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UNA APROXIMACION A MARTIN FIERRO Por RUBEN CALDERON BOUCHET (*) El titulo no promete mucho y se detiene un poco vacilante en el umbral de un poema que ha sido examinado con la lupa de los gauchélogos, gauchéfilos, gauchisias, gauchéfonos y hasta gauchudos; si se me permite el uso de este té- mino que navega a dos aguas entre el gaucho y el tonto que lo remeda. in entrar en ninguna de estas categorias; nacido y criado en lo que quedaba de una vieja estancia, mis conocimientos sobre el tema se limitan a una asidua Jectura del Martin Fierro y a los recuerdos de una experiencia que se hunde en el brumoso terreno de la nostalgia. ‘Como se trata mds de un saber vivido que aprendido en los libros, mis refle- xiones pueden completar el cuadro en el que se mueve el profesor de literatura cuando expone acerca del poema; refiriéndose al marco histérico que la explica. Martin Fierro es un gaucho. Aqui tropezamos con la primera dificultad que oftece la manera particular que tienen los argentinos para designar ciertas varie- dades tipolégicas de su fauna social. ;Qué es un gaucho? ;Sefiala un talante temperamental, una condiciéa social 0, como quieren algunos, el producto un tanto hibrido del espafiol y cl indio que no ha logrado encontrar un sitio en cl orden de convivencia moderne? Asuntos todos que apatecen en las considera- cciones de los que han estudiado el poema. Dejando de lado la cuestién del mestizaje, que carece de importancia en la Argentina, la palabra apunta fundamentalmence a una forma de set, a una con dicién «nobiliaria» de quien soporta el adjetivo. Gaucho se dice del que se tiene bien a caballo, del que es capaz de soportar con estoicismo «los desaires con que lo trata la suerte», de! buen amigo siempre dispuesto al servicio sin esperar retri- bucién. La palabra es muy vasta y obtiene su preciso sentido de Ia ocasién en que s¢ ‘emplea, Martin Fierro lo dice sin exagerar su claridad semédntica: (©) Universidad Nacional de Cuyo (Argentina). 141 Soy gaucho y entiendalé como mi lengua lo explica para mi la tierra es chica 1 pudiera ser mayor: ‘ni la vibora me pica ni quema mi frente el sol Se sostiene en un ralante, una cierta impavider con respecto a la intemperie y un individualismo estoico que los espafioles que llegaron a este pueblo afia- dieron al que tenfan por temperamento, Mestizo o criollo de pura estirpe hispd- nica, el gaucho es cristiano y siente la herencia de este esfuerzo por conquistar la tierra donde mora el «inficl Sarmiento (1) aconsejaba no ahorrar sangre de gauchos en el combate con- tra los indios. Vefa en ellos una actitud decididamente contraria a la Argentina anglosajona que vislumbraba en el porvenir de la historia. Argentina vivié una divisién muy aguda y conflictiva encre Ja burguesia ilustrada y lo que quedaba cn la campaiia del antiguo espiritu de la conquista. Los caudillos del interior encarnaban a su manera los ideales de los viejos hi- dalgos. Ciertos de enfrentar un poderoso enemigo, pelearon el buen combate sin grandes esperanzas y con la fiereza del que defiende un bien preciado: «Reli- gin o Muerte, rezaba el emblema de Facundo Quiroga (2). Para observar en medio de los grandes conflictos de la historia nacional el nacimiento de la catadura gauchesca, ¢s preciso no perder de vista al Hidalgo. Ese hidalgo consumido en el titénico esfuerzo de la conquista y al que las luces del siglo le han arrebatado su condicién de «hijo de algo», para convertitlo en tun huérfano que necesariamente tiene que morir soltero. Pero volvamos a Martin Fierro y tratemos de ubicarlo en el contexto social de su época. Las & todo el poema de Herndndez respire una calculada acusacién contra el régimen opresivo de lo que se llamé la «oligarquia vacuna». Esta explicacién sumaria deja de lado el texto del poema para perderse en el Iaberinto de las interpreta- ciones aprioristicas. (1) Sarmiento, Domingo Faustino (1811-1888). Si existiera un santoral laico, como el que softabs Augusto Comte, Sarmiento serfa el santo pattono de nuestro pafs y bajo su