Está en la página 1de 30
LAS NARRACIONES HISTORICAS DE FRANCISCO DE CASTELLVE (1) Por FRANCISCO CANALS VIDAL (*) Las Narraciones bistéricas de Francisco de Castellvi consticuyen una de las fuentes de conocimiento histérico de la guerra de Sucesién de 1705-1714 ‘mis frecuentemente citadas. El historiador Sanpere i Miquel se tomé el craba- jo de copiarlas personalmente en Viena, en unos cuadernos que legé a la que fs hoy Biblioteca de Catalunya, y las utiliad como la fuente nuclear de su estudio sobre «El fin de la nacién catalanas. Desde entonces, ningrin historia- dor ha podido ignorar la obra de Castellvi. La hallamos citada en Ferran Soldevila, y también la encontramos en la base del estudio de Alberti L’Onze de Setembre. Resulta sorprendente que esta fuente histérica, por todos reconocida como capital ¢ insustituible para el conocimiento de aquel perfodo tan deci- sivo para la historia de Catalufia, nunca haya sido editada, ni siquiera en for- ma parcial 0 selectiva. De hecho, hasta hoy, las Narraciones historicas de Castellvi no existen sino manuscritas, en el texto vienés ~que leg6 su autor a la dinastia a la que habia servido en la persona del que fue «Carlos IT, el Rey de los catalanes», que serfa después el emperador Carlos VI-, y en la citada copia barcelonesa. No es de extrafiar que se haya comentado, siquie- ra sea como de paso y accidentalmente, que «ya seria hora que alguien las editases (1), Muy oportunamente, la fundacién que lleva el nombre del emi- nnente estudioso del pensamiento y de 12 historia politica de Catalusa, Francisco Elias de Tejada, ha tomado la iniciativa de la edicién completa de la obra de Castellvi. Su publicacién.constituiré, desde luego, un aporte ina- preciable para la investigacién histérica. Podré también contribuir eficaz- mente, para quienes sinceramente quieran realizarla, a la tarea urgente de revisi6n de las falsas perspectivas desde las que se ha contemplado tantas () Universidad de Barcelona (1) Nava Sales: Zs bof. 1705-1714, Barcelona, Rafael Dalat, 1981, pig. 20. 7 veces la historia de Catalufia, y concretamente el papel de los catalanes en aquella guerra que enfrenté a los Habsburgos y los Borbones en la disputa por la sucesién de Espafia, y que fue, en realidad, una auténtica guerra europea. A fin de situar Ia lectura de las Narraciones queremos invitar al lector a considerar los acontecimientos que va a tevivir en el marco de unas relacio- nes internacionales, marcadas por la diplomacia més susil, En este periodo se ventilaban —ademés de Ja sucesién espafiola, el reparto de nuestro imperio y el fuero de Catalufia— la supremacia europea, la sucesién protestante en Inglaterra y el triunfo definitivo del Estado sobre Ia sociedad civil, Estas rela- ciones internacionales tendrin al principio su referente més manifiesto en la rivalidad entre Francia y el Imperio austrfaco y en ella se verd involucra- da siempre Espafia, tanto por razones familiares como por cucstiones de equi- librio. El tener a la vista la actuacién de los grandes personajes de la poli- tica europea del momento nos ayudaré a entender después su comportamien- to respecto a Catalufia en los afios en que ésta se hallaban en el «ojo del huracim, La hostilidad de la monarquia francesa a los Habsburgos constituye un fac- tor determinante en la historia de la Europa moderna a partir de la eleccién de Carlos de Gante, el que fue emperador con el nombre de Carlos V, para ocupar el trono imperial, en rivalidad con el monarca francés Francisco 1, Se trata de una rivalidad que, de algiin modo, se remonta hacia atrés a través de los siglos, y que viene a expresar un resentimiento secular de los «francos occi- dentales» hacia los germanos «francos orientales», al haber pasado la heren- cia imperial romana occidental, restaurada por Carlomagno, al «Sacro Imperio romano de la nacién germénicas, regido por los emperadores de la casa de Sajonia. Los Valois y los Borbones perseverarfan durante siglo y medio, al impulso de sus celos antiimperiales, en una politica de alianza eexterior» con los estados protestantes, que se mantuvo incluso mientras combatlan contra el poder politico de los protestantes franceses en el interior del reino de Francia. Por eso, una de las paradojas del reinado de Luis XIV lo constituye la ambigiedad por la que los impulsos y motivaciones polfticas de su ambicién hhegeménica no sélo le llevaron a asumir consignas y actitudes por las que fue alabado como nuevo Constantino y nuevo ‘Teodosio por hombres de Iglesia franceses, sino a presentarse también como nuevo abanderado de la causa catélica en Europa. Hablo de ambigiiedad porque tales «nuevas» acti- tudes son contemporineas de la persistente alianza con los turcos contra la Austria de los Habsburgos, mientras que en el interior del reino la tevoca- cién del Edicto de Nantes en 1686 -por el que un siglo antes los hugono- tes habian conseguido Ia tolerancia de su culto y algunas plazas fuertes— es ‘obra pricticamente de los mismos politices que hicieron enfrentar a la 28 monarquia y a la Iglesia francesa con la Sede Romana en la Asamblea del Clero de 1682 (2). Luis XIIT se habla casado con Ana de Austra, hija de Felipe III; por su par- te, Luis XIV se habia casado, por imposicién del cardenal Mazarino, con Maria ja de Felipe IV. En los tratados en que se habfan pactado estos matri- ‘monios, las dos infantas espafiolas habjan renunciado a todo derecho a la suce- sign al trono espafiol, Pero en ambos tratados se habfa estipulado el pago de tunas dotes, que la corona espafiola no pudo satisfacer. Desde el punto de vis- ta de la politica francesa,’ el incumplimiento del pago de la dote anulaba el efecto juridico de fa renuncia al trono. Ya desde el inicio del gobierno personal de Luis XIV, después de la muerte de Mazarino, estd presente el propésito de heredar el trono espafial, ante la que se espetaba serfa la pronta muerte del nifio enférmizo, Carlos Il, que sucedia 2 Felipe IV bajo la regencia de su madre Mariana de Austria. Este propésito ins- pira también la llamada guerra por el ederecho de devolucién», en 1667, por el ‘que Luis XIV, invocando una ley de cardcter privado, reclamaba los derechos sobre Brabante, Hainaut y el Franco Condado en nombre de su mujer. Aquella ley preferia, para la sucesién, a las hijas de un primer matrimonio sobre los hijos de un segundo enlace, y la reina de Francia era hija del primer matrimonio de Felipe TV, mientras Carlos If habia nacido de su segundo matrimonio; en nom- bre de aquel derecho, Luis XIV disputaba la legitimidad del dominio espafiol. En aquella guerra contra Espafia, Francia contaba todavia con la ayuda de Holanda, la tradicional alianza franco-protestante, anticatélica y antiespafiola. El ‘emperador se sentia inquieto ante la invasién francesa de los Paises Bajos espa- fioles, mientras temfa el poder de Ia Liga del Rin, instrumento de la influencia francesa en el Imperio frente a los Habsburgos, y que agrupé como aliados de Francia a los electores eclesidsticos, los arzobispos de Maguncia, ‘Iréveris y Colonia, el elector de Baviera y los principes de Hesse y Brunswick. Luis XIV habia conseguide la firma, el 19 de enero de 1668, de un trata- do secteto por el que el Imperio se comprometia al reparto de ios dominios espafiles, de acuerdo con la monarquia francesa, al morir el rey nifio, Carlos Tel Hechizado. Aquel primer «tratado de reparto» no tuvo efecto porque, con- tra lo previsto, el Habsburgo espafiol habria de vivir todavia més de treinta afios. En aque! tratado secreto, Luis XIV logré que el Gabinete austrfaco se aviniese a que pasasen a Francia Navarra, Napoles y Sicilia, el Franco Condado, los Pafses Bajos y las Islas Filipinas, ademds de las plazas de la cos- ta afticana, a cambio de lo cual los Habsburgos heredarfan Espatia y las pose- siones de Amética, Milin y Cerdefia. El designio francés sobre la herencia (@) VéaseHilaie Belloc: Luis XIV, Barcelona y Buenos Aires, 1946, pgs. 247-291, captulos 25,26 y 27 titulados, respoctvament, +E] primer esfuerzo de unided nacional: el araque al jan~ Segundo esfuctoo de unidadincerna: cl galicanismo y El tecer el més grande de los tuna La Revocaciéne. 29 cespafiola serfa ya siempre un mévil determinante de las guerras y de las paces del largo reinado de Luis XIV. Mientras que la guerra por el derecho de devolucién se habfa realizado todavia en el contexto de las alianzas seculares de Francia, y concretamente de acuerdo con las Provincias Unidas de Holanda, el temor suscitado por la rapi- dex de las conquistas francesas llevé a los gobernantes de las citadas Provincias a formar la primera alianza europea contra la ambicién de Luis XIV: la «Triple Alianza» entre Holanda, Inglaterra y Suecia. Pero la diplomacia francesa con- siguié romperla y convertir a Suecia ¢ Inglaterra en aliados de Francia. Con Inglaterra se pacté en 1670 el ‘Tratado secreto de Dover. El compro- iso secreto del rey Carlos IIa una futura conversi6n publica del reino al cato- licismo, vinculada 2 la alianza con Francia, situaba la causa catblica en Inglaterra en un terreno gravemente peligraso y aun escandaloso. Inglaterra era ya arraigadamente antipapista y la causa del catolicismo fue vista como instru- ‘mento de la hegemonfa francesa y del absolutismo mondrquico porque Carlos IL se apoyaba en los subsidios secretos procedentes del erario francés para sentit- se independiente frente 2 la Cémara de los Comunes. Al atacar Francia a Holanda en 1672, el pretexto antiprocestante y de apo- yo a la causa catélica fue ya visto por muchos como carente de sinceridad, incluso por el papa Clemenie X, adicto por lo general a la politica francesa (3). Pero, desde entonces comenz6 una nueva era en la politica europea: pronto s¢ aliarfan contra Francia y en favor de Holanda los principes protestantes —sus antiguos aliados contra el Imperio~ y los Habsburgos, de Viena y de Madrid, de manera que se vino a producir uun cambio completo de situacién, Ahora eran enemigos de Francia los que habfan sido sus aliados contra Austria; mien- tras las dos ramas, la imperial y la espafiola, luchaban por defender contra Francia aquellas Provincias Unidas por las que tanto habia combatido Francia para arrancarlas del dominio de los Habsburgos, los principes protestantes de ‘Alemania se aliaban con el emperador para combatir contra Jos que habian sido sus aliados extranjeros durante tantas décadas: los reyes de Francia y de Suecia (4). (@) _ «Asse comprende que numerosos predicadores de Roma preseataran como obra de Dios l tunfo de Francia en tierra de Holands. £1 mismo anciano Clemente X crey6 scriamente pot largo tiempo que a ofensva contra Holanda redundaba en bien de la religion catia. {las} noticias, que en fo sucesivo fueron