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FRANCISCO JAVIER FERNANDEZ CONDE La religiosidad medieval en Espana Plena Edad Media (siglos x1-x111) 2 g e = a & = < a < 2 a a = Prélogo El segundo volumen sobre la historia de la religiosidad medieval hispana, que pretende cubrir el tracto central de esa época —los siglos xI-xi11 concreta- mente— se mantiene dentro de los parametros fundamentales enunciados al comenzar la primera parte de la obra tanto en el modelo tedrico como en la uti- lizacién de la metodologia. El objetivo esencial de nuestro trabajo sigue siendo la historia de la religiosidad que definiamos alli de manera generalisima «como reconocimiento de una realidad trascendente con la que pueden mantenerse relaciones de orden cultual, que determinan siempre comportamientos indi duales y sociales de cardcter ético 0 moral». Esa dimensién eidéthica y éthica: el universo de las creencias y de los comportamientos, fue y sigue siendo deter- minada por el entramado interestructural de la formacién social caracteristica del Medievo, cumpliendo a la vez ella misma funciones determinantes en la evo- lucién de las estructuras mas basicas sin confundirse con ellas ni con el aparato institucional, por lo que no puede ni reducirse ni confundirse con los supuestos epistemoldgicos de las historias de la Iglesia al uso. Seguimos considerando el feudalismo como modo de produccién plena- mente consolidado y dominante en las formaciones politicas propias de los Ila~ mados reinos cristianos, diferenciado, logicamente, del caracteristico de los es- tados isldmicos o de religién islimica predominante. Sin esta referencia socioeconémica, con implicaciones culturales inevitables y evidentes, los fe- némenos religiosos especificos no tendrian una explicacién coherente. Por eso dedicamos el primer capitulo, a modo de introduccién, a contextualizar co- rrectamente dichos fenémenos o algunos de los cambios mas perceptibles de los mismos a lo largo de estas centurias en el marco de las relaciones de feu- dalidad, que habian evolucionado ya desde formas emergentes de la Alta Edad Media hacia la consolidacién y niveles de desarrollo plenos. Ademas nos pare- cié necesario dedicar un apartado completo, el capitulo cuarto especialmente, a las grandes transformaciones del monacato tradicional, el benedictino en concreto. La adopcién universal de la Regula Benedicti no sélo se demuestra Util para normalizar la vida propiamente monastica, sino también para po- tenciar el extraordinario auge material de la mayoria de los cenobios funda- dos en siglos anteriores de forma rudimentaria y con recursos casi siempre pre- 8 La religiosidad medieval en Espaita. Plena Edad Media (ss. x1-xi1) carios. El sabio equilibrio entre oracién, estudio y trabajo previsto por el pri- mer abad de Montecasino y suficientemente aculturado en muchisimas lati- tudes y ambientes de estos siglos tenia que producir efectos positivos en todos los aspectos porque: La ociosidad es enemiga del alma; por eso en determinados tiempos deben los monjes ocuparse en el trabajo manual. Razén por la cual juzgamos deben ordenar ambos tiempos [...]. Ante todo designese uno o dos ancianos que circulen por el monasterio a la hora en que los monjes se consagran a la lectura, y observen si acaso se halla algiin monje perezoso que en lugar de atender a la leccién se entregue al ocio yaa las bagatelas [... J[cap. 48.]. Una reglada y ordenada comunidad de monjes tenia que favorecer, sin nin- gun genero de duda, su desarrollo econdmico y el cultural, si bien la riqueza y el bienestar de los cenobios pudo determinar, al mismo tiempo, el deterioro de la vida cultual, abocada, no pocas veces, a verdaderos desérdenes. Las grandes re- formas monisticas, emprendidas desde el mismo siglo x1 por personalidades que supieron captar la importancia de las Iineas maestras de la reforma Gregoriana en toda Europa, también se produjeron en Espafia con mucha ra- pidez, si bien es cierto que no tardaron demasiado, un siglo aproximadamente, en volver a reproducir las improntas socioeconémicas mas destacadas de las so- ciedades feudales, evidenciando, una vez mas, que un sistema o modo de pro- duccién es reluctante siempre a dejar sin colmatar islas 0 espacios sociales, de cualquier clase que estos fueran. Los monjes blancos del Cister, por mencionar quizas el ejemplo mas emblemiatico, pasados los fervores de la primera época marcada por la impronta del rigorismo y la austeridad, volveran a admitir en sus casas comportamientos y estrategias derivadas del vasallaje y de la servi- dumbre con todas las secuelas negativas que ello comportaba. De nuevo cons- tatamos la validez de aquel principio axiomatico tan conocido, segtin el cual la estructura econémica «es la iluminacién general en la que se sumergen todos los demas colores y que los modifica en su particularidad», citado en el prélogo del primer volumen. Para explicar adecuadamente los largos y complejos procesos de acultura- cién religiosa y para tratar de entender la dificil problematica de las confronta- ciones entre las «tres religiones del libro» seguimos manteniendo el esquema terico de las construcciones de naturaleza sistémica y la metodologia que ese marco ideolégico de referencia comporta. Pero nos vemos obligados otra vez a Prélogo 9 poner de relieve las enormes dificultades de semejante proyecto: «para obtener resultados claros dentro de ese horizonte te6rico —como aseveramos en el pr6- logo del primer volumen— era necesario disponer de un cimulo de informa- ciones extraordinario y de una cultura hist6rica fuera de lo comun, dos presu- puestos dificilmente coincidentes en un solo autor y de los que, sin falsa modestia, tenemos que confesar que no disponemos mas que en una medida muy limitada», Con todo, se percibe en seguida que desde mediados del x1, a partir de la conquista de Toledo (1085) concretamente, la balanza de la con- frontacién entre cristianismo e Islam, o entre reinos cristianos y musulmanes para ser mas exactos, se inclina a favor del primero, hasta transformase ya la re- ligion cristiana en subsistema prevalente. La lucha expansionista de los feudales del norte y del noreste de los primeros siglos medievales se sacraliza ahora con toda claridad convirtiéndose en guerra santa primero y mas tarde en cruzada: en perfecta sincron{a con lo que estaba ocurriendo en toda la Cristiandad. Mas to- davia, el escenario hispano de esa gran confrontacién entre la Umma y la Christianitas podria considerarse seguramente un verdadero banco de pruebas para esa sacralizacion progresiva de la lucha, concebida como cruzada, y para los agentes de la misma —el nobilis>miles— convertidos en milites Christi, una profunda transformaci6n cultural o espiritual que constituy6, sin lugar a du- das, un factor mas de la consolidacién de los senores feudales en todas sus di- mensiones, sin dejar entre paréntesis las econdmico-sociales. Los capitulos dos y tres de este volumen fueron redactados a partir de esas premisas y en el fondo constituyen una mera ejemplificacién de lo que estaba sucediendo en todo el universo cristiano. Es cierto que no puede entenderse la historia peninsular de las centuy trales del Medievo fuera de este marco de enfrentamientos armados mas 0 me- nos frecuentes, por ms que sigamos moviéndonos dentro de los esquemas de la feudalidad. Estaba en lo cierto Américo Castro cuando se referia a las 6rdenes militares y a la guerra santa: is cen- El que las érdenes militares hayan adquirido sentido al enlazarlas con el Islam nos hace ver un aspecto mas profundo del problema: la adopcién por los cristianos de la idea y de la emocién de la guerra santa como puerta de acceso a la eterna glo- ria del paraiso. [Espafta en su historia, p. 197.) Pero no lo es menos que este tipo de relaciones, que han dejado en la lite- ratura cronistica un panorama monocorde, determinado por un sinfin de lu- 10 La religiosidad medieval en Espaita, Plena Edad Media (ss. x1-Xi1) chas, de muerte, de cautividad y de odios recfprocos, también se han demos- trado capaces de propiciar cercanias constantes y préstamos de todo tipo. El Islam, que campeaba a sus anchas como religién predominante en grandes areas mediterraneas y se extendia por el mundo hasta el oriente lejano, se con- virtié en vehiculo eficaz de intercambios que enriquecieron la cultura tradi- cional de los distintos reinos hispanos convirtiendo muchos centros andalu- sies de la Bética y de la meseta sur y del amplio hinterland del valle del Ebro, abierto también a la produccién cultural de allende los Pirineos, en verdade- ros «talleres» de trasvases religioso-culturales y en auténticas metas de pere- grinacion de muchos intelectuales europeos, mas eficaces seguramente que el propio camino francés, por el que transitaron otro tipo de viajeros con obje- tivos diferentes. Los fieles de la Thord, el otro subsistema religioso, siempre minoritario y hasta 1.100 aproximadamente mis cercano a los seguidores de Muhammad, fa- vorecieron seguramente esa fecunda coyunda entre cultura islamica y cristia~ nismo. Sus conocimientos lingiiisticos —al fin y al cabo su lengua tenia la misma raiz que el arabe—, los colocaba en inmejorable situacién para desem- pefiar las funciones de habiles traductores. La «emergencia del fenémeno ur- bano» desde finales del siglo x1: las ciudades nuevas, las renovadas y las con- quistadas por la fuerza a los taifas se convirtieron en espléndidos laboratorios de la nueva forma de entender al hombre y al mundo, mis abierta y mucho mas universal. No nos parece que pueda entenderse correctamente la gran renova- cién cultural y cientifica europea o el humanismo de los siglos xu y x11 omi- tiendo o pasando por encima sobre lo que estaba ocurriendo en Espafia: Se trata del cristianismo como religién semita predicada en Oriente por un se- mita, Jestis, en arameo. En ella se contiene una espiritualidad que, insertada en Occidente, ha configurado, sin duda alguna, su forma de ser. Los europeos (y también los hispanos), confesionalmente cristianos 0 no, han asumido una moral 0 vivido unos valores que, en sus raices, no podemos negar que son semitas. [Lomba Fuentes, La raiz semitica de lo europeo, p. 11.] Por eso, hemos querido ocuparnos de estos fendmenos en los capitulos quinto y sexto, asomandonos a ese abigarrado panorama religioso-cultural desde estas perspectivas. Con todo, seria gratuito, ademas de inexacto, tratar de describir las bonda- des e innovaciones de la religiosidad de las centurias centrales de la Edad Media Prélogo u hispana desde instancias extrinsecas tinicamente, es decir, como resultado de los diversos procesos de aculturacién que acabamos de esbozar. La Cristiandad hispana formaba parte de la occidental, y las novedades de esta lo fueron tam- bién en el cristianismo peninsular. Las fecundas corrientes reformadoras de las estructuras eclesidsticas y de la misma religiosidad que se pusieron en marcha en muchos ambientes europeos —en Italia y Francia especialmente— con la co- nocida reforma gregoriana, en ultima instancia un intento mas de asimilacién y de control del modo de produccién dominante, también dejaron huellas cla- ras en la Iglesia peninsular y en las formas de religiosidad promovidas por ella misma. La ciudad, el dinamismo de la vida urbana renovada en definitiva, fue, asimismo, el espacio social habitual de los promotores de esa transformacién. La vita apostolica y evangélica, la vuelta a las primitivas fuentes del cristianismo que muchos trataban de vivir sin glosas 0 acomodaciones —otra forma mas del humanismo de aquellas centurias—, fueron ideales que inspiraron la vida de muchas candnicas hispanas, y mas tarde, en el xitt, de las infinitas casas de men- dicantes desparramadas por toda la geografia de la peninsula. Estas circuns- tancias no podian quedar fuera de nuestra interpretacién general y por eso de- dicamos una parte importante del largo capitulo quinto a esta tematica. Las posiciones radicales de muchos reformadores europeos que les llevaron a posicionarse, mas 0 menos conscientemente, en la frontera de la ortodoxia y con frecuencia fuera de ella, motejados con el sambenito de herejes por la Iglesia oficial, tan numerosos en toda la Cristiandad durante este periodo, recorrieron igualmente los caminos peninsulares, si bien es verdad que la herejia hispana de estos siglos pecé siempre de epigonismo, que vale tanto como decir que fue un fenémeno no genuino, sino importado del norte de los Pirineos. Con todo, si exceptuamos el catarismo albigense de raigambre rural o campesina, estas co- rrientes heterodoxas, primordialmente pragmaticas y sin credos excesivamente tedricos, encontraron también su hogar nutricio en el mundo de las ciudades. En el capitulo sexto examinamos con detenimiento las personalidades o gru- pos mas significativos, comprobando que en la peninsula, al igual que en Europa, se alimentaban de los mismos ideales que los monjes reformados y los frailes de la primera época. En ese mismo capitulo dedicamos bastantes paginas al movimiento del «Libre y alto espiritu», una corriente muy amplia, difusa, heterogénea y sin li- mites bien definidos casi nunca. El beguinismo europeo, que encontré, asi- mismo un gran predicamento en los beaterios hispanos de hombres y mujeres, es enjuiciado como la corriente mejor conocida de ese amplio y proceloso mar CAPITULO 1 Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias histdricas de la religiosidad En la actualidad existe ya una especie de consenso sobre las grandes transfor- maciones estructurales de la sociedad desde mediados del siglo x, que debe concebirse y denominarse, con toda justicia, feudal. También es evidente que dichas transformaciones no son idénticas en todas las latitudes occidentales, que no tienen la misma profundidad y que sus secuencias no responden a idén- ticas variables temporales. Cualquier modo de produccién dominante, aun- que tienda de forma inexorable a colmatar todos los espacios sociales, coexiste, légicamente, con otros modos de produccién secundarios, llamados a desapa- recer en periodos de duracién mas 0 menos corta. Pero, en cualquier caso, se puede afirmar con toda legitimidad que en los umbrales del afio 1000, con un arco temporal de cincuenta afios mas o menos, cristaliza y se consolida en to- das partes un modelo de formacién social o, si se quiere, un modo de produc- cién que debe llamarse ya feudal en todos sus aspectos. Si las relaciones de pro- duccién, derivadas en buena medida de la relaci6n con la tierra y las distintas secuelas que ello comporta son feudales, la feudalidad penetra también en los modelos de organizacién politico-administrativa, en la produccién cultural en manos de los llamados intermediarios culturales al servicio de los grupos do- minantes de sefiores, en la manera de concebir y de legitimar el poder, es decir, en las construcciones juridicas e ideolégicas, y hasta en las propias formas de religiosidad, vinculadas plenamente a unas estructuras eclesidsticas incardina- das en dicho modo de producci6n. Las mismas relaciones de la religiosidad cristiana con las otras dos «religiones del libro» presenta asimismo, huellas cla- ras de la nueva realidad. En definitiva, desde mediados del siglo xi, la formaci6n social caracteristica del feudalismo peninsular se encuentra plenamente configurada en todos sus elementos, con las variantes légicas de los distintos ambitos politico-regiona- les. Desde entonces y a lo largo de los dos siglos siguientes —periodo en el que se enmarca esta segunda parte de nuestra obra— la sociedad feudal de los rei- 16 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. X1-Xti) nos cristianos alcanza su madurez, y en cierta medida su equilibrio estructural, sin que ello suponga, en modo alguno, la ausencia de conflictos de naturaleza clasista o interclasista, tan connaturales a la sociedad feudal como la huelga lo fue —no sabemos si lo sigue siendo todavia— a las sociedades capitalistas, en expresion topica y por ello sumamente acertada de Marc Bloch. Los dominios territoriales en vias de formaci6n o que ya habian evolucio- nado hacia formas de explotacién claramente sefioriales en los primeros siglos medievales, creciendo sobre sus propias bases y aumentando su capacidad coer- nes, cada vez de explo- tacion solariega y jurisdiccional participando y apoyando las espectaculares empresas conquistadoras y colonizadoras/repobladoras de sus respectivos so- beranos. La aristocracia feudal de los distintos reinos cristianos presenta una fisono- mia relativamente homogénea, aun teniendo en cuenta la division y jerarqui- zacién internas del grupo o clase social en su conjunto. Con todo, parece muy oportuna la sistematizacion de los «dos modelos», elaborada hace tiempo por Garcia de Cortazar, cuando describia las caracteristicas de la sociedad rural de la época. El primero correspondiente a los dominios sefioriales formados desde las bases socioecondémicas de las «tierras viejas», es decir, en los distintos ambi- tos territoriales, en los que se fueron configurando los correspondientes reinos peninsulares frente al Islam. Este modelo sefiorial, por lo general plenamente definido en la segunda mitad del siglo x1, puede difundirse a partir de enton- ces, con los debidos ajustes y modificaciones, a las «tierras nuevas»: los grandes espacios de expansién y de colonizacién o repoblacién, que estuvieron a dis- posicion de las monarquias feudales a lo largo de los siglos xu y xu! Este modelo originario se caracteriza por el aumento del patrimonio terri- citiva sobre el campesinado dependiente para conseguir exact mayores, sobre la renta del trabajo campesino, ampliaron su espa torial o solariego, con una tendencia, cada vez mas acusada y definida, hacia el sistema de explotacién indirecta mediante diversas formas de tenencia y a la disminucién del espacio reservado a la explotaci6n directa, para la que se ha- bian instalado los servicios personales o sernas. Al mismo tiempo se consolida el ejercido de la potestad jurisdiccional sobre el campesinado del ambito terri- torial del seforio, formulado en cartas de inmunidad y de fuero, otorgadas por la autoridad politica superior, que formalizan las costumbres feudovasallaticas y conforman otro capitulo importante de la renta feudal. La apropiacién de 'J..A. Garcia de Cortazar y Ruiz de Aguirre: La sociedad rural en la Espanta medieval, pp. 55 y ss. 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias histéricas... 7 grandes espacios de comunal, pastizales o monte, contribuird, asimismo, al en- grandecimiento de los titulares de los sefiorios, propiciando también la explo- tacién ganadera a gran escala, otra fuente de enriquecimiento para la clase aris- tocratica y, al mismo tiempo, una actividad mucho mds adecuada con la dinamica expansiva de la época, en la que las disponibilidades fundiarias eran mayores —después de las grandes campaiias de Reconquista— que los efecti- vos humanos disponibles, a pesar del inequivoco signo positivo de la evolucion demografica. Al principio, la guerra y los servicios prestados al monarca fueron, normal- mente, medios de promoci6n seguros para los nobles y también para que los ca- balleros entraran en el circulo de la aristocracia. Tales servicios comportaban concesiones de tierras y de otras clases de bienes, gracias a los cuales estos gru- pos en ascenso podian adquirir vasallos militares y campesinos dependientes. En efecto, dentro de dicho grupo aristocratico se conforma y se consolida pau- latinamente el de los caballeros, cuya sacralidad entitativa, determinada por la recepcién de la orden de la caballeria que los convertia de algan modo en per- sonas dotadas de cierta aureola trascendente, quedaba implementada también por la sacralidad funcional. En definitiva, sirviendo a un sefior con la espada contribuian simultaneamente a la consolidacién de un orden social jerarqui- zado y en cierto modo sacro, y defendian, al mismo tiempo, la estabilidad de la Cristiandad peninsular, cuyas empresas de reconquista, por mas que estuvieran entreveradas de intencionalidades econdémicas y seculares, en perfecta coheren- cia con la mentalidad caracteristica del mundo feudal de aquella época, eran siempre justificadas como empresas de defensa de la misma contra el Islam y consiguientemente impulsoras del reino de Dios concebido por el cristianismo. Lo formulaba con todo rigor J. L. Martin hace aos, cuando afirmaba que «a di ferenciacién de los ricos-hombres e hidalgos se aade en estos siglos la creacion de un grupo social dentro de la nobleza, el grupo de caballeros, de quienes han recibido la Orden de Caballeria, equiparada por los textos a un sacramento, aun- que de naturaleza laica y concedida por un sefor».? Las obligaciones militares de los hidalgos para con sus sefores, inspiradas en idénticos o parecidos prin- cipios, figuran claramente establecidas en el Pseudo Ordenamiento de Leén. La difusién o propagacién del modelo feudal, forjado y consolidado en las viejas tierras del norte y noreste peninsular, por las zonas de repoblacién, cada 2 J, L. Martin Rodriguez: «La afirmacién de los reinos (siglos x1-x1it)», en Historia de Castilla y Leon, WV, pp. 67-68. 18 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. xI-Xil) vez mas extensas desde la segunda parte del siglo xI, es un largo proceso que culminard con las grandes conquistas de Leén-Castilla y Aragon-Catalufia en el siglo xm. Desde finales del x1, el reino de Navarra se alejara progresivamente de estos escenarios geopoliticos, para orientarse, siempre con mayor nitidez, ha- cia latitudes ultrapirenaicas. Pero la aristocracia laica, cada vez mas importante en ntimero y en poder econémico-social, seguira utilizando los mismos instru- mentos feudovasallaticos en las Extremaduras leonesa y castellana, en la meseta sur, en la Extremadura aragonesa y en la Cataluiia nueva. Cuando se incorporen reinos enteros de taifas a las respectivas coronas después de la batalla de las Navas (1212), este grupo privilegiado continuara su ascenso imparable aprove- chando la coyuntura favorable, sin que fuera capaz de frenarlo la politica, mas o menos decidida, desplegada por los soberanos en las repoblaciones de cada reino, orientada a conseguir, en principio, un mayor equilibrio en la distribu- cién y reparto de la tierra. Quizé como novedad de este proceso de feudalizacién en las grandes areas de repoblacién, especialmente en las sometidas a la influencia castellano-leo- nesa, habria que destacar el ascenso espectacular de la caballeria villana. Grupos minoritarios de campesinos, que podian disponer de un caballo y del corres- pondiente atalaje por su posicién mas destacada en el seno de las comunidades aldeanas o bien por concesién de algun rico-hombre, consiguen destacarse del grupo social originario aprovechando su especializacién militar en la guerra de fronteras y en la proteccién de grandes rebaios senoriales 0 concejiles, que uti lizaban pastos alejados de sus bases de partida. El poder econémico de estos sol- dados-pastores les conduce al poder politico, que les permitira controlar las ac- tividades administrativas de los concejos urbanos que estaban desempefiando un papel destacado en la repoblacién: «riqueza ganadera, especializacién mili- tar en el combate a caballo y monopolio del poder politico concejil», son para Minguez Fernandez la tres caracteristicas esenciales de esta fuerza emergente en las tierras de nueva repoblacién.> En este panorama de feudalizacion, cuyo modelo habia sido importado de las regiones septentrionales, habria que destacar también la compleja funcién desempeiiada por las 6rdenes militares que menciondabamos antes: instituciones caracteristicas precisamente de esta época, cuya naturaleza militar y eclesidstica * J. M. Minguez Fernandez: «Feudalismo y concejos. Aproximacién metodolégica al anilisis de las relaciones sociales en los concejos medievales castellano-leoneses», en En la Espafta Medieval Estudios en memoria del profesor D. Salvador de Mox6, i, pp. 109-122. El parrafo citado, p. 113. 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias historicas... 19 se adaptaba, con admirable oportunismo, a un clima de religiosidad animado en buena parte de la cristiandad occidental, desde finales del siglo x1, por la ideo- logia de cruzada. El ideal de la caballeria podia encontrar un espléndido atrac- tivo, a la par que la oportuna transformaci6n sacralizadora, en la utilizacién de sus atributos fundamentales, los bélicos, en la defensa de la «Christianitas», por lo menos a partir de las primeras décadas del siglo x1, cuando se comenzaron a poner las bases teéricas del miles Christi y, consiguientemente, de la militia Christi. Aunque se hablard en otra parte de los distintos caminos, por lo que se fue configurando en la peninsula la concepcién de la «guerra religiosa» al socaire de la consolidacién de la expansién reconquistadora, cargada, asimismo, de im- pronta feudal, nadie puede olvidar que fue precisamente a comienzos del xii cuando se produjo la aparicién de los templarios, la novedosa fundacién de Hugo de Payns que tuvo la suerte de encontrar en Bernardo de Clairvuax el gran vocero y su propagador mas formidable, que escribe para los singulares solda- dos de Cristo la famosa De laude novae militiae (1130-1136), al objeto de que pudieran superar los vacilantes comienzos de su historia singular. El riguroso monje cisterciense es capaz de presentarlos como la verdadera milicia, contra- poniéndolos a la otra, a la secular, a la de aquellos que viven en ambientes mun- danos, rodeados de lujos y de cosas superfluas: [...] porque jamas se conocié otra igual, porque lucha sin descanso combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso y contra las fuerzas espirituales del mal. Enfrentarse sdlo con las armas a un enemigo poderoso, a mi no me parece tan original ni admirable. Tampoco tiene nada extraordinario —aunque no deja de ser laudable— presentar batalla al mal y al diablo con la firmeza de la fe; asi vemos por todo el mundo a muchos monjes que lo hacen por este medio. Pero que una misma persona se cifia la espada, valiente, y sobresalga por la nobleza de su lucha espiritual, esto si que es para admirarlo como algo totalmente insdlito.* Y en un esfuerzo, dialéctico y religioso al mismo tiempo, el gran mistico cis- terciense que fue san Bernardo, tratando de compaginar lo contradictorio e in- compaginable, encarnando de forma sublime una mis de las numerosas con- * Utilizamos la edicién bilingue, preparada por los monjes cistercienses de Espafia: Obras com- pletas de San Bernardo, 1. El Liber ad milites Templi. De laude novae militiae, pp. 497-343. El pa- rrafo citado, pp. 498-499. 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias histéricas... 