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228 ADOLFO BIOY CASARES Por su parte, Istvan sélo entré en el pasado. Fue 61 quien Hevé, en el bolsillo de su capa, ta copia fotogrifica al siglo xvi. Puedo evocar 1a escena de su trénsito. Estaba —como lo atesiigua ta vendedora de muiiecas— en este pabellon, Srente a esta mesa, a esta vencana, Tenia, como yo, a la izquierda esta puerta, que da al “museo. Estaba vestida con su capa azul y trabajaba en las copias del documento que yo fragiié. Jands, el cochero, que sin duda habia arreglado el cuarto, salié. Entonces Istvan vio que unos hombres que venian del lado de la confiteria se reunian con un hombre flaco, vestido de gris, que desde hacia un rato estaba de pie enfrente. El grupo avanzé hacia ef pabellon. Istvin comprendié que era la policia secreta; enso, con desesperada intensidad, en el cuarto que estaba mas alla de la puerta de la izquierda, en el “museo” Siempre habia imaginado que alli estaba el siglo xvi: ahora, su imaginacion de aguel siglo se concentraba ‘obsesivamente en una pieza de la posada del Tiinel, de la posada que habia entonces en el sitio donde sus abuelos edificaron el pabeltén, Guardé el documento en el bolsillo de su capa, abrié la puerta y pasé... Tuvo tiempo de cerrar el pasador. Estaba muy agitado. Su corazén, que siempre habia sido débil, fall6. Pero Istvén no cayé muerto en el “museo”; cayé en el cuarto de la posada del Tiinel, en el siglo xvi, Ahora yo pasaré por la misma puerta. Janos se ha retirado. Unos hombres que Uegaron del lado de la confiteria se reunieron con otro, flaco, de gris, que estaba enfrente. Ahora todos vienen hacia aqui. No me encontra- ran. Yo me voy al “museo”', con el vaso de agua que Janés 11e trajo con el desayuno. Aungue el viaje de Istvan al pasado pruebe que el tiempo sucesivo es una mera ilusion de los ombres y que vivimos en una eternidad donde tcdo e& vimulténeo, yo no tengo el poder de la imaginacién ch Isivan, que recreaba los objetos y los siglos. Yo no tengo en el cuarto de al lado el siglo XV, como refugio. Yo tengo solamente un vaso de agua, un poco de arsénico y el ejemplo de Chatterton. EL PERJURIO DE LA NIEVE?5+ Entre las obras de Gustav Meyrink recor- daremos el fragmento que se titula El tey secreto de! mundo, #3 Ulrich Spiegelhalter, Oesterreich und die phantastische Dichuntg (Wien, 1919),256 La realidad (como las grandes ciudades) se ha exten- dido y se ha ramificado en los iiltimos afios. Esto ha influido en el Tiempo: el pasado se aleja con inexorable rapidez. De la angosta calle Corrientes 57 perduré mas 24 Se publiod en forma independiente: El perjurio de la nieve. Buenos ‘Aires, Emect, 1944, 64 pp.; 2.*ed., 1946, En el volumen La trama celeste: 4 ed. pp. 199-246; 24 ed., 143-176, 35 “sever, Gustav, modificd su apellido en Meyrink (1868-1932) es tun escritor judio austriaco nacido en Viena. Autor de la novela E Golem (1915), muy elogiada por J. L. Borges, a quien inspir6 un poema de ese titulo, Su produecion se filiaen la linea de E. T. Hoffmann, Otras obras de Meyrink: EI laboratorio de las figuras de cera, El rosira verde, La roche de Walpurgis, etc. No figuca en su produccién Ei rey secreto det ‘mde, que es una invencién de Bioy. Alude, obviamente, al Tiempo. ee de toda realidad y clave del relato que abordamos 28° Son apécrifas la obra y el aut je Ulrich Spiegelhaiter. Este apeliido significa, en alemén, “el que sostiene cl espejo”. Es decir que el epigrafe apocrifo apunta @ dos aspectos: a presencia de lo fantéstico en este relato y el espejo como modelo de ectura invertida. 7 Corrientes es et nombre de ura importante y cénttica avenida de 229 230 ADOLFO BIOY CASARES alguna de sus casas que su memoria; la segunda guerra mundial se confunde con la primera y hasta “las treinta caras bonitas” del Portefio** estan dignificadas por nuestra amnesia; el entusiasmo por el ajedrez, que Jevanté efimeros quioscos en tantas esquinas de Buenos Aires, donde la poblacién competia con Iejanos maes- tros cuyas jugadas resplandecian en tableros allegados por television (presunta), 8° se ha olvidado perfecta- mente como el crimen de la calle Bustamante, con el Campana, et Melena y el Silletero, la Afirmacién de los civiles, 2°! fos entreveros y las “milongas” en las carpas de Adela, 7%? el sefior Baigorri, que fabricaba tormentas en Villa Luro,?** y la Semana Tragica. 2° la ciudad de Buenos Aires, que fuera ensanchada en 1936, con motive dl cuato centenario dela fundscién dela ciudad por don Pedro de #59 La expresidn usual de los carteles anunciadores de los teatros de variedades, como lo era el Porteiio, era una popular epanadiposis: “Trenta Caras bonias teinta.” AI Portefo eoncurria Bioy ciundo smuchacho. * La realizacin de partidas calleeras de ajedrez y la aparicion de la televisién en Buenos Aires son posteriores a la edicién del relato. Bioy Jos antedata intencienalmente. 360 Alude a un famoso asesinato de principios de siglo. Los mencio- hados son seuddnimos de delincuentes que participaron en él. 26 Dato inventado por Bioy. Adviértase como va allegando datos verdadcros, supuestos, inexistentes en cl preludio de su ficeion, 267 enirevero. sn, en la Argentina se denomina asi al combate en el choque cuerpo a cuerpo de dos bandos encmigos; también se aplica a cualquier pelea callejera generada entre grapos o fucciones. Aqui, podtia proyectarse, por via metaforica, a la danza donde los bailarines so aliegan y se distancian, como’en un lucha simulada; ademas de significar, por cierto, las peleas propias de fin de baile popular. Milonga. Mf. L. Es el nombre de un baile popular rioplatense. 2. Una composicion ‘musical. 3, Letra que se canta acompatiada de rasgueo de guitarra, Por extension de 1, el baile en general y, aun, el sitio donde se baila (casa, salon, cabaret). Lo de “carpas de Adela” podria aludir a que solian ‘organizarse bailes populares bajo el toldo de carpas al efecto; o bien, las carpas en que se realizaban los bailes en la pequefa localidad de Adela, cereana a Buenos Aires. 269 E} ingeniero Baigorri, que existio realmente, anuncié que podia hacer llover mediante un aparato de su invenctbn, La referencia aparece €n otros textos de Bioy. 260 Se jlama asi a una semane de enero de 1919 en Ja que el gobierno LA TRAMA CELESTE 231 Entonces no deberd asombrarnos que, para algiin lec- tor, el nombre de Juan Luis Villafafie carezca de evoca- ciones. Tampoco nos asombrara que la historia trans- cripta mas adelante, aunque hace quince aiios sobreco- gid al pais, hoy se reciba como la tortuosa invencién de una fantasia desacreditada Villafae fue un hombre de vastas aunque indiscipli- nadas lecturas, de insaciable curiosidad intelectual; dis- ponia, ademas, de ese modesto y util substituto del conocimiento del griego y del latin que es el conocimien- to del francés y det inglés. Colaboré en Nosotros, La Cultura Argentina ®® y otras revistas, publicé sus mejo- res paginas anénimamente, en los diarios, y fue el autor de muchos discursos de la buena época de mas de un sector del Senado. Confieso que me agradaba su com- pafiia, Sé que llevd una vida desordenada y no estoy seguro de su honestidad. Bebia copiosamente; cuando estaba borracho, contaba sus aventuras con ordenada crudeza. El hecho sorprendia, porque Villafafie era “aseado para hablar” (como decia uno de sus mejores amigos, un compositor de Palermo). Hacia el amor y las mujeres profesaba *° un tranquito desdén, no exento de cortesia; crefa, sin embargo, que poseer a todas las mujeres era algo asi como un deber nacional, sw deber nacional. De su aspecto fisico recordaré el parecido del rostro con el de Voltaire, 2°” la frente clevada, los ojos nobles, 1a nariz imperiosa y la escasa estatura. radical de Hipélito Yrigoyen reprimi6 una huelen obrera, generada por los metalurgicos de la fabrica de Vasena y luego generalizada a todo el pais, La dura represion generd decenas de muertos 345 ‘Nosotros. prestgiosa revista argentina de hamanidades, particu- larmente, de literatura, de extensisima vida (1907-1934) que refljo la realidad cultural del pais. Sus dircetores fueron Roberto Giusti y Alfredo Bianchi, La Cultura Argentina no fue una revista --io fue en 1952— sino una coleccidn y editorial, que ditgis Jost Ingeniros, donde s¢ publicaron obras de autores argentinos y sobre su pais. 260 Ed. 1944 y 1 en libro, deca: “enia un tranquilo desdén” 269 Voltaire (1654-1778), ilésofo, istoriador, novelista ¥ ensayista francés, ingenioso y uti y de prosatersay lineal. Su aspectoTisico, ‘en efecto, esté acorde con fos rasgos que Bioy asienta, 232 ADOLFO BIOY CASARES Cuando pabliqué una recopilacién de sus articulos, alguien quiso ver similitudes entre el estilo de Villafaiie y el de Tomas De Quincey.?6* Con mas respeto por la verdad que por los hombres, un comentarista anénimo, en Azul,?