacen en mayo, por parte de la legislaturas estatales, para nombrar presidente de
la república, Ocampo obtiene algunos votos. Ese mismo año, al establecerse la Cámara
de Senadores y realizarse las elecciones, Ocampo es nombrado senador por Michoacán.
En marzo de 1850 es designado ministro de Hacienda por el presidente José Joaquín de
Herrera, puesto al que renuncia dos meses después, exponiendo claramente los motivos
que tuvo para hacerlo. En enero de 1851 vuelve a ser candidato a la presidencia de la
república.
El año de 1851 lo pasa Ocampo entre Pomoca y la Ciudad de México. Implicado
directamente en la política, debe haber reflexionado gravemente acerca de la situación
del país. Sin duda, entre sus reflexiones deben haber estado comprendidos los principios
del programa de gobierno de Valentín Gómez Farías, expuesto claramente por Mora:

Libertad absoluta de opiniones y supresión de las leyes represivas de la prensa.


Abolición de los privilegios del clero y de la milicia. Supresión de las
instituciones monásticas y de todas las leyes que atribuyen al clero el
conocimiento de los negocios civiles. Reconocimiento, clasificación y
consolidación de la deuda pública, designación de fondos para pagar, desde luego,
su renta y de hipotecas para amortizarla más adelante. Medidas para hacer cesar
y reparar la bancarrota de la propiedad territorial, para aumentar el número de
propietarios territoriales, fomentar la circulación de este ramo de la riqueza
pública y facilitar medios de subsistir y adelantar a las clases indigentes, sin
ofender en nada el derecho de los particulares. Mejora del estado moral de las
clases populares por la destrucción del monopolio del clero en la educación
pública, por la difusión de los medios de aprender y la inculcación de los deberes
sociales, por la formación de museos, conservatorios de artes y bibliotecas
públicas, y por la creación de establecimientos de enseñanza para la literatura
clásica, de las ciencias y la moral. Abolición de la pena capital para todos los
delitos políticos y aquellos que no tuviesen el carácter de un asesinato de hecho
pensado. Garantía de la integridad del territorio nacional.