2 punto de vista propiamente mondstico, o no fueron capaces de superar los pri- meros hitos cronolégicos de su protohistoria o se convirtieron en poderosos se- Norios al mismo tiempo que adecuaban sus estructuras normativas a las pau- tas disciplinares de la regla benedictina. Pero, bien mirado, esta curiosa sincronia entre la adopcién de la Santa Regla y la conformacién de sélidas estructuras se- Aoriales al interior de la mayoria de los cenobios resulta perfectamente ldgica, ya que el sistema normativo de la regla, que era, sin duda alguna, el instrumento adecuado para convertir aquellas abigarradas asociaciones de clérigos —y mu- chas veces de comunidades aldeanas enteras— en monjes propiamente dichos podia servir, y servia de hecho, para dar consistencia juridico-institucional, fun- cional y sacralizadora, al mismo tiempo, a todo el conjunto y a todas las esferas de la sociabilidad, sin dejar fuera la misma economia, situada, como se ha rei- terado muchas veces, en un modo de produccién inequivocamente feudal. Mas todavia, se puede intuir también, a la luz de la documentaci6n conservada, que los monjes de los cenobios de estos siglos supieron moverse con mayor soltura y eficacia dentro de los rigidos esquemas de la feudalidad, para gobernar y ad- ministrar mejor sus dominios, que los mismos seftores seculares. Al fin y al cabo, los miembros de aquellas comunidades cenobiticas tenian que poseer, en gene- ral, una altura moral y religiosa superior a la de sus colegas laicos. Y esta mayor formaci6n les posibilitaba también para demandar con mayor cuidado y dedi- cacin las rentas monasticas. En los cenobios benedictinos de la primera época tenian voto de pobreza los miembros de la comunidad, pero no sus iglesias, sus edificios y sus empresas productivas, que fueron muchas veces los principales destinatarios del producto de dichas rentas feudales. Con el paso del tiempo dicho voto de austeridad y de pobreza dejé de afectar también a los propios monjes —y sobre todo a los aba- des—, que adoptaran paulatinamente el talante moral y religioso de la nobleza rural no eclesidstica. Pero, en cualquier caso, los patronos metafisicos de cada monasterio no morian nunca, y no tenian que padecer, en principio, los pro- blemas de herencia, con todos los inconvenientes que esto suponia siempre en los patrimonios de familias laicas sometidas habitualmente a las virtualidades disgregadoras de los sistemas de particién hereditaria. La fundacién de monasterios propios, formalmente benedictinos ya, por la nobleza local, un fendmeno bastante extenso y generalizado dentro del sistema sefiorial, que se produce al mismo tiempo que se multiplican y se fortalecen por todas partes las familias campesinas ricas, volverd a provocar los inconvenientes de los primeros siglos altomedievales. Las intromisiones y los abusos de los duehtos 2 La religiosidad medieval en Espafta. Plena Edad Media (ss. xI-Xi1) de los cenobios «familiares 0 propios» de la primera época, con comportamien- tos que apenas se diferenciaban de los terratenientes laicos y que borraban la linea divisoria entre lo monastico y lo secular, reapareceran en cierta medida, al con- vertirse ahora, sobre todo después de los conflictos juridico-politicos de la re- forma gregoriana, los nuevos duefios en patronos, que renunciaban en teoria al derecho de propiedad sobre bienes muebles e inmuebles que formaban el con- junto monistico, para mantener a cambio el derecho de patronato con la parti- cipacién en el monto de las rentas monisticas y en la mayoria de los casos en los derechos de presentacién del cargo de abades. Al fin y a la postre la misma con- fusion practica entre lo religioso-monistico y lo secular, aunque tedrica y juridi- camente fueran realidades de distinto orden. La nueva situacién postgregoriana de los patronos de dominios abadengos propiciaba la conformacién de fundamen- tos sdlidos para que fueran apareciendo los abades comendatarios, una de las la- cras mas perversas del monacato en el Medievo mas avanzado. Con los monasterios y los dominios cluniacenses ocurrié la mismo que con los restantes cenobios benedictinos, a pesar de los pujos reformisticos que habia pretendido poner en marcha este movimiento. Es bien sabido que Cluny habia surgido a principios del siglo x para liberar a las casas de monjes negros de los intereses econémicos de la nobleza laica sobre ellas, poniéndose bajo la tutela y el patrocinio de san Pedro. No tardaré mucho en formarse una amplia con- gregacién de cenobios vinculados al abad de Cluny, el cual, inmerso de lleno en el clima dominante de la feudalidad, acttia muy pronto como un gran senor feudal, dentro y fuera de la propia Congregacién. Ademas, el campesinado de- pendiente de cada casa cluniacense experimentaba sobre sus espaldas las mis- mas cargas ¢ idénticos rigores setoriales que los provenientes de cualquier otro seior o patrono laico. Desde el siglo x1, y con el apoyo de la corte de Pamplona, los ejércitos de cluniacenses invaden la peninsula, y de manera especial las re- giones centro-occidentales. Estos monjes, muchos de ellos fordneos, se con- vierten muy pronto en verdaderos propagadores del «feudalismo europeo» en todas sus dimensiones, desde la econémica hasta la mas superestructural, como podia ser la religioso-cultural, con su enorme capacidad ideologizadora. Numerosos miembros y casas de la poderosa congregacién fomentaran tam- bién el despegue del camino de Santiago, otro vehiculo de «europeismo» que irrumpe con gran impulso en los distintos reinos peninsulares durante estos siglos. Ademis, la alianza de Cluny con la casa real vasco-navarra, que comienza Sancho el Mayor y que continuaron muchos de los titulares de las sedes regias 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias hist6ricas... 23 de Navarra, Aragon, Castilla y Leén, convertiran a Fernando | (1037-1065), a Alfonso VI (1065-1109) y a su nieto Alfonso VII el Emperador (1126-1257) en poderosos e influyentes validores del «gran imperio feudal» que fue la abadia borgofiona. Sus relaciones con Cluny, las de los dos primeros, sobre todo, for- malizadas con el conocido término de coniunctio, a la que iba aparejado un im- portante censo en dinero que debian pagar los soberanos hispanos, presentan una clara impronta feudal, por mas que a las explicaciones tradicionales les cueste utilizar semejante calificativo, manejando, quiza con excesiva cautela, ex- presiones parecidas, como las que utilizaba hace bastantes aftos Ch. J. Bishko, cuando afirmaba que «puede trazarse un cuadro perfectamente convincente para explicar afirmativamente la posible existencia de una especie de vinculo cuasi-feudal entre la abadia y la corona hispana».’ La existencia de esta clase de politica religiosa o socioreligiosa no tiene nada de extrafio si se enmarcada en el contexto del pensamiento hierocratico de los papas de la reforma gregoriana, en especial de Gregorio VII, para los cuales los reinos peninsulares eran consi- derados como verdaderos territorios o feudos de san Pedro, bajo cuya tutela y proteccién se habia puesto Cluny, aliado poderosisimo, por su parte, de los pro- yectos reformisticos de los titulares de la sede romana del principe de los apés- toles. Los monjes blancos del Cister, que también se asientan a lo largo de estas centurias en los distintos reinos cristianos peninsulares, trataron de introducir novedades en la explotacién de sus posesiones monisticas, dignificando el tra- bajo manual del campesinado con la participacién de los conversos y de los pro- pios monjes en sus famosas «granjas monasticas», potenciando de ese modo la explotacién directa en vias de retroceso ya tanto en los seforios laicos como en los de abandengo, y defendiendo, al mismo tiempo, la autonom{a econémica de cada cenobio para evitar la consolidacién hipertréfica de un abad o de una abadia central, como ocurriera en Cluny. Pero los nuevos ideales de reforma, que habja brotado con notable vigor en los primeros tiempos de muchas casas cistercienses, para recuperar asi las primitivas esencias de la Santa Regla, no tar- daron demasiado en enfriarse. En Espaiia, al igual que habia ocurrido en otras latitudes europeas, las casas de monjes blancos de Citeaux adoptan, relativa- 7 Un minucioso anilisis de la documentacién de la época con infinidad de atinadas observa- ciones: Ch, J. Bishko: «Fernando I y los origenes de la alianza castellano-leonesa con Cluny», Cuadernos de Historia de Espana, 47-48, 1968, 40-135 y 49-50, 1969, 50-116. El parrafo citado tex- tualmente, 49/50, p. 90. 24 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. X1-X1i) mente pronto, los sistemas de tenencia y de explotacién indirecta, al igual que sus vecinos y coetaneos feudales, lo cual, por otra parte no tiene nada de ex- trafio. Resulta impensable que la feudalidad permitiera, por mucho tiempo, la existencia de grandes islas los dominios cistercienses— en la época mas bri- llante del desarrollo de este modo de produccién, el cual, al igual que otros mo- dos de produccién dominante, tiende siempre a invadir todos los ambitos del entramado social con las improntas fundamentales del sistema.* En esta época se consolidan, asimismo, los sefiorios de las mitras y de los ca- bildos diocesanos, organizados y administrados también ajustandose en todo a los instrumentos més caracteristicos de los dominios feudales. El hecho de que las curias episcopales y los cabildos dispusieran de un amplio grupo de pre- bendados, muchos de ellos mejor preparados que el resto de la masa clerical, les permitia utilizar con mayor rigor los recursos administrativos oportunos para hacer mis rentables sus dominios y acceder mas facilmente al cobro de las respectivas rentas. Por lo demas, los cabildos catedralicios constituyen un es- pléndido venero de documentacién econémico-administrativa que pone de re- lieve la capacidad de adaptacién de esta clase de seiiorios al nuevo sistema y a sus variantes coyunturales. Por otra parte, la dilatada serie de conflictos entre obispos que surgen al ir reorganizandose las viejas metropolis y las sedes e copales en manos del Islam hasta el siglo x1, habra que interpretarlas légica- mente a partir de las mismas claves: el interés de los titulares de cada sefiorio episcopal por la territorializacién precisa de sus dominios, de los que extrafan una parte de la renta feudal, y de los dominios jurisdiccionales, en cuanto ol pos, de los que provenia otra porcién del monto de sus rentas: la correspon- * Un espléndido ejemplo de monasterio cisterciense gallego: M. C. Pallares Méndez: El mo- nasterio de Sobrado: un ejemplo del protagonismo mondstico en la Galicia medieval, La Corufia, 1979, La autora sefiala que la explotacién directa era muy importante en Sobrado en el siglo x11, pero que a partir de 1162 comienzan a aparecer documentos que testimonian la existencia del sis- tema de explotacién indirecta (pp. 197 y'ss.). En esta obra también se puede encontrar un precioso discurso sobre granjas cistercienses (pp. 191 y ss.). Sobre el Cister en Castilla: V, M. Alvarez Palenzuela: ‘Monasterios cistercienses en Castilla (siglos xi1-x1u), Valladolid, 1978. J. Pérez-Embid Wamba: El Cister en Castilla y Leén. Monacato y dominios rurales (s. xit-xV), Salamanca, 1986. El sistema de explota- cin indirecta se va imponiendo a medida que transcurre el siglo xin (pp. 306 y s.).1. Alfonso Antén: La colonizacién cisterciense en la meseta del Duero. El dominio de Moreruela (siglos xit-x1v), Salamanca, 1986. La autora situa también la transformacién del modo de explotacién de los dominios monasticos a mediados del siglo xin (pp. 202 y s.). Por las mismas décadas Poblet es- taba haciendo lo mismo en Catalua: A. Altisent: Historia de Poblet, Tarragona, 1974 (pp. 131 yss.). 1. Las bases de la consolidacion del mundo feudal: referencias historicas... 25 diente al pago de los diezmos, primicias o procuraciones. El llamado movimiento de territorializacién de los estados cristianos a lo largo de los siglos x1 y xitI opera, igualmente, en el trasfondo de muchas de las largas y complejas disputas inter- diocesanas 0 interprovinciales, bastante conocidas en la actualidad todas ellas, por los problemas de limites. En realidad, a finales de este periodo central del Medievo, la extensién de los dominios de la Iglesia alcanza, en la mayoria de los obispados, dimensiones muy importantes. Segtin las observaciones hechas por E. Portela Silva para Galicia, por ejemplo, a comienzos del siglo xix, al pro- ducirse la desamortizacién, se calcula que el ochenta por ciento del dominio eminente de la tierra pertenecia todavia a las instituciones eclesiasticas. En ge- neral, también es posible constatar que la mayor parte de esa enorme acumu- lacién de patrimonio fundiario se produjo en los siglos xiI y xt y que sus ti- tulares eran, sobre todo, monasterios cistercienses 0 benedictinos y cabildos catedralicios.? La expansién de los estados feudales favorece en primer lugar, y no podia ser de otra manera, a los sefiores y a los caballeros. Su consolidacién en cuanto clase dominante llevaba aparejada, como correlato inevitable, el sometimiento eco- némico-social, cada vez mas riguroso, de la clase dependiente campesina. Es cierto que en coyunturas de crisis, sobre todo cuando estas eran internobi rias, los campesinos podian arrancar de los ricos-hombres algunas condiciones ventajosas como las denominadas buenos fueros. Y también se puede constar, sobre todo al comienzo de estos siglos centrales del Medievo, la existencia de campesinado libre y alodial, pero con el paso del tiempo, y la evolucién de un proceso de sefiorializacién siempre en fase de crecimiento, este grupo social pre- senta cada vez proporciones mas reducidas, hasta llegar a desaparecer en nu- merosas comarcas. Ademas, el mismo movimiento imparable de consolidacién de la aristocracia feudal fue erosionando el peculiar espacio de libertad carac- teristica, en principio, de los hombres de behetria.!° Quizs podria pensarse que la situacién social —los niveles de explotacion— del campesinado sometido seria mas dura y rigurosa en los dominios sefioria- ° E, Portela Silva: «La articulacién de la sociedad feudal en Galicia», en En torno al Feudalismo hispénico, p. 337. ‘© C, Estepa Diez: «Formacién y consolidacién del Feudalismo en Castilla y Leon», en En torno al feudalismo hispénico, pp. 223 y ss. Un trabajo muy riguroso y completo de este autor, especia- lista en estudios sobre seftorios de behetria, cuya génesis, segiin afirma, debe situarse «no en la for- macién sino en la evolucién del feudalismo»: Las behetrias castellanas, 2 vols., Junta de Castilla y Le6n, 2003: el parrafo citado: 11, p. 388. 26 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. Xi-xt1) les de las regiones nortefias que en las tierras nuevas recién colonizadas. Y parece que efectivamente fue asi en la primera época de la repoblacién de las Extremaduras. Pero a lo largo de estas centurias la condicién campesina, tanto de las viejas como de las nuevas regiones feudalizadas, llegara a homologarse. Lo observaba asi P. Freedman para Catalufia hace algunos afios. Al releer las Commemoraciones de Pere Albert pudo comprobar que a mediados del siglo xl el sometimiento del campesinado de la Cataluiia vieja era muy riguroso, contrastando, al menos en apariencia, con la situacién de la masa campesina atraida hacia las tierras de Catalufia nueva. Sin embargo, el mismo autor, des- pués de un examen atento de la documentaci6n, constata la existencia de alo- dios y de hombres de remenga en ambas Catalufias.'! Durante las tres centurias que analizamos en este volumen se produce tam- bién la definicién del encuadramiento de toda la poblacién, en este caso de la rural y de la urbana, en el sistema parroquial. Tal vez deba pensarse, en princi- pio, que la nueva organizacién administrativa de la Iglesia peninsular, perfilada ya practicamente en su totalidad, podria haber sido un instrumento, juridico y econdémico, en cierto modo estabilizador y liberador del campesinado como la parte més débil del sistema general, ya que precisaba y fijaba, al mismo tiempo, los derechos espirituales de los miembros de las distintas feligresias, a la par que determinaba también un nuevo orden de cargas fiscales mas o menos fijas y, por lo tanto, libres de las arbitrariedades de los sefiores de las tierra, los cuales eran en muchos casos, asimismo, como resulta perfectamente conocido, ecle- sidsticos. Pero, en realidad, este nuevo proceso de reorganizacién que corre pa- ralelo a la fijacién definitiva del mapa aldeano, no es mas que una variable de otro movimiento mucho mis general, el de la territorializacién, propiciado y determinando en buena medida por el propio sistema feudal con propésitos esencialmente econémicos y de dominio, como ya se indicé. Al fin y a la pos- tre, el encuadramiento parroquial representaba, en ultima instancia, y para la mayor parte del campesinado que era el dependiente, una verdadera superpo- sicién fiscal, bien dibujada territorialmente, sobre la mas basica o infraestuctu- ral: la que dimanaba de la dependencia feudal de los sefiores que ejercian al- guna forma de jurisdiccion sobre los distintos agrupamientos poblacionales. Las familias campesinas, enmarcadas dentro de los limites precisos de una pa- "! Varios trabajos P. Freedman sobre la situacién del campesinado catalan a lo largo del Medievo: Church, Law and Society in Catalonia, 900-1500, Aldershot, Hampshire, 1994 (Variorum Reprints). 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias histéricas. 27 rroquia determinada, sabian ahora con toda certeza a qué comunidad eclesias- tica pertenecian, bajo qué torre patronal se cobijaban, en qué portico podian reunirse para obtener proteccién y beneficios espirituales, pero, al mismo tiempo, conocian perfectamente la cuantia de otra pesada tributacién: la de «pa- gar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios», representada fisicamente por el clero parroquial, que en muchas ocasiones no era mas que un mero interme- diario o administrador-recaudador de sefiores temporales poderosos, de los que dependia la iglesia de la parroquia en calidad de patronos temporales.!” En cualquier caso, si cabria afirmar, sin miedo a equivocaciones graves, que la religiosidad de la Alta Edad Media, la examinada y descrita en el tomo pri- mero de nuestro trabajo, con un fuerte marchamo monastico, comienza a di- ferenciarse y a convivir con otra mas secular, dependiente de un clero que vive fuera de los monasterios y que ha sido capaz ya de percibir la situacién can6- nica de lo secular como distinta de la mondstica. La «consolidacién del fendmeno urbano», en acertada formulacién de Garcia de Cortazar, constituye otra de las notas definitorias de este periodo del feuda- lismo peninsular. Dicho fenémeno no puede ser explicado ni comprendido mas que dentro del propio engranaje de una sociedad que ha alcanzado los niveles de la feudalizacién plena, como se ha insistiddo repetidamente, aunque la fisono- mia externa y la social especificas de las ciudades disten bastante de ser homo- géneas. Por eso, los supuestos basicos del feudalismo siguen determinando la configuraci6n ultima de la religiosidad de la poblacién urbana, por mas que las estructuras econémico-sociales y las instituciones que generan resulten singu- lares comparadas con las del espacio agrario circundante. Con todo, el pano- rama urbanistico de esta época es sumamente complejo y conviene, por ello, hacer algunas puntualizaciones relativas a las diferentes tipologias del mapa ciu- dadano de los distintos reinos cristianos, porque las variables encontradas pue- den servir también para percibir y precisar algunas de las caracteristicas pro- pias de la religiosidad de estos siglos que estamos analizando. Por ejemplo, el auge de las ciudades de Aragén, Navarra, Castilla y Leon, que nacen y se rehacen a lo largo del siglo x1, ha sido puesto en relacién estrecha con "2 Los mandamientos de la Iglesia fueron desarrollndose a lo largo del Medievo en relacién estrecha con la evolucién del Derecho candnico. Su formulacién clara y sistematica no se produce hasta el siglo xiv, bajo el influjo de la Summa confessionalis de Antonio de Florencia (1389-1459): A. Villien: Histoire des commandements de 'Eglise, Paris, 1936, Otra obra también antigua: J. Hofinger, Geschichte des Katechismus, Innsbruck, 1937. Y mas moderna: W. Molinski: «Mandamientos de la Iglesia», Sacramentum Mundi, 1v, Barcelona, 1973, pp. 406-411. que a medio o largo plazo aportara rendimientos mas elevados en la renta de los sefiores feudales. Las grandes ciudades musulmanas progresivamente incorporadas a las mo- narquias cristianas desde 1085 plantearon problemas especificos por la comple- jidad del tejido social de cada una: la dimension y el destino final de las mino- rias étnico-religiosas asentadas en ellas. La convivencia de creyentes de las tres religiones del libro, que no se interrumpié con la conquista cristiana, convierte estas formaciones urbanas en poderosos centros de comunicacién y de inter- cambio de culturas, de ideas, de mentalidades, de costumbres y, en ultima ins- tancia, de préstamos reciprocos, con aculturaciones asimétricas, gracias a las cua- les el cristianismo, sistema dominante desde la reconquista misma, puede incorporar a sus formas religiosas otras nuevas, con las que iban aparejados fre- cuentemente elementos extrafios para la ortodoxia tradicional. Si en un primer momento estos procesos aculturadores resultaron positivos y enriquecedores, a medio plazo o a lo largo serviran también para poner en marcha mecanismos de reaccién y de defensa en las mayorias cristianas, que terminarn con actitudes negativas e intolerantes para los grupos de judios, mozarabes y mudéjares, cuya tragedia final, sellada por las expulsiones masivas, constituird uno de los capitu- los mas desgarradores de la etapa final del Medievo y de los comienzos del mundo moderno. La consolidacién y la articulacién definitiva de los estados feudales cristia- nos tiene lugar, asimismo, a lo largo de estas tres centurias, confirmandose de este modo la tesis de J. P. Poly —por lo demis plenamente admitida por la his- toriografia actual—, segun la cual «la feudalidad no se opone al estado, lo acom- paiia».!> Podriamos, incluso, ir mas alld, afirmando sin reticencias que el apa- rato del estado es un elemento constitutivo de la formacién social caracteristica del feudalismo. Los reyes de esta época se comportan como elementos vertebradores de un conjunto de poderes nobilarios que emprenden sus campaiias de «reconquista» para ampliar los territorios del propio realengo y el de sus feudales. Y, a veces, parece interesarles més el botin y los tributos de los vasallos musulmanes que las mismas tierras del Islam. Alfonso VI, por ejemplo, que desde 1077 comienza a adoptar el emblemiatico titulo de Imperator totius Hispaniae: quizd como ar- gumento para dejar bien sentada su preeminencia frente a otros sefiores de la 43}, P. Poly: La Provence et la societé féodale, 879-1166. Contribution a l'étude des structures di- tes oféodales» dans le Midi, pp. 318-364; concretamente, p. 364, 30 La religiosidad medieval en Espanta. Plena Edad Media (ss. xi-Xti) aristocracia 0 porque quisiera, de ese modo, oponerse a la politica de subido tono hierocratico desplegada sistematicamente por Gregorio VII en sus inter- venciones sobre los asuntos peninsulares,'* prefiere el oro de las parias a la con- quista inmediata de Granada, si tomamos al pie de la letra el sentido de sus mis- mas palabras, pronunciadas después de la conquista de Toledo (1085): «(para conquistar el reino granadino) tendria que hacer la guerra exponiendo a mis soldados a la muerte, y gastar dinero. Entonces perderia mas que lo que espero sacar, si cae en mi poder».'> Su nieto Alfonso VII, probablemente el titular de la corona castellano-leonesa que mejor intuyé y encarné el disefio tipolégico del soberano feudal del siglo x11, se complace también en llevar el titulo imperial desde 1135, con consagraci6n incluida, y en sus actuaciones politicas mani- fiesta poseer una conciencia muy clara de que ejerce en calidad de «rey de re- yes», queriendo dejar bien clara su posicién como gozne de un entramado de vasallajes, del que forman parte los reyes de Aragon y Navarra desde la muerte de Alfonso I el Batallador (1134), la casa condal de Barcelona, el conde de Portugal, cada vez mas alejado del control politico de la corte leonesa, y varios soberanos de al-Andalus. Esta mentalidad imperial pervivira todavia en la ide- ologia y en la practica politicas de los reyes de la corona leonesa-castellana: de forma menos explicita en la trayectoria histérica de Fernando III, y con carac- teristicas completamente nuevas y quiméricas en el reinado de Alfonso X el Sabio. La capacidad sacralizadora de los teéricos de aquellas centurias, por lo general clérigos indigenas y foréneos, unida a la importancia determinante del nuevo derecho de tradicién imperial que también Ilaga paulatinamente a los reinos peninsulares, segtin se explicitara mas adelante, servirin de cobertura ideoldgica para esta nueva concepcién politica que supone la existencia de un universo o de una mentalidad religiosa muy integrada en un orden cristiano decisivo siempre para la conformacién de un mundo de valores y de creencias, en las que la figura y las funciones de los reyes biblicos eran siempre una fuente de poderosa inspiracién, conformando asi otro de los referentes obligados de la religiosidad de estas centurias. La reconstruccién del poder politico en todos los estados cristianos pe- ninsulares presenta también una impronta feudal clara, en la que se atinan y convergen intereses realengos y sefioriales. Todo hace pensar que en el tras- “4 C, Estepa insiste en el segunda de las dos motivaciones: Alfonso VI, p. 30. '5 J, L. Martin Rodriguez: «Militia stepa Diez: El Reinado de risti, Malitia Mundi», o. cit,, p. 301. 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias historicas... 3 fondo de la dinamica expansiva de cada uno de ellos, que solemos denomi- nar reconquista rdpida, operaban poderosas motivaciones de indole econé- mica: la conquista de amplios espacios ganaderos. La teorizacin sacraliza- dora de estas campafias, que alcanza, sin duda alguna, su momento dlgido a comienzos del xi, como se pondra de relieve en el siguiente capitulo, no hace mas que impulsar, dinamizar y dar coherencia a esta clase de empresas, en- marcadas siempre en la lucha contra el enemigo tradicional de la cristiandad, formando parte, asimismo, del universo religioso de estos «tiempos heroicos». Esta reconstruccién politica y la consolidacién de la monarquia se pone de manifiesto en la sacralizacién entitativa de los soberanos, potenciada al mismo tiempo por la sacralidad funcional, al convertirse estos en verdaderos caudillos de la «reconquista-cruzada» peninsular, que llegar a parangonarse en multi tud de ocasiones y por distintos voceros con las cruzadas ultramarinas, impul- sadas de diversos modos por el obispo de Roma, redundando esa dimension sa- grada en la correspondiente afirmacién de la autoridad regia frente a la aristocracia feudal cada vez mas poderosa. Ademis, y en un proceso sincrénico, los titulares de los distintos estados peninsulares trataron igualmente de poner en marcha diversas formas de centralizacién de la propia administraci6n, que ala larga contribuiran, de manera ms duradera y eficaz seguramente, a la men- cionada reconstruccién monarquica. EI nuevo derecho romano-can@nico, introducido en las cortes por los «sa- bidores» de derecho, formados en universidades foraneas o autéctonas —al- gunos eran ya laicos—, fue utilizado por los distintos soberanos para tratar de extender las decisiones de gobierno a todos los ambitos de los correspon- dientes espacios politicos. En teoria, el rey se arroga la facultad de ser el su- premo legislador de sus reinos, pretendiendo asi superar los particularismos juridico-politicos —fueros, cartas pueblas e inmunidades— que tanto abun- daban en cada estado cristiano. Y es cierto que desde finales del siglo xii cuenta ya con las Cortes, en las que los representantes de las ciudades estaban pre- sentes al lado de la aristocracia laica y la eclesidstica. Pero esta institucién dis- taba mucho de ser una asamblea representativa de todos los estamentos so- ciales, adecuada para participar en las decisiones politicas 0 en las tareas propiamente legislativas de cada monarca. En realidad, las Cortes medievales s6lo pueden ser comprendidas adecuadamente si se analizan «dentro del con- texto general de una sociedad feudal, en la cual los poderes politicos se arti- culan segun relaciones feudovasallaticas, en virtud de las cuales la asistencia a la curia del rey era una obligacién de todos los vasallos del deber del «con- 32 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. xi-Xi1) silium» feudal».'