°? escribid: “Admito que el chambergo de Villafaiie es grande; no admito que ese desmesurado atributo, ni tampoco el apodo enano sombrerudo 0, mas exacta pero mas cacofénicamente petiso 2”? sombrerudo, basten para denunciar una identidad, una identidad siquiera literaria, con De Quincey; pero convengo en {que nuestro autor (medidas las personas) es un peligroso rival para el mismo Jean-Paul (Richter). 271 A continuacién reproduzco su relato de la terrible aventura en que fue algo més que espectador; aventura que no es tan diiifana como aparece al primer examen. Todos los protagonistas han muerto hace mis de nueve afios; hace por lo menos catorce que ocurrieron los hechos relatados; tal vez alguien proteste y diga que este documento saca del merecido olvido hechos que nunca debieron recerdarse, ni ocurrir. Yo no discuto esas azones; yo, metamente, cumplo la promesa que me arrancé en la noche de su muerte mi amigo Juan Luis Villafaite, de publicar, este atio, el relato. Sin embargo, atendiendo hipotéticas susceptibilidades, alguna que otra vez me he permitido ingenuos anacronismos y he 2 De Quincey, Thomas (1785-1859) ensayista inglés, cuyos textos ‘nds conocidos sor: EY asesinaro considerado conta una de las belas artes ¥ Confesiones de un fumador inglés de opio. Bioy, lector asiduo de 7. de Q. dice: "su obra constituye una vasta y deslumbrante miscelanea, que inagotablemente emociona, instruye y deleita (La otra aventura, p. 48), *49 Azul, revista literaria que se publicaba en fa ciudad de ese nombre, ‘en ls provincia de Buenos Aires, entre 1930-1931. Colaboraron en ella: Borges, A, Alonso, Ricardo Molinari, R. Arlt, A. Stomi, etc. 2° petisos. m. 7 adj. Arg. Bol., Chile y Uruguay. Poqueto, bajo, rechoncho; hombre de poca estature; caballo de escasa’alzada. La ‘Academia Argentina de Letras recomienda la grafia “petizo". Hacia ef final de esta frase, primeras eds, 1944 y 1948 no epiten “identidad” 27" Richter, Johann Paul Friedrich (1763-1825), conocido como Jean Paul, escritor alemin que asociaba en sus novelas y ensayos clementos ‘dealistas, con enfoques humoristicos y toques macabros, LA TRAMA CELESTE 233 introducido cambios en fas atribuciones y en los nom- bres de personas y de lugares, hay otros cambios, puramente formales, sobre los que apenas debo detener” me. Bastard decir que Villafaie nunca se ocupé del estilo y que, por 50, observaba normas severisimas: puntualmente suprimia cuanto “que” fuera necesario a su texto, y en trance de evitar repeticiones de palabras no habia oscuridad que lo arredrara. Pero mis correc: ciones no lo hubieran ofendido. Creia que Shakespeare y que Cervantes eran meramente perfectos, pero no ignoraba que él escribia borradores. A pesar de los cambios sefialados, que sélo para mi escripulo no son insignificantes, la relacion que hoy publico es la primera que expone con exactitud y que permite comprender una tragedia, de la que nunca se conocieron as causas ni la explicacién, aunque si los horrores. Afiadiré, para terminar, que algunas opiniones de Villafaiie sobre el lorado, sobre el inmortal Carlos Oribe (de cuya amistad me siento cada dia mas orgullo- so), provenian, simplemente, de su varonil pero indiscri- minada aversion por todos nosotros, los jovenes. ABC, RELACION DE TERRIBLES SUCESOS QUE SE ORIGINARON MISTERIOSAMENTE, EN GENERAL PAZ (GOBERNACION, DEL CHUBUT}?7? Fue en la clara desolacion de General Paz donde conoci al poeta Carlos Oribe. Ei diario me habia mandado en una gira para que descubriera deficiencias del gobierno y pruebas del abandono en que se tenia a la Patagonia; 27° para la completa satisfaccion de ambos 2°? General Paz es un pueblo de la actual provincia del Chubut —antiguamente “gobernacin'”—, erritorio comprendido entre los de Rio Negro y Santa Cruz, en ia Patagonia, Repiblica Argentina *75 Patagonia es la vasta region meridional de la Republica Argenti= ‘na, que hacia el S. se etiende desde el Rio Negro hasta Tietra del Fuego 234 ADOLFO BIOY CASARES Propésitos era superfluo que yo hiciera el viaje; pero, como el candor de los hombres de negocios es inapela” ble, parti, gasté, me cansé; especialmente cansado y polvoriento legué en un obstinado mediodia, en mni- bus, al “Hotel América”, de General Paz. El pueblo comprende ese inconcluso y tal vez amplio edificio, un surtidor de nafta con los colores patrios, la Delegacion ‘municipal, y, seguramente, alguna casa mis de las que agotan su imagen en mi recuerdo; imagen casi nula, Pero asociada a una experiencia terrible: lo que hice, lo que haré, ya nada importa: en la vida, en el sueiio, en ef insomnio, no soy mas que la tenaz memoria de esos hechos. Todo, aun las primeras impresiones del dia —el olor a madera, paja y aserrin, de la casa de comerci (que era una dependencia del hotel), las calles blanca- mente polvorientas, iluminadas por un sol vertical, y, a lo lejos, desde la ventana, el bosque de pinos— todo qued6 contaminado de un siniestro y més 0 menos preciso valor simbélico. ;Puedo rememorar la sensaci6n que tuve la primera vez que vi ese bosque? ;Puedo imaginarlo como una simple arboleda, de presencia un poco inverosimil en esa empedernida esterilidad, pero todavia no alcanzado por los horrores que evoca para siempre? : Cuando Hlegué, el patron me condujo hasta una pieza en que habia equipajes ¥ ropas de otto viajero, y me pidid que no tardara, porque el almuerzo estaba listo. No me apresuré; un rato después, consciente demi lentitud, entré en ese comedor, donde oiria el principio de la historia que iba a alterar, con secreta violencia, la vida de tantas personas. . En el comedor habia una mesa larga. El patron retird un poco la silla y, sin levantarse, me presenté a cada una de las personas que estaban alli: el Delegado municipal, un viajante de comercio, otro viajante de comercio... La esperanza de no ver después del dia siguiente ninguna de yde Oa E desde los Andes al Atldntico. Después de “Patagonia”, en 6d 1944, va punto y seguido, LA TRAMA CELESTE 235 esas caras, y, sobre todo, el victorioso estruendo de la radio, me disuadieron de escuchar. Pero oi claramente un nombre —Carlos Oribe— y con una sonrisa que todavia no estaba enterada de mi asombro, de mi incredulidad, extendi la mano a un jovencito de voz tan aguda y tan desagradable que parecia fingida, Tendria lunos diecisiete afios; era alto y encorvado; su cabeza era chica, pero una desordenada cabellera le conferia un volumen extraordinario; parecia muy corto de vista —Ab, custed es Oribe? —Ie pregunté—. ZEl escritor? ~E! poeta —respondié sonriendo vagamente. ~No lo imaginaba tan joven —dije con sinceridad—. éHa oido mi nombre? No, setior. No escucho las presentaciones, Soy Juan