admonicisn prowectora not hubiéramos convertido todos en rubios protestantes, mejorando las condiciones de fuestro mal origen. Luché contra todo lo que él era por su aavismo y, aunque le hubiera gustado sein ings, cabs na pros incorteca pero expresivay vigorosa en un epao algo alr fado, Facundo Quiroga fue su besa negra y lanz6 contra él un lbelo: «Facundos, que se hizo justamente farmoto por ss mala fey su fuerza agresiva (2) Quiroga, Juan Facundo (1790-1835). Encarnabs saza: ora valiente hasta cl descuido y genial improvisador en todo cuanto se reerla al are de la guerra. Murié azctinado en Barranca Vaco quando se disigla a Buenos Airs para tatar con Juan Manuel de Rosas asuntos references ala Confederacion Argentina. todas las vireudes y los defeetos de la 142, Muchas tierras de la provincia de Buenos Aires fueron repartidas entre los soldados que habfan luchado en las guerras de la Independencia 0 contra el Bra- sil. Hombres de viejas familias criollas que abandonando sus predios provinci nos habfan templado su coraje en las contiendas civiles como jinetes, ya ofc les 0 tropa, recibiendo en pago de sus méritos una vida de zozobra en Ios limites con el infiel. Fronteras del Salado, regién de maloqueos (3), en las que antiguos soldados siempre en alerta de combate criaron un rodeo 0 una tropilla sin que pudieran fijar con precisidn los limites de su hacienda. Martin Fierro debié descender de uno de ellos; posiblemente duefio a tfculo precario de algiin rancho sin pretensiones y acaso de una extensidn de terteno que nunca fue fijada en un registro dominial, Esto explica la facilidad con que perdié su hacienda y encontré su casa convertida en una tapera al retorno de su paso por el ejército, No se dice que estuviera casado, todo hace suponer que vivia sacollarado» con una mujer con la que tuvo dos hijos y 2 la que facilmente perdoné el que se hubiera arrimado a otro cuando tuvo que dejarla por su incorporacién a las fi- las. Hombre divertido y a sus horas un poco poeta y guitattero. Si bien el poema no sefiala ningtin hecho de sangre antes de su pelea con el Moreno, surge que sus relaciones con la Policfa no debieron ser nunca muy cordiales por el esp encono que ésta puso en mandarlo para la frontera. Con fina picardia guarda tun dicho cuyano memoria de estos procedimientos: «Ahf van unos voluntatios, devuelvanmé las maneas». La vida de estos pastores de ganado era dura y alegre. Martin Fierro refiere ‘que el trabajo era una «junciéns, resultaba encretenide como una funcién de circo: enlazar y pialar reses © yeguarizos «ampo ajuera», tarea en que cada mozo demostraba su destreza y su conocimiento de las cosas camperas. Faenas a campo abierto, sin alambrados ni mojones, en las que por supuesto no preocu- paba demasiado que los animales fueran de unos o de otros, ni que hubiera al- ‘guna dispuca por haber puesto la marca en el anca de un novillo ajeno. En oportunidad que estaban de «balde» en la pulperta, cayé la paztida y re- gistré unos cuantos «voluntarios», entre los cuales, y prolijamente maniacados, le tocé al turno a Martin Fierro. Fue el comienzo de un descenso «ad inferos» que Martin Fierro habia de so- brellevar hasta su desercién y posterior fuga, junto con el gaucho Cruz, donde moraban los infieles. (3) El Salado es un 1fo que atraviesa casi toda a provincia de Buenos Aites, desde las lagu fas de Gémen y Mar Chiquita hasta le Bahia de Samborombn, Su cuenca esté constivuide por bajfos y cafadones ficilmente inundables en tiempo de lluizs. Era un Ili pero no un obstdeu- lo y en casi todas sus partes se podia auravesar a caballo sin ninguna dificultad. Fl indio asolaba las poblaciones limfcrofes en guerillas Vamadas malones 9 maloqucos. 