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También debe haber reflexionado mucho Ocampo en los medios para llevar a la
práctica tales principios, fijando su atención en los actos ejecutados por ese gobierno
liberal en 1833: la secularización de los bienes de las misiones existentes en California,
la supresión de la Real y Pontificia Universidad de México, la organización de la ins-
trucción pública, la cancelación de la coacción civil para el cobro de diezmos, la
prohibición de sermones políticos, la abolición de la compulsión civil para el
cumplimiento de los votos monásticos y la decisión de que la deuda pública se pagase
mediante la nacionalización de los bienes eclesiásticos.
Al comenzar ese año, se produjo en Maravatío un incidente que puso de manifiesto,
de una manera obvia, cómo el clero manejaba inflexiblemente el cobro de las
obvenciones parroquiales. Al fallecer su marido, una mujer indigente acudió ante el cura
para pedirle que accediera a enterrarlo por caridad. El cura se negó terminantemente. Y,
a los muchos ruegos y lágrimas de la mujer, aquél acabó por decirle: "Pues si no tienes
con qué enterrarlo, sálalo y cómetelo, porque yo no les he de dar de comer de caridad a
los vicarios, al sacristán, ni al campanero". Cuando Ocampo se entera del incidente, da a
la mujer los 8 pesos que le exigía el cura para que el sepelio pudiera realizarse. Pero se
queda profundamente indignado y busca una solución definitiva para tales casos. Se
decide por ejercer una acción radical, haciendo una representación ante la legislatura del
estado, sobre la reforma de los aranceles y las obvenciones parroquiales.
Poco después inclusive redacta un proyecto de ley al respecto, que hace suyo el
ayuntamiento de Maravatío. Dicha representación fue impugnada por "un cura de
Michoacán", quien estuvo asesorado por Clemente de Jesús Munguía, más tarde obispo
de esa diócesis. Ocampo responde en tres capítulos. Luego se publica una segunda
impugnación, que Ocampo también contesta. Y hay todavía una tercera impugnación,
que merece la respuesta de Ocampo en dos partes. La polémica empieza el 8 de marzo y
termina hasta el 15 de noviembre. La lectura de esta discusión, que aparece íntegramente
en sus Obras completas, no resulta fácil en la actualidad, porque nos encontramos fuera
del contexto en que se desarrolló. No obstante, es sumamente interesante hacerla, para
quien quiera conocer a fondo la cuestión debatida. Entre las impugnaciones y las
respuestas de Ocampo, puede advertirse cómo éste domina el terreno, por la solidez de
sus conocimientos, la firmeza de sus convicciones y el rigor de sus razonamientos. Lo
más importante es que en el contenido que da Ocampo a sus argumentaciones ya se
encuentran expuestos, a veces implícitamente y otras de un modo abierto, los
fundamentos de la Reforma que va a implantar unos cuantos años después. Igualmente
se encuentra, al empezar el último párrafo de la primera impugnación, la amenaza de
muerte que, desde entonces, el clero político lanzó expresamente en su contra.
En junio de 1852, por elección, Melchor Ocampo vuelve a ser gobernador del estado
de Michoacán. Durante esta gestión pronuncia un discurso de gran trascendencia en el
Colegio de San Nicolás y, más tarde, lanza un Manifiesto a los Pueblos de Michoacán,
en el cual expone con gran nitidez su programa político. En julio establece los estudios
profesionales de agricultura y de ingeniería civil. Luego, erige los estudios profesionales
de escribanía pública, reglamenta la enseñanza de la obstetricia y funda, a sus expensas,
una Academia de Música, en Morelia. El 16 de septiembre pronuncia un discurso cívico
importante. Ante la nueva insurrección de los santanistas, Ocampo renuncia a la
gubernatura en enero de 1853. Regresa a Pomoca, aunque será por unos cuantos meses.
En junio de ese mismo año es aprehendido en su finca por órdenes de Santa Anna y es
llevado a Tulancingo, en donde queda confinado en casa de un amigo. En noviembre es
enviado preso al castillo de San Juan de Ulúa, en Veracruz. Y, en enero de 1854, parte al
destierro, en compañía de su hija mayor, Josefa. Va primero a Cuba y luego a Nueva
Orleans, en donde se encuentra con otros conspicuos liberales también exiliados, siendo
uno de ellos Benito Juárez. Muy pronto, Ocampo se radica en Brownsville, en donde
puede vivir con menos dinero y, además, se encuentra en la frontera con México. El 1º
de marzo es proclamado el Plan de Ayutla, encabezando la revolución el general Juan
Álvarez, viejo luchador insurgente. En Brownsville se constituye entonces la Junta
Revolucionaria Mexicana, con Ocampo como presidente, Ponciano Arriaga como
secretario y José María Mata como tesorero. Dicha junta elabora el programa de la
revolución, al mismo tiempo que organiza y realiza acciones militares efectivas en
Tamaulipas y Nuevo León. En plena guerra revolucionaria, Santa Anna consuma la
venta a los Estados Unidos de otra parte del territorio nacional, por medio del Tratado de
la Mesilla, el 20 de julio de 1854. Mientras tanto, la revolución va ganando terreno.