empeorando cada vez mis, produjezon en el Ani- ‘mo del Ponttice l convencimienco de haber iado cuando le aseguraron que la gue- tra de rancia contra Holanda s6lo tendia al bien de la religién eatdlicas (Ludovico Pastor: Historia de lo Papas, Barcelona, 1950, vol. XXXI, pigs 410 y 417). (4) Ta nueva situacin pone de manifesto que mientras 3 invocaban todavia pretexts reli- giosos~elcalvinismo por parte de Holanda y lca por parte de Francia se traraba cn le ineencién profunda de los poderes politicos de luchas por el equilibrio europeo de poder. En aque- Mos aos en quel monargufa ances jugs el aualid de Ia causa catlica continuaba su. “apoyo alos turcos contra Austria y el Imperic. Contra Francia luchaban anidos los principescat6- itor y le procetantes lemanes Pee 30 EL cambio politico que sobrevino en Holanda con motivo de la invasién francesa de 1672 llevé al poder a Guillermo de Orange, y con él al partido {que encarnaba el calvinismo. Guillermo fue desde entonces el protagonista de Ja guerra contra la monarqula francesa. En 1673, impuls6 una vasta coalicién centre el emperador, el rey de Espafia, el elector de Brandenburgo y los princi- pes alemanes; aunque el fin de aquella guerra, terminada en 1678 con la Paz de Nimega, fue el momento culminance de la hegemonia francesa. De la Paz de Nimega resulté la humnillacién y el perjuicio para Espatia, que perdié el Franco Condado y muchas plazas de Flandes. La orientacién y el impulso dado por Guillermo de Orange a la politica europea persistrfan y llevarfan a la situa cin que culminarfa en la guerra de Sucesién espafiola. Si Luis XIV habla adoptado la actitud de portaestandarte del catolicismo, el dirigente holandés, ferviente calvinista, darfa a su lucha contra Francia, en especial en lo relativo a las cuestiones religiosas en Inglacerra, el cardctet de una guerra religiosa protestante. Entiéndase siempre esto en el contexto de una Europa en que se luchaba por el poder continental y por el poder planetario, cuando ya todas las guerras curopeas tenian una vertiente de disputa de la hegemon{a del comercio maritimo en todas las latitudes y continentes. En aquel contexto en que la monarqula francesa, después de haber sido alia- da internacionalmente de los protestantes durante siglo y medio, se presenta- ba como el adalid del catolicismo en Europa, mientras acentuaba la indepen- dencia de la monarqufa frente al Pontificado y la supremacta del poder politico sobre la Iglesia francesa, ocurriria el destronamiento de los Estuardos por la revolucién de 1688, Quedarian ya para siempre excluidos los catélicos del tro- no de Inglaterra, al instaurarse el propio Guillermo de Orange, asociado en el trono a su esposa Marfa, hija, educada en el anglicanismo, del primer matri- monio de Jacobo It (5). La Revolucién inglesa, al unir definitivamente Inglaterra a la alianza antifrancesa, uniéndose a la coalicién de Augsburgo que habla formado en 1686 Guillermo de Orange —Holanda, el emperador, los principes alemanes, catélicos y protestantes, Espafia, Suecia, Dinamarca y el (65) Jacobo IL, que ascend al ono de Inglaterra en 1685, a a muerte de st hermano Carlos Il a psu de abet dear pbliamcae su conversion ala catca desde 1672, able eduado 2 sus dos hija, Marfa y Ana, nacidas de su primer matrimonio con Ana Hyde, en el seno de ala Tesi de Inglaterra. Hl matrimonio de Marfa con Guillermo de Orange, estatder de Holands, 4 de noviembre de 1677, era una de las ambiguas maniobras por las que Catls 1, comprome- fido secretamente a establecer el etoicsmo en Inglaterra. y subjetivamente> catéico, aunque hombre de costambres corompidss y exandalosas, habia intentado asegurat un equilibrio que We poi el sonia de anata de os Edo lpr de Is mong ea del catolicismo desu hermano Jacobo, y cel enfatamiento de los protestantes, epecialmente del de los whigs, en el que predominaban ls tendenciaswreformadas, a un monarca calico Y blue aporade pote ancl de Lais XIV. Ts equilibrios e hipocresias quebraron ante la Reyolucién de 1688, en la que Jacobo TI fue destronado por sa hija Maria y'su yero Guillermo, con la conformidad de Ana, ferviente anglicana, y que reinatfa después de aquélos, en los aos de la gucrra de Sucesién expafiola. 31 duque de Saboya~ llevaria a la larga guerra europea que terminarfa en 1697 con la victoria francesa y la Paz de Ryswick. Si después de aquella larga gue- tra victoriosa se conformé Luis XIV con obtener la ciudad. de Estrasburgo, fue porque se prevefa la muerte del rey de Espafia, que en su largo reinado y en su doble matrimonio no habla cenido descendencia, y que dejaria abierta la cuestién sucesoria, ‘Al afio siguiente de la Paz de Ryswick, la propia Francia pactaba con el rei- no de Inglaterra y con Holanda -es decir, Luis XIV con su tenaz adversario Guillermo de Orange- un tratado secreto de reparto de los dominios espafio- less, firmado el 24 de septiembre de 1698. Por aquel tratado el Delfin obten- drla Napoles, Sicilia y Guiptizcoa; el archiduque austriaco, Milén; y el princi- pe elector de Baviera heredaria Espafia, Flandes y las Indias Occidencales. Reaccionando contra aquellos proyectos de divisién de los dominios espafio- les, que el rey de Francia y Guillermo IM de Inglaterra querfan imponer al Imperio y a Espafia, Carlos II designé sucesor al principe José Fernando de Baviera, en noviembre de 1698; pero el principe bévaro murié a las pocas semanas, en febrero de 1699. Hubo entonces un segundo tratado de reparto, que sc firmé en Londres y en La Haya en marzo del afio 1700. El archi- duque Carlos de Austria obtendria Espafia, las Indias y los Paises Bajos; el Delfin, Népoles y Sicilia, mientras el duque de Lorena recibirfa el ducado de Mildn, Fue la tenacidad de las potencias europeas que, después de haber luchado centre sf por tan largo tiempo, se reconciliaban a costa del reparto de los domi- nos esparioles, lo que decidié finalmente a Carlos II -atendiendo a los consc- jos de quienes pensaban que sélo Francia estarla interesada y que slo Francia tendrfa poder para garantizar la unidad de los dominios espafioles- a designar como sucesor a Felipe de Anjou. En testamento de primero de octubre de 1700 le llamé a Ia herencia «de toda nuestra monarquia ninguna parte excep- tuaday, ‘Que aquella Europa se regia por criterios de razén de Estado y equilibrio de poder, tan alejados de las motivaciones que habfan sido predominantes en el tiempo de las guerras religiosas, lo prueba la trigica realidad de los intentos de reparto y el hecho mismo de que las «potencias maritimas» protestantes reconociesen inicialmente el testamento de Carlos II y fa acepracién por Luis XIV de la sucesién espafiola para su nieto el duque de Anjou. Pero, es inne- gable que en la conciencia del enfermizo vistago de los Habsburgos espafioles fue predominante el propésito de preservacién de la «unidad catdlica de los dominios heredados de sus antepasados en la designacién, dolorida y resigna- da, del heredero Borbén para las reinos de Espafia, No han faltado historia- dores que han atribuido la aceptacién popular espafiola de aquel cestamento, después de dos siglos de hostilidad antifrancesa, a una seaccién contra el apo- yo.inglés «protestante» al pretendiente austriaco. 32 Dada la evolucién compleja de los hechos, serfa dificil saber hasta qué pun- to la misma preocupacién de unidad catélica espafiola, que habia movido a Carlos II en la redaccién de su testamento, puede explicar el hecho innegable de la aceptacién de la sucesién «francesa» también por todos los reinos de la antigua confederacién catalano-aragonesa. El sentimiento de los catalanes des- ppués del escarmiento de 1640 era de unénime antipatia y profunda hostilidad ‘contra los franceses. Como se refleja en las Narnaciones, tardarla unos afios en evolucionar en Catalufia la actirud que Ilevarla, desde la inicial aceptacién del nuevo rey y la nueva dinastla, hasta el resurgit de una nueva lealtad mondr- quica austriacista Iniciada en mayo de 1701 la guerra, por la pretensién austriaca y con el emperador Leopoldo todavia sin aliados, cambié en poco tiempo la situacién por el interés de la oligarquia protescante whig en asegurar la exclusién de los Estuardos catélicos del trono inglés (6). La gran alianza de 7 septiembre de 1701 entre Inglaterra, Holanda, Austria y cl Imperio y los principes alemanes convertiria la guerra en la larga lucha europea, de la que resultarfa un sistema de equilibrio de poder que determinarfa la politica 2 lo largo del siglo xvi. En dl momento de la declaracién de guetra de Holanda e Inglaterra contra Francia y Espafia, en mayo de 1702, contaba todavia Luis XIV a favor suyo con los electores de Colonia y Baviera, y con el reino de Portugal y el ducado de Saboya. Estos dos titimos cambiarian pronto de partido, para unirse a los aliados contra Francia y la causa borbénica. De hecho, Francia no contaba sino ‘con Espafia para defender la sucesién borbénica en este reino. Conviene caer en la cuenta de que, en aquellos siglos, no se habta realiza- do todavia la organizacién jerarquizada y profesional de los cjércitos. Esta serfa ‘obra de los reyes de Prusia, Federico Guillermo I y Federico Il, ef Grande y posteriormente sobrevendria la estatalizacién y nacionalizacién de las activida- des militares, como efecto de la Revolucién francesa, la levée en masse jacobi- na y bonapartista. Durante los primeros siglos del estado monérquico absolu- to, los soldados eran mercenarios y los dirigentes militares pertenecfan a la nobleza, que habfa cransformado su antigua fidelidad feudal en una actitud de servicio a la realeza en que se concretaban la patria y el Estado, Con esta acti- tud de servicio se fund{a {ntimamente la ambicién por la gloria y el prestigio. ‘Ast como en el siglo XVII se vio a un principe de sangre como el Gran Condé combatir al lado de Espaiia contra el rey de Francia, encontramos aho- (6) Después de qu el cmperdet Leopoldo formulae wu protec 29 de diembs de 1700, coos a aspen por las XIV del suesién al Coron copa par unit Felipe de Anjou, que habia tenido lugar el 12 de novierabre de 1700, Inglaterra reconocerfan ‘como rey de Espata a Felipe V. TEs de notar que la declaraciOn de guerra de Holanda e Inglacerra contra Francia y Espafia no tenia Taga hase mayo de 1702.11 hecho determinant Fue que al mori el 16 de sep- tiembre de 1701, el rey destronado de Inglaterra Jacobo II, Luis XIV habia reconocido a su hijo con el nombre de Jacobo III como sucesor en el reino de Inglaterra. 