143, Muchos han visto en la trama del poema la clara intencidn cristiana de mos- «rar la caida y la redencién de un hombre a través de un periplo que marca las gradaciones de este itinerario como un verdadero via crucis. Pero esto no le su- cede a un hombre de baja condicién, sino a un hombre noble, a un hidalgo que redescubre su hidalgufa y su cristianismo al enfrentarse con las situaciones limi- tes de tener que defender a un indio que queria ser cristiano y a una cautiva atormentada por su despético raptor. La costumbre de ver en Martin Fierro al humilde proletatio perseguido por el poder abusivo de policias y militares puede hacer aparecer nuestra opinion ‘como un poco arbicraria, eabusos siempre hubo y el hombre abusa todo lo que puede s6lo no abusan los que no pueden», dice un dicho criollo, Las cosas a su. icio, no es el abuso el que hace a la condicién de Martin Fierro sino su orfan- erisster eg seeereeenreereeapenn neces eer junto con otros ‘que no quisieron o no atinaron a escapar, sélo a uno de ellos resisce la leva por los ruegos de la patrona del lugar. Y esto nos pone bajo la advertencia de otro dicho muy nuestro: «el que no tiene padrinos mugte infiel». Si Martin Fierro hubiera sido peén.o puestero de tuna estancia, el duefio hubiera intervenido en su favor y probablemente su suerte hubiera sido otra. Pero no tenia patrones, es decis, padrinos, y como de- bfa suceder, murié infil Otro dato que brega por lo que venimos afirmando. Cuando volvié a sus pa- gos despues de eres afios de servir en la milicia y suftir horrores del més comple- to abandono, no hallé ni rasteos del rancho, «sélo estaba la tapera». Sin duda, la casa, aunque humilde, era de él. De otro modo el patrén se hubiese cuidado de mantenerla en su sitio para que sirviera de morada al ble sustituto, Aldirme dejt la hacienda que era todito mi aber: pronto deblamos volver, segiin el juez prometta, y hasta entonces cuidarta ide las Bienes la mujer. Sefialamos que muchos de estos campos que habfan sido dados en propiedad a los viejos soldados, renfan ritulos precarios o fundados tinicamente en la capa- idad del ductio pata hacetlos respetar. He conocido muchos descendientes de antiguos propieratios que perdieron todos sus bienes en una sucesién litigiosa y terminaron sus dias conchabados como peones 0, en el mejor de los casos, ha- ciendo fletes con un carro y una docens de caballos que le quedaron. jBran hombres libres y gente de buena razal Bl gaucho Cruz lo dice cuando nos cuenta su desgracia en la casa donde estaba de fiesta y ante las provocacio- res de un cantor que hizo algunas referencias irénicas a su condicién de hom- bre abandonado por su mujer: 144 ‘Se secretiaron las hembras 90 ya me encocoré: volié el anca y grit Deja de cantar chicharra» 1 de un tajo en la guitarra ‘uitas las euerdas corté. Al grito salié de adensro un gringo con un jusil: ‘pero nunca he sido vil, (poco el peligro me espanta: 4 me refalé la manta 4y la eche sobre el candil ‘Conviene en estos versos sefialar dos cosas; la primera es una expresién muy criolla del jincte que desmonta su cabalgadura: wolié el anca», que aqui hace referencia al acto de apartarse de la mujer con la que esté bailando para encarar al mal hablado. La segunda sefiala su-condicién de hombre de atmas: «pero nunca he sido vil, poco el peligro me espantay, Seialar ante espafioles este sig- nificado castizo de la expresién «vil me parece obvio, y no tenetse por vil es te- nerse por noble en el cabal sentido det término. No olvidemos que la palabra delata un talance y ésta tiene una rafz zoolégica claramente denotada por el uso. De un hombre bien no decimos que se defendié como un gato entte la lefta, sino como un le6n, ‘Martin Fierro eta propietario y no peén. Lamento tener que quitarle el pri- vilegio de ser un pobre diablo. Era un patron modesto pero patrén al fin, y él mismo lo dice con palabras que no se prestan 2 equivocos. Habiendo perdido todo y sintiendo como una injusticia el despojo de sus biencs, aflora en su tem- peramento la veta peleadora que indudablemente habfa heredado de sus mayo- "En ocasi6n de una fiesta y habiendo tomado unos tragos més alld de la me- dida prudente, se las tomé con un negro quc habja Ilegado al baile con su pare- jaen el anca del caballo: Al ver llegar la morena ‘que no hacta caso a naides, le dije con la mamta: Vacts..sendo gente al baile», La negea era mujer altiva y le replicé con un duro: «més vaca seré su madre». Bl demonio