Cuando los integrantes de la junta consideraron asegurado el triunfo, la disolvieron. En
efecto, el 12 de agosto de 1855 renuncia Santa Anna, ante la arrolladora victoria de los
revolucionarios. Ocampo regresa a Veracruz el 14 de septiembre. Diez días después,
Álvarez convoca a la designación de los representantes de todos los estados de la
república, según lo dispuesto por el Plan de Ayutla, y los llama a reunirse en Cuernavaca
el 4 de octubre. La Junta nombra a Valentín Gómez Farías como su presidente y a
Ocampo como su vicepresidente. En seguida, elige como Presidente de la República a
Juan Álvarez, cuya candidatura es seguida en la votación por la de Ocampo.
El presidente Álvarez encarga a Ocampo la formación del gabinete. No sin tener que
resolver algunas dificultades serias, el gabinete queda integrado por Benito Juárez en
Justicia, Guillermo Prieto en Hacienda, Ignacio Comonfort en Guerra y Melchor
Ocampo en Relaciones y Gobernación. El 17 de octubre es lanzada la convocatoria para
el Congreso Constituyente. Sin embargo, a pesar de todo, las diferencias políticas en el
seno del gabinete subsisten y el día 20 renuncia Ocampo como ministro, acompañando
su retiro con una explicación completa de su posición. El 23 de noviembre se promulga
la primera de las Leyes de Reforma, suprimiendo los fueros eclesiásticos y militares y
estableciendo la administración civil de la justicia de manera común para todos los
mexicanos. El 8 de diciembre renuncia Álvarez y designa a Comonfort como presidente
sustituto de la república. El 18 de febrero inicia sus trabajos el Congreso Constituyente.
Ocampo es diputado por Michoacán, por el Distrito Federal y por el Estado de México,
quedando como representante por Michoacán, en razón de su nacimiento. Participa de
manera un tanto intermitente en las sesiones del Congreso, aunque lo preside durante el
mes de marzo y es miembro de algunas comisiones. También participa activamente en la
discusión y redacción de algunos de los artículos más importantes. El 31 de marzo de
1856 se publica la Ley para intervenir los bienes eclesiásticos de la diócesis de Puebla,
con el propósito de indemnizar a la república y a sus habitantes de los perjuicios y
menoscabos sufridos durante la guerra. El 5 de junio se suspende la Compañía de Jesús,
cuyo regreso a México y la devolución de sus bienes habían sido autorizados por Santa
Anna, en 1853. Finalmente, el 25 de junio se decreta la desamortización de las
fincas rústicas y urbanas que eran propiedad de corporaciones civiles y religiosas, junto
con la prohibición de que en adelante dichas corporaciones pudieran adquirir o arrendar
bienes raíces. El fundamento de esa disposición, que pareció entonces desorbitada a los
conservadores y poco radical a ciertos liberales, se encontraba en la consideración de
que "uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y el engrandecimiento de la
nación era la falta de movimiento o libre circulación de una gran parte de la propiedad
raíz, base fundamental de la riqueza pública", según decía su redactor, Miguel Lerdo de
Tejada.
El 5 de febrero de 1857 es aprobada la nueva Constitución Política de la república
mexicana. El propio Congreso anuncia su promulgación con un manifiesto, en el que se
dice:
La gran promesa de Ayutla está cumplida. Los Estados Unidos Mexicanos vuelven
al orden constitucional. El Congreso ha sancionado la Constitución más
demócrata que ha tenido la República [Marx, al conocerla, fue más allá,
saludándola como "la Constitución más avanzada del mundo"]; ha proclamado los
derechos del hombre, ha trabajado por la libertad, ha sido fiel al espíritu de su
época, a las inspiraciones radiantes del cristianismo, a la revolución política y
social a que debe su origen, ha edificado sobre el dogma de la soberanía del
pueblo y no para arrebatárselo sino para dejar al pueblo en ejercicio de su
soberanía [. . .]. La igualdad será de hoy más la gran ley de la República; no habrá
más mérito que el de las virtudes; no manchará el territorio nacional la esclavitud,
oprobio de la historia humana; el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable;
el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas
que el respeto a la moral, a la paz pública y a la vida privada; el tránsito, el
movimiento, sin dificultades; el comercio, la agricultura, sin obstáculos; los
negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos; no habrá leyes
retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias, ni jueces especiales, ni
confiscación de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se
violará la correspondencia [. . .] [y] será una verdad práctica la inviolabilidad de la
vida humana [. . .].