33 ra, en la guerra de Sucesién espaiiola, a nobles emparentados entre si dirigir jércivos que entre s{ luchan por la hegemonla. El jefe de los cjércitos impe- riales serfa el principe Eugenio de Saboya, hijo de Olimpia Mancini, sobrina del cardenal Mazarino, y que habia sido probablemente la primera mujer de quien el joven Luis XIV se habfa enamorado. Algunos historiadores atribuyen al resentimiento contra el rey de Francia, heredado de su madre, su heroica tenacidad al servicio del Impetio, Uno de los generales de Luis XIV en la gue- sa de Sucesién, que combatié precisamente en Espafia, el duque de Venddme, cra hijo de Laura Mancini, la mayor de las sobtinas de Mazarino. Eran, puss, primos hermanos dos de los grandes generales en los respectivos ¢jércitos fran- cés e imperial (7). ‘Ousos dos protagonistas capitales de aquella guerra hemos de mencionar, precisamente por la relacién que uno de ellos habia de tener con Catalufia. Un sobrino de John Churchill -el duque de Marlborough y principal dirigente militar de los ejércitos ingleses-, fue James, hijo bastardo del rey Jacobo II de Inglaterra y de Arabella Churchill, hermana del duque. Nombrado por su padre con el citulo inglés de duque de Berwick, sirvié al rey de Francia y tuvo tuna influencia decisiva en la victoria borbénica en Espafia, El duque de Berwick serfa el general que, al frente del ejército franco-castellano, conquista- ra tras el largo bloqueo y sitio terminado el 11 de septiembre de 1714 la heroica ciudad de Barcelona. Seri oportuno no dejar de mencionar, para ambientarnos en el modo de ser y el espirica de aquella época, que John Churchill y su sobrino el duque de Berwick mantuvieron una respetuosa y cor dial correspondencia de tipo familiar a lo largo de la guerra, de la que nadie tenla por qué sospechar que pudiese contener informaciones perjudiciales para Ja causa a que respectivamente servia cada uno de ellos. Més adelante veremos al dugue de Berwick servir a Francia en una guerra contra Espafia, mientras su hijo cespafiols, el duque de Liria, servia a Felipe V, y encontraremos al padre aconsejando en su correspondencia a su hijo la fidelidad y lealtad a su rey Borbén eespafiol» en cuyo servicio estaba comprometido. En aquella guerra, movida por el impulso hacia la hegemon{a continental y planetaria, las alternativas militares y, especialmente en Francia, el cansancio y empobrecimiento de los pueblos, llevarfan a situaciones como Ia que se pro- dujo en 1709 —ultimétum aliado a Luis XIV de 28 de mayo y derrora del ejér- cito francés cn Malplaguet por el duque de Marlborough- én la que los alia- dos exigirian al propio Luis XIV que fuese el ejército francés el que tomase la tarea de expulsar del trono espafiol a su nieto Felipe V (8). Aquella proposi- (2) Ch Sir Charles Pate: The Marshall Duke of Berwick Londres, 1953. (6) Era aquel el momento miltarmente ms comprometido para Francia y Lais XIV habia, pedido la par La dureza de las condiciones exigidas por los aliados, que hubieran obligado Tis XIV 2 coneribuiemilizarmente al destonamiento de su niewo Felipe V,levaron, sin duda, «la negativa por parte del rey de Francia. 34 cin no fue aceptada, pero en realidad si la causa borbénica acabé por triun- far en Espafia fue, por una parte por la lealtad castellana hacia Felipe V, y el propésito de éste de mantenerse unido como rey al pueblo espafiol, y como efecto de algunas victorias militares de la causa borbénica. Una de éstas, ver- dadcra obra maestra del duque de Berwick, fue la batalla de Almansa, el 25 de abril de 1707, cuya consecuencia seria la entrada del ejército borbénico en Valencia y en Zaragoza. De esta victoria se seguirian, el 22 de junio de 1707, los decretos de Nueva Planta, que suprimirfan la constitucién histérica de los reinos de Aragn y de Valencia. Ta guerra de Sucesién espafiola se movia, por encima ¢ incluso a pesar de algunas motivaciones o pretextos religiosos, en el dnimo de sus principales pro- tagonistas, la Inglaterra orangista y whig, la Francia borbénica, el Austria de los Habsburgos y la Holanda protestante, aliada con Inglaterra por la obra politica de Guillermo TI de Orange, por un impulso de lucha por el poder, regulado por el sistema de equilibrio. En aquel horizonte continental, la causa catalana iba a quedar postergada y traicionada por quienes se habfan compro- ‘metido en su defensa, como Inglaterra, y la misma Austria habsburguesa, que, después del tratado de paz con Francia ~Tratado de Rastadt de 1714— termi- narla por aceptar, en el Tratado de Viena de 23 de abril de 1725, a Felipe V como rey de Espafia. Dirfase que en aquella guerra, cuya consecuencia real fue Ia génesis casi definitiva de la hegemon{a britinica en un ambito planetario, y la plasmacién del orden europeo que, a pesar de las grandes guerras del siglo xvin, iba a estar vigente hasta el tiempo de la Revolucién y del Imperio napoleénico, para ser después sucedido por el engendrado en los tratados de Viena de 1815, un designio misterioso dominase los acontecimientos y Jos mafcase con un ritmo fatal por la muerte de algunas personas reales, Guillermo de Orange, el hom- bre de fa Revolucién inglesa de 1688, ef adversario tenaz de Luis XIV, no murié hasta después de haber puesto en marcha la politica que condujo a la guerra, y que habla de ser ejecutada inicialmente durante algunos afios por adversarios politicos sories, los ministros de la reina Ana Estuardo (9). Por otra parte, sino hubiese mucrto el 6 de febrero de 1699 el principe elector de Baviera, en favor del cual habla redactado su testamento el rey de Espafia Carlos II el 14 de noviembre de 1698, no se hubiera planteado la cuestién sucesoria espafiola en la forma que oblig6 a Carlos I el Hechizado a fitmar con légri- (0) La incinacién personal dela rena Ana Esuardo, devotaanglicana,y que habta encom ‘ado en su let ala siglesia de Inglaterra la motivacién para apoyar el destronamiento de su padre Jacabo Tl por su hermana Marla y el expose de éta, Guillermo de Orange, ls orientaba ala Slmpatia con los sores, ala ver que la acaba en lo rcligioso de la tendencias de un provestantis- tno wceformistan, cs decir, calvinista, que predominaba entre los whig. La profesién catlica de su manos a preindet ebo Illi, no ohana gua cia aut ine piracidn iniciativa correspondia a loc sigs lo que explica la influencia hegeménica del duque ‘de Marlborough durante la guerra de Sucesin epafiola, 35 ‘as en los ojos su testamento en favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, como tinica defensa de Espafia contra los tratados de reparto de los dominios de la Corona catdlica. Después. la muerte, el 17 de abril de 1711, del empe- rador José I, el sucesor del emperador Leopoldo, que habia iniciado la guerra cn favor de la pretensién austria a la sucesién espafiola en la persona del archi- duque Carlos, su hijo segundo, llevaba a éste al trono de Viena para ser el emperador Carlos VI. Esto cambiaba decisivamente la situacién europea: quie~ nes luchaban, como Inglaterra ~ desde 1707, Reino Unido de la Gran Bretafia en virtud del Acta de Unién de Inglaterra y Escocia~ contra la presencia de una misma dinastia en Parfs y en Madrid, no iban a defender la presencia de los Habsburgos en Madrid y en Viena. La reina Ana Estuardo, hija del Jacobo II el rey destronado por haberse convertido desde hacia ya muchos afios a Ia fe catélica~ sentia fntimamente una inclinacién por su familia y deseaba la suce- sién a favor de su hermano, que hubiera sido Jacobo III si se hubiese avenido a profesar la fe de la elglesia de Inglaterra» y para ello se incliné a la paz con Francia, lo que implicé el abandono del compromiso con la Catalufia austria- cista. La reina Ana murié en agosto de 1714, muchos meses después de que el Reino Unido reconociese en Ucrecht, en abril de 1713, a Felipe V como tey de Espafia, pero lo bastante tarde para que la noticia de su muerte no pudie- se llegar a los barceloneses, que iban a sucumbir pocas semanas después, el 11 de septiembre de 1714, ante los eércitos franco-castellanos dirigidos por el duque de Berwick. En definitiva, nada cambiarla ya para Catalufia, Si en los primeros afios de Ja reina Ana, los sories hablan tenido que poner en marcha una guerra de ins- piracién whig, el seinado de Jorge I de Hannover, iniciado en agosto de 1714, empezaba obteniendo los whigs, partidarios de la sucesién protestante, los beneficios de la paz. que habian hecho los tories con la esperanza de posibilitar la sucesién estuardita. Continuaba siendo verdad en aquella situacién lo que el ory Bolingbroke habia afirmado durante la negociacién del watado con Francia: «No es del interés de Inglaterra la preservacién de las libertades cata- lanas» (10). En cuanto a Austria y a la casa de Habsburgo, los tatados de 1714 les aseguraban la obtencién de aquello por lo que al parecer luchaban en el fondo desde 1701. Obtuvieron el Milanesado, Napoles, Cerdefia y Flandes. La tragedia del pueblo catalin, lo que después llamaron algunos historia- dores «el fin de la nacién catalana», no conmovié ni comprometié a nadie en Europa, aunque fue universal la admiracién sentida por el herofsmo de Barcelona, derrotada ef LI de septiembre de 1714. No podriamos comprender adecuadamente ni valorar en su sentido pro- fando la ulterior resistencia catalana contra los Borbones en su carfcter de gue- tra «ciudadanay y «corporativar, si no notéramos aqui que en la batalla de (10) Cf Sir Charles Perie: The Marshal Dube of Berwick, Londes, 1953, pig. 249. 