de la provocacién se habla apoderado de dl y viéndola duefia de un ‘contoneo provocative en el que las negeas sobresalcn mucho mis que las indias, 145 afiadié un piropo decididamente obsceno que el negro no podia dejar pasar sin menoscabo para su prestigio. Habia estado juntando rabia ‘el moreno dende ajuera; en lo oscuro le brillaban os ojos como linterna. Le conoct retobao (enojado) me acerqué y le dije presto: «Porrudo...que un hombre sea nunca se enaja por estor. Los duelos criollos son cortos y crueles, duran apenas unos segundos y el re- sultado es siempre una pufialada mortal o un tajo répido que deja al contrin- ‘ante con las tripas en las manos y en muy malas condiciones para continuar el combate. En este caso tetminé con la vida del moreno: «Nunca me puedo olvi- dar de la agonia de aquel negro». Después supe que al finao ni siguiera lo velaron, _y retobao (envuelto) en un cuero ‘in rezarle lo enterraron. Esta fue su primera caida, la menos perdonable de todas, y sin ningdin ate- nuante que pudiera servir para su denfesa. Su segunda pelea tiene sus disculpas. En opinién de los paisanos, «maté bien», en pelea leal, con un hombre que lo habia provocado sin otto motivo que una presencia acaso conflictiva y que invi- taba al desafio. La descripcidn es muy gréfica, con un movimiento répido de periodista avezado en la crénica policial: Se tird al suelo; al dentrar Le dio un empellin a un vasco y me alargd medio frasco diciendo: «Beba cufiao». «Por su hermana, contesté, que por la mia no hay cuidao», Esta corta retribucién de atenciones con respecto ala hermana de uno y de ‘otro cra més que suficiente para demostrar que uno de los dos tenfa que aban- donar su cuero en un lance que no admiria més conversacién. El potencial cu- fiado de Martin Fierro quedé con las tripas encre los dedos. 146 Sigue una larga queja sobre la suerte del gaucho perseguido que termina en el encuentro final con la partida policial que viene a buscarlo. Martin Fierro sabe que no tiene otro camino que envregarse y podrirse en un sérdido calabozo ‘0 jugarse la vida en un combate desigual de uno contra diez. All{ se encuentra ‘con Cruz que abandona su condicién de policfa y se une al gaucho perseguido. Su instinto guerrero advierte en Fierro un hombre de su misma especie. La intencién de José Heréndez es doble, por un lado apunta al gobierno de los que sucedieron a Rosas y Hlevaron contra los ctiollos una politica de excerm nio rayana en el genocidio, por otro buscaba en el gaucho el retorno a las vireu- des cristianas y a las buenas costumbres que habfan perdido en los azares de las guerras. ‘Martin Fierro y Cruz, atraidos por el espejismo de una libertad salvaje ende- rezan sus destinos al tertitorio indio, en cuyas tolderfas, lejos de lo esperado, los guarda la experiencia de la infernal crueldad de los infieles. Descubren juntos la definitiva pertenencia a la eristiandad que habfan aban- donado conducidos por una voluntad andrquica y de la que habfan sido arroja- dos por un gobierno que encontraba mis facil eliminarlos que asimilarlos. ni el abandono fisico los que le hicieron recordar con iedad de sus paisanos. Estaban acostumbrados a las durezas del lima y a los rigores del desierto, pero nunca pudieron aceptar la condicién in- humana de la barbara fiereza con que los salvajes se trataban ene ellos y crata- ban a sus cautivos. En cuanto los dejaron un poco libres ehicieron como un bendito con dos cueros de bagual», se refugiaron a la orilla del riacho para vivir de Ia caza y de la pesca sin mezclarse demasiado con Ja curba indigena cuyas costumbres y suciedad aborrecfan con toda el alma. Alli los sotprendié una epidemia de viruelas que die2mé la poblacién de los pampas. El que no morfa de peste, morla por los remedios que le aplicaban las brujas, no tanto para curarlos, como para matar el mal que se propagaba. Re- ‘cuerda con un resto de ternura a un gringuito cautivo «que siempre hablaba del barco, lo ahugaron dentro de un charco por causante de la peste, tenia los ojos celestes como potsllico zarco». Entre los indios habfa uno que