Habrá perfecta independencia entre los negocios del Estado y los negocios
puramente eclesiásticos. El Gobierno se limitará a proteger con su autoridad el
culto público de la religión católica, así como el de cualquier otra [. . .). Entran al
dominio de la nación todos los bienes que el clero regular y secular ha estado
administrando con diversos títulos
sea cual fuere la clase de predios, derechos y acciones en que consistan, el nombre
y aplicación que hayan tenido [. . .]. Se suprimen en toda la República las órdenes
de los religiosos regulares que existen, cualquiera que sea la denominación o
advocación con que se hayan erigido, así como también todas las archicofradías,
congregaciones o hermandades anexas a las comunidades religiosas, a las
catedrales, parroquias o cualesquiera otras iglesias [. . .]. Queda prohibida la
fundación o erección de nuevos conventos de regulares, de archicofradías,
congregaciones o hermandades religiosas, sea cual fuere la forma o denominación
que quiera dárseles [, . .]. Igualmente queda prohibido el uso de los hábitos o
trajes de las órdenes suprimidas [. . ,). Los eclesiásticos regulares de las
órdenes suprimidas que [. . .] se reunieren en cualquier lugar para aparentar que
siguen la vida en común, se les expulsará inmediatamente fuera de la República [.
. .]. Los libros, impresos, manuscritos, antigüedades y demás objetos
pertenecientes a las comunidades religiosas suprimidas se aplicarán a los museos,
liceos, bibliotecas y otros establecimientos públicos [. . ,].
Por cierto que, la llamada "Epístola de Melchor Ocampo", que se leía al quedar
concluido el matrimonio civil, no es otra cosa que el texto del artículo 15 de la ley en
cuestión. El 28 de julio del mismo año se expide la Ley que establece el registro civil del
nacimiento, el matrimonio y el fallecimiento de las personas, para perfeccionar la
independencia en que deben permanecer recíprocamente el Estado y la Iglesia. Así, "se
establecen en toda la República funcionarios que se llamarán jueces del estado civil y
que tendrán a su cargo la averiguación y modo de hacer constar el estado civil de todos
los mexicanos y extranjeros residentes en el territorio nacional, por cuanto concierne a
su nacimiento, adopción, arrogación, reconocimiento, matrimonio y fallecimiento". El
31 de julio se decreta la Ley que determina:
[. . .] cesa en toda la República la intervención que en la economía de los
cementerios, camposantos, panteones y bóvedas o criptas mortuorias ha tenido
hasta hoy el clero así secular como regular. Todos los lugares que sirven
actualmente para dar sepultura, aun las bóvedas en las iglesias catedrales y en los
monasterios de señoras, quedan bajo la inmediata inspección de la autoridad civil,
sin el conocimiento de cuyos funcionarios respectivos no se podrá hacer ninguna
inhumación. Se renueva la prohibición de enterrar cadáveres dentro de los
templos.
El 6 de agosto, Melchor Ocampo envía una circular a los gobernadores de los Estados
para explicar las leyes del registro civil. En particular, insiste en la necesidad de
establecer cementerios civiles en toda la república, para cumplir con las disposiciones de
la Ley y para remediar
Las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se
establezcan en el país, como la expresión y efecto de la libertad religiosa [. . .]. En
el orden civil no hay obligación, penas ni coacción de ninguna especie con
respecto a los asuntos, faltas y delitos simplemente religiosos [. . .]. Quedan
abrogados los recursos de fuerza. Si alguna iglesia o sus directores ejecutaren un
acto peculiar de la potestad pública, el autor o autores de este atentado sufrirán
respectivamente las penas que las leyes imponen a los que separadamente o en
cuerpo lo cometieren [. . .]. Cesa el derecho de asilo en los templos [. . .]. El
juramento y sus retracciones no son de la incumbencia de las leyes [. . .]. Cesa,
por consiguiente, la obligación legal de jurar la observancia de la Constitución, el
buen desempeño de los cargos públicos y de diversas profesiones antes de entrar
al ejercicio de ellas [. . .]. Ningún acto solemne religioso podrá verificarse fuera
de los templos, sin permiso escrito concedido en cada caso por la
autoridad política [. . .]. Se prohíbe instituir heredero o legatario al director
espiritual del testador [. . .]. Se prohíbe igualmente nombrar cuestores para pedir o
recoger limosna con destino a objetos religiosos, sin la aprobación expresa del
gobernador respectivo [. . .]. Cesa el privilegio llamado de competencia, en cuya
virtud podían los clérigos retener con perjuicio de sus acreedores una parte de sus
bienes [. . .]. Las cláusulas testamentarias que dispongan el pago de diezmos,
obvenciones o legados piadosos de cualquier clase y denominación, se ejecutarán
solamente en lo que no perjudiquen la cuota hereditaria forzosa con arreglo a las
leyes, y en ningún caso podrá hacerse el pago con bienes raíces [. . .]. Los
gobernadores de los Estados cuidarán de que, en ningún lugar, falte decorosa
sepultura a los cadáveres, cualquiera que sea la decisión de los sacerdotes o sus
respectivas iglesias [. . .]. Aunque todos los funcionarios públicos en su calidad de
hombres gozarán de una libertad religiosa tan amplia como todos los habitantes
del país, no podrán con carácter oficial asistir a los actos de un culto o de obsequio
a sus sacerdotes [. . .]. La tropa formada está incluida en la prohibición que
antecede [. . .].