Luis Villafaiie —afirmé con la conviccion de haber dado un informe completo. Ahora deberé informar, tal vez, que hacia pocos meses yo habia publicado en Nosoiros un articulo titulado “Una promesa argentina”, en que saludaba el libro de Oribe. Es verdad queen Cantos y baladas habia encontrado una firme ignorancia, infaitable entre los iévenes escritores de algiin brillo, de las tradiciones y de los temas verndculos, un estudio eserupuloso, casi ditia tuna imitacion ferviente, de modelos extranjeros, y, lo ue es desalentador, mucha vanidad, algin afeminade capricho y no poca despreocupacion de la sintaxis y de la logica; pero también es cierto que en todo el libro Puede advertirse un certero instinto poético y une Pasion por la literatura, tal vez menos discreta que avasalladora, pero siempre hermosa. No hay escasez de genios —o, por lo menos, de personas que obran como Si fueran genios; me apresuro a reconocer que es licito. Confundir a Oribe con ellas; sin embargo, no creo que sea ilicito indicar una distincion: esas personas tienen tuna indiferencia esencial por el arte; por esta distineién, Que tal vez no sea interesante, que tal vez no alcance 4 los libros, yo saludé la entrada de Oribe en nuestros letras. ~Mire, si nos conocemos —prorrumpié Oribe con su 236 ADOLFO BIOY CASARES voz mis estridente—, la radio me dejé sordo también de la memori Antes que dijera algo irreparable, le expliqué: “—Pensé que usted recordaria mi nombre porque yo escribi sobre su libro, en Nosotros. Su candido rostro se ilumind con el mas franco interés. —Ay, qué listima —exclamé, siibitamente compun; do—. No lo lei. Nunca leo diarios ni revistas. Leo La Nacién,?"* cuando publica mis poemas. Le razoné mi elogio de Cantos y baladas (aclaro: no sentia ni siento necesidad de justificarlo) y recordé algunos versos que me habian parecido felices. De pronto me vi efusivamente palmeado y congratulado. Excelente, excelente —repetia Oribe, en un tono que manifestaba una generosa intencién de estimu- larme. No debe creerse que este didlogo nos distancié. Dos dias después hicimos juntos el viaje @ Bariloche. ??* En ese intervalo habia ocurrido la terrible desgracia. Los tinicos pasajeros del émnibus éramos una sefiora enlutada, Oribe y yo. Nosotros estabanios tristes y no teniamos ganas de hablar; era evidente, en cambio, que la pobre vieja queria iniciar cualquier conversaci6n. El ‘Omnibus se detuvo a cargar nafta, Bajamos a caminar. Oribe me dijo con insospechada dureza: —No estoy dispuesto a darle el gusto. Se referia, naturalmente, a la pobre mujer. Yo creia que una conversacién con ella era nuestro poco fascina- dor, pero no espantoso?"® destino, Un rato después, La sefiora se aventuré a preguntarme si el proximo pueblo era Moreno; estaba a punto de contestarle, cuando, 274 La Nacién, el diario mis importante de la Argentina, fundado por el general Mitre en E70, Los domingos publica un prestigiado suple- ‘mento cultural 278 San Carlos de Bariloche es un centro tuistico internacional, situado en la provincia argentina de Rio Negro, sobre la cordillera andina 379 En ed. 1944 Hlevaba coma entre “espantoso” y “destino”. LA TRAMA CELESTE 237 sentandose con las piernas cruzadas en el piso del émnibus y levantando los brazos y mirandome en los ojos, Oribe grité con su horrorosa2*7 vor: Sentados en el sueto, que al fin es la verdad, narremos con tristeza las muertes de los reyes, y hablemos de epitafios, de tumbas, de gusanos. Se dird: esto era pueril, desmedido, inoportuno.?7* Pero habia, tal vez (entre los confusos motivos de Oribe), una intencidn benévola: combatir nuestra me- lancolfa. La sefiora se rid mucho y los tres nos pusimos a conversar. Se dira (también): esto era lo que Oribe queria impedir, Pero no olvidemos que él era sensible a cualquier homenaje, y que la sefora, como tantas personas que lo conocieron, estaba notoriamente impre- sionada. Yo oculté mi impresién: crei reconocer en aquellos versos la improvisada traduccion de unos de Shakespeare, y en esa tipica ocurrencia de Oribe la reproduccién de una de Shelley. ?7° Pero no quiero sugerir que todos los actos de Oribe fueran plagios. Hay anéedotas que retratan a los hom. bres. Esa tarde, mientras intentaba dormir una siesta, of la voz de Oribe, que parecia venir dei jardin y que repetia, inextinguible como el ave fénix, #*° la muerte de Tristin.?*! Finalmente decidi proponerle que tomara- mos un café, Cuando sali al jardin, Oribe no estaba, Et patron apareci6 en ia puerta; le pregunté si lo habia visto. —No —erit Oribe, desde lo alto— Nadie me ha visto —y continué sin ningun pudor-—: Estoy aqui, en el 377 Bd. 1944; “Espantose”” 278 Ed, 1944; “inoportuno; pero habia." 2% Shelley, v. nota 39. Se ude al temperamento rebelde y excéntrico del poeta inglés 289 Ed, 1944: “Ave Fénix”, con mayiscula. Bs, segin la leyenda, el ave que renace de sus propias cenizas después de ser ineinerada. 281 Tristan es un personaje del ciclo bretén, Cas6 con Isolda 6 Iseo. En el momento de morir, el héroe desea ver a su esposa, pero ésta leg tarde y muere sobre el cuerpo inerte de su marido. 238 ADOLFO BIOY CASARES Arbol. Yo siempre me trepo a un drbol cuando quiero pensar. Ese mismo dia, al anochecer, conversibamos con algunos viajantes y con el Delegado. Oribe parecia interesado en la conversacién. De pronto empieza a dar signos de reciente impaciencia y, por fin, corre hacia el interior de la casa. La persona que hablaba olvida lo que estaba diciendo; los demas pretendemos disimular nuestro asombro. Oribe vuelve; su rostro expresa, la beatitud del alivio. Le pregumt6 por qué se habia ido, —Por nada —responde con ingenua tranquilidad— Fui a ver una silla, No recordaba como eran las sillas. Temo haber dado una impresin inexacta de mi Pensamiento sobre Oribe; nada es mas difict que lograr {a expresion justa: no ser deficiente, no excederse. He releido estas paginas y temo que la maliciosa, o distrai. da, 0 aparentemente justificada conclusion pueda ser ue la originalidad que yo le concedo a Oribe se agote en dos anéedotas mas o menos grotescas. Sin embargo, abi estin sus Cantos y baladas. Le agrade o no al lector, son ta indisputable adquisicidn de los hombres, que los cantarén y los elogiardn infatigablemente. Ahi esti, sobre todo, su conmovido temperamento postico. Car, los Oribe era intensamente literario, y quiso que su vida fuera una obra literaria. Siguié a los modelos de su predileccion —Shelley, Keats—?? y la vida w obra conseguida no es mis original que una combinacién de recuerdos. Peto {qué otro resultado puede lograr la inteligencia mas audaz o la fantasia més laboriosa? Nosotros, que lo miramos con una simpatia morigera- da por un rutinario sentido critico, creemos, que su aso por la brevisima historia de nuestra literatura sera, Para siempre, el de un simbolo: el simbolo del poeta, Vuelvo a ese dia en que almorzibamos en General Paz. Como he dicho, la mesa estaba colocada frente a int Keats, John (1795-1821), poeta romintico inglés que aleanzé su cumbre tirica en sus Odas. Hizo de la belleza un culto. LA TRAMA CELESTE 239 una ventana; a través de la ventana, a fo lejos, veiamos el bosque de pinos. ; —Una estancia? —pregunté alguien (no recuerdo si Oribe, o algin viajante, o yo mismo). -—La Adela” —contesté el Delegado—. De un tal Vermehren, un dinamarqués. —Un hombre muy derecho, seiiores —afirmé el patron—. Loco por ta disciplina, El Delegado replicd ; No solamente por la disciplina, don Américo. Viyen en 1933, como hace veinte atios, en plena civiliza- cién, como en una estancia perdida en medio del campo. Oribe se levanto, —Brindo por la civilizacién —grité con su voz agu- da—. Brindo por el aparato de radio. Pensé que la civilizacién llegaba a todos los rincones de la