® En la practica, la presencia de las ciudades en las Cortes res- pondia mis a urgencias econémicas de la hacienda real, impotente para contar con la clase aristocratica privilegiada, que al propésito de promover una par- ticipacién politica genuina y de amplio espectro por parte de los titulares de cada estado. Con todo, la utilizacién del nuevo derecho, de tradici6n romana y canénica, y la promulgacién de numerosisimos ordenamientos de Cortes con asuntos de la naturaleza mas variada, en los que figuraban problemas de mo- ral ptiblica al lado de disposiciones de ética personal y religiosa, servirdn, sin duda alguna, para conferir a la religiosidad peninsular, a partir del siglo xu, un marchamo de indole mds normalizada y también mas universal, al hacerse eco, en muchas ocasiones, de las disposiciones legales de las decretales y de las sen- tencias de los canonistas, vigentes ya en toda la Iglesia occidental. Se puede observar que la unificacién juridica pretendida por los soberanos cristianos llevaba también aparejada la tendencia hacia una fijacién de limites, cada vez mis nitida, en los distintos estados, pero, al mismo tiempo, estos pro- gramas de intregracién politica coexisten necesariamente con la reafirmacién de los poderes particulares de sefiorios y concejos, que siguen ejerciendo sobre los respectivos vasallos su autoridad sefiorial y las consiguientes exacciones eco- némicas. En efecto, la marcada tendencia hacia la territorializaci6n-centraliza- cién opera también dentro de estas células sefioriales. Sus titulares, cada sefior © los grupos hegeménicos del concejo, despliegan en sus propias circunscrip- ciones las funciones publicas que, en teoria, pertenecian a la administracién es- tatal, una contradiccién, por lo demds, rigurosamente formulada hace tiempo por Monsalvo Antén para Castilla: «en este sentido, el desarrollo superestuctu- ral castellano no deja de ser contradictorio, pues asistimos al fortalecimiento si- multaneo de aparatos centralizados y descentralizados, sin que la supremacia ju- risdiccional y el papel aglutinante del reino, desempefiado por los primeros, en torno a la figura de los reyes, constituyan ninguna solucién de continuidad en- tre los primeros siglos y los tiltimos de la Edad Media». ¥ podria predicarse de manera similar para la administracion de cada uno de los restantes estados peninsulares. Estas contradicciones estructurales tenian que provocar, necesa- riamente, conflictos y enfrentamientos entre los poderes aristocraticos y la mo- ‘6S, Moreta Velayos: «Reorganizacién del espacio y consolidacién de la sociedad castellano- leonesa (11109-1248)», en Historia medieval de la Espana cristiana, p. 189. 1” J, M. Monsalvo Ant6n: «Poder politico y aparatos de Estado en la Castilla bajomedieval. Consideraciones sobre su problematica», Studia Historica, 1V/2 (H. Medieval), 1986, 117. 1. Las bases de la consolidacién del mundo feudal: referencias historicas. 3 narquia. En realidad, todo el periodo analizado aparece jalonado por esta clase de conflictividad, que pone de relieve la existencia de las profundas contradic- ciones internas del sistema, que incidieron logicamente sobre el campesinado y los pecheros, que eran, al fin y al cabo, quienes soportaban el mayor peso de la explotacién inherente a dicha formacién social. Las resistencias campesi- nas de Castilla y Leén han sido muy bien descritas y analizadas, hace tiempo, por R. Pastor, que atribuye al campesinado «una conciencia de clase localizada», es decir, restringida al ambito espacial de cada comunidad enfrentada a los po- deres magnaticios. Sin embargo, «la aristocracia feudal y la burguesia han te- nido una conciencia de clase que, en ciertos aspectos, se aproxima a la mo- derna».'8 Las revueltas burguesas relacionadas con el camino de Santiago, las més espectaculares seguramente, presentan una clara impronta antisefiorial, en cuya némina figuran abades tan importantes como el de Sahagun u obispos tan poderosos como el titular de Santiago, Diego Gelmirez. En realidad, la ti- pologia de la conflictividad social de la época resulta bastante complicada cuando se pretende establecer un cuadro completo y bien estructurado. Los en- frentamientos entre concejos, grandes y pequeiios, por el control de los espa- cios ganaderos fueron, asimismo, abundantes. Y tampoco podriamos dejar fuera de ese cuadro complejo, rico y variopinto, la conflictividad, con frecuencia de tono menor, causada por los movimientos heréticos de estructura dualista, con un solar u hogar nutricio situando allende de los Pirineos, como es sabido, pero con influencias claramente perceptibles en los reinos de Aragén y Castilla. No parece que ejercieran una determinacion notable en las formas religiosas de la época, ni que su vision alternativa de la realidad y del mundo tuviera incidencias importantes en la cosmovisién reli- giosa hispanica, Como se ver, su vigencia en algunas ciudades de la parte cen- tro-occidental de la peninsula, relacionadas con el camino de Santiago, fue epi- s6dica y poco mas que testimonial. En las regiones orientales, sin embargo, la presencia de cétaros tiene dimensiones verdaderamente considerables, aunque tampoco se puedan detectar influencias determinantes en la religiosidad pe- ninsular del siglo xi. En la mayoria de los casos la explicacién tltima de la in- fluencia de cierto catarismo al sur de la cordillera pirenaica habra que ponerla en estrecha relacién con los intereses econdmicos de los sefiores de la tierra, como se vera en otro apartado de este trabajo. Con todo, estos fendmenos so- 8 R. Pastor: Resistencias y luchas campesinas en la época del crecimiento y consolidacién de la formacién feudal en Castilla y Leén, siglos x-xi, Madrid, 1980. 36 La religiosidad medieval en Espanta, Plena Edad Media (ss. xi-x1t) la formacién de los nuevos «sabidores» o expertos en derecho romano-can6- nico, con una serie de virtualidades muy utiles para los programas de consoli- daci6n de la institucién monarquica que estaban en marcha entonces, segtin se insinué anteriormente. Tampoco resulta dificil encontrar intencionalidades po- liticas en muchas de las obras escritas en romance durante estas centurias. Las novedades que afectan a todo el entramado estructural de la intrincada formacién social de la peninsula a lo largo de estos trescientos afios, asi como a sus relaciones intrinsecas, aparecen con especial significacién para la religio- sidad en el apartado de las grandes personalidades calificadas de «santos» por la tradicién y por la Iglesia oficial. En ese mismo contexto, la literatura hagio- grdfica, la latina especialmente —la formalmente literaria quedaré fuera por ra- zones que explicaremos oportunamente—, nos introduce en ese mundo, siem- pre dificil, de las ideologias y de las mentalidades, y en la historia menuda de cada centuria, revelandose como una fuente de informacién muy fecunda, segtin tendremos ocasién de comprobar en el capitulo conclusivo de nuestro trabajo. CAPITULO 2 Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales de una sociedad completamente feudalizada SACRALIZACION DE LA REALEZA! La sacralizaci6n del ejercicio del poder politico-administrativo de los soberanos hispanos durante estos tres siglos plenomedievales constituye un claro correlato de la afirmacién y afianzamiento de los miembros de la aristocracia feudal, se- guin se indicé en el primer capitulo de este trabajo. Los reyes eran, al fin y al cabo, los responsables ultimos y los directores de una expansién territorial que favo- recfa, entre otras cosas, la bulimia de tierras de los propios nobles, constituyén- dose directa o indirectamente en arbitros de los inevitables conflictos interse- foriales en cuanto representantes de un poder vertebrador y sustentador del orden feudal, cuya naturaleza puiblica pervivia atin, determinada por afiejas cons- trucciones juridicas. Las influencias del nuevo derecho civil de tradicién romana y de la misma legislacién eclesidstica, con los grandes desarrollos de los decre- tistas y decretalistas fueron utilizadas por los curias regias y por sus teoricos para configurar la nueva realidad sociopolitica de cada soberano, sin obviar todavia el marco de las relaciones personales de cada titular con sus nobles y con las dis- tintas realidades sociales de sus estados, y, por ello, manteniéndose atin dentro de los precisos limites de la feudalidad.? La concepcién sacra de la realeza cons- 1 Siguen siendo validas las observaciones de W. Ullmann sobre los elementos conceptuales y rituales que conforman la sacralidad de la realeza en el Medievo: W. Ullmann: Principios de go- bierno y de politica en la Edad Media, parte 1 (cap. 1: «La realeza teocritica»), pp. 171 y ss. tam- bién muchas observaciones titiles en E. H. Kantorowicz: Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teo- logia politica medieval, Madrid, 1985, Y el ya clasico de Arquilligre: H.-X. Arquillére: LAugustinisme politique. Essai sur la formation des théories politiques du Moyen Age, Paris, 195: 2 RJ. Fernandez Conde: «La recepcién del Derecho Canénico y Romano en la Peninsula», en R. Menéndez Pidal: Historia de Espana, xvt: La época del Gotico en la cultura espaftola (ca. 1220- ca. 1480), pp. 526 y ss. 38 La religiosidad medieval en Espafia, Plena Edad Media (ss. x1-Xit) tituye también una instancia de primer orden para conseguir idénticos fines por la enorme potencia ideologizadora de la religiosidad judeoc na e in- cluso islamica. De hecho, semejante virtualidad tenia que ejercer influencias muy importantes en un universo en el que la mentalidad general, cuyo ethos 0 conjunto de valores y su dimensién eidética o sistema de convicciones funda- mentales enlazaban perfectamente con viejas tradiciones de raigambre biblica, como tendremos ocasién de demostrar mds adelante, 0 con concepciones filo- séficas més 0 menos vinculadas a formulaciones y teorfas inspiradas en las fe- cundas y casi omnipresentes corrientes de platonismo, sobre todo hasta me- diados del siglo xu. Ya insistiamos sobre este aspecto en el volumen primero, cuando formulaba- mos someramente los rudimentos de la teologia politica de la Alta Edad Media. El rey cristiano se describia alli como una persona sagrada entitativamente a causa de su consagracién o bendicién eclesiastica, y también funcionalmente, porque el norte de todas sus actuaciones tenia que orientarse, al menos segtin los tedricos cristianos, que eran por lo general cronistas, al cumplimiento de los designios di- vinos: llevar adelante los planes salvificos de la Providencia, la construccién sa- cramental y efectiva del reino de Dios prefigurado en la Iglesia. De ese modo el soberano era concebido como un verdadero Xristés, ungido y sacralizado, al igual que los reyes del Antiguo Testamento.> La figura sefera del navarro Fernando I, que se asienta en el reino de Leén durante la primera parte del siglo xi (1037-1065), constituye un verdadero pa- radigma del rey cristiano ideado por los cronistas eclesidsticos y descrito, como tal, en sus textos narrativos. El culto autor de la llamada Historia Silense, que pretendia culminar toda su obra narrativa con una minuciosa y encomiastica biografia de un rey cristiano verdaderamente ejemplar, registra con precision la fecha de la uncién sagrada de Fernando por el obispo «cathélico» de Leén, Servando, abriendo la amplia resefia con esta data, porque la consideraba, se- guramente, como un elemento fundamental del reinado: el 22 de junio de 1038, en perfecta consonancia con otros documentos que también se hacen eco del acontecimiento religioso-politico, situado en un contexto liturgico vinculado seguramente a la exaltacién de santos muy leoneses.‘ El programa de actuaci6n > BJ. Fernandez Conde: La Religiosidad medieval en Espaiia, 1: La Alta Edad Media (siglos vit- X1), pp. 386 y ss. * Utilizamos la edicion critica de la Historia Silense de J, Pérez de Urbel y A. Gonzalez-Ruiz- Zorrilla, publicada en Madrid el ano 1959. La referencia a la uncidn: p. 183. Los autores constatan que a pie de una pagina del Libro de las Horas de Fernando y Sancha se registra la misma fecha. En 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales. .. 39 de los dos nuevos soberanos leoneses estaba muy claro para el autor de la Silense: primero una dedicacién en exclusiva a la pacificacion de los problemas inter- nos del reino y después, con las manos libres ya, dedicarse a la tarea mas espe- cifica de unos reyes verdaderamente cristianos: la lucha contra musulmanes: Resulta increible para el recuerdo con qué rapidez el miedo a estos reyes invadi6 todas las provincias de los barbaros que habria arrasado desde el principio y muy rapido, sino se hubiera dedicado primero a aplacar los tumultos provocados por al- gunos magnates rebeldes para corregirlos con sagacidad.> En efecto, las campaiias contra el Islam son presentadas desde el principio como guerras cargadas de virtualidades religiosas, con las que se expande y se corrobora la fe de la Iglesia.° La larga serie de episodios bélicos se convierte en verdadera historia sagrada, en la que est presente siempre la accién determi- nante de la Providencia y de sus intermediarios, entre los que destaca la in- fluencia salvifica de Santiago. Por eso, el relato de la conquista de Coimbra, ador- nado con maravillosos episodios hagiograficos —las oraciones de Fernando al Apéstol, la aparicién de Santiago como soldado de Cristo y el anuncio de la vic- toria por un peregrino griego en Compostela—, constituye una muestra ex- presiva de esta sacralidad funcional desplegada permanentemente por Fernando y Sancha como auténticos ministros del reino de Dios,’ convertidos en reyes efecto, se trata de una Cronica muy breve compuesta ¢ iluminada en 1055. La publicacién del mismo: A. Lopez Ferreiro, Historia de la Santa A. M Iglesia de Santiago de Compostela, it, p.225. Un texto del Ceremoniale Romanum, con el ritual escrito en letra del xiv («Ordo ad benedicendum regem quando novus a clero et populo sublimatur in regnum»): P. Longis Bartibas: «La coronacién litargica del Rey en la Edad Media», Anuario de Historia del Derecho Espanol, 23, 1953, 371-381. A. Isla Frez ob- serva agudamente que el 24 tenia lugar la celebraci6n linirgica de san Juan Bautista y el 26 la de san Pelayo, dos santos martires importantes en la devocién de los leoneses. Fernando | y la reina Sancha, que también es sujeto de las ceremonias de instituci6n regia, quedaban asi estrechamente vinculados ala ciudad del Bernesga y a su historia inmediata. Los restos del nifio Pelayo habian sido traslada- dos a Leén desde Cérdoba, el siglo anterior, por Sancho el Gordo y Elvira,y estaban en el corazn de la devocién de la realeza de Leén y seguiran siendo objeto de la veneracién de los nuevos soberanos: A. Isla Frez: Realezas hispdnicas del afio mil, pp. 150 y ss. 5H. Silense, n.° 80, pp. 184-185. © H, Silense, n.° 85, p. 188: «iam securus de patria reliqum tempus in expugnandos barbaros et eclesias Christi corroborandas agere decrevit». 7 H. Silense, 190 y ss. En los «corpus» diplomaticos de la época «el derecho divino se expresa ge- neralmente por la acostumbrada locucién «Dei gratia rex»: A. C, Floriano Cumbre: Curso 40 La religiosidad medieval en Espana, Plena Edad Media (ss. XI-Xi) «por la gracia de Dios». Este halo sobrenatural podria servir también de base ideolégica para justificar adecuadamente la concepcién imperial de los sobera- nos leoneses, expresada en formulas diplomaticas de varios documentos de la época de Fernando y Sancha. Al fin y al cabo, a mediados del siglo x1 la figura del emperador cristiano comienza a recuperar sus afejas virtualidades sacrali- zadoras con la subida al trono de la dinastia sdlica de la casa de Franconia, en concreto con Enrique III (1039-1056). El largo capitulo dedicado por el Silense a la descripcién de todos los por- menores que rodearon la traslacién de las reliquias de san Isidoro desde Sevilla a Leén a mediados de la centuria (1063) trasciende con mucho el interés del simple relato hagiografico, para convertirse en un episodio cargado de signifi- caciones ideol6gico-politicas. Recuperar el cuerpo del gran obispo visigodo sig- nificaba para la nueva monarquia leonesa-castellana, que estaba comenzando a asentar sus bases politicas efectivas y también sus fundamentos legitimadores de indole ideolégica, la afirmacién de su raigambre hispanogoda y de sus vin- culaciones con los reyes visigodos, a la par que convertia a Leén, la ciudad re- gia, en ciudad sagrada por la presencia del gran santo hispalense, en condicio- nes de competir, de algtin modo, con Compostela, e incluso de desplazar —o cuando menos de equiparar— la primacia del caudillaje del Apéstol del esce- nario politico-religioso de las conquistas en tierras del Islam.? De hecho, no re- sulta dificil encontrar numerosos pasajes de otros cronistas posteriores, como el Tudense o el autor posterior de la Cronica Latina de los Reyes de Castilla, en los que san Isidoro interviene de manera muy significativa en los momentos cru- ciales de las batalla contra los musulmanes.'° Unos soberanos tan «catélicos» como Fernando y Sancha tenian que com- -general de Paleografia y paleografia y diplomatica espaftolas, pp. 442 y ss. Cf., ademds, R. Redondo Alonso: Documento y mentalidades (Le6n. Siglos ix-x11), pp. 158 y ss. (tesis doctoral inédita). ® W. Ullmann: Principios de gobierno y de politica en la Edad Media, o. cit. pp. 171 y ss. » Este fenémeno aparece con relativa frecuencia en Lucas de Tuy y en la Chronica Latina Regum Castellae,a las que nos referiremos mAs adelante. Los textos silenses relativos a la «Translation: Ic n.® 95-107, pp. 198 y ss. Para una aproximacién a los mismos: A. Viflayo Gonzalez: «Cuestiones historico-criticas en torno a la traslaciGn del cuerpo de San Isidoro», Isidoriana, pp. 285-298. Sobre el valor ideol6gico politico de este episodio hagiografico. Isla Frez: Realezas hispdnicas del afo mil, ©. cit., pp. 169 y ss. El mismo R. Ximénez de Rada, en su conocidisima historia De rebus Hispaniae, al referirse a la tiltima empresa de Fernando contra los musulmanes que se negaban a pagar los tributos esti- pulados, al final de su vida, describe la aparicién de san Isidoro, anunciandole el dia de la muerte: Roderici archiepiscopi Toletani: De rebus Hispaniae, Vi, cap. 13, pp. 193-194. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 4B tiano sobre esta realidad, cuya formulacién mis acabada se encuentra, segura- mente, en los escritos de Isidoro de Sevilla, del que los soberanos leoneses eran grandes devotos y seguramente lectores. En efecto, dicha miniatura presenta a un personaje desconocido, entre Fernando y Sancha, entregando el libro al so- berano. Podria tratarse del propio autor del manuscrito, pero tampoco habria que descartar la intencionalidad veterotestamentaria de dicha miniatura men- cionada.'® Los titulares que estuvieron al frente de los distintos reinos cristianos du- rante la tiltima parte del siglo x1, caracterizada por innumerables conflictos en- tre los distintos reinos, y en la primera del siguiente, no recibieron la uncién re- gia, si nos atenemos a los textos histéricos conocidos. Con todo, la concepcién sacra de todos ellos sigue siendo una realidad para sus contemporaneos, por- que los aspectos més sombrios de sus respectivas ejecutorias hist6ricas han que- dado suficientemente contrapesados por el extraordinario avance de las cam- paiias de los cristianos contra el Islam. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085), y la recuperacién del valle medio y bajo del Ebro por el aragonés Alfonso Icon la conquista de Zaragoza (1118) y de Lleida (1126) como hitos mas so- bresalientes, constituian argumentos suficientemente convincentes para que sus cronistas siguieran otorgandoles la condicién de verdaderos servidores y mi- nistros del reino de Dios. Las reseias biograficas de Alfonso VI resultan suma- mente ilustrativas. Sin enfatizar demasiado sobre los acontecimientos mas som- brios o negativos de su reinado o disimulandolos con suma discrecién, no tienen inconveniente en presentarle como «el rey cat6lico por excelencia», porque «fue el padre y defensor de todas las iglesias de los hispanos».'” En efecto, devoto de la sede romana y de los monjes de Cluny,'* difusores y defensores destacados del movimiento de la reforma gregoriana, impone definitivamente y contra el resultado de dos juicios de Dios —el primero un duelo judicial y el otro la '6 A. Isla Frez: Realezas hispsinicas del afto mil, o. cit., pp. 184 y ss. Sobre las insignias reales en aquella época: VV. AA.: Le roi de France et son royaume autour de 'an mil, Parfs, 1992. La literatura hagiografica latina, analizada en el tiltimo capitulo de nuestra obra, abunda en los mismos extre- mos, tanto al tratar de Fernando I y Sancha, como de sus sucesores en el trono leonés-castellano. Sobre los relatos hagiograficos relacionados con S. Isidoro y relativos a esta temitica: J, E Fernandez Conde: « Hagiografia e ideologia politica. La literatura isidoriana» (en prensa). "” Chronicon del obispo don Pelayo, és. XIV, p. 488. 1 De hecho, el autor de la Najerense dice que fue el propio San Pedro, el patrono de Roma y de los cluniacenses, el que anuncié a Alfonso VI que iba a ser rey: Ch. Naierensis,ed. J. A. Estévez Sola, m,n. 15, p. 173. 4 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. x1-Xit) prueba del fuego— el Romanum mysterium (rito romano),'° se convierte en de- fensor incansable de peregrinos y mercaderes, que podian moverse a sus anchas por todo el reino, dedicando una buena parte de sus desvelos a tareas pacifica- doras.2” Todo ello le servird para que los biégrafos disculpen sus defectos de or- den moral, incluso el haber tenido dos concubinas, calificadas de «nobilisimas» por el obispo don Pelayo, su primer gran panegirista, y por otros cronistas pos- teriores, que tampoco tienen inconveniente en recoger el mismo juicio de va- lor sobre este extremo,! El cambio de rumbo politico que supuso la conquista del reino de Toledo para la marcha de la expansin hacia el sur servira para que tanto Lucas de Tuy como Ximénez de Rada le califiquen de «Emperador de Espafia». Por lo demas, las circunstancias «maravillosas» que rodean su muerte, previamente anunciada por san Isidoro, se parecen a las de su padre y le con- fieren también ese halo de sacralidad caracteristica de los soberanos de esta época, que destacaron por su lucha contra los musulmanes, aunque no hubie- ran recibido la correspondiente sancién sacramental que llevaba aparejada la uncién regia.?? '8 Chronicon, 1v, 70, p. 305. Los juicios de Dios aparecen recogidos en la Najerense y en el Tudense. Los dos juicios de Dios habrian resultado favorables al «Officium Toletanum», pero el rey, fidelisimo a los deseos de Gregorio VII, impone el romano (Gallicanum): Ch. Naierensis, n.° 18, pp. 177 y ss. El mismo episodio R. Ximénez de Rada, De rebus Hispaniae, Vi, 25, pp. 207-209. 2 Bs un t6pico de sus bidgrafos, sobre todo de D. Pelayo de Oviedo, que le profesaba una enorme devocién por su vinculacién a las reliquias de San Salvador y su generosidad con la Iglesia Ovetense; cf. est. cit., F. J. Fernandez Conde: «El obispo Pelayo», Asturianos universales, pp. 9-56. 21 Resultan sumamente ilustrativos los dos juicios antitéticos de este prelado sobre Bermudo IL y Alfonso VI. Estos episodios le valen al primero el calificativo de nefandissimus y, al referirlos al se- ‘gundo, se limita a decir que las dos concubinas eran «nobilisimas» (Chronicon, pp. 482 y 489-490). «Ocho dias antes de que dejara este siglo, hizo Dios un gran prodigio en la ciudad de Leén, concretamente en la iglesia de San Isidoro, Durante la fiesta littirgica de la Natividad de San Juan Bautista, a la hora sexta, y en las piedras que estan situadas delante del altar de San Juan Bautista, justamente donde pone el sacerdote los pies para celebrar el sacrificio de la misa, empez6 a ma- nar agua y no por las junturas de dicho suelo, sino a través de las mismas piedras, ante la presen- cia de todos los ciudadanos. Este prodigio era una premonicién de los llantos y las tribulaciones que habrian de ocurrir en Espaita después de la muerte del soberano», Pelayo: Chronicon, p. 474. Los textos cronisticos posteriores recogeran el mismo «prodigio». Sobre el tratamiento de Alfonso VI por R. Ximénez de Rada: B. R. Reilly: «Rodrigo Jiménez de Rada’s Portrait of Alfonso VI of Leon-Castile in the De Rebus Hispaniae: Historical Methodology in the Thirteenth Century», Estudios en homenaje a Claudio Sanchez Albornoz en sus 90 aftos, ii, pp. 87-97. Una magnifica mo- nografia, muy reciente, sobre este soberano: J. M. Minguez Fernandez: Alfonso VI. Poder, expan- sién y reorganizacién interior, Hondarribia, 2000. 2, Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 45 Alfonso I de Aragon (1104-1134), al igual que Alfonso VI de Castilla, tam- poco recibié la uncién lituirgica, aunque reivindicara el titulo de emperador por su matrimonio con Urraca Alfonsiz. Con todo, los textos cronisticos subrayan la dimensién trascendente de su ejecutoria politica por la importancia de la lucha contra el Islam, que sirvié para que Arag6n recuperara una parte muy impor- tante del valle del Ebro. Si bien es cierto que la historiografia castellana ofrece la imagen de un rey cruel y supersticioso,” la catalano-aragonesa le presenta como un buen soberano, que después de la desafortunada aventura en Leén y Castilla encauza y dirige todas las energias politico-militares de su reino hacia la lucha contra los musulmanes. Por eso, como escribia hace anos J. M. Lacarra, su corte se parecia mucho «a un cuartel 0 consejo militar» y sus empresas béli- cas contra los almordvides constituian un verdadero ensayo o preparacién para la peregrinacién y cruzada ultramarinas.** Un texto de la Chronica Adefonsi Imperatoris, relacionado con la conquista y derrota del Batallador en Fraga, pone de relieve la mentalidad biblico-teocratica del mismo. Al parecer, segtin el men- cionado cronista, el soberano aragonés llevaba siempre consigo en campafia una valiosisima arca, con objetos preciosos y reliquias, sustraida a los monjes del monasterio de San Facundo y Primitivo de Sahagun, para que le sirviera de talisman contra los enemigos. En la derrota aragonesa de Fraga (1133-1134) los musulmanes robaron el preciado tesoro y llevaron cautivos a los clérigos que lo cuidaban y le daban culto.”