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El ruido de un trueno Ray Bradbury Ex terero de ls pared parecia temblar bajo una deslizante pelicula de agua caliente. Eckels sintio ss ojos parpaear, el leero ardio en esta mo- _ smentinea oscurdad SAFARI EN EL TIEMPO, 8. A. SAFAHIS A CUALQUIER ASO DEL PASADO USTED BLIGE EL ANIMAL [NOSOTROS LO LLEVAMOS ALLI USTED LO MATA Una flema tibia se formé en Ia garganta de kes; trag6 saliva y la empujé hacia abajo. Los ‘masculos de su boca formaron tna sonrisa: mien- ‘ras alzaba lentamente la mano, y en ésta onded ‘un cheque de diez mil délares ante el hombre del ‘eseritorio. este safari garantiza que yo regrese vivo? No garantizamos nada —dijo el oficial—, ‘excepto los dinosaurios. —Se volvie—. Este es el sefior Travis, su guia de Safari en el Pasado, Elle dirt 50 a qué debe disparar y en qué momento. Si le dice que no debe disparar, no dispare, Si desobedece sus instrucciones, hay una severa multa de otros diez mil délares, ademas de una posible accién del gobierno a su regreso, Eckels vio en el otro extremo de la vasta oficina la confusa marana zumbante de cables y cajas de acero, y la auroma ya anaranjada, ya pla teada, ya azul. Habia un sonido como de una gi- gantesca hoguera donde ardia el tiempo, todos los anos y todos los calendarios de pergamino, todas las horas apiladas en llamas, El roce de una mano, y este fuego se vol- veria, maravillosamente y en un instante, sobre smo, Eckels record6 las palabras de los anun~ cios en la carta, De las brasas y cenizas, del polvo y los carbones, como doradas salamandras, sal= tardn los viejos afos, los verdes anos; las rosas endulzarin el aire, las canas se volverin negro ébano, las arrugas Se desvanecerin; todo sera de nuevo semilla, huirt de la muerte, retornari a sus principios; los soles se elevariin en los cielos de occidente y se ocultaran en orientes glorio- 80s, las lunas se devorarin a si mismas, todas las cosis se meterdn unas en otras como cajas chi nas, los conejos entrarin en los sombreros, todo volverd a la fresca muerte, la muerte de la semi Ila, la muerte verde, al tiempo anterior al prine! pio. Bastard el roce de una mano, el mis leve roce de una mano, —ilncretble! —murmur6 Eckels con la luz de la maquina iluminando su delgado rostro— Una verdadera méquina del tiempo. —Sacudi6 la eabe- za— Te hace pensar. Si las elecciones hubieran 1 ‘do mal ayer, yo quizi estaria aqui huyendo de los resultados. Gracias a Dios gané Keith, Serd un buen presidente de los Estados Unidos. Si —alijo el hombre detras del eseritorio, —Tenemos suerte, Si Deutscher hubiese ganado, tendriamos la peor de las dictaduras. Es el antitodo; ‘ilitarsta, anticristo, antihumano, antiintelectual. Ta gente nos llam6, ya sabe, y entre broma y bro- ‘ma decian que si Deutscher se convertia en pres dente querian ir a vivir a 1492. Por supuesto, no ‘nos ocupamos de organizar evasiones, sino safaris ‘De todos modos, el presidente es Keith. Ahora su. ‘nica preocupacion es... Eckels termin6 la frase: Matar mi dinosaurio. , se abraz6 a unos drboles y los arrastré en caida. Torci6 y quebr6 el sendero de metal. Los mmbres retrocedieron y se alejaron, El cuerpo a golped el suelo, diez toneladas de pied y came fas. Ls rifles dispararon. EI monstruo az0%6 el aire ccon su cola acorazada, retorcié sus manclibulas de serpiente, y:no se movi6 mul. Una fuente de sangre Je brot6 de la garganta. Adentro, en algin lugar, estall6 un saco de fluidos. Unas bocanadas nausea" bbundas empaparon a los cazadores, Los hombres se ‘quedaron mirindolo, rojos y resplandecientes. El trueno se apago, [a jungla estaba en silencio. Luego de la ava- lancha, una verde paz, Luego de la pesadilla, la ‘manana, Billings y Kramer se sentaron en el sendero y vomitaron, Travis y Lesperance, de pie, soste- rlendo ain los rifles humeantes, maldecian conti- ‘auamente, En la méquina del tiempo, Eckels yacia tem- bloroso boca abajo. Habia encontrado el camino de vuelta al sendero y habia subido a lx maquina, ‘Travis se acere6, lanz6 una mirada a Eckels, sac6 unos trozos de algodén de una caja metilica y volvie junto a los otros, sentados en el