36 ‘Almansa —de la que es t6pico recordar: ator es va perdre a Almansa» luchaban dos ejércitos de los cuales el defensor de la causa borbénica se componia de soldados franceses, castellanos ¢ irlandeses jacobitas ~es decir, defensores de los Estuardos catélicos contra los orangistas~ al mando del inglés de nacimiento al servicio de Francia duque de Berwick. El ejército derrotado, al de los alia- dos, que combatian contra los Borbones, estaba integrado por soldados portu- ‘gueses, ingleses y holandeses, al mando de un hugonote, es decir, un protes- ‘ante calvinista francés, que servia a Inglaterra, en donde recibié el eftulo nobiliario de Lord Galway. Algunos ingleses tories brindaron en Inglaterra «por ef ilustre general inglés» (Berwick), que ha derrotado a «los franceses» (Lord Galway). De Ja batalla de Almansa dijo nada menos que el rey de Prusia Federico II que se trataba de «la batalla mas cientifica del siglo». En realidad, el duque de Berwick fue el verdadero artifice que hizo posible que reinase Felipe V en Espafia. La nostalgia inglesa por los Estuardos destronados llevé en 1710 al eriunfo tory en la Camara de los Comunes. Mientras que, ya en abril de aque! afio, habla perdido la duquesa de Marlborough, hasta entonces decisivamente influ- yente en la corte de la reina Ana, su cargo de camarera mayor. Esto conduciria finalmente, el 31 de diciembre de 1711, a la destitucién, por el gobierno tory, del duque de Marlborough del mando del ejército bi Entre tanto, el Archiduque, que habfa llegado a entrar en Madrid en sep- tiembre de 1710, s6lo pudo permanecer por muy breve tiempo en la capital del Reino; y al mes siguiente se retiraba hacia Catalutia. Las victorias castella- no-francesas de Brihuega y Villaviciosa ~diciembre de 1710 y la conquista de Gerona por los ejércitos franceses en enero de 1711, fueron e! preludio inme- diato de una nueva situacién, en la que la causa austrfaca entraba ya en su oca- so en Espafia y Catalufia se acercaba hacia la heroica tragedia. La muerte del emperador José I el 17 de abril de 1711 levé al trono de Viena y al Imperio al que habia sido considerado por los espafioles como el rey de Espafia Car- Jos III. Este salié de Barcelona el dfa 8 de septiembre de 1711, y dejé el gobierno confiado, en representacién suya, a su esposa la emperatriz Elisabeth de Brunswick, con la que habla contrafdo matrimonio, siendo Rey de Espafia, ‘en abril de 1708, es decir, en fecha ya posterior al fin de todas las cosas en ‘Almansa. Pero ya en 19 de marzo de 1713 la misma emperatriz Elisabeth salta de Barcelona hacia Viena, mientras la representacién del Reino quedaba con- fiada al mariscal austrfaco Starhemberg. El cambio politico en el Reino Unido, orientado a posibilitar la herencia estuardita de la Corona al aproximarse la muerte de la reina Ana Estuardo, y fa llegada al trono imperial en Viena del que habia sido para los catalanes el rey de Espafia, eran, en verdad, el fin de todas las cosas. En enero de 1712 se haban iniciado las conversaciones de paz entre Holanda y la Gran Bretafia de una parte y Francia y Espafia de otra. Nadie defendié allf las libertades 37 catalanas; los tories ingleses no se consideraron comprometidos por lo que habian pactado en Génova con los catalanes, el 20 de julio de 1705, los diri- gentes swhigs. En aquella ocasién, para obtener el apoyo de los vigatans con- ta la causa borbénica, hablan prometido que, en cualquier caso, incluso en cl supuesto de que Inglaterra reconociese a Felipe V como rey de Espafia, sos- tendrfan la causa de la constitucién histérica de Catalufia, de las «libertades catalanae» En ef Tratado de Utrecht, en abril de 1713, Inglaterra y Holanda recono- cfan'ya a Felipe V como rey de Espafia, mientras Espafia cedfa al Reino Unido el pefién de Gibraltar y la isle de Menorca; con Jo cual se infringfa en el fon- do el compromiso moral que derivaba del testamento de Carlos I, que supe- ditaba la herencia del nieto de Luis XIV 2 la monarqufa espafiola al manteni- miento estricto de la unidad del Reino (11). En aquella guerra de equil no sélo europeo sino planetario, hay que recordar también que Francia cedfa al Reino Unido territorios en América: Accadia y Terranova. Francia, por su reconocfa a la reina Ana y se comprometia a retirar su apoyo al preten- diente Jacobo Estuardo, que fue expulsado del territorio francés. Con esto Francia reconocia la sucesién protestante en el Reino Unido, y aunque entonces los gobernantes tories firmaban la pax para hacer posible la restauracién jacobita, al no realizarse la expectativa de la conversién del preten- diente a la «dglesia de Inglaterra», el resultado de la paz seria, con la sucesién protestante producida en 1714, més de medio siglo de dominio whig, y con 4 el establecimiento definitivo del régimen parlamentario en Inglaterra, es decir, del gobierno de una oligarqula representada en forma mondrquica. Pocos meses después del Tratado de Utrecht, y siguiendo todavia «de dere- chor la guerra entre el Imperio y Francia, el 22 de junio de 1713, los aus- trlacos pactaron con el ejército borbénico la evacuacién de Catalufia, que que- daba disponible para ser conquistada y entregada a la soberania de Felipe V. Incluso pocos dias después, quien representaba en Barcelona a la familia real de los Habsburgos como soberanos de Espafia, salfa también de Barcelona. Fue entonces, al dia siguiente de la partida del mariscal Stathemberg, cuando la Generalitat de Catalufia tomé el acuerdo de proseguir la guerra y ratified su fidelidad 2 «Carlos IID» como sey de Espafia. La Generalitat nombré entonces a Antonio de Villarroel, que no era catalin, pero que era ferviente partidario de la Casa de Austria, como general en jefe de los ejércitos del Principado. Pero la causa militar en Catalufia habia evolucionado de tal manera que ya a partir (11) Recordemos que el ‘nico motivo que levé a Carlos Il, con profunda tristeza, a esta- blecer en su testamento la sucsién borbSnica, fue su conviceién de que era el nico camino para cviar la divisin de sus einos, varias veces intentada en los traados de reparto. Pero no sblo era sa mtiain subj, sng a condi que tenfan que seep es eredeosBorbons de lot ‘Auserias espafioles. Esta condicién fue incumplida en al conrexto de la guerra por el equiibrio ‘curopeo que determinaba en el fondo rods las guertaseuropeas a partir del iatado de Westialia, 38 del 25 de julio de 1713 el ejército franco-castellano establecié el bloqueo de la ciudad de Barcelona. A los pocos meses, el 7 de marzo de 1714, y aunque ‘Austria no reconocia todavia a Felipe V como rey de Espafia, se firmé la paz entre Austria y Francia, mientras el ejército francés continuaba luchando en defensa del trono de Felipe V contra Catalufia y Mallorca (12). De hecho, en ef momento de tomar e! duque de Berwick el mando del ejér- cito franco-castellano ¢ iniciarse el sitio en forma de la ciudad de Barcelona, el 7 de julio de 1714, no habia ya esperanza alguna, en el plano curopeo, de apo- yo para la causa catalana. Esta habia sido abandonada en Utrecht explicita- mente por los ingleses, y dejada indefensa por parte de Austria, al firmar la pax con Francia, sin exigit ninguna salvaguardia para los tertitorios todavia leales al pretendiente austriaco, El sitio de Barcelona habia de durar hasta la fecha, {que serfa para siempre eyocada, del 11 de septiembre de 1714. La singularidad militar, y todavia mas la singularidad sociolégica, de la resistencia barcclonesa de 1714 quedé reflejada en muchos testimonios contemporancos. Se noté con sorpresa que fue una resistencia ejercida por simples «ciudadanos» ~es decir, no milirares, que, como ya hemos notado, hubieran sido nobles o mercenarios— y eburgueses», es decis, no comprometidos con un deber de lealtad a la Corona ni acostumbrados a vivir en el ambiente de la ambicién y de la gloria militar. Tal vez el méximo testimonio del heroismo barcelonés se halle en las memo- rias del duque de Berwick. Felipe V, el rey a quien servia, le haba dado ins- trucciones en el sentido de no admitir sino una rendicién incondicional de la ciudad, sin que se firmase compromiso alguno pot parte de los ejércitos ven- cedores. Comentando este mandato, que en sus memorias califica de «tan poco cristiano», lo atribuye a la hostilidad que reinaba en la corte borbénica de ‘Madrid contra Catalufia. Leemos en sus memorias: ‘No me sorprendieron estos sentimientos de la Corte de Madrid, porque desde la subida al trono de Felipe V, su norma de conducta habla sido siem- pre el proceder con altivez; por este medio se habia visto llevado varias veoes 21 borde de su destruccién por el descontento que su conducta ocasionaba: los ‘inistros nunca hablaban sino de la grandeza de su monarca, de la justicia de tu causa y de lo poco que valfan los que se habian atrevido a oponérseles; asf todos los que se hablan rebelado tenfan que ser sometidos por la espada, todos los que no habfan hichado contra su competidor en el ono tenfan que ser tenidos como enemigos, y todos los que le habfan apoyado habia que suponer que simplemente habfan cumplido con su deber, y que Su Majestad catblica no tenfa que sentirse obligado en lo més minimo por ello. dora no bubiese conocido 2 francés en Cataluta y despucs al sino la ayuda Frances al tae (2) Despuss del raado entre Francia y Ausia,y Felipe V como sey de Expafa, evidensemente la hucs del gj ten Mallorca no ers yal continuacion de una guesra intern: Slecimiento deta dinastia de Borbin en el Printpado de Catlufia yen cl Reino de Mallorca, con- tales naturales de estos pueblos que mantenianidealmencs la legitimidad de los Habsburgos. 39 Si los ministros y generales del Rey de Espafia hubiesen sido més mode- rados en su lenguaje, como parece que habria exigido la prudencia, Barcelona hhubiese capitulado después de la partida de los defensores del Imperio. Pero como Madrid y el Duque de Popoli [se refiere al que habia ditigido hasta entonces el bloqueo de Barcelona] no hablaban de otra cosa, incluso en pabli- 0, sino de saqueos y ejecuciones, el pueblo llegé a sentirse furioso y desespe- rado» (13). ‘Al ser intimada la ciudad a su rendiciSn y contestar con una respuesta nega- tiva, comenta intencionadamente Berwick: «La obstinacién de este pueblo era tanto més soxpréndente cuanto habia ya siete brechas abiercas, y no habla ninguna posibilidad de que recibiese socortos tampoco tenfan provisién alguna en la ciudad» (14). ‘A través de las Namaciones histbricas podemos rcvivir el ambiente barcelo- nés en aquellos largos meses del bloqueo y del sitio. El 23 de julio de 1713 vemos a los consellersasistir a la iglesia de la Merced y poner en manos de la Virgen un memorial en el que recordaban su visible patrocinio y se ponian bajo su protecci6n. Las autoridades encabezaron aquel dia una procesién que trasladé la imagen de la Virgen de la Merced hasta la Catedral. Los historiadores que han quetido insinuar que las constantes referencias a la fe catélica por parte de los catalanes de 1714 en su lucha antiborbénica era algo asi como un pretexto, por otra parte erréneo en su perspectiva, y han advertido que, en definitiva, luchaban en el mismo lado en el que estaban los protestantes ingleses, muestran bien que sus observaciones se mueven en el vyaclo y en la inconcrecién, con total distancia de la vivencia teal de los cata- lanes de entonces. Conviene recordar que al experimentar el abandono de su causa por los ingleses, ya tardfamente, el 3 de agosto de 1714, es decis, dos atios y medio después del comienzo de las negociaciones de Usreche, aquellos hombres, que sin duda habfan carecido de visién politica del horizonte euro- peo ~fue Vicens i Vives el que noté que Catalufa durante la Edad Moderna nada sabfa de lo que ocurria al norte de Salses- expresaron su piblico arte- pentimiento por el etror que habfan cometido al confiar en las palabras de eherejes», Casi un afio después de iniciado el bloqueo de la ciudad, y firmada ya la pax entre Francia y Austria, constando que el ejército sitiador no ofrecia otra alrernativa que una capitulaci6n sin condiciones, delibers el Consejo de Ciento y clos comunes» sobre cudl era su deber en aquella situacién, Rogaron al vica- tio general que