También debe haber reflexionado mucho Ocampo en los medios para llevar a la
práctica tales principios, fijando su atención en los actos ejecutados por ese gobierno
liberal en 1833: la secularización de los bienes de las misiones existentes en California,
la supresión de la Real y Pontificia Universidad de México, la organización de la ins-
trucción pública, la cancelación de la coacción civil para el cobro de diezmos, la
prohibición de sermones políticos, la abolición de la compulsión civil para el
cumplimiento de los votos monásticos y la decisión de que la deuda pública se pagase
mediante la nacionalización de los bienes eclesiásticos.
Al comenzar ese año, se produjo en Maravatío un incidente que puso de manifiesto,
de una manera obvia, cómo el clero manejaba inflexiblemente el cobro de las
obvenciones parroquiales. Al fallecer su marido, una mujer indigente acudió ante el cura
para pedirle que accediera a enterrarlo por caridad. El cura se negó terminantemente. Y,
a los muchos ruegos y lágrimas de la mujer, aquél acabó por decirle: "Pues si no tienes
con qué enterrarlo, sálalo y cómetelo, porque yo no les he de dar de comer de caridad a
los vicarios, al sacristán, ni al campanero". Cuando Ocampo se entera del incidente, da a
la mujer los 8 pesos que le exigía el cura para que el sepelio pudiera realizarse. Pero se
queda profundamente indignado y busca una solución definitiva para tales casos. Se
decide por ejercer una acción radical, haciendo una representación ante la legislatura del
estado, sobre la reforma de los aranceles y las obvenciones parroquiales.
Poco después inclusive redacta un proyecto de ley al respecto, que hace suyo el
ayuntamiento de Maravatío. Dicha representación fue impugnada por "un cura de
Michoacán", quien estuvo asesorado por Clemente de Jesús Munguía, más tarde obispo
de esa diócesis. Ocampo responde en tres capítulos. Luego se publica una segunda
impugnación, que Ocampo también contesta. Y hay todavía una tercera impugnación,
que merece la respuesta de Ocampo en dos partes. La polémica empieza el 8 de marzo y
termina hasta el 15 de noviembre. La lectura de esta discusión, que aparece íntegramente
en sus Obras completas, no resulta fácil en la actualidad, porque nos encontramos fuera
del contexto en que se desarrolló. No obstante, es sumamente interesante hacerla, para
quien quiera conocer a fondo la cuestión debatida. Entre las impugnaciones y las
respuestas de Ocampo, puede advertirse cómo éste domina el terreno, por la solidez de
sus conocimientos, la firmeza de sus convicciones y el rigor de sus razonamientos. Lo
más importante es que en el contenido que da Ocampo a sus argumentaciones ya se
encuentran expuestos, a veces implícitamente y otras de un modo abierto, los
fundamentos de la Reforma que va a implantar unos cuantos años después. Igualmente
se encuentra, al empezar el último párrafo de la primera impugnación, la amenaza de
muerte que, desde entonces, el clero político lanzó expresamente en su contra.
En junio de 1852, por elección, Melchor Ocampo vuelve a ser gobernador del estado
de Michoacán. Durante esta gestión pronuncia un discurso de gran trascendencia en el
Colegio de San Nicolás y, más tarde, lanza un Manifiesto a los Pueblos de Michoacán,
en el cual expone con gran nitidez su programa político. En julio establece los estudios
profesionales de agricultura y de ingeniería civil. Luego, erige los estudios profesionales
de escribanía pública, reglamenta la enseñanza de la obstetricia y funda, a sus expensas,
una Academia de Música, en Morelia. El 16 de septiembre pronuncia un discurso cívico
importante. Ante la nueva insurrección de los santanistas, Ocampo renuncia a la
gubernatura en enero de 1853. Regresa a Pomoca, aunque será por unos cuantos meses.
En junio de ese mismo año es aprehendido en su finca por órdenes de Santa Anna y es
llevado a Tulancingo, en donde queda confinado en casa de un amigo. En noviembre es
enviado preso al castillo de San Juan de Ulúa, en Veracruz. Y, en enero de 1854, parte al
destierro, en compañía de su hija mayor, Josefa. Va primero a Cuba y luego a Nueva