> La referencia del autor del relato tiene presentes, sin lugar a dudas, los episodios del Arca de la Alianza, recogidos el en Libro Primero de Samuel y la interpretacién providencial y moralista de las causas del desenlace desastroso de los mismos: los pecados de Israel en la historia sa- grada y las maldades de los aragoneses a las puertas de Fraga: 4Cémo has sucumbido, oh rey, que nos procurabas la salvacién? Por la muche- dumbre de nuestros pecados la ira de Dios cayé sobre nosotros hasta el punto de que perdiéramos al libertador de los cristianos. Ahora nos invaden los sarracenos, nuestros enemigos.” ® Un buen ejemplo de este tratamiento negativo de la historiografia castellano-leonesa: Chronica latina regum Castellae, n.° 4 y s8., pp-37 y ss. 24], M. Lacarra: Alfonso I el Batallador, pp. 109 y ss. 25 Chronica Adefonsi Imperatoris, ed. critica: A. Maya Sanchez, n.° 52 y ss., pp. 174 y ss. 26 Cf. I Libro de Samuel, 4, 2-11. Los israelitas llevaron el Arca de la Alianza al campamento para enfrentarse contra los filisteos, pero fueron derrotados por estos, que también se apoderaron del preciado tesoro sacro. ” Chronica Adefonsi Imperatoris,ed. L. Sanchez Belda, n.° 61, p. 49; la ed. de Maya Sanchez, p. 178. 46 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. Xi-X11) Alfonso VII (1126-1157) constituye, sin duda alguna, el paradigma del rey feudal durante estas centurias. De hecho, fue capaz de utilizar los resortes de este modo de produccién en sus relaciones con la nobleza, con los magnates eclesidsticos y con la Iglesia misma, recurriendo para ello al poder militar si era preciso, hasta convertirse en el soberano mas poderoso de su tiempo. Esa si- tuacién hegeménica le permite establecer pactos de soberania vasallatica con la mayoria de los reyes, principes y nobles, cristianos o musulmanes —algunos de allende los Pirineos— que le posibilitaran, de hecho, proclamarse emperador. Y, al mismo tiempo, sabe utilizar los instrumentos ideoldgicos de entonces, asu- miendo los ideales del rey cristiano al servicio del reino de Dios y de la Iglesia, compendiados y formulados ya por la literatura narrativa y diplomatica ante- riores, en la persona y la obra de su bisabuelo Fernando I. La Historia Compostelana describe detalladamente la ordenacién que le con- fiere el arzobispo compostelano Gelmirez el afto 1110-1111, en la catedral de Santiago, siendo atin muy joven. En el contexto de una celebracién eucaristica le unge ateniéndose a los rituales al uso (juxta canonum instituta), le entrega la espada y el cetro real, le pone en la cabeza la diadema y una vez constituido rey con estos atributos, le conduce al palacio episcopal y cierra la solemne ceremo- nia con un banquete festivo.” La Chronica A. Imperatoris escrita por un clérigo cercano y coetaneo suyo, que bien podria ser un obispo, reproduce de manera elocuente la ideologia del rey cristiano, al servicio del reino celestial actualizado sacramentalmente por la Iglesia y en muchas de sus partes utiliza adecuadamente expresiones e image- nes biblicas que le sirven para cohonestar ese discurso con el arquetipo politico de los reyes biblicos.? La guerra contra Alfonso el Batallador es concebida por el autor de la Chronica como un verdadero juicio de Dios y la entrada triunfal 2 Historia Compostelana, 1, c. 66, pp. 105-106; trad, castellana: E Falque Rey, pp. 174-175. Sobre este soberano existe una monografia relativamente reciente: M. Recuero Astray: Alfonso VII, Emperador. El imperio hispanico en el siglo x11, Madrid, 1973. Pero el discurso interpretativo de este trabajo nos parece superado. Otra biografia mas moderna y rigurosa: B. F. Reilly: The Kingdom of Leon-Castilla under King Alfonso VII, 1126-1157, Filadelfia, 1998. Cf. ademés: L. Vones, Die «Historia Copostelana» und die Kirchenpolitik des nordwestspanischen Raumes 1070-1130. Ein Beitrag zur Geschichte Sapanien und das Papsttum zu Beginn des 12 Jahrhunderts (Kélner historische Abhandlundlgen, 19), Kéln-Viena, 1980. 2 A. Maya Sanchez manifiesta las dificultades existentes para identificar el autor real que se es- conde detris del anonimato, pp. 112 y ss. Afirma, sin embargo, que habria sido compuesta después de la conquista de Almeria (1147) y la muerte de la reina Berenguela (1149). L. Sanchez Belda, en la introduccién de su edicién critica del texto cronistico (Madrid, 1950), aventura el nombre del 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales.... v7 del castellano en Zaragoza, después de la muerte del aragonés (1144), recuerda algunos pasajes apotedsicos de los reyes del Antiguo Testamento después de al- guna batalla importante.” En realidad, el redactor, que conocia bien la teolo- gia politica dominante en el siglo x11, disefia la figura de este monarca como modelo del rey justo en su vida familiar y en sus actividades politicas, restaura- dor de la paz, protector de clérigos y de pobres, y benefactor omnimodo de los eclesidsticos poderosos. Y estos, los prelados y los monjes, no tendran inconve- niente en apoyarle econémica y personalmente en sus campajias, sobre todo las emprendidas contra el Islam: un trazo fuerte y destacado siempre en el disefio de todo rey medieval aureolado de sacralidad.*! Por eso, nada tiene de extrano que los representantes de la Iglesia hispana, secundada por los magnates laicos, se reunan en Le6n el afio 1135 para coro- narle emperador con extraordinaria solemnidad en el trascurso de una asam- blea (concilium): En la era McLxxxin (a. 113 5) el rey establecié la fecha para la celebracién de un «concilio» en la ciudad regia de Leén. {...] en el dia del Espiritu Santo (Pentecostés) con los arzobispos, obispos y abades, con los condes y principes, autoridades (du- ces) y jueces que habia en el reino. En dicho dia vino el rey con su mujer dona Berenguela, reina, y su hermana la infanta dofta Sancha y el rey Garcia de Pamplona [...]. Vino también una multitud grande de monjes y de clérigos, asi como de pue- blo llano [...]. En el primer dia del «concilio», todos, de cualquier rango que fueren (maiores et minores), se reunieron en la iglesia de Santa Maria con el rey y trataron obispo de Astorga, Arnaldo: L. Sanchez Belda: Chronica Adefonsi..., pp. XX-XX1. Las referencias a citas biblicas, implicitas o explicitas, que se encuentran en ambos editores, son muy numerosas. ® En el enfrentamiento con Alfonso I por la recuperacién de las posesiones castellanas que este habia arrebatado a su madre, la lucha se concibe como una especie de juicio de Dios: si este le entrega a Alfonso VII dichas posesiones, «Si hec facis pax est inter te et illum et si non facis, pugna cum eo, et cui victoriam Dominus dederit, habeat regnum pacifices: Chronicon A Imperatoris, 1, n.° 16, p. 157. La entrada apotedsica en Zaragoza: ib., pp. 180 y ss. 3! Sobre las vinculaciones de Alfonso VII con la aristocracia eclesidstica de Leén y Castilla: E, Pascua Echegaray: «Hacia la formacién de la monarquia medieval. Las relaciones entre la monarquia y la iglesia castellano-leonesa en el reinado de Alfonso VII», Hispania, 49, 1989, 397-441. Para las relaciones del soberano leonés con la nobleza asturiana es imprescindible el trabajo reciente de Calleja Puerta, presentado como tesis doctoral: M. Calleja Puerta: El Conde Suero Bermuidez, su parentela y su entorno social, pp. 585 y ss.; y sobre los origenes de la primera nobleza leonesa-castellana: J. Garcia Pelegrin: Studien zum Hochadel der Kénichreiche Leon und Kastilien im Hochmittelalter, Muinster, 1991. 50 La religiosidad medieval en Esparia, Plena Edad Media (ss. x1-x11) cia de otra simbologia de naturaleza secular o laica que vendria a sustituir la reli- giosa, adoptada para tratar de legitimar de diferente manera la situaci6n vertebral de estos soberanos en el entramado feudal de la sociedad medieval de dicho pe- tiodo. Merece la pena recordar, entre otros, a Américo Castro*? o J. A. Maravall,“° a quienes sigue T. F. Ruiz, que ha acufiado la expresién, citada antes, de la existen- cia de una realeza, durante la Baja Edad Media, sin las virtualidades de sacralidad conferida por la uncién litiirgica. Los sellos regios, la espada, el armarse caballe- ros y otros simbolos caracteristicos de las guerras de reconquista, de naturaleza laica, la habrian sustituido, sin excluir las influencias de los soberanos musul- manes, con los que trataban con frecuencia y de muchas maneras.*! En Navarra los reyes tampoco son ungidos. En vez de la consagraci6n ritual son alzados so- bre un escudo y aclamados. El hecho de que no perduren noticias sobre la uncién de los reyes castella- nos ni sobre sus virtualidades magico-taumaturgicas, como se indicaré mas ade- lante, no prueba, en modo alguno, la pretendida secularizacién de la nobleza castellano-leonesa de los tiltimos siglos bajomedievales. Existen numerosos tes- timonios literarios de indole narrativa y juridica, que, sin hacer referencia a la uncién regia, siguen poniendo de relieve la permanencia de esa impronta reli- giosa de los soberanos de la segunda parte del siglo xu! y del siglo xi, aunque no hubieran recibido la uncién liturgica. Nieto Soria, defensor a ultranza de la sacralidad de la monarquia castellano-leonesa en la Baja Edad Media, ofrece in- finidad de argumentos positivos, relativos a su realidad histérica y a la funcio- idad ideolégica y politica de la misma. Y dentro de una mentalidad colec- tiva predominante, en la que el horizonte de sacralidad es un axioma innegable para toda la sociedad de aquella época, la dimensién sacro-religiosa de los re- yes es evidente. El origen del poder politico es teocratico. Como vicarios de Dios en la tierra, al servicio de la causa del reino y de la Iglesia, sus actividades, ins- ® A. Castro: La realidad histérica de Espafta, México, 1980 (7.* ed. renov.). J. A, Maravall: La oposici6n politica bajo los Austrias, p. 157, donde se niega la existencia de un halo de sacralidad magica en el pensamiento politico medieval. “TF Ruiz: «Un royauté sans sacré: la monarchie castillane>, Annales..., 39/3, 1984, 429-453. Del mismo autor: «L’image du pouvoir a travers les sceaux de la monarchie castillane», en Génesis medieval del Estado moderno, pp. 217-227; ademas: Sociedad y poder real en castilla, Barcelona, 1981. Cf. también: J. B. Strayer: Medieval Statecraft and the Perspectives of History, Princenton, Nueva Jersey, 1971. En las pp. 251-265: «The Laicization of French and English Society the ‘Thirteenth Century». Este articulo habia sido publicado, aitos antes, en Speculum, 15, 1940, 76- 86. El autor define la laicizacién como el aspecto politico de la secularizacion. La obra de Strayer se refiere, sobre todo, a los siglos xm y xiv. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 51 piradas por la providencia divina, se convierten siempre en salvificas, y su ta- lante moral aparece adornado por sus biégrafos con virtudes excelentes, que los convierten en personas admirables, aunque la jerarquia eclesidstica nunca pre- tendiera canonizar a ninguno de ellos.” En ultima instancia, semejante cons- truccién ideolégica servia, al mismo tiempo, para legitimar y fortalecer las re- laciones de dependencia feudal entre el soberano y sus stibditos. Si Dios conferia a los reyes los dominios terrenales como una especie de encomienda, por la que le debian respeto y servicios, estos, al margen de las relaciones de tipo socioeco- némico, quedaban legitimados también para hacer lo mismo con la nobleza y el pueblo." La documentacién aducida por Nieto Soria pertenece, por lo general, a la literatura de los dos ultimos siglos bajomedievales. Pero no resulta dificil en- #2 Sobre el juramento sagrado de los soberanos con el compromiso de defender la causa de la Iglesia a la hora de ser consagrados en Inglaterra, Alemania, Francia e Italia: M. David: Le serment du sacre du xi*-au xv siécle, Contribution a l'étude des limites juridiques de la souveraineté, Strasbourg, 1951. Hasta el siglo xii slo hacian una promesa, El mencionado juramento sigue en vi- gor, en los paises indicados hasta el xv (p. 263).Una obra posterior de dicho autor: La souveraineté cet les limites juridiques du pauvoir monarchique du xF au xir siecle, Paris, 1959, donde muestra con claridad cémo el juramento de fidelidad legaria a convertirse en instrumento hierocritico muy funcional para propiciar la soberania del poder pontifical. © El trabajo mas importante de dicho autor sobre este aspecto: J. M. Nieto Soria: Poder real. Fundamentos ideolégicos del poder real en Castilla (siglos xut-Xiv), Madrid, 1988. Nos parece, sin embargo, que su hipétesis sobre la uncién implicita y privada no puede justificarse facilmente: «(...] los reyes castellanos fueron considerados, tanto por ellos mismos, como por la generalidad de sus stibditos, verdaderos ungidos de la divinidad, Esta uncién regia tenia un cardcter privado, como consecuencia de la relacién directa entre monarca y divinidad, teniendo los mismos efec~ tos que la uncién publica y ritual que, asi se hacia innecesaria, Esta peculiar forma de uncién po- dia interpretarse, desde la monarquia castellana, como un signo de superioridad de ésta respecto a cualquier otra de las vecinas al no necesitar confirmar, mediante un acto ritual lo que era o, al menos, se pretendia que fuera una sélida creencia» (p. 62). No parece que semejante hipétesis, pueda sostenerse. Al fin y al cabo, las monarquias fordneas que conservaban la uncién también podian tener esa impronta de sacralidad por las funcionalidades que cumplian: las mismas que las de los soberanos castellanos. En lo relativo a la legitimacién ideoldgica de las relaciones de de- pendencia: J. M. Nieto Soria: Poder real. Fundamentos ideoldgicos..., pp. 98 y ss. Por otra parte, este especialista ofrecia recientemente un interesante balance historiogratfico sobre las distintas varia- bles de la compleja tematica: «ldeologia y poder monarquico en la Peninsula», en La Historiografia medieval en Espatia. Un balance historiografico (1968-1998), pp. 336-381. Y en las conclusiones constataba que «desde el punto de vista cronolégico, el volumen de las realizaciones referentes a la <época del siglo xii al xv es abrumadoramente predominante en comparacién con los siglos ante- riores» (p. 378). 52 La religiosidad medieval en Espatia. Plena Edad Media (ss. X!-Xi1) contrar el mismo discurso ideolégico referido a los sucesores de Alfonso VII y, sobre todo, a los monarcas del xiI: concretamente a Fernando III y a Alfonso X. Por otra parte, el halo sobrenatural de los monarcas aragoneses estd también perfectamente garantizada, ya que ademas de reunir esa serie de atributos, predicados de los castellanos, siguen manteniendo la unci6n sa- cramental.# En efecto, una lectura rapida de las fuentes de este periodo pone de mani- fiesto que los soberanos castellanos se comportan como verdaderos instrumen- tos de la divinidad para fortalecer, ampliar y defender la Iglesia, sacramento del reino de Dios. La figura de Fernando II (1157-188), por ejemplo, es disefiada por Lucas de Tuy como un dechado de virtudes morales y politicas, destacando entre ellas su prodigalidad con iglesias y monasterios. Y no se equivoca el cro- nista al decir que a causa de tanta generosidad el soberano leonés llegé a enaje- nar casi todos los bienes realengos.*° Y el propio san Isidoro, como en la época de Fernando y Sancha, le avisa «milagrosamente», para que acometa sin dilacién a los sarracenos, prometiéndole un desenlace favorable en la confrontacién bé- lica.*° Y con su hijo Alfonso IX (1188-1230) ocurre algo similar. El Tudense am- plia la tradicional panoplia de virtudes con la belleza y la sabiduria del soberano, pero no tiene inconveniente en condenar la terrible y continuada guerra de fron- teras entre leoneses y castellanos, porque suponia una verdadera rémora para el progreso de la lucha contra los almohades, haciendo mis expresivo el juicio ne- gativo sobre las calamidades de aquel enfrentamiento del rey de Leén y Alfonso VIII de Castilla (1158-1214) con el recurso a lo sobrenatural: el curioso prodi- gio de la imagen de una virgen que preanunciaba los desastres futuros manando sangre durante tres dias seguidos en el altar de San Isidoro de Leén.*7 Pero el cronista leonés y Ximénez de Rada coinciden en presentar como verdaderamente providencial la victoria de las Navas de Tolosa contra el monarca almohade Abt # Sobre la uncién de los reyes de Aragon en la Baja Edad Media sigue siendo imprescindible: B, Palacios Martin: La coronacidn de los reyes de Aragén. 1204-1410, Valencia, 1975. 48 «uit hic rex Fernandus armis strenuus, in bellis victoriosus, circa omnes pius, benignus, liberalis, et largitate praeclarus, adeo quod in omni conflictu victor extitit, et nihil proprium ha- bere voluit. Fidem catholicam, quam a cunabulis adeptus fuerat, in tantum dilexit, ut ecclesiis et ordinibus sacris fere omnia sua regalia conferret. Omnibus erat communis, ita ut omnes eum po- tius diligerent quam timerent»: L. de Tuy, p. 402. A pesar de su castellanismo, R. Ximénez de Rada traza, practicamente, el mismo esbozo biografico: De rebus Hispaniae, vil, cap. 19, pp. 241-242, # L. de Tuy, 1, 80, p. 318. 47 L.de Tuy, 1v, 84, p. 323; ed. J. Puyol, pp. 408-409. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales.... 33 Abdallah Muhammad (Miramamolin),** y en evocar ideolégicamente al rey de Castilla como un nuevo Salomén por la fundacién del monasterio de las Huelgas de Burgos, donde construye también su palacio real y un-hospital para peregri- nos jacobeos.” Tampoco podia quedar fuera de ambos textos narrativos la cons- titucién de la primera universidad cristiana de la peninsula, llevada a cabo por Alfonso VIII en Palencia (ca. 1212): En aquel tiempo el rey Alfonso VIII Ilam6 a maestros de Teologia y de otras artes liberales ¢ instituyé las escuelas de Palencia con la ayuda (procurante) del obispo de aquella ciudad, el nobilisimo Tello. Porque, como reza una tradicién antigua, alli siempre estuvo en vigor la sabiduria escolastica y el espiritu de lucha.S? La serie de rasgos que conforma la fisonomia religiosa, moral y politica de los reyes castellano-leoneses de estos siglos encuentra su formulacién mas per- fecta y acabada en los diseftos biograficos de Fernando III (1214-1252). Los au- tores, siempre eclesiasticos, a los que se suma el mismo romano pontifice, riva- “*L. de Tuy, Lv, 88 y ss., pp. 328 y ss. ed. J. Puyol, pp. 413 y ss. La batalla fue preparada con las predicaciones de Rodrigo Ximénez de Rada y «Dios tocé los corazones de mucha gente», para que se dispusieran a la lucha (ed. J. Puyol, p. 413). «Y nunca hubo en Espafia una batalla semejante» (p. 415). El arzobispo de Toledo, el munidor ideolégico de aquel episodio bélico que daria al traste con el poder almohade en Espana, que fue una pieza importante en el desarrollo de la misma, se complace largamente en su descripcién, llenandola de detalles precisos y significati- vos: De rebus Hispaniae, vii, cap. 7 y ss., pp. 267 y ss. En realidad, el Toledano dedica, en la pric- tica, el libro vitt de su historia a la preparaci6n, evolucién y secuelas de la trascendental victoria cristiana, con un texto que tiene todas las caracteristicas de las grandes gestas de Israel, narradas en los libros hist6ricos del A. T. La exhortacién final del arzobispo con el cantico del «Te Deum lau- damus» sobre el campo de batalla de toda la clerecta presente constituye una muestra, bien acabada, del providencialismo mas radical y sacralizador que pudiera formularse. La hipérbole sobre el nti- mero de muertos —200,000 agarenos y 25 cristianos— esta también en la linea de los relatos vetero- testamentarios y de las cronicas medievales de la primera época. Recuérdese Cuadonga (Covadonga).. * L. de Tuy, |. 1v, cap. 84, pp, 323-325; Ximénez de Rada, vil, 33-34, pp. 255-256, no habla del palacio real ni hace referencia a la figura biblica de Salomon, pero ofrece muchos mas detalles so- bre el monasterio de las Huelgas y el hospital de peregrinos. La impronta de providencialismo y de sacralidad no es menor en la Chronica latina regum Castellae, pp. 57 y ss.: «Surgunt igitur Chistiani post mediam noctem, in qua hora Christus, quem collebant, victor surrexit a morte, et auditis missarum solemniis, recreati vivifiis sacramentis Corporis et Sanguinis Dei nostri Iesu Christi, munientes se signo Crucis, sumunt celeriter arma bellica {...]» (p. 61). 8 L. de Tuy, 1V, 84, pp. 324-325; ed. J. Puyol, p. 410. R. Ximénez de Rada, vit, cap. 34, p. 256. Segiin este autor, los maestros convocados habrian venido de Francia y de Italia, s4 La religiosidad medieval en Espafia, Plena Edad Media (3s. xi-xi!) lizan en disefar la imagen perfecta del soberano cristiano, que acttia movido por la gracia de Dios como vicario fidelisimo en las empresas, concebidas, pla- neadas y realizadas al servicio del reino celestial y de la Iglesia. El papa Honorio III le saluda en 1225, cuando era sdlo rey de Castilla, «como principe devoto y catélico que se habia hecho acreedor a la gracia de la Iglesia».>! En efecto, se- gtin los textos narrativos era devotisimo de la cruz y de la Virgen, llevaba a cabo las empresas mds relevantes en dias seftalados del calendario litirgico, obraba inspirado por la fuerza del Espiritu divino que se valia a veces de san Isidoro como instrumento de ayuda en acontecimientos importantes,” tenia los senti- mientos del soldado de Cristo o del cruzado, estaba adornado de todo género de virtudes, favorecié mucho a la Iglesia,** extendié las fronteras de la cristian- dad hasta limites impensables entonces y se hizo acreedor, por tantos méritos, a una muerte santa.** De hecho, la generacion que le sobrevivio le consideraba como un verdadero santo.*> A pesar de todo, nunca quiso recibir la uncién liturgica con el dleo sagrado, quiz porque trataba de evitar cualquier accién simbélica que supusiera el mas minimo atisbo de sumisi6n a la jerarquia eclesidstica, o porque estuviera al dia de las disputas entre el Papado y el Imperio en el siglo anterior por esta problema- 5! D, Mansilla Reoyo: La documentacién pontificia de Honorio III (1216-1227), n.° 521, p. 386; cf. también: J. Gonzalez: Reinado y diplomas de Fernando Ill. Estudio, pp. 72 y ss. % Seguin el Tudense, la accién benéfica de san Isidoro se hace presente en Leén y en la con- quista de Cordoba: L. de Tuy, v, 99 y 109 (final del texto latino). Las referencias faltan en los lugares correspondientes de la obra de R. Ximénez de Rada. Tampoco aparecen en la Chronica latina. % L.de Tuy, ed. J. Puyol, pp. 433 y ss. «Como el rey Fernando repartié la ganancia de Sevilla ¢ sosego en su reino». Es bien conocido el envio de las campanas de la mezquita mayor de Cordoba a la iglesia de Compostela: L. de Tuy, 1v, n° 101, p. 341; R. Ximénez de Rada, 1x, cap. 17, pp. 299-300. > El texto de un precioso poema en gallego del poeta Pero da Ponte: J. Gonzalez: Reinado y di- plomas de Fernando Ill, 0. cit., p. 80. 55 La Primera Crénica General se cierra con el capitulo 1135, cuyo titulo rezaba Miraglos que Dios fizo por el sancto rey don Fernando, que yaze en Sevilla, después que fue finado; por la qual razon las gentes non deven dubdar que sancto confirmado de Dios non sea, et coronado en 1 coro celestial en conpanna de los sus altos siervos»: R. Menéndez Pidal: Primera Cronica General de Espana, vol. 11, p. 774. Las primeras leyes del Setenario constituyen una apologia propia de los santos, que podria encontrarse en cualquier relato hagiogrifico. E] magico nimero siete corres- ponde a las siete letras del rey don Fernando (I. 2); a las siete bondades de esta obra, que habria mandado hacer el propio rey (I. 3); los siete bienes que hizo a su hijo (I. 4); a las siete virtudes que Dios le habia concedido al propio Fernando (I. 5); a sus bondades naturales (1. 6); a sus bue- nos habits (I. 7),a sus buenas relaciones con Dios (I. 8); los favores que Dios le hizo (1. 9): ed. K. H. Vanderdorf, pp. 8 y ss. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales.... 57 parece sugerir lo contrario. El rey recibe directamente de Dios, por medio de Cristo, el poder o la autoridad regia. La teoria del fuero real es muy clara: Nuestro Seftor Dios Jesucristo orden6 primeramientre la su corte en el cielo; et puso a si cabeza e comenzamiento de los angeles e de los arcingeles....Et dest ordené la corte terrenal en aquella misma guisa, ¢ en aquella manera que era ordenada la suya en el cielo, ¢ puso al rey en su logar cabeza e comenzaminto de todo el pue- blo... Et diol poder de guiar a su pueblo, et mandé que todo el pueblo en uno, e cada un ome por si, rescibiese e obedeciese los mandamientos de su rey... Ca asi como ningun miembro non puede aver salut sin su cabeza, asi nin el pueblo, nin ninguno del pueblo non puede aver bien sin su rey, que es su cabeza, e puesto por Dios para adelantar el bien, ¢ para vengar ¢ vedar el mal.®? Las otras compilaciones legales alfonsies abundan en un discurso con ob- servaciones parecidas. Es verdad que en algunos pasajes se introduce cierto na- turalismo, que podria ser interpretado como el comienzo de una concepcién laica o secular de la naturaleza del poder y de sociedad politica —«por fuerza de la natura conviene que fuese rey»—,® pero no conviene olvidar que resulta todavia prematuro hablar de una ordenaci6n sociopolitica plenamente secular 0 laica, por mucho que para entonces hubiera influido ya el naturalismo de la concepcién politica de Aristételes o del propio Derecho romano, estudiado por los «sabidores» en las escuelas de la época. Aquella sociedad politica, mas 0 me- nos diferenciada de la Iglesia ya, se entendia también como una sociedad so- brenatural, querida por Dios, cuyo representante en la misma era el propio rey —porque «tiene logar de nuestro senor Dios en tierra [...] e porque lieva el nombre de nuestro Sefior»,** y, en ultima instancia, con funciones salvificas de indole trascendente. Quiza el discurso tedrico de las Partidas sobre el poder de emperadores y reyes sea mas elocuente 0, por lo menos, mas extenso. En él se recoge claramente la tradicional imagen de las dos espadas, la espiritual de los sacerdotes y la temporal en manos de reyes y emperadores. Ambos poderes, el de los emperadores y los reyes, provienen de Dios, los dos son sus vicarios en la tierra para articular la sociedad civil, dando fueros y leyes, pero también tu- © Fuero Real del Rey Don Alonso el Sabio, 1,2 («De la guarda del rey e de su seiorio»), © Especulo, 1,1. 3. Especulo,o. cit. 1. 5.en el tt. 1h prok: «Ca onrando su rey onraa Dios e onra a su seftor na- tural [...]. Onde dezimos que quien asi non lo feziese, non guardarie mandamiento de Dios nin lealtad de seftor nin derecho de mundo». 58 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss, xI-Xi!) telando la fe cristiana y haciendo justicia en lo temporal, como el papa la hace en lo espiritual. Se trata de un dualismo que no es tan riguroso como podria pensarse, porque, aunque se insista en la existencia de dos 6rdenes distintos, el temporal o politico y el espiritual, mas dependiente de los eclesidsticos, ambos se sittian dentro de un tinico ambito més general que es del reino de Dios y de Cristo, a quienes sirven y estén sometidos los soberanos terrena- les. La descripcién de personalidad del rey, considerado como emperador en su propio reino, que hace la segunda partida, parece ponerlo de mani- fiesto: Vicarios de Dios son los Reyes, cada uno en su regno puestos sobre las gentes, para mantenerlas en justicia et en verdad quanto en lo temporal, bien asi como el emperador en su imperio. Et esto se muestra complidamente de dos maneras: la pri- mera dellas es espiritual, segunt lo mostraron los profetas e los santos [...]