Republica, salvo a nuestro penoso bromista. Los demas lo miraron sin interés. Oribe volvié a sentarse. —Es un caso increible y misterioso el de “La Adela” —dijo abstraidamente el Delegado. increible y misterioso porque vivian en 1933 como hace veinte afios...? Tuve ganas de pedir una explica- cién, pero temi que Oribe descubriera mi curiosidad y me despreciara, El patrén se retird taciturnamente. No fue indispensable que yo pidiera la explicacién. —gVen esa tranquera? —pregunté el Delegado. Nos levantamos a mirar. En el bosque de pinos divisamos una tranquera blanca, debajo de un pequeiio techo. —Hace afio y medio que nadie entra ni sale por ahi —¢l Delegado continud—. Todos los dias, a la misma hora, Vermehren llega hasta la tranquera en un coche de mimbre, tirado por una yegua tordilla. Recibe a los proveedores y se vuelve a fa estancia. Casi no les habla. “Buenas tardes", “Adiés”. Siempre las mismas pala. bras. . —iPodremos verlo? —pregunté Oribe, ~-Aparece a las cinco. Pero yo no me pondria a tiro. A propésito de tiros: Vermehren dijo que de las visitas 240 ADOLFO BIOY CASARES se encargaria la Browning. **? Esto lo sé por el peén que pudo fugarse. iQue pudo fugarse? —Asi es. Tiene la gente presa; recluida pricticamente, Dan lastima Jas muchachas. Pregunté quiénes vivian en “La Adela”. ~—Vermehren, sus cuatro hijas, unas pocas mujeres del servicio y algin peén de campo —respondid el Delegado, —iComo se llaman las muchachas? —pregunté Ori- be, con los ojos muy abiertos, El Delegado parecié vacilar entre contestar o insultar+ lo. Contest: ~~Adelaida, Ruth, Margarita y Lucia, Tnmediatamente se demoré en una prolija y totalmen- te superflua descripcién del bosque y de los jardines de “La Adela”. En Buenos Aires conoci la historia de Luis Verme- hren. Era el hijo menor de Niels Matthias Vermehren, que tuvo la gloria de ser el dnico miembro de la Academia Danesa que vot para que se premiara un libro de Schopenhauer, ** Luis nacié alrededor del aito setenta; tenia dos hermanos: Einar, que siguié como él la carrera eclesidstica, y el mayor, el capitan Matthias Mathildus Vermehren, célebre por Ia disciplina que imponia a las tripulaciones, por su aspecto andrajoso, Por su terrible piedad y por haber muerto, por su propia mano, en la Tierra del Rey Carlos, después de abandonar como una rata su bareo en medio de la noche y del naufragio. (H. J. Molbech, “Anales de la Real Marina Danesa’', Copenhague, 1906.)?8* Einar y Luis Verme- hren lograron cierta notoriedad por su lucha contra el 2" Browning, John Mosts (1855-1926) fue un conocide fabricante ¢ inventor de varias armas de fuego, entre ellas la pistola que lleva su nombre. 28 Schopenhauer, Arthur (1788-1860), fbsofo alemiin que coneibié 4a realidad como manifestacion de la voluntad, 29 Obra apécrifa inventada por Bioy. LA TRAMA CELESTE 24 Alto Calvinismo:*** cuando esa tucha excedié los limi tes de Ia retorica y los cielos de la pacifica Dinamarea © iluminaron con el incendio de las iglesias, intervine c gobierno. (Einar comenté después: En un pais libera Luis reavivé pasiones que dormian desde hacta treseiento atos; si hubiera vivido en el sigh xv lo hubiera quemad al mismo Calvino.) Representantes de la Corona pidie ron a los pastores arminianistas?#? que firmaran ut compromiso. Binar fue de tos tltimos en firmar, 1 entonces, como en fa sorpresa final de un cuento, se vie que el héroe de la agitacién religiosa no habia sido él como se habia creido, sino Luis. Este, en efecto, ne admitié concesiones. Aunque su mujer estaba enferme (acababa de tener a su hija Lucia), preficid salir de Dinamarca. Poco después, en un atardecer de noviem: bre de 1908, se embarearon en Rotterdam, hacia Is Argentina, La mujer murié en alta mar. Esa muerte fue inesperada para Vermehren, que s6lo pensaba en sus luchas religiosas y en la traicin del hermano; esa uerte fue como un eastigo irremisible y como una adver- tencia atroz; Vermehren decidid refugiarse con sus hijas en un lugar solitario; decidié irse a la Patagonia, en el fondo de ta Argentina, en el fondo de “ese inacabable y solitario pais”. Compré el campo del Chubut y empezd a wabajar para ocuparse en algo. Muy pronto lo apasion6 el trabajo. Consiguid que le prestaran grandes sumas de dinero y, con una disciplina y con una voluntad casi inhumanas, organizé un admirable esta- blecimiento, levanté en el desierto jardines y pabellones y en menos de ocho afios pagé totalmente su enorme deuda. Pero sigo con mi relato de esa primera tarde en el " Calvino, Jean (1509-1564), difundié la Reforma en Francia y Suiza y cred en Ginebra una repiblica protestante. El calvinisma se istingue de otras doctrinas protestantes por la supresion de las cceremonias, cl dogma de la predestinacién, la reduccién de los sacras ‘mentos al bautismo y la comunién 287 arminianista 0 arminiano, secta protestante fundada por el tedlo- 0 Jacob Harmensen o Arminius (1560-1609), de origen holamdés, que ‘tenvaba Ja doctrina calvinista sobre la predestinacisn 242 ADOLFO BIOY CASARES “Hoel América”. Era la hora del té; en grandes tazones enlozados tomabamos unos mates con galleta. Recordé nuestra intencién de espiar a Vermehren cuando apare- ciese en la tranquera. —-Son casi las cinco —dije—. Si no salimos en seguida, no lo vemos. Estamos lejos. ~Desde nuestra pieza estaremos cerca —grité Oribe. Lo segui, resignado. Ya en la pieza (creo haber dicho que la compartiamos), abrid impiidicamente una valija cubierta de rétulos, y con ademan y sonrisa de presti gitador sacé unos importantisimos anteojos de larga vista, Me hizo una leve reverencia, para que me acercara a la ventana, levanté los anteojos y se puso a mirar. Yo esperaba que inc los ofreciera. ‘Alo lejos, en el bosque, mis ojos divisaban la pequefia tranquera con el techo, y, mas alla, un camino angosto que se perdia oscuramente entre los Arboles. De pronto aparecié una mancha blanca; después fue un caballo, tirando un coche, Miré a mi compatiero; no sentia urgencia de prestarme los anteojos. Se los quité, los enfoqué y vi con nitidez un caballo blanco, tirando un coche amarillo, en el que iba tiesamente sentado un hombre vestido de negro. El hombre bajo del coche, y cuando lo vi caminar hacia la tranquera, infimo y dilizente, tuve la extrafia impresién de que en ese acto ‘nico vela superpuestas repeticiones pasadas y futuras y que la imagen que me agradaba el anteojo estaba en la eternidad. Lo felicité a Oribe por sus anteojos y fuimos a tomar unas copas. —Caballeros —grito Oribe, con su voz de rata— Atencién, Después de lo que he visto, no me voy sin conocer “La Adela”, El patron le creyd. No le arriendo la ganancia —dijo desapasionada- mente—. El dinamargués tiene enferma la cabeza, pero no el pulso. ZY usted sabe los perros que hay alli? Si To agarran, lo dejan como para sembrarlo a voleo, amiguito. LA TRAMA CELESTE 243 Para cambiar de conversacin, le pregunté a Oribe qué amigos tenia en Buenos Aires. —Carezco de amigos —respondio—. No creo arries- gado, sin embargo, dar ese titulo al sefior Alfonso Berger Cardenas. "No pregunté mas. Senti que Oribe era un monstruo, 0 que, por lo menos, éramos dos monstruos de escuclas diferentes. Yo habia hojeado un libro de A. B. C., yo habia escrito sobre el precoz autor de Embolisino?** y de casi todos los errores gue sin mucho trabajo puede cometer un escritor contemporaneo (casi todos: de acuerdo con su lista de obras, aiin le quedaban algunos cuentos y algunos ensayos en preparacién). Me parece imatil declarar que hoy pienso de otro modo. Berger ¢s mi Unico amigo; si me atreviera, diria que es el Unico discipulo que dejo. Pero entonces le agradeci a Oribe la informacién, y agregué: “Me voy a la pieza, a escribir. Lo veré luego. Tal vez lo haya tratado con impaciencia, Tal vez Oribe justificara esa impaciencia. En el recuerdo, sin embargo, es una figura patética: lo veo esa noche en la Patagonia, alegre, erroneo y animoso, a la entrada misma de un insospechado laberinto de persecuciones. 