sendero, —Limpiense, Limpiaron la sangre de los cascos, comen- zaron a maldecir también. EL monstruo yacia como. luna colina de carne s6lida. En su interior uno podia. oir los suspiros y murmallos mientras sus cémaras ‘mas rec6nditas morfan, y los érganos dejaban de funcionar y los liquidos cortfan un tltimo instante de un receptaculo a un saco, al bazo, y todo se Clausuraba para siempre. Era como estar junto a una locomotora chocada o una excavadora de vapor al final del dia, cuando todas las vilvukis se abren © se clerran herméticamente, Los huesos ef @ a propia came, el tonelaje de su carne, peso muer- vya sin equilibrio, estall6 sobre los delicados “antebrazos atrapados debajo. La came se asent6, estremeciéndose, Ouro crujido, Arriba, la gigantesca rama de un {bol se rompid y cay6. Golped a la bestia muerta ‘un acto final Ahi esti —Lesperance mir6 su reloj—, 0 a tiempo, Ese es el arbol gigantesco que ori- _ginalmente debia caer y matar a este animal. —Miro alos dos cazadores—, Quieren la fotografia de Que No podemos llevar un trofeo al futuro, ‘cuerpo tiene que permanecer aqui donde ha- ‘muerto originalmente, de manera que los in- 5 paijaros y bacterias puedan vivir de él, como. iba previsto. Todo debe mantener su equili- Dejaremos el cuespo, pero podemos llevar foto con ustedes al lado del magnifico ani- Los dlos hombres intentaron pensar, pero all se rindieron y sacudieron la cabeza. Se dejaron conducir por el sendero de me- | Se hundieron cansacamente en los almohado- es de la miquina. Miraron de nuevo al monstruo ‘un monticulo estitico, donde unos extras ‘voladores y unos insectos dorados trabaja- ya sobre la vaporosa coraza, Un sonido en el piso de la miquina del tiem- los paraliz6, Eckels estaba alli, emblando, Lo siento —aijo al fin —ilevintese! —guito Travis, kels se levant6, 6 —iVaya por ese sendero, solo! —dijo Travis, apuntando con el rifle—, No volver a la miquina. ilo dejaremos aqui! Lesperance tom a Travis por el brazo. Esper... =iNo te metas en esto! —Travis se sacudi6, apartando la mano—. Este tonto casi nos mata. Pero es0 no es suficiente. No. ;Son sus zapatos. ‘Miralost Sali6 del sendero. jEstamos arruinados! Nos van a multar,;Miles de d6lares de seguro! Ga- rantizamos que nadie abandonaria el senclero. Y él lo hizo, jEl muy tonto! Tendré que informar al go- bierno. Pueden hasta quitarnos la licencia para Viajar. Quien sabe fo que le ha hecho al tiempo, a la Historia! —Cilmate, Sélo pis6 un poco de barro. —:Cémo podemos saberie? —gcit6 Travis—. {No sabemos nada! (Es un misterio! Fuera de aqui, Eckels! Eckels buse6 en su chaqueta —Pagaré lo que sea. iCien mil délarest ‘Travis mir6 enojado la chequera de Eckels y escupis, —Vaya para alli, El monstruo esti junto al sendero, Métale sus brazos hasta los codos en la boca. Luego podri volver con nosotros. —ifiso no tiene sentido! EI monstruo esti muerto, idiota, jLas bas las! No podemos dejar aqui las bulas, No pertene- cen al pasado, pueden cambiar algo. Tome mi ccuchillo. fExtriigalast La jungla estaba viva otra vez, llena de los viejos temblores y los gritos de los pajaros. Eckels se volvi6 lentamente a mirar el primitivo deposito 6 de basura, la colina de pesadillas y terror. Luego de lun rato, como un sonmbulo, se fue, arrastrando los pies. Regreso temblando cinco minutos mis tar- de, con los brazos empapados y rojos hasta los ‘codos. Extendié las manos. En cada una habia un ‘mont6n de balas. Luego cay6. Se quedé alli, en el suelo, sin movers. No tenias que obligarlo a hacer eso —dijo Lesperance. —iNo? Es demasiado pronto para saberlo, ‘—Travis tocé con el pie el cuerpo inmovil—. Vivid. a proxima vez no buscari cacerias como sta. May bien—Le hizo una fatigada sea a Lesperance— En- ciende. Volvamos a casa. 1492. 1776. 1812... Se limpiaron las caras y las manos, Se cam- baron las sucias camisas y pantalones, Eckels se ‘habia levantado y se paseaba sin hablar. Travis lo ‘mir6 furiosamente durante diez minutos. No me mire —grt6 Eckels—. No hice nada, —2Quién puede decirlo? —Sali del sendero, es0 es todo, traje un poco de barro en los zapatos.

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