. La otra es segunt natura, asi como mostraron los homes sabios [...]. Et los santos dixeron que el rey es sefior puesto en la tierra en lugar de Dios para complir la justicia et dar a cada uno su derecho, et por ende lo Ilamaron corazon et alma del pueblo; ca asi como el alma yace en el corazon del home et por ella vive el cuerpo et se mantiene, asi en el rey yace la justicia, que es vida et mantenimiento del pueblo de su sefiorio... Et naturalmente dixeron los sabios que el rey es cabeza del regno; ca asi como de la cabeza nacen los sentidos por que se mandan todos los miembros del cuerpo, bien asi por el mandamiento que nace del rey, que es sefior e cabeza de todos los del regno, se deben mandar, et guiar [...] para obedescerle [...] et endereszar el regno onde él es alma et cabeza, et ellos los miembros.” En todos estos pasajes existe un indudable trasfondo ideolégico de carac- ter organicista y corporativo. El rey es la cabeza de un cuerpo politico que le da unidad y cohesién con el ejer de su autoridad. Pero ese cuerpo esta di- sefiado, segtin los autores de las distintas obras, de acuerdo con el paradigma del cuerpo sociopolitico creado por Dios en el cielo, cuya cabeza es el propio Cristo. Y no conviene perder de vista que la teologia paulina de la Iglesia como cuerpo mistico del propio Cristo, cargada de indudables virtualidades Prologo a la it partida: «Et estas son las dos espadas por que el mundo se mantiene, la una, espiritual et la otra, temporal, ca la espiritual, taja los males ascondudos, et la temporal los mani- fiestos. Et destas dos espadas fabl6 nuestro Seftor Jesu Christo el Jueves de la Cena {...». Esta se- rie de funciones son predicadas del emperador en p. 1 tit. 11. 1, pero pueden atribuirse también a los reyes, ya que estos son considerados emperadores en sus respectivos reinos. °° Partida u, tit. 1, 15. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-socials.. 59 sagradas, sigue siendo un claro referente para todos estos discursos politicos, aunque la imagen del cuerpo y de la corporatividad tenga también ancestros no cristianos, como era perfectamente conocido ya para los juristas alfon- sies.7 Los teéricos de la concepcién juridica de Alfonso X intentaron, seguramente, compaginar la tradicién sagrada sobre los origenes del poder, que dependia en ultima instancia de la teocracia biblica,°* con otra mas secular de inspiracién romanista, pero manteniéndose todavia en una cosmovision esencialmente cris- tiana, referida a la realeza de Cristo y al reino de Dios celestial.®” Por eso, po- driamos estar de acuerdo con A. Callahan cuando afirma que en las obras jut dicas del rey Sabio se registra ya una notable evolucién secularizadora de la idea © También puede encontrase esta vision organicista en una obra compuesta unos afios mas tarde que el Especulo: |. Gil de Zamora: De preconiis Hispaniae, 4.2.a., ed. critica y estudio preliminar: M.de Castro y Castro, Madrid, 1955. Para un andlisis minucioso de la naturaleza del régimen corporativo en Castilla en tiempos de Alfonso X: J. A. Maravall: «Del régimen feudal al régimen corporativo en el pensamiento de Alfonso X», Estudios..., pp. 103-154: «La concepci6n corporativa del pensamiento de Alfonso X, su idea del reino como “corpus’, transforma [...] los conceptos basicos de la cultura: asi, los del territorio, pueblo, poder politico |...]. No cabe duda de que la obra de Alfonso X recoge un im- portante cambio hist6rico, ligado a las hondas transformaciones sociales de la baja Edad Media». Del mismo autor: «La idea de cuerpo mistico en Espafia antes de Erasmo», 0. cit,, pp. 191-213. La mayor parte de los textos estén tomados de obras de los ultimos siglos medievales. Sobre el «Corpus Ecclesiae mysticum»: E. H. Kantorowicz: Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teologia politica me- dieval, pp. 189 y ss. ® De hecho, en el manuscrito més antiguo de la 1 partida (tit. 4, 1. 7), que es el del British Museum, se decia que los reyes cristianos debian recibir la uncién, ajustindose en ello a las ense- fhanzas biblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento, y se hacia una referencia a la II Partida, en la que se describiria esa ceremonia. Pero los redactores de esta no incluyeron dicho rito sacro. La ley 89 del Setenario, una obra que expresa muy bien el pensamiento politico del rey Sabio, habla am- pliamente de la uncidn: «De como establecieron los santos padres la crisma». También afirma que «a los reyes ¢ alos sacerdotes solian untar antiguamiente», pero no lo dice de los reyes castellanos: ed. KH. Vanderdorf pp 154-157. t segunt dixieron los sabios antiguos, e sefialadamente Aristételes en el libro que se llama Politica, en el tiempo de los gentiles el rey non tan solamente era guiador ¢ cabdillo de las hues- tes, et juez sobre todos los del regno, mas aun era sefor sobre las cosas espirituales que estonce se facien por reverencia et por honra de los dioses en que ellos creiean {...]. Et sefialadamente tomé el rey nombre de nuestro sefior Dios, ca asi como él es dicho rey sobre todos los reyes, porque dél han nombre, et los gobierna et los mantiene en su lugar en la tierra para facer justicia et derecho; asi ellos son tenudos de mantener et de gobernar en justicia et en verdad a los de su senoriow: p. 11, tit. 1, 6. El titulo 11 tiene un prdlogo y cuatro leyes con idéntica: «Qual deve el Rey conocer ¢ amar ¢ temer a Dios». 60 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. X1-x11) de estado.” Si atendemos a la practica politica del soberano castellano en lo re- lativo a los negocios de la Iglesia, se comprueba enseguida que su intervencio- nismo fue habitual y en la practica ilimitado, aunque reconociera, en teoria al menos, la independencia de la jurisdiccién eclesidstica del papa y de los prelados frente al emperador y a otros poderes seculares, lo cual vendria a demostrar la poca influencia de los planteamientos tedricos en el ejercicio habitual de la po- litica y las dificultades que tenia un discurso juridico de naturaleza dualista en una cosmovisi6n unitaria y sagrada como era todavia la del siglo xin. El aio 1332 Alfonso XI, después de haberse armado caballero en Compostela, fue ungido en Santa Maria de las Huelgas por el arzobispo de Santiago, para au- tocoronarse y coronar a la reina Maria con sus propias manos durante la cele- braci6n eucaristica.”! Era un momento importante en el corto e intenso reinado de este soberano castellano: solucionados en parte los problemas internos con la nobleza después de su larguisima minoria de edad, podia ya dedicarse de lleno a la empresa de Reconquista, que le reportaria muchos éxitos. Resulta siempre J, F. O'Callaghan: El Rey Sabio, El reinado de Alfonso X de Castilla, pp. 39 y ss. P. Linehan afirma que la mentalidad politica de Alfonso X tenia muchos parecidos con la de Federico II, so- bre todo en lo referente a su manera de concebir las relaciones entre el poder papal, imperial y real: P. Linehan: History and the Historians of Medieval Spain, p. 432. 7 «Bt desque fué llegado el tiempo del ofrecer, el Rey et la Reyna vinieron amos 4 dos [...] et fincaron los hinojos ante el altar, et oftescieron: et el Arzobispo et los Obispos bendixeronlos con muchas oraciones et bendiciones. Et descosieron al Rey el pellote et la saya en el hombro dere- cho: et ungié el Arzobispo al Rey en la espalda derecha con olio bendicho [...]. Et desque el Rey fué ungido, tornaron al altar: et el Arzobispo, et los Obispos bendixieron las coronas que estaban encima del altar [...] el Rey subié al altar solo, et tome la su corona ... et pusola en la cabeza: et tomo la otra corona, et pusola dla Reyna [...)»: Crdnica del Rey don Alfonso el Onceno, B. A. E.y LAV1, p. 235. El texto donde se describe el acto de armarse caballero en Santiago con el famoso concurso del Apéstol: ib., p. 234. Un anilisis de este acontecimiento: M. del Pilar Ramos Vicent: Reafirmacién del poder real en Castilla: la coronacién de Alfonso XI, Madrid, 1983. Algunas pre siones de interés P.Linchan: «ldelogia y lturgia en el reinado de Alfonso XI de Castilla», Génesis medieval del Estado moderno..., pp. 229-243. El autor hace un ai riguroso sobre los rituales de la coronacién. Cf. también: R. Elze, Die Ordines fiir die Weihe und Krimung des Kaisers und der Kaiserin, Hannovar, 1960: desde Otén I (ante 960) hasta 150 («Die gesprochenen gesunden Texte des Ordo XXVII im Eidbuch des Zeremonienmeisters Blasius de Cesean, 1530»). Ademas: C. Sanchez Albornoz: «Un ceremonial inédito de coronacién de los reyes de Castilla», Estudios sobre las ins- tituciones medievales espafolas, pp. 751 y ss. Las ceremonias sagradas de bendecir las armas y ser armado caballero estn muy relacionadas con los rituales de la coronacién de reyes, como se in- dicara mas adelante al hablar de la sacralizacién de la nobleza feudal. Cf. también: M. Keen: La caballeria, pp. 101 y ss. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 6 dificil entender el porqué de la recuperacién de un rito sacramental, que habia sido abandonado desde dos siglos antes como se ha indicado anteriormente, y conocer las verdaderas intenciones albergadas por el soberano, al utilizar de nuevo aquel acto liturgico, sobre todo, si admitimos que desde Alfonso X, por lo menos, estaba ya en marcha una corriente de secularizacién, mas © menos pro- funda, relativa ala concepcién de la autoridad regia. ;Trataba el soberano de man- dar un mensaje elocuente a la poderosa y levantisca nobleza sobre sus propésitos de consolidar y afirmar el poder regio, debilitado después de tan largas minorias, como sugiere Ramos Vicent, que ha analizado minuciosamente este episodio?” En principio no parece que fuera necesario recurrir para ello a este acto sacro. Sus predecesores de la centuria anterior, Fernando III y Alfonso X, habian tra- tado de conseguir esos objetivos sin necesidad de recibir la uncién sacramen- tal, cosa que podrian haber hecho sin demasiados esfuerzos, si se tiene en cuenta stentes entre la corona y la aristo- cracia eclesidstica. ;Tal vez pretenderia adoptar las costumbres politicas vigen- tes en Aragon, Inglaterra, Francia y Alemania en lo referente a la constituci6n del poder real? Se trata de otra hipétesis imposible de intuir y mucho menos de probar. ;Intentaria el soberano castellano evidenciar con aquella ceremonia li- turgica sus pretensiones imperialistas en sentido restringido, es decir, como ins- trumento para conseguir posiciones hegem@nicas frente a los restantes monar- cas peninsulares, poniéndose, ademas, al frente de las guerras contra los musulmanes, del mismo modo que habia hecho, con toda claridad, Alfonso VII? De existir alguna hipotesis aceptable o simplemente razonable, esta nos parece la mas adecuada, sin excluir completamente la primera. Alfonso XI queria de- mostrar, seguramente, que se consideraba el primero de los reyes hispanos y que podia ser ungido por un obispo de sus reinos, sin someterse para nada a la autoridad eclesidstica, porque el armarse caballero y la coronacién, actos esen- ciales de la constitucién de la realeza, dependian tinicamente de una decisién suya libérrima: una situacién, la castellana, que, por otra parte, contrastaba cla- ramente con el largo conflicto existente entre el papa Juan XXII y Luis IV de Baviera, en el que, se estaba discutiendo, entre otras cosas, a cual de las dos ca- bezas de la cristiandad le correspondia el vértice del poder en el «dominium mundi», Por lo dicho hasta ahora, parece claro que la sacralidad era una dimension esencial en las funciones politicas ejercidas de los reyes leoneses-castellanos en el tipo de vinculaciones y dependencias M. Keen: La caballeria, 0. 64 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. xi-xt1) Estamos seguros de la uncién y coronacién regia de Pedro II (1196-1213) en Roma por el papa Inocencio III, después de ocho aftos de reinado: concreta- mente, el 1204. El soberano aragonés corresponde al romano pontifice reno- vando el vasallaje personal y la su de Pedro: 16n feudal de todos sus estados a la sede Al tercer dia (de la llegada de Pedro rey de Aragén a Roma), en la fiesta de San Martin (11 de noviembre), dicho papa (Inocencio III), con los obispos, presbiteros, diaconos, cardenales, primicerio y cantores, senador, oficiales de justicia, jueces, abo- gados y escribanos, muchos nobles y un gran niimero de ciudadanos (populo co- pioso), se dirigié al monasterio de San Pancracio martir junto al Trastebere, donde hizo ungir a dicho rey (Pedro II) por medio de Pedro, obispo de Porto, para coro- narlo é1a continuacién con sus propias manos, imponiéndole todas las insignias rea- les, a saber: el manto, la tunica (colobium), el cetro y el globo real (pomumt), la co- rona y la mitra, recibiendo del soberano el juramento corporal, con la siguiente formula: «Yo, Pedro, rey de Arag6n, confieso y prometo que siempre seré fiel y obe- diente a mi sefor el Papa Inocencio, a sus catdlicos sucesores y a la iglesia de Roma y conservaré mi reino fielmente en su obediencia, defendiendo la fe catélica y per- siguiendo la herética pravidad.” La unci6n 0 consagraci6n cuasisacerdotal del rey por el papa reforzaba las re- laciones mutuas de proteccién y de fidelidad de ambas partes, que salian fortale- cidas de este pacto estrictamente feudal. Inocencio III, en virtud de los supuestos derechos de la Santa Sede sobre Espafia, podia imponer mejor sus proyectos re- formistas e impulsar el avance de las fuerzas cristianas contra el Islam, y contaba ademas con un nuevo aliado politico frente al emperador en la lucha por el «do- minium mundi». Y Pedro II, por su parte, gozaba ya del respaldo de la proteccién pontificia en visperas de las campatias de expansién aragonesa por el Mediterrineo y resultaba fortalecido también frente a otros reyes peninsulares, los castellanos sobre todo. En el fondo, eran multiples virtualidades de una sacralidad teocratica potenciada por la uncién sacramental, que encajaba perfectamente dentro del sis- tema feudal, plenamente consolidado en las estructuras socio-econémicas y en las politicas. Por otra parte, el soberano, convertido en persona sagrada por el rito li- 7 D, Mansilla Reoyo: La documentacién pontificia hasta Inocencio III (965-1216), 0. cit., n.° 307, pp. 339-341, Al aito siguiente (16-VII-1205), le concede el privilegio de que sus suce- sores puedan ser coronados solemnemente en Zaragoza por el arzobispo de Tarragona: 0. cit., ne 314, pp. 346-347. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales.... 65 tuirgico y en verdadero ministro de la Iglesia, se sentia legitimado al mismo tiempo para intervenir de forma natural en los asuntos eclesidsticos.*° Jaime I (1213-1276), el monarca aragonés mas destacado del siglo xt, cons- ciente de la importancia de la soberania regia, no quiso recibir la uncién ni ser coronado. Sin embargo, Pedro III (1276-1285) y sus sucesores volverdn a recu- perar el rito sagrado de la uncién,*! pero dentro ya de un contexto politico, en el que el juramento de los fueros, libertades y privilegios de los stbditos se ha- bia convertido en un elemento esencial de la constitucién regia, antes de la co- ronacion.® La naturaleza pactual de la autoridad de los soberanos, perfecta- mente encuadrada en las estructuras de la feudalidad, constituye ya una impronta fundamental de la dinastia aragonesa. Eran nuevos tiempos con nue- vas realidades historicas y nuevos horizontes politicos, en los que las concep- ciones juridicas de indole secular se estaban imponiendo paulatinamente. La uncién quedara reducida a un simple rito con ciertas virtualidades sacraliza- doras de cardcter simbélico, del que desaparecian las connotaciones vasallai cas, con relacién a la Santa Sede, de la época de Pedro II e Inocencio III. Los grandes cronistas del siglo xu y de la primera parte de la centuria si- guiente insistiran en la ejemplaridad de las virtudes de los soberanos, que les conferia ese halo espiritual de caracter ministerial, mencionada anteriormente. En el Libre dels feyts, compuesto por Jaime I o por alguien perteneciente a sus circulos cortesanos mas intimos, se percibe enseguida el fuerte providencia- lismo que determina y orienta todas las gestas del Conquistador, devotisimo * Varias consideraciones, muy acertadas, sobre la significacién histérica de esta uncién-co- ronacién: B. Palacios Martin, 0. cit., pp. 21 y ss. Siguen teniendo interés los trabajos, ya clasicos, de P. Kehr: «Wie und wann wurde das Reich Aragon ein Lehen der roemischen Kirche», Abhandlungen der Preussischen Akademie des Wissenschaften, Berlin, 1928 (traduccién castellana: «Cémo y cuando se hizo Aragon feudatario de la Santa Sede», Estudios de Edad Media de la Corona de Aragén, 1, 1945, 285-326; y, «Das Papsttum und die Kénigreiche Navarra und Aragon bis zur Mitte des x1 Jahrhunderts», Abhandlungen..., Berlin, 1928 (trad. castellana: «El Papado y los rei- nos de Aragn y Catalufa hasta mediados del siglo x1t», Estudios..., 2, 1946, 74-186). *! Con Alfonso III (1285-12891), la institucién regia «quedaba integrada por cuatro partes fun- damentales: la uncién, la coronacién, la recepcién de la caballeria y el juramento mutuo de reyes y stibditos»: B. Palacios Martin: La coronacién de los reyes de Aragon, p. 115. El autor, en la segunda parte de la obra, ofrece infinidad de detalles y precisiones sobre el ceremonial de coronacidn de cada soberano hasta el 1410. © J, M, Sarach Marés: «Feudalismo y expansién (siglos x1-xitt)», Historia de Espanta, i: Al-an- dalus: musulmanes y cristianos (siglos vin-Xtit), Planeta, pp. 407 y ss. («Las cortes de 1283: las ba- ses del pactismo»). 66 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. X1-X11) siempre de la Madre de Dios. En la obra de Bernat Desclot, Libre del rei En Pere d’Aragé e dels seus antecesors passats, destacan mis las obras de indole caballeresca de los soberanos que la dimensién religiosa propiamente dicha, Ramén Muntaner, que milité a las érdenes de Roger de Lauria en la campafia catalano-aragonesa a Oriente, comienza a escribir su Crénica bien entrado el siglo xiv (1325), enfati- zando también en los aspectos caballerescos cuando relata acontecimientos, en muchos de los cuales habja participado. La tiltima de las cuatro grandes crénicas catalanas, Cronica dels reys d’Aragé e comptes de Barcelona, conocida ademés como Crénica de Sant Joan de la Penya, de supuesta autoria real, como la del Conquistador, porque se atribuye a Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387), fue compuesta ya en la segunda parte del siglo x1Vv y se abre con un prélogo de fuerte impronta providencialista, en el que se considera al soberano aragonés como tra- sunto hist6rico del David biblico.* A finales del siglo xi! Ramon Llull (ca. 1232-ca. 1315) formulard, con sen- cillez y gran belleza al mismo tiempo, la concepcién que tiene la realeza, armo- nizando agudamente los supuestos politicos de una ideologia de corte tradi- cional y teocratico, muy extendida todavia en su tiempo, con los nuevos postulados, mas seculares o naturalistas, de corrientes tedricas de corte corpo- rativista u organicista, una antitesis, en cierto modo completamente légica, que recuerda ademas el pensamiento politico de las Partidas alfonsies, compuestas practicamente en la misma época. El texto de la Doctrina pueril (1282-1287) que reproducimos a continuacién resulta sumamente expresivo: EI rey tiene obligaciones contigo, conmigo y con otro cualquiera, es decir, con todos los hombres que estan bajo su seftorio. En la medida que un principe tiene mas obligaciones que otro hombre, ese oficio de principe es menos deseable; y en la medida en que un principe debe responder de més cosas que otro hombre, debe ser mis ayudado. Hijo mio, querido; asf como el alma rige el cuerpo, asi el principe es el ® Para un analisis del pensamiento historico de esta gran obra, en el que se destaca especial- mente el moralismo histérico: F. Elias de Tejada: Las doctrinas politicas en la Catalufia medieval, pp. 45 y ss. El providencialismo se trueca asi en un didlogo entre Dios y un hombre que es don Jaime, en cuanto encarnacién del espiritu imperial de Cataluna. Cuando en la propia Cronica le vemos decir que los motivos que le impulsaron a escribirla fueron dar “testimonio de las muchas gracias que Dios nos ha dispensado’, asistimos a la aparicién de una Catalufa hecha instrumento de Dios por los caminos de la historia». * Una extensa presentacign de la historiografia catalana de estos siglos: M. de Riquer y A. Comas: Historia dela literatura catalana, vol. 1, pp. 373 y ss. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales.. 67 rector de su pueblo |...]. El principe es un hombre solo, como cualquier otro hom- bre, pero Dios lo ha honrado haciéndolo senor de muchos hombres. De ahi, hijo mio [...] (debes) honrarlo, pues Dios lo ha honrado mas que a ti y mas que otros hombres superiores a ti. Dios ha puesto, entre El y tu, un sefior terreno. ;Sabes por qué? Para que amando, honrando y temiendo a este sefior terrenal, ames y honres a Dios y temas su poder.*° Como es sabido, el universo politico de Llull es una cosmovisién sagrada, ar- ticulada sobre la base de una concordia universal de «personas comunes 0 ge- nerales» organizadas en dos series perfectamente subordinadas. El llamado dr- bol eclesidstico 0 «arbol apostélico» estaria encabezado por el papa como vértice y le seguirian el resto de las autoridades eclesiasticas. El arbol imperial, a su vez, por el emperador seguido de todas las personas laicas con alguna autoridad, ba- sada siempre en las dignidades divinas y en ultimo término en las virtudes so- ciales practicadas de manera permanente. «Y por eso, escribird Llull en el Arbre de Ciencia, es el prin imagen de Dios en la tierra». Los componentes de am- bas jerarquias de poderes tenian que supeditar todas sus actuaciones a un fin primordial: el servicio de Dios; y a una meta final: la utopia de una sociedad po- litica universal, pacifica, justa y cristiana, tutelada por el imperio papal, tal como postula en el increible Libre de Blanquerna (1283), en el que también puede verse la formulacién mis ideal y fantastica de todos los tedricos de la politica medie- val sobre la Christianitas, en la que incluso se hablaria una lengua unica. Ena literatura latina de la época se encuentran varias composiciones de in- dole religiosa en las que se conmemora la muerte de algunos soberanos con ca- tegorias e imagenes poéticas de fuerte sabor hagiografico, lo cual podria inter- pretarse como un indicio mas de esa impronta de sacralidad, con la que querian adornarles los autores cultos de la época, pertenecientes siempre al clero. Esa exaltacién funeraria era utilizada, seguramente, por la realeza como otro ins- trumento ideolégico para conseguir reafirmarse en un contexto sociopolitico sdlidamente feudalizado.** §5 Texto tomado de la Doctrina pueril, en Antologia de Ramén Llull, (Madrid, 1961), pp. 303- 308. Una aproximacién al pensamiento del sabio mallorquin: F. J. Fenandez Conde: «La primera teologia espiritual en romance», en Historia de Espaita, | cit. pp. 457 y ss. % Bs el género del Planctus: composiciones poéticas anénimas, de contenidos elegiacos y re- lacionadas con las honras funerarias de soberanos y también de personalidades destacadas de la nobleza secular y eclesistica, tan cercanas ambas a los ambitos del poder regio: c. vi, n. 77 y ss. 68 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. x1-x11) SACRALIZACION DE LA NOBLEZA*” En una mentalidad colectiva, sacralizadora del cosmos politico-social al servi- cio de la Chistianitas, caracteristica de la ideologia dominante estos siglos cen- trales del Medievo, en la que el papa y el emperador eran los goznes esenciales de su articulacién, auxiliados por una jerarquia de poderes encabezada por los principes, la nobleza, los milites 0 caballeros tenfan que cumplir, légicamente, funciones subsidiarias de idéntica naturaleza. Sin poner nunca en duda que dentro del modo de produccién feudal la tie- rra constituia el factor decisivo para determinar la situacién concreta de cada hombre o de cada familia en una organizacién social rigida y perfectamente je- rarquizada como la feudal, segtin se indicaba, con cierta amplitud, en el capi- tulo primero de esta obra, no es menos cierto que la concepcién sacralizadora de la clase aristocratica servia también para justificar dicha estratificacién y con- ferirle la estabilidad que la fortaleciera atin mas. Resulta verdaderamente lla- mativo que Ramé6n Llull, cuya utopia politico-religiosa ha sido puesta de relieve anteriormente, trate de armonizar de algin modo, y probablemente sin pre- tenderlo, estas dos maneras de concebir a los grupos privilegiados: la feudal, formalmente laica en si misma, y la sacralizadora. El «doctor iluminado» que escribe uno de los mas famosos y socorridos manuales de caballeria durante la Baja Edad Media, el Libre de l’orde de cavalleria (ca. 1275), se imagina un uni- ® La bibliografia sobre este apartado es muy abundante, sobre todo en ambientes forineos. Aqui mencionaremos solamente algunas de las obras que hemos podido utilizar. Cf. est. cit: VV. AA: Rittertum im Mittelalter, ed. A. Borst, Darmstad, 1976; F. Cardini: Alle radici della cavalleria me- dieval, Florencia, 1982; J. Bumke: The Concept of Knighthood in the Middle Ages, Nueva York, 1982; B. Arnold: German Knigthood, 1050-1300, Oxford, 1985; J. Fleckenstein: Ordnungen und formende Kriifte des Mittelalters: ausgewiihlte Beitrage, Gottingen, 1989; P. R. Coss: The Knight in Medieval England, 1000-1400, Far Thrupp-Dover, 1993; P. Contamine: La noblesse au royaume de France, de Philippe le Bel a Louis XH, Paris, 1997; R. Barber, The Knight and Chivalery, Woodbrige, 1995 (ed. rev. de un trabajo antiguo, editado ya en 1970 y 1974; aqui utilizamos la dltima ed. italiana: Cavalieri del Medioevo, Casale Monferrato, 2001; con una parte dedicada a «Cavalleria e Religione», pp. 313 yss.): J. Flori: Caballeros y caballeria en la Edad Media, Barcelona, 2001 (ed. ori thevaliers et chevalerie au Moyen Age, Paris, 1998), con tres capitulos finales sobre la ideolo- gia inherente a este tipo de profesién o de actividades sociales: «La Iglesia y la guerra»; «La Iglesia y la caballeria»; «Caballeria y literatura caballeresca». Una buena sintesis, muy bien documentada y sumamente expresiva y clara: M. Kleen: La caballeria, Barcelona, 1986 (ed. original inglesa: New Haven-Londres, 1984. G. Duby tiene también trabajos inexcusables, que se mencionaran mas ade- lante, En el capitulo siguiente se sugieren, asimismo, muchas referencias bibliograficas, al tratar de 6rdenes militares>caballeria. inal fran- 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... n del ladron, y el viajero desarmado canta en vor alta en presencia del salteador. Se po- dan de nuevo las crecidas vifias y la tierra inculta es cultivada. La lanza se convierte en podadera y la espada en reja de arado: la paz enriquece al inferior y empobrece al orgullosos. Salve, Santo Padre, y otorga la salvacién a todo el que ama la quietud de la paz, Pero a aquellos que aman la guerra, destraiyelos con el poder de tu mano de- recha.”