Orleans, en donde se encuentra con otros conspicuos liberales también exiliados, siendo
uno de ellos Benito Juárez. Muy pronto, Ocampo se radica en Brownsville, en donde
puede vivir con menos dinero y, además, se encuentra en la frontera con México. El 1º
de marzo es proclamado el Plan de Ayutla, encabezando la revolución el general Juan
Álvarez, viejo luchador insurgente. En Brownsville se constituye entonces la Junta
Revolucionaria Mexicana, con Ocampo como presidente, Ponciano Arriaga como
secretario y José María Mata como tesorero. Dicha junta elabora el programa de la
revolución, al mismo tiempo que organiza y realiza acciones militares efectivas en
Tamaulipas y Nuevo León. En plena guerra revolucionaria, Santa Anna consuma la
venta a los Estados Unidos de otra parte del territorio nacional, por medio del Tratado de
la Mesilla, el 20 de julio de 1854. Mientras tanto, la revolución va ganando terreno.
Cuando los integrantes de la junta consideraron asegurado el triunfo, la disolvieron. En
efecto, el 12 de agosto de 1855 renuncia Santa Anna, ante la arrolladora victoria de los
revolucionarios. Ocampo regresa a Veracruz el 14 de septiembre. Diez días después,
Álvarez convoca a la designación de los representantes de todos los estados de la
república, según lo dispuesto por el Plan de Ayutla, y los llama a reunirse en Cuernavaca
el 4 de octubre. La Junta nombra a Valentín Gómez Farías como su presidente y a
Ocampo como su vicepresidente. En seguida, elige como Presidente de la República a
Juan Álvarez, cuya candidatura es seguida en la votación por la de Ocampo.
El presidente Álvarez encarga a Ocampo la formación del gabinete. No sin tener que
resolver algunas dificultades serias, el gabinete queda integrado por Benito Juárez en
Justicia, Guillermo Prieto en Hacienda, Ignacio Comonfort en Guerra y Melchor
Ocampo en Relaciones y Gobernación. El 17 de octubre es lanzada la convocatoria para
el Congreso Constituyente. Sin embargo, a pesar de todo, las diferencias políticas en el
seno del gabinete subsisten y el día 20 renuncia Ocampo como ministro, acompañando
su retiro con una explicación completa de su posición. El 23 de noviembre se promulga
la primera de las Leyes de Reforma, suprimiendo los fueros eclesiásticos y militares y
estableciendo la administración civil de la justicia de manera común para todos los
mexicanos. El 8 de diciembre renuncia Álvarez y designa a Comonfort como presidente
sustituto de la república. El 18 de febrero inicia sus trabajos el Congreso Constituyente.
Ocampo es diputado por Michoacán, por el Distrito Federal y por el Estado de México,
quedando como representante por Michoacán, en razón de su nacimiento. Participa de
manera un tanto intermitente en las sesiones del Congreso, aunque lo preside durante el
mes de marzo y es miembro de algunas comisiones. También participa activamente en la
discusión y redacción de algunos de los artículos más importantes. El 31 de marzo de
1856 se publica la Ley para intervenir los bienes eclesiásticos de la diócesis de Puebla,
con el propósito de indemnizar a la república y a sus habitantes de los perjuicios y
menoscabos sufridos durante la guerra. El 5 de junio se suspende la Compañía de Jesús,
cuyo regreso a México y la devolución de sus bienes habían sido autorizados por Santa
Anna, en 1853. Finalmente, el 25 de junio se decreta la desamortización de las
fincas rústicas y urbanas que eran propiedad de corporaciones civiles y religiosas, junto
con la prohibición de que en adelante dichas corporaciones pudieran adquirir o arrendar
bienes raíces. El fundamento de esa disposición, que pareció entonces desorbitada a los
conservadores y poco radical a ciertos liberales, se encontraba en la consideración de
que "uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y el engrandecimiento de la
nación era la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad
raíz, base fundamental de la riqueza pública", según decía su redactor, Miguel Lerdo de
Tejada.
El 5 de febrero de 1857 es aprobada la nueva Constitución Política de la república
mexicana. El propio Congreso anuncia su promulgación con un manifiesto, en el que se
dice:

La gran promesa de Ayutla está cumplida. Los Estados Unidos Mexicanos vuelven
al orden constitucional. El Congreso ha sancionado la Constitución más
demócrata que ha tenido la República [Marx, al conocerla, fue más allá,
saludándola como "la Constitución más avanzada del mundo"]; ha proclamado los
derechos del hombre, ha trabajado por la libertad, ha sido fiel al espíritu de su
época, a las inspiraciones radiantes del cristianismo, a la revolución política y
social a que debe su origen, ha edificado sobre el dogma de la soberanía del
pueblo y no para arrebatárselo sino para dejar al pueblo en ejercicio de su
soberanía [. . .]. La igualdad será de hoy más la gran ley de la República; no habrá
más mérito que el de las virtudes; no manchará el territorio nacional la esclavitud,
oprobio de la historia humana; el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable;
el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas
que el respeto a la moral, a la paz pública y a la vida privada; el tránsito, el
movimiento, sin dificultades; el comercio, la agricultura, sin obstáculos; los
negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos; no habrá leyes
retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias, ni jueces especiales, ni
confiscación de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se
violará la correspondencia [. . .] [y] será una verdad práctica la inviolabilidad de la
vida humana [. . .].

Después de triunfar en las elecciones constitucionales, Ignacio Comonfort y Benito


Juárez toman posesión como Presidente de la República y Presidente de la Suprema
Corte de Justicia, respectivamente, el 1º de diciembre de 1857. Pocos días más tarde, el
17, Comonfort da un golpe de Estado, disolviendo el Congreso. El 11 de enero se
pronuncia Félix Zuloaga en Tacubaya. Juárez sale de la Ciudad de México, investido
como Presidente de la República por ministerio de la Constitución y llega a Guanajuato
el 19 de enero de 1958. Melchor Ocampo abandona Pomoca y se une al gobierno cons-
titucional en Guanajuato, siendo designado miembro del gabinete. El gobierno se
traslada a Guadalajara, en donde estuvieron a punto de perder la vida el presidente
Juárez y sus ministros. Embarcan luego en Manzanillo hacia Panamá, luego van a Nueva
Orleans y, finalmente, llegan a Veracruz, en donde se mantiene el gobierno legítimo
hasta el final de la Guerra de los Tres Años. Durante ese lapso, Melchor Ocampo es el
presidente del gabinete, ministro de Gobernación, encargado del despacho de Relaciones
Exteriores y también del despacho de Guerra y Marina. Su relevancia en el gobierno es
ostensible. También es el único civil que ha ocupado el ministerio de Guerra a lo largo
de toda nuestra historia y, por lo demás, lo es precisamente en una época de guerra. Lo
que resulta más importante todavía es que en esos tres años se expidieron las Leyes de
Reforma. Igualmente es interesante señalar que todas ellas, salvo la ley debida a Lerdo
de Tejada, fueron redactadas por Ocampo. Antes de iniciar la expedición de esas leyes,
el gobierno lanza un Manifiesto a la Nación, el 7 de julio de 1859, explicando sus
fundamentos, su contenido y sus alcances. Como se sabe, las Leyes de Reforma fueron
incorporadas después a la Constitución de 1857, durante la presidencia de Sebastián
Lerdo de Tejada, y, desde 1917, figuran en la Constitución que actualmente nos rige. No
obstante, al autor de estas líneas y a otros muchos mexicanos les consta que cien años
después, en 1959, cuando el Círculo de Estudios Mexicanos preparó un documento para
conmemorar el centenario de la Reforma que, en buena parte, consistía en transcribir el
Manifiesto a la Nación de 1859, resultó que no fue posible publicarlo en periódico
alguno, ya que las direcciones de los diarios decidieron que el documento era ofensivo
para el clero político y constituía una incitación al delito de disolución social. Por
consiguiente, el pensamiento de Ocampo sigue siendo considerado lomo subversivo más
de un siglo después, aunque se haya convertido en texto constitucional.
El 12 de julio de 1859 se promulga la Ley por la cual se separó a la Iglesia del Estado
y se nacionalizaron los bienes del clero. Conforme a ella:

Habrá perfecta independencia entre los negocios del Estado y los negocios
puramente eclesiásticos. El Gobierno se limitará a proteger con su autoridad el
culto público de la religión católica, así como el de cualquier otra [. . .). Entran al
dominio de la nación todos los bienes que el clero regular y secular ha estado
administrando con diversos títulos
sea cual fuere la clase de predios, derechos y acciones en que consistan, el nombre
y aplicación que hayan tenido [. . .]. Se suprimen en toda la República las órdenes
de los religiosos regulares que existen, cualquiera que sea la denominación o
advocación con que se hayan erigido, así como también todas las archicofradías,
congregaciones o hermandades anexas a las comunidades religiosas, a las
catedrales, parroquias o cualesquiera otras iglesias [. . .]. Queda prohibida la
fundación o erección de nuevos conventos de regulares, de archicofradías,
congregaciones o hermandades religiosas, sea cual fuere la forma o denominación
que quiera dárseles [, . .]. Igualmente queda prohibido el uso de los hábitos o
trajes de las órdenes suprimidas [. . ,). Los eclesiásticos regulares de las
órdenes suprimidas que [. . .] se reunieren en cualquier lugar para aparentar que
siguen la vida en común, se les expulsará inmediatamente fuera de la República [.
. .]. Los libros, impresos, manuscritos, antigüedades y demás objetos
pertenecientes a las comunidades religiosas suprimidas se aplicarán a los museos,
liceos, bibliotecas y otros establecimientos públicos [. . ,].

El 23 de julio de 1859 se expide la Ley del matrimonio civil, ya que, por la


independencia declarada de los negocios del Estado, respecto de los eclesiásticos, había
cesado la delegación que el propio Estado había hecho al clero para que con sólo su
intervención en el matrimonio éste surtiera todos sus efectos civiles. Por lo tanto, reasu-
miendo todo el ejercicio del poder, el Estado declara que:

El matrimonio es un contrato civil que se contrae lícita y válidamente ante la


autoridad civil. Para su validez bastará que los contrayentes, previas las
formalidades que establece esta ley, se presenten ante aquélla y le expresen
libremente la voluntad que tienen de unirse en matrimonio [. . .]. Los que
contraigan el matrimonio de la manera que expresa el artículo anterior, gozan de
todos los derechos y prerrogativas que las leyes civiles conceden a los casados [. .
.].

Por cierto que, la llamada "Epístola de Melchor Ocampo", que se leía al quedar
concluido el matrimonio civil, no es otra cosa que el texto del artículo 15 de la ley en
cuestión. El 28 de julio del mismo año se expide la Ley que establece el registro civil del
nacimiento, el matrimonio y el fallecimiento de las personas, para perfeccionar la
independencia en que deben permanecer recíprocamente el Estado y la Iglesia. Así, "se
establecen en toda la República funcionarios que se llamarán jueces del estado civil y
que tendrán a su cargo la averiguación y modo de hacer constar el estado civil de todos
los mexicanos y extranjeros residentes en el territorio nacional, por cuanto concierne a
su nacimiento, adopción, arrogación, reconocimiento, matrimonio y fallecimiento". El
31 de julio se decreta la Ley que determina:
[. . .] cesa en toda la República la intervención que en la economía de los
cementerios, camposantos, panteones y bóvedas o criptas mortuorias ha tenido
hasta hoy el clero así secular como regular. Todos los lugares que sirven
actualmente para dar sepultura, aun las bóvedas en las iglesias catedrales y en los
monasterios de señoras, quedan bajo la inmediata inspección de la autoridad civil,
sin el conocimiento de cuyos funcionarios respectivos no se podrá hacer ninguna
inhumación. Se renueva la prohibición de enterrar cadáveres dentro de los
templos.