encargase a todas las parroquias y conventos que expresasen sit parecer y que se aplicasen a investigar el de los ciudadanos barceloneses a tra- aol) Mtns vo. pgs 156158; ceado por Si Chale Pee: The Marl Due of lerwiek,p. 252. (14) * Memois ol. IL, pag. 171s sbldom, pig 256 40 vvés de conversaciones entre los confesores y los que se avercasen a su confe- sionario, Nos encontramos con un hecho sin duda singular: el de un «referén- dump realizado no cicrtamente a través del secreto de confesi6n, pero si con la libertad y confidencialidad que podfan surgir de aquella situacién, Por otta parte, que los comunes de Cataluia y el Consell de Barcelona pudiesen con fundamento pensar que conocerian asl el verdadero sentir ciu- dadano, s6lo es explicable en una sociedad que hoy llamariamos sociolégica- mente confesional, yen un régimen cultural y politico estrictamente sacral. El 7 de septiembre de 1714 cl general Antonio de Villarroc!, convencido, como Rafacl Casanova, de la imposibilidad de la resistencia, presentaba su renuncia al mando militar. La reaccién de los comunes fue acordar suplicar a la Soberana Virgen de la Merced su especial proteccién, se dignase aceptar el bas- tn de General Comando, colocando su milagrosa imagen en el salén del Consistorio de los Conseller: con toda solemnidad... que el Conseller primero tomase las células del santo y del nombre de las manos de la Virgen y Emperatriz de las Mercedes para distribuirlas, y que diese todas las érdenes en su nombre. Todavia el 10 de agosto el gobierno daba orden de que se practi- ‘easen 500 misas y particulares deprecaciones. Por la mafiana del dfa 10 estuvo expuesto el Santisimo en todas las Iglesias no expuestas a las bombas y los tres predicadores dominicos misionistas predicaron con fervor, animando a los naturales y habitantes a suftir el hambre y la fatiga. Aquellos acuerdos de los ‘comunes, es decis, los tres brazos, eclesidstico, militar y ciudadano de las Cortes del Principado, fueron asumidos por la Ciudad de Barcelona en una pentlti- sma reunién del Consell de Cent, que acordé nombrar generalisima a la Virgen de la Merced; que se tevalidasen los votos hechos el 2 de agosto tiltimo sobre promesa de mejora de costumbres, de rez0 piblico del rosario en las plazas de la Ciudad a fin de alcanzar mejor la misericordia de Dios, de su Sancisima Madre y Santos Patronos, y por su intercesién experimentar el alivio y con- suelo en el trance tan angustioso por el cual pasaba la Ciudad (15). EL sentido expafiol de los ideales por los que luchaban aquellos hombres queda reflejada en la exhortacién ditigida a todo ef pueblo barcelonés que, cl dia anterior a la capitulacién, se promulgé, en lengua catalana, como una tlti- ma proclama, convocando en las plazas de Junqueras, Borne y Palacio a todos los ciudadanos. Aquel bando 0 manifiesto dice: «Haciendo el iiltimo esfuerzo, y dando testimonio a los que habrin de venir, de que se han ¢jecutado lzs ultimas exhortaciones y esfuerzos, proves- tando de los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra comin y alligida patria, y del exterminio de todos los honores y privilegios, quedando esclavos con todos los demés espafioles engafiados, y todos en esclavitud del (5) Citado por Museu Broguers: Hisoria del memonble sito y blagueo de Barcelona, Bascelone, 1871, Th, pigs. 226-227. A dominio francés; pero se confa, con todo, que como verdaderos hijos de la patria y avances de la libertad acudirin todos a los lugares sefialados, a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda Espafia» (16). Iniciado el tiltimo asalto en la madrugada del dia 11 de septiembre, y estan- do ya decidida la situacién a favor de los sitiadores, los barceloneses enviaron a ues diputados para negociar la rendicién. El duque de Berwick, que cum- plié, aunque a su manera, la orden de Felipe V, exigié la rendicién incondi- ional. Habiéndose retirado los delegados, Berwick intim6 de nuevo a la ciu- dad a que se tindiese, pues en otro caso corla el riesgo de ser saqueada. Entonces pudo él dictar sus condiciones, y no pudiendo garantizar Ja capitu- lacién en forma, debido a las instrucciones del rey Felipe V, dicté no obstan- te a su secretario un escrito en el que promedia respetar la vida de codos los ciudadanos y asegurar a la ciudad contra el saqueo. Los delegados barcelone- ses no tuvieron mas remedio que fiarse, en aquellas iltimas horas del 11 de septiembre, de la palabra del duque de Berwick. Este ordend que el ejército no centrase en la ciudad al dia siguiente, el dia 12, sino que se aplazase un dia la entrada, Buscaba, evidentemente, que se enfiiasen los animos, que los ciu- dadanos, ya conocida la rendicidn, desistiesen de toda resistencia, y que los sol- dados castellanos y franceses, al no verse provocados, cumpliesen disciplinada- mente las érdenes que dio, Con ellas conseguitia el hecho sorprendente de una entrada pacifica en una ciudad que desde 1705 luchaba contra Felipe V, y que habla resistido un afio de bloquco y cuatro meses de sitio. En sus memorias, el duque de Berwick, después de expresar con absoluta claridad Ja motivacién de la orden dada al ejézcito de reeeasar durante un dia entero la entrada en una ciudad vencida, con brechas en las murallas, y que hhabfa ya aceptado la capitulacién, expresa también con espléndida sinceridad su admiracién sin limites por los acontecimientos de que serla testigo presen- cial el dia 13 de septiembre de 1714: «No hubiera suitido que nuestras tropas tomasen posesién del resto de la ciudad aquel dia, pues si hubiese anochecido antes de que hubiese podido dejar las cosas ordenadas, la confusién y el saqueo hubieran podido seguirse: en consecuencia juzgué propio comunicar a todos lo que yo habia concluido con los diputados, y procuré disponer las cosas para el ataque general al dia siguiente. Me dirigi a los que se defendian en las barricadas y atrincheramien- tos; por la tarde, sin embargo, pude tomar posesién de Montjuic. »En la mafiana del dia 13 los rebeldes se habfan retirado ya de todos sus puestos; se dio sefial a nuestras tropas, que marcharon a través de las calles con sen a in cy ma 1d ina 69 de ora de ost Cpe Jot Ply fre de Casalha;ctado por Joan Berchmans Vallee de Goytisolo: Refleionet sl Cat Barcelona, 1989, pop 210. ee 42 tal orden hacia los cuarteles que se les habfa asignado que ni un solo soldado salié de las filas. Los habitantes permanecfan en sus casas, en sus tiendas y en las calles, mirando pasar a nuestras tropas como si fuese en tiempo de paz; una circunstancia quizd increfble es ésta: que tan profunda tranquilidad hubiese sucedido en un instante a tanta confusién; lo que es todavia més admirable, que una ciudad tomada por asalto no fuese saqueada; esto sélo puede atribuirse 2 Dios, ya que todo el poder de los hombres no hubiese podido contener a los soldados» (17). Este pasaje de las memorias de Berwick es el testimonio de un hombre muy aarividente que afirma con conviccién, y por cierto con capacidad de trans- mitisla a quienes leemos ahora sus palabras, haber experimentado unos hechos que interpreta como un misterio que supera la explicacién humana, y que ha de set atribuiido a la intervencién de la divina providencia en la vida de los pueblos. Dirfase que aquel pueblo que perseveraba en oracién, y al que se pre- dicaba la confianza en que Dios les darfa la victoria contra la tiranfa francesa, hubiese ofdo como de labios de Angeles la consigna evangélica: «Vuelve tu espa- da a la vaina, porque todos los que hieren por la espada a espada moririn. Hubiera bastado alguna provocacién, bien explicable e incluso previsible, para ‘que se desatase 1a exasperada venganza de los soldados castellanos y franceses. El eminente caudillo militar no atribuye a su talento de mando la disciplina- da actitud de sus soldados. Tenia plena conciencia de que no les hubiese podi- do contener todo el poder de los hombres. ‘Aquellas familias arvesanos de 1714 tejfan a la vista del publico, en porta- les abiertos a la calle, al igual que trabajaban los carpinteros, zapateros, etc. Los soldados les verfan «en sus tiendas», es decir, en su lugar cotidiano de trabajo, sosegados y como si hubiesen olvidado los nueve afios de guerra, y no tuvie- sen nada que les impulsase a enfrentarse a los ejércitos franco-castellanos. La fecha del 11 de septiembre de 1714 vino a ser el fin heroico de una tragedia histérica en la que Catalufia result6 ser més victima que protagonista, a partir del momento en que en 1705 tomé partido contra Felipe V y en favor del pretendiente austrfaco, el archiduque Carlos, wel Rey de los catalanes. La obra de Castellvé es una exhaustiva cténica de veinticinco afios de vida catalana, contemplada en si misma y en su relacién con los grandes aconteci- mientos que tienen lugar en la Corte de Madrid y en los grandes centros de decisi6n de [a politica europea. Pero limitaria el valor de la obra quien slo vviera en ella una cronologia y no advirciera el valor de las actitudes personales del autor. Algunas de cllas son recurrentes y merecen toda la atencién porque reflejan corrientes de pensamiento atraigadas en la sociedad catalana que expli- can muchos de los hechos narrados. De modo general, se siente la obligacién, (17) Memoirs vol, pigs. 175-1 citado por Sir Charles Petrie: The Marshal Duke of Bervic, pig. 257. 