! En la segunda parte del siglo x1, la cruzada contra el Islam, denominada tam- bién militia Christi, una imponente construccién religiosa e ideolégica al mismo tiempo, acabar por convertir al nobilis en un verdadero miles 0 caballero cris- tiano al servicio de Dios y de la Iglesia, aunque no conviene nunca perder de vista que los caballeros cruzados pertenecientes a la aristocracia, al embarcarse en las empresas de cruzada, lo hacian también para satisfacer su tradicional bulimia de poder y de tierras, como se precisaré en otro capitulo, al ocuparnos ampliamente de este fenémeno en la peninsula durante los siglos xu y xu. Con todo, seria un error el atribuir en exclusiva a los movimientos cruzados la consolidacién defi- nitiva de la imagen del noble convertido en caballero cristiano. Las virtudes ca- ballerescas, entreveradas de mentalidad épica, en la que convergen tradiciones an- cestrales de raigambre germanica no exentas de elementos paganos y de formas cristianas poco decantadas todavia, arranca de los cantares de gesta que surgen al ir estableciéndose paulatinamente los distintos reinos germanicos. Nacera y cre- cer asi un ethos, guerrero y religioso al mismo tiempo, del que iran consolidan- dose una serie de valores de diversa indole, que podrian compendiarse en lo que ha venido en llamarse la Ritterfrémmigkeit, bellamente analizada por M. Keen.”” *' Fulbert de Chartres: Prae gaudio pacis, Lateinische Hymnendichter des Mittelalters, n.° 220, p. 288; texto traducido, tomado de C. Dawson: La religién y el origen de la cultura occidental, pp. 148- 149. El himno no aparece en las obras del escritor carnotense, publicadas en PL., 141, cc. 163-374, entre los que destacan a este respecto los Hymmni et carmina ecclesiastica, cc. 339-352. Un importante trabajo sobre esta problematica: H. Hoffmann: Gortesfrieden und Tregua Dei (MGH, Schriften, Bd. xx), Sttutgart, 1964, Observaciones sobre la «tregua Dei en Cataluita, durante los siglos x-x1, pp. 70 y ss. («Die Anfange der Tregua Dei»). Un buen Enchiridion de textos de autores eclesidsticos de la €poca, que pueden ser considerados como mentores € impulsores de la ideologia sacralizadora de la caballerfa: J. Flori: Caballeros y caballeria en la Edad Media, pp. 208 y ss. Y del mismo: «Chevalerie et liturgie; remise des armes et vocabulaire “chevaleresque” dans les sources liturgi- ques du x1° au xu sidcle», Le Moyen Age, 84, 178, 247-278; 409-442 (con un apéndice de textos rituales, treinta en total, de los siglos viti-x1v, pp. 427-442). % M. Keen: La caballeria, pp. 76 y ss. El autor toma esta expresion de otro trabajo anterior, que cita a su ver: A. Vaas: Geschichte der Kreuzzuges, Friburgo, 1956, pp. 31 y ss. nm La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. xi-X11) Con todo, las cruzadas del xi-xi1 potencian de forma especifica las virtudes mas formalmente religiosas del noble o caballero cristiano gracias a las predi- caciones de la Iglesia, iniciadas por Urbano II y repetidas sistematicamente por muchos predicadores, para llegar a configurar el paradigma del noble-caballero cristiano que lucha y muere por la defensa de la cristiandad en una verdadera militia Christi. Quiza el ideal mas elevado de esta caballeria cristiana, y auténti- camente sagrada por la perfecta conjuncién entre la profesién militar y la con- dicién monistica, habria que buscarlo en el Liber ad milites Templi, escrito por San Bernardo (1130-1136) para ensalzar a los templarios, y en la primera his- toria de las ordenes militares, uno de los fenémenos, en los que se conjuntan y expresan de forma mds elocuente los ideales de milicia cristiana y de ascetismo, tan caracteristicos de la época, del que nos ocuparemos al analizar la ideologia de reconquista y cruzada. Pero al lado de esta caballeria subsistia otro tipo de nobleza y de caballeria, estrictamente feudal, alejada de ese espiritu religioso fo- mentado por la Iglesia: la «milicia secular» del santo cisterciense, en la que «el que mata no puede menos de pecar mortalmente y el que muere ha de perecer eternamente».°? Desde el siglo xu, el orden de la caballeria, constituida ya como tal en ambientes angevinos, italianos, alemanes y anglonormandos, discurrir4 también por otros caminos mis laicos, al asumir valores profanos como el ho- nor, la cortesia, los modales de vida refinada y el amor cortés, cantados por los trovadores y tratadistas de la época o recogidos en la literatura romantica de di- cho siglo y de la centuria siguiente, con caracteristicas quiz4 mas adaptadas a la verdadera mentalidad feudal, que perduraré a lo largo de toda la Edad Media y entrara plenamente en los umbrales de la época moderna. Algunos tratadistas del xi, sin embargo, trataron de compaginar ambas dimensiones —la secular y la cristiana— del miles-nobilis. Ramon Llull, mencionado un poco antes, re- presenta un ejemplo destacado de esta orientaci6n de clara inspiracién religiosa todavia, por mas que la secularizacién de la caballeria fuera ya, para entonces, un hecho innengable, como pone de relieve un famoso texto de Pedro de Dusburg del afio 1261, recogido por M. Keen, en el colofén de su vasta y eruditisima obra. Segtin este cronista medieval, cuando una anacoreta preguntaba a los demo- nios por qué gritaban alrededor de su gruta, estos le contestaron que estaban esperando la gran batalla que iban a librar de inmediato los cruzados contra sus enemigos. Al dia siguiente los agentes del mal anuncian a la buena mujer los re- sultados de la anunciada contienda: un copioso botin, la cabeza de casi todos % San Bernardo: Liber ad milites Templi. De laude novae militiae, ed. |. cit., p. 501. 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 2 los combatientes fallecidos en combate, excepto las de tres, los tnicos muertos por el celo cristiano. Los restantes no buscaban mis que el deseo de exaltar el nombre de la caballeria.** Todos los autores que se ocupan de este nuevo conjunto de valores de la ca- balleria cristiana, que convierten al rudo y belicoso noble feudal en un miles Christi, destacan de forma undnime la influencia ejercida por los cluniacenses en la propagacién de aquel modelo, plenamente integrado en el mundo de la gue- rra santa. Los monjes negros de Cluny fueron los grandes propagadores del ideal de reforma de la cristiandad en todos los érdenes durante el siglo xi y también se convirtieron en influyentes animadores del movimiento cruzado de la pri- mera época. Urbano II, al fin y al cabo, era un monje cluniacense y prior del mismisimo monasterio de San Pedro de Cluny.” La sacralizacién de la aristocracia feudal en Espafia es un proceso que coin- cide en la forma y en las motivaciones con lo que ocurria allende los Pirineos, pero resulta dificil precisar su cronologia, porque no podemos disponer de and- lisis tan precisos como los realizados por los historiadores fordneos sobre el par- ticular.°® Una cosmovisién que sacraliza la realeza, como era la caracteristica de estos si- glos en los distintos reinos cristianos, tenia que sacralizar también a la nobleza, relacionada con reyes y por vinculos de dependencia esenciales. Por eso, nada tiene de extrafio que los ritos de la institucién regia y de la misma coronacién de varios soberanos estuvieran asociados a los propios de la ceremonia en la que eran armados caballeros, como se sugirié antes. Tampoco conviene perder de vista que la influencia cluniacense fue muy importante para la cultura de los distintos reinos, sobre todo desde mediados del siglo x1, teniendo en Sahagun, % Pedro de Dusburg: Chronicon terrae Prussiae, ed. M, Toppen (Scriptores Rerum Prussicarum, 1), p. 10, citado también de segunda mano por M. Keen: La caballeria, p. 330. % Cf est. cit., M. Keen: La caballeria, p. 77, mencionando a Odon de Cluny, que compone la Vita de Gerard de Aurillac, para proponerlo como modelo del «guerrero de la causa de Dios». Una publicacién de la misma: Sancti Odonis, abbate cluniacensis II, De vita Sancti Geraldi au- riliacensis comitis, lV, PL., CXXX, ca. 639-703. En un compendio de Mabillén, publicado a con- tinuacién —ca. 703-710—, ademds de dejar constancia de su ascendencia familiar y de la edad, se le atribuyen las siguientes cualidades: «munificus Ordinis S. Benedicti»; «charitas in paupe- res»; «jejuniay; «vestium modestiar; «amor castitatisy; y su testamento. Cf. también J. Fechter: Cluny, Adel und Volk. Studien fiber das Verhailtnis des Kloster zu den Standen (950-1156), Stuttgart, 1966. % La amplisima y documentada obra de M. Keen describe con cierto detenimiento los conte- nidos de la obra de Ramon Llull, pero no hace mas referencias sobre la caballeria peninsular. 4 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. x1-Xi!) en Leire®” y en San Juan de la Pefia®* tres importantes focos de irradicion de un monacato benedictino con infulas de reforma y de impronta clunia- cense.*? Siguiendo caminos trillados hace tiempo por G. Duby para el Magonnais y para otras latitudes europeas,'® hemos analizado minuciosamente la docu- mentaci6n del monasterio de San Facundo y Primitivo de Sahagtin desde el si- glo 1x hasta finales del x11, tratando también de conocer las dimensiones y el al- cance del campo semantic del término miles y su relaci6n con el significado y la funcién social de nobilis.!°! Hasta el siglo xii el valor significativo de miles es irrelevante porque no aparece practicamente.'” Pero a partir de entonces se en- cuentra muchas veces en la documentacién de manera genérica: como una pro- fesién dedicada a la guerra, sin mas connotaciones.'”’ Desde los primeros aftos del reinado de Alfonso Raimtndiz, el futuro Alfonso VII (1126-1157), el miles, * CM. Lopez: «Apuntes para una historia de Leyre», Principe de Viana, 25, 1964, 139-168. ° J. M. Lacarra: «Aragon. Cuatro ensayos», Aragon en el pasado, | (Zaragoza, 1960). % Siguen teniendo mucho valor las informaciones y las sugerencias hechas hace tiempo por Bishko sobre las relaciones de los reinos castellano-leoneses con Cluny: Ch. J. Bishko: «Fernando 1 y los origenes de la alianza castellano-leonesa con Cluny», Cuadernos de Historia de Espana, 47, 1968, 31-135; 48, 1969, 50-116. También revisten interés las observaciones de A. Linage Conde, sobre esta alianza castellano-leonesa y cluniacense, tanto en el aspecto religioso y reformista como el sociopolitico y hasta econémico: « El movimiento cluniacense en Espana», Historia de la Iglesia en Espaita, W/l, pp. 171 y ss. ® G, Duby: «Los origenes de la caballeria», 0. cit., pp. 209 y ss.: «Pero en el segundo tercio del siglo x1 es el momento decisivo en todas partes. Este movimiento logré, en todo caso, unir a las diversas capas de la aristocracia mediante el uso comtin de un titulo, miles, y la participacién co- mtin en los valores morales y en la superioridad hereditaria que aquel titulo expresaba, y mezclar asi los estratos mas elevados, que hasta entonces habjan constituido propiamente la nobleza, con Jos inferiores» (p. 214). '°! Utilizamos la edicién en cinco vohiimenes de Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, reali- zada por varios autores (Coleccién diplomatica del monasterio de Sahagtin (cbs), Leén, 1976-1994. Para el andlisis de sus contenidos resulta sumamente util su indice de términos: J. M. Fernandez ‘Caton: Index verborum de la documentacién medieval leonesa, 1-1; Monasterio de Sahagiin (857- 1300), Leén, 1999, ‘2 M. Herrero de la Fuente: CDMS, 1! (1000-1073), n.° 513, p. 189, a. 1048 («ceteri Christi mili- tes»: patronos celestiales). ' Cf. est. cit., J. A. Fernandez Florez: cos, 1v (1110-1199), n.° 193, a. 1116; n.° 1.199, p. 56, a. 1117 (tres milites como confirmantes). Y podrian multiplicarse los ejemplos a lo largo del siglo xily del siguiente. El término militia tambien aparece en algunas ocasiones con virtualidades si nificativas genéricas: n.° 1.216, p. 84, a. 1123 («|...] ageretque strenue militiam fuit percussus sa- gitta»). 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 75 © quienes participaban en la militia, eran, con frecuencia, personas que forma- ban parte del grupo nobiliario o aristocratico cercano al monarca.!™ A finales de la centuria, algunos nombres que llevan dicho calificativo militar comienzan a tener también el distintivo expreso de senores (dompni),!> en algin documento gobiernan ya un castillo,! y en ocasiones figuran ademas vinculados a terri- torios concretos, seguramente porque eran personajes de cierta relevancia.'” Y a veces los escribanos distinguen formalmente al miles del clero, de los grupos politico-administrativos de la corte e incluso de los simples laicos, dato, este tl- timo, que podria constituir, probablemente, un indicio de la concepcién sacra de la caballeria en un siglo tan importante para el desarrollo y la consolida- cidn de la guerra de reconquista peninsular como guerra de cruzada 0 guerra santa contra el Islam espanol, alternativa a la «cruzada grande» o de ultramar.'°> Por eso, cuando se hace referencia a la ceremonia por la que un soberano es ar- mado caballero, se indica, al mismo tiempo, que el nuevo miles o caballero real es cenido con el «cingulo de la militia», por lo cual la nobleza y el seorio regio coinciden en su significacién con la de caballeros, formando parte, por esta ce- remonia, de la orden de caballeria, que les consagra formalmente para tomar ‘* Cos, IV, n.° 1.197, p. 51, a. 1117 (Alfonso Raimundiz, el futuro Alfonso VII, hace una do- nacién a un tal Pedro Martin: «dilectissimo militi et fidelissimo vasallo»), Adviértase que se trata de una copia mas tardia, lo cual explicaria que el futuro soberano se intitulara ya «Dei gratia im- perator»). Ib.,n.° 1.230, p. 110, a, 1127 (Alfonso VIL, urgido por imperiosas necesidades para re- cuperar su reino, se habia visto obligado a entregar el monasterio de Nogal, dependiente del de Sahagiin, a «sus milites». No dice de quiénes se trataba, pero, habida cuenta de la naturaleza de lo donado, los milites debian de ser personajes del grupo nobiliario, muy cercano a su corte). 109 J, A, Fernandez Florez: CDMS, 1V, n.° 1.521, p. 555, a. 1199 («Domno Fruela miles», encabe- zando la serie de testigos de la validacién); J. A. Fernandez Florez: coms, v (1200-1300), n° 1.547, p.25,a. 1201 («Domnus Raol, miles», abriendo la primera columna de confirmantes). 106 coms, V,n.° 1.572, p. 57, a. 1208 («Dei militibus: Domnus Assur, qui castellum Sancti Petri de Taraza tunc tenebat»). 10? CpMs, V, n.° 1.550, p. 29, a. 1201 («Rodericum Martini, militem de Tiedra»); n.° 1.664, p. 186, a. 1231 («Diego Rodriguez de Manganeses, miles». En la validacién se sitta inmediatamente des- pués de un «tenente» de Mayorga); n.° 1665, p. 187, a. 1231 (el mismo validante, ubicado en idén- tico lugar). 108 coms, ttl, n.° 1.094, p. 446, a. 1103 («Ordonius Sarraziniz {...| elegi seculi miliciam et Regiam Aulam, cuius usque modoo inhabitator fui, spernere, et monasterio quod dicitur Domnis Sanctis me meaque omnia sub regimini domni Didaci abbatis Deo famulaturus tradere»); IV, n.° 1460, p. 460, a. 1191 («nec alcaldes concilii sive castelli nec maiorinus nec miles nec clericus, nec laicus, cuius- cumque ordinis vel dignitatis»); coMs, 1¥,n.° 1.164, p. 47, a. 1205 («nulli ultra militi sive laicali persona»). 78 La religiosidad medieval en Espaita. Plena Edad Media (ss. xI-X11) zada, por Alfonso el Batallador y los restantes soberanos de Castilla y Leon a lo largo de todo el siglo siguiente. Los repetidos recursos de Gregorio VII a la Donatio Constantini, instando a la recuperacién de Hispania porque era una pieza fundamental del patrimonio de san Pedro segtin el texto de la famosa falsificacién de la época carolingia, no fue, al parecer, un instrumento ideo- légico determinante, por los légicos recelos que suscitaba en los monarcas his- panos una ingerencia tan clara del pontifice en los asuntos estrictamente pe- ninsulares.!'> El Carmen Campidoctoris, el bello texto poético compuesto hacia el aio 1100, probablemente en ambientes catalanes, en el que se ensalzan las admi- rables hazaiias del Cid, Rodrigo Diaz, ofrece la imagen acabada del noble (no- bili generi ortus), predestinado a la milicia cristiana desde su primera edad, convertido en glorioso miles adornado de las mis bellas preseas de la caba- lleria, que participa en la lucha contra los musulmanes movido por la inspi- racién divina: «acometié el tercer combate / en el que Dios le permitié al- canzar la victoria / poniendo en fuga a algunos de sus enemigos, tomando prisioneros a otros / y destruyendo las formaciones de sus enemigos».!"* La Historia Roderici, redactada también en fecha muy temprana por un autor que conocia bien las gestas del Campeador, y dotada, por ello, de notable ri- gor hist6rico, ofrece una fisonomia similar del protagonista, si bien por ser un texto en prosa se cifte més a los episodios, omitiendo con frecuencia elu- cubraciones innecesarias y reflexiones ideolégico-religiosas.!!> Un siglo mas tarde aproximadamente, se compone el famoso poema épico en romance, dedicado igualmente a Rodrigo Diaz de Vivar: el Cantar del Mio Cid,''® "8 Mas adelante, en el capitulo siguiente concretamente, analizaremos con detenimiento todo el proceso de la cruzada peninsular. '\ La edicién del texto, con una introduccién sobre el mismo, en especial sobre la naturaleza de su posible autor: R. Menéndez Pidal: La Espafia del Cid, 11, pp. 878 y ss. El texto citado, p. 885. "!S Una edicion de la misma: R. Menéndez Pidal: La Espafia del Cid, 11, pp. 921-971. En los epi- sodios previos a la toma de Valencia (1094): «Rodericus vero, solita cordis animositate se et suos vi- iliter confortabat ac corroborabat, et Dominum Thesum Christum, ut suis divinum preberet au- xilium, incesanter ac prece devota deprecabatur |...] Rodericus invincibilis bellator in Domino et in eiusdem clementia toto suo animo confidens, cum suis bene armatis |...) divina opitulante cle- mentia, moabitas omnes devincit; sic itaque triumphum et victoriam si Deo collatam super 0s habuit»: ib., pp. 961-962. '¥ Una buena sintesis sobre toda la problematica relacionada con el Cantar del Mio Cid: A. D. Deyermond: Historia de la Literatura Espafola, 1: La Edad Media, pp. 84-93. Estos aos se han pu- blicado varias monografias, dedicadas a la personalidad y a la obra de Rodrigo Diaz de Vivar, con 2. Manifestaciones de la religiosidad en las estructuras politico-sociales... 79 donde se diseia con variopintas y expresivas pinceladas la figura noble del caballero cristiano, héroe por excelencia de la lucha contra los enemigos de la cruz. Es indudable que la intencionalidad de su autor no pretende, de ma- nera directa, trazar el esbozo del caballero cristiano ideal en el gran movi- miento de la reconquista hispana, pero también resulta evidente que en al- gunas de sus estrofas se encuentran facilmente los rasgos del auténtico caballero, empefiado en avatares militares con el elocuente marchamo de cru- zada.''” Podrian ponerse numerosos ejemplos, tomados literalmente del texto poético, pero nos ha parecido suficiente la arenga hecha por el propio Cid a sus caballeros ante el contraataque del rey de Marruecos para recuperar Valencia: Por la manana prieta todos armados seades, dezir nos ha la missa, e penssad de cavalgar, el obispo do Iheronimo soltura nos dara, hyr los hemos fferir en el nombre del Criador e del apostol Santi Yague; (1 A los mediados gallos, antes de la mahana, el obispo don Iheronimo la missa les cantava; la missa dicha, grant sultura les dava: El que a qui muriere lidiando la cara, prendol yo los pecados, e Dios le abré el alma.'!8 El largo poema de la conquista de Almeria, una de las muestras mas expre- sivas de la poesia culta del siglo x11, a la vez que presenta al emperador con los las consiguientes referencias a la principal obra épica relacionada con el héroe castellano: R. Fletchter: El Cid, Madrid, 1989; G. Martinez Diez: El Cid historico. Un estudio exhaustive sobre el verdadero Rodrigo Diaz de Vivar, Barcelona, 1999 (tres ediciones en el mismo afio) y F. J. Pefia Pérez: El Cid. Historia, leyenda y mito, Burgos, 2000. 117 Muchos autores insisten en el predominio de lo heroico, en los rasgos que definen mucho mejor la personalidad del «condottiere» o en la fisonomia del noble de segunda linea que busca botin, riqueza y honra para situarse en el primer nivel de la nobleza de la No pueden ser clérigos para no perturbar el orden estamental clasico, pero su constitu- cién u ordenacién de caballeros contiene elementos rituales cercanos a los caracteristicas del orden clerical, muy relacionados con la liturgia de la Iglesia.!6 EI Libre de l'orde de cavalleria, uno de los tratados sobre la caballeria con mis éxito en todo el Medievo, fue escrito por Ramon Llull hacia el afto 1275, para instruir al caballero cristiano con un conjunto de creencias y de valores de clara inspiracién religiosa, que pudieran servir de complemento a la ima- gen del caballero laico y secular, cantado por los trovadores de aquella cen- turia, cuando el ideal de caballeria, profundamente sacralizado por san Bernardo en la primera parte del siglo xu, comenzaba a decaer de forma no- toria.!27 En la segunda parte del tratado el sabio mallorquin formula los objetivos y el oficio del caballero cristiano, de naturaleza primordialmente religiosa: Oficio del caballero es mantener y defender la santa fe catélica, por la cual Dios Padre envié a su hijo a tomar carne en la Virgen gloriosa Nuestra Sefiora Santa Maria, y para honrar y para multiplicar la fe sufrié en este mundo muchos trabajos, y mu- chas afrentas, y penas, y penosa muerte. Por lo cual, asi como Dios Nuestro Seftor ha elegido los clérigos para mantener la fe con las Escrituras y demostraciones necesa- rias, predicando aquella a los infieles con tan gran caridad que la muerte les sea de- seable, de igual manera el Dios de la gloria ha elegido los caballeros que por fuerza de armas venzan y dominen los infieles, que cada dia luchan por la destruccién de la Santa Iglesia. Por lo cual Dios honra en este mundo y en el otro a tales caballeros, 25 1b, Layo. 26 Tb, Ly L 13. 127 M. Keen: La caballeria, pp. 22 y ss.,lo trata y analiza como el segundo manual de caballeria, después del poema andnimo titulado Ordene de chevalerie. Sobre la fecha de composicion del mismo, en la biografia de R. Llull: M. de Riquer y A. Comas, 1, p. 246. En esta pagina y en las si- guientes (246-253), los dos historiadores hacen un minucioso anilisis de esta breve obra luliana. Nosotros utilizamos aqui la versidn castellana de este precioso tratado, recogida en Antologia de Ramén Llull, vol. 1, pp. 310-374. Una buena edici6n catalana: J. M. Castro y Calvo y M. de Riquer: Obras de don Juan Manuel, 1, pp. 12-22. Estos autores indican la posible influencia del texto de las Partidas alfonsies sobre este tratado luliano, al indicar que aquellas habian sido redactadas antes y que pudieron servir de fuente para el autor mallorquin. 82 La religiosidad medieval en Espanta. Plena Edad Media (ss. x1-xi1) que son mantenedores y defensores del ofico de Dios y de la fe por la cual nos he- mos de salvar.!28 Casi a renglén seguido el Doctor Iluminado postula para el caballero la con- dicién de noble o «sefior y gobernador de una tierra»,'?? gracias a la cual ten- dra libertad para «mantener y defender a su sefior terreno»:'*° al rey o al prin- cipe, para que estos puedan administrar debidamente la justicia; «tener castillo y caballo para guardar los caminos y para defender a los campesinos»,'*! y en especial «a las viudas las huérfanas y los hombres desvalidos».!°? Ademas, la for- taleza corporal del caballero adquiere su plenitud con el vigor espiritual de su alma, enriquecida por virtudes cristianas fundamentales como «la justicia, la sabiduria, la caridad, la lealtad, la verdad, la humildad, la fortaleza y la cautela, y otras semejantes a éstas».!9> La impronta religiosa del caballero concebido por R. Llull le asimila, en cierto modo, la naturaleza sagrada de los propios clérigos, aunque el sabio mallorquin se preocupe de diferenciarlo oportunamente de este grupo social. Un escudero que quiera acceder a la orden de caballeria tendria que ser convenientemente examinado por algun caballero, familiarizado ya con los menesteres de la caba- leria,'* y recibir solemnemente los atributos de la orden al ser armado caba- llero. La ceremonia tiene todas las caracteristicas de celebracién liturgica, pre- parada convenientemente por el ayuno y por actos espirituales, aceptando el candidato los articulos de la fe, los mandamientos y los siete sacramentos.'*> Cada uno de los instrumentos 0 emblemas de la caballeria tienen una trascen- dencia simbélica que recuerda, de algtin modo, toda la dimensi6n sacramental de los ornamentos o preseas liturgicas que reciben los miembros de la clerecia al 28 Libre de lorde..., p.322. Ib., p. 324. 120 Tb, p. 325. 1b, p. 332. 2b, p. 330. '8°Tb,, pp. 326-327. La sexta parte de la obra, pp. 359-371, trata con mayor detalle «de las cos- tumbres que corresponden al caballero», ‘+ Tb., pp. 339-346: la tercera parte integra del tratado, con normas muy precisas que recuer- dan los eximenes o escrutinios de los clérigos antes de ordenarse. 85 Tb., pp. 346-351. Conviene que la celebracién de armarse caballero coincida con alguna fiesta lituirgica. El escudero deberd ayunar la vispera de la ceremonia, asistir a la celebracién euca- ristica y escuchar el sermén con la explicaci6n de los articulos de la fe, los mandamientos y los sa- cramentos. CAPITULO 3 Expansion cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada. Las 6rdenes militares VARIABLES CONCEPTUALES Y TERMINOLOGICAS La expansién de las bases territoriales de los pequeitos nticleos cristianos alto- medievales del norte peninsular hacia el sur a expensas de los estados musul- manes del centro y de las regiones meridionales de la peninsula, al producirse la ruina definitiva del Califato en 1031, podria calificarse, sencillamente, de es- pectacular, sobre todo a lo largo de los siglos x11 y x11. Traspasados los umbra- les del afio 1100, el predominio politico peninsular se decantard paulatinamente del lado de los reinos cristianos, al mismo tiempo que comenzaba la lenta ago- nia de las vacilantes formaciones politicas herederas del otrora poderoso cali- fato omeya de Cérdoba, sélo frenada esporddicamente por la amenazadora pre- sencia de las invasiones norteafricanas de almordvides y almohades que hicieron tambalearse, en mas de una ocasi6n, a los reinos de Leén-Castilla y Aragon- Cataluia. Reconquista rapida con la légica secuela de una colonizacién sistematica de los territorios conquistados, ha sido, por lo general, la caracterizaci6n normal y general de estos siglos por una gran parte de la historiografia tradicional o clasica. Lo heroico y lo épico son dos improntas habituales que determinan la naturaleza de aquel proceso, considerado —creemos que erroneamente, segin se indicara mas adelante— como tinico y singular en la historia medieval eu- ropea. Las guerras contra el Islam llevaban el sello de santas 0 de sagradas y desde muy temprano, a partir del ultimo cuarto del siglo x1, las campafias béli- cas antimusulmanas son todas, para dicha historiografia, expediciones de cru- zada, cargadas, por lo tanto, de virtualidades salvificas para quienes se embar- caban en ellas de un modo u otro y a las que la Santa Sede y los prelados bendecian e indulgenciaban sistematicamente. 