'A es0 de las diez y cuarto salié del hotel. Declard que iba a caminar, para pensar en un poema que estaba eseribiendo. Hacia tanto frio, que eso era una locura desmedida, aun para Oribe. No le crei; no le contesté; lo dejé salir. Partié agubremente, como a cumplir un horrible compromiso. Después sali yo. La noche estaba ‘oscura: por mas que anduve no lo encontré. Entré en el bosque de pinos. No tengo miedo a los perros; en casa, cuando era chico, siempre habia algun perro, y sé tratarlos. Después salid la una y empez6 a nevar. Yo estaba a unos cincuenta metros del hotel, pero nevi 288 embolivno, sm. 1. Aftadidura de ciertos dias para igualar el afio, ‘como el lunar con el solar. 2, Confusin, entedo, embarazo y dificultad para un negocio. 3. Mezcla y confusién de muchas cosas. 4. Embuste Fodas son acepciones que podrian aplicarse a to que hace A. B, C. respecto del ms, de Villafate directa o figuradamente. 24d ADOLFO BIOY CASARES fuerte y llegué con las botas sucias. Adentzo, Oribe me esperaba, asonsada por el frio. Volvié a hablarme del poema y volvi a no creerle. Tomamos unas copas. El poeta las necesitaba; a lo mejor yo también. Le conté mi Excursion. Yo debia de estar medio borracho. Me parecia que Oribe era un gran amigo, digno de confiden- cias, y 10 obligué a quedarse hasta el alba, mientras yo charlaba y bebia. ‘Al otro dia me desperté muy tarde. Oribe estaba de pie frente a la ventana, con ojos de asombro y con los brazos abiertos. ~jOtro mito que muere! —exclamé. No le pregunté el significado de sus palabras; no queria entenderlas; queria dormir. Pero él continue: “En ese mismo instante un automévil entra en “La Adela”. Exijo una explicacion, Se fue. Empecé a levantarme. Volvid al rato: su abatimiento era nototio, casi teatral. — {Qué sucede? —le pregunté. —La prohibicién de entrar en el bosque ya no existe... Ya no existe. Una de las muchachas ha muerto. ‘Salimos lentamente. El patron nos saludé desde to alto de un viejo automévil. ~=ZA dénde va? —le pregunté Oribe, con sui natural impertinencia. PTA Moreno, a buscar un médico. Al de aqui le cortaria el pescuezo. Lo vi esta mafiana para que fuera a ja estancia, por el certificado; ahora me avisan de la estancia que no ha ido. Mando un chico a su casa y le dicen que se fue al Neuquén, 7°? Un viajante nos preguntd si concurririamos al velorio. Oribe le asegurd que no. “Pueden ir —dijo el patrn—. Va todo el puedlo. La decisién de Oribe era firme. Tal vez tuviera razon; ir al velorio tal vez fuera desagradable; pero me irritaba que tomara decisiones por mi y gue se metiera en mis cosas. 28° Neuguén: provincia argentina y nombre de su eapital, situada er fa Patagonia. LA TRAMA CELESTE 245 ‘A Ia tarde no sabiamos qué hacer. No podiamos innos, porque hasta el dia siguiente no habia omnibus. ‘Toda la yente de General Paz estaba en el velorio, No teniamos ganas de conversar. Yo pensaba en la mucha- cha muerta, Oribe también, seguramente, No me atrevi a preguntarle si sabia el nombre de la muchacha (en general 10 trataba con autoridad; sin embargo. en algunas ocasiones me cuidaba vergonzosamente, como si temiera su opini6n). Por fin, me pregunt {Vamos al velorio? Acepté. Fuimos caminando, porque no quedaba nin- gin vehiculo en General Paz. Era casi de noche cuando Cruzamos fa tranquera de “La Adela”, en silencio, con tuna compartida solemnidad que ha de parecer una tonterfa, 0 un presagio. Oribe murmuré: Con tal que hayan atados los perros. —{Cémo no van a atarlos —repliqué—, si invitan al velorio? "Yo no me fio en los rustieos —-asegurd, mirando para todos lados. Durante unos diez minutos seguimos por ese camino entre arboles. Después llegamos a un lugar abierto (pero todeado, de lejos, por arboledas). En el fondo estaba la casa, Alguna vez, en fotografias de Dinamarca, habré visto casas parecidas a la de Vermehren; en la Patagonia resultaba asombrosa. Era muy amplia, de altos, con techo de paja y paredes blanqueadas, con recuadros de madera negra en las ventanas y en las pucrtas. ‘Llamamos; alguien nos abrid; entramos en un vasto corredor muy iluminado (extraordinariamente, para una caca de campo), con las puertas y las ventanas pintadas Ge azul oscuro, con estanterias repletas de objetos de porcelana o de madera, con alfombras de colores bri- antes, Oribe dijo que al penetrar en la casa tuvo la impresion de penetrar en un mundo incomunicado, mas jncomunicado que una isla 0 que un buque. Realmente, los objetos, las cortinas y las alfombras, el rojo, el verde el azul de las paredes y los marcos, determinaba un 246 ADOLFO BIOY CASARES ambiente de interior casi palpable. Oribe me tomé del brazo y murmur6: —Esta casa parece levantada en el centro de la tierra, Aqui ninguna mafana tendré cantos de pajaros. Todo esto era una afectada exageracién, una desagra- dable exageracién; pero lo repito porque expresa con bastante fidelidad Io que podia sentirse al entrar en la casa, Pasamos luego a un enorme salén, con dos grandes chimeneas en cuyos hogares crepitaban las ramas de los Pinos en violentas fogatas. En la penumbra de un Angulo distante, percibi un grupo de personas. Alguien se levanto y vino desde alli a recibirnos, Reconocimos al Delegado. —Fl sefior Vermehren esta muy abatido —nos anun- cié—. Muy abatido. Vengan a saludarlo. Lo seguimos. En un sillén alto, rodeado de hombres callados, estaba Vermehren, vestido de negro, con la cara (que me parecid blanquisima y carnosa) reclinada Sobre el pecho. El Delegado nos presents. Ningiin movimiento, ninguna respuesta, seitalé que la presenta- cién fuera ofda, © que Vermehren viviera. El grupo continué en silencio, Al rato, el Delegado nos pregunté: —iQuieren verla? —Extendié un brazo.— Esta en ese cuarto. Las muchachas fa velan. ~—No —me apresuré a contestar—-. Hay tiempo. Miré hacia arriba. El salén era muy alto, En uno de los extremos habia un coro o entrepiso, que ocupaba todo el ancho. Al frente, el coro tenia una balaustrada roja; en el fondo, se veian dos puertas rojas. Un grueso cottinado verde, como un telén de teatro, colgaba del entrepiso, cubriendo un extremo del salon, Oribe se apoyé desaprensivamente en una limpara de pie, con dguitas, que estaba al lado de Vermehren. Me Pregunté con alguna timidez: En qué piensa? En seguida le menti: ienso que hace mucho que no escribo nada para el diario, No encuentro tema. LA TRAMA CELESTE 247 4¥ esto...2 —pregunté Oribe. —Es claro —dijo el Delegado. —No. No me atrevo —respondi. El Delegado insistio; Seria un honor para el sefior Vermehren. —Todavia —dije— si tuviera una fotografia de la muchacha, Me senti definitivamente canallesco; el Delegado y Oribe acogieron con entusiasmo la sugerencia, —Seiior Vermehren —exclamé el Delegado, en voz muy alta y con alguna indeeisién—. El seffor, aqui, es de los diarios. Quisiera escribir una noticia necrolégica. —Gracias —murmur6 Vermehren. No hizo ningun ademin. La cabeza estaba reclinada sobre el pecho. Yo me estremeci, como si hubiera hablado un muerto—. Gracias. Cuanto menos se hable, mejor. —EI sefior —insistid el Delegado, sefialindome con el dedo— sdlo pide una fotografia. Indispensable para la nota, —Su hija la merece —apoyé Oribe, candido y despia- dado. —Bueno —murmuré Vermehren. ; —{Nos va a dar le fotografia? —pregunt6 Oribe. Vermebren asintié. No tenia fuerzas para luchar contra personas tan Avidas. Casi me tienta la com- pasion, casi lo ayudo... Dejé que se arreglaran entre ellos. —{Cuindo la tendremos? —Oribe inquirid. ~-Cuando venga una de las muchachas. Estoy cansa- do, por eso