43 que alcanza a todos, autoridades y stibditos, del cumplimiento de la ley y de la observancia de los pactos. En el Principado todas las leyes son paccionadas, y son hechas posibles por el mutuo contrato y juramento de reyes y vasallos. La doctrina que exigia a los poderes piiblicos el deber moral de fidelidad a lo jurado se coneretabs, ademés, en Catalufia en la inexistencia y mulidad radical de un precepto emanado del Principe que estuviese al margen de las leyes esta- blecidas a través del cauce del sistema paccionado. La fidelidad a los juramen- tos implica el deber de los gobernantes de cumplir las leyes. Es el mismo ori- gen de la autoridad el que la subordina a la Iglesia, que puede juegar de la conducta de los catélicos en este orden de cosas, en radical contraposicién a las doctrinas que, a favor del absolutismo mondrquico, negaban la autoridad pontificia sobre los reyes y que habfa combatido el cardenal Rocabert En los Anales de Catalufia, Narciso Feliu de la Pefia escribié: «.. Decian deber obedecer las érdenes del Rey aunque sean contra las Leyes y Privilegios... Esta proposicién tan contraria a la ley de Dios, justo es expli- carla e impugnarla, para que no sea ocasién de condenacién eterna a los que, no advirtiendo Ia obligacién del juramento y la fuerza de las censuras Eclesiéstcas promulgadas contra los que rompen el juramento de defender las leyes, tal vez movidos de temor no se atreven a defenderlas» (18). El arraigo de estos principios en la sociedad catalana y en sus dirigentes llamados a defenderlos explica la firmeza y la constancia ~que pueden pare- cer a nuestros ojos, acostumbrados a la prepotencia de los Estados modernos, banales y puntillosas~ con que era reivindicado el més m{nimo Apice de dere- cho, libertad 0 «fueror vulnerados. Las pdginas de estas Nernaciones guardan el recuerdo de aquellos adalides que ofrecicron coda la resistencia humana posible frente a quienes pensaban que la ley Ia hacia la voluntad de quien tenia el poder. Y esto ocurrfa a todos los niveles, porque en todos habia ya entrado el virus del absolutismo despérico: reyes, virreyes, magistrados, fun- ionarios, etc. El ejercicio continuado de esta resistencia, con episodios de extremada violencia dialéctica y politica, va marcando, paso a paso, el cambio de actitud de los catalanes respecto a las dinastias que litigan por el trono de Espafia ‘A pesar de la actitud antifrancesa de los catalanes, que ya hemos citado y que el mismo Castellv!testfica, Felipe V no fue mal acogido por los espafio- les, y por lo que a nosotros interesa ahora, por los catalanes. Asi se aceptaba cl testamento de Carlos II. No parecia haber motivos de queja substanciales, mucho més si al poco tiempo Felipe vino a Catalufia, convocé cortes y jurd las consticuciones, cosa que nunca habja hecho su antecesor. Fue precisamen- te la paulatina intromisién del rey, de los virteyes y de las autoridades de dele- gacién regia en Ambitos de gobierno y de decisién que no les pertenecian por (18) Narciso Feliu dela Petia: Anales de Caralua, Barcelona, 1709, v, I, pig, 479. 4 derecho (deberiamos decir, epor pacto») lo que fue decantando poco poco la fidelidad de los catalanes de los Borbones a los Austrias. No hay que pasar por alto el fracaso del primer intento de desembarco de los imperiales en Barcelona, en 1704; 0 la postuta del mismo Castellvi, con un «antiauscriacis- mo» que tiene su reflejo en Ia soterrada antipatia hacia Jorge de Darmstadt 0 cen las ctiticas constantes a la corte de Viena; 0 el desdén, que tiene visos de orgullo de clase, con que tata a los que primero se decantaron por el Archiduque, porque eran socialmente inferiores. "También hay que resaltar la influencia que las arraigadas convicciones reli- giosas tuvieron en el comportamiento de los espafioles ~y no sélo de los cata- Tancs~ en esta guerra. Ya hemos citado los escripulos que sintieron los barce- loneses al final del asedio por haber confiado en los sherejes». Anddase la reaccidn ante el asalto aliado a Cédiz y la consiguiente profanacién de los tem- plos por obra de los soldados ingleses, que hizo que para los castellanos la. guc~ tra de Sucesién se transformara en una guerca de religi6n, en una cruzada. Una gran importancia tuvieron las novedades introducidas por Felipe V al tract un confesor jesuita y, en particulas, el dar, a través de éste -el padre Guillermo Daubenton— apoyo regio a la provisién de citedras de filosofia sua- rista, Pot lo que después se vio, habrfa que reconocer que se incubaba un fue- go oculto bajo las cenizas, 0 por decirlo con las palabras de Castel’, se daba tuna «dispuesta materia», en la que iba a prender una en la hostilidad contra los alumnos de Cordelles con una motivacién que hoy llamarfamos ideolégica o de partidismo culrural. Aludiendo a los cho- ques entre los estudiantes del Estudi General y los del colegio de la Compania de Jestis escri 45 «El dia 23 de junio [de 1701] pasé el fervor de las disputas a tropelia entre los estudiantes de los dos partidos. La opinién suarista no era la més seguidas la mayor parte de los catalanes seguian la tomistica, Encendiése una civil gue- rma entre la juventud y empezando a tomar parte el pueblo podia terminar en escindalo y ruina» (19). El modo de hablar del que fue capitin del Regimiento de Ciudadanos de Barcelona, conocido como la Corenela, muestra, por una parte, su sensbilidad, que no le leva a sintonizar con la presencia del «pueblo» en los movimientos que se producian, y por otra su imparcialidad en el andlisis de los antecedentes de los movimientos estudiantiles y de las consecuencias que iban a tener al cabo de algunos afios. Teniendo también a la vista las numerosas referencias a los acontecimientos acerca del confficto entre | Estudi General, predominante- mente tomista, y el Colegio de Nobles de la Compafifa de Jests, nticeo pabli- co de la presencia en Barcelona de la escuela suarista, que hallamos en otras fuentes, en especial en los Anales de Feliu de la Pefia, nuestro acercamiento a los hechos lo podemos realizar por una lectura detenida de las Narraciones de Castellvi. En ellas hallaremos constatado el arraigo y como continuidad entre las actitudes de los estudiantes del Estudi General y los sentimientos y modo de ser de los umenestrales» y «plebeyos» barceloneses. Este autor, en efecto, cexpone los hechos con una sutil capacidad para mostrar las conexiones entie ellos y bucear en los sentimientos subyacentes a lo que se muestra en lo super- como un petit fait vrai. Nos hallamos, en realidad, ante un nartador his- t6rico que sondea la intrahistoria, y en algunos casos sugiere algo as{ como una penetracién en el subconsciente de sus contemporéneos. EH testimonio de Castelli puede ayudar a remover de nuestra perspectiva proyecciones basadas en momentos posteriores a los siglos de la dinastia aus- trfaca en Espafia. Se ha visto a veces la presencia en las universidades espafio- las de las cétedras de Sudrez -en Valladolid en 1717, en Salamanca en 1721 y en Alcalé en 1734-, como un hecho profundamente hispanico, que seria des- pués destruido violentamente, por influencia afrancesada y europeizadora, por Ja expulsién de los jesuitas en 1767 (20). Pero los sentimientos y juicios de valor implicados en la intencionada alusién de Castellvi a la rupeura de la tra- dicién de la monarqufa espafiola por el doble hecho de la interrupcién de la presencia de un dominico en el confesionario regio y por la lengua y la nacionalidad francesa del confesor y del propio rey tienen entronques histéri- cos a veces olvidados y que conviene recordar, Establecido como antecedente el hecho de Iz novedad del confesor no dominicano y jesuita francés al lado de Felipe V, prosigue Castellvis (19) Véase mds adelante, pigs. 255 ss, (20) _Véase Acro Xavier: Preise Sudree en la Espa de su époct, Madi, 1950, og. 293: y Ricardo Garcla Villosada, SJ: Manual de bistora de la Compatte de Jests, Made, 1941, pig. 437. 46 de la presencia a que aspira- ban los jesuitas en el Estudi General (24). En las memorias de Saint-Simon se afirma que durante el tiempo del sitio de Barcelona en 1714 «los capuchinos sobre todo y todos los demés de San Francisco, mostraron su ardor por las fati- a8 y los peligros a que se expusieron y por sus exhortaciones apoyadas con su ejemplo» (25), ‘También Voltaire, en Le sitele de Louis XIV, afiema que «los sacerdotes y religiosos intervinieron a aquella guerra cual si se tratase de una guerra de religion y murieron mas de quinientos eclesisticos en el sitio, por To que se puede conjeturar cuénto habian animado al pueblo con sus discur- sos y ejemplos» (26). Los conflictos estudiantiles iniciados en 1701, y que reproducfan otros ante- riores suscitados también por la rivalidad entre comistas y suaristas sélo podrian ser considerados como una mera anécdota si quisiéramos desconocer las descrip- ciones contemporineas y los comentarios y juicios de valor que hallamos en los testimonios de la época. Inequivocamente, Francisco de Castellvi afirma que la difusién de las ideas «imprimidas» por el principe de Darmstade en algunos para pasar a generalizarse a «todos» se debié a la reaccién suscitada por Jas novedades ocurtidas. El historiador Ferran Soldcvila, en su estudio Barcelona sense Universitat i la restauraci6 de la Universitat de Barcelona (1714- 1837) (publicado en Barcelona en el aio 1938, es decir, en plena guerra civil, por iniciativa de la Facultad de Filosofia y Letras y de Pedagogia de la Universidad Auténoma), comenta asf los choques entre los estudiantes univer- sitarios y los del Colegio de Cordelles: «La tivalidad existente y muchas veces manifestada entre los estudiantes de la Universidad 0 Estudi y los del Colegio de Cordelles fue la causa inicial de acontecimiencos que pueden ser considerados como las primeras insinuaciones del enardecimiento que se va fraguando. No olvidemos que en Cordelles estudiaban nobles ~Seminario de Nobles era su titulo y que, de todos los estamentos catalanes, el nobiliario fue el que més ele- mentos aporté a las filas de los botiflers. No olvidemos tampoco que el Colegio de Cordelles estaba en manos de la Compafiia de Jesis y que la (24) Citado por Manuel Rubid i Borris: Historie de le Real y Pontificia Universidad de Cervera, Bazclona, 1915-1916, vo. I pg. 92 (25) Memoirs du duc de Saine-Simon, Pats, 2. ¢.X, pig. 316. (26) Voliairr: Le sidelede Louis XIV, Pais, 82. pig, 227. 48 Compafifa de Jestis iba a ser uno de los puntales de Felipe V en su lucha dindstica» (27). | historiador nacionalista documenta su afirmacién sobre la influencia en Catalutia de los jesuitas en pro de la causa borbsnica aludiendo precisamente a las Narraciones histéricas de Francisco de Castellvl, que en el pasaje antes cita- do esctibe: «Los padres de la Compatiia en Catalufia desde luego fueron considerados por afectos a la dominacién francesa. El celo que manifestaba esta religién (de quien el autor es muy afecto) tenia profundas consideraciones que dictaba la prudencia y aconsejaba la politica y no podian sondearse por los poco adver- tidos, de que se compone la mayor parte de los pueblos. El padre Luqui, suje~ to grave en la religién, conocido por su docerina y ejemplar vida, refirié al autor que el general de la Compafia eseribié a todos los provinciales de Espafia con serias reflexiones que se aplicasen en exhortar a todos generalmente de manifestar afecto al rey Felipe; que debfan creer que el emperador Leopoldo ‘no emprenderia con eficacia la pretensién a la corona de Espafia; que estaba sin aliados, que sus ministros no descaban la Espafia; que slo se procuraba ‘conseguir algiin equivalente para satisfacer los derechos que pretendia la coro- nna; que los alemanes querian sélo el pie en Italia; que el estado de Milin era su principal objeto; y si podian conseguitlo, dominar Napoles y Sicilia; que el provincial de Aragén, hombre sabio y recto, exhorté a todos con la mayor viveza a aplicarse a tan saludable fin, suponiendo que esto evitarfa disturbios en los reinos y serfa saludable a todos los naturales y de crédito a la religién. En los reinos de Aragén, Valencia, Mallorca y Catalufia fue muy favorable esta prevencidn, que indujo muchas familias nobles al partido del rey Felipe» (28). Por esto Ferran Soldevila comenca el apoyo de los jesuitas a la causa de los Borbones en Espafia notando que «se trata de un hecho de carécter general. En Inglaterra los jesuitas sostenfan las pretensiones de los Estuatdo, catélicos. ‘Asi su politica se ligaba con la de Luis XIV» (29). Esta misma alianza y el apoyo de los Borbones a fos Estuardo, pudieron tener un efecto negativo a juicio de muchos historiadores catdlicos, para los que fh vinculacién de los Estuardo con la politica de Luis XIV fue gravemente comprometedora para la causa catélica en Inglaterra. Parece, pues, que el cardc- ter predominantemente botifler de la nobleza catalana educada en el Colegio de Cordelles, y la hostilidad contra ellos por parte de los estudiantes universi- tarios, en conexién con el «pueblo», los «oficiales mecinicos y otros plebeyos de la ciudad, sugieren el contraste de dos ambientes y, de alguna manera, de dos mundos culturales diversos y opuestos. (7) Fetran Soldevila: Bercelona sense univestar la restauracié de le Universitat de Barcelona, Barcelona, 1938, pig. 4 (@8) _ Véase mis adelante, pp. 256-257. 