86 La religiosidad medieval en Espana, Plena Edad Media (ss. xi-Xi1) En realidad, tratar de definir globalmente y sin matizaciones un periodo tan complejo como este resulta siempre muy problemitico. Y, sobre todo, cuando se considera tinicamente desde una 6ptica singular, la de las formaciones sociales del Norte, adolece siempre de inexactitudes, porque el sistema social que lo deter- mina, un feudalismo que alcanza ya niveles de indiscutible solidez, es en si mismo, un modo de produccién complejo: articulado sobre diversas relaciones interes- tructurales que lo conforman. Y, adems, en dicha consideracién general no pueden quedar fuera las determinaciones reciprocas, el comercio y los intercambios de la mis variada indole que mediaron entre las sociedades cristiana y musulmana, con préstamos evidentes y condicionantes de la mas diversa naturaleza. El término de reconquista, tan socorrido por muchos historiadores espaiio- les y foraneos,' presupone, por su mismo ambito semantico, la realidad de otro concepto bisico y determinante: la pervivencia del ideal neogético, que connota, en Ultima instancia, la existencia de cierta conciencia, mas 0 menos colectiva, y de una elaboracién ideolégica preocupadas por recuperar la supuesta unidad pe- ninsular de la época visigoda, perdida, en teoria, con la invasion islamica. Esta tradicién neogotica, que legitimaria, con pleno derecho, la utilizacién del con- cepto y del término de reconquista, se encuentra ya plenamente formulada en la literatura cronistica elaborada durante el reinado de Alfonso III (865-910), man- teniéndose viva y plenamente operativa en ambientes politicos leoneses y cas- tellanos del siglo x y buena parte del xi: un periodo histérico muy concreto,” en ' Garcia de Cortézar, en una admirable y sugestiva reflexién sintética sobre la Edad Media publicada hace bastantes afios, comenzaba asi un epigrafe: «La “Reconquista”: la ampliacién del marco geogrifico hispano cristiano frente a reinos de taifas ¢ imperios beréberes», J. A. Garcia de Cortazar: La época medieval, pp. 153 y ss. Mitre Fernandez se manifiesta de forma parecida al en- juiciar globalmente este periodo: «[...] la Reconquista toma en estos momentos el aire de una empresa no sélo nacional, sino internacional, participando de los sentimientos de signo cruza- dista de los que va a vivir la cristiandad europea», E. Mitre Fernandez: La Espafia medieval. Saciedades. Estados. Culturas, pp. 159 y ss. Nosotros mismos, en una historia de la Iglesia medie- val hispana, editada hace algin tiempo, titulébamos el capitulo v del tomo primero: «Consolidacién de la Reconquista»: Historia de la Iglesia en Espafia, 1/1, pp. 235 y ss. Y podrian mencionarse muchos otros autores con idénticos planteamientos. Por citar una obra sobre el cris- tianismo relativamente cercana en el tiempo, cf. Histoire du Christianisme, 5: Apogée de la papauté et expansion de la chretienté (1054-1274) (Paris, 1993): «La conquéte des musulmans devait ré- pondre la reconquéte des chrétiens, mais elle était surtout celle des Espagnols désireux de retrou- ver 'intégralité du royaume wisigothique, la notion de guerre sainte venant par surcroit» p. 281 (el autor de este capitulo: M. Parisse). 2 Sobre este particular resultan especialmente iitiles y sugestivas las observaciones de Isla Frez: A. Isla Frez: Realezas hispdnicas del afio mil, La Corufia, 1999. 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 87 el que se alimenta, se explota y se formula la teoria politica del imperialismo leonés-castellano, analizado y descrito con tanto énfasis por historiadores como R. Menéndez Pidal, Garcia Gallo, C. Sanchez Albornoz, Justo Pérez de Urbel 0 el mismo J. A. Maravall.> Otros, mas atentos al desarrollo y la evolucién de las bases materiales de la sociedad, prefieren explicar el avance hacia el sur de las sociedades cristianas del norte como la consecuencia légica del desarrollo de las fuerzas productivas tanto demograficas como territoriales, gracias a unas tasas de poblacién en as- censo progresivo, comprometida en importantes campanas de roturacién y de colonizaci6n, ampliando extrordinariamente las areas abandonadas 0 roba- das al bosque. La expansi6n progresiva al sur del Duero, hacia los «extrema » de Leon y Castilla, que comienza con fuerza a mediados del siglo x1, abriria infinidad de posibilidades econémicas a grandes contingentes norte- fios, muy feudalizados ya, que pod{an utilizar aquellas «tierras nuevas» para recuperar la capacidad de empresa a la par que su libertad juridica, por lo me- nos en una primera etapa. Para la clase nobiliaria las regiones conquistadas al Islam constituian, también, un importante acicate para las actividades milita- res y, al mismo tiempo, para ampliar sus bases fundiarias y reforzar ademas la privilegiada posicién en la que se encontraban.* La expansién aragonesa y ca- talana de la misma época ha sido analizada en los ultimos afios desde para- metros idénticos 0 muy parecidos. E. Sarasa, por ejemplo, vincula estrecha- } «Dejando aparte lo del “concepto nacional” —en él insiste R. Menéndez Pidal y otros mu- chos autores—, recojamos la “idea reconquistadora” como definicién de nuestra Edad Media, idea lanzada como saeta que con incomparable fuerza recorre la trayectoria de nuestros siglos medie- vales, y que, conservandose la misma, llega hasta los Reyes Catélicos», J. A. Maravall: «La idea de Reconquista en Espafia durante la Edad Media», Arbor, 28, 1954, 1-37; el texto citado literalmente, pd. “J, M. Minguez Fernandez: Las sociedades feudales, 1, pp. 231 y ss. se mueve en los mismos pre- supuestos con las oportunas matizaciones: «|... la accién repobladora de Alfonso VI no es un acto radicalmente original (...] se trataria de consolidar la colonizacin que habia venido reali- zando el campesinado por propia iniciativa desde comienzos del siglo x» (p. 232). «Asi pues, cuando en las décadas finales del siglo x1 se inicia la repoblacién definitiva de la Extremadura del ‘Duero, esta se realiza sobre una base demografica de gran consistencia y sobre una organizacién in- terna social y administrativa donde los gérmenes de feudalizacién importados por los coloniza- dores del norte del Duero no han hecho mas que iniciar un primer y timido desarrollo. Las pecu- liaridades en el orden politico, social y econémico de la Extremadura del Duero son innegables. Pero por debajo de estas peculiaridades esta el hecho fundamental de la integracién de estas co- munidades en la estructura global del reino de Ledn, donde por estas épocas la feudalidad de la sociedad est ya pricticamente consumada» (p. 238). 88 La religiosidad medieval en Esparia, Plena Edad Media (ss. X!-Xi1) mente la consolidacién de la monarquia, la expansién territorial de los pode- res cristianos en el valle del Ebro y la jerarquizacién social de unas estructu- ras sociales muy feudalizadas ya.> Salrach Marés analiza, asimismo, la expan- sién de la sociedad de los reinos orientales desde la misma perspectiva, vinculando, légicamente, la actuacién de la monarquia en las estructuras de un feudalismo plenamente consolidado, sobre todo a lo largo del siglo xu.° En esta obra nuestra, concretamente en el capitulo primero, cuando tratabamos de explicar «las bases de la consolidacién del mundo feudal», relaciondbamos con claridad este fendmeno con la conocida bulimia de tierra de los grupos nobi- liarios, que podia encontrar los cauces adecuados en las empresas de conquista de tierras mas meridionales, ocupadas hasta entonces por los titulares de los estados islamicos. Si la 6ptica de los anilisis de la realidad histérica depende fundamentalmente de las relaciones econémico-sociales, habria que insistir, de forma légica, en la expansi6n de los reinos cristianos del norte como un extraordinario y dinamico proceso de la misma naturaleza material. Por el contrario, si preferimos deno- minar esa expansi6n, en su totalidad, reconquista —recuperacién del viejo solar visigodo—, estaremos moviéndonos en el plano de las construcciones ideolé- gicas, en los esquemas de un neogoticismo que sin duda existi entonces y sir- vid, seguramente, para los tedricos de la época, cronistas y notarios de forma especial, como referente justificativo y animador de dichas empresas, por mas que las auténticas motivaciones tiltimas fueran de indole material. Desde esta perspectiva socio-econémica, podria parecer también incorrecto hablar de guerra santa o de cruzada. Pero creemos que no porque no tenemos ninguna duda sobre la existencia de motivaciones y explicaciones de este tipo, formuladas explicitamente o supuestas y, al mismo tiempo, operativas, como un «topos» o lugar comtin. La realidad de dichas concepciones sacralizadoras se pone completamente de manifiesto con una sencilla lectura de las fuentes dis- ponibles, en las que aparecen expresadas con claridad. Por eso, manteniendo las causas de naturaleza econémica y social como referentes esenciales para la ex- plicacién de todas las campaiias expansivas de entonces dentro de las coordena- das fundamentales del feudalismo triunfante, se puede seguir hablando de gue- 5 E, Sarasa: «La expansion de los reinos y condados pirenaicos y mediterréneos hasta la unién de Aragén y Catalufia: guerra y sociedad feudal», Historia medieval de la Espana cristiana, pp. 263 yss. § Cf. también J. L. Martin Rodriguez: «Reconquista y cruzada», I Coloquio de Piacenza e la cro ciata, pp. 247-271. 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 89 rra santa y de cruzada, porque para muchos de sus protagonistas esta conside- racién fue importante e incluso decisiva en su universo mental e ideolégico. Es mis, los hombres cultos de aquella época y las jerarquias eclesidsticas, sobre todo, se valieron de estos recursos superestructuralese para impulsar decididamente muchas de las campafias de estos trescientos afios centrales del Medievo penin- sular, bien porque estaban convencidos de ello o porque utilizaban a sabiendas dichas justificaciones con intenciones claramente justificativas. Por eso, si redu- cir la conquista y colonizacién de las «Extremaduras» a un mero proceso deter- minado por causas materiales se nos antoja una explicacién incompleta por no adecuarse del todo a la realidad, también seria erréneo tratar de explicarlas desde una 6ptica meramente ideoldgica y sacra. En este trabajo, dando por supuesta y admitida ya por la mayor parte de los historiadores solventes la primera expli- caci6n, trataremos de poner el énfasis en la importancia de la segunda. En el fondo, atender a la dimension sacra de la guerra de conquista contra el Islam, enemigo tradicional de la Christianitas medieval en unos siglos clasicos de la ela- boracién teérica de la propia cosmovisién cristiana del pleno Medievo, no es mis que una consecuencia inevitable y necesaria de la sacralizacién de la realeza y de la propia nobleza, tal como las explicdbamos en el capitulo anterior. GUERRA SANTA Y CRUZADA La historiografia sobre la naturaleza de la guerra santa y de sus concreciones historicas es abundante. Un buen elenco de titulos antiguos se encuentra, por ejemplo, en M. Villey.’ Para trabajos mas modernos, puede servir de referencia el gran trabajo de Goni Gaztambide sobre la «Bula de la Cruzada», muy bien informado historiograficamente y con un conocimiento extraordinario de las fuentes documentales.* El historiador navarro formula con precisién y claridad las caracteristicas esenciales de la guerra santa en el Medievo: Por guerra santa se entiende toda guerra emprendida por motives religiosos. La Edad Media esta llena de guerras a servicio de la religion, pero las mas tipicas son 7M. Villey: La Croisade. Essai sur la formation d'une théorie juridique, cap. 1: «La doctrine me- digvale se la guerre sainte», con un abundante elenco bibliogrifico sobre la doctrina de la guerra santa, pp. 21 y ss. * J, Goni Gaztambide: Historia de la bula de la cruzada en Espana, cap. rra santa», pp. 14-42. La reconquista, gue- 92 La religiosidad medieval en Espatia. Plena Edad Media (ss. X!-Xi1) de la Providencia o de su castigo por los malos comportamientos de los perde- dores. Por eso, los responsables de esta clase de obras no podian menos de leer en clave religiosa o sagrada muchos de los acontecimientos bélicos que trata- ban de explicar. Esta explicacién era para ellos auténticamente fundamente, por mas que las motivaciones de indole socioeconémica fueran las que determina- ran, en la realidad, la evoluci6n de los procesos y de las campafias bélicas. Cada crénica, sobre todo desde el siglo xi, acenttia esta dimensién sacra y le confiere, por lo general, sus particularismos especificos. El autor de la llamada Historia Silense reproduce muy bien estas dos di- mensiones de la sacralidad. Asi, presenta a Ramiro III (965-984)) soportando las terribles «razzias» de Almanzor porque «la divina venganza (divina ultio) habia dado licencia amiri para atacar durante xt! afios seguidos las fronteras 0 tierras de los cristianos, y poder apoderarse de Leén y de otras ciudades, de la Iglesia de Santiago y de la de los santos mértires Facundo y Primitivo».!? Fernando I (1037-1065), el verdadero prototipo del rey cristiano en la mente de nuestro cronista, representa también para él la dimensién salvifica o sacrali- zadora de la historia, compendiando toda la larguisima biografia de este sobe- rano en unas pocas lineas: El rey Fernando, después de la muerte de su hermano y de su cutado, viendo ya todo el reino sometido a su autoridad sin ningun tipo de obstaculos, y sintiéndose seguro en el suelo patrio (securus de patria), decidié ocupar todo el tiempo en com- batir a los barbaros (musulmanes) y en fortalecer las iglesias de Cristo.'> El obispo don Pelayo, contempordneo del autor de la Historia Silense, orga- niza el discurso historico de su Chronicon siguiendo idénticos parametros ideo- légicos. Y es de sobra conocido el solemne prefacio de la Chronica Adefonsi Imperatoris, escrita a mediados de siglo por un culto prelado cortesano, que for- mula con buena retérica idéntica mentalidad sacralizadora a la hora de poner por escrito los hechos de Alfonso VII: 2 Historia Silense, 71, p. 175. El final de Almanzor fue interpretado también por el mismo au- tor en clave sagrada, convirtiendo el episodio de su muerte en un acontecimiento liberador para los cristianos: «Siquidem xut regni anno, post multas christianorum orriferas strages, Almanzor a de- monio, quod eum viventem possederat, interceptus, apud Metinacelim maximam civitatem in in- ferno sepultus est»: ib, p. 176. °° Historia Silense, 85, p. 188. 3. Expansion cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 93 Puesto que siempre ha sido trasmitida a la posteridad la memoria de las histo- rias por los historiadores antiguos, convirtiendo de viejos en nuevos los hechos in- signes de los reyes y emperadores, cOnsules y potestades y de otros héroes, resulta una tarea muy conveniente relatar las hazafias del Emperador Alfonso, es mas, las cosas que Dios omnipotente llevé a cabo por él y con él, para que se le concediera la salvacién del pueblo de Cristo en el mundo.!* Para el erudito eclesidstico, muy familiarizado con la historia biblica, el so- berano leonés constituye un espléndido trasunto de los reyes de los libros his- toricos de la Sagrada Escritura, citando implicita o explicitamente textos rela- cionados con los mas destacados, como se indicé en otra parte de este trabajo.'* Pero, a pesar de todo, una lectura atenta del precioso texto cronistico deja en- trever con claridad los verdaderos objetivos politicos de este soberano, que per- seguia la hegemonia en la peninsula con un inteligente y decidido programa de pactos feudales, apoyado, siempre que fuera necesario, en su poderio militar in- contestable entonces.'® Por mucho que el historiador enfatice sobre la sacralidad de las empresas del emperador, la dimensién socio-econémica y politica, mucho mis real y operativa en el fondo, se asoma de forma episédica en numerosos pasajes del texto cronistico. Y también resulta significativo que para el prelado- historiador, hombre de confianza muy cercano a este soberano, la victoria so- bre los « sarracenos 0 moabitas» llevara aparejados siempre el botin y la mul- titud de cautivos.'” El Chronicon Mundi de Lucas de Tuy, escrito ya en la centuria siguiente, concibe también la reconquista como guerra santa, adoleciendo el 4 Chronica Adefonsi Imperatoris, Prefatio, ed. L.. Sancher Belda, p. 3; ed. A. Maya Sanchez, p. 149. '5 El editor de la Chronica, buen conocedor también de la Sagrada Escritura, recoge a pie de texto infinidad de citas escrituristicas, senalando el fuerte sabor biblico de algunos pasajes. La vi- sita del Zafadola al soberano leonés, por ejemplo, esta reproduciendo, con claridad, el trasfondo de otro relato biblico muy conocido: la visita de la reina de Saba al rey Salomon: ed. A, Maya Sanchez, 1, 29, p. 163.. '6 Tb, 1,2 81, p. 187. Después de las campaiias de saqueo y destruccién contra el rey de Navarra, uno de los condes mas importantes se compromete feudalmente con el soberano castellano, me- diante el juramento de vasallaje y servicio. Los ejemplos de la misma indole son numerosisimos. 7 «Fuit enim ibi rex per multos dies. Et reverse sunt universe praedatorie cohortes cum mag- nis victoriis portantes secum multa milia Sarracenorum captivorum et maximam multitudinem camelorum, equorum et equarum, boum et vaccarum arietum et ovium, hircorum et caprarum, ‘que erant regum et reginarum et alias opes plurimas»: ib, 1,n.° 39, p. 168.Y podrian multiplicarse las citas de episodios semejantes. oF La religiosidad medieval en Espatia. Plena Edad Media (ss. x!-x11) prelado leonés en algunos juicios de falta de mesura por su inquebrantable le- onesismo, que le lleva a presentar a san Isidoro como el nuevo paladin de los ejércitos cristianos, sin olvidar, eso si, el significado tradicional de Santiago Apéstol. Rodrigo Ximénez de Rada, el arzobispo toledano que escribe casi al mismo tiempo que el Tudense sus nueve libros De rebus Hispaniae, teoriza so- bre la guerra contra el Islam considerandola, sin ningtin tipo de ambigitedades, como verdadera cruzada, en cuya organizacién y desarrollo tuvo un papel des tacadisimo, seguin se indicara mas adelante.'* La Chronica latina regum Castellae, escrita también por un prelado muy vinculado a la corte y a las campafias de Fernando III, avanzado ya el siglo xi, conoce bien los entresijos politicos de le €época, que trata siempre desde una dptica procastellana, esta informado de los acontecimientos internacionales de cierta relevancia y presta una notable aten- cién a los problemas de cardcter familiar o dindstico. Pero este conjunto de in- tereses especificos, que podrian calificarse de seculares, no impiden que se en- juicie en muchas ocasiones la lucha de las tropas cristianas contra las musulmanas como sagrada y providencial, coincidiendo asi con los supuestos ideoldgicos vertebradores de la cronistica medieval de los reinos cristianos de esta época.!? No faltan autores que consideran la yihdd o guerra santa del Islam como un motivo, no el unico légicamente, inspirador de esta sacralidad facilmente per- ceptible en toda la literatura cronistica cristiana.”° De hecho, la importancia de la guerra santa para los musulmanes es innegable, constituyendo uno de los 'S Cf. de este mismo capitulo pp. 89 y ss. ' Los ejemplos de este providencialismo son muchisimos. Podriamos mencionar aqui, por su singularidad, la aparicién de un misterioso pastor, «enviado por Dios», que hace de guia de las tropas cristianas en visperas de la campafia de las Navas: Chronica (...], n.° 23, pp. 59-60. El au- tor comenta asi la extraordinaria ayuda: «Creditur ab his, qui recte sapiunt, quia non purus homo, sed aliquia divina virtus extitit, qui in tanta angustia subvenit populo Christiano, cum tot adali- des, tot pastores, tot fratres de Calatrava per loca illa sepe discurrerent, nullus tamen eorum de loco illo aliquid sciret; nec idem pastor postea comparuit»: Chronica [...}, n.° 23, p. 60. 2 Cf. est. cit.: A. Castro: Espafta en su historia. Cristianos, moros y judios, pp. 196-198. Anteriormente, ya se habia ocupado de esta problematica Erdmann en una obra clisica: C. Erdmann: Die Entstehung des Kreuzzugsgedankens..., p. 27, donde deja abierta la cuesti6n. El mismo afto que se publicaba la obra fundamental de C. Erdmann aparece también la sugerente tesis del P. Delaruelle ante el Instituto Catélico de Paris («Essai sur la formation de l’idée de croi- sade»); mas tarde, varios articulos relacionados con aquella tematica ven la luz en forma de libro, ya citado antes: L’Idée de Croisade au Moyen Age... Un trabajo de interés: E. O. Blacke: «The Formation of the “Crusade Idea”, Journal of the Eclesiastical History, 21, 1970, 11-32. Quiza el 3. Expansion cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada.... 95 preceptos fundamentales del Corn, formulado ya en la segunda sura de tradi- cién medinesa: Combatid por Dios contra quienes combaten contra vosotros, pero no os exce- dais. Dios no ama a los que se exceden. Matadles donde deis con ellos y expulsadles de donde os hayan expulsado. Asi que si combaten contra vosotros, matadles: ésa es la retribucién de los infieles: Pero, si cesan, Dios es indulgente y misericordioso. Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Dios. Si cesan, no haya mas hostilidades que contra los impios (2, 190-193). Esta exhortaci6n estuvo presente, seguramente, como factor desencadenante de muchas de las empresas militares de los soberanos y de los ejércitos islamicos. Con todo, también es innegable que en infinidad de ocasiones los imperativos coranicos de guerrear contra los enemigos del Islam constituyeron un mero pre- texto o una justificacién ideolégica poderosa y facilmente utilizable, por en- contrase repetidamente formulada en el libro sagrado. El poder politico, el bo- tin u otro tipo de motivaciones terrenales y materiales eran, en la practica, las verdaderas razones de la mayoria de las campafias, al igual que ocurria en el mundo cristiano con la guerra santa, tal como la describiamos antes. Por otra parte, ambas empresas, la yihdd y la «guerra santa>cruzada» de los principes cristianos y del papado tienen, légicamente, paralelismos y diferencias propias de sus respectivos contextos socioculturales y religiosos, pero nadie duda que una y otra pudieron retroalimentarse intensamente. Flori, por ejemplo, anali- zando la naturaleza de ambas realidades histéricas, tan complejas y llenas de matices, deja constancia, con toda raz6n, de una cierta relentizacion de la gue- rra santa de los califas fatimies, al surgir con vigor la cristiana, pero esta habria servido para renovar mentalidad de yihad de los turcos seljticidas y de los al- estudio mas importante sobre estas materias se deba, seguramente, a A. Noth, muy familiarizado con las fuentes cristianas, pero también con las islamicas. El autor distingue entre guerra santa is- lamica en sentido estricto, que es la que organiza oficialmente el estado, y guerra santa planeada, y llevada a cabo por los miembros de la comunidad islémica para cumplir los preceptos del libro sagrado sobre la yihad: A, Noth: Heiliger Krieg und heiliger Kampf in Islam und Christentum: Beitriige zur Vorgeschichte der Kreuziige, 1966, p. 9. Sobre el significado de guerra santa en el mundo islamico: F. Maillo Salgado: «La guerra santa segain la tradicién maliki. Su preceptiva. Su influen- cia en el derecho de las comunidades cristianas del medioevo hispano», Studia historica. Historia ‘Medieval, 1/2, 1983, 29-66. Cf. también: J. Lomba Fuentes: La raiz semitica de lo europeo, Madrid, 1997. 96 La religiosidad medieval en Espatia. Plena Edad Media (ss. x!-xit) moravides-almohades que invadieron el suelo peninsular en los siglos centrales del Medievo.?! Los tedricos cristianos, cumpliendo funciones de idedlogos de manera mas © menos consciente, podian encontrar facilmente argumentos s6lidos para sus campaiias militares contra los enemigos de la fe en la Biblia. El rey biblico era, al fin y al cabo, el Xristés 0 ungido del Sefior para engrandecer al pueblo de Israel y defenderlo con la espada, convirtiendo asf todas las guerras contra los enemi- gos del pueblo elegido en religiosas o sacras. Ademas, el recurso a la guerra para defender los intereses de la Iglesia contra los enemigos de la misma e incluso con- tra los herejes y paganos estaba justificado por una larga tradicién, que habia co- menzado ya con la conversién al cristianismo de los primeros emperadores ro- manos y de los reyes de altomedievales, Por todo ello, perece innecesario recurrir a las cruzadas y a la historia del Islam como inspiradoras de la guerra santa de los ejércitos cristianos. Con todo, tal vez pudiera decirse que la constancia y el impetu de los caudillos musulmanes, manifestados en infinidad de confronta- ciones, habria servido de ejemplo estimulante, en muchas ocasiones, para los principes cristianos comprometidos en la defensa de la cristiandad.?* La guerra santa se convierte formalmente en cruzada cuando es promovida por la jerarqufa eclesiastica que enriquece con indulgencias a quienes participen en ella, garantizandoles la certeza de la salvacién eterna e incluso la condicién de mar- tirio si encontraran la muerte durante el desarrollo de la misma. De nuevo resulta muy titil mencionar la enumeracién de elementos que conforman esta clase de guerra, hecha por Goni Gaztambide: «Lo que distingue (a la cruzada de la guerra santa) no es su empleo en este o aquel campo de batalla, ni su direccién pontificia, sino una organizacién particular impuesta paulatinamente por el uso. La indul- gencia, la cruz, el voto, la promulgacién por medio de la bula o decreto conciliar, la predicacién por la Iglesia y ciertos privilegios otorgados a los cruzados».?> 2"), Flori: La guerra santa, La formacién de la idea..., pp. 337 y ss. («Guerra Santa, Yihad y Cruzada»). 22 Ejemplos de «guerras santas» anteriores a las cruzadas: M. Villey: La Croisade. Essai sur la formation d'une théorie juridique, 0. cit., pp. 41 y ss. (con abundante bibliografia antigua). 23 J, Goni Gaztambide: Historia de la bula de la cruzada en Espanta, p. 45. Y Flori ofrece un am- plio y riguroso discurso sobre la transformacién de «guerra santa» en cruzada, en el tiltimo capi- tulo del libro, citado antes: cap. x: «De la guerra santa a la cruzada», pp. 293 y ss. Para la primera cruzada: J. Riley-Smith: The first Crusade and the Idea of Crusading, Londres, 1986; y del mismo: The {first Crusaders, 1095-1131, Cambridge, 1997. Una puesta al dia sobre el ambiente y la realidad de la misma, en las obras editadas de M. Balard y L. Garcia-Guijarro Ramos, citadas en la nota 11 de este mismo capitulo. Tam| Richard: Histoire des croisades, Ps 1996, 98 La religiosidad medieval en Espaiia. Plena Edad Media (ss. Xi-Xi1) Alejandro I al clero Vulturnense. Exhortamos con paterna caridad a aquellos que se disponen a marchar a Espafia, que si se siente movidos por la gracia divina, procuren hacerlo lo antes posible [...]