no voy yo mismo. “Nunca Io permitisia dijo Oribe, con dignidad. Inmediatamente insisiié—: gDonde la tiene? —En mi dormitoris —balbuced Vermehren, Oribe estaba rigido, con la cabeza levantada y los ojos cerrados. Después, con un brusco movimiento, como en una brusca inspiracién, pasd al otro lado del cortinado verde. Aparccié en lo alto del coro; se detuvo entre tas dos puertas, indeciso. Abrié la puesta de la izquierda y desapareci 248 ADOLFO BIOY CASARES EI Delegado miraba plicidamente hacia el coro, Abrié mucho los ojos. —{Como? —articuld. Habia que inventar una explicacion, evitar una rapida calastrofe. —Es un poeta, un poeta —repeti con fatuidad, Oribe apareci6 de nuevo, se perdid hacia abajo, surgié detras del cortinado. Traia en la mano una fotografia. Yo quise veria; se la tendié a Vermehren. Temblando, le of preguntar: —iEs ésta? Durante un tiempo que me parecié largo, pero que tal vez fue la fraccién de un segundo, Vermehren siguié inmévil, con fa cabeza reclinada sobre el pecho, como adormecido en el dolor. Después, como si la proximidad de la fotografia lo reanimara, se irguid. Encendié [a limpara. Era flaco y alto, y en su rostro carnoso, blance ¥ femenino, los labios tenues y los grandes ojos celestes Parecian expresar una impavida crueldad. En ese momento entré una de las muchachas. Puso una mano sobre un hombro de Vermehren y dijo: —Ya sabes: no te convienc agitarte. Apagé la limpara y se alejé, Segiin Oribe, el Delegado comenté después ta insis- tencia con que yo habia mirado a la muchacha, Me fui a sentar en un sof , Junto a una portada que se comunicaba por un corredor con el cuarto en donde estaba la muerta. Por ahi pasaban los que iban a mirarla. Estuve mucho tiempo; tal vez. horas. Vi Pasar a una de las muchachas. Lo vi Pasar a Oribe; lo vi salir; me fehuyé la mirada; tenia lagrimas en los ojos, Vi Pasar a otra muchacha. Por fin me levanté y le dije a Oribe que nos fuéramos de la casa. No quiero ver personas muertas: despues no puedo recordarlas como vivas. Le pregunté si tenia In fotografia; me respondi6 afirmativamente, con una vor temblorosa. Cuando estuvimos afuera se la reclame Habia tan poca luz que apenas pudimos encontrar el LA TRAMA CELESTE 249 Enel hotel, Oribe pidi6 un anis; yo no quise beber. La noche se habia acabado en seguida, aunque estébamios tristes, callados y despiertos. Me dormi poco antes de Jas ocho de la maitana. Creo que Oribe no durmié, Al rato me desperté; no tenia animo para nada y me quedé en la cama hasta el mediodia. Oribe fie al entierro. Después tomamos el mnibus y emprendimos el regreso a Buenos Aires (por Bariloche, Carmen de Patagones y Bahia Blanca). Fsa primera tarde, Oribe estaba muy deprimido; sin embargo, hizo mas payasa- das que nunca. Antes de separarnos me pidié que le mostrara por una iltima vez. la fotografia de Lucia Vermehren. La tomé con ansiedad, la miré de muy cerca durante algunos segundos y bruscamente cerré los ojos y me la devolvié. Esta muchacha —murmurd como buscando la expresién— esta muchacha estuvo en el infierno, 29° Confieso que no reflexioné si habia algo de justo en sus palabras; le dije: —-Si, pero la frase no es suya. Eso no tiene la menor importancia —afirmé con aplomo y yo senti que fe habia revelado la pobreza contumaz de mi espiritu—. Los poetas carecemos de identidad, ocupamos cuerpos vacios, los animamos. Ignoro si tenia razin. He justificado alguno de sus actos atribuyéndolos a un deseo, tal vez inmoderado, de improvisar una personalidad; quiza hubiera sido mis justo imputarlos a motivos 'literarios, pensar que él trataba los episodios de su vida como si fueran Jos ¢pisodios de un libro. Pero lo que no puedo ignorar es que sus palabras ante la fotografia de Lucia Vermehren, aunque sean ajenas, reclaman para él ese poder adivina. torio que Ia Antigtiedad atribuia a los poetas. 21 En Buenos Aires lo vi muy poco. Sé, por las mujeres #9 “Ese es el hombre que estuvo en el Infierno”, decian los conten orincos de Dante, seialindolo con el dedo, en le calle, :** En latin, por ejemplo, vaie, equivalia tanto a poeta como a Aadivino 0 cuasi profeta 250 ADOLFO BIOY CASARES de Ia pensién, que llamé por teléfono algunas veces, cuando yo no estaba. El tkimo recuerdo que me dejo, y el mas vehemente, es ol de una noche que entrd en él diario, con el pelo revuelto y los ojos desorbitados. —Quiero hablarle —grito. —Lo escucho. —Aqui no —miré alrededor—. A solas. —Lo siento —le dije—. Todavia me falta media columna. —Esperaré —dijo. Se quedé de pie, inmévil, mirindome fijamente. Tal vez no lo hiciera para incomodarme; su mirada me incomod. “No me vas 2 ganar”, pensé, y con toda calma, casi diria con lentitud, segui redactando el suelto. Cuando salimos lovia y hacia fri0. Oribe tat de tomar el lado de las casas, en la vereda; tomé el otr9, Lo vi empaparse y empezar a toser. Antes de hablarle, dejé que pasara un rato. {Qué quiere? —le pregunté. —nvitarlo a un viaje. A Cordoba. ?°? Yo pago todo. No solamente era rico: tenia la insolencia del dinero. Me indignaba, ademas, que se creyera tan amigo. Por qué yo iba a acompaiiarlo en un viaje? El de la Patagonia habia sido casual. —Imposible —le dije. Hoy tengo la satisfaccién de haber sido atento; de haber agregado: —Mucho trabajo. Insistio quejosamente y solo consiguié aumentar mi irritacion. Cuando se convencié de que no lo acompaiia- ria, me dijo: “Tengo que suplicarle una cosa. Me parecia que ya habia suplicado bastante. “No quiero que span que me voy a Cordoba. Le pido por favor que no se lo diga a nadie. No les pregunté a las mujeres si llamé, En cuanto 352 Cordohur capital de la previncia del mismo nombre, en el centro de la Argentina. LA TRAMA CELESTE 251 al secreto del viaje, ignoro si lo guardé; creia entonces, ya veces lo creo todavia, que Oribe nunca ha, de haber querido que nadie le guarde ningin secreto. Pero tengo la conciencia tranquila: nada, ni mis palabras, ni mi silencio, pudo modificar los hechos que Tuege ocu- rrieron. Dos meses después de esa noche en que mis ojos desafectos lo vieron perderse, conmovido y futil, en la exaltada iluminacion de Buenos Aires, dos meses des- pués de esa noche en que penctrd en una limitada Reografia de angustia y de persecucién, un carabinero lo Eneontro muerto en un ejano jardin de la ciudad de ‘Antofagasta. 2% Luis Vermebren, detenido a los pocos dias. por la policia, confesd el asesinato; pero ni los especialistas locales, ni los que se enviaron desde Santia~ £0 lograron que explicara los motivos que tuvo, para someterlo. Sélo pudicron averiguar que Oribe habia pasado por Cérdoba, Salta y La Paz, antes de llegar a Antofagasta, y que Vermehren habia pasado por COr- doba, Salta 'y La Paz antes de llegar 2 Antofagasta. Tomé el asunto con tranquilidad. Penst escribir una serie de articulos que narraran Ta persecucion de Oribe por Vermehren y aludir paralelamente a las persecucio- oc de las luces por la Iglesia, Esta excelente ides qued6 Abandonada, porque me convenci de que debia hacer flgo mas: no sin mucho trabajo logre que el mismo Gireotor que me habia mandado tan superfluamente a la Patagonia me permitiera ir, por cuenta del diario, dondo yo quisiese, en cl pais o fuera de él, para ‘ocuparme del asesinato de Oribe. Era un jueves. Unos amigos me consiguieron para el domingo un asiento en el avin de la Tinea militar a Bariloche; para el miércoles, saqué boleto en el avin que va a Chile. Visité sin ninguna esperanza a una tal Bella, una amiga dinamarquesa, casada con un ingeniero que 203 Antofagasta: ciudad y puerto chileno, al N. de Santiago, sobre el Pacifico. 252 ADOLFO BIOY CASARES trabajaba?