El 6 de agosto, Melchor Ocampo envía una circular a los gobernadores de los Estados
para explicar las leyes del registro civil. En particular, insiste en la necesidad de
establecer cementerios civiles en toda la república, para cumplir con las disposiciones de
la Ley y para remediar

[. . .] la sórdida e insensible avaricia del clero, la repugnante y bárbara frialdad


con que algunos de sus miembros tratan a la pobre viuda o al desvalido huérfano
que le han hecho presente su imposibilidad material de pagar derechos por el
entierro [...], el increíble, pero cierto, cinismo con que dicen cómetelo a quien
necesitaría ayuda y consuelo [. . .] y para desagraviar a la buena memoria de los
eminentes liberales y honrados ciudadanos Manuel Gómez Pedraza y Valentín
Gómez Farías [ambos fueron presidentes de la república], a cuyos cadáveres negó
el clero sepultura [. . .].

Por esos mismos días, al saberse la noticia de la muerte de Alejandro de Humboldt, el


gobierno mexicano expide un decreto, el 29 de junio, rindiéndole el homenaje de
declararlo benemérito de la patria y de encargar la hechura de una estatua de mármol en
Italia, para colocarla en el Seminario de Minas; misma que actualmente se encuentra en
el jardín de la Biblioteca Nacional. Un mes después, el 3 de agosto de 1859, el gobierno
de Juárez manda retirar la Legación de México ante la Santa Sede. Ocampo, ministro de
Relaciones Exteriores, dice:

Habiendo dispuesto el artículo 3 de la Ley de 12 de julio pasado que haya perfecta


independencia entre los negocios del Estado y los que sean puramente
eclesiásticos, al mismo tiempo que impuso al Gobierno la obligación de limitarse
a proteger con su autoridad el ejercicio del culto público de la religión católica
como el de cualquier otra, y proponiéndose [. . .] no intervenir de modo alguno en
los negocios espirituales de la Iglesia [. . .] y como, además, son muy pocas y
demasiado lánguidas las relaciones diplomáticas y comerciales que ligan a la
República con el Santo Padre, como soberano temporal de los Estados Pontificios
[. . .] ha tenido a bien disponer que se retire la Legación que México ha tenido
acreditada en Roma.

Quince meses después, el 4 de diciembre de 1860, se promulga la Ley sobre libertad


de cultos, que establece:

Las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se
establezcan en el país, como la expresión y efecto de la libertad religiosa [. . .]. En
el orden civil no hay obligación, penas ni coacción de ninguna especie con
respecto a los asuntos, faltas y delitos simplemente religiosos [. . .]. Quedan
abrogados los recursos de fuerza. Si alguna iglesia o sus directores ejecutaren un
acto peculiar de la potestad pública, el autor o autores de este atentado sufrirán
respectivamente las penas que las leyes imponen a los que separadamente o en
cuerpo lo cometieren [. . .]. Cesa el derecho de asilo en los templos [. . .]. El
juramento y sus retracciones no son de la incumbencia de las leyes [. . .]. Cesa,
por consiguiente, la obligación legal de jurar la observancia de la Constitución, el
buen desempeño de los cargos públicos y de diversas profesiones antes de entrar
al ejercicio de ellas [. . .]. Ningún acto solemne religioso podrá verificarse fuera
de los templos, sin permiso escrito concedido en cada caso por la
autoridad política [. . .]. Se prohíbe instituir heredero o legatario al director
espiritual del testador [. . .]. Se prohíbe igualmente nombrar cuestores para pedir o
recoger limosna con destino a objetos religiosos, sin la aprobación expresa del
gobernador respectivo [. . .]. Cesa el privilegio llamado de competencia, en cuya
virtud podían los clérigos retener con perjuicio de sus acreedores una parte de sus
bienes [. . .]. Las cláusulas testamentarias que dispongan el pago de diezmos,
obvenciones o legados piadosos de cualquier clase y denominación, se ejecutarán
solamente en lo que no perjudiquen la cuota hereditaria forzosa con arreglo a las
leyes, y en ningún caso podrá hacerse el pago con bienes raíces [. . .]. Los
gobernadores de los Estados cuidarán de que, en ningún lugar, falte decorosa
sepultura a los cadáveres, cualquiera que sea la decisión de los sacerdotes o sus
respectivas iglesias [. . .]. Aunque todos los funcionarios públicos en su calidad de
hombres gozarán de una libertad religiosa tan amplia como todos los habitantes
del país, no podrán con carácter oficial asistir a los actos de un culto o de obsequio
a sus sacerdotes [. . .]. La tropa formada está incluida en la prohibición que
antecede [. . .].