se habfa mostrado més humano y en razén de esta disposicién amable querfa hacerse cristiano, Como contrajera la viruela y los otros querian matarlo, Cruz y Fierro lo defendicron con peligro de sus propias vidas arrebatdndolo de las lanzas. A su lado nos tenta cuidéndolo con paciencia, pero acabs su existencia al fin de unos pocos dias. 147 Cruz que habia sido el primero en condolerse por la suerte del indio se con- tagid del mal y cayé gravemente enfermo, Murié en los brazos de su amigo ‘cuya afliccién se aumencaba por no saber una oracién para ayudarlo a bien mo- Ye, con mis propias manos, yo mesmo lo sepulé; ‘A Dios por su alma rogut, de dolor el pecho lleno, y humedecié aguel terreno el llanto que redamé, Solo, en medio de los salvajes, el deseo de volver a sus pagos lo tironeaba con fuerza. Comenzaba a hacetse a la idea de fugarse, cuando el destino lo puso en una de esas situaciones en que su condicién de cristiano y de hombre noble no le dejé otra opcién: Jugarse la vida en una pelea a muerse contra un pampa que después de haber degollado al hijito de una cautiva la estaba castigando con implacable ferocidad. Era una infelie. mujer que estaba de sangre lena, y como tna Madalena Uoraba con toda ganas conoct que era cristiana _y esto me dié mayor pena. Se acereé caureloso, hasta ponerse casi a la vista del indio que lo observé con ficreza descubriendo répidamence la intenci6n que dirigia el coraje de Marcin Fierro, No me resisto a la idea de incercalar aquf una reflexién que se impone a todo aquél que considera que el culto al valor constitufa una de nuestras carac- teristicas nacionales. En primer lugar no prima la pericia en el manejo de un arma, como sucede en los héroes del cinematdgrafo americano, sino la sereni- dad, el dominio en s{ mismo y la razén que ordena el combate. Se me ocurre tomar como ejemplo, un pasaje de Don Segundo Sombra (4) que ilustra con vi- gor este rasgo: Favio advierte a Don Segundo que el «tape» Burgos lo espera en Ia oscuridad con la intencién de matarlo, Don Segundo no se inmuta, acostum- bra su vista a la noche y se desliza contra la pared sin un gesto de premura. Ve venir la puftalada y la esquiva con un preciso movimiento del cuerpo de manera (4). Don Segundo Sombra, més que une novela, es un poems en prosa escrito por Riardo Guiralds (1886-1927) c inspiredo en la figura de un gaucho, don Segundo Ramirez, a quien fe- catenté en su estncia de San Antonie de Atceo, hoy converidaen un visitado museo guuchesc. 148 que el cuchillo de su adversario se rompe contra el muro de la pulperfa. Recoge con ironta los pedazos del arma y se los tiende al asesino, diciendo con voz pau- sada: «Tome amigo, hdgalo arreglar, ral ver le sirva para carnear borregos». Y cuando el tape Burgos se despide, abrumado por el peso de aquella sereni- dad imperturbable, Don Segundo comenta sonriente: «Parece medio pavote ;No? El combate de Martin Fierro con el indio no comienza con esta serenidad de friso griego. Es una pelea terrible y por momentos el hétoe parece sucumbir ante el fiero empuje del salvaje. En este trance lo salva la intervencién de la cau- tiva que se lo saca de encima tomandolo de los cabellos. Esa infeliz tan llorosa viendo el peligro se anima; como una flecha se arrima 1 olvidando su aflicién ‘e pege al indio un tirén que me lo sacé de encima. Aqui es donde nuevamente aparece la clara nocién de fortaleza serena contra salvaje: Cuando é mds se enfurecta, _yo mds me empiezo a calmar; ‘mientras no logra matar lindo no se desfoga al fin le corté una soga y lo empece a aventajar. Se entiende por soga la trenza de cuero crudo que enlaza las tees bolas del arma que esgrime el indio. Al quedarle solamente dos, las boleadoras pierden parte de su eficacia agresiva y el facén recobra todo su prestigio, Los eriollos no entendian mucho el valor de las armas de fuego que en una lucha cuerpo a ‘cuerpo no suelen tener la pronta seguridad de la daga. Lo dice Fierro antes de su entrevero con el indio: «eché mano dende luego, a éste que no yerra fuego y ya se armé la tremenda», Mucha tinta ha corrido en