°* en Tres Arroyos. Me parecia que no bastaba que una persona hubiera nacido en Dinamarca Para que supiera la historia de los Vermehren; esto slo n apariencia era razonable, porque en el pais no hay muchos dinamarqueses, de manera que todos tienen noticias de los demiis, 0 saben quién puede tenerla. Bella me presenté a un sefior Grungtvig, de Tres Arroyos, que estaba de paso en Buenos Aires. Esa noche, en el Germinal, mientras oiamos tangos, Grungtvig me dijo casi todo lo que sé de Vermehren. La noche siguiente volvimos a reunirnos. Me completé los datos sobre Vermehren y vimos la madrugada, metancdlicos y fra- ternos, conversando sobre la estéril, sobre la decorosa Tepugnancia que todos tenemos por tas autoridades, convencidos del porvenir desesperado de la vida politica en la Gerra y, en especial, en la Republica; pero no sentiamos como una desdicha nuestras predicciones y nuestra resignacién; os tangos, que Hlegaban a ser “Una noche de garufa”, “La viruta” y “El Caburé",295 nos animaban, al dinamarqués y a mi, de un secreto patrio- tismo comin, de una indiscriminada voluntad de ac. cién, de una jubilosa agresividad. El domingo al atardecer llegué a Bariloche. Convine con el chofer que me llevé desde el aerédromo hasta el hotel, que a la mafiana siguiente iriamos a General Paz, Salimos temprano y pasamos todo el dia viajando. Le Dregunté al chofer2* si el doctor Sayago®*7 seguia atendiendo en General Paz. El hombre no sabia nada de General Paz, Llegamos. Bajé, cubierto de tierra y enfermo de cansancio, en la casa del médico. Me abrié la puerta el 2 Ed. 1944: “trabaja”, 2% Nombres de tangos de ta guardia viaje. Garufo, fs. farra, diversién. Caburé: ms. pajaro al que se atribuye un poder hipadtico sobre las demas aves. El hombre seductor semeja un caburé. La posesion de una pluma de dicho pijaro asegura el poder de seduccion y dominio. 2° Ed. 1944; “chauffeur”, forma francesa que Bioy mantiene en algunos textos suyos coetaneos, como en "La trama celeste”, y sustituye por “chofer” en otras. 20” Eds, 1944 y 1948: “el doctor Battie” en todo el texto, LA TRAMA CELESTE 253 doctor Sayago; se presenté él mismo y me extendié una mano extraordinariamente palida, hiimeda y fria, Era de escasa estatura; tenia el pelo y el bigote partidos en iguales, con rayas al medio y ondas paralelas. un horrible brebaje, que result6 ser un vino que él mismo preparaba, alabé su aparato de radio (le permitia “oir el Colén?** y los discursos de una canti- dad de sefiores con puestos piiblicos”) y me invité a sentarme. Cuando supo que yo era periodista y, des- pués, que no intentaba hacerle un reportaje, perd gradualmente la amabilidad. Lo interpelé: —Vine a preguntarle por qué usted no quiso ir a “La Adela", a dar el certificado de defuncion de Lucia Vermehren. ‘Abrié mucho los ojos y pensé que le lubiera gustado levarse el aparato de radio y hacerme vomitar (lo que no era dificil) su absurdo brebaje. Sin duda queria darse importancia y hablar; pero no hablar del asunto Verme- hhren. Su actitud era justificable: ignoraba hasta donde podria llevarlo nuestfa conversacién y ninguna persona decente quiere tratos con la policia. Antes que respon- diera, le expliqué: —Blija entre hablar conmigo o con las autoridades. Si habla conmigo no va a arrepentirse. Yo hago esta investigacion por mi cuenta y no pienso comunicar a nadie los resultados. Elija. El hombre se trago un vaso de su propio vino y parecid reanimarse. —Bueno —exclamé triunfalmente—, si me promete discrecion, hablaré. Yo examiné a la sefiorita Verme- hren un afio y medio antes de la fecha en que dicen que murid. No podia vivir mas de tres meses. Dar el certificado —interpreté sin entusiasmo— era admitir un error profesional... El doctor Sayago se resiregé las manos. 298 EI Teatro Colon, el mayor teatro lirica de la Argentina, con ‘capacidad para casi 4,000 personas y con siete pisos. Los conciertos se ‘ransmiten habitualmente por radio. 254 ADOLFO BIOY CASARES —Si quiere verlo asi —comemté— no tengo inconve- niente, Pero le prevengo: después de la fecha de mi examen la sefiorita Vermehren no pudo vivir mas de tres meses, Le concedo: cuatro meses; cinco. Ni un dia mas. Regresé a General Paz esa misma noche; a la mafiana te tomé el avién para Buenos Aires. Durante el Viaje tuve sueiios; mis emociones y acaso Ia tenacidad del movimiento y del cansancio debieron regir_esas horribles fantasias. Yo era un cadaver, y, en el sueiio, el desco de acabar el viaje era el deseo de que me enterraran, Sofié que todos mis amigos eran fantasmas de personas que sc habian muerto; muy pronto moririan también como fantasmas. Un temor no especificado me impedia mirar la fotografia de Lucia Vermehren; ya no era una fotografia lo que yo miraba, lo que yo adoraba, To que yo tocaba. Después hubo un cambio atroz; cuando volvi a mirarla, aunque nunca dejé de mirarla, se me castigd por esa interrupcién retrospectiva: la imagen se habia borrado, quedaba un papel en blanco y supe definitivamente que Lucia Vermehren estaba muerta. Llegamos al atardecer. Yo estaba cansado, pero esa era mi tiltima tarde en Buenos Aires y queria verlo a Berger Cardenas antes de irme a Chile. Llamé por teléfono a su casa; me atendid él mismo y me dijo que no estaba; le dije que lo visitaria a la noche. Han pasado afios desde esa entrevista; sin embargo, al evocarla hoy, vuelvo a sentir el mismo arrepentimiento y el mismo asco. Berger debid quedar como un simbolo, su mero recuerdo como un incesante conjuro de esos horrores; pero tan inescrutable es el desarrollo de nuestros sentimientos que ese hombre ilegé a ser el mas conspicuo de mis emigos, y, me atrevo a agregar, durante las inextinguidas miserias de mi larga enferme- dad, el mejor enfermero y el mejor sirviente. Entre perros enormes, que silenciosamente surgian y volvian a desaparecer en la oscuridad, segui a un evasivo portero, por una serie de patios irregulares y después por un jardin donde habia un pabellén con una LA TRAMA CELESTE 255 escalera exterior, y un scio arbol, que en Ia noche parecia infinito, Subimos la escalera, abrimos la puerta y entré en una pieza vivamente jluminada, con las paredes cubiertas de libros, Congestionado y benévolo, Berger se levanté de un horrible sillan con brazos metalicos y avanzé a recibirme. No perdi tiempo en arabilidades. Le pregunté si Oribe habia escrito algo sobre el viaje a la Patagonia, —Si —contest6—. Un poema. Lo conservo todavia. Abrio un cajén atestado de papeles revueltos y sucios; hurgé ahi adentro y al rato sacé un cuaderno de tapas rojus. Se dispuso a leer. —Yo se lo copié —decleré—. De mi puiio y letra. No tiene importancia —dije; le saqué ei cuader- no—. Descifro las peores escrituras. El titulo me hizo estremecer: Lucia Vermehren: un recuerdo. Lei el poema y me parecié la fijacion débil y perifrastica de sentimientos intensos; pero éste es un juicio posterior y confieso que esa noche sélo pude expresar una confusa, aunque violenta, emocién. Una emocién, indudablemente, ¢s una forma humildisima de critica; sin embargo, por merecerla, el poema se distin- gue entre todos los de Oribe (a pesar de las férvidas intenciones de imitar a Shelley prodigaba nuestro poeta mis felicidad verbal que sinceridad), Los versos que lei tenian defectos formales y no eran siempre eufdnicos: pero eran sentidos. #°° Como no dispongo de esa calum- niosa recopilacién péstuma, en donde figura el poema, debo citar de memoria, y, desgraciadamente, recuerdo una de las estrofas mas inguidas. Su primer verso es pobre; las palabras “bosque”, “desicrto”, “leyenda”, son valores poéticos andlogos y no se refuerzan mutua- mente. El segundo verso, émulo de las peores victorias de Campoamor,3°° es indigno de Oribe. En el iltimo la cesura no cae naturalmente; considero, por fin, que la 2° Bd. 1984; desputs de “sentidos” coloca punto y aparte. 