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A la hora del despacho, como haba ordenado el Juez, comparecieron los litigantes sobre el

derecho de hacer amanecer.


Sentado ante una mesa antigua llena de papeles, un tintero y un crucifijo encima, estaba el Juez.
Solemnemente, con voz firme y afectada, la autoridad requiri:
-Quin es el demandante?
-Yo, seor Juez dijo el Pucupucu.
-Dnde est su escrito? pregunt.
-Le entregu ayer a usted. Lo puso sobre la mesa.
El Juez busc y no lo encontr.
-No est aqu le dijo- No tiene usted la copia?
-S debo tenerla repuso con alguna esperanza el Pucupucu.
Busc su atado y no hall la copia. Se desesper el indio, pero no estaba el papel.
Entonces el Juez volvi al Gallo y le dijo:
-Dnde est su recurso?
-Debe de estar en su mesa seor Juez.
El Juez encontr inmediatamente el papel y lo ley.
-Muy bien dijo y prosigui. Usted ha dado las horas con exactitud y su recurso est en forma.
Y refirindose al Pucupucu le dijo:
-Usted ha molestado con sus cantos a toda hora, a pesar de mi advertencia. As siempre son los
indios que vienen del campo. Se emborrachan y fastidian. Adems no tienen sus papeles en su
lugar. Luego, declaro, a nombre de la ley, que el seor Gallo es el que tiene el derecho de dar las
horas, con su canto sonoro, todas las maanas.

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As perdi el Pucupucu su derecho legal a saludar a la llegada del nuevo da.

Desde entonces, el Gallo es muy cuidadoso y engredo en la casa de los caballeros; come buenos
granos de arroz, maz, trigo, etc. Mientras el pobre Pucupucu vive en el campo, abandonado a la
intemperie, sin casa, sin abrigo ni alimento seguro.

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