09) Ferran Soldevila: Barcelona sense universta... pig. 4. 49 Leos profesores tomistas y los estudiantes adictos a ellos reivindican la liber- tad en Ia aspiracién a las cétedmas, frente a la «alternativas que hubiera intro- ducido en el Estudi aquella «doctrina suaristica, que no era la més seguida», y para reivindicar aquella libertad invocan la posibilidad de la presencia de los seguidores de Escoto o de Ramén Lull. Esto sugiere el enfrentamiento entre una ciudad de estructura gremial y mentalidad que calificarfamos como pro- piamente medieval, caracterizada por el predominio de las antiguas érdenes mendicantes, y una cultura y unas actitudes sociales «nuevas, que en defini ‘va veremos después hegeménicas en la Universidad de Cervera. Acticudes que tenfan ya una larga y arraigada presencia en Europa y en aquellos clementos sociales que en Espaifa, y en la propia Catalufia, habfan recibido el nuevo esti- Jo que era propio de la educacién «clasicistar que se daba en los colegios de Jos jesuitas. Nos interesa ahora atender concretamente al contraste entre aquellos gestos y actitudes, expresados incluso en el mada de vestir y en contenidos diddcti- ‘0s tales como la herdldica, la esgrima y la danza, y el que debemos con fun- damento pensar que serfa cl modo de ser de los menestrales barceloneses 0 de las otras universidades catalanas en las que predominaba la tradicién comista. Su ambiente se enraizaba en un estilo de vida en profundo contraste con los gestas de aquellos hijos de la nobleza catalana, que en realidad habfan sido ya literalmente «afrancesados, y dirfamos hoy curopeizados, por la educacién recibida y por el ambiente vivido en aquella «Eximia y Suarista» Congregacién, ‘Mariana que Ignasi Casanovas describe, no sin cierta ironfa, como xextraordi- nariamente gloriosa». Uno de estos rasgos, del que dan testimonio inequivoco las fuentes con- temporineas, es el que era representado a Felipe V por un consejero de Castilla para argumentar la supresién de las antiguas universidades: “De haber muchas universidades, se ha seguido el abuso de haberse aplica- do muchos plebeyos al estudio de la jurisprudencia, y obtenido los empleos de ministros: de lo que ha resultado que la gente de calidad ha abandonado esta ciencia y no ha querido aspirar a empleos tan dignos de su sangre por no ado- cenarse con gente que no era su igual, con grave perjuicio del Rey nuestro sefior y del bien piblico: lo que no sucede en los demds reinos de Espafia, por no tener semejante gente medios para mantenerse en las universidades de Aleald y de Salamanca» (30). Con este rasgo social se relacionaba en la vida concreta de aquellos tiempos tun mayor apego a las tradiciones antiguas y a lo que ya entonces algunos con- sideraban reminiscencias medievales. Hemos visto en Barcelona simpatizar con el tomismo y con los dominicos de la Academia de Santo Tomés a los menes- tales y plebeyos de Ia ciudad. Que as{ debia de ser en la totalidad de las uni- (G0) Manucl Rubi6 i Boris, ob ci, vol. 1, pag. 111. 50 versidades catalanas se puede ver expresado en el nerviosismo de una primera redaccién del preémbulo para el decreto de supresién de todas las universida- des catalanas, poco después de la derrota de Barcelona: La tenaz resistencia de los catalanes contra la debida sujecién a mi legfti- ‘mo dominio... en la que se introdujeron muchos sujetos notables de las uni- versidades literatias de aquel Pals, provocé mi justicia y obligé a mi providen- cia a mandar que se cerrasen las universidades, que eran fomento de maldades cuando debian serlo de virtudes» (31). ‘Aunque esta redaccién parecié que debia moderatse «y explicar con otros términos més templados», es indudable que la decisién de suprimir todas las uuniversidades de Catalufia, y el cardcter que tomaria la Universidad de Cervera, hhan de verse en continuidad con el enfrentamiento entre la politica universi- taria que en nombre de la Corona habia realizado el virrey de Caralufa y el ambiente universitario tradicional que nos describen Narciso Feliu de la Pefia y Francisco de Castelly{ de modo tan inconfundible ¢ inequivoco. A fines del siglo xvm, las universidades catalanas, de las que nadie deja de reconocer st insercién social y la conservacién de la lengua, mientras se comenta su espiri- tu oftodoxo y tradicional en lo religioso, eran, pues, socialmente populares y estaban ideolégicamente inmersas en el escolasticismo tradicional, preferente- mente tomista. La totalidad de los acontecimientos que precedieron al alza- miento catalén y cambiaron el ambiente ciudadano ocurtié bajo el primer pe- rfodo, en que el padre Daubenton ocupaba el regio confesionario. La definitiva cteacién de la Universidad de Cervera y aun la supresién de las universidades catalanas puede haber sido también realizada a su vuelta en 1716. Por otra pat- te, los rasgos de regalismo y de menosprecio a la teologla escolistica que advierten algunos en Robiner, confesor de Felipe V en los afios de ausencia de Daubenton (1706-1716), no carccen de precedentes y los veremos intensifi- carse al entrar en el siglo Xvi. Para Catalufia aquella guerra consticuyé el esfuerzo heroico por defender la vigencia de su constitucién politica tradicional. Formado durante la Edad ‘Media, se mantuvo, en su estructura y en sus principios, un régimen «pactis- ta» que habia conseguido sobrevivir a la teigica experiencia de la guerra de 1640-1652. La misma reaccién catalana frente a la accién de Francia en Catalufia» (32) explica el hecho admirable de que, en pleno triunfo «moder- nor de las concepciones de un absolutismo politico inspirado en el humanis- (G1) _Tbidem, pg, 113. Nota Rubid i Boris que & esa primera redaccin se adi al margen: Parece que este principio se debe moderar y explicar Con ots térmiinos més templadose. De aqu {que el texto fuse sustituido por el que exprosa la gratitud del Rey a la lealtad de fa Fidelisima Giadad de Cervera aque entre los incendios de tan sangrientay universal rebelin ha conservado siempre indemne cl verdor de st fidelidads, pero también a éte se paso una anotaci6n que decia spe acer ie empl, a eee i: 32)" Véase Jose Sanabre, pbro.: La accién de Francia en Catala en la pugna por a hegemo- pled bn pe 659), Bacon, 998 ba 51 mo tenacentista y el racionalismo filos6fico, viviese el pueblo catalén rigiendo su vida colectiva por instituciones y criterios en los que pervivian las concep- ciones y los idcales de la Cristiandad medieval. La fuerza y el arraigo profun- do de las convicciones y tradiciones del pactismo catalin se revelatfan ante una Europa sorprendida por la tenacidad de los barceloneses en los largos meses del blogueo y del sitio de la ciudad en 1713 y 1714. Se trara de algo que resulté inexplicable en aquel mundo de la modernidad absolutista, y que trataria de ser olvidado en los afios de la modernidad ilustrada. El filésofo y pensador carlista Rafael Gambra analizé con precisién la razén profunda del olvido que el sentimiento enacionalista» produce en la memoria histérica de los pueblos. En un iluminador trabajo escribié: «Bsa organizacién —revolucionaria~ de la sociedad sobre bases racionales, a partir de la ruptura con el pasado, deberia realizarse, para ser Idgica, sobre la sociedad universal, 0 al menos, sobre un ideal universaista, antinacional »Sin embargo, contra la Iégica interna del sistema, el constitucionalismo decimondnico se aplicé a las nacionalidades existentes, estableciéndose para cada nacién una Constirucién racional y definitiva que tomaba como objeto y calificativo, precisamente el nombre de la nacionalidad. »Entonces surge un nuevo y extrafio sentimiento que, como el antiguo patriotismo, representa una adhesin afectiva a la propia nacién, pero que no puede llamarse ya patriotismo porque renicga de la obra de los padres 0 ante- pasados y se funda en una ruptura con su mundo y sus valores. Este senti- miento es el nacionalismo. »Al paso que el patriorismo puede ser un sentimiento condicionado y jerar- quizado, en el nacionalismo la razin de Bwado es causa suprema e inapelable, y la Nacién © Estado, hipostasiados como unidad abstracta, constituyen una instancia superior sin ulterior recurso» (33). No sblo en escritores que se han puesto al servicio de posiciones politica- mente intencionadas sino también en quienes han estudiado monogréfica- mente la guerra de Sucesién de 1705-1714, los juicios sobre los aconteci- mientos han sido con frecuencia deformadores de su significado, y aun encubridores de sus causas profundas y de sus consecuencias sociales y cultu- rales. Tales deformaciones de la conciencia histérica de los pueblos no son infrecuentes. Podria afirmarse que se han dado siempre que las ideolo- sas han buscado su base en sistematizaciones filos6ficas idealistas y en valo- raciones histéricas inspiradas en aquéllas. Encubrimientos y desorientadoras perspectivas, condicionadas por un historicismo roméntico, llevaron a un Lamennais a ser el fundador del catolicismo liberal, mientras se presentaba como el lider més representativo del «ultramontanismo» en Francia y en (G3) “Pautiotismo y nacionalismon, Gritiandad, VIL (15 de noviembre de 1950), pége 507-508. 