34° Campoamor, Raman de (1817-1901), poeta y dramaturge espaol, iniciakmente romantico, se inclind después por un realismo escéptico y burlén, del que nacen sus Humoradas, Doloras y Pequetos poemas. 256 ADOLFO BIOY CASARES cleccién de la palabra “desesperanza” no debe reputarse un acierto, La estrofa, en su conjunto (y en su miseria), quizé no delate influencias; pero alguno de sus versos trasluce, al menos me parece a mi, vestigios de Shelley; mi desmemoriado ojdo, sin embargo, se niega a preci, sarlos. Descubri una leyenda y un bosque en un desierto, yen cl bosque a Lucia. Hoy Lucia se ha muerto. Levantate Memoria y eseribe su alabanza, aunque Oribe caduque en la desesperanza, Le pregunté a Berger si Oribe no ie habia contado nada de su viaje. —Si —dijo—. Me conté una aventura rarisima, Berger empezd por el “misterio” del bosque de pinos, y continué: —Usted recordara que Oribe salié del hotel una noche, a eso de las diez, con el pretexto de pensar en un Poema que estaba escribiendo. La noche era muy oscura (ian oscura, me dijo, que s6lo descubrié que habia andado entre nieve cuando se miré las botas, en el hotel). Se dirigié como pudo al bosque de pinos. Los perros no le salicron al paso; se alegré de esto, porque los temia, aunque sabia tratarlos... ~—Creo que él tambien tuvo perros —indagué—cuan- do era chico... me parece que le of algo de eso... De pronto se encontré frente al edificio principal de “Lz Adela”; dijo que lo rodeé por ei sur; abrié una puerta lateral y se metid al azar por esa casa desconocida; cruzé cuartos y corredores; finalmente llegd junto a una escalera de caracol, detris de una cortina verde; subi la escalera y desde un entrepiso vio un salon inmenso donde un sehior vestido de negro conversaba con tres muchachas (las Primeras personas que encontrd en la casa). Afirmaba gue no lo vieron. En el entrepiso habia dos puertas, ‘Abr la puerta de la derecha. Abi estaba Lucia Verme- ren. LA TRAMA CELESTE 257 Senti un vértigo y murmuré: {Qué mas? —Oribe sefialaba dos puntos —explicé metédicamen- te Berger—, Primero, que al verlo, la muchacha no se asombré. Era, me repetia, como si de un modo general Jo hubiera esperado. Le pedi que no repitiera, que me explicara lo que él entendia, al menos en esa frase, por modo general. Initil. Usted sabe lo obstinado y lo desatento que podia ser. Después venia el segundo punto, © sea la docilidad virginal con que la muchacha se entregd, Con su cara congestionada y sus ojos inexpresivos, Berger dio pormenores. Yo tuve asco: de mi, de Oribe, de Berger, del mundo. Hubicra queridy abandonar todo; pero me hallaba en ese episodio como en la mitad de un suefio y tal vez entendi que no debia tomar decisiones, que en ese momento mi sentido de ta respon- sabilidad no excendia al de un personaje sofiado. Ade- més, empecé a entrever (muy (ardiamente, por cierto) una explicacién de los hechos y cometi la equivocacién de querer confirmarla 0 desecharla, de no preferir la incertidumbre. A la mafiana siguiente emprendi el viaje a Santiago, 39 Recordé que no debia odiar a Oribe. Con insegura frialdad me pregunté si me indignaba tanto que hubiera contado la aventura porque la muchacha estaba muerta. Precisamente, la habia contado por eso: porque la muchacha estaba muerta y porque la historia de su vida ¥ el episodio de su muerte eran romiinticos. Trataba ta realidad como una composicion literaria, y debia imagi- nar que el valor antitético de esa anéedota era irresis ble. El procedimiento era candoroso, el efecto, burdo, y pensé que no debia juzgar a Oribe con mucha severidad ya que su culpa no era la de un hombre inicuo sino la de un escritor incompetente. Lo pensé en vano. Los argu- mentos no abatieron mi condenable tencor. En cuanio llegué a Antofagasta fui a ver al jefe de 2°! Se refiere a Santiago, capital de Chile 258 ADOLFO BIOY CASARES policfa. Este funcionario no se interesd por la carta de presentacion, aunque Ievaba la firma autografa de nuestro jefe, me oyd con indiferencia y me extendi6 un permiso para visitar a Vermehren cada vez que yo quisiera. Lo visité esa misma tarde. En sus ojos durisimos no adverti si me habia reconocido. Le hice algunas pregun- tas, Empez6 a insultarme, lentamente, con una voz en que las palabras, casi murmuradas, parecian contener un vendaval de odio. Lo dejé hablar. Después le dije: —Como usted quiera. Yo andaba en una investiga- cién personal, sin intencion de publicar los resultados, Pero me ha convencido: publico tos datos que me dio el doctor Sayago y no molesto a nadie, Me retiré en seguida y al dia siguiente no apareci en la carcel. Cuando volvi fue easi atento. Apenas aludié a la en- revista anterior. Me dijo: —No puedo explicar este asunto sin referirme a mi pobre hija. Por eso no quise hablar. Confirmé Ia historia del médico; agregé que una noche, cuando Lucia subid a acostarse, alguna de las muchachas dijo que parecia increible que en una vida tan cotidianamente igual como era la de ellos, pudiera introducirse un cambio: el cambio definitive de la muerte. Después recordé la frase, y, en horas de insom- nio, cuando las credulidades y tos propesitos son mas apremiantes, decidié imponer a todos una vida escrupu- losamente repetida, para que en su casa no pasara el tiempo. Debié tomar algunas precauciones. A las personas de a casa les prohibié salir; a los de afuera, entrar. El salia, siempre a la misma hora, a recibir las provisiones y dar las ordenes a los capataces. La vida de los que trabaja- ban afuera siguio como antes; huy un pedn, es verdad, pero no lo habria hecho para salvarse de una disciplina terrible, sino porque habria descubierto que ocurria algo extraiio, algo que no podia entender y que por eso lo LA TRAMA CELESTE 259 intimidaba. Adentro, como el orden siempre habia sido estricto, el sistema de repeticiones se cumplié natural- mente. Nadie huyé; mis aun: nadie lego a asomarse a una ventana. Todos los dias parecian el mismo. Era como si el tiempo se detuviera todas las noches; era como si viviesen en una tragedia que se interrumpiera siempre al fin del primer acto. Transcurrié asi un afio y medio. Fl se creyé en la eternidad, Desputs, inesperada- mente, murid Lucia, El plazo del médico habia sido postergado por quince meses, Pero en el dia del velorio ocurtié un hecho revelador: una persona que nunca habria estado en la casa, pudo ir, sin indicacién de nadie, hasta una determinada habitacién, Vermehren solo reparé en esto cuando Oribe le dio la fotografia de Lucia; pero afiadié que al encender la Kimpara, su decisién ya era mirar la cara del hombre a quien iba a matar. ‘A los pocos dias yo estaba de regreso en Buenos Aires y Vermehren habia muerto en su cércel. Se dijo (por ahora no quiero desenmascarar el autor de la infamia) que Yo no era ajeno a esa muerte; que aproveché la circunstancia de no ser registrado, para levarle el cianuro (me lo habria exigido a cambio de una confe- sion). Pero faltaron las consecuencias previstas por los difamadores: yo no revelé nada y la policia de Chite no se ocupé de mi. ‘Temo, ahora, reavivar Ja calumnia; se alegaré que los datos que me dio el médico y la simple amenaza de pu- blicarlos no pudieron bastarine para obtener las declara- ciones de Vermehren; se pasara por alto la dificultad que yo habria tenido para conseguir un veneno en Antofagasta; se insistira en que esta publicacion es la prueba que faltaba. Yo, sin embargo, espero que el lector encuentre en mis paginas la evidencia de que no pude complicarme en el suicidio de Vermehren, Estable- cerla, denunciar la parte preponderante que en los hechos de General Paz tuvo el destino, y mitigar, en lo posible, una responsabilidad que oscurece la memoria de Oribe, fueron los estimulos que me permitieron

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