El triunfo de Jesús González Ortega, en Calpulalpan, hizo posible el traslado del


gobierno de Juárez a la capital de la república, a donde llega el 11 de enero de 1861, tras
de haber radicado por tres años en Veracruz. Melchor Ocampo se adelanta para dictar
varias disposiciones. Una de ellas es la de ordenar la intervención de los diezmatorios en
todos los estados, ya que, "habiendo sido el clero el principal promovedor, sostenedor e
instigador de la rebelión de Tacubaya y de la desastrosa guerra que de ella ha seguido;
habiendo tal guerra ocasionado a naturales y extraños multitud de gravísimos perjuicios,
siendo responsables, conforme a nuestras leyes, con sus personas y bienes, los autores de
las revueltas, el clero pagará con sus bienes los perjuicios ocasionados al país por la
última guerra". Otra disposición es la Orden por la cual "siendo el Colegio de Niñas,
denominado de San Ignacio [o de las Vizcaínas] de esta capital, un establecimiento de
educación no eclesiástico, sino meramente secular, cuyo patronato residía antiguamente
en el rey y hoy en la nación, se declara que los bienes que le pertenecen no están
comprendidos en la ley que nacionalizó los bienes eclesiásticos y que su administración
debe quedar en la misma forma y con los mismos cargos que hasta aquí". De esa manera
se hizo justicia al primer centro laico de enseñanza establecido en México desde 1767.
Al radicarse el gobierno en la capital, Juárez reorganizó el gabinete, quedando Ocampo
como ministro de Relaciones Exteriores, el 13 de enero. Pero, tres días después, Ocampo
renuncia al ministerio y, a pesar de que le ofrecen otros puestos, decide no aceptarlos y
volver a Pomoca.
Mientras tanto, se siguen expidiendo leyes y decretos. El 23 de enero se vuelve a
decretar la supresión de la Universidad de México. El 2 de febrero se publica la Ley de
Imprenta, estableciendo que: "Es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos en
cualquier materia. Ninguna ley ni autoridad puede establecer previa censura, ni exigir
fianza a los autores o impresores, ni coartar la libertad de imprenta, que no tienen más
limites que el respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública". Ese mismo día se
decreta la secularización de los hospitales y establecimientos de beneficencia que
administraban las autoridades o corporaciones eclesiásticas, para quedar a cargo del
gobierno. El 13 de febrero se clausuran los 22 conventos de religiosos que existían en la
Ciudad de México, quedando solamente 9 para monjas; los cuales serían extinguidos dos
años después, el 26 de febrero de 1863. El 15 de marzo se publica la ley que implanta el
sistema métrico decimal en la república, a la vez que se fijan las normas para la
acuñación de monedas. El 15 de abril se promulga la Ley sobre la Instrucción Pública,
redactada por Ignacio Ramírez, disponiendo que la enseñanza primaria federal sea
gratuita y erigiendo una escuela de sordomudos, una Escuela de Estudios Preparatorios y
las Escuelas Especiales de Jurisprudencia, de Medicina y Farmacia, de Minas, de Artes
e Industrias, de Agricultura, de Bellas Artes y de Comercio, lo mismo que el
Conservatorio de Música, Baile y Declamación.
Como dijimos antes, al renunciar al gabinete, Melchor Ocampo regresa a su finca de
Pomoca, dedicándose a la administración de la misma, al propio tiempo que reanuda sus
estudios científicos y sigue atentamente los acontecimientos políticos del país. Así se
entera del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Inglaterra. También le llega la
noticia de la muerte de Manuel Gutiérrez Zamora, el 16 de marzo, y de Miguel Lerdo de
Tejada, el 22 del mismo mes. Igualmente, es informado de la expatriación del Nuncio
Papal y de los embajadores de España y de Guatemala, lo mismo que de la expulsión de
los obispos De la Garza, Munguía, Barajas y Espinosa. Mientras tanto, Ocampo es
postulado para Presidente de la Suprema Corte de Justicia, para Presidente de la
República y para diputado por Michoacán. A fines de abril es invitado por Juárez para
hacerse cargo de la legación de México en Londres, nombramiento que Ocampo acepta,
quedando en espera de que se cumplieran los trámites protocolarios de rigor. Sin
embargo, el país no estaba pacificado por completo, sino que medraban algunas partidas,
unas de sublevados y otras de bandoleros descarados, que se entendían y se ayudaban
unas a otras. Ya en dos ocasiones anteriores, en 1853 y en 1857, se había pretendido
asesinar a Ocampo. Con respecto a la segunda vez, en una carta a José María Mata, dice:
"Un aviso de Elizondo sobre que volvían para aprehenderme me hizo salir de aquí el
miércoles; llegué ayer tarde de vuelta. Yo también pienso, como usted, que mi
permanencia en estas inmediaciones me expone más fácilmente a la persecución
eclesiástica". Y así fue. El jueves 30 de mayo de 1861, encontrándose ausentes sus hijas
solteras Petra, Julia y Lucila, por haber ido a Maravatío a la fiesta del Corpus, se
presenta en Pomoca uno de los jefes de los bandoleros, Lindoro Cajiga, acompañado de
un grupo de hombres armados, para aprehender a Ocampo, por orden del faccioso
Leonardo Márquez.
En calidad de preso, Melchor Ocampo es llevado ese mismo jueves a Maravatío, al
día siguiente a Toxhic, el sábado 1º a Huapango, en donde lo reciben Félix Zuloaga y
Leonardo Márquez; de allí siguen a Villa del Carbón, en donde duermen el día 2 y,
finalmente, el lunes 3 en la mañana arriban a Tepeji del Río. Ocampo es confinado bajo
vigilancia armada, en un mesón que se encuentra en la misma calle donde se alojan
Zuloaga, Márquez y otros generales. En ese lugar, Ocampo escribe su testamento, en el
que dice: "Próximo a ser fusilado, según se me acaba de notificar, declaro que reconozco
por mis hijas naturales a Josefa, Petra, Julia y Lucila, y que en consecuencia las nombro
mis herederas de mis pocos bienes. Adopto como mi hija a Clara Campos, para que
herede el quinto de mis bienes [ella la madre de su hijo póstumo, Melchor Ocampo
Manzo] [. . .]. Me despido de todos mis buenos amigos y de todos los que me han
favorecido en poco o en mucho, y muero creyendo que he hecho por el servicio de mi