52 Europa (34). Condicionamicntos ambientales anélogos fueron también causa, por aludir a otro ejemplo muy significativo, de que el nacionalismo revolucio- nario polaco olvidase précticamente el significado «macabaico» del alzamniento popular de la Confederacién de Bar, que de 1768 a 1772, bajo la bandera de ‘Nuestra Sefiora del Carmen, levanté a Polonia frente a la polftica ilustrada del Ultimo rey, Esanislao Poniatowski. Siguiendo la inspiracién de Catalina de Rusia, el wiltimo rey de Polonia levaba de hecho a su patria al abandono de su tradiciSn catélica. Evoluciones culturales y falsficaciones de la memoria histérica de Catalufia andlogas a las aludidas podsian explicar la desconcertante vigencia, entre intelec- tuales y ditigentes politicos catalanes, del sistema de falsos tpicos que nos han evado a la desorientacién y al encubrimiento de nuestra tradicién y cultura. En la historiografia y en la ideologia politica, a partir de la génesis del movi- miento catalanista, podriamos advenir dos Iincas 0 actitudes divergentes y atin ‘opuestas. Algunos han querido apoyar el catalanismo y nacionalismo en una sedicente reafirmacién de la autenticidad tradicional de nuestro pueblo; otros, desde ideologias ya explicitamente revolucionarias, no han dudado en descali- ficar, como medievalizantes, desde la perspectiva de la modernidad del catala- nismo, los grandes movimientos sociales y politicos de los momentos mds sig- nificativos de la historia de Catalufia. Esta segunda orientacién, abiertamente descalificadora de los mismos movimientos que el catalanismo «conservador» y pretendidamente tradicional tendfa a reconocer ~aunque fuese desde una cierta mitificacién roménticamente «cevolucionaria-— como vigorosas defensas del ser auténtico de Catalufia, la podemos hallar explicitada en aquellos autores en los que ha culminado la tesis del cardcter «centripeto», © por mejor decir «extrin- secista», del catalanismo cultural y politico (35). Ast, Rovira i Virgili, abando- zando incluso la mitificacién nacionalista del alzamiento de 1640-1652, llegé a afirmar la desconexién del moderno nacionalismo catalin con aquella guerra y con el alzamiento antiborbénico de 1705 a 1714: «Los herederos de 1640 y 1714 son en realidad los carlistas de la montafia catalana» (36). Profundizando en esta actitud antitradicional y modernizante escribié Vicens i Vives, explicando la ausencia de Catalufia en el mundo posterior al Renacimiento: (G4) CE, Eugenio Vegas Latapié: Romanticimo y democracia, Santandes, 1938. Vésse también imi estudio Critiamiimo y revolucén. Los origenes ramdnscos del crisianiomo de izquierd, 2 ey Madtid, Speir, 1986, (@5) CE Alexandre Plana, Ls ides politiques don Valent Almirall Barcelona, 1911. G6) Antoni Rovira i Virgils Hiasria dels movimenss nacional, Barcelona, Societt Catalana dEdicions, 1914, Serie 34, pig. 191. Josep Pla, en su escrito "Prosperitat i aun de Catalunya’, en Obra completa, vol. XXX, pg, 106, afiema haber oldo deci a Rovira i Virgil que clas guerras civiles caristas que tuvieron lugar en siglo pasado en Cataluia fueron una vergiien- ‘a nacional, que habla que borrar dela memoria de la gene, y que hay que dar por no exsrentes, ‘como si nunca hubiesen sido. 53 «El sentimiento corporativo era tan profundo que nada pudieron los artis- tas més o menos injertados del Renacimiento para vencer las cristalizaciones extéticas de nuestros gremios, cofradias y de asociaciones diversas. Bl corpora- tivismo vencié al humanismo... Entre 1450 y 1550, para no hablar de las cen- turias del Barroco, Catalufia no dio ninguna gran figura al Renacimiento, que cra la expresién sociolégica de la ruptura del mundo corporativo por el indi- vidualismo capitalista de la nueva burguesia mercantil» (37). EL mismo historiador juga asf las consecuencias del «pactismo» catalin: «Una falta casi absoluta de imaginacién preside las relaciones politicas de los catalanes durante la época pactista... En el transcurso de los siglos xv1 y xvit la Catalufia virreinal fue perdiendo el contacto con la realidad del Poder. El éxito de su alzamiento contra Felipe IV, la adopcién por el ultimo de los Austrias de la frmula del inmovilismo administrative, fueron elementos que se aiadieron a la fatalidad del juego histérico. Porque la historia no perdona ni un instante de retraso, y cuando uno se olvida de la historia, ésta retorna ‘con fuerza. En Catalufia este retorno se hizo bajo la forma del Estado de Felipe V y la Nueva Planta» (38). En la perspectiva en que se sitia Vicens i Vives, el retorno de Ia historia no abtié la posibilidad de la entrada en la modernidad europea a las generaciones que siguieron a la derrora de 1714. Porque él mismo define ast el catalanismo nowcensista: El hecho fue que el catalanismo incorporaba Cataluia 2 Europa de una manera total ¢ irrenunciable... El reencuentro con Europa después de cuatro siglos de ausencia, he aqui el significado profundo del movimiento catala- nistar (39). ‘Més desconcertante todavia que esta no disimulada hostlidad y desprecio de los dirigentes intelccuuales del catalanismo extrinsccista, progresista y revolucio- nario, hacia la Catalufa tradicional, es el hecho de que, incluso entre historia dores y pensadores de aquel catalanismo que consiguié movilizar a los herederos familiares del carlismo catalén, podamos hallar confusas matizaciones y califica- ciones sueiles que también intentan apartar de la memoria histérica de los cata- lanes el dinamismo profundo de nuestra vida colectiva en los siglos modernos. Asi, Prat de la Riba, que para sus seguidores y para sus adversarios es uno de los maximos dirigentes intelectuales del catalanismo conservador ¢ «intrinsecista», no dudaba en aludir a los dirigentes de la guerra antiborbénica concluida el 11 de septiembre de 1714 como «aquellos hombres que presidieron la decadencia de Catalufia», para recomendar honrarles y admirarles pero no imitatles (40). Al (87) Jaume Vicens i Vives: Noticia de Catalunya, 2+ ed, Barcelona, 1960, pgs. 62 y 53. (38) Tbidem, pig. 176. {G9} Jaume Vicens i Vives: Industrials i poles del sgl XIX, Barceloni, 1958, pg, 295. (0). Enric Prat de la Riba, en un articulo publicado en Lt Vew de Catalunya, en el abo pri- ‘mero de su publicacién, en 1901, 54 ‘mismo tiempo que también eminentes historiadores de su misma orientacién califcaban el siglo xvi como «siglo de muerte» para Catalufia, mientras bus- caban en el siglo xvu, en la apertura a la modernidad europea del eclecticis- mo preilustrado de la escolistica antiguo-nova de la Universidad de Cervera, los precedentes de la Reinaixenca del siglo xix (41). A los historiadores parece haberles faltado la valoracién justa respecta de toda una serie de grandes figuras de profundo arraigo en Catalutia y de amplia influencia en Europa, representativos de la perseverancia de una tradicién de Cristiandad en los siglos xvt y xvi. Quedaron en el olvido hombres como Rocabertt, el adversatio del galicanismo de Bossuet, los escolapios catalanes de aquellos siglos, 0 el cardenal Boixadors, el dominico restaurador de la tradicién tomista en la Orden de Predicadores. En definitiva, dejé de atenderse a la continuidad de la ttadicién catalana enfrentada al absolutismo y la Tustra- cién (42). Una excepcién grandiosa en 1a actitud ante Ia historia de Caralufia cs la del doctor Torras i Bages, a quien elogié el papa san Pfo X como xobis- po ejemplar» conforme al arquetipo apostélico que habia definido san Pablo. La compenetracién de la gracia y del carisma sacerdotal y episcopal con la autenticidad catalana de su cardcter y personalidad se revela en sus admirables y desgraciadamente excepcionales juicios y valoraciones sobre la historia de Catalufia: El oriente y el ocaso de nuestra nacién... coinciden exactamente con el oriente y el ocaso de la gran filosofia escoléstica... No es, pues, extrafio que en aquella interesantisima época que se desenvolvié bajo los rayos fecundantes de la sintesis cientifica que personifica santo Tomas de Aquino, Catalusia tuviese ‘excepcional importancia en el cuadro de la civilizacién general. wDe aqui que en Ia época del Renacimiento nuestros pensadores més ilus- tres, san Vicente Ferrer y fray Francisco Eximenis, fueran vehementes defenso- res del antiguo orden de cosas, de apariencias mds humildes, pero de mayor solidaridad y bondad que el nuevo modo de ser social, que bajo formas bri- Iantes y grandiosas habia de ahogar la libertad priblica, la espontaneidad del pensamiento, y sustituir la jerarqula social fundada en la naturaleza y surgida de la tierra, por otra que provenia de la legistacién humana» (43). La compleja diversidad paradéjica y misteriosa de las perspectivas opuestas desde las que se ha intentado formar la conciencia histérica de Catalufia, debe- fa estimularnos a una perseverante renovacién de nuestra mentalidad colecti- va, Por ello se presta un servicio insustituible al poder acercarnos por primera Gn) Vase Ignasi Casanovas, SL, Balmes Liev vida else temps kes seve obres Barcelona, 1933, vol IL, pig. 18. (2), Visser exudion La tric catalena em ol siglo XVIT ante of abolusimo y la usracén, Maid, Bandacibn Feancisoo Elias de Tejada y Erasmo PErcopo, 1995. G3) "sep Tocras 1 Bages: La traicis catalana, vol. Il, pigs. 10 y 36, en Obres completes, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1935, vol. VI. 55 ‘vex a Ia realidad de la vida colectiva catalana en aquellos afios, trigicos y den- sos de significado, en que Catalufia fue protagonista principal de la guerra de Sucesién.espafiola entre los Austrias y los Borbones. Sélo el conocimiento de la vida catalana en su autenticidad social hard posible descubrir el arraigo de las «conexiones de sentido» de las corrientes espirituales y de las tradiciones doctrinales y culturales en las «conexiones de vivenciay cransmitidas a través de muchos siglos, a lo largo de generaciones. Si los catalanes no queremos conti- nuar distancidadonos respecto del sentido de nuestra propia vida histérica, necesitamos acercamnos de nuevo, 0 en algunos casos, como ocurre con el con- tenido de esta edicién de las Narraciones histricas de Castell, podfamos decir por primera vez, a la vida colectiva de las generaciones que nos precedieron en ‘sus momentos més determinantes de la evolucién histérica posterior, Este redescubrimiento o primer descubrimiento de nuestra historia secular que nos posibilite la comprensién de Ia corriente’profunda de nuestro sub- consciente colectivo, es hoy una tarea uxgente para la orientacién politica y cul- tural. Por esto mismo tengo la convicci6n de que la publicacién integra de las Narraciones historicas de Francisco de Castellvi emprendida por la Fundacién Francisco Elias de Tejada y Erasmo Pércopo, y cuidadosamente preparada por Josep Maria Mundet y José M. Alsina, sefialard una inflexién decisiva en la his- toriografla catalana. Se trata de un instrumento insustituible para quienes se propongan que las actuales y fururas generaciones se hagan capaces de recon quistar para Catalufia una conciencia histérica auténtica 56

También podría gustarte