torno a la vuelta de Martin Fierro con la cautiva, no faleando los «erorélogos» que vieron perfilarse un romance. Antes de hacer trabajar la imaginacién un poco obsesionada por el sexo y la violencia, conviene atenerse al texto del pocma sin meter en él la salsa de nuestras costumbres. El gaucho, pese a su virilidad, es hombre generalmente casto y, en ocasiones, mis6- gino, Existe un «estilo» que se cantaba en el campo cuando yo era chico, en el 149, ‘cual un paisano le offece al indio todo lo que tiene, incluso su querida, a cam- bio del caballo «pangaré» que el indio le sobé dejindolo «tuiea la vida de a pid Contra esta misioginia un canto brutal del soldado y del pastor de ganado vvacuno se levanta José Herndndez en nuestro poema, sabe que es un defecto de- masiado comin que hay que combatir para desarrollar en él el espiritu de famni- lia, El «Viejo Vizeacha», abusivo tutor del mas chico de los hijos de Fierro, es el eco estridente de esta disposicién del énimo gauchesco: Ex un bicho la mujer que yo agut no lo destapo siempre quiere al hombre guapo mds fijate en la clesién porque tiene el corazén como barriga de sapo. Lo curioso, en la pedagogla de Martin Fierro, es que prendieron mds los ma- los consejos y las admoniciones estoicas que las incitaciones virtuosas. Siempre of, en boca de los paisanos de mi tierra, repetir mds los consejos de Vizcacha 0 las fanfarronadas del propio Fierro, que las buenas exhortaciones de José Her- ndndez. No olvidemos que la palabra ejoder», que en buen espaitol significa for- nicas, en la Argeritina quiere decie embromar y este cambio de significado refe- rido a las relaciones del varén con la mujer es extrafiamente denorativo del ca- rdcter que asume Ia cépula cuando es obtenida por engafio y sin 4nimo de aceptar ninguna responsabilidad. 'No discutimos que «Marcin Fierro» es un alegato contra los gobiernos libe- rales que se sucedieron a la caida de Rosas, pero es una protesta sin intencién clasista, no se defiende al «gaucho» porque es un prolerario, se lo defiende por- que ha sido despojado de las propiedades que bien 0 mal adquirié él o su fami- lia y a los que una mala justicia distributiva dej6 indefensos en manos de fun- cionatios abusivos. Hernandez advierte que estos hombres tienen que ser integtados a la Nacién. mediante una legislacién que respete sus derechos y tenga en cuenta su calidad de hombres libres, de otro modo se corre el riesgo de verlos convertidos en de- lincuentes o perdurar como rezagos inservibles en los prostibulos de Lobos, de Barracas, de Avellaneda o de Rosatio. Vate y profeta, José Hernéndez, canté la pena de un pafs que cortaba las il- timas amarras de un pasado de nobleza y coraje que perduraba brutal en el gau- cho, fatal cliente del, reclamo guerrero, del destino sangriento, del oficio que- mante. Cruz y Fierro. Aquella resaca triste que anuncié el poeta es la que vimos los que fuimos egramilla de las orillas del tiempo aquel», y que Borges canté en versos perdura~ bles en los que vive su nostalgia de argentino viejo. 150 Una mitologia de puales lentamente se anula en el olvido; tuna cancién de gesta se ba perdido en sirdidas novicias policiales Oscuro y lareral vivié sus dias, se llamd Isidro, Nicanor, Amalio. Murié en el Paraguay: murié en los atrios, murié la numerosa muerte piiblica del hospital: murié en los pendenciero: burdeles de Junin, murié en la cdrcel. Ricardo Giiiraldes lo vié pasar como una sombra: walgo que pasa y es més tuna idea que un ser; algo que me acraia con la fuerza de un remanso...», Al final del libro, cuando la «sombray se desvanece en el horizonte, asobre el punto ne- gro del chambergo, mis ojos se aferraron con afin de hacer perdurar aquel re- zago». ‘A mf también, como a Favio de «Don Segundo Sombra» se me ha nublado tun poco Ia vista y abandono estas reflexiones, antes que se conviertan en Hlanto, porque el dolor de la Patria s6lo se alivia con el verso o las lagrimas y yo tengo muchos hijos y demasiados nietos para llorar sin fin nuestra trégica historia. 151

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