país cuanto he creído en consecuencia que era bueno". A las dos de la tarde es sacado de
su prisión para llevarlo al sitio en que será ejecutado. Pasa frente a la casa en que se
encuentran sus verdugos. Al llegar a la hacienda de Tlaltengo hace un añadido a su
testamento: "[. . .] el testamento de Doña Ana María Escobar [la madre de sus hijas] está
en un cuaderno en inglés, entre la mampara y la ventana de mi recámara [. . .]. Lego mis
libros al Colegio de San Nicolás, de Morelia [. . .]".
Unos minutos después el patricio Melchor Ocampo es fusilado por órdenes de
Márquez y Zuloaga. Siguiendo esas mismas órdenes, el cadáver fue colgado de un árbol
de pirul, permaneciendo así expuesto hasta el anochecer. A la mañana siguiente, el
cuerpo fue conducido a Cuautitlán.
El cuerpo de Ocampo es rescatado de inmediato y conducido a la Ciudad de México,
en donde el gobierno le rinde grandes honores en su sepelio, dispone que se guarde luto
nacional durante nueve días y declara "fuera de la ley y garantía de sus personas y
propiedades a los execrables asesinos". En Morelia, el Congreso declara a Melchor
Ocampo Benemérito del estado y dispone que la entidad se llame en adelante Michoacán
de Ocampo. Por su parte, el Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo lo
honra públicamente y lo designa su Benefactor. Es obvio que el asesinato de Ocampo
fue cometido en momentos muy difíciles para la república. Además, en ese mismo mes
son asesinados también Santos Degollado, el día 16, y Leandro Valle, el día 23. Es muy
claro que la decisión del gobierno de hacer de la transformación del país una obra que ya
no se pudiera desbaratar, chocaba con la oposición violenta de los intereses afectados y
mantenía a toda la nación en viva agitación. Al mismo tiempo, el gobierno pierde
algunos de sus mejores hombres. No obstante, Juárez y sus colaboradores continúan la
obra emprendida, para implantar una estructura jurídica, política, económica, social y
cultural consecuente con el movimiento liberal de la Reforma, siguiendo el camino
señalado e instrumentado por Ocampo. Entre tanto; algunas potencias capitalistas
europeas consideran la posibilidad de intervenir en los asuntos de México, para aplastar
el movimiento revolucionario y, so pretexto de imponer la paz, apoderarse de nuestros
recursos y dominar el país. Ante la precaria situación financiera del gobierno, el
Congreso decreta el 17 de julio de 1861 la suspensión del pago de las deudas extranjeras
durante dos años. Este hecho sirvió de motivo aparente para que Inglaterra, Francia y
España, el 31 de octubre de ese año, se concertaran para llevar al cabo una intervención
armada en México. Inmediatamente enviaron fuerzas a Veracruz y ocuparon el puerto el
mes de diciembre siguiente. Como es sabido, luego de que se trabaron conversaciones
pacíficas y de que se firmó el convenio de La Soledad, el 19 de febrero de 1862, los
ingleses y los españoles se retiraron de la aventura imperialista, en tanto que Napoleón
III concentraba tropas en un número considerable y ordenaba la invasión de México. De
todos son conocidos los acontecimientos que se produjeron con la invasión francesa, la
resistencia que encontró en el ejército republicano y en la persistente lucha de los
guerrilleros, la imposición de la timocracia imperial con su corte de notables, la fortaleza
de acero con que el presidente Juárez supo mantener la causa de nuestra patria
republicana, independiente y revolucionaria, apoyado por una fuerza popular
incontenible, hasta culminar con la aprehensión, la condenación a muerte y el
fusilamiento de Maximiliano, el 19 de junio de 1867, para mostrar al mundo el destino
que el pueblo mexicano reserva a quienes atropellan su soberanía nacional.
En esos acontecimientos inmediatos se puede advertir la presencia de Ocampo, con la
vigencia de las leyes y en las instituciones creadas por mandato de las mismas, con el
ejemplo de su actividad política vertical y tajante, que pudieron quebrar pero nunca
doblar, y con el funcionamiento de los establecimientos educativos creados,
restablecidos y promovidos con el cuidado esmerado de quien siempre mostró tener el
más devoto amor por la ciencia y la cultura. Tampoco cabe duda de que en los sucesos
posteriores de nuestra historia sigue viva, de muchas maneras, la presencia de Ocampo,
el principal teórico del movimiento popular y nacional de la Reforma y, a la vez, el más
destacado cerebro ejecutor de su puesta en práctica. A los rasgos de su carácter que ya
quedaron apuntados antes, podemos agregar los "defectos" de procurar la prontitud en
las resoluciones, de ser obstinado en las conclusiones a que llegaba rigurosamente, de
repudiar las intrigas, de rechazar las componendas políticas y de mantener una
independencia completa en lo que se refiere a sus convicciones. Consideraba que la
verdad es la realidad bien conocida por la experiencia y que ésta no se adquiere por la
simple acumulación a través del tiempo, sino por la reflexión sobre los hechos. En fin,
tuvo una virtud inquebrantable: la honestidad. Jamás tomó un palmo de tierra ni un solo
centavo de las grandes propiedades y las muchas riquezas nacionalizadas. Y con esa
misma honestidad procedió siempre en sus programas políticos, en las disposiciones
legales que redactó y en sus comunicaciones científicas.
En las condiciones expuestas, resulta de lo más encomiable la decisión tomada por
Manuel López Gallo al publicar la segunda edición de las Obras completas de Melchor
Ocampo, casi ochenta años después de la primera, debida al meritorio esfuerzo de Ángel
Pola. De esa manera, serán muchos los mexicanos que podrán leer ahora directamente a
Ocampo, rescatándolo de los archivos y las bibliotecas viejas en que se encuentra, lo
mismo que del papel de prócer del pasado que le asignan en las historias oficiales y del
sitio maldito en que lo colocan las interpretaciones reaccionarias insidiosas. Por mi
parte, espero haber contribuido a ponerlos en el ambiente histórico donde se desarrolló
en teoría y se llevó a la práctica la Reforma en México.

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