. Nosotros, por la autoridad apostélica de los Santos Apéstoles Pedro y Paulo, les liberamos de cualquier clase de penitencia y les concedemos la remisién de sus pecados, acompaiandolos con nuestra oracién.?> Alaiio siguiente fue conquistada la mencionada fortaleza, que volverd a caer muy pronto en manos de los musulmanes. C. Erdmann y A. Fliche, entre los historiadores mas antiguos, y Gofii Gaztambide como ejemplo de los modernos, no tienen dudas sobre el caracter de cruzada de esta expedicién de francos, sobre todo por el contenido de la mi- siva del pontifice.” Pero las cosas no estan tan claras. La expedicién de los sol- dados francos se parece mas a una expedicién de pillaje para conseguir un buen premio en forma de botin. Y tampoco puede deducirse del mencionado texto pontificio —con un destinatario muy confuso— esa condicién de guerra in- dulgenciada, en la que no faltaré tampoco un oficial del papa nombrado espe- cialmente para que acompajara a los expedicionarios portando la insignia dis- tintiva de la cruzada. Recientemente, C. Laliena interpretaba esta campafia de la misma manera, insistiendo en el cardcter secular de la misma, aunque con- cluia diciendo que resultaba «dificil, sin embargo, negar que constituyé un se- rio precedente de las posibilidades papales de convocar caballeros francos, para combatir por un ideal religioso». Y los historiadores franceses Sénac y Flori lle- gaban también conclusiones similares.”> % El texto del documento pontificio: S. Loewenfeld: Epistolae Pontificum Romanorum inedi- tae, Leipzig, 1885, n.° 82, p. 43. »” C, Erdmann: Die Entstehung..., p. 124. A. Fliche: «Alphonse II le Chaste et les origines de la Reconquéte chrétienne», Estudios sobre la Monarquia asturiana, p. 120: «L’expédition de Barbastre offre en effet tous les caractéres qu’afectara par la suite la guerre sainte menée par la Chrétienté contre I'lslam». Ya habia abundado en las mismas ideas en Histoire del Eglise depuis les origines jusqu’ @ nous jours de A. Fliche-V. Martin, vit: La Reforme grégorienne et la Reconquéte chrétienne (1057-1123), pp. 48-54; 126-130; 229-232; 271-288 (ed. castellana, vull, pp. 39 y ss. El autor reconoce que los verdaderos motivos de aquella expedicién eran de indole material: la perspectiva de un botin rico y de un establecimiento sobre nuevas tierras. Pero no por ello niega a aquella campafta la naturaleza de cruzada, debido a la intervencién de Alejandro II. J. Gohi Gaztambide: Historia de la bula de la cruzada en Espafta, pp. 50-51, lo admite también, aunque con algunos reparos y precisiones. 28C. Laliena Corbera: La formacién del Estado feudal. Aragén y Navarra en la época de Pedro I, pp. 69 ss. También: De Toledo a Huesca. Sociedades medievales en la transicién a finales del siglo x1 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 99 Unos aftos mas tarde, en 1073, Gregorio VII alienta y planea una accién con- tra el Islam peninsular que estaria al mando del conde Ebles de Roucy, yerno de Roberto Guiscardo: el caudillo normando de la familia de los conquistado- res de Sicilia a finales del siglo x1 bajo el Vexillum S. Petri. Pero no parece que se llevara a cabo realmente o que tuviera alguna significacién concreta.”? En cualquier caso, este pontifice insistira, mas de una vez, en la necesidad de re- conquistar los demonios peninsulares en poder del Islam, porque se trataba de tierras pertenecientes al patrimonio de san Pedro, seguin la vieja tradicién re- cogida y divulgada por la famosa Donatio Constantini. Reconquista y cruzada, urgidas al mismo tiempo por el pontifice, no podian menos de fomentar un clima espiritual que serviria mas adelante para que cristalizara plenamente la idea de cruzada peninsular.*° En efecto, sin que pueda decirse, con rigor, que las campaias militares contra los musulmanes en la peninsula, en la segunda parte del siglo x1, fue- ran un verdadero ensayo 0 experimento de cruzada, en cualquier caso, si ca- bria afirmar que estas empresas alentadas normalmente por la jerarquia ecle- sidstica y por los mismos papas, unidas a otras llevadas a cabo en diversos escenarios de la cristiandad, prepararon el ambiente adecuado para el triunfo (1080-1100), eds. C. Laliena Corbera-). F, Utrilla Utrilla, Zaragoza, 1998, una miscelinea con di- versos trabajos sobre el ambiente de la época. Asimismo, C. Laliena Corbera-Ph. Sénac: Musulmanes et chrétiens dans !' Haut Moyen Age: aux origines de la reconquéte aragonaise, Paris, 1991. Ph, Sénac, La frontiére et les hommes (vitt-x1F siécle), pp. 396 y ss.; J. Flori: La guerra santa, La formacién de la idea..., pp. 271 y ss.: «Alejandro II no predicé una cruzada universal, ni incluso una guerra santa comparable a la Yihdd: apoy6 y, por ello mismo, contribuyé a sacralizar las operaciones de reconquista que desde entonces se iban a intensificar con el apoyo del Papado» (p. 396). Cf. también: J. F. O'Callaghan: Reconquest and Crusade in Medieval Spain, U. de Penssylvania, 2003. 29 Se trata de dos documentos pontificios datados el mismo dia y afio, concretamente, el 30 de abril del 1073, public. D. Mansilla Reoyo: La documentacién pontificia hasta Inocencio III (965- 1216), 0. cit., pp. 10-13. En el primero se alude a la expedicién del conde Ebles y a las condiciones de la misma: que los territorios «reconquistados» fueran considerados como feudo de san Pedro. Y el segundo, dirigido a los nobles franceses, les hace presentes los prerrequisitos exigidos al men- cionado conde. Una valoracién tiltima de esta empresa: J. Flori: La guerra santa, La formacién de la idea..., pp. 278-280. * Una buena descripcién de la politica de Gregorio VII en Espaiia: A. Fliche: La Reforme gré- gorienne et la Reconquéte chrétienne (1057-1123), 0. it., vil, pp. 131 y ss. (ed. castellana). También J. F Rivera Recio, J. Faci Lacasta y A. Oliver: «Presencia de la Santa Sede en Espaiia», Historia de la Iglesia en Espaia, 11/1, pp. 259 y ss. 100 La religiosidad medieval en Espana. Plena Edad Media (ss. X1-Xil) y la consolidacién de la ideologia caracteristica de cruzada y contribuyeron al éxito de la primera cruzada de Urbano II, propiciando, al mismo tiempo, el triunfo de la construccién ideolégica de la cruzada peninsular, presente ya, con claridad, en muchas de las expediciones cristianas de los siglos siguien- tes: bien como alternativa de la cruzada en sentido estricto, que eran, logica- mente, la ultramarina 0, incluso, como contraposicién a la misma de algu- nos soberanos, para sortear las dificultades inherentes a una empresa tan arriesgada como era la de la guerra en latitudes tan alejadas del escenario pe- ninsular y para aprovecharse, a la vez, de las concesiones econémicas de los papas a expensas de la fiscalidad eclesidstica, que oxigenaban notablemente las maltrechas arcas de la hacienda publica de los distintos reinos.*! De hecho, los autores de relatos cronisticos, superado el afio 1100, contem- plan la guerra contra el Islam como «indulgenciada», es decir, como verdadera cruzada, aunque no cuente formalmente con las oportunas bendiciones o in- dulgencias de los pontifices romanos. Y no pierden de vista, en ocasiones con menciones explicitas,*? que la cruzada ultramarina era preferente para los obis- pos de Roma, a pesar de la existencia de documentos pontificios solemnes que la equipararan a otras campaiias del Islam. El capitulo x del Concilio Lateranense I (1223) es muy expresivo y contundente: A quienes marchan hacia Jerusalén para ayudar a la defensa del pueblo cristiano ya vencer la tirania de los infieles, les concedemos la remisién de sus pecados. ‘Tomamos ba jo la proteccién del bienaventurado Pedro y de la Iglesia romana sus casas, sus familas, y todos sus bienes conforme al decreto del papa Urbano, Desde ese momento, quienes se atrevan a quitar una parte de los mismos o a arrebatarlos el tiempo de su peregrinacién, sern excomulgados. Con respecto a aquellos que se han colocado una cruz sobre sus vestidos, bien sea con intencidn de tomar el camino hacia Jerusalén 0 hacia Espana, y que después la han abandonado, les ordenamos por la au- toridad de la Sede Apostélica tomar nuevamente la cruz y ponerse en camino entre la pascua ya préxima y la siguiente. Por el contrario, los castigamos ya desde ahora con +! Flori analiza minuciosamente las relaciones «diplomiticas» de Urbano II con los reinos pe- ninsulares en el contexto de la proclamacién de la primera cruzada: La guerra santa... pp. 280- 285, formulando la conclusién siguiente: «el objetivo contemplado por Urbano II fue sin ninguna duda tratar de conseguir que los espafoles renunciaran a su voto de Cruzada en Oriente y que lo conmutaran en combate meritorio contra los sarracenos de Espaia» (p. 285), Para una historia minuciosa de las distintas campanas de cruzada en Espafia durante los si- glos xu y xm: J. Goni Gaztambide: Historia de la bula de la cruzada en Espaita, pp. 63 y ss. 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 101 el entredicho ab introitu eclesiae y en ellas de los oficios divinos, a excepcion del bau- tismo de los nifios y la penitencia de los moribundos.»3 Dos afios mas tarde, en un concilio celebrado en Compostela, Diego Gelmirez, que se sentia ya el jefe de toda la iglesia hispana, «alabé y recomend6 la expedicién contra los moros» prometiendo «la indulgencia plenaria» a quie- nes participaran en esta guerra, enviando la misma exhortacién a todos los po- sibles combatientes, constituidos en autoridad, nobles o simples soldados peo- nes y a todas las autoridades de la Iglesia hispana, y formalizindola en forma de edicto aprobado por los asistentes a la mencionada asamblea conciliar. La estrategia del arzobispo compostelano resulta cuando menos llamativa: «hagé- mosnos caballeros de Cristo y vencidos sus enemigos, los pésimos sarracenos, abramos hasta el sepulcro del Seftor con ayuda de su gracia un camino que a través de las regiones de Espaiia es mas breve y mucho menos laborioso».*4 La conquista de Almeria que cierra en forma de poema la Chronica Adefonsi Imperatoris responde también a los supuestos caracteristicos de la guerra in- dulgenciada o de cruzada, aunque no formule de forma muy explicita las ca- racteristicas de esta clase de empresas. Los jefes de la Iglesia hispana, los obis- pos, conceden la penitencia a los integrantes de las tropas cristianas y «la merced en las dos vidas», es decir, el éxito terrenal en el combate con un importante bo- tin de oro y plata de los musulmanes y la salvaci6n eternal.*° El estandarte es la «larga cruz» de los cruzados,** y las puertas del paraiso celeste se abririan in- mediatamente para los combatientes que encontraran la muerte en aquella cam- paiia después de haber confesado bien y cumplidamente sus pecados.*” ® R. Foreville: Lateranense i, 1! y 11, pp. 226-227. Un equiparacién entre la cruzada ultrama- rina y la peninsular, entendida ademas la guerra contra el Islam como penitencia por los pecados en ambas opciones: Chronica Adefonsi Imperatoris, n.° 185: «Sed Munio Adefonsi (alacaide de Toledo en los aftos de Alfonso VII), planxit hoc peccatum (el asesinato de una hija suya que ha- bia cometido adulterio) cunctis diebus vitae suae, et voluit peregrinare in Hierusalem, sed Raymundus, archiepiscopus Toletanus, et caeteri episcopi et clerici, rogati ab imperatore ut non peregrinaretur, praeceperunt ci in poenitentia ut semper debellaret Sarracenos, sicut fecit usque- quo ab eis occissus est». ™ Historia Compostelana, it, 78, pp. 378-380; ed castellana de E. Falque Rey, pp. 452-455. 85 Poema de Almeria, wy. 25-38, ed. castellana de L. Sanchez Belda, p. 189. * Poema de Almeria, v. 50, ed. castellana de L. Sanchez Belda, p. 190. » Poema de Almeria, w. 365-369, pp. 205-206. «Creed, os ruego, en Dios, que es verdad, Dios de dioses y también Seftor de todos los sefores; el nico que, alegre, hizo milagros para nosotros y cons- tan en el cielo», ultima estrofa conservada: ed. castellana de L. Sanchez Belda, vv. 370 y ss., p. 206. 102 La religiosidad medieval en Espatia. Plena Edad Media (ss. xi-xu1) Los tres prelados historiadores que escriben sus relatos historicos en la pri- mera parte del siglo xi, Lucas de Tuy, Rodrigo Ximénez de Rada y el autor de la Chronica latina, con las acotaciones especificas de cada uno segtin su ideolo- gia politica y las circunstancias vividas en sus ambientes cortesanos, rivalizan en expresiones que definen claramente las grandes campaiias de la época con- tra el Islam, en especial la importante victoria de las Navas (1212), como au- téntica cruzada. Por eso, el primero saluda al Toledano como el predicador y gran artifice de aquella victoria.>* Este se complace en describir el combate, donde todo se hace bajo el signo de la cruz,2? con minuciosidad y detalle; y el redactor procastellano de la Chronica latina, que honra a Ximénez de Rada con el titulo de legado pontificio, dice que «el rey marroquitanus fue vencido por el poder y la virtud de la cruz de Cristo»: el vexillum crucis que también acom- panard a las tropas de Fernando III cuando entren en Cérdoba (1236).4! Ademis, todos ellos se preocupan de incluir en sus textos cronisticos referen- ** L. de Tuy: Chronicon Mundi, 1v, 88, p. 328: «Eo tempore archipresul Toletanus nomine Rodericus scientia et moribus eruditus atque omni bonitate conspicuus [...} fultus auctoritate domini Pape Innocencii Gallias adiit {...] ut ad defensionem fidei convenirent, data illis remis- sione omnium peccatorum et eos crucis signaculo muniendo». °* R. Ximénez de Rada: De rebus Hispania, vin, cap. 10, p. 274. Los foramontanos que aban- donan el campo de batalla se desprenden de sus cruces como signo de desercién. El desenlace de las Navas, descrito por el Toledano, es impresionante: «{...] et secundum extimationem creduntur circiter biscentum millia interfecta (sarracenorum). De nostris autem vix defuere viginti quin- que». * Chronica latina regum Castellae, n° 19, p. 55. Su autor, cortesano fiel y agradecido de Fernando III, le saluda como verdadero «miles Chisti» que se dirige al combate contra los sarra- cenos tocado por la fuerza del Espiritu Santo: ib.,n.° 48, p. 91. “! Fernando III, una vez conquistada Cordoba, manda que el «vexillum Crucis precederet ve- xillum suum et in altissima turre mezquite poneretur»: Chronica latina regu Castellae, 0, cit..73, p. 116, Recientemente, A, Rodriguez Lopez: «Legitimation royale et discours sur la Croisade de Castille aux x1r et xut* sigcles», Journal des Savants, 2004, 126-163, ofrece un fino andlisis de la utili- zacién ideolégica de la cruzada en ambientes politicos hispanos y en los planteamientos de la curia pontificia durante este periodo central del Medievo. La historiadora muestra claramente como el voto de cruzada a tierra santa constituiria para algunos nobles rebeldes una salvaguarda frente a sus soberanos, los cuales, por su parte, utilizarian también este recurso en numerosos pleitos de legit midades politicas. Este juego se hace especialmente complejo en la peninsula, por las luchas en la frontera sur contra el Islam, convertidas en verdadera cruzada alternativa. Por eso, el discurso sobre la cruzada de los grandes te6ricos del siglo xit! no es ni univoco ni coincidente: para Ximénez de Rada el «discurso universalista» de cruzada, organizado en torno al papado, a propésito de los episodios que rodearan la batalla de Las Navas de Tolosa, resulta insignificante, al conceder el verdadero pro- tagonismo de aquella campafia al soberano castellano; ¢l autor de la Chronica Latina se movera en 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada... 103 cias a muchos de los episodios que estaban ocurriendo al otro extremo de la cristiandad, relacionados con los éxitos y las derrotas de los ejércitos cruzados. Los Anales Toledanos, escritos por un autor preocupado por dejar constancia de los fenémenos naturales mas llamativos, como temblores de tierra, eclipses, nevadas, inundaciones, sequias, pedriscos, hambrunas y hasta las oscilaciones del precio del grano, también manifiesta mucho interés por los temas relacio- nados con los Lugares Santos y con la cruzada peninsular. El epigrafe dedicado a los acontecimientos referentes al 1212 supera, con mucho, la extensién ocu- pada por cada uno de los restantes capitulos del elenco.? La historiografia francesa antigua y reciente suele atribuir un protagonismo importante a la Iglesia franca en la elaboracién y el triunfo de la idea de cru- zada en la cristiandad de los siglos centrales del Medievo. Refiriéndonos, en con- creto, a la cruzada peninsular, habrian sido los cluniacenses, segtin algunos his- toriadores, los responsables de la transformacién de la guerra contra el Islam en una verdadera cruzada.** M. Villey, recapitulando las diversas influencias ejercidas por los cluniacenses en el desarrollo de la reconquista peninsular, les atribuye el papel de «educadores» de los jefes politicos y sefiores espaiioles para el nuevo sesgo que estaba tomando dicha empresa.“ Nadie puede negar el ex- traordinario papel positivo de los monjes de Cluny en la historia de la reforma de la Iglesia a lo largo del siglo x1 y, sobre todo, durante la segunda parte de esta centuria. Su apoyo a Gregorio VII primero y después a Eudes de Chatillon (Urbano II), prior de Cluny, es indiscutible, y la influencia de los mismos en Espana en estas décadas finales de la undécima centuria también. Pero otra cosa bien distinta es afirmar que dicha influencia fuera decisiva o que tuviera un pa- pel preponderante en el nuevo sesgo que tomaron las campaias contra el Islam peninsular, convirtiéndose paulatinamente en cruzadas propiamente dichas. La expansién politica de los reinos cristianos de la peninsula hacia el Sur se debi6, sobre todo, a factores determinantes de indole politica, y al mismo tiempo eco- parmetros muy similares, contrastando las narraciones de ambos con la de L. de Tuy, vinculado politicamente al rey leonés Alfonso IX, ausente de aquella gran gesta, a quien debe justificar, por el contrario, en el Chronicon, el papel desempenado por Inocencio III seria, l6gicamente, decisivo. # Anales Toledanos, I FS. XXiti, pp. 395-97. © A, Fliche: «Alphonse II...», . cit. pp. 117-134. El autor va todavia mucho mas alld, convir- tiendo al rey Casto en el «precurseur de la reconquete», convertida més tarde en cruzada 4M. Villey: La Croisade, Essai sur la formation d'une théorie juridique, pp. 63-73; mas en concreto, p. 67; «Au total, leur oeuvre esentielle nous parait etre sur tout une oeuvre d’éduca- tion». 104 La religiosidad medieval en Espafia. Plena Edad Media (ss. xi-Xti) némico-social, tal como se indicé en otra parte de este trabajo. Y la ideologiza- cién de estas campafias, que comienzan a verse y a desarrollarse como auténti- cas «guerras indulgenciadas», debe situarse, segtin nuestra opinion, dentro del clima generalizado en toda la Cristiandad, que empezaba a concebir de ese modo Ia lucha contra Islam. Reforma de la Iglesia, peregrinaciones a los santos lugares y a Compostela y guerra santa-cruzada representan tres parametros fun- damentales de la mentalidad religiosa de toda la Iglesia en torno al afio 1100, asumidos y propagados, entre otros, por personalidades relacionadas con Cluny 0 por los mismos monjes cluniacenses. De estos supuestos participan todos los estados cristianos de la época y los peninsulares no podian constituir una ex- cepcion por la cercania amenazadora de los imperios musulmanes durante los siglos centrales del Medievo, pero esta constatacién no justifica, en modo al- guno, el que se atribuya a los monjes negros, dependientes de la abadia borgo- fona, un papel tan preponderante en la consolidacién de la reconquista y de la cruzada peninsular, que les convertiria en verdaderos promotores de la misma. En la actualidad, podria decirse que existe un consenso historiografico a la hora de rebajar la importancia de Cluny en la gran empresa reconquistadora de Espafia.*> En cualquier caso, no convendria olvidar que una de las consecuencias del triunfo de la ideologia de cruzada en la Espafia cristiana fue, seguramente, la liquidacién o el oscurecimiento del ideal neogético que habia jugado un im- portante papel politico en la formulacién de la idea de imperio en la dinastia leonesa-castellana.® Otra cosa bien distinta seria interpretar el intervencio- nismo siempre creciente de la Santa Sede en los negocios peninsulares como un proyecto intencionadamente dirigido contra la ideologia neogoticista de los so- beranos comprometidos en las empresas reconquistadoras, que podria derivar hacia un cierto autonomismo de la peninsula frente al expansionismo univer- salista y centralizador de los titulares de la sede de Roma en ese gran proceso de consolidacién de la «Christianitas» de los siglos gregorianos.” 4 J, Gofti Gaztambide: Historia de la bula de la cruzada en Espana, pp. 47-49, después de una anilisis ponderado de esta problemstica, concluye taxativamente: «Estas consideraciones nos lle- van a desestimar una paricipacién activa de Cluny en la Reconquista militar, que todavia no ha sido demostrada». Sobre este aspecto cf. también: R. Fletcher: «Reconquest and Crusade in Spain, ca. 1050-1150», Transactions of the Royal Historical Society, 37, 1987, 31-47; también: J. Flori: La ‘guerra santa. La formacién de la idea. ., pp. 267 y ss. Ademés: M. Cl. Gerbert: L'Espagne au Moyen Age, vurt-xv¥ siécle, Paris, 1993. © J. Vicens Vives: Aproximacién a la historia de Espana, pp. 75 y s. 47]. Flori: La guerra santa, La formacién de la idea..., pp. 270-271, sugiere esta interpretacion. 3. Expansién cristiana hacia el sur: reconquista-guerra santa-cruzada.... 105 En realidad, el gran terico de la sacralizacin de la guerra antimusulmana concebida como cruzada fue Ramé6n Llull, que escribe también, a finales del si- glo xin, un precioso tratado sobre la caballeria, como se indicé en el capitulo segundo de esta obra. Pero su pensamiento relativo a este tipo de actividad no tiene unos perfiles tan definidos como el relacionado con la caballeria ni puede separase de una corriente mental y espiritual al mismo tiempo, que iba gene- randose en muchos ambientes de la cristiandad, al comprobar los sucesivos fra- casos que acompanaban las distintas cruzadas de ultramar, sobre todo la se- gunda y la tercera. Para todos lo importante era ciertamente la superacién de los peligros provenientes de la amenaza de los musulmanes, pero el camino mas apropiado, evangélico y especificamente cristiano no era la guerra, sino la con- version de los mismos mediante la predicacién. La estrategia misionera co- menzaba a contemplarse como alternativa de la guerra. El sabio mallorquin, que quiere aprende el arabe muy pronto para conocer mejor la religién islamica, en un principio propone la predicacién como el ca- mino mis eficaz para conquistar tierra santa. Para que esta predicacion fuera eficaz solo podria llevarse a cabo mediante la formacién adecuada de los mi- sioneros que conocieran perfectamente las lenguas orientales. Pero se da cuenta muy pronto de la ineficacia de esta tactica y propone ya la guerra como estra- tegia prioritaria, sin descartar nunca, légicamente, la necesidad de la instruc- cién y la predicacién para que los seguidores del Islam se convirtieran real- mente. La guerra, en ultima instancia, era concebida por él como un simple recurso coercitivo para que los misioneros pudieran actuar con libertad en las tierras de los musulmanes. Esta contradiccién, que en el fondo s6lo era aparente, aparece ya en la fan- tastica novela de Blanquerna. Pero ambas instancias, la de la guerra y la de la predicacién misionera, figurardn en todos sus escritos posteriores. El Libellus de Fine, finalizado en el afio 1305, constituye un buen exponente del pensamiento utépico del gran pensador mallorquin. La conversién del Islam se llevaria a cabo por la accién coordinada de las armas de los cruzados y de las palabras de los misioneros. Un principe cristiano, escogido de comtin acuerdo, habria de ser el jefe supremo de los ejércitos cruzados. Este nombraria inmediatamente a un lu- garteniente suyo, el cual, comandando una gran escuadra, bloquearia las activi- dades comerciales con los enemigos de la fe. Las autoridades de la Iglesia, el papa y los cardenales, suprimirian las distintas 6rdenes militares con el objeto de crear con todas ellas una nueva, cuyo gran maestre cumpliria las funciones de verda- dero jefe de los ejércitos cruzados. La ruta para seguir, examinados los distintos 106 La religiosidad medieval en Espanta, Plena Edad Media (3s. xi-xu!) inconvenientes de todas las posibles, tendria que ser Espaita, Tunez y Egipto. Desde alli, el asalto a tierra santa resultaria ya muy facil.‘® La dificil empresa de la fusi6n de las distintas érdenes militares bajo un unico maestre general y la necesidad de impuestos especiales, unida a la insistencia en la creacién de colegios de lenguas para preparar buenos misioneros, amén de otras pequeiias variables y modificaciones, ocupan las paginas de los ultimos libros del «Doctor illuminatus», que desde su conversién suspiré siempre por la evangelizacion de los sarracenos, moviéndose habitualmente, con soltura y claridad, entre esas dos coordenadas dificiles de compaginar en apariencia: la guerra como instrumento de coaccién y la predicacién persuasiva: via eficaz para la conversién. Lo medieval, la guerra y lo moderno, la persuasién tolerante, perfectamente articuladas en el pensamiento luliano, constituyen, al fin y al cabo, la sintesis de la espiritualidad de esta época: los umbrales del siglo xiv." Llull muere camino del concilio de Vienne, en el que seran suprimidos los tem- plarios, por motivos bien distintos a los postulados por él, y se impusieron efec- tivamente dos proyectos formulados y perseguidos con denuedo y constancia por el gran sabio mallorquin: la décima para la tierra santa y la creacién de los colegios de lenguas. Durante el siglo xiv Aragon y Castilla seguiran potenciando proyectos de cru- zada peninsular que pudieran compadecerse adecuadamente con la cruzada ul- tramarina, y que podrian constituir, ademés, un verdadero complemento de esta, como habia formulado claramente R. Llull. Los planes de cruzada de Castilla y Aragon contra Granada durante la primera parte del siglo, practicamente esté- riles y sin resultados tangibles, alcanzaran su punto dlgido con la madurez del reinado de Alfonso XI (1312-1350) en la batalla del Salado del aito 1340, deci- siva para neutralizar la ultima invasién africana protagonizada por los beni- merimes, y en las conquistas subsiguientes de Algeciras (1344) y del sitio de Gibraltar, cabeza de puente esencial para continuar la lucha contra el Islam en Africa, segtin el ambicioso plan militar del jefe politico castellano, que muere precisamente en el asedio de esta plaza en el afio 1350. La emergencia de la di- nastia Trastamara y los conflictos internos entre los soberanos peninsulares pro- “® En el capitulo vi de nuestro trabajo nos ocuparemos de la religiosidad de frontera y volve- remos sobre esta problematica. © Sobre la existencia de estas corrientes ambivalentes en el Medievo peninsular, presente, con mucha claridad, en la organizacién de los Studia linguarum de los dominicos: F. J. Fernindez Conde: «Cultura y pensamiento religioso en la baja Edad Media», Historia de la